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Interior Klosso
Interior Klosso
Pierre Klossowski
Colección Mitma
Un tan funesto deseo
Pierre Klossowski
Klossowski, Pierre
Un tan funesto deseo / Pierre Klossowski ; edición literaria
a cargo de Alejandro Horowicz. - 1a ed. - Buenos Aires : Las
Cuarenta, 2008.
240 p. ; 21x14 cm. - (Mitma; 5)
CDD 100
Primera edición
ISBN 978-987-1501-04-5
3
Op. Cit. p.
4
Klossowski, P., “El monstruo” en Acéphale, Buenos Aires, Caja Negra,
2005, p. 28.
5
Op. Cit, p.
6
Op. Cit, p.
Prefacio 13
Primavera de 2008
9
Klossowski, P., La Ressemblance, Éditions Ryôan-ji, Marsella, 1984, p. 24.
10
En “La prosa de Acteón” Foucault ha insistido en el hallazgo klossows-
kiano de la noción de simulacro, en tanto simulación de una existencia (y
un lenguaje) pensados en constante devenir. (Cf. Foucault, M, De lenguaje y
literatura, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 181-194).
11
Klossowski, P., Un tan funesto deseo, p.
Un tan funesto deseo
Pierre Klossowski
1
La Gaya Scienza de Friedrich Nietzsche con una introducción de Pierre
Klossowski, Éditions du Club Français du Livre, París, 1956.
El nombre de Nietzsche parece asociado irremediablemente
a la noción de voluntad de poder, ni siquiera a la noción de
voluntad sino al poder puro y simple. La interpretación más
corriente ve en su obra una suerte de hecho consumado, una
moral del uso de la fuerza; y rápidamente todo pasa por allí: los
laboratorios para experiencias inconfesables, la supresión de
los degenerados, de los alienados y de los viejos, los hornos cre-
matorios, los gánsters tanto como los bombardeos atómicos,
todo y todos pueden invocar ahora al padre del inmoralismo
moderno; el superman estándar, sea capitán de la industria,
explorador, benefactor de la humanidad, pasa por el producto
del profesor de la “energía vital”. “¿Quién es, pues, Nietzsche?”
–pregunta el inocente. Y el Larrouse responde: Sus aforismos
han tenido una gran influencia sobre los teóricos del racismo ger-
mánico. En vano, al parecer, en vano el aforismo 377 de la Gaya
Ciencia clama con una voz lejana, tan lejana: Nosotros los sin pa-
tria somos en cuanto a la raza y el origen demasiado divergentes
y mezclados, en tanto hombres modernos, y en consecuencia muy
poco tentados de formar parte de ese exceso y de esa idolatría racial
que hoy se muestra en Alemania como signo distintivo de las vir-
tudes alemanas y que, en el pueblo del “sentido histórico”, otorga
doblemente la impresión de lo falso e indecoroso.
En el momento de presentar al público esta nueva versión de
la Gaya Ciencia, la tercera luego de aquellas aparecidas anteri-
ormente en lengua francesa, nos preguntamos si corresponde a
los acontecimientos verificar el valor perenne de un pensami-
ento. Sin dudas, un espíritu que constituye por sí solo las sordas
exigencias de una época gana más o menos “importancia” cuan-
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sólo con eso que parece lo más extraño, sino con el mundo más
antiguamente pasado, con el pasado más remoto. ¡Conquista
de una nueva posibilidad de vivir! Nosotros los sin patria, ¿hacia
qué lugar aspiran, dónde viven, pues, efectivamente?
En las montañas, separados, inactuales, en los siglos pasados o
futuros... Y para Nietzsche es un todo: en el punto culminante
del saber, el espíritu reivindica para sí todo momento vivido de la
historia, identificando el yo a sus diferentes tipos como a otras
tantas versiones del sí mismo. Aquí la vis contemplativa habrá
absorbido la voluntad de poder, puesto que esta voluntad nun-
ca tuvo otra finalidad más que su íntima necesidad: re-integrar
este universo que, en su multiplicidad, se pretende y permanece
idéntico a sí mismo.
Ahora bien, semejante situación del espíritu en su “moder-
nidad”, semejante ex-patriación de la voluntad en el espíritu,
se remonta a la aventura del saber vivida por los humanistas
“re-nacientes”, particularmente a los humanistas alemanes
de la Reforma que Faustus, el doctor Afortunado –cuya for-
tuna es re-vivir su vida– encarna prestigiosamente. Para estos
humanistas alimentados por la noción platónica de la remi-
niscencia, el conocimiento [connaissance] del pasado –co-
nacimiento [co-naissance] en el pasado2– que debe entregar el
secreto del por-venir se duplica con el conflicto teológico del
libre y del servo-albedrío, de la libertad humana y de la gracia
divina, de la condenación y de la elección. SOY ELEGIDO,
TODO ME ESTÁ PERDONADO DE ANTEMANO.
ESTOY CONDENADO, TODO ME ESTÁ PERMITIDO
TAMBIÉN AQUÍ EN LA TIERRA. ¿Cuál es la diferencia?
La eternidad. Mutatis mutandis, para el ateo Nietzsche, here-
dero de la especulación humanista a la vez protestante y plató-
nica (con sus elementos: nostalgia de la Antigüedad, atracción
2
Klossowski juega aquí con la similitud en entre los términos connaisance,
conocimiento, y co-naissance, co-nacimiento. (N. de T.)
22 Pierre Klossowski
7
Entonces, lo que nuevamente estaría en tela de juicio, serían los reflejos
pederásticos en el mundo occidental, en virtud de las condiciones de clandes-
tinidad que se le imponen, los artilugios, las evasivas que caracterizan a toda
casta oprimida con o sin razón; no una insuficiencia de ser pero sí el complejo
de inferioridad con sus compensaciones que afectan a una casta psicológica
constituida por una represión moral y social milenaria, y que, sin embargo,
desde el punto de vista de la vida de las sociedades no es más que una super-
vivencia de sensibilidad anacrónica. De una parte, Gide aspira a un orden de
estructuras desaparecido en el seno del mundo post-cristiano que, construido
sobre leyes contrarias a este orden, está a su vez a punto de destruirse por sus
propias contradicciones, contradicciones de un mundo en el cual Gide es, en
cambio, por su formación, extremadamente solidario ya que trabaja, con los
criterios post-cristianos, para restablecer las estructuras desaparecidas de la
pederastia pedagógica en las relaciones del maestro y el discípulo. Había aquí
un aspecto de la búsqueda de la verdad. Orden desaparecido o sepultado, el
Eros paidikos se ha convertido en el alma de un Gide, en el seno de todas las
circunstancias morales y culturales que este nombre representa, a la vez, en
la nostalgia de un orden y el principio de disociación refleja –la reflexión di-
solvente de un medio hostil– el motor de un destino personal condicionado
por las incidencias de este medio. De aquí que en Gide haya una inadecua-
ción entre medios y fines, mientras que tienden a reconstituir un orden de
relaciones para el cual las condiciones previas son insuficientes puesto que la
pederastia socrática ha muerto y es totalmente utópica, los medios pertenecen
a un mundo que la reniega y el resultado es provocar situaciones jamás vividas
anteriormente más que como instantes de un destino personal. Destino que
no tiene otra referencia más que su propia autoridad. De allí el inevitable
malentendido de parte de aquellos que juzgan a Gide en nombre de los me-
dios de los que se sirve y la insistencia en el carácter perverso de esos medios.
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El subrayado es nuestro.
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Gide se expresa de este modo, no a propósito de sí mismo, sino del pen-
samiento de Miguel de Unamuno a quien Claudel había acusado de herejía.
(Journal, febrero de 1916)
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13
Cf. Un prêtre marié de Barbey d’Aurevilly con prefacio de Pierre Klossowski,
París, Éditions du Club Français du Livre, 1960.
Un prêtre marié es una de las obras del autor de las
Diaboliques, si no de las menos conocidas al menos de las más
olvidadas hoy en día. En su época fue también el menos apre-
ciado de sus libros.
Gracias a la distancia, parece un libro clave que da cuenta,
en distintos grados, de lo mejor y de lo peor, de lo artificial y
lo auténtico que forman indisolublemente la personalidad de
Barbey d’Aurevilly.
Si Barbey d’Aurevilly compuso un personaje de sí mismo des-
tinado al mundo exterior, con este doble brindó retratos, que
sólo relativamente son autorretratos: como el Rollon Langrune
del prólogo, narrador de la historia.
Del autor al “retrato del autor” se efectúa una cristalización
de diversos impulsos que deben subordinarse unos a otros para
conseguir la fisonomía y el ambiente requeridos por el cuadro.
¿Cuáles son los impulsos que actúan aquí? Barbey le presta
algunos de sus humores y de sus cualidades a su doble: algo
de su fulgurante elocuencia, de la delicadeza con un poco de
astucia lasciva, un aspecto teatral, de la piedad nostálgica; y en
todo esto un sentido profundo de la nobleza del dolor, una pre-
dilección por esta generosidad del corazón que se soporta hasta
la vergüenza y la ignominia.
Sus impulsos más fuertes, la agresividad y la voluptuosi-
dad, aparecen tanto bajo la máscara del polemista católico
como bajo la del refinado. Pero una violencia, una crueldad,
una voluptuosidad en el horror, tal como unos años más tarde
van a explotar en Les Diaboliques, buscan aquí en el lengua-
je de Rollon Langrune apaciguarse de otro modo que por la
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soy un Marat (¿es por esto que soy grande?...) católico y pin-
to la guillotina de blanco (sic).” Barbey se refiere a esta frase de
Lamartine con una indignada satisfacción. Parecer un criminal
mucho más atroz porque se es grande. Barbey se concede con
gusto el nihil obstat. Allí, en efecto, y gracias a una obstinada in-
admisibilidad opuesta a las convulsiones sociales, no obstante
una visión perfectamente lúcida del acontecimiento, hay un
gran riesgo de que la paradoja se vuelva una “mala fe” delibera-
da respecto a los que no tienen ninguna fe. Aquí, el dandismo
se combina de una manera extraña con una chuanería14 intelec-
tual que otros, de una estatura muy inferior a la suya, explota-
rán con menor genio y mayor deshonestidad. Según el axioma
que señala que no hay verdad para los enemigos de la verdad,
ni moral que cuidar respecto de los contempladores del dogma
que por sí mismo funda la moral, todas las mistificaciones es-
tán permitidas tanto respecto de sí mismo, como respecto de
un mundo que ha perdido el sentido del misterio y sólo quiere
contar con el hombre.
Ahora bien, con el pretexto de defender la ortodoxia, la
monarquía, Barbey no podría, pese a todo, retomar realmente
la postura de un Joseph de Maistre. Íntimamente, se sabe de-
fender de lo propio que le pertenece, de lo incomunicable de
sus experiencias exclusivas; y, por eso, la paradoja aurevilliana,
más específicamente en la creación poética, hunde sus raíces en
una teología negativa y se explicita en las figuras de semejante
teología.
En efecto, la violencia agresiva no podría bastarse con la po-
lémica, que más bien la despilfarra; ésta no es más que un modo
exterior y social de refutar, por medio de la paradoja, el respe-
to humano en su base y lo que lo rodea; mientras que aquella
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La voz francesa chouannerie refiere a la guerra o insurrección de los Chua-
nes, un levantamiento de partisanos contrarrevolucionarios de Bretaña que
hacían la guerra en los bosques; es también, por extensión, el término que los
escritores liberales franceses de la revolución dieron a los realistas. (N. de T.)
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Cf. Marqués de Sade, Cahiers personnels (1803-1804). Textos inéditos, es-
tablecidos, prologados y anotados por Gilbert Lély, París, Corrêa, 1953.
Nunca se podrá agradecer lo suficiente a Gilbert Lély por habernos res-
tituido, entre otros textos, la tan particular Note relative à ma détention, que
data de la detención de Sade en Bicêtre en 1803. Al comentar esta nota en
la que el autor de Justine, que siempre se defendió de haberla escrito, aún
sostiene ese rechazo “puesto que estaba secuestrado en Bicêtre como autor de
tal obra”, M. Gilbert Lély observa que “a comienzos del siglo XIX, cuando se
anunciaba la revancha de los curas, el marqués vitupera contra sí mismo por
haber servido inoportunamente a la causa de los defensores de Dios, entre-
gando al público la novela de Justine cuyos héroes corrompidos son todos
filósofos ateos”.
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del hijo del abad Lebon, muerto a la edad de dieciocho años. Es claro todo
el fruto que un Dostoievski habría sacado de la relación entre un padre ateo
y su hijo creyente. Tal como es, el personaje de Néel no deja de ser, en estado
latente, el hijo que Sombreval hubiera podido tener; y los sentimientos pa-
ternales que este último siente por el joven, del que jamás será su yerno pese
al deseo común, del mismo modo que el ascendiente que el cura ateo ejerce
sobre Néel, no son temas menores en esta novela.
Un tan funesto deseo 105
18
L’Abbé C…, por Georges Bataille, Éditions de Minuit.
Este libro es impío y por ello ha sido necesario escribirlo.
Nada es más vano que no admitir sino una expresión que so-
siega o satisface las conciencias. El proverbio que pretende que
el “silencio es oro” tiene consecuencias equívocas en el ámbito
de los actos. Es menester oponer a este proverbio que el silencio
debe ser puro si los actos tienen que serlo. Y que nunca lo es
si las palabras vienen a romper su continuidad en los actos. Si
los actos obedecen al silencio, las palabras sólo son dichas para
ocultar esta obediencia, ya sea para el bien o para el mal.
¿Cómo podría obtenerse la pureza del silencio si el habla no
pronunciara jamás las cosas que incesantemente nacen en el si-
lencio, puesto que se comporta como garante de esta pureza?
Y, sin embargo, esta pureza no es nada, como tampoco un co-
razón que se declarase puro aún cuando inspirase palabras. La
pureza sólo pertenece al silencio, es decir a la ausencia de lo
decible. Jamás había aparecido la pureza; y cuando se mostró
palpable y visible sufrió el suplicio destinado a la “traición”, o
sea, a las palabras. Este suplicio demostraba que por más visible
que ella fuera, no por ello dejaba de ser la pureza que sólo per-
tenece al silencio. (Que su palabra sea: no –no, sí–, sí, el resto
es del Maligno.) Pero para que haya un silencio que sea puro,
puesto que pareciera que la pureza y el silencio son absoluta-
mente idénticos, hace falta también que haya una palabra que
sea necesariamente impura para ser pura palabra. Un silencio
impuro ofrece una palabra que por ser pura no es, pues, verda-
deramente palabra, sino cargada de silencio, y lo que es peor:
de un silencio impuro y falso. Un alma que encierra semejante
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21
J.P. Sartre, Aller et Retour, dans Situation, I, pp. 189-244. Sartre escribe
sobre Recherches sur la nature et les fonctions du langage de Parain.
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De un estudio sobre Maurice Blanchot, publicado hace aproximadamente
catorce años en Temps modernes, febrero de 1949, sólo conservamos la segun-
da parte. Sirva esta nota para suplir las lagunas de nuestra antigua interpreta-
ción y rectificar su perspectiva.
Contra una interpretación puramente simbólica del dogma
de la Resurrección de la carne, Tertuliano se expresa en estos tér-
minos: “Si la representación reside en la imagen de la verdad,
y la imagen en la verdad del ser, es necesario que la cosa exista
por sí misma antes de servir de imagen a otra. La semejanza no
se funda en el vacío, ni la parábola en la nada.” Estas proposi-
ciones ya contienen todas las consecuencias que Parain extrae de
su concepción del lenguaje. Invirtamos, ahora, el argumento de
Tertuliano y habremos circunscrito la esfera en la que se mueve la
meditación de Maurice Blanchot. Si la representación reside en
la imagen de la verdad, la verdad nunca es más que una imagen
y la imagen misma no es más que una ausencia de ser, es decir,
presencia de la nada; en esto consiste el lenguaje mismo; ya que,
para que una cosa solamente pueda servir como imagen a otra, es
necesario que haya dejado de existir por sí misma. Imagen de una
cosa, nunca designa de esta otra cosa más que su ausencia. Y así no
sólo la nada funda la semejanza sino que es la semejanza misma.
¿Semejanza de qué? ¿Quizá de un ser que se oculta?
Esta noción de ocultamiento del ser en el lenguaje revela en
el pensamiento de Maurice Blanchot la función que ejerce el
lenguaje en el existente, que es la de la muerte. Pero incluso esta
función de la muerte es doble: “… La muerte es tanto el trabajo
de la verdad en el mundo, como la perpetuidad de aquello que
no soporta ni comienzo ni fin.” De esta duplicidad de la muerte
procede la ambigüedad del lenguaje.
El existente pareciera constituirse sólo por la búsqueda de un
sentido: no es nada más que la posibilidad de un comienzo y
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25
A los aspectos ya señalados en la nota de la página ... es necesario agregar
la proximidad fonética entre los términos sous-venir, souvenir (“recuerdo”) y
survenir (“sobrevenir” o “venir de improvisto”). (N. de T.)
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LE TRÈS-HAUT
28
“Y es por esta razón que algunos filósofos dicen que Dios no tiene “quiddi-
dad” o esencia, porque su esencia no difiere de su existencia” (Santo Tomás de
Aquino, De ente et essentia, Cap. IV)
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“…Cuanto más se afirma el mundo como el futuro y la luz plena de la ver-
dad donde todo será valioso, donde todo tendrá sentido, donde el todo se
realizará bajo el dominio del hombre y para su uso, más pareciera que el arte
debe descender hacia ese punto donde nada todavía tiene sentido, importa
más que mantenga el movimiento, la inseguridad y la desgracia de lo que esca-
pa a toda captación y a toda finalidad.” (Maurice Blanchot, L’espace littéraire,
p. 260, nota al pie.)
VIII
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Conferencia en el Collège de Philosophie, 1957.
¿La parodia y el politeísmo en Nietzsche? No se ve del todo,
a primera vista, la relación entre estos dos términos, ni a qué
clase de preocupación podría responder el hecho de hablar
de ello, ni el interés de plantear semejante pregunta. Si para
la mayoría el nombre de Nietzsche permanece inseparable de
la frase: Dios ha muerto, parecerá sorprendente, a propósi-
to de Nietzsche, terminar hablando de una religión de varios
dioses, aunque no haya pocos para lo que, hoy, no solamente
el nombre de Nietzsche no significa nada más que esa frase,
sino también para los cuales no había ni siquiera necesidad de
Nietzsche para saber que todos los dioses habían muerto. Y, tal
vez, pueda parecer que utilizo a Nietzsche para demostrar, en
cambio, la existencia de varios dioses y legitimar inoportuna-
mente el politeísmo; y, jugando con las palabras, no escaparé
del reproche, con la excusa de mostrar el sentido de la parodia
en Nietzsche, de hacer yo mismo parodia y, en consecuencia,
de parodiar a Nietzsche.
Si debiera prestarme a semejante confusión, de todos mo-
dos habría hecho notar una cosa, a saber: que, aunque uno sea
inducido a interpretar el pensamiento de un espíritu que uno
intenta comprender y hacer comprender, no hay nadie como
Nietzsche que incite tanto a su intérprete a parodiarlo. Y no
solamente a los intérpretes apasionados por su pensamiento,
sino también a aquellos que se esfuerzan por rechazarlo como
un espíritu peligroso. Nietzsche mismo exhortaba a uno de sus
primeros comentadores –nadie había hablado todavía de él– a
renunciar a todo pathos, a no tomar partido a favor suyo, a opo-
ner una suerte de resistencia irónica para caracterizarlo.
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38
Ia: ita est!
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