Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Psicología Política (PDFDrive)
Psicología Política (PDFDrive)
lJIOd
e�OfOJ!Sd
JULIO SEOANE
CATEDRÁTICO DE PSICOLOGIA SOCIAL
EN LA UNIVERSIDAD DE VALENCIA
ÁNGEL RODRÍGUEZ
CATEDRÁTICO DE PSICOLOGIA SOCIAL
EN LA UNIVERSIDAD DE MURCIA
Psicología
Política
Di rector :
José A. Forteza Méndez
Catedrático de Psicología Diferencial
en la Universidad Complutense de Madrid
Relación de autores............................................................ 13
Prólogo.......................................................................... 15
l. Introducción .. ...... . ... ... . .. . . .......... .... ...... ...... . .... ..... . .... 102
2. Planteamientos teóricos ......... . ......................... .......... ..... 104
3. Planteamientos metodológicos. .... ......... . ................... .. ..... .. . 106
4. La personalidad autoritaria ............................... ...... ...... . . . 107
4.1. El grupo de Berkeley.. . .. ........... ... .... .... ..... .............. 108
4.2. Aspectos críticos.... ...... . ....... . ...... .. .. ......... ... . .... ,..
. . . 110
5. Principales intentos por superar las criticas conceptuales al autoritarismo. 112
5.1. Conservadurismo . .... . .. . ............................. ........ ... .. 112
5.2. Estructura bifactorial de las actitudes. . . ........... ...... ........... 11 3
5.3. Dogmatismo... ......... ..... ............... .. .. .................... 115
5.4. Antiautoritarismo . . .. .... ........... .. . .................... ......... 116
6. Instrumentos de medida................... ......... ..... ......... ..... ... 117
7. Aspectos críticos de las distintas alternativas ..... ............ ............ 118
8. Personalidad, motivación y política . ........... ................. ...... . .. 121
9. El motivo de logro ... ....... ....... .................... ................. 122
10. El motivo de poder........ .. . . ... ... . ... ......... ............ ......... . . 124
10.l. El deseo de poder .................... .............. ........... . . .. 126
10.2. El miedo al poder . ......... ......... .............. ...... ....... . .. 127
Indice 9
1 1 . Maquiavelismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
Referencias bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 30
3. Relaciones internacionales. . .. ..... . .... .... . .. .... .. . ..... . .... . .. .. .... . 211
3.1. Psicología y relaciones internacionales . .... .... ..... ..... .. ......... 211
3.2. Principales áreas de investigación................................... 212
3.3. Aproximaciones teóricas ............................................ 214
4. Sistema de guerra........................................................ 216
4.1. Conceptualización de la guerra ..................................... 216
4.2. Enfoques conceptuales.............................................. 217
4.3. Principales dimensiones psicológicas . . .. ... . ... ..... . . .. . ........ .. . 219
4.4. Control y regulación del sistema de guerra . ...... ... .. ..... .. ..... 221
Referencias bibliográficas... .. ........ ............... .... . ... ..... .. ..... ... .. 223
l. Introducción ............. . .... : . ..... .... ..... ..... .... ..... .. .. . .... . .. . 254
2. Ideología y opinión pública . .. . . . . ... .... . ........ ..... ..... .... ....... .. 254
2.1. La opinión pública como ideal político y como hecho social.... . . .. 254
2.2. La opinión pública como objeto psicosocial . ..... ....... ..... .. . ... 257
3. Opinión pública y actitudes.............................................. 261
3.1. Actitudes 'í actitudes políticas . .. ......... .... ........ ...... .... . ... 261
3.2. Actitudes y conducta . .. ... . ...... ... . ... . ... ....... .. . . ... . .... .... 265
3.3. El cambio de actitudes . ...... .. . . ..... ...... ..... .. ..... ........... 267
4. Ideología y medios de comunicación . ...... .. . .... . ........ ... .. .. . ... ... 268
4.1. Los medios de comunicación como moldeadores de la opinión . . ... 268
4.2. Los «efectos mínimos» de los medios de comunicación . ..... . .... , . 268
4.3. Efectos ideológicos de los medios de comunicación .... ... . . . . . . . ... 271
5. Elementos de conclusión ................................................. 274
Referencias bibliográficas..................................................... 275
l. Introducción........ . ... .. ......... ... .... . ... ..... .... .... .............. 279
2. Antecedentes y contexto intelectual... .. . .. . . .. ... .. .... ... .... . ... ... . .. . 280
2.L La sensibilidad psicohistórica....................................... 280
2.2. Idealismo alemán e individualidades culturales . . ...... . ... . ... .... .. 281
2.3. La historia de las mentalidades... . .. .. ..... ... .. . .. .. ... . . . .. . .... . 283
2.4. Psicología Social Histórica.. . . .... ..... ... . . .. .. ... ... .... .. . . ... ... 284
Indice 11
12. El poder y los sistemas políticos (Tomás lbáñez; Lupicinio lñiguez)... 331
l. Sociología política y Psicología Política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331
1 . 1 . L a ciencia del poder. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331
1 .2. Omnipresencia de la política. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 332
1 .3. Conceptualizaciones de la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . : . 332
1 .4. La política: sentido laxo y sentido estricto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333
1 .5. Psicología Social de la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
2. Poder y poder político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
2.1. Las relaciones de poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335
2.2. Las tipologías del poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 339
2.3. El poder político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 341
3. Los sistemas políticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343
3 . 1 . El concepto de sistema político desde la perspectiva sistémica . . . . . . . 343
3.2. Los sistemas políticos desde la perspectiva estructural-funcionalista . . 344
3.3. Tipologías de los sistemas políticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 345
4. Sistemas políticos y estructuras de poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 346
4. 1 . La era de las organizaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 346
12 Indice
Desde que a finales del siglo pasado se constituyó la Psicología moderna como
el estudio de la actividad mental humana, han ocurrido muchas cosas en nuestras
sociedades y en la propia disciplina; y desde luego se necesitaría un amplio debate
para decidir si realmente hemos progresado de una manera significativa. Entre las
dos Guerras Mundiales y principalmente después de la última, la Psicología y su
sociedad deciden adoptar dos grandes características, culturalmente contradictorias,
pero estratégicamente compatibles: el individualismo y el objetivismo. Por la
primera, el individuo aparece como el objeto fundamental de la Psicología, renun
ciando así a otras metas más amplias, más culturales e históricas de las ciencias
sociales; mediante el objetivismo se elimina como método el conocimiento indivi
dual y contextuado en favor de un método universal y compartido que aparece
como el tribunal de la razón natural. Esto significó para la Psicología que durante
varias décadas su único prestigio consistía en ser una fisica disfrazada o, en el mejor
de los casos, una biología naturalista.
Parece evidente que los desarrollos de esta concepción fueron fructíferos aunque
incompletos, como ya lo habían visto los pensadores originales de la Psicología,
como, por ejemplo, W. Wundt o el mismo S. Freud. Sólo después de tantos años es
posible ahora plantearse alternativas menos intransigentes, reivindicando también
la necesidad de estudios no individuales y menos dependientes de rígidos criterios
naturalistas.
La Psicología Social no fue una excepción durante estos años, sino por el
contrario un fiel reflejo de este proceso. Así, resulta curioso observar cómo una
disciplina con sobrenombre social se limita al estudio de individuos y de sus
interacciones, renunciando la mayoría de las veces a explicaciones históricas,
sociales, culturales o ideológicas. Parece claro q ue, desde este punto de vista, resulta
dificil, cuando no imposible, ocuparse de la dimensión política de la actividad
humana, y menos todavía cuando esta actividad hace referencia a grupos, colectivos
o comunidades. Por todo ello, los estudios psicológicos sobre política ocuparon
muy poco lugar hasta ahora en la Psicología, y cuando lo hicieron era principal
mente en relación con temas muy «objetivos», con referencia individual o cuando
los individuos se podían sumar para convertirlos en colectividades estadísticas; es
decir, conducta de voto, estudios psicopatológicos de políticos concretos, encuestas
de opinión, etc.
16 Prólogo
J U LIO SEOANE
1. Introducción
Desde hace unos veinte años se viene hablando y aparece literatura científica
bajo el nombre de Psicología Política; como ocurre con frecuencia, el nombre es
más o menos nuevo, pero el contenido y buena parte de sus aportaciones tienen un
origen bastante más antiguo. En cualquier caso, la utilización de un nuevo término
dentro del ámbito de la Psicología debe tener un significado y unas pretensiones
que van más lejos de los simples contenidos que la componen y que hasta ahora
aparecían dispersos en otras áreas y disciplinas. Dedicaremos este primer capítulo a
discutir los distintos elementos de este significado y de estas pretensiones.
No resulta nada nuevo, aunque discutible por bastantes razones, afirmar que
una de las maneras de hacerse con el concepto de una disciplina consiste en repasar
los temas de los que trata y observar a qué se dedican los profesionales que la
mantienen. En ese sentido, la lectura de los distintos capítulos de este libro puede ser
el mejor método para conseguir un concepto de la Psicología Política. Si lo
hacemos, nos daremos cuenta de que tiene una historia bastante más compleja de lo
que podría parecernos en un principio y que sus preocupaciones abarcan desde el
estudio de la conducta individual de los profesionales de la política, hasta el sentido
y repercusiones sociales de las identidades culturales y étnicas; le interesa el estudio
de la personalidad en la medida en que se relaciona con la conducta política, pero
se ocupa también de la adquisición de cultura política a través de los procesos de
socialización; una de sus investigaciones más características ha sido la conducta de
voto, actualmente extendida en general a cualquier tipo de participación política,
incluyendo los canales menos institucionalizados como los movimientos sociales,
que a veces adoptan formas violentas de participación, obligando en consecuencia a
estudiar las distintas estrategias de negociación política como fórmula de resolver
conflictos (Serrano-Méndez, 1 986); veremos también que le interesan las dimensio
nes psicológicas de la ideología política, al igual que la evolución histórica de las
mentalidades colectivas o los procesos psicológicos incorporados en algunas
instituciones actuales, como el sistema judicial (Garzón, 1 984), o en los propios
sistemas políticos, que a veces se pretenden interpretar desde el punto de vista del
poder como motivación psicológica básica.
20 Psicologla Polltica
Sin embargo, el recorrido de los temas o de las actividades del psicólogo político
no nos garantizan en absoluto el sentido y significado de la Psicología Política; en
el mejor de los casos nos dice lo que es, pero no lo que pretende ser, cuál es su
relación con otras disciplinas o por qué se producen desacuerdos teóricos entre los
estudiosos.
Uno de los primeros problemas con los que se enfrenta cualquier nuevo campo
de estudio es el de si constituye o no una disciplina. Este tipo de discusiones es muy
característico en los períodos iniciales de los nuevos campos de estudio y, en
general, la cuestión se diluye con el simple paso del tiempo; recordemos, por
ejemplo, las viejas polémicas de si la Psicología era una disciplina autónoma o
constituía una parte de la filosofía. En consecuencia, el problema no tiene una
mayor importancia aparente salvo que se tiene la sensación de que lo que está en
juego es acceder o no a una especie de club privado de áreas reconocidas. Por tanto,
el que la Psicología Política sea o no una disciplina es algo sin relevancia teórica
especial, pero con posibles repercusiones prácticas de cierto interés, que no se deben
decidir mediante la condescendiente postura de ser generosos, otorgándole el
estatuto de autonomía.
Desde el punto de vista de la ciencia moderna o, si se prefiere, de la ciencia
positiva, las áreas de conocimiento deben estar convenientemente jerarquizadas y
ramificadas entre sí (la física antes de la química, la química antes de la biología,
etc.), de forma que constituyan el cuerpo organizado del conocimiento científico y se
pueda así circular ordenadamente de una disciplina a otra. El reconocimiento de
una disciplina nueva exige una delicada labor de ajuste general para evitar los
conflictos de circulación y el desequilibrio del edificio de la ciencia.
Sin embargo, los replanteamientos actuales del conocimiento científico son
menos exigentes y valoran menos los criterios de jerarquía, ramificación y acumula
ción de conocimiento en un edificio unificado de la ciencia. De hecho, a partir de los
años setenta aparece de modo manifiesto una mayor preocupación por los proble
mas de urgencia social (Garzón, 1 986) que por la construcción teórica de la ciencia;
así, la aparición de nuevas disciplinas se justifica más por la preocupación de
resolver problemas de la sociedad que por los viejos criterios teóricos. En Psicolo
gía, por ejemplo, se confirman sin grandes dificultades ni especiales medidas· de
seguridad una Psicología de la Salud, una Psicología Ambiental, una Psicología
Oncológica, una Psicología Judicial o, por poner otro ejemplo, la propia Psicología
Política.
Resultaría dificil en verdad decidir si estas psicologías son en realidad nuevas
disciplinas con marcos teóricos, procedimientos y problemas independientes, o
simplemente son temas psicológicos de especial relevancia social; todo depende del
concepto de disciplina que utilicemos, ya sea bajo los criterios de la vieja ciencia
positivista o bajo la concepción social de la ciencia.
En cualquier caso, y para mayor tranquilidad de las mentes de orden, se puede
decir que la Psicología Política surge fundamentalmente dentro de la Psicología
Concepto de Psicología Polltica 21
Social, aunque relacionada también con otros campos como la personalidad o las
ciencias políticas; debe ubicarse, por tanto, en el campo general de la Psicología.
Tiene ya un cierto lugar reconocido en las enseñanzas de distintas universidades, y
en la actualidad cuenta ya con unas fuentes bibliográficas importantes, así como
con algunos manuales de interés.
primer lugar, debemos resaltar que no se puede generalizar sobre estas cuestiones;
resulta lógico pensar que los procesos de institucionalización no se producen por
igual en todos los países. En el caso de esta disciplina, como en el de muchas otras
actualmente, los planteamientos académicos e institucionales hay que referirlos casi
exclusivamente al área angloamericana de la Psicología. En España comienzan
ahora a producirse estos fenómenos, como lo demuestra el mismo ejemplo de este
libro.
Por otro lado, es conveniente tener en cuenta las conexiones más o menos
estrechas de las nuevas disciplinas con otras ya establecidas, no por un deseo de
dem·arcación científica, sino por conocer por dónde van a producirse los fenómenos
de penetración social y todo el juego de fuerzas que le acompaña. En este sentido,
la Psicología Política tiene relaciones con la Psicología, la Psicología Social (lbá
ñez, 1 983), la Sociología, las Ciencias Políticas y algunas otras; pero la disciplina
puede tener sentidos muy distintos en función de cómo se entiendan cada una de
estas relaciones.
En este apartado nos vamos a ocupar de este tipo de cuestiones, pensando que
puede ser de utilidad a aquellos que se inician en esta disciplina. Comenzaremos
comentando algunas de las relaciones institucionales más significativas de la
PsicolÓgía Política, para después hacer referencia a aquellos textos y manuales que
sirven de referencia en los inicios de la disciplina.
En principio, debería pensarse que la Psicología Política mantiene relaciones
muy estrechas con las llamadas ciencias políticas; en la práctica, y aunque esto
pueda discutirse bajo distintos puntos de vista, no ocurre tal cosa. Y en parte esto
sucede por los especiales papeles que juegan como intermediarias otras disciplinas
afines como la propia Psicología, la Psicología Social o hasta la Sociología. Utilizare
mos para aclarar estas cuestiones el texto ya mencionado de Greenstein ( 1 973),
añadiendo algunos comentarios sobre cada punto.
En primer lugar, Greenstein afirma que los departamentos de ciencias políticas
surgen en las facultades de derecho y departamentos de historia, apoyándose
también en la filosofía y campos afines; mientras que la Psicología tiene sus orígenes
en las ciencias naturales, especialmente ciencias de la vida. Efectivamente, aunque la
filosofia también está en los orígenes de la Psicología, es evidente que en ésta ha
tomado un papel protagonista la sensibilidad biológica, como lo sugiere --entre
otras muchas cosas- el hecho de que muchos clásicos de la Psicología fuesen
médicos. Más problemático resulta considerar el papel de la Psicología Social
(Morales, 1985; Munné, 1986), que siempre ha tenido un lugar ambiguo dentro de la
Psicología; en la medida en que se concebía como psicológica, se limitaba sólo al
estudio de las dimensiones sociales de individuos biológicos; y si se entendía como
sociológica, se marginaba de la Psicología y ocupaba un lugar limitado en el
análisis social.
Las consecuencias de este panorama son bastante evidentes. Si la Psicología
Política se enmarca dentro de una Psicología Social psicológica, y por tanto
perteneciente al campo de la Psicología, poca relación tendrá con las ciencias
políticas; su sensibilidad será de tipo individual y biológica. Sus pretensiones irán
encaminadas hacia el estudio de la actividad política de individuos, actividad que en
24 Psicologfa Política
Junto a la aparición del primer manual y de los primeros textos, surge también
en 1 978 la primera sociedad, la Intemational Society of Political Psychology, ligada
una vez más a la labor de Knutson. Esta sociedad heredaba los esfuerzos teóricos y
la sensibilidad política que ya por los años cuarenta había surgido entre algunos
psicólogos norteamericanos y que Kurt Lewin, David Kretch, J. F. Brown y otros
cristalizaron en la fundación de una sociedad para el estudio psicológico de los
problemas sociales; ahora en 1 978, aquella sensibilidad se configuraba definitiva
mente como una disciplina, la Psicología Política.
Por último, la edición de una revista sobre el campo de estudio constituye uno
de los indicadores definitivos de aparición de la disciplina. La Sociedad Inter
nacional de Psicología Política funda en 1 979 una publicación periódica bajo el
título de Political Psychology, dirigída inicialmente por Joseph Adelson y Jeanne N.
Knutson, y actualmente por Alfred M. Freedman y Lawrence Galton.
A partir de estos hechos comienzan a editarse nuevos manuales y textos. En
general, no se puede decir que los nuevos libros de texto consigan ponerse de
acuerdo sobre el concepto de Psicología Política ni sobre los temas que lo compo
nen. Existe variedad de conceptos y de temas de estudio, pero esto es absolutamente
normal y positivo en los comienzos académicos de una disciplina, como ocurrió con
los manuales originales de Psicología General, Psicología del Aprendizaje y tantas
otras disciplinas; en el fondo, aunque pueda resultar incómoda esta situación, es
bastante más sugestiva que cuando la literatura se convierte en homogénea y
repetitiva. En cualquier caso, y tal como está citado en Hermann ( 1 986b), los
artículos de Schaffner y Alker ( 1 9 8 1 -82) revisando cinco textos de Psicología
Política obtienen panoramas muy distintos de la materia; los textos revisados son
los de Stone ( 1 974), Freedman y Freedman ( 1 975), Elms ( 1 976), Segall ( 1 977) y
Mannheim ( 1 982).
Al margen de lo ya citado, merecen especial atención dos obras más, ambas de
carácter colectivo al estilo del manual de Knutson. La primera está dirigida por
Samuel L. Long ( 1 98 1 ), investigador que ya en 1979 fundó una revista, Micropoli
tics, de Psicología Política, pero de tendencia claramente sociológica. La obra de
Long que comentamos tiene cinco volúmenes y, al igual que la revista, está en
muchos puntos más cercana a una sociología política que a una disciplina psicoló
gica. Sin embargo, al margen de capítulos muy desiguales en su realización, ofrece a
lo largo de su desarrollo materiales de gran interés y un panorama muy completo
de temas tratados.
La segunda obra mencionada es el manual dirigido por Margaret G. Hermann
( 1 986a), realizada por 20 especialistas y que se presenta como una puesta al día del
ya clásico libro de Knutson ( 1 973). Dividida en cuatro grandes apartados, el
primero, Los humanos como animales políticos, trata entre otros tópicos los correla
tos biológicos de la conducta política, la ideología política, opinión pública,
creencias y psicohistoria; en Decisión política se incluye liderazgo, estudios sobre
presidentes, conflicto y relaciones internacionales; en la tercera parte, Ambiente
político. aparece la socialización política, sistemas de creencias, movimientos de
protesta y terrorismo; por último, en Panorama mundial del campo se realiza un
análisis de la situación de la Psicología Política en América Latina, Europa
26 Psicología Política
Algunos de los problemas que acabamos de plantear se podrán percibir con ma
yor claridad a través de algunas definiciones de la Psicología Política, formuladas
por autores significativos ya citados. Por otro lado, estas definiciones nos servirán
28 Psicología Política
Parece, pues, que Stone establece, en definitiva, una relación bidireccional .entre
psicología y política, aparentemente siendo más básica la que va de la primera a la
segunda, y ampliando posteriormente el campo a la relación inversa. En ambas
relaciones se destaca el carácter individual del objeto de estudio, pero parece que los
efectos psicológicos de la política serían sobre individuos, casi sobre pueblos o
comunidades.
Por último, haremos referencia ahora a la postura de Margaret G. Hermann
( 1 986c), que, formalmente, no difiere mucho en cuanto al mantenimiento de los dos
tipos de relaciones que acabamos de mencionar en Stone; aunque es necesario
recoñocer que así como Stone hace referencia a ellas numerándolas del uno al dos,
Hermann parece más partidaria de la metáfora del matrimonio entre ambas, lo que
indudablemente debe tener un significado. En concreto dice que la Psicología
Política es el estudio de lo que sucede cuando interactúan los fenómenos psicológi
cos con los políticos. Esta interacción significa que algunas veces el foco de interés
está en los fenómenos psicológicos, mientras que los fenómenos políticos forman el
contexto de estudio; en otras ocasiones, por el ·contrario, el interés está en los
fenómenos políticos, pero analizados a nivel psicológico o individual; y aun en otros
casos, añade Hermann, el punto de vista está en ambas partes del matrimonio y en
su interacción.
En conjunto, pues, resulta difícil concluir si es la psicología la que incide sobre
la política o exactamente a la inversa. Pero, en cualquier caso, queda todavía por
aclarar qué es lo que entienden estos autores por fenómenos psicológicos y
fenómenos políticos.
Desde este punto de vista, se reconoce que son las necesidades individuales las
que fundamentan la organización política y, por tanto, la conducta política no
puede limitarse al estudio de sus instituciones.
3.3. Conclusión
¿Qué conclusiones podemos sacar de todos estos comentarios sobre las distintas
posiciones que delimitan el concepto de Psicología Política? Lo que nos parece
evidente es que, en general, el objeto de estudio de la disciplina se acostumbra a
definir en función de otros campos autónomos de estudio, la psicología y la
conducta política, entendidos ambos con un carácter preferentemente individual. En
Concepto de Psicología Política 31
este sentido resulta dificil reconocer ningún tipo de fenómeno que sea específico de
la Psicología Política o, por lo menos, ninguna postura que se enfrente abierta
mente a estos fenómenos específicos.
Desde nuestro punto de vista, en consecuencia, se pueden establecer tres grandes
tipos de definiciones de Psicología Política. En primer lugar, aquellas que parecen
destacar un cierto carácter aplicado de la disciplina, entendida como la aplicación
de los conocimientos psicológicos alcanzados a los problemas políticos actuales. Por
tanto, sería más una disciplina de urgencia social que un campo de estudio con
características teóricas propias.
En segundo lugar, estarían aquellas definiciones que quieren ver en la disciplina
º
algo más que una función de terapia social, pero que no se atreven a explicitar
ningún carácter genuino en su campo de estudio. La Psicología Política sería el
estudio de la interacción de los fenómenos psicológicos con los fenómenos políticos; lo
que queda sin aclarar aquí es si esa interacción hace surgir algún tipo.de conductas
o de fenómenos que constituyan el núcleo de estudio de la disciplina.
Por último, se podría intentar otro tipo de definiciones que pusiera de manifies
to un objeto de estudio propio para la Psicología Política, y que consistiría en el
estudio de aquellos fenómenos históricos y colectivos, ya estén representados en
individuos o en comunidades, que constituyen la motivación de un pueblo para
organizarse socialmente y adquirir una identidad propia.
obvio señalar que una disciplina con las características que comentamos en páginas
anteriores no puede pretender el mantenimiento de un único método de trabajo;
psicoanálisis, técnicas proyectivas, psicobiografias y psicohistoria, investigación de
actitudes, encuestas de opinión, investigación experimental, etc., constituyen parte
del arsenal metodológico de la Psicología Política, y sólo en muy pocas ocasiones y
desde posturas muy dogmáticas, se han levantado voces criticando esta multiplici
dad metodológica. Resulta ejemplificador recordar que uno de los factores de éxito
de La personalidad autoritaria, de Adorno et al. ( 1950), consiste precisamente en
elaborar mediante técnicas psicométricas de construcción de escalas de actitudes,
una serie de hipótesis y teorías de corte netamente psicoanalítico. Digamos que l a
flexibilidad y e l respeto a l a s distintas metodologías tenía q u e ser u n a d e las
características relevantes de la Psicología Política.
En cuanto a la unidad de análisis característica del campo de estudio, ya hemos
mencionado anteriormente que con frecuencia es más el individuo que la colectivi
dad, si bien parecería lógico pensar que tendría que ocurrir lo contrario; las razones
de este curioso fenómeno son mucho más amplias que la disciplina que nos ocupa,
como ya comentamos, puesto que pertenecen a una filosofía social de corte
individualista. Sin embargo, casi todos los investigadores de Psicología Política
reconocen de algún modo este error, del que no saben cómo salir; por ejemplo,
Eulau, tal como aparece citado en Hermann (1 986b), dice que, aunque la acción
política concreta es invariablemente la conducta de los actores humanos individua
les, las unidades políticamente significativas son los grupos, las asociaciones, las
organizaciones, las comunidades, los estados y demás colectividades (Eulau, 1 986,
pág. 209).
En definitiva, la dimensión metodológica de la Psicología Política se caracteriza
por el respeto a un pluralismo de técnicas y de métodos, en cuanto que se preocupa
más por el objeto de estudio que por los formalismos que la justifican científica
mente; y, por otro lado, se centra más en el análisis del individuo, aunque sabe
perfectamente que éste se explica a través de una serie de productos colectivos que
hacen posible los procesos psicológicos individuales.
Ya hemos comentado en varias ocasiones que resulta muy dificil establecer una
lista completa de los temas que se pueden tratar en la disciplina. De hecho,
cualquier descripción que se realice sobre los contenidos reales que los autores
investigan resulta insuficiente, puesto que continuamente aparecen nuevos conteni
dos en el campo de la política.
Sin embargo, se pueden intentar establecer unas dimensiones temáticas que
posiblemente atraviesan tódos los contenidos específicos que tratan los psicólogos
políticos. Hermann ( 1 986c), por ejemplo, piensa que existen cuatro grandes dimen
siones que resumen una buena parte de la problemática tratada:
l. cómo se mantienen y desarrollan e n las personas las percepciones, inter
pretaciones y sentimientos sobre la política;
2. el efecto de las percepciones, interpretaciones y sentimientos de las personas
sobre sus conductas políticas;
3. cómo se toman las decisiones políticas, y
4. en quién reside la autoridad para tomar decisiones políticas.
Es indudable que una buena parte de los trabajos existentes pueden clasificarse
en función de estas cuatro categorías, pero también es cierto que, dependiendo del
punto de vista adoptado, se pueden ofrecer otras muchas clasificaciones. En nuestro
caso, y en virtud de las sugerencias que establecimos en la definición de la
disciplina, pensamos que cualquier clasificación temática debe surgir de la dinámica
existente entre los productos políticos colectivos y el individuo concreto donde se
representan. Así, una primera categoría sería aquella que se ocupa de investigar
cómo los productos políticos resultantes de la actividad de un grupo, colectivo o
34 Psicología Política
R eferencias bibliográficas
Adorno, T. W., et al. (1 950): La personalidad autoritaria. Buenos Aires: Editorial Proyección,
1965.
Billig, M. (1982): ldeology and Social Psychology, Oxford: Blackwell.
Campbell, A., et al. ( 1 960): The American Voter, Nueva York: Wiley, 1964.
Clinch, N. G. ( 1973): The Kennedy Neurosis, Nueva York: Grosset and Dunlap.
Danziger, K. (1983): «Origins and basic principies of Wundt's Volkerpsychologie», British
Journal of Social Psychology, 22, 303-3 1 3.
Davies, J. Ch. (1973): «Where from and where to?», en J. N. Knutson (ed.): Handbook of
Political Psychology, San Francisco: Jossey-Bass.
Eysenck, H. J. (1973): The Psychology of Politics, Londres: Routledge and Kegan Paul.
Elms, A. (1 976): Personality in Politics, San Diego: Harcourt Brace Jovanovich.
Eulau, H. ( 1 968): «Política! Behaviorn, en D. L. Sills (ed.): lnternational Encyclopedia of the
·
M I G U E L MOYA
JOSt FRANCI SCO M O RALES
1. Introducción
organización intratribal que acaba en el asesinato del padre tras el cual se suceden
una serie de luchas fratricidas. Sólo el establecimiento de un contrato social que
limita la «gratificación de los instintos», prohibiendo a la vez el incesto, es capaz de
poner fin a dichas luchas.
Por su parte, en 1914 el alemán Jellinek publicó su Teoría general del Estado,
afirmando que «los fenómenos de Estado son hechos humanos y también efectos de
hechos humanos. Sin embargo, toda acción es actividad psicológica. De ahí que la
Psicología, la teoría de las acciones y condiciones psicológicas, sea la precondición
para la teoría del Estado, así como para la teoría de todas las humanidades» (pági
na ·8 1, citado en Bryder, 1986). Lo cierto es que a principios de siglo Psicología y
Política permanecían bastante distantes entre sí. Para la mayoría de los teóricos de
la ciencia política la Psicología era algo de lo que apenas habían oído hablar, a lo
sumo una especie de filosofía introspectiva indigna de merecer su atención.
Freud, en su obra Psicología del grupo y análisis del yo ( 1 92 1), intenta explicar
los fundamentos en los que se asientan los grupos humanos. Aquí está Freud
relativamente cerca de la Psicología Social convencional del momento, cuyo
conocimiento muestra en la crítica que hace de las concepciones de Le Bon,
McDougall y Trotter. Para él, lo esencial en el grupo primario es el vínculo con
el líder, del cual surge el vínculo entre los miembros del grupo. Ambos vínculos, que
se originan por una identificación previa, son de carácter libidinal, lo que explica
que en el grupo predomine el ello sobre el yo, con una exacerbación del sentimiento
y disminución de la capacidad intelectual.
En El malestar de la cultura ( 1930) Freud señala que la cultura tiene dos
funciones: la protección del ambiente físico y la ordenación de las relaciones entre
los seres humanos. Pero siempre es frustrante, puesto que se basa en las cortapisas
que pone a la gratificación de los instintos. Así, la libido no es sólo el fundamento
de los lazos sexuales entre los individuos, sino también, cuando la meta sexual es
inhibida o controlada, es el fundamento de los lazos políticos. Se hace necesario
para que la civilización pueda progresar que ésta reprima los instintos agresivos y
sexuales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta fuente externa de control es
internalizada progresivamente por los individuos mediante la influencia de los pa
dres y otras figuras «parentales» de autoridad, dando lugar a la aparición del su
peryó, íntimamente conectado, por tanto, con el ello.
Alfred Adler fue el primero de los colaboradores íntimos de Freud que rompió
con el maestro. Reaccionaba frente al determinismo y mecanicismo radical de Freud
que sumía en el olvido los aspectos sociales del psiquismo humano. El núcleo del
sistema de Adler, expuesto en su obra La comprensión de la naturaleza humana
( 1927) está constituido por lo que denominó «protesta masculina». Ésta es la
respuesta a los sentimientos de inferioridad que experimenta una persona, omnipre-
42 Psícología Polftíca
sentes en la niñez y que acaban por llevar al individuo a intentos de dominación del
medio circundante, creando así una motivación fundamental en el ser humano. La
sexualidad es sólo una de las muchas manifestaciones de esta motivación. Los
intentos de «compensación de la inferioridad son constantes y suelen tener dos
efectos principales: en las personas neuróticas se convierten en un complejo de
inferioridad», expresión del fracaso de los esfuerzos realizados, y en las personas
sanas se convierten en «interés social» o identificación empática con los demás. La
empatía hace posible que las personas puedan ser influidas por otras; cuando esta
influencia es excesiva, lo que ocurre a menudo en la infancia por parte de los
padres, puede provocar un hábito de obediencia irracional que da lugar al etnocen
trismo o a la guerra, entre otros efectos. La diferencia fundamental entre Adler y
Freud es que para el primero el conflicto interno ocurre cuando el medio que
circunda al individuo fracasa en nutrir este «interés social>>.
Inspirada en las ideas psicoanalíticas de Adler puede considerarse la obra del
belga Hendrik de Man La psicología del socialismo (1928). En ella se concede una
gran importancia al mecanismo de compensación psicológica y se concibe tal
mecanismo como origen de los totalitarismos.
Precursora de posteriores desarrollos, especialmente en el área de la Psicología
de la personalidad, puede considerarse la obra de Spranger Tipos de hombres (1 928).
Entre los seis tipos que se definen en dicha obra como posibles existe un «tipo
político», compuesto por aquellas personas cuya personalidad les lleva a considerar
a quienes le rodean no en sí mismos, sino como instrumentos en el juego de la lucha
por el poder.
La obra de Pavlov ( 1927), de hondo impacto en Psicología, puede considerarse
como paradigmática de una concepción que, sin olvidar al organismo, subraya la
importancia del medio. Su posición era a la vez congruente con la de Locke y con la
de Marx. Por ello fue bien acogida por el sistema soviético, en el que los cambios
sociales y económicos parecían ser suficientes para producir cambios en los
psiquismos individuales.
J. Watson desarrolló la Psicología del E-R de Pavlov, extremándola incluso, al
eliminar todo aquello que no es observable, en el ámbito de la Psicología estadouni
dense, mostrando al mismo tiempo que tal concepción es compatible con ideologías
y sistemas políticos opuestos. Su célebre frase «dadme una docena de niños saluda
bles y os garantizo que cogeré a cualquiera de ellos y lo entrenaré para COl).Vertirlo
en cualquier tipo de especialista .» (1924) ilustra a la perfección su concepción
..
determinista.
F. H. Allport aporta dos cosa.s fundamentales a la Psicología Social ( 1924): la
introducción del método experimental como herramienta de trabajo sistemática y la
adopción de una perspectiva claramente conductista, aunque con ribetes de hetero
doxia. Ambas aportaciones se hacen patentes en su concepto de facilitación social,
mecanismo simple que utiliza para explicar gran parte de los fenómenos grupales y
que consiste en un aumento de la intensidad de la conducta ante la mera presencia
pasiva de otras personas. También son interesantes sus estudios pioneros de la
conducta conformista y sus observaciones sobre la conducta de las multitudes.
Todo ello sin olvidar el hecho ya mencionado de que la cátedra que pasó a ocupar
Panorama histórico de la Psicología Política 43
diferenciar objeto y sujeto, para conseguir poner entre paréntesis el objeto empírico
permitiendo que surja su concepto, su imagen mental.
Según Buck-Morrs ( 1 979, págs. 352-354), este formalismo abstracto hacia el que
Piaget ve progresar al niño es la base del proceso de alienación y la fuente de la
«cognición reificada», ya que hace aparecer al objeto como un mero producto del
pensamiento y no como un producto social, que es lo que realmente es. Esta
estructura cognitiva, dominante en el capitalismo occidental, hizo posible la
transición de la agricultura a la industria, y lejos de ser algo universal, como
pretende Piaget, está históricamente condicionada.
Dentro de la línea de pensamiento de Freud y McDougall, en la que se
considera al organismo como determinante de la conducta, según señala Davies
( 1973), hay que mencionar al psicólogo H. A. Murray, sobre todo por su ampliación
de la lista de «necesidades» del organismo humano y por su distinción entre
necesidades «viscerogénicas» (o primarias) -con una base orgánica clara- y
«psicogénicas» -cuya localización en el organismo no ha sido, según Murray, aún
establecida. Entre estas últimas necesidades están la de conservación, el orden, la
exhibición, el miedo al ridículo, el afán de superioridad, el logro, la autonomía, la
necesidad de identificarse con otros, la agresión, la afiliación (así hasta 28) ( 1 938) y
pueden explicar en gran medida la conducta política.
Sintetizar las aportaciones de Kurt Lewin a la Psicología Política no es tarea
fácil, dada la complejidad y diversidad de su producción. Por una parte, están sus
aportaciones teórico-metodológicas, que se plasman en la Teoría del Campo y en la
investigación-en-acción: antes de abordar la solución de cualquier problema social
es necesario su estudio, que debe continuar después de haberlo abordado. Por otra
parte, están sus inquietudes por problemas sociales concretos, que lo llevan al
campo de la industria, la comunidad, la lucha contra la discriminación de las
minorías, etc.
El conocido trabajo sobre los efectos de los estilos de liderazgo, democrático,
autocrático y laissez{aire (Lewin y otros, 1939) marca el origen de una fecunda
línea de investigación, pero es, a la vez, una defensa de la democracia como forma
de gobierno frente al fascismo y al anarquismo. Las preguntas iniciales de Lippit y
White no eran sólo: «¿cuál es la naturaleza del liderazgo democrático?», sino
también «¿puede ser la democracia tan eficiente como el tipo autoritario de
organización política?» (Marrow, 1 969, pág. 124). Los resultados del experimento
mostraban, como es sabido, la superioridad del liderazgo democrático y con
posterioridad han sido enormemente controvertidos. Pero para Lewin «fueron
(entonces) una fuente auténtica de satisfacción, puesto que dieron apoyo a su
creencia en la superioridad del sistema democrático» (Marrow, 1969, pág. 1 26).
En 1936 vio la luz una de las obras más singulares de la Psicología Política: La
Psicología y el Orden Social. Su autor, J. F. Brown, era un psicólogo estadounidense
que había colaborado con los gestaltistas en Berlín hacia 1929, había llegado
incluso a publicar algún trabajo en el Psychologische Forschung y, sobre todo, se
había dedicado a dar a conocer en Estados Unidos la obra del primer Lewin. En su
opinión, la idea de Lewin, según la cual toda condición social posee una cualidad
dinámica y cambiante, es revolucionaria y permite relacionar la perspectiva lewinia-
Panorama histórico de la Psicología Política 47
na con la marxista. Ambas creen que la teoría tiene un papel dinamizador, que hay
que conceder más atención al cambio de las condiciones sociales que a su perma
nencia o inmutabilidad y que es preferible el estudio de las leyes y procesos
dinámicos al de las condiciones estáticas.
Uno de los temas recurrentes del pensamiento de Brown es la posibilidad de
aplicación de la Psicología Social. Su aguda conciencia de los problemas sociales de
la época (ascenso del fascismo en Europa, Gran Depresión en Estados Unidos) le
hizo ver en el análisis marxista de las clases sociales una de las bases para el
desarrollo de una Psicología Social relevante.
La Psicología dominante del momento no resultaba satisfactoria en absoluto
para este autor. Llegó a afirmar, de hecho, que la conceptualización que hace de
cómo funcionan en la sociedad individuos y grupos está políticamente condiciona
da: el conocimiento en ciencia no es a-valorativo. Estas ideas y el apoyo público que
Brown manifestó hacia el sistema comunista en la Unión Soviética explica proba
blemente que muchos psicólogos estadounidenses del momento tuviesen fuertes
reservas hacia su obra. Ésta es al menos la opinión de Minton (1 984, pág. 34).
Pero ello no impidió que llegase a ser muy popular, como el mismo Minton
reconoce. Apfelbaum ( 1986) ve en la obra de Brown un signo más del grado de
compromiso político de aquellos psicólogos sociales que en los años treinta
fundaron la Sociedad para el Estudio Psicológico de los Problemas Sociales.
En la fundación de esta sociedad habían colaborado activamente Daniel Katz y
Theodore Newcomb. El primero publicó en 1 938 un manual de Psicología Social
con Schanck, en cuyo último capítulo abordaba una problemática aplicada no muy
lejana de la que preocupaba a Brown: clases sociales, sindicatos y similares. El texto
alcanzó una gran difusión, pero, según comunicación de Katz a Apfelbaum ( 1 986,
pág. 1 1), se tendió a ignorar los contenidos e implicaciones de este último capítulo.
Newcomb realizó el que tal vez sea el primer estudio de las actitudes sociopolíti
cas ( 1 937, con Murphy y Murphy}. A Bennington, universidad privada cuyos
rectores estaban imbuidos por la ideología progresista del New Deal, acudían
jóvenes de familias fuertemente conservadoras. Según pudo comprobar Newcomb,
la mayoría de ellas cambiaban durante sus años de permanencia en la universidad
sus actitudes iniciales en la línea preconizada por el profesorado. La razón del
cambio creyó hallarla en la influencia del grupo de referencia: para aquellas escasas
alumnas que se aferraban a su actitud inicial, pese al aislamiento y al rechazo que
sufrían por parte del resto de sus compañeras, la familia seguía funcionando como
grupo de referencia positivo y, en muchos casos, la universidad como grupo de
referencia negativo. Años más tarde, Newcomb ( 1 967, con otros autores) trató de
averiguar la persistencia del cambio de actitudes comprobado en el estudio original
y encontró que era bastante elevada.
Un autor británico injustamente olvidado, como Wallas, en el campo de la
Psicología Política fue G. Catlin. Fuertemente influenciado por Hobbes, aunque no
se identifica totalmente con él, lo reconoce como un «psicólogo... quizá el primer
psicólogo observacional. Propiamente y con significado basa su política en su
psicología» ( 1 950, pág. 232). Asimismo es importante su defensa de la necesidad de
la Psicología para la ciencia política: «Los políticos ciertamente no pueden ser
48 Psicologla Polltica
materiales que se intercambian entre sí. La más célebre de todas es Twin Oaks
(Kinkade, 1 973), donde vivió el propio Skinner. Como dice en la introducción a
dicho libro: «Es fácil menospreciar los problemas a los que se enfrentan los
fundadores de Twin Oaks considerándolos sólo de interés local, pero todos estamos
intentando continuamente resolver problemas semejantes. Twin Oaks es simple
mente el mundo en miniatura. Los problemas que afronta y las soluciones que
ensaya son los de una comunidad mundial» (pág. 1 3 de la edición en castellano).
Maslow, representante e impulsor de lo que se ha denominado la «Psicología
humanista», elaboró una lista de necesidades ( 1 943) que representa, a juicio de
Davies ( 1973), el punto medio entre el reduccionismo freudiano y el elaboracionis
mo de Murray. Dichas necesidades son de cinco tipos o clases y se presentan en una
estructura jerárquica ordenadas de forma que la amplitud de la franja correspon
diente a cada una de ellas indica la fuerza relativa de esa necesidad. Según esto las
necesidades fisicas serían las más poderosas. La posición en el ordenamiento indica
las necesidades que han de estar satisfechas para que el organismo busque satisfacer
las situadas a un nivel superior. Es decir, para poder satisfacer la necesidad de
autorrealización, que ocupa la posición más alta en el ordenamiento, es preciso
haber satisfecho antes las fisicas, de seguridad, socioafectivas y de autoestima, en
este orden. El modelo de necesidades de Maslow puede explicar ciertos patrones de
conducta política que de otra manera parecen irracionales y ha sido utilizado por
algunos teóricos e investigadores de la Psicología Política citados por Davies
( 1 973, pág. 7).
El tema de la guerra ha suscitado el interés de psicólogos y de autores de la
ciencia política. Fundamentalmente la Segunda Guerra Mundial supuso la implica
ción de muchos psicólogos en la problemática bélica. Destacaremos, entre otros
muchos que cabría citar, a Tolman, que en 1 942 publicó un libro, Impulsos hacia la
guerra, en el cual conjugando sus conocimientos científicos y su convicción pacifista
intentó explicar la tendencia del ser humano a la guerra, así como sugerir los
posibles mecanismos que permitieran asegurar la paz.
8. 1 950-1 960: Estud i o de las rel acio nes entre ciencia política
y soci o l ogía, soc i a l ización polít ica, identidad soc i a l y
personal idad autorita ria, actitudes, política, confo rm i smo
e i ndependencia
esta parte del trabajo donde la aportación del psicoanálisis fue absolutamente
crucial. La tesis del libro es que el antisemitismo y el prejuicio hacia los exogrupos
(etnocentrismo) son elementos centrales en la personalidad inclinada al fascismo. O
dicho de otra manera, el prejuicio hacia el exogrupo, y el autoritarismo en general,
provienen de una configuración básica de la personalidad que contiene tanto
aspectos cognitivos como motivacionales. Los individuos autoritarios presentan un
pensamiento estereotipado y también una agresividad hacia sus inferiores o hacia
grupos minoritarios. Su superyó es duro y punitivo. Su yo es débil y sus impulsos
agresivos y sexuales se proyectan hacia los demás.
Et psicólogo noruego B. Christiansen, siguiendo los pasos de Hyman, publicó en
1959 un importante estudio de las actitudes de los ciudadanos hacia la política
exterior. Utilizando una rigurosa metodología abordó el estudio de las raíces
individuales de la participación política.
Por su parte, Eysenck organizó su Psicología de la decisión política, publicada
originalmente en 1 954, en dos partes claramente diferenciadas. En la primera se
presentan una serie de investigaciones realizadas con una escala de actitudes
elaborada por el mismo Eysenck. En ellas intentaba dar la réplica a los autores de
La Per-sonalidad Autoritaria. La idea tan cara a Adorno y colaboradores de la total
identificación entre autoritarismo y fascismo era inaceptable para Eysenck, por lo
cual la combatió tenazmente. Su cuestionario, ampliamente utilizado desde 1954, se
ha convertido hoy en un clásico de la medición de las actitudes sociopolíticas.
La segunda parte es un alegato para que la investigación sobre actitudes se base
en la teoría del aprendizaje, puesto que «el concepto de actitud coincide plenamente
con el de hábito en la forma en que lo define Hull, la actitud no pasa de ser una
forma especial de SHR (estímulo-hábito-respuesta), y al identificar de esta forma los
dos términos logramos la inapreciable ventaja de poder utilizar los amplios
conocimientos alcanzados en la teoría del aprendizaje para nuestras predicciones
acerca del comportamiento de las actitudes» (Eysenck, 1964, págs. 354-355).
Hovland había trabajado a finales de los añ.os treinta y principios de los cua
renta en el laboratorio de aprendizaje animal de Yale, bajo la dirección de Hull.
Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial colaboró en la obra colectiva
coordinada por Stouffer El soldado americano. En dicha obra, que constaba de
varios volúmenes, Hovland fue el responsable de los «experimentos sobre comunica
ción de masas».
Reincorporado a la actividad docente en la universidad de Yale, dirigió el
Programa de Comunicación de esta universidad, que duró aproximadamente diez
años (de 1950 a 1960). En él se analizaron con un detalle desconocido hasta
entonces y con el uso exclusivo del experimento bivariado las caracteristicas de una
comunicación persuasiva que resultan eficaces para conseguir cambios de actitud. En
un artículo de 1959 Hovland comparó los resultados de sus estudios experimentales
con los que aparecían en estudios de cambios de actitud en situaciones naturales.
Entre la gran cantidad de efectos puestos al descubierto por la investigación de
Hovland y su grupo destaca el efecto de «adormecimiento» (Sleeper-ejfect): el efecto
de la credibilidad del comunicante tiende a desaparecer con el paso del tiempo
(Kelman y Hovland, 1954). Es decir, «con el paso del tiempo las opiniones de los
56 Psicologla Polltica
sujetos tienden a cambiar en la dirección del argumento del comunicante (de baja
credibilidad), pero vuelven a bajar cuando al sujeto se le recuerda quién (ha dado el
mensaje)» (Davies, 1 973, pág. 1 1). Las implicaciones de este efecto son interesantes
para la conducta política en la medida en que pueden explicar los cambios de
actitudes y creencias que se producen en la sociedad bajo la influencia de grupos
minoritarios y hasta marginales.
Mientras Eysenck y otros autores predicen la conducta política a partir de la
medición de una sola actitud, Smith, Bruner y White ( 1 956) lo hacen centrándose en
las funciones que desempeñan para la persona sus opiniones y actitudes fundamen
tales. La idea básica es que si se sabe para qué le sirven a una persona sus opiniones
y actitudes, se tiene ya una idea acerca de las razones por las que las ha adoptado y
las mantiene y acerca de las estrategias adecuadas para modificarlas.
Cuatro son las funciones que señalan estos autores: utilitaria o de ajuste, cuando
la actitud sirve para establecer una relación social: identificarse con un determinado
grupo de referencia, por ejemplo; externalizadora, cuando sin pretenderlo el sujeto
responde a un suceso externo de una forma que expresa un conflicto interno: las
actitudes prejuiciosas hacia grupos minoritarios que ocultan una fuerte inseguridad
personal; evaluadora de objetos, cuando sirve para captar y percibir objetos y
sucesos del ambiente desde un cierto punto de vista que refleja los intereses de la
persona: tiende a estar en la base de la categorización de objetos; expresiva, cuando
sirve para transmitir el estilo personal y característico de un individuo (véase
Kiessler y otros, 1 969, págs. 302-3 30, para una ampliación de estos conceptos).
De poderoso impacto en las teorías sobre actitudes y por ello en el campo de
las actitudes sociopolíticas puede calificarse el efecto de la obra de Festinger Una
teoría de la disonancia cognoscitiva ( 1 957), donde se presenta al individuo como
incapaz de soportar la disonancia cognoscitiva, es decir, la incoherencia entre los
propios pensamientos o entre los pensamientos internos y la conducta externa, y
donde se exponen también las formas de que disponen los individuos para reducir
la disonancia cuando ésta se produce.
El experimento de Asch conocido como «presión unánime de la mayoría» ( 1952)
muestra el enorme poder del grupo para distorsionar las percepciones. Pero creó
también un paradigma de investigación para el estudio del conformismo o someti
miento a las normas de la mayoría, pese a que la intención original del autor era
estudiar las condiciones que favorecen la independencia del juicio. .
Cuando la inmensa mayoría de los psicólogos sociales estadounidenses se
centraba en el estudio del conformismo, Marie Jahoda abordaba el de la indepen
dencia en el contexto político creado por el maccarthysmo ( 1 953 con Cook, 1 956a,
1956b). La distinción que le otorgó la APA en 1 979 así lo reconoce: «Durante la era
de McCarthy estudió el impacto de las medidas de seguridad y de diferentes clases
de listas negras sobre la autoimposición de restricciones en la conducta. Su trabajo
durante ese periodo iluminó el efecto real de la obediencia ideológica propiciada
por la cruzada anticomunista» ( 1980, pág. 74).
Los conocidos estudios de Harlow y sus colaboradores ( 1 953, con Zimmerman,
1 958) con monos mostraron los dramáticos efectos que tenía sobre el comporta
miento de estos animales en la edad adulta el haber sido criados en aislamiento o
Panorama histórico de la Psicología Polftica 57
con madres artificiales (apatía, agresividad, dificultad de relación con los congéneres
y similares). Similares efectos encontró el psicoanalista René Spitz ( 1959) en niños
que habían sido criados en orfelinatos, a pesar de que tales niños estaban bien
atendidos por lo que respecta a la satisfacción de sus necesidades biológicas.
En esta misma línea el trabajo que publicó White en 1 959, al introducir la
noción de una motivación de competencia, provocó dos cambios importantes en el
campo de la motivación. En primer lugar, añadió un mecanismo motivacional de
nuevo cuño a la lista clásica de la reducción del impulso, el incentivo, la claridad
consistencia cognitiva y la búsqueda de activación: la competencia, aun siendo
motivacional, se basa en «una interacción efectiva con el ambiente». Más importan
te aún es la implicación del nuevo mecanismo propuesto: «Los motivos humanos
son elaboraciones aprendidas a partir de esta base» (Stone, 1 974, pág. 108). En
última instancia introduce White en Psicología la idea de que el motor de la
conducta humana en general coincide con el de la conducta política.
Según Inkeles y Levinson (1 969), el año 1955 marca el fin de un periodo -el
primero- en los estudios de Cultura y Personalidad, nombre genérico que se aplica
a todos aquellos que utilizan la idea de una «estructura básica de la personalidad».
Esta línea de investigación había llegado a un callejón sin salida debido a un
elevado número de problemas metodológicos: no se recogían datos sistemáticos y
representativos de las características de personalidad de las poblaciones de interés;
no se estudiaban con detalle las prácticas de crianza utilizadas; se suponía que
« ... pautas de conducta compartidas están producidas por pautas de personalidad
compartidas que, a su vez, son producto de experiencias compartidas de pautas de
crianza» (House, 198 1 , pág. 543). Los estudios empíricos desmentían estos supues
tos. Ni las pautas de personalidad son homogéneas ni las prácticas de crianza
uniformes en las sociedades primitivas. Los vínculos postulados entre prácticas de
crianza y personalidad tampoco aparecían con claridad. Ante la acumulación de
problemas comienzan a surgir otros estudios con nuevos y más sólidos plantea
mientos.
El trabajo de Milgran ( 1 963, 1 969) alcanzó notoriedad entre el público en
general por la situación extrema a que se exponía a los sujetos experimentales y
entre los psicólogos sociales por crear un paradigma para el estudio de la influencia
social. Pero la razón asiste a Stone ( 198 1 ) cuando lo considera como una clara
demostración de la influencia de los factores situacionales sobre la conducta por
encima de las diferencias de personalidad. Más del 90 por 1 00 de los sujetos
58 Psicología Polftica
política que los niños y niñas de la clase trabajadora y que en ambas clases dicho
interés era mayor en los niños; curiosamente, los padres de clase media inculcaban a
sus hijos concepciones más democráticas y activas en la toma de decisiones.
Probablemente el proceso de socialización más importante desde el punto de
vista social es el desarrollo moral, es decir, el proceso por el cual el niño adquiere
normas y creencias relativas a la conducta moral. El desarrollo moral ha sido
estudiado por numerosas teorías, cada una de las cuales lo ha abordado de una
forma peculiar. Por ejemplo, el psicoanálisis se refiere a él como desarrollo del
superyó. No obstante, ha sido la perspectiva cognitiva la que mejor ha descrito el
proceso de desarrollo moral siguiendo el célebre trabajo pionero de Piaget. Kohl
berg ( 1 963) difiere de Piaget al considerar el desarrollo moral como un proceso
extenso y complejo, en lugar de como un simple paso de la moral heterónoma a la
autónoma. Además, su análisis supone que el paso de un estadio a otro implica un
cambio en los modos de pensamiento asociados al estado anterior. Distingue seis
estadios de desarrollo moral que son en realidad tres niveles de moralidad, cada
uno de ellos constituido por dos tipos: 1 ) evitación del castigo, 2) obtención de
recompensas, 3) evitar la desaprobación, 4) «evitar la censura de las autoridades
legítimas y la culpa resultante», 5) mantener el respeto de observadores imparciales
que juzgan según el bienestar de la comunidad y 6) evitar la autocensura ( 1963,
páginas 1 3- 1 4).
Al final de la década aparecen dos libros con el título de Socialización política,
escrito uno por Dawson y Prewitt y el otro por Laughton, que si bien confirman la
idea ya expuesta del amplio desarrollo acontecido en el subcampo de la socializa
ción política, muestran por otra parte que, pese a las reiteradas afirmaciones
teóricas que enfatizan la importancia de los primeros años de vida, pocos han sido
los intentos realizados para abordar un conocimiento empírico de los procesos de
socialización en dichos años.
Hay que citar también el libro Socialización política, de Greenberg ( 1970), que
constituye una magnífica síntesis de algunas de las principales investigaciones
realizadas en el área en la década anterior. También magnífica es la síntesis ofrecida
por D. O. Sears en su trabajo sobre conducta política incluido en el volumen quinto
de la segunda edición del Handbook de Lindzey y Aronson.
Como señala Davies ( 1 973, pág. 21 ), después de la Segunda Guerra Mundial
aparecen varias líneas de investigación en el campo de la Psicología P9lítica
bastante independientes entre sí. Una de ellas es el estudio de la conducta de voto
en las democracias estables que encuentra un buen ejemplo en las investigaciones
desarrolladas por el Survey Research Center de la Universidad de Michigan
(Campbell y otros, 1 960). La obra del propio Campbell supone el paso de una
perspectiva macrosocial y demográfica a una reflexión de carácter más psicológico
en la que variables como las actitudes hacia los candidatos y la identificación con
un determinado partido político comienzan a ser tenidas en cuenta (Sobral y otros,
1 986, pág. 59). Pero uno de los aspectos más interesantes de la obra de Campbell de
1 960 es su estudio del «sentido de eficacia política». Cuando un individuo tiene un
alto sentido de eficacia política, y ésta se mide con una escala de cinco ítems, piensa
que los ciudadanos pueden influir efectivamente en los asuntos de gobierno del país;
Panorama histórico de la Psicologla Polltica 61
cuando es bajo piensan que los políticos y sus actividades están más allá del poder y
control del ciudadano de a píe. También encontró un resultado muy sugerente: l a
ausencia de correspondencia entre e l liberalismo hacia los asuntos públicos y e l
liberalismo hacía l o s asuntos privados o domésticos. Este doble criterio h a vuelto a
aparecer con posterioridad en otros campos como las actitudes sexuales, el reparto
de tareas domésticas y similares.
En el mismo sentido, aunque careciendo de respaldo empírico, hay que citar la
obra de Milbrath ( 1965), que realizó una síntesis sistemática de las razones y los
modos de la participación política, logrando una gran coherencia teórica.
A ·Robert Lane ya se le ha mencionado en la década anterior. En ésta publica
dos importantes obras. La primera se denomina Ideología política ( 1 962), y se
dedica en realidad al estudio de las raíces de las actitudes políticas. Con una
metodología inspirada en la psicobiografia, Lane entrevistó intensivamente a quince
personas de la clase trabajadora (cada entrevista duraba entre diez y quince horas) y
encontró en ellos cierta ambivalencia, es decir, respeto, a la vez que resentimiento,
hacia la autoridad y el sistema en el que vivían.
En su libro Pensamiento y conciencia política ( 1969) aborda el estudio empírico
de un tema muy poco analizado por los trabajadores del campo de la Psicología
Política: las formas a través de las cuales las personas adquieren conciencia de sí
mismas como participantes autoconscientes en el proceso político.
En Francia Meynaud y Lancelot publican en 1 962 su obra Las actitudes
políticas, donde desde una perspectiva exclusivamente teórica sintetizan el estudio
de los «factores y mecanismos que orientan los comportamientos políticos de los
ciudadanos: conducta electoral, inscripción en un partido, adhesión a un movimiento
revolucionario, etc.» ( 1 962, pág. 5).
Idéntico carácter tiene la obra del sociólogo belga S. Bernard, Las actitudes
políticas en democracia ( 1968). En ella pretende poner en relación diversas áreas de
sociología política que, a su juicio, han permanecido separadas, como son los
fenómenos de autoridad, influencia, grupos, actitudes y comportamientos políticos.
Se centra en la elaboración de una tipología no exhaustiva, sino exploratoria de
actitudes políticas en el marco de las sociedades democráticas.
Es en esta década cuando Rotter inicia su línea de investigación que influirá en
contextos y fenómenos muy diferentes entre sí, desde los trastornos psíquicos al
cambio social en las comunidades marginales. Partiendo del aprendizaje social en el
cual se concede importancia a las expectativas que los individuos tienen sobre su
medio, desarrolla el concepto de «locus de control». Con él se refiere a un rasgo de
personalidad que caracteriza a las personas en función del grado de responsabilidad
personal que esperan tener sobre los sucesos que les ocurren. El locus de control
externo designa a la persona que cree que todo lo que le ocurre es fruto del destino,
la suerte o las acciones de los demás y, por tanto, carece de control; el locus de
control interno designa a la persona que cree que todo lo que le ocurre es fruto de
sus propias capacidades y esfuerzos.
La teoría de Rotter tiene una gran similaridad con una formulación realizada
con anterioridad por Seeman ( 1959) sobre la alienación. Entre los cinco significados
distintos de este término interesan fundamentalmente tres en el contexto de la
62 Psicologfa Política
individuo» (Kelman, 1 965, pág. 6). Los factores psicológicos formarán parte de una
(potencial) teoría general de las relaciones internacionales siempre y cuando se
hayan identificado con anterioridad «los puntos del proceso en que son aplicables».
Dos áreas de estudio de la Psicología se destacan por su relevancia para la
conducta internacional: las imágenes nacionales e internacionales y los procesos de
interacción en las relaciones internacionales. «Imagen» es la concepción que tiene la
persona de su nación, de otras naciones y del sistema internacional como un todo.
Cada nación transmite una imagen concreta que es adoptada más o menos
parcialmente y con mayor o menor fidelidad por todas las personas de esa nación.
Por eso la imagen ayuda a conceptualizar la ideología política como una vincula
ción del nivel sistémico con el individual. También sirve para establecer compara
ciones entre la forma en que una nación trata de presentarse a sí misma ante las demás
y la forma en que las demás la perciben. Varios artículos del libro estudian los
determinantes de las imágenes nacionales e internacionales.
Los sistemas nacionales e i nternacionales sirven también como contexto defini
torio de una serie de interacciones sociales: a) procesos de interacción que tienen
lugar en una determinada población nacional y «sirven para crear un estado de
preparación para ciertos tipos de acción internacional» (1 965, pág. 29). Ejemplo: el
surgimiento de un sentimiento nacionalista; b) los que protagonizan dentro del
Gobierno las personas responsables de las relaciones internacionales; c) las interac
ciones directas de personas de diferentes nacionalidades.
Pero tanto los estudios sobre imágenes como los estudios sobre interacciones en
el contexto de las relaciones internacionales realizan unas aportaciones cuya
importancia se aprecia sólo si se las ubica en el marco conceptual apropiado. En
términos de Kelman, sólo si se está en condiciones de contestar satisfactoriamente a
esta pregunta: ¿cuál es la probabilidad de que una secuencia de sucesos iniciada por
una situación dada de interacción (entre dos naciones) produzca un (determinado)
resultado, que puede ser, por ejemplo, la guerra o la paz?
Responder a esta pregunta exige realizar dos análisis diferentes. En primer lugar,
seguir la evolución de la interacción a través de sus cinco fases: comunicación,
definición de la situación, desarrollo de un clima propicio para la acción, acción
propiamente dicha y consecuencias de la acción en términos de un nuevo nivel de
interacción o de vuelta al equilibrio inicial. En segundo lugar, prestar atención a los
factores que influyen en cada una de las fases: societales, características de las
naciones que marcan los límites de las relaciones internacionales; actitudinales,
predisposiciones hacia ciertas decisiones y acciones; estructurales, se refieren a quién
influye en las decisiones y cómo se ejerce la influencia. El análisis psicosociológico se
centra preferentemente en «los efectos de las variables actitudinales en la interacción
entre dos naciones» (Kelman, 1 965, pág. 33).
Extraordinariamente actuales son los planteamientos de Charles Osgood ( 1 962)
-quien fuera primer presidente de la American Psychological Association� al
plantear que la reducción de la tensión internacional se lograría cuando una nación
iniciara un progresivo desarme unilateral, pues esto provocaría en la otra nación
antagonista una presión para que obrara de modo recíproco.
En 1 948, el año después de la muerte de Lewin, la Sociedad para el Estudio
66 Psicología Política
Burgaleta, R. ( 1 976): Las actitudes sociales primarias de los universitarios españoles. Un nuevo
cuestionario, Madrid: Marova.
Buss, A. R. (ed.) ( 1 979): Psychology in Social Context, Nueva York: lrvington.
Campbell, A.; Converse, P. E.; Miller, W. B., y Stokes, W. E. ( 1964): The American Voter: and
Abridgment, Nueva York: Wiley (publicado originalmente en 1 960).
Catlin, G. ( 1 927): The Science and Methods of Politics, Nueva York: K nopf.
Catlin, G. ( 1 930): A Study of the Principies of Politics. Londres: Allen and Unwin.
Catlin, G. ( 1 9 50): A History of Political Philosophers, Londres: Allen and Unwín.
Centers, R. ( 1949): The Psychology of Social Classes. A Study of Class Consciousness, Nueva
York: R ussell and Russell.
Ch nstiansen, B. ( 1959): Attitudes toward Foreing Ajfairs as a Function of Personality, Oslo:
Oslo Univ. Press.
Christie, R., y Geís, F. L. ( 1 970): Studies in Machiavellianism, Nueva York: Academic.
Clark, K. B. ( 1 965): «Kurt Lewín Memorial Award Address, 1 965: problems of power and
social change: toward a relevant Social Psychology» , Journal of Social /ssues, 2 1 , págs. 4-20.
Coopersmith, B. ( 1 967): The Antecedents of Self-Esteem, San Francisco: Freeman.
Davies, J. C. ( 19 73): «Where from and where to?», en J. Knutson (ed.): The Handbook of
Political Psychology, San Francisco: Jossey-Bass, págs. 1-27.
Dávila, G., y otros ( 1 956): «lmage of americans in the mexican child», en Psychological
Approaches to l ntergroup and International Understanding, Austin: Hogg Foundation for
Mental Hygiene.
Dawson, K. E., y Prewitt, K. ( 1969): Política/ Socialization: an Analytical Study, Boston: Little
Brown.
De Castro Aguirre, C. ( 1 968): «Estereotipos de nacionalidad en un grupo latinoamericano»,
Revista de Psicología General y Aplicada, 23, págs. 235-268.
De Man, H. ( 1 928): Socialismens psykologi, vols. l y 2, Estocolmo: Tiden.
Dicks, H. V. ( 1 9 50): «Personality traits and national socialist ideology», Human Relations, 3,
págs. 1 1 1 - 1 54.
DiRenzo, G. J. ( 1 967): Personality, Power and Politics: a Social Psychological Analysis of the
ltalian Deputy and His Par/iamentary System, Notre Dame: University of Notre Dame
Press.
Dollard, J.; Doob, L. W.; Miller, M. E.; Mowrer, O. H., y Sears, R. R. ( 1 939� Frustration and
Aggression, New Haven: Yale Univ. Press.
Durkheim, E. ( 1983): De la division du travail social, París: F. Alkan.
Duverger, M. ( 1 955): The Po/itical Role of Women, París: UNESCO.
Duverger, M. ( 1959): An lntroduction to the Social Sciences with Special Reference to Their
Methods, Nueva York: Harper and Row.
D uverger, M. ( 1 964): lntroduction a la politique, París: PUF.
Easton, D., y Hess, D. ( 1 962): «The child's political world», Midwest J,l'JUrnal of Political
Science, VI, págs. 229-246.
Erikson, E. H. ( 1 950): Childhood and Society, Nueva York: W. W. Morton.
Erikson, E. H. ( 1 958): Young Man Luther, Nueva York: W. W. Norton.
Erikson, E. H. ( 1 969): Gandhi's Truth, Nueva York: W. W. Norton.
Eulau, M. ( 1 968): «Political behaviorn, en D. L. Sills (ed.): International Encyclopaedia of the
Social Sciences, Nueva York: Macmillan, vol. 1 2.
Eysenck, H. J. ( 1 9 54): The Psychology of Politics, Londres: Routledge and Kegan Paul
(Psicología de la decisión política, Barcelona: Ariel, 1964).
Eysenck, H. J., y Wilson, G. D. ( 1 978): The Psychological Basis of ldeology, Lancaster: MTP
Press Ltd.
72 Psicología Política
Festinger, L. ( 1957): A Theory of Cognitive Dissonance, Nueva York: Harper and Row.
Freud, S. ( 1 9 1 3): Totem y tabú, Madrid: Biblioteca Nueva, 1973.
Freud, S. ( 1922): Massenpsychologie und Ich-Analyse (Psicología del grupo y análisis del yo),
versión cast.: Madrid, Biblioteca Nueva, 1973.
Freud, S. ( 1930): El malestar de la cultura, Madrid: Biblioteca Nueva, 1973.
Fromm, E. ( 1 94 1): Escape from Freedom, Nueva York: Rinehart.
Gorer, G. ( 1 943): «Themes in japanese cultura», New York Academy of Sciences, 5, págs. 106-
1 24.
Gorer, G., y Rickman, J. ( 1949): The Peop/e of Great Russia, Londres: Gresset Press.
Gramsci, A. ( 1 948): Se/ections from the Prison Notebooks (Q. Hoare y G. N. Smith eds. y
trads.), Nueva York: International Pub!., 1971.
Greenberg, E. S. (eds.) ( 1970): Política/ Socialization, Nueva York: Atherton Press.
Greenstein, F. l. ( 1960): «The benevolent leader: children's images of political authority»,
American Política/ Science Review, LIV, págs. 934-943.
Greenstein, F. l. ( 1 965): Children and Polítics, New Haven: Yale Univ. Press.
Greenstein, F. l. ( 1973): «Political psychology: a pluralistic universe», en J. Knutson (ed.): The
Handbook of Política/ Psychology, San Francisco: Jossey-Bass, págs. 438-469.
Hamon, A. ( 1984): Psycho/ogie du mi/itaire professionne/. Études de psycho/ogie socia/e,
Bruselas: C. Rosez.
Hamon, A. ( 1 985): Psycho/ogie de /'anarchiste-socialíste, París: P. V. Stock.
Harlow, H. F. (1953): «Mice, monkeys, men, and motives», Psycho/ogical Review, 60, págs. 23-32.
Harlow, H. F., y Zimmerman, P. ( 1959): «Affectional responses in the infant monkey»,
Science, 1 30, págs. 421-432.
Hermann, M. G. (ed.) ( 1986): Política/ Psychology, San Francisco: Jossey-Bass.
Hess, R. D., y Easton, D. ( 1 960): «The child's changing image of the president», Public
Opinion Quarterly, 24, págs. 632-644.
Himmelstrand, V. ( 1960): Social Pressures, Attitudes and Democratic Processes, Estocolmo:
Almqvist and Wiksel.
House, J. S. ( 1 98 1): «Social structure and personality», en M. Rosenberg y R. H. (eds.): Social
Psychology: Sociologica/ Perspectives, Nueva York: Basic Books, págs. 525-56 1 .
Hovland, C . l. ( 1959): «Reconciling conflicting results derived from experimental and survey
studies of attitude change», American Psycho/ogist, 14, págs. 8- 1 7.
Hyman, H. H. ( 1959): Política/ Socialízation: a Study in the Psycho/ogy of Política/ Behavior,
Nueva York: Free Press.
Inkeles, A. ( 1960): «Industrial man: the relation of status to experience, perception and
value», American Journal of Sociology, 66, págs. 1-3 1 .
Inkeles, A . ( 1969): «Making men modern: on the causes and consequences of individual
change in six developing countries», American Journa/ of Sociology, 75, págs. 208: 225.
Inkeles, A. ( 1978): «National differences in individual modernity», Comparative Studies in
Socio/ogy, 1, págs. 17-72.
Inkeles, A., y Levinson, D. J. ( 1969): «National Character: the study of modal personality and
sociocultural systems», en G. Londzey y E. Aronson (eds.): The Handbook of Social
Psychology, Reading: Addison-Wesley, 2.ª ed., págs. 4 18-506.
Jahoda, M. ( 1956a): «Anticommunism and employment policies in radio and television», en J.
Cogley (ed.): Report on B/acklísting, Nueva York: Amo Press.
Jahoda, M. ( 1956b): «Psychological issues in civil liberties», American Psycho/ogist, 1 1, pági
nas 234-240.
Jahoda, M., y Cook, S. W. ( 1 953): «ldeological compliance as a social psychological process»,
en C. J. Friedrick (ed.): Totalítarianisms, Cambridge: Harvard Univ. Press.
Panorama histórico de la Psicología Política 73
Lubek, l., y Apfelbaum, E. ( 1982): Early Social Psychology Writings of the «Anarchist»
A ugustin Hamon, manuscrito inédito citado en Apfelbaum, 1 986.
Lynd, R . S., y Lynd, H. M. ( 1 929): Middletown, Nueva York: Harcourt Brace.
Lynd, R. S., y Lynd; H. M. ( 1 937): Middletown Revisited, Nueva York: Harcourt Brace.
Marrow, A. J. ( 1 969): The Practical Theorist: the Life and Work of Kurt Lewin, Nueva York:
Basic Books.
Maslow, A. H. ( 1 943): «A theory of human motivation», Psychological Review, 50, págs. 370-
396.
McClelland, D. C. ( 1 96 1 ): The Achieving Society, Princeton: Van Nostrand.
McDougall, W. ( 1908): Introduction to Social Psychology, Londres: Methuen.
Meynaud, J., y Lancelot, A. ( 1962): Les attitudes politiques, París: PUF.
Milbrath, L. ( 1 965): Political Participation, Chicago: Rand McNally.
Milgram, S. ( 1 963): «Behavioral study of obedience», Journal of Abnormal Social Psychology,
67, págs. 371 -378.
Milgram, S. ( 1969): Obedience to Authority, Nueva York: Harper and Row.
Miller, N. E., y Dollard, J. E. ( 1 94 1 ): Social Learning and lmitation, New Haven: Yale Univ.
Press.
Minton, H. L. ( 1984): d. F. Brown's Social Psychology of the 1930s: a historical antecedent
to the contemporary crisis in Social Psychology», Personality and Social Psychology
Bulletin, 10 ( 1 ), págs. 3 1 -42.
Montero, M. ( 1 986): «Political Psychology in Latín America», en M. G. Hermann (ed.):
Political Psychology. San Francisco: Jossey-Bass, págs. 4 14-433.
Mulkay, M. J. ( 1 97 1 ): Functionalism, Exchange and Theoretical Strategy, Londres: Routledge
and Kegan Paul.
Munne, F. ( 1 982): Psicologías sociales marginadas: la línea de Marx en Psicología Social,
Barcelona, Hispanoeuropea.
Murphy, G.; Murphy, L. B., y Newcomb, T. M. ( 1937): Experimental Social Psychology,
Nueva York: Harper.
Murray, H. A. ( 1 938): Explorations in Personality, Nueva York: Oxford Univ. Press.
Newcomb, T. M. ( 1 964): «El desarrollo de las actitudes en función del grupo de referencia: el
estudio de Benningtom>, en J. R. Torregrosa y E. Crespo (eds.): Estudios básicos de
Psicología Social, Madrid-Barcelona: CIS-Mora, págs. 299-3 1 3.
Newcomb, T. M.; Koenig, K.; Flacks, R., y Warwick, D. (1967): Persistence and Change,
Nueva York: Wiley.
Osgood, C. E. ( 1 962): A n Alternative to War or Surrender, Urbana: Unív. of Illinois Press.
Pareto, V. ( 1 902): Les systemes socialistes, París: Girad et Briere.
Pareto, V. ( 1 909): Manuel d'économie politique, París: Girad et Briere.
Pavlov, l. P. ( 1927): Los reflejos condicionados, Buenos Aires: Peña Lillo, 1964.
Píaget, J. ( 1 924): Le jugement et le raisonnement chez l'enfant, Neuchatel y París: Delachaux et
Niestle.
Pinillos, J. L. ( 1 963): «Análisis de la escala F en una muestra española», Revista de Psicología
General y Aplicada, 70, págs. 1 1 5 5- 1 1 74.
Reich, W. ( 1 933): La psicología de masas del fascismo, Buenos Aires: Latina, 1 974.
Ríesman, D.; Glazer, N., y Denney, R. ( 1 950): The Lonely Crowd: a Study of the Changing
American Character, Cambridge: Yale Univ. Press.
Rocangliolo, R. ( 1969): Estudiantes y política, Lima: Universidad Católica.
Rodríguez, A. ( 1 977): «Psicología Social: perspectivas después de una crisis», Revista de
Psicología General y Aplicada, XXXII, 148, págs. 849-862.
Rokeach, M. ( 1 960): The Open and Closed Mind, Nueva York: Basic Books.
Panorama histórico de la Psicología Política 75
Rotter, J. B. ( 1966): «Generalized expectancies for internal vs. externa! control reinforce
ment», Psychological Monographs, 80, págs. 1-28.
Salazar, J. M. ( 1 961): Determinantes y dinámica de las actitudes políticas de estudiantes
universitarios, Caracas: Univ. Central de Venezuela.
Sears, D. O. ( 1969): «Political Behavior», en G. Lindzey y E. Aronson (eds.): Handbook of
Social Psychology (vol. 5), Reading: Addison-Wesley.
Seeman, M. ( 1959): «Ün the meaning of alienation», American Sociological Review, 24.
Seoane, J. ( 1 982): «Psicología Cognitiva y Psicología del Conocimiento», Boletín de Psicolo
gía, 1 , págs. 25-43.
Seoane, J. ( 1982): Cambio de valores en Europa: hacia una concepción europea del valor (no
·publícado).
Sherif, M., y otros ( 1 96 1 ): lntergroup Conflict and Cooperation. The Robbers Cave Experiment,
Norman: Institute of Group Relations.
Sjoblom, G. ( 1968): Party Strategies in a Multiparty System, Lund: Studentlitteratur.
Skinner, B. F. ( 1 943): Walden Dos. Barcelona: Fontanella, 1968.
Skinner, B. F. ( 197 1 ): Beyond Freedom and Dignity, Nueva York: Knopf.
Smith, M. B.; Bruner, J. S., y White, R. W. ( 1956): Opinions and Personality, Nueva York:
Wiley.
Sobra!, J.; Sabucedo, J. M., y Vargas, P. ( 1 986): «Powerlessness y participación política
convencional», Revista de Psicología Social, 1 ( 1 ), págs. 57-68.
Spitz, R. (1949): «The role of ecological factors in emotional development in infancy», Child
Development, 20, págs. 145- 1 55.
Spranger, E. ( 1928): Types of Men, Halle: Niemeyer.
Stoetzel, J. ( 1 943): Théorie des opinions, París: Fayard.
Stoetzel, J. ( 1945): L'étude experimentale des opinions, París: Fayard.
Stone, W. F. ( 19 74): The psychology of Politics, Nueva York: Free Press.
Stone, W. F. ( 1 98 1): «Political Psychology: a Whig history», en S. L. Long (ed.): The
Handbook of Política[ Behavior, vol. I, Nueva York: Plenum Press, págs. 1 -67.
Studien über Autoritiit und familie ( 1936): París.
Sullivan, H. S. ( 1 947): Conceptions of Modern Psychiatry, Washington: V. A. White Psychiatry
Foundation.
Suzman, R. N. (1977): «The modemization of personality», en G. J. DiRenzo (ed.): We, the
People: American Character and Social Change, Westport: Greenwood Press, págs. 40-77.
Tajfel, H. ( 1984): Grupos humanos y categorías sociales, Barcelona: Herder.
Thomas, W. I. ( 1 923): The Unadjusted Girl, Boston: Little Brown.
Tolman, E. C. ( 1 942): Drives toward War, Nueva York: Appleton-Century.
Torregrosa, J. R. ( 1 969): «Algunos datos y consideraciones sobre el autoritarismo de la clase
trabajadora», Revista Española de la Opinión Pública, 16, págs. 33-46.
Torregrosa, J. R. ( 1 974): «Introducción», en J. R. Torregrosa (ed.): Teoría e investigación en la
Psicología Social actual, Madrid, IOP.
Van Kalken, l., y Lepses, J. ( 1950): «Political science in Belgium», en Contemporary Política/
Science, París: UNESCO.
Verba, S. (1961): Small Groups and Political Behavior: a Study of Leadership, Princeton:
Pnnceton Univ. Press (versión cast. en la editorial Rialp, Madrid).
Wallas, G. ( 1908): Human Nature in Politics, Londres: Constable.
Watson, J. B. ( 1925): Behaviorism, Nueva York: Norton.
White, R. W. ( 1959): «Motivation reconsidered: the concept of competence», Psychological
Review, 66, págs. 279-334.
Winter, D. G. ( 1973): The Power Motive, Nueva York: Free Press.
Wylie, R. C. ( 1962): The Self-Concept, Lincoln: University of Nebraska Press.
3 Conducta política individual
J O R G E SO B RAL
1. Introducción
2. El liderazgo político
comprender una supuesta excepcionalidad del hombre que llega a ser líder en
contextos políticos. Tal enfoque supone, ciertamente, una petición de principio; si se
indaga con tales presupuestos aquello que se busca podría aparecer, confirmándose
así la bondad de la posición inicial. Mediante ese modus operandi se desata un
proceso de consistencia lógica irrefutable: la excepcionalidad personal sólo puede
ser comprendida mediante el recurso a parámetros psicológicos de no normalidad.
Independientemente de que tales singularidades sean connotadas de forma positiva
o negativa, lo cierto es que, frecuentemente, la psicologizacíón da paso a una
patologización en el enfoque del líder político y sus actividades. Éstas pasan a ser
consideradas como fruto de determinados impulsos irracionales, de una avidez de
poder ilimitado e inusual o de complejos síndromes y mecanismos de defensa. Así,
por ejemplo, cu1;1ndo Lasswell ( 1948), en su famoso trabajo sobre el poder y la
personalidad, estudia el papel de ciertos rasgos de personalidad en la conducta
política, termina por describirnos a los políticos como sometidos a las necesidades
que les imponen síndromes compensatorios y defensivos de profunda raíz biográfi
ca. Cuando alguien inicia una actividad política destacada o cuando ejerce un lide
razgo poco corriente, enseguida se requiere a la Psicología para que proporcione
instrumentos de explicación y análisis. En definitiva, como señala Katz ( 1973), se ha
unido con excesiva frecuencia la conducta política individual a procesos patológicos
o irracionales. Las consecuencias son notables y, a nuestro entender, sumamente
negativas. El recurso a la frialdad psicopática de Franco o a la locura megalómana
de Hitler no hacen más que impedir un análisis del fondo estructúral, social,
económico e ideológico que hicieron posible la aparición de tales personas en el
escenario político así como sus respectivos proyectos políticos. Además, el enfoque
psicologicista nos llevaría a conclusiones cuando menos arriesgadas. Hitler y Franco
tuvieron multitud de enfervorizados seguidores: ¿estaban todos ellos locos?, ¿esta
ban poseídos también ellos por unas irracionales ansias de poder si, por otra parte,
no lo tenían?
Nuestra propuesta inicial es normalizar el análisis psicológico del liderazgo
político o, en otras palabras, hacer una Psicología de la normalidad política. No
por ello deja de ser un análisis atractivo ni debe dejar de ser un análisis psicológico.
Parece que en tales momentos el líder se vuelve más rígido, tiende a sacar
conclusiones con excesiva rapidez, anticipa menos las consecuencias de sus acciones,
tiende a representarse la situación basándose más en elementos de la experiencia
pasada que en el análisis de los datos del presente, se fia menos de sus colaborado
res y tiende a asumir el control directo del proceso de toma de decisiones. En
definitiva, conocer y predecir el comportamiento del líder político en determinadas
situaciones implica, en alguna medida, conocer cuáles son sus recursos para
manejar el stress.
Por último nos referiremos aquí a una serie de factores que son de una
impGrtancia obvia para la comprensión del modo en que se ejerce el liderazgo
político y que constituyen la historia personal del líder. La información acerca de
toda una serie de antecedentes del líder nos permitirá establecer ciertas predicciones
razonables acerca de cómo se comportará en el futuro. En ese sentido parece haber
al menos tres cuestiones básicas a analizar:
del líder no es tanto una propiedad suya como una necesidad de sus seguidores.
Pero, ¿cuáles serían los factores que producen respuestas emocionales de tal
intensidad y tan exageradas creencias acerca del líder? En primer lugar, deberíamos
volver sobre el asunto de la distancia; la intimidad cotidiana entre el líder y
seguidores parece disminuir la ilusión: el contacto continuo no da lugar a aureolas
cuasi mágicas. Tal vez por ello es tan poco frecuente que se produzcan fenómenos
de liderazgo carismático en los niveles jerárquicos más bajos del sistema. Sólo un
líder al que se ve en contadas ocasiones y en circunstancias especiales puede activar
en los demás percepciones carismáticas.
En segundo lugar, un determinado líder puede tener carisma en la medida en
que pueda convertirse en un símbolo de las soluciones deseadas por sus seguidores
para los conflictos. En la personalidad y programa del líder carismático parece
manifestarse una suerte de solución simbólica (Katz, 1973). A ese líder no se le pide
que analice las complejas causas de los problemas o las razones de las frustraciones
de las gentes, sino que se haga eco de sus sentimientos, que funcione como una caja
de resonancia de los mismos y, en su caso, que les impulse en la lucha contra el
enemigo. Por tanto, las ventajas que obtienen los seguidores de tal liderazgo serán
más de tipo psicológico que de orden racional.
Este carisma que implica ese proceso de solución simbólica es mucho más
frecuente en líderes de movimientos sociales, que pretenden producir cambios en el
sistema establecido, que en líderes de estructuras ya establecidas y en armonía con
el sistema.
No ha faltado quien haya recurrido a postulados de corte psicoanalítico para
tratar con el fenómeno del carisma. Así, Sarnoff (1962) ha propuesto que el carisma
puede estar ocultando una continuación de la dependencia establecida con el padre
y, por tanto, una identificación con el líder agresor. Basta para ello con que estén
presentes dos condiciones: a) el líder agresor debe tener un poder muy superior a los
demás, y b) éstos son incapaces de escapar a las consecuencias derivadas del
ejercicio de ese poder por parte del líder. Ello explicaría el hecho de que hayan sido
precisamente los líderes políticos de los sistemas totalitarios aquellos en los que se ha
encontrado más frecuentemente el fenómeno del carisma. Los sistemas totalitarios
tienden, además, a imponer prácticas de crianza y de enseñanza sumamente
autoritarias que perpetúan una dependencia emocional respecto a las figuras de
poder.
Por último, en otros ejemplos de liderazgo carismático no se produce tanto una
dependencia emocional de quien detenta el poder como una distorsión perceptual
del grado en que el líder tiene efectivamente ese poder. Tal como hemos planteado
anteriormente, los seguidores tienden a magnificar el poder atribuido a sus líderes.
Ello parece responder a un elemento de fondo: ese tipo de pensamiento desiderati
vo cumple una función de poder atribuir a alguien la capacidad para resolver los
graves problemas grupales. No importa tanto la corrección lógica de la atribución
realizada como el que ésta sirva para mantener la esperanza y desarrollar nuevas
expectativas de cambio y satisfacción de las necesidades colectivas.
Sintetizando, el carisma es un tema apasionante si se aborda con una perspecti
va decididamente interactiva: seguidores y contextos contribuyen a su aparición y
88 Psícologfa Polftíca
mantenimiento. Es posible dar una visión funcional del carisma estableciendo sus
bases perceptuales, su carácter emocional, los modos de pensamiento implicados y
sus virtualidades para el grupo.
Acabamos de aludir a un enfoque interactivo y habíamos defendido en principio
lo que llamábamos una perspectiva relacional. Tal objetivo sólo se puede plasmar
en desarrollos concretos cuando cada liderazgo político se estudie a través de las
determinaciones y posibilidades ofrecidas por los contextos en que se produce.
A ello nos referiremos inmediatamente.
4. Parámetros contextuales
6. Comentarios finales
político. Podríamos decir que, en este terreno, no ha llegado a cuajar una genuina
visión psicosocial del problema. En este trabajo hemos intentado sugerir los avances
que podría suponer en este tipo de investigación una perspectiva interactiva y re
lacional. Probablemente ello nos permitirá proponer modelos más integrados don
de aparezcan no sólo sus componentes más importantes, sino también las múl
tiples relaciones e interacciones entre ellos. Sin embargo, tampoco hay que ras
garse las vestiduras ante el estado de la cuestión. En ocasiones, la desilusión
se produce por transplantar esquemas epistemológicos sin una reflexión previa. Si
esperamos que en temas como éste puede llegarse a obtener generalizaciones consis
tentes, a modo de ley, que nos permitan tener un conocimiento normativo del
fenómeno, la decepción puede ser inevitable. El liderazgo político como objeto de
estudio es algo tan vivo, cambiante y dinámico, tan sometido a los determinantes
culturales e históricos, que la tesis de Gergen se le p:µede aplicar como anillo al
dedo. Cuando creemos estar empezando a conocerlo, ya ha cambiado; cuando lo
conocemos en un contexto cultural determinado, difícilmente podemos extrapolarlo a
otros ámbitos culturales diferentes. Empeñarse en desconocer esta evidencia condu
ce a la desilusión. Bastante tarea tiene la investigación en este terreno con proponer,
a modo de organigrama vacío, las variables que deben ser tomadas en considera
ción. Para llenarlo de contenido, el enfoque aquí y ahora debe hacer el resto.
pautas de conducta que otras personas deben seguir. Por tanto, el poder es, ante
todo, una relación interpersonal; Max Weber ya se había pronunciado en el mismo
sentido.
Por supuesto que no es nuestra intención hacer aquí una exhaustiva revisión
sobre el estado del tema del poder. Más bien parece nuestra obligación en un capí
tulo titulado «Conducta política individual» abordar el asunto desde otra perspecti
va: cuando se busca una posición de relieve político, ¿se busca el poder? En otras
palabras, ¿es el poder la motivación básica del hombre político? Abordaremos de
inmediato esas cuestiones, pero no quisiéramos hacerlo sin enmarcarlas antes en unas
coordenadas más amplias y menos psicologicistas.
recursos, tener influencia sobre las personas encargadas de llevar esas decisiones a
la práctica, etc. ¿Qué implica esto? Obviamente, tener poder.
También conocemos, desde los famosos trabajos de Schachter, que el motivo de
afiliación no es indiferenciado y genérico. El contacto social no parece tanto un fin
en sí mismo como una conducta intencional y propositiva más; es decir, el contacto
social se busca en la medida en que puede ser instrumentalizado cara a algún fin (la
comparación social o la reducción de la ansiedad, por ejemplo). Precisamente por
eso el contacto social se busca de un modo selectivo a un doble nivel: se eligen las
situaciones a compartir y se elige con quién compartirlas. ¿Qué mejor modo de
desarrollar ese proceso afiliativo-instrumental que teniendo poder para definir las
situaciones y sobre las personas que te rodean?
En definitiva, parece razonable pensar que desde un punto de vista funcional e
instrumental y en un contexto político, el poder es un motivo cualitativamente más
importante y jerárquicamente superior a los de afiliación y logro. Pero no son éstas
las únicas razones para dudar de aquellas investigaciones que relegaron el poder al
status de un motivo más en el contexto político. Hay razones de tipo metodológico
que no podemos olvidar.
El instrumento clásico que se ha utilizado para la medición del motivo de poder
ha sido el TAT; por tanto, se confia en un procedimiento que, basándose en la
fantasía pretende dar pasos posteriores hacia la cuantificación. Uno no duda que el
procedimiento de transformación de una historia fantaseada en criterios cuantitati
vos sea ingenioso y puede llegar a ser útil con fines exploratorios. Pero de ahí a
confiar en su fiabilidad y validez hay un abismo. Las claves que pretendidamente
permiten detectar en la historia proyecciones de deseos de poder son seleccionadas
de un modo arbitrario y el propio contenido de la hipótesis de la proyección es
dificil de aceptar fuera del marco circular de la teorización psicoanalítica. Pero es
que, además, en los estudios a que nos hemos referido y otros muchos de este tipo,
se aplica el TAT a personas que ya ocupan puestos de responsabilidad política y,
por tanto, de poder. No se les aplica antes. En otras palabras, se intenta indagar
acerca del grado de necesidad de poder como predictor de su participación en la
vida política cuando esa necesidad de poder ya está razonablemente satisfecha; no
es de extrañar, pues, que en ocasiones tales proyecciones relativas al poder no
aparezcan o que, incluso, aparezcan más en aquellos individuos (grupos controles)
que previamente no están en una situación de poder. Alguien dijo que quien más
sabe acerca del poder es el que no lo tiene; y lo sabe por sus consecuencias.
Podríamos decir también que quien más desea el poder es el que no lo tiene ni
posee expectativas de llegar a tenerlo.
Por tanto, los resultados obtenidos con esas investigaciones hay que ponerlos en
cuarentena mientras no se hagan más y mejores intentos por desarrollar medidas
objetivas de este tipo de motivaciones.
En el trabajo de Donley y Winter ( 1970) acerca de los presidentes de Estados
Unidos a que antes nos referimos se utilizó un procedimiento distinto que posterior
mente se aplicaría con bastante frecuencia: se trató de inferir el motivo de poder de
tales personalidades políticas a través de sus discursos de toma de posesión. A pesar
del esfuerzo hecho por Winter y Stewart (1977) por dar rigor y sistematizar el
98 Psicologfa Polftica
A no ser que aceptemos aquello tan político de que detrás de cada gran hombre
hay una gran mujer, parece obvio que las mujeres han estado y siguen estando
relativamente marginadas de los puestos de poder político. Una aproximación
lógica a este tema nos conduce de lleno al terreno de las diferentes pautas de
socialización para cada sexo. A través de los modelos educacionales masculino y
femenino se aprenden diferentes modos de relacionarse con la competitividad, el
logro y el poder; a las mujeres no sólo se les ha educado para que fueran menos
proclives a tales cuestiones sino que, además, se les ha generado una relación de
temor ante ellas. Pero esa es una línea de razonamiento demasiado obvia para
extendernos en ella. Más importante, quizá, sería preguntarnos si ello se ha
traducido en que las mujeres estén genéricamente menos motivadas hacia el poder,
o hacia algún tipo específico de poder o, concretamente, hacia el poder político.
Una de las más elementales reglas de la investigación en personalidad aconseja
analizar los datos relativos a hombres y mujeres por separado antes de pasar a
analizarlos conjuntamente. De acuerdo con Winter y Stewart ( 1 9 78), en el caso de
motivo de poder habría que hacerse fundamentalmente dos preguntas relativas al
poder. La primera concierne a si el motivo de poder puede ser activado en las
Conducta polltica individua/ 99
mujeres a través del mismo procedimiento experimental que el usado con varones;
en ese mismo sentido, cabría pensar que con tales procedimientos actuasen en el caso
de las mujeres algunas otras cosas distintas a las que suelen aparecer en las historias
que cuentan a partir de las láminas del TAT. La segunda pregunta hace referencia a
la medida en que la motivación de poder puede predecir las mismas conductas para
varones que para mujeres. A esta segunda pregunta, por supuesto, habría que
intentar responder siempre que otras condiciones y variables mediadoras permane
cieran constantes. Globalmente, la cuestión a plantear es si el motivo de poder y la
conducta se relacionan del mismo modo en hombres y mujeres. Un terreno de
investigación cercano a éste, las diferencias sexuales en la motivación de logro, nos
alerta ante la importancia de la pregunta y lo dificil de la respuesta.
Los procedimientos experimentales utilizados para activar la necesidad de poder
en las mujeres han sido básicamente dos (véase Stewart y Winter, 1 976): la
asistencia a una demostración de hipnosis y la presentación de famosos discursos de
renombrados políticos. En ambos casos los resultados obtenidos fueron los mismos
para mujeres y para hombres: el procedimiento experimental incrementó significati
vamente la motivación de poder en los grupos experimentales en comparación con
los grupos controles. Ello parece confirmar que el motivo de poder puede ser
activado en hombres y mujeres a través de experiencias similares. Las historias
sugeridas por las láminas del TAT, después de ambos procedimientos experimenta
les, no presentaban diferenciación cualitativa ni cuantitativa de temas en ambos
sexos. Si tales resultados experimentales pudieran ser extrapolados a la vida
cotidiana (cosa problemática), cabría pensar que la uniformidad de experiencias
vitales provocarla uniformidad en la disposición hacia el poder. Pero son precisa
mente esos diferentes canales socializadores, a que antes nos referíamos, los que
impiden esa similitud de experiencias y reacciones.
En cuanto a las conductas que se podrían predecir a partir del motivo de poder,
tampoco parece haber diferencias notables entre ambos sexos. El estudio longitudi
nal de Stewart (197 5) puso de manifiesto que las universitarias motivadas hacia el
poder tuvieron, posteriormente, el mismo tipo de ocupaciones que los hombres
motivados hacia el poder. Sin embargo, también hay algunas evidencias de que la
motivación de poder interactúa con el grado de identificación con el rol sexual
(Stewart y Winter, 1974). Aquellas mujeres que más se identifican con el papel
femenino clásico, aunque estén motivadas al poder, se comportarían aceptando los
límites y constricciones que ese papel les señala en cuanto al ejercicio del poder en
su mundo social.
En definitiva, podríamos extraer dos conclusiones a este respecto: a) el grado de
activación de la necesidad de poder parece ser una función de las experiencias con
que se enfrentan las personas y no del sexo, y b) los comportamientos sociales
relativos al poder parecen ser una función del grado de motivación y no del sexo; a
igual motivación, tales comportamientos no dependerían tanto del sexo como del
grado de identificación con las prescripciones de rol que clásicamente el sistema
social ha venido imponiendo a hombres y mujeres.
En conclusión, cuando las mujeres se ven confrontadas con las mismas experien
cias sociales que los varones y, por añadidura, no se encuentran demasiado
1 00 Psicología Política
opinión. Los centros de decisión parecen cada vez más alejados e incontrolables:
templos de poder. El diálogo entre aquellos que detentan el poder y los ciµdadanos,
la permeabilidad, es cada vez más dificil. A la grandilocuencia electoral sucede,
inexorablemente, la sola elocuencia de los cuadros macroeconómicos. El poder se
justifica por el poder mismo. Ello no hace sino propiciar el surgimiento de
sentimientos cada vez más enraizados de powerlessness. De ahí sólo pueden surgir
dos estilos de respuesta, y ambas son esencialmente negativas; la apatía y la
violencia.
Barber, J. D. ( 1 972): The Presidential Character: Predicting Performance in the White House,
Englewood Cliffs, N. Y.: Prentice-Hall. .
Behrens, H. ( 1 982): «Power: an amorphons term-diverse conceptual approaches», en M. J.
Holler (ed.): Power, Voting and Voting Power, Physica-Verlag, Würzburg-Wien.
Brinton, C. ( 1938): The Anatomy of Revolution, Englewood Cliffs, N. Y.: Prentice-Hall.
Browning, R. P. ( 1968): «The interaction of personality and political systems in decísions to
run for office: somedata and a simulation technique», .Tournal of Social Issues, 24, 3, 93-
109.
Browning, R. P., y Jacob, H. ( 1 964): «Power motivation and the política! personality», Public
Opinion Quarterly, 28, 1 75-90.
Burns, J. M. ( 1 978): Leadership, Nueva York: H arper and Row.
Burns, J. M. ( 1 984): The Power to Lead: the Crisis of the American Presidency, Nueva York:
Simon and Schuster.
Davies, J. C. ( 1962): «Toward a Theory of Revolution», American Sociological Review, 27, 5-19.
Conducta política individual 1 01
Davies, J. C. (ed.) (197 1): When Men Revolt and Why?, Nueva York: Free Press.
Donley, R. E., y Winter, D. G. ( 1970): «Measuring the motive of public officials of a distance:
an exploratory study os American presidents», Behavioral Science, 1 5, 227-236.
Dubin, R. ( 1979): «Metaphors of leadership: and overview», en J. C. Hunt y L. L. Larson
(eds.): Crouscurrents in Leadership, Carbondale: Southern Illinois University Press.
George, A. L. ( 1980): Presidential Decision Making ín Foreing Policy: The Effective Use of
Informatíon ami Advice, Boulder: Wertview Press.
Grupp, F. ( 1975): «The power motive with the American State bureaucracy», Yale University:
Conference on Psychology and Politics.
Gurr, T. R. (1 970): Why Men Rebel?, Princeton University Press.
Heimann, M. G. (ed.) ( 1970): A Psychological Examination of Political L.eaders, Nueva York:
Free Press.
Hermann, M. G. (1983): «Publíc leadership quality in micro and macro situations», colabora
ción con Columbia Area Leadership Program.
Hermann, M. G. ( 1 986): «lngredients of leadership», en M. G. Hermann (ed.): Political
Psychology, San Francisco: Jossey-Bass.
Holsti, D. R. ( 1972): Crisis, Escalation and War, Montreal: McGill-Queen's University Press.
Hunt, J. G., y Larson, L. (eds.) ( 1 979): Groscurrents in Leadership, Carbondale: Southen lllinois
University Press.
lyengar, S. ( 1 984): «The evening new and presidential evaluations», J. of Pers. and Soc. Psy.,
46, 776-787.
Katz, D. ( 1 973): «Patterns of leadership», en J. N. Knutson (ed.): Handbook of Political
Psychology, San Francisco: Jossey-Bass.
Kellerman, B. (ed.) ( 1 984): Leadership: Multidisciplinary Perspectives, Englewood Cliffs, N. Y.:
Prentice-Hall.
Lasswell, H. D. ( 1948): Power ami Personality, Nueva York: Viking Penguin.
Lasswell, H. D., y Kaplan, A. ( 1969): De Potere e Societa, Milán: Etas Kompass.
Messeri, A. ( 1973): Il Problema del Potere nella societa Occidentale, Florencia: Sansoni.
Moore, A. H. ( 1983): <<High-Ievel leadership: an exploratory study of the dynamic the job of
presidents of public Two-year colleges in the State of Ohio», disertación doctoral, Ohio
State University.
Passano, A. ( 1978): Sociología del poder, Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
Rejai, M. ( 1 979): Leaders of Revolution, Beverly Hills: Sage.
Rejai, M. (1 984): «Revolutionary leaders and their oppositions», comunicación presentada a
la reunión anual de la International Society of Política! Psychology.
Sarnoff, I. ( 1 962): Personality Dinamics and Development, Nueva York: Wiley.
Stewart, A. l. (1 975): Power Arousal ami Thematic Aperception in Women, American Psycho
Iogical Association Convention, Chicago.
Stewart, A. l., y Winter, D. G. ( 1976): «Arousal of the power motive in womem>, J. of Cons.
ami Clinical Psy., 44, 495-496.
Stodgill, R. M. ( 1 976): Handbook of Leadership Research, Nueva York: Free Press.
Tucker, R. C. (198 1 ): Politics as Leadership, Columbia: University of Missouri Press.
Walker, S. G. ( 1 983): «The motivational foundations of política! belief systems: a reanalysis of
the operational code construct», Inst. Studies Quarterly, 27, 1 79-202.
Winter, D. G., y Stewart, A. J. ( 1 977): «Content analysis as a technique frassessing political
Leaders», en M. G. Hermann (ed.): A Psychological Examination of Political Leaders, Nueva
York: Free Press.
Winter, D. G., y Stewart, A. J. ( 1 978): «The power motive», en H. London y J. Exner (eds.):
Dimensions of Personality, Nueva York: Wiley and Sons.
4 Perso n a l i d ad y po l ít i ca
ELENA 1 BÁÑ EZ
YO LANDA AN D R EU
1. I nt roducción
En este sentido, el tema que nos preocupa va por los extraños vericuetos de la
historia, por los distintos intentos que hizo el hombre no sólo por comprender su
propia naturaleza, sino también por crear organizaciones «políticas», en unos casos
para «controlar» sus perversas «tendencias naturales» (período de la Ilustración), en
otros para que éstas sean las que le pervierten (período romántico). Sin embargo,
esta problemática parece que tiene unos claros antecedentes en el mundo helénico,
en el que, como señala Dumont ( 1 983), «el individuo sustituye a la polis y se
convierte en valor en sí mismo». Desde ese momento, tanto los filósofos como los
políticos intentan encontrar en la personalidad -entendida como constitución,
carácter y temperamento-- la clave que les permita explicar los distintos comporta
mientos políticos que tienen los hombres.
Con todo, son varios los autores (Knutson, 1 973; Stone, 1 974; Greenstein, 1975)
que indican que el auténtico interés por la personalidad de los políticos comienza en
1 930 cuando Lasswell publica su obra Psicopatología y política, en la que analiza a
distintas personalidades políticas a través de técnicas de entrevista, llegando a
establecer, dentro de un marco psicoanalítico, tres tipos de personalidades distintas:
el agitador (representado por los profetas bíblicos), el administrador (prototipo de
los presidentes americanos) y el teórico (representado por K. Marx). Posterior
mente, en 1 948, Lasswell publica Poder y personalidad, obra en la que considera que
«la actividad política resulta del desplazamiento de motivos privados» (citado en
Stone, 1974), relacionando de esta forma, como veremos posteriormente, los
conceptos de personalidad, motivación y política.
Si los trabajos de Lasswell significan un primer intento por poner en relación la
personalidad con la política, también en la misma época comienzan a aparecer los
primeros estudios intentando relacionar la personalidad con las ideologías políticas
o, si se prefiere, con las llamadas actitudes políticas. Son pioneros, a este respecto,
los trabajos de Murphy, M urphy y Newcomb, realizados en 1937 sobre Radicalis
mo-Conservadurismo, así como los de Newcomb de 1 943 sobre Cambio de actitudes
políticas o los de Allport, Vernon y Lindzey de 195 1 sobre el Estudio de los valores,
que pretende establecer una base empírica a los seis tipos de hombre señalados en
1 928 por Spranger: religioso, científico, social, estético, económico y político.
Ahora bien, mientras todos estos trabajos tienen su mirada centrada en el
individuo, ya sea como actor político o como receptor de la política, no podemos
olvidar en esta introducción que existe otra gran trayectoria intentando relacionar
personalidad y política; nos referimos al concepto de carácter nacional que surge en
el siglo XIX a partir de dos fuentes principales: por un lado, la idea romántica de
Volk, desarrollada principalmente por Herder ( 1744- 1 803), quien la considera como
«lo distintivo de un grupo debido a su personalidad colectiva» (en Burnham, 1 968),
y, por otro lado, por la serie de movimientos sociopolíticos de la época. Esta noción
de carácter nacional subraya la especificidad que entraña el concepto de carácter,
así como la unicidad, que sería una de las notas definitorias del concepto de
personalidad (lbáñez, 1 986). A pesar de las críticas que dicho concepto sufrió en la
literatura psicológica, no podemos olvidar que sirvió y sirve de base para muchos
de los estudios realizados sobre estereotipos nacionales (Peabody, 1985) e incluso
para la mayor parte de trabajos realizados sobre prejuicios. Tampoco podemos dejar
1 04 Psicologla Polltica
de recordar que la Volk, entendida como «lo colectivo», fue y sigue siendo para
muchos autores el auténtico objeto de estudio de la Psicología Social (Seoane,
1985).
Existe aún otro modo de considerar las relaciones entre personalidad y política,
consistente en analizar la influencia que la poJítica -tanto a nivel de ideologías
como a nivel de sistemas de gobierno- tiene sobre la forma de conceptualizar y
estudiar la personalidad. Es éste un campo poco analizado y que, sin embargo,
podría servir no sólo para clarificar conceptos a nivel histórico, sino también para
incardinar los estudios sobre personalidad en el contexto sociohistórico en el que se
producen.
Así pues, las relaciones entre personalidad y política abarcarían un amplio
campo que va desde el estudio de las características de personalidad típicas de los
líderes políticos, hasta las características de personalidad típicas de una comunidad
cultural, pasando por todos aquellos trabajos que intentan justificar en las caracte
rísticas individuales las acciones de los pueblos -caso típico de la personalidad
autoritaria, como luego veremos-, o los que pretenden predecir a partir de
características de personalidad la actividad política de los individuos.
sino también sobre sus acciones y opciones políticas posteriores. Es decir, las
relaciones entre personalidad y política deberían entenderse como auténticas
transacciones entre individuo y sociedad.
Teniendo en cuenta estos problemas metodológicos, así como las propuestas de
Stone, Knutson y Greenstein, vamos a centrar ahora nuestro estudio en dos
aspectos de la Psicología de la personalidad más relacionados con la política. Por
un lado, la personalidad autoritaria y sus derivaciones, que podemos considerar
como una de las aportaciones fundamentales que la Psicología de la personalidad
ofreció al mundo político y que pertenece tanto a los estudios tipológicos como a los
de agregación. Por otro lado, los problemas derivados de la motivación de logro y
motivación de poder, que se derivan principalmente de los estudios de caso único, a
pesar de que se pueden considerar auténticas tipologías, y que se derivan más
directamente del intento de analizar la personalidad de los políticos.
4. La personalidad autoritaria
Una vez descrito este síndrome de personalidad, los autores analizaron cómo
estas disposiciones se relacionaban unas con otras y con la estructura de personali
dad como un todo. Para ello, se apoyaron fuertemente en los conceptos freudianos
de ego, superego e id. La clasificación de las nueve variables en los tres conceptos
básicos de la teoría psicoanalítica sería como sigue: el convencionalismo, la
sumisión autoritaria y la agresión autoritaria estarían vinculados al funcionamiento
del superego, caracterizado por la presencia de normas morales estrictas e intentar
mantener el control de impulsos inaceptables. Las tendencias del débil ego del
11O Psícologla Polltica
a) Críticas conceptuales
La más central de todas es, sin duda, la referida a que los autores de Berkeley
asimilaron autoritarismo con ideología de extrema derecha. La primera lanza es
rota por Shils ( 1954) para quien limitar el autoritarismo a personalidad prefascista
es no reflejar la realidad; es decir, el estilo autoritario no tiene por qué implicar, en
Personalidad y política 111
b) Críticas metodológicas
En este punto, han sido varias las críticas realizadas. En primer lugar, está el
hecho de que la muestra utilizada no es representativa de la población objeto de
estudio (Hyman y Sheatsley, 1 954). Si bien esta crítica está sólidamente fundamenta
da -la mayor parte de los sujetos pertenecían a algún grupo político formal-,
también es cierto que ninguna de las investigaciones posteriores, realizadas sobre
distintas muestras, refutaron los resultados obtenidos por el grupo de Berkeley,
respecto a la vinculación entre las escalas AS, E y F.
112 Psicología Polftica
Asimismo, parece que el modo en que fueron utilizadas las entrevistas, así como
el material proyectivo, no fue muy riguroso. En todos los grupos, menos en el de
pacientes psiquiátricos, el investigador conocía las puntuaciones obtenidas por el
sujeto en los cuestionarios y, evidentemente, esto puede introducir un claro sesgo en
la información. Sin embargo, aquí también hay autores que consideran que el hecho
de que los resultados obtenidos en el grupo psiquiátrico fuesen consistentes con los
obtenidos en el resto de casos, permite que se consideren las conclusiones como
válidas (Dillehay, 1978).
Dejando a un lado las cuestiones del tipo de método utilizado, otro grupo de
críticas se han centrado en la escala F, en el sentido de que parece presentar el sesgo
de aquiescencia. Si bien es cierto que autores como Rokeach (1 967) y Goldstein y
Blackman (1978) no consideran tan importante dicho aspecto -pues su presencia
no es tan fuerte y en el porcentaje en que lo está puede deberse, como señala
Adorno, al hecho de que la aquiescencia es una manifestación del autoritarismo-,
no es menos cierta la necesidad de ser conscientes de su presencia no sólo en la
escala F, sino en AS, E y PEC, sobre todo cuando se ponen en relación los
resultados obtenidos en unas y otras (Dillehay, 1978). Parece obvia la vinculación
de este punto con el anteriormente mencionado respecto a la consistencia en las
relaciones halladas entre dichas escalas.
La estructura factorial de la escala F ha sido también fuente de críticas, ya que
diversos autores, entre ellos Kerlinger y Rokeach (1 966) y Eysenck y Wilson (1978)
no encuentran apoyo empírico para la estructuración del autoritarismo en nueve
variables.
Por último, Eysenck postula que la relación de R y T con las distintas opciones
políticas se asemeja a una relación en forma de U, de tal manera que los sujetos
pertenecientes a los partidos políticos extremos en relación con el continuo conser
vador-radical se encontrarían a un mismo nivel en el extremo de mentalidad dura
del factor T; así, a pesar de las diferencias en cuanto a contenido político, unos y
otros presentarían fuertes semejanzas en cuanto a estilo.
Antes de concluir este apartado, es interesante mencionar -<:orno ya apuntamos
antes- que Wilson en 1 973, a partir de un análisis de los componentes principales
de su dimensión de conservadurismo, plantea una solución bidimensional semejante
a la propuesta por Eysenck; se trata de dos factores ortogonales, conservadurismo-
Personalidad y política 115
5.3. Dogmatismo
mista en extremo, planteando un crítica social severa, pero racional» (pág. 206, cit.
en Kreml, 1977). No obstante, si bien en esta definición se hace hincapié en los
adjetivos estilísticos, Kreml está más preocupado por la variable de constructo o
contenido y considera una persona antiautoritaria a toda aquella que se opone de
forma acrítica a los estándares disposicionales, lo manifieste o no mediante rigidez o
cualquier otra evidencia de intolerancia estilística.
Los rasgos esenciales que caracterizan a la personalidad antiautoritaria son:
l. Antiorden. El antiautoritario tiende a encontrar al orden y a las estructuras
que rodean su existencia represivos y así tiende a oponerse a los estándares,
normas y valores convencionales, así como a cualquier indicio que pueda
significar algo semejante, ya que le resulta una carga dificil de soportar.
2. Antipoder. Se refiere a una clara antipatía por lo que conceptualmente
pudiera ser visto como un fenómeno vertical, es decir, relaciones que
impliquen jerarquía. La inclinación extrema se manifiesta en la negación a
participar en una relación de autoridad, tanto en un rol superior como en
uno inferior.
3. Impulsividad. Supone un tipo de personalidad que es incapaz de controlar
sus impulsos, y que desconfia de todos los agentes de la sociedad que
pudieran ejercer tal tipo de control sobre él.
4. Introspección. Referida a la capacidad de estar dominado por sentimientos,
fantasías, especulaciones, aspiraciones, y un largo etcétera; en definitiva, por
poseer un punto de vista humano, imaginativo, subjetivo.
Como vemos, se trata de un intento por completar el puzzle del modelo
autorítario y demostrar la relación de ese modelo con la ideología política.
Una vez planteadas las principales alternativas teóricas que surgieron ante las
criticas al «síndrome autoritario», vamos a ver ahora cómo los distintos autores
construyeron sus propios instrumentos de medida para intentar comprobar empíri
camente la validez de su popio constructo.
La escala de conservadurismo fue desarrollada por Wilson y Patterson ( 1968), y
en ella se intentan superar las críticas que habían recibido previamente las escalas
tradicionales de actitudes. A este respecto, los autores plantean una escala donde los
ítems son etiquetas o frases breves -referentes-, con lo que intentan impedir que
la evaluación se dé también en el enunciado. Desde este nuevo planteamiento se
elabora la escala C, que consta de 50 ítems -referentes-, cuyo contenido hace
referencia a las características que anteriormente mencionamos como típicas del
ideal conservador. La escala puntúa en la dirección del conservadurismo, si bien los
enunciados están colocados de tal manera que en los ítems impares puntúa la
respuesta afirmativa, mientras que en los pares ocurre lo contrario.
En cuanto a la estructura factorial de la escala, Wilson ( 1973) señala que tras
118 Psicología Política
9. El motivo de log ro
1 O. El motivo de poder
Por último, las personas con miedo al poder lo ejercerán exclusivamente cuando
se trate de nivelar las diferencias de poder entre ellos mismos y los demás. É sta es la
razón por la que, según Winter ( 1 973), el miedo al poder es un motivo central de los
lideres carismáticos.
Retomando de nuevo el planteamiento de la teoría del sentido de eficacia, y
ampliando la apreciación que hace Stone a este tipo de motivos, cabe señalar que
para entender el comportamiento humano (cualquiera que sea la esfera objeto de
nuestro interés), tan importante como la disposición del individuo hacia determina
das metas es el grado en que él percibe su propia eficacia o competencia, aspecto
éste que nos introduce de lleno en la dimensión de locus de control (Rotter, 1 966)
y/o en los replanteamientos posteriores de la Teoría Atribucional (Weiner, 1 978).
Dimensiones que no es el momento de comentar, pero resulta ineludible mencionar
como aspectos fundamentales para una comprensión mayor de los correlatos
comportamentales de los motivos de competencia; no en vano la atribución causal
que los sujetos con alta motivación de logro realizan respecto a su éxito o fracaso
permite explicar su comportamiento posterior ante tales resultados (Cohen, 1973;
Kukla, 1 972; Meyer, 1970; Weiner, 1972). Asimismo la extemalidad o intemalidad
de los sujetos (locus de control) parece conllevar un distinto grado de conocimiento
político (Seeman, 1966), lo que, como evidencia Stone ( 1974), minimiza o aumenta
la capacidad del sujeto para influir en el «sistema».
Hemos visto hasta aquí cómo la necesidad universal de eficacia cristaliza en una
serie de motivos de competencia, entre los que destaca el poder como el más
directamente relacionado con la política. Revisaremos brevemente a continuación
una dimensión que parece, en principio, bastante relacionada con lo que, a nivel
general, se acepta como prototipo del político: tener una visión práctica, ser
prudente, diplomático y dirigir la lucha común por metas grupales, entre otras.
Aunque dicha dimensión también incluye aspectos de cinismo, suspicacia, etc., que,
como señala Stone ( 1974), cabría plantearse si no quedan incluidos asimismo en el
«concepto de político».
Dado el gran interés que esta dimensión parece tener dentro del campo de las
relaciones entre personalidad y política -aunque, claro está, no sólo por ello-, son
necesarios muchos más estudios que permitan dotarla de un cuerpo, no sólo
experimental mucho más amplio, sino también de una base teórica sólida que
permita ubicarla dentro del complejo campo de las relaciones entre personalidad y
política. De hecho, la hemos incluido al final del capítulo debido, fundamental
mente, a que no es ni un motivo ni una dimensión básica de personalidad, pero
quizá sea la que permita predecir mejor la «vocación política» de los hombres.
Wilson, G. D. (ed.) (1973): The Psychology of Conservatism, Nueva York: Academic Press.
Winter, D. G. ( 1973): The Motive of Power, Nueva York: Free Press.
Winter, D. G.; Stewart, A. G., y McClelland, D. C. (1977): «Husband's motives and wife's
career level», Journal of Personality and Social Psychology, 35, 1 59-166.
Winter, D. G., y Stewart, A. J. (1978): «The power motive», en H. London y J. E. Exner (eds.):
Dimensions of Personality, Nueva York: John Wiley and Sons.
5 S oc i a l i za c i ó n po l ít i c a
A N G E L R O D R I G U EZ
1. I nt rod ucción
Ya hemos dicho que el quién son las nuevas generaciones, pero, lo mismo que
en el proceso de socialización general, también en el de la política cabe distinguir
entre socialización primaria (en la familia), secundaria (en la escuela), terciaria (en el
trabajo, etc.); el niño es socializado desde que nace, pero es dificil de precisar
cuándo empieza la socialización política en sentido estricto (¿a los cuatro o cinco
años?); o cuándo termina (¿con la adolescencia o con la primera juventud?).
El qué viene dado por el propio concepto de lo político. Hemos dicho que
cualquier contenido del aprendizaj e socializador puede tener carácter político, si no
directamente, sí al menos en su origen o en sus consecuencias para el sistema.
En todo caso, se tiende a tomar en consideración sobre todo los valores,
actitudes, normas y conductas que están directamente relacionados con la gestión,
administración y gobierno de los asuntos de la comunidad (polis o respublica) .
preguntan Kinder y Sears ( 1 985, pág. 725) si el niño patriota «deberá oponerse a los
enemigos de la nación, como los comunistas (subrayado de A. R.) o garantizar la
libertad de expresión». Como puede verse en el ejemplo, el interés teórico puede
fácilmente convertirse en expreso interés político, sin que para ello sea necesario
que, como en este caso, se pase de la descripción a la prescripción.
La investigación además está condicionada por poderes académicos, administra
tivos y políticos, lo que hace que también la investigación esté condicionada por
esos factores; es decir, no es neutra y puramente científica.
Una reflexión sobre lo que ha sucedido en la historia de la investigación de la
sodalización política nos pone de manifiesto que al lado de las acusaciones que se
han hecho, por ejemplo, a las investigaciones iniciales sobre socialización política de
que, inspiradas en el estructural-funcionalismo, adolecen de los mismos defectos que
éste (están enfocadas ideológicamente a proponer un modelo prescriptívo de
socialización que cree ciudadanos conformistas con un determinado régimen
político), hay que oponer la de que quienes critican ese enfoque lo hacen a su vez
desde postulados también doctrinarios, pues según ellos la socialización debe ser
crítica, orientada no tanto a la estabilidad política, cuanto a la transformación de la
sociedad para hacerla más justa, y por justa entienden, en general, más igualitaria;
pero aun así, en último término se busca también una estabilidad política, al menos
en la meta utópica. Sólo en un régimen de «revolución permanente» podría decirse
que se escapa a tal objeción.
las figuras de autoridad en la familia a las figuras de autoridad política según una
serie de fases que Easton y Dennis (1965), denominan de politización, personaliza
ción, idealización e institucionalización, que explicaremos más adelante. Representan
tes clásicos de las bases de esta concepción de la sociedad serían Durkheim y
Parsons.
Los actores principales del proceso de socialización son los líderes «benévolos»
y sus leales subordinados; la fuerza que mantiene unida a la sociedad y garantiza la
posibilidad de convivencia son la diferenciación, el sentido de obligación y de
responsabilidad; la socialización política tiene como resultado el apoyo difuso al
sistema establecido; los efectos de la socialización política son las actitudes políticas
hacia la autoridad política, hacia la ley, el orden y las instituciones políticas, y un
sentimiento de autoeficacia política.
b) La teoría hegemónica
c) Modelo pluralista
Los actores centrales son los grupos de poder y los partidos políticos que se
disputan el apoyo de los ciudadanos. Éstos brindan su apoyo en cada caso y según
las circunstancias a quien mejor represente y defienda sus intereses. La socialización
política pretende crear un compromiso de participación activa para defender las
propias prerrogativas, pero de forma que se permite el disenso y la elección
pluralista, rechazando las posturas extremas de una participación demasiado
masiva. Resultado de la socialización política es un alto nivel de participación y de
adhesión a un partido político en un arco que va desde la izquierda a la derecha
Socialización política 1 39
Con frecuencia los datos hallados sobre persistencia de las posturas políticas se
debieron a errores metodológicos; en una primera etapa se recurrió al informe
retrospectivo de los propios sujetos, lo que sin duda indujo a falsear los datos sobre
la persistencia real de las actitudes políticas. Por otro lado, los estudios sobre
efectos de cohorte (o de generación, como a veces se los denomina también) tienen
el inconveniente de que difícilmente distinguen entre efectos de ciclo o fase de la
vida (adolescencia, juventud, madurez, o bien de acontecimientos que jalonan la
vida del individuo, como el matrimonio, el tener hijos en la escuela, el asentamiento
o la promoción profesionales, etc.) y los efectos de época o Zeitgeist.
Uno de los estudios, que ha servido luego como punto de referencia, es el llevado
a cabo por Jennings y Niemi (1974), en el que se hace un seguimiento longitudinal
de una gran muestra de alumnos en torno a los diecisiete años y de sus padres entre
1965 (fecha de la primera toma de datos) y 1 973 (última toma de datos), y en el que
llegan a conclusiones como las siguientes: a los diecisiete años la socialización
política todavía no ha terminado; la correlación entre ambas tomas en una serie de
actitudes políticas específicas (libertades civiles, política escolar, eficacia política,
confianza política, etc.) es de 0,20 para la generación de los hijos, y no supera el 0,4
para la generación de los padres.
Socialización política 1 45
Ciclos vitales
Por un lado, parece que existen factores ligados a los ciclos de desarrollo; así, los
jóvenes tienden a participar menos que los de más edad en la política, si bien esto se
interpreta a veces (Verba y Nie, 1972) en el sentido de que se debe a su más corta
pertenencia a la comunidad en que viven.
Desde una perspectiva psicológica, las actitudes y la conducta política están
relacionadas con el ciclo vital a través de factores de personalidad individual
(Rosenberg y Farrell, 1976). Gordon ( 1 972) empezó a demarcar puntos de inflexión
en el ciclo vital (adulto joven, madurez temprana, plena madurez, vejez). Se trataría
del proceso de envejecimiento más que propiamente de la edad (ya que unos
maduran y/o envejecen antes que otros), o quizá a que el cambio en el entorno
de un individuo en función de los pares lleva alteraciones en las opiniones, actitudes
y actividades políticas.
Por lo demás, parece que los ciclos vitales correlacionan con diferentes posturas
políticas generales: los jóvenes pasan a actitudes más liberales a medida que
aumenta la edad (Merelman, 1971); en cambio, los adultos se hacen más conserva-
1 46 Psicologla Política
dores cuanto más aumenta la edad, aunque no queda claro cuándo se produce la
inflexión.
Desde una perspectiva piagetiana, el «radicalismo» de la adolescencia y primera
juventud se debería a que el individuo en esas fases de la vida tiene unos marcos
demasiado rígidos, faltándole aún la experiencia de la vida que le permita ver la
realidad en toda su complejidad. Por otro lado, el cambio de actitudes políticas se
debe a reestructuraciones activas que van teniendo lugar a lo largo de los años y no
a influencias de agentes socializadores, cuyo papel consistiría únicamente en aportar
los materiales que el sujeto reelabora.
Se admite en general que la apertura a la influencia del ambienta aumenta con
la edad, pero en la edad avanzada se restringe a medida que se envejece; a medida
que el individuo se desarrolla cognitivamente percibe el entorno de forma más
diferenciada y la coordina a niveles de complejidad cada vez más altos.
Se trataría, por tanto, de que con la edad se producirían cambios internos (de
personalidad o de desarrollo cognitivo) que condicionan las actitudes que adopta el
individuo. Pero además, desde el punto de vista sociológico, existen ciertos núcleos
de expectativas asociadas a tipificaciones relacionadas con fases de la edad (cfr.
Kholi, 1 978, pág. 1 3).
Schulze (1977) considera que la juventud es la fase en que se fijan los niveles de
disposición a la actividad política; es decir, «la disposición personal a invertir en la
actividad política tiempo, dinero, energía o la renuncia a las ganancias que hubiera
obtenido si hubiere llevado a cabo las actividades "apolíticas" que omite en aras
de la política» (1 977, págs. 1 1- 1 2). En la segunda década de la vida la actividad
política de un individuo estaría condicionada por tres factores interrelacionados: el
desarrollo cognitivo, la búsqueda de identidad y la creciente accesibilidad a las
oportunidades de acción política.
El nivel de disposición a la actividad política estaría ya fijado al final de la
tercera década de vida y en la determinación del nivel personal de disposición a la
actividad política intervienen cierto número de procesos circulares: las actitudes
políticas iniciales influyen en la elección de círculos de amistades y de organizacio
nes políticas cuya interacción reobra sobre las actitudes políticas. Pero además las
oportunidades objetivas para la actividad política están ligadas al estrato social de
los grupos de pares en las que se integra sea en la escuela sea en el trabajo.
En la conformación de la disposición a la acción política juegan un papel
importante tanto las experiencias genuinamente políticas (su frecuencia, su valora
ción, etc.) como las que, sin ser políticas, afectan a la estructura de la personalidad
del sujeto (tolerancia a los problemas, a la complejidad, al conflicto o a l a
ambigüedad), pero unas y otras tienen s u base e n el aprendizaje observacional, de
ahí que en tomo a los treinta años pueda darse por «fijado» el nivel de predisposi
ción política, ya que a esa edad en nuestra sociedad suelen estar estabilizados los
ambientes y personas con las que interactúa, o al menos funcionalmente equiva
lentes.
En cualquier caso, habría que tener en cuenta que en ciertas etapas de la vida,
además de ser más impresionables, los sujetos, por su menor grado de consolida
ción, se ven expuestos a fuertes presiones ambientales (acceso a la enseñanza superior
Socialización política 1 47
o al trabajo), que provienen sea de los grupos (de pares sobre todo) sociales, sea de
los conocimientos y realidades con que entran en contacto (estudio de contenidos
políticos, actividad sindical, etc.).
Efectos generacionales
Desde la perspectiva de los efectos de época no son los ciclos vitales individuales
ni las experiencias comunes de una generación, sino experiencias de todo el
conjunto de la población en una época dada los que tienen un carácter uniformador
de las actitudes (Zeitgeist, o mentalidad de época) de la población, y no de
agrupaciones de la misma por ciclos vitales o por cohortes de nacimiento. No
obstante, resulta muy dificil operativizar tales influencias, ya que los cambios de
Zeitgeist podrían afectar de forma diferente a los diversos grupos de edad y de ciclo
vital.
Como y en comparación con el modelo de transmisión (que predominó hasta
mediados los sesenta, y según el cual se establecía una proporción de igualdad entr�
actitudes de socializadores y socializandos, especialmente la familia), hay que decir
que las diferencias que aparecen en las investigaciones empíricas son explicadas por
los defensores del modelo de la transmisión recurriendo a hipótesis ad hoc; pero en
contra de ello los estudios empíricos demuestran que, por ejemplo, los grupos de
pares juegan un papel cada vez más importante, a medida que aumenta la edad.
Que la identidad de las actitudes esté condicionada por la transmisión, lo ponen
en cuestión tanto el estudio de la influencia del grupo de pares como de los medios
de comunicación (Patrick, 1 977), o de la escuela (Chaffee, 1 977), lo cual no signi
fica que tales factores no sean importantes; pero, en todo caso, habría que inte-
1 48 Psicologfa Política
La escuela
Grupos de pares
Cada vez son más los niños que desde muy pronto empiezan a pasar muchas
horas fuera de la familia, de ahí que el grupo de pares esté tomando creciente
importancia para la socialización general y, por tanto, para la política; son
vehículos muy eficaces de transmisión de actitudes y valores de origen muy diverso.
Los niños tienen en los grupos experiencias directas de formas de organización, de
estructuras de autoridad diferentes de las que han conocido en la propia familia, y
ven cómo cambian las normas y reglas sociales, y además tienen la oportunidad de
mantfestar sus intereses o de hacerlos valer, con lo que en realidad tienen una
experiencia directa de procesos paralelos a los de la política en sentido estricto.
Las actitudes formadas bajo influencia de los grupos de pares pueden tener
consecuencias para la convivencia en familia y dar lugar a una resocialización de los
padres. El encuentro de individuos con inquietudes e intereses comunes puede
convertirse en minorías activas rebeldes capaces de difundir innovaciones o, unidos
a varios otros grupos, dar lugar a un movimiento innovador.
En las niñas los grupos de pares ejercen una menor influencia política que en los
niños varones, y entre los quince y los veinticuatro años predomina tanto en
hombres como en mujeres la orientación que se toma de los pares (Kreutz, 1 977).
Medios de comunicación
Existe gran disparidad a la hora de clasificar las diferentes directrices que han
guiado la investigación en el campo de la socialización política; a veces se las
clasifica según que sean de orientación más sociológica o más psicológica; otros
prefieren hacer la clasificación con arreglo a las teorías psicológicas en que se
sustentan. Aquí vamos a seguir una clasificación que, aunque discutible, puede
servirnos de orientación.
a) De identificación
Inspirados, por lo general, en el estructural-funcionalismo y basados en la teoría
clásica de sistemas, entienden la socialización como transmisión vertical de determi
nados conocimientos, actitudes, valores y normas políticas de una generación a
otra. Preocupación de estos modelos son aquellos procesos que garantizan la
continuidad del sistema político, para lo cual es necesario asegurar el desarrollo de
instituciones y estructuras funcionales para el mismo; por ello son tópicos frecuentes
la transferencia del acatamiento a las figuras de autoridad familiares y de la escuela,
a las figuras de autoridad política («líder benévolo»), y apego a un partido, sea por
·
identificación con sus padres, sea por imitación de las conductas políticas de éstos.
Hasta inicios de la década de 1 960, predomina un modelo en el que por lo
general se trata de una apropiación superficial banalizada de la teoría psicoanalítica
(que ni siquiera alcanzó niveles ya presentes en La personalidad autoritaria), con
algunos elementos no bien asimilados de la teoría del desarrollo cognitivo de
inspiración piagetiana.
De la conj unción de los principios de inspiración psicoanalítica (principio de
primacía de la experiencia temprana, y principio de estructuración, según el cual las
experiencias primeras van estructurando a las que luego sobrevienen), surge la tesis
de la cristalización. Estudios de los años sesenta habían demostrado que las
primeras nociones políticas se adquieren ya a la edad de cuatro o seis años y que
Socialización política 1 51
b) Modelo acumulativo
a) Modelos de aprendizaje
b) lnteraccionismo simbólico
c) El modelo de la individuación
estructuralmente preformadas, con los otros», definición que Weiss toma también
literalmente de Geulen.
Se trata de analizar cómo se forma la competencia política del individuo,
sirviéndose para ello del análisis general de la competencia de acción, la cual viene
determinada, por un lado, por la propia capacidad de influir sobre la propia vida
(identidad del ego -ser como ningún otro-) y, por otro lado, por la capacidad de
tener en cuenta elementos sociales y situacionales a la hora de actuar (competencia
social -ser como todos los demás-).
A partir de esas dos identidades (phantom uniqueness versus phantom normalcy),
que se adquieren en el curso de la socialización primaria y que están en contraposi
ción dialéctica entre sí, se desarrolla la competencia de acción política (socialización
política secundaria del individuo).
Weiss diferencia cuatro dimensiones básicas de la competencia de acción
política:
- Voluntad de participación (capacidad para exponer las propias necesidades).
- Conciencia de responsabilidad (o conciencia social): capacidad para ponerse
en el lugar del otro.
- Tolerancia política: capacidad de mantener la comunicación, aunque no
puedan ser satisfechas las propias necesidades.
- Conciencia moral (comunitaria): capacidad de distanciarse de las normas
predominantes y de las expectativas de conducta, cuando los principios
generales así lo requieren.
En cada una de estas cuatro dimensiones básicas de la competencia de acción
política se distinguen tres niveles: conocimientos políticos, actitudes políticas y
predisposición a la actividad política, y cada uno con sus correspondientes cuatro
dimensiones básicas influye sobre la estructura de los problemas políticos concretos
de los individuos.
4. Perspectivas de futuro
Referencias bibliográficas
Kuhn, D., y otros ( 1 977): «The development of formal operations in logical and moral
judgment», Gen. Psychol. Mon., 95, 97- 1 88.
Kulke, Ch. ( 19 8 1): «Politische Sozialisation», en K. H urrelmann y D. Ulich: Handbuch der
Sozialisationsforschung, Weinheim: Beltz, págs. 745- 776.
Langton, K. (1 969): Political Socialization, Boston: Little Brown.
Langton, K. P., y Jennings, M. K. ( 1 968): «Política) socialization and the high school
currículum in the United States», Am. Polit. Sci. Rev. 62, 852-867.
.
Tedin, K. L. ( 1974): «The influence of parents on the política! attitudes of adolescents», Am.
Polit. Sci. Rev., 68, 1 579-1 592.
Tedin, K. L. ( 1 976): «Ün the reliability of reported political attitudes», Am. J. Polit. Sci., 20,
1 1 7- 1 24.
Tolley, H. Jr. ( 1 973): Children and War: Politica/ Socialization to International Conflict, Nueva
York: Teach. Coll. Press.
Torney, J.; Oppenheim, A., y Farrnen, F. ( 1 975): Civic Education in Ten Countries: An
Empírica/ Study, Nueva York: Wiley.
Vaillancourt, P. ( 1 973): «Stability of children's survey responses», Public. Opin. Q., 37, 373-
387. 1
Por lo expuesto hasta este momento sobre esta cuestión, cabría hacer dos
consideraciones. En primer lugar, hay un hecho que queda claramente demostrado,
en cuanto que aparece de modo consistente a través de los diversos estudios: el voto
es una conducta política claramente diferenciada del resto; en segundo lugar, ese
acuerdo generalizado sobre este punto no se hace extensivo al resto de esta
problemática. Así, mientras que para Verba y Nie ( 1 972) y Milbrath ( 1 9 8 1 ), la
participación política convencional está constituida por factores independientes,
para Marsh y Kaase ( 1 979) existe unidimensionalidad en este tipo de actividad.
Sin embargo, en realidad, estas posiciones no resultan tan opuestas como en un
principio podría suponerse. Existen varios elementos que conviene considerar para
poder comprender en su auténtico alcance estos distintos resultados. Primero, no
debe olvidarse que el momento en que se realizaron ambos estudios, y los países
analizados, son diferentes. No podemos ser tan ingenuos como para creer que esos
patrones conductuales tienen un carácter universal y se presentan del mismo modo
en cualquier tiempo y lugar. Antes al contrario, debemos sospechar que este tipo de
actividad está íntimamente vinculada a distintos momentos históricos, sociales y
culturales. Por ello, si existen diferencias significativas en algunos de esos paráme
tros, también debe haberlas en el tipo de actividades que se registran y en su
estructuración. De hecho, y tal como se muestra en el trabajo de Marsh y Kaase, la
unidimensionalidad de la escala de participación política era más débil en Estados
Unidos que en los países europeos. Por ello, y teniendo en cuenta que el trabajo de
Verba y Nie se limitó a esa nación americana, los resultados de ambos informes ya
no resultan tan contradictorios.
Por otra parte, también debemos tener presente que el tipo de actividades
recogidas en ambos estudios eran ligeramente diferentes, con todo lo que ello
supone de distinto enfoque o concepción del tema. Los distintos resultados pueden
poner de manifiesto, simplemente, los planteamientos teóricos previos que mantiene
el investigador. Sobre esta cuestión, Marsh y Kaase (1 979) afirman que «Verba y
Nie partían de un modelo multifactorial, lo que se reflejaba en la mayor amplitud
de actividades que incluían en su estudio» (pág. 87).
Por tanto, el distinto ámbito de análisis y las diferentes concepciones sobre la
participación son razones más que suficientes para que estos estudios lleguen a
resultados distintos.
Por lo que respecta a la participación política no convencional, lo más llamativo
es la heterogeneidad de actividades que se encuadran bajo ese rótulo. Buena prueba
de ello es que Muller ( 1979, 1 982) clasificó a varias conductas políticas no conven
cionales junto a las convencionales, dentro de la categoría de participación demo
crática y legal; mientras que otras conductas también consideradas no convenciona
les en la literatura eran adscritas a la categoría de participación ilegal y agresiva.
Queda claro, pues, la naturaleza diferenciada de los distintos tipos de actividades no
convencionales. Un grupo de ellas se mueve dentro de la legalidad, mientras que
otras se enfrentan abiertamente a la misma. Si volvemos a la lista de acciones no
convencionales estudiada por Barnes, Kaase et al. ( 1979), observaremos que en ella
están presentes tanto conductas legales como ilegales.
Schmidtchen y Ü hlinger ( 1 983) utilizaron el escalamiento multidimensional y el
Participación política 1 69
ortodoxas. Lo característico, según ellos, de los nuevos tiempos era que los
individuos iban incluyendo las actividades menos convencionales en su repertorio
general de actividad política. Este planteamiento, que se basaba tanto en la
correlación positiva demostrada entre la participación política convencional y no
convencional como en la presunta unidimensionalidad de las escalas por ellos
empleadas, se está viendo sometido últimamente a un proceso de revisión debido a
la aparición de nuevos resultados que no encajan de forma adecuada con esa tesis.
Muller (1 982) se encontró que así como había un efecto directo bastante amplio
de la participación agresiva sobre la democrática, r = 0,32, la incidencia era mucho
menor cuando se consideraba la relación opuesta, r = 0,09. De este modo habría un
porcentaje de sujetos que realizando conductas no convencionales ejecutan también
actividades convencionales, y otros que se limitarían simplemente a las conductas
más ortodoxas. Schmidtchen y Ühlinger ( 1 983), también informan de la existencia
de un solapamiento entre las diversas formas de actuación política, pero señalan
que un número importante de sujetos dispuestos a realizar acciones políticas más
directas no participaban en las más convencionales. Finalmente, los nuevos datos
obtenidos por Kaase ( 1 983) llevan a este autor a dudar de las afirmaciones
realizadas sobre esta cuestión en aquel trabajo de 1 979.
En definitiva, los estudios más recientes parecen confirmar la existencia de una
relación positiva entre las llamadas formas de participación política convencional y
no convencional, pero, al mismo tiempo, cuestionan que estas formas de participa
ción supongan una simple extensión del repertorio de actividad política de los
sujetos.
relevante sobre esta cuestión puede ser agrupado en tres grandes categorías: clima
sociopolítico, análisis demográfico y análisis psicosocial. Nuestra exposición, por
tanto, se articulará en torno a esas tres dimensiones.
En primer lugar, identificaremos aquellas variables de carácter sociodemográfico
que parecen jugar un papel más importante en la participación política. Posterior
mente analizaremos un grupo de variables pertenecientes al ámbito psicosocial cuya
incidencia en este tipo de comportamiento político siempre ha sido realzado, pese a
las numerosas controversias que han generado. Finalmente trataremos de situar
esta problemática dentro de unas coordenadas más amplias como es el marco
sociopolítico en el que se halla inmerso el sujeto. Con este planteamiento se
pretende dar una visión completa y no parcial de esta cuestión, en donde se integren
distintas aproximaciones y diferentes niveles de análisis. Sinceramente creemos que
temas como el que aquí nos ocupa no pueden abordarse desde una única perspecti
va teórica, salvo que deseemos hacer un informe parcial y sectario. Como, obvia
mente, no es ése nuestro objetivo, optamos por el enfoque anterior en el convenci
miento de que en ese conjunto de aproximaciones que expondremos se encuentran
las claves para entender esta apasionante problemática de la participación política.
«Status» socioeconómico
Edad
Sexo
Nivel educativo
Dicho de otra manera, cuanto más elevado fuese el nivel educativo de los sujetos
mayor posibilidad existía de que éstos se vinculasen a actuaciones políticas no
convencionales.
En el caso de la participación política convencional, y en concreto la participa
ción electoral, Aldrich y Simon (1 986), después de revisar distintos estudios realiza
dos con las variables sociodemográficas, señalan que la educación es el factor más
importante en este tipo de conducta política. Asimismo, Wolfinger-Rosentone
( 1980), en un trabajo realizado sobre una muestra de 1 36.203 sujetos, también
resaltan la relevancia de esta variable. A juicio de estos autores, la educación no
sólo ejerce una influencia directa sobre el voto, sino que también, y de modo
indirecto, está determinando el . grado de incidencia de otros factores sobre esa
conducta. En concreto, características de status como la ocupación o el nivel de
ingresos resultan de menor significación para este tipo de participación política si se
controla la variable educación. Del mismo modo, aquella relación curvilínea que,
tal y como habíamos expuesto anteriormente, algunos autores señalan como
característica de la relación entre edad y participación electoral, se convierte en
lineal si se neutraliza la influencia de la educación. La importancia de esta caracterís
tica se debe, según los autores, a que «incrementa la capacidad de comprensión de
materias complejas e intangibles tales como la política, y estimula la ética de la
responsabilidad cívica. Además la escuela proporciona experiencias con problemas
burocráticos ... » (pág. 102).
De lo anterior se desprende no sólo la significación que tiene la educación en el
terreno de la participación política, sino también la importancia de tener controla
das una serie de características para poder comprender en sus justos términos la
contribución de las diferentes variables sociodemográficas a las distintas conductas
políticas.
Junto a los trabajos que de forma directa se dirigían a evaluar la incidencia de la
educación sobre la participación política, podemos hacer mención a otra serie de
estudios cuyo objetivo era analizar la importancia que sobre ese tipo de actividades
tenía el nivel de conceptualización política de los sujetos. Habida cuenta de que esta
última variable se refiere a la capacidad de los individuos para comprender el
mundo político que les ha tocado vivir, su relación con el factor educativo parece
evidente. En los trabajos de Milbrath (1 977) y de Converse (1 964) se constata que el
nivel de conceptualización ideológica influye de forma notoria en la participación
en actividades políticas convencionales. Por su parte, Klingeman (1 979) indica que
la capacidad de comprensión política por parte del sujeto incrementa sus posibilida
des de acción política, tanto convencional como no convencional.
A lo largo de este apartado hemos analizado la influencia de algunas variables
sociodemográficas sobre la participación política. Es evidente que en este rápido
repaso no han podido ser considerados todos y cada uno de los factores que
aparecen recogidos en la literatura sobre este tema. Sin embargo, creemos que lo
aquí dicho sobre esos aspectos, y sobre la relación que los mismos guardan con la
forma de ver y entender el mundo de los sujetos, es suficiente para comprender el
tipo de influencia que estas y otras variables de la misma clase ejercen sobre la
participación política. Al mismo tiempo, y como ha quedado claro a lo largo de la
Participación política 1 77
Obligación cívica
El sentido de obligación cívica parte de una identificación previa del sujeto con
el sistema político en el que vive. Esa vinculación da lugar a que el sujeto interiorice
las normas y reglas imperantes en ese sistema y desarrolle el tipo de actuaciones
demandadas por el mismo. De este modo, y merced a este sentido de obligación
cívica los sujetos se ven impelidos a intervenir en aquellas formas de participación
política que les son requeridas desde las instancias de poder. Por ello, no debe
sorprendernos que esta actitud del sujeto hacia el sistema tenga especial importan
cia en aquellas formas de actuación política más convencionales, ya que son éstas la
1 78 Psicología Política
espina dorsal del sistema y las más solicitadas (Milbrath, 1981; Aldrich y Simon,
1986). En concreto, el voto parece ser una de las conductas políticas más favoreci
das por el sentimiento de obligación cívica. Si este planteamiento es cierto, los
sujetos tenderán a participar en este tipo de actividad al margen de cualquier
consideración sobre los resultados de la consulta. Esto explicaría, en parte, la
presencia ante las urnas de un sector de los ciudadanos en ocasiones donde los
resultados se predicen claros a favor de una opción política determinada, y donde
saben de antemano que su voto va a tener una incidencia mínima.
Por las mismas razones por las que afirmábamos que el sentido de obligación
cívica contribuía positivamente a la participación política convencional, y en
concreto a la participación electoral, tendríamos que decir que esta actitud no resulta
importante para las actividades políticas menos ortodoxas. Al apartarse estas
últimas conductas de los cauces más habituales e institucionales de participación
política, ya que de hecho algunas de ellas resultan incluso ilegales, es obvio que la
ejecución de las mismas no viene motivada por esa actitud de identificación con el
sistema.
El sentido de obligación cívica parece directamente vinculado a las prácticas de
socialización política vigentes en las distintas sociedades. Milbrath (198 1 ) señala la
importancia que para el desarrollo de este tipo de actitudes tiene el medio social
más próximo al sujeto y el clima político que le rodea. En los estudios transcultura
les de Almond y Verba (1963) y Verba et al. (1971) se pone de manifiesto que este
sentido de obligación cívica tiene un distinto arraigo en los diferentes países
estudiados. Esto avalaría la tesis de la importancia del medio sociocultural y, en
concreto, de las prácticas de socialización, en este tipo de actitudes.
Ésta es otra de las variables encuadradas en este primer grupo. Ese lazo estrecho
que el sujeto establece con una opción política determinada le lleva a participar en
todas aquellas actividades que tienen un marcado carácter partidista: voto, partici
pación en campañas electorales, etc. Lógicamente la extensión de estas actividades
más institucionales a otras menos convencionales va a depender de la estrategia
política que siga el partido en un momento dado. Sin embargo, el peso de esta
variable se manifiesta especialmente en las situaciones relacionadas con el ambiente
electoral y, en concreto, con la conducta de voto.
Frente a otras variables que se sitúan en el propio contexto de la situación
electoral, la identificación con el partido supone una fuerza a largo plazo que
determina la participación y el voto de los sujetos. El grupo de la Universidad de
Michigan (Campbell et al.) prestó una atención especial a esta variable, y elaboró
un índice de identificación con el partido, que abarcaba cuatro categorías: fuerte,
débil, tendencia e independiente o no partidista. Diversos trabajos realizados
tomando en consideración esta variable han revelado que aquellos sujetos que
tienen una mayor preferencia o identificación con un partido participan más
activamente en el mundo político (Milbrath, 198 1).
Participación polftica 1 79
a) Percepción de deprivación.
b) Alta relevancia para el individuo y el grupo.
e) Evaluación de la deprivación como ilegitima.
d) Sentimientos de frustración, resentimiento y cólera asociada a la depri
vación.
e) Exigencias para eliminarla.
ness ha sido uno de los más estudiados (Seoane, 1982; Sabucedo, 1 986). A él, pues,
dedicaremos especialmente nuestra atención. Al mismo tiempo, y a tenor de la
definición ofrecida anteriormente, es evidente la relación estrecha que guarda el
powerlessness con otras variables también propuestas en este campo: sentido de
eficacia política y locus de control. El sentido de eficacia política sería justo lo
contrario del powerlessness, y ambos conceptos se ajustarían a la teoría sobre las
expectativas de control sobre los refuerzos de Rotter (1966). Por esta razón, y pese a
que en la literatura sobre la participación política se trata en apartados distintos
estos conceptos, nosotros vamos a considerarlos conj untamente.
Campbell et al. (1 960) desarrollaron uno de los primeros trabajos destinados a
conocer las claves de la participación política. Para estos autores, el sentido de la
eficacia política era uno de los factores determinantes de la participación. Para
confirmar sus hipótesis elaboraron una escala de eficacia política formada por los
siguientes cinco ítems:
l. No creo que a los políticos les interese lo que opine la gente como yo.
2. El sentido de voto que emiten las personas es, fundamentalmente, lo que
decide cómo van a ser las cosas en este país.
3. El voto es el único medio que tenemos las personas como yo para manifes
tar cómo queremos que se lleven las cosas del gobierno.
4. La gente como yo no tenemos nada que decir sobre lo que hace el gobierno.
5. A veces la política y el gobierno son algo tan complicado que resultan
dificiles de entender para la gente como yo.
Puestas en relación las puntuaciones logradas por los sujetos en la escala con la
participación política convencional, los autores concluyeron que la participación en
ese tipo de actividades era mayor cuanto más alto fuese el sentido de eficacia
política.
Otra serie numerosa de trabajos han utilizado al locus de control como posible
variable predictora de la participación política. Rotter, Seeman y Liverant (1962)
habían señalado la distinta actitud hacia la acción que manifiestan los sujetos de
locus de control interno y los de locus de control externo. Dado que los primeros
interpretarían los distintos acontecimientos como producto de la responsabilidad
propia, serían proclives a tratar de incidir en el curso de los acontecimientos. Por el
contrario, los sujetos con orientación externa tenderán a achacar al destino o al
azar la ocurrencia de los distintos fenómenos, y por ello estarán poco motivados
para tomar parte en cualquier tipo de actividad destinada a modificarlos.
Pero los resultados obtenidos en aquellos estudios en los que se utilizó esta
variable, distan de ser consistentes. Nos encontramos con datos para todos los
gustos. Así, y por citar sólo algunos trabajos, observamos que en los de Blanchard y
Scarboro (1972), Gootnick (1974), Geller y Howard (1 972), Arkel (1 976) y Silvern y
Nakamura (1971) no se presenta ningún tipo de relación entre locus de control y
participación política. Por otra parte, Gore y Rotter (1963) y Strickland (1965) en
trabajos realizados con muestras de jóvenes de color señalan que los sujetos de
orientación interna son más activos en la lucha por los derechos civiles que los
Participación política 1 83
sujetos con locus de control externo. También Rosen y Salling ( 1 97 1), en un estu
dio con cuarenta y cinco individuos universitarios, muestran cómo aquellos con
un locus de control interno alcanzan las mayores puntuaciones en una escala de
participación política en la que aparecen recogidas distintas actividades, y en una
escala autoevaluativa de intensidad de participación. Entre nosotros, Sobral y Var
gas ( 1 985), Pérez y Bermúdez (1 986) y Sobral, Sabucedo y Vargas ( 1 986) llegan
a resultados semejantes analizando la participación convencional, si bien en el
último de los estudios citados se pone de manifiesto la incidencia diferencial de
las distintas dimensiones de la escala de powerlessnes utilizada. Finalmente, tra
bajos como los de Nassi y Abramowitz ( 1 980) y Ghaffaradli-Doty y Carlson ( 1 979),
entre otros, apuntan a una relación inversa a la teóricamente esperada: son los
sujetos con una orientación externa los que muestran un mayor grado de actividad
política.
Como se desprende de lo anterior, el panorama que nos brindan estos trabajos
resulta bastante caótico. Por esa razón, y tal como señalábamos en otro momento
(Sabucedo, 1 984a) «es preciso prestar una mayor atención a los aspectos conceptua
les y teóricos de la participación política para tratar de dar sentido a todos esos
resultados aparentemente contradictorios» (pág. 69). En este mismo sentido, Klan
dermans ( 1 983) señala la necesidad de diferenciar entre distintos elementos de la
participación política con la finalidad de explicar esa disparidad de resultados. Dos
de las dimensiones que, a su j uicio, es necesario distinguir son las de participación
política convencional vs. no convencional y acciones expresivas vs, instrumentales.
En cuanto a la participación política convencional vs. no convencional, Klan
dermans ( 1 983) afirma que las puntuaciones en locus de control interno serán más
importantes para el segundo tipo de actividad política que para el primero. La
razón para ello reside en que las formas no convencionales de participación política
son menos familiares para los sujetos y por ello, en este terreno, los sentimientos de
eficacia tendrán un mayor peso que en aquellas actividades más habituales. Verba y
Nie ( 1 972) y Milbrath (1981), entre otros, llegan a la misma conclusión.
Las acciones instrumentales son actividades que persiguen algún cambio o
beneficio para el grupo que las ejerce. Por el contrario, las acciones expresivas no
pretenden, en principio, más que la manifestación de un descontento. En este caso,
la internalidad aparecería ligada más frecuentemente a las acciones instrumentales y
la externalidad o el powerlessness a las expresivas.
Al margen de lo anterior, un aspecto que consideramos importante es conocer el
significado de las puntuaciones de la escala 1-E. A este respecto y en su momento
habíamos comentado: «En última instancia, lo que se evalúa a través de esa escala
son las creencias que mantiene el individuo sobre su capacidad de incidir en la vida
política, y éstas vienen determinadas por el esquema ideológico que sobre el
funcionamiento de un sistema político determinado mantiene el individuo y/o por
su posición dentro de la estructura social. Pienso que no es descabellado afirmar
que son mínimas las posibilidades del ciudadano medio de influir en las grandes
cuestiones políticas. Esta situación se ve incluso agravada si los sujetos pertenecen a
grupos sociales marginados. También pienso que no se cae en la teoría de la
conspiración si se cree que los principales grupos de presión de éste y otros países
1 84 Psicología Política
determinan en gran medida las decisiones que se toman sobre temas políticos
importantes» (Sabucedo, 1984a, pág. 70). De acuerdo con esto, las puntuaciones de
los sujetos en las escalas de locus de control podrían ser en gran parte debidas a las
ideologías que profesasen: los sujetos de izquierdas serían más externos que los de
derechas (Silvern y Nakamura, 1971; Sabucedo y Valiño, 1985).
Los comentarios anteriores nos dan pie para considerar que la externalidad o el
powerlessness reflejan, en ocasiones, de forma fidedigna la situación real del sujeto
frente al sistema político. Pero que el sujeto crea que el powerlessness es lo que
mejor define su relación con ese mundo no supone necesariamente, y a priori, la no
participación. Los trabajos de Converse y Davies (1 976) arrojan más luz sobre esta
importante cuestión. En ellos se sugiere que la ineficacia política puede ser percibida
por los sujetos de dos modos distintos. En primer lugar, se la puede considerar
como resultado de una ineficacia de índole personal; en segundo lugar, esa falta de
poder puede ser atribuida no a sí mismo, sino al sistema. De esta manera, había que
tener en cuenta el powerlessness manifestado por los sujetos, pero también las
atribuciones que sobre el mismo realizan, ya que es razonable suponer que la
conducta de los individuos no será la misma en el caso de que consideren que la
ineficacia política es responsabilidad propia o del sistema. Sobre este tema, Gurin,
Gurin y Morrison (1978) afirman que aquellos sujetos con orientación externa, pero
que atribuyen al sistema su falta de control, tienden a ser políticamente activos.
Klandermans (1 983), con la finalidad de dar sentido a los distintos resultados
obtenidos en las investigaciones sobre locus de control, afirma que de la teoría que
sustenta estos trabajos pueden plantearse dos hipótesis: la primera, la que ha venido
utilizándose en la mayor parte de los trabajos aquí utilizados, establece que
aquellos sujetos con orientación interna participan más en actividades políticas
debido a que se perciben como eficaces. La segunda, que se relaciona con lo
comentado anteriormente, señala que aquellos sujetos sin esa capacidad de control
y que culpan al sistema de ello, tenderán a tomar parte en el proceso político para
así reducir sus sentimientos de powerlessness. Estas hipótesis son denominadas de la
eficacia y de la formación de poder, respectivamente.
Un elemento importante en la teoría de la alienación política y que resulta central
para el tema de la participación política y, por extensión, para el sistema democráti
co, es la desconfianza política. Esta desconfianza se traduce en actitudes negativas
sobre la honestidad, capacidad, etc., de los dirigentes políticos y de la forma de
gobierno. La relevancia de este factor para el sistema político se pone claramente de
manifiesto en las siguientes afirmaciones:
política; los subordinados, aquéllos con puntuación baja en eficacia pero alta en
confianza, son fieles y leales al sistema de las instituciones políticas tendentes a la
modificación del sistema. Este planteamiento demuestra la necesidad que existe en
el estudio de la participación política de considerar no la influencia de una variable
aislada, sino el efecto común que varios factores ejercen sobre este tipo de compor
tamiento. De esta manera podrían evitarse algunos de los resultados presuntamente
contradictorios observados en estos trabajos.
Para finalizar ya este punto haremos una breve referencia a otra de las variables
importantes en este campo: el interés del sujeto por el mundo político. Como en los
casos anteriores, este factor puede estar modulando la influencia de algunas de las
variables anteriores sobre la participación política.
En un trabajo anterior (Sabucedo y Valiña, 1 985) habíamos señalado que la
variable interés por el mundo político era significativa para discriminar entre el
nivel de participación, incluso en los grupos de sujetos con alta y baja conciencia de
poder político. Estos resultados nos llevaban a plantear que ésta era una dimensión
básica en el tema de la participación. Sin lugar a dudas, los sentimientos de
powerlessness y la desconfianza en las personalidades e instituciones políticas
pueden conducir a un desinterés por esta faceta del mundo social, lo que se
traduciría en una baja participacion. Pero también es posible que se siga manifes
tando esa preocupación por los asuntos públicos a pesar de que se mantengan
creencias negativas sobre la propia eficacia política y sobre el sistema. Y esto es así
porque estas últimas creencias proceden de valoraciones que se hacen sobre el
modo de gobierno, y por ello pueden incluso servir de revulsivo que conduzca a la
acción en el caso de aquellos sujetos conscientes de que las decisiones que se toman
desde el poder les afectan directa o indirectamente. Éste es un planteamiento que,
creemos, puede competir con la hipótesis de formación de poder sobre las relaciones
entre powerlessness y participación. Por otra parte, ese desinterés por el mundo
político puede venir motivado, no ya por el powerlessness o la desconfianza, sino
por la prioridad de una orientación personal frente a otra social y por el bajo nivel
de información y conceptualización ideológica de los sujetos. De esta manera se
hace preciso analizar en cada contexto cuáles son las razones que están incidiendo
en algo tan básico como el interés del sujeto por el mundo que les rodea.
Por todo lo anteriormente expuesto, es evidente el papel relevante que desempe
ñan todas estas variables en el tema de la participación política. La posición de. los
sujetos en esos factores les llevan a formarse una representación o unos esquemas
cognitivos (Axelrold, 1 973, 1 976; Hamill y Lodge, 1 986) que están mediando su
evaluación del ámbito político y su comportamiento.
4. El contexto sociopolítico
pretende subrayar que estas actividades deben ser estudiadas y analizadas tomando
en consideración el ambiente próximo que rodea al sujeto. El sujeto humano, y por
ende su comportamiento, no se produce en un vacío social, sino que serán las
relaciones que se establezcan entre él y su medio lo que determine un tipo de
conducta u otra. En este apartado del trabajo vamos a hacer referencia a dos de los
elementos que resultan significativos para el problema que aquí nos ocupa: los
estímulos políticos próximos y el clima sociopolítico en general.
Un hecho que parece claramente demostrado en la literatura es que a mayor
nivel de estímulos políticos mayor grado de actividad (Milbrath y Goel, 1 9 77;
Milbrath, 1 9 8 1 ). La diversidad y amplitud de los estímulos políticos en una
sociedad permite que los sujetos tengan información sobre distintos acontecimien
tos, conozcan la dinámica que lleva a la toma de decisiones, evalúen la posición de
los distintos partidos y protagonistas políticos, etc. En definitiva, contribuye al
desarrollo de la cultura política y al interés por estas cuestiones, lo que se manifiesta
en la mayor implicación del sujeto en el mundo político.
Uno de los ejemplos de la incidencia del ambiente próximo al sujeto en su
conducta política lo encontramos en el caso de la participación electoral. El grupo
de la Universidad de Michigan reconoce la existencia, junto a las actitudes a largo
plazo, de fuerzas a corto plazo que inciden en la conducta de voto. El interés por el
resultado de las elecciones, la incertidumbre sobre el resultado, etc., son factores que
ayudan a incrementar la participación. Estos elementos tendrán una importancia
mayor en los votantes periféricos que en los habituales (Campbell et al., 1 960; De
Nardo, 1 980). Las continuas demandas y reclamos solicitando la participación de
los ciudadanos en este tipo de actividades, que caracteriza al ambiente electoral,
ilustra de forma clara el peso de los factores próximos al sujeto en este tipo de
conducta. También los modelos racionales de decisión del voto se centran en el
ambiente inmediato al sujeto. En este caso, el voto va a consistir en un proceso de
cálculo medios-fines que incluye costos, beneficios y probabilidades de resultados
electorales alternativos (Downs, 1 957; Aldrich y Simon, 1 986). En estas aproxima
ciones teóricas a la conducta de voto van a desempeñar un papel importante las
actitudes de los sujetos ante ciertos temas y las posiciones que adoptan los partidos
sobre los mismos (Sabucedo, 1 984b, 1 986).
Por lo que respecta al clima sociopolítico, la literatura sobre participación
política señala varias dimensiones importantes, entre las que se encuentran el nivel
de modernización y el sistema de partidos.
Milbrath ( 1 98 1 ) define la modernización como los cambios que se producen en
la estructura sociopolítica y en los valores debido al desarrollo industrial. Entre los
cambios más significativos se pueden citar la pérdida de influencia de las institucio
nes primarias (familia, iglesia, etc.) y el paso de un tipo de comunicación personal y
privada a otra en la que dominan los grandes sistemas de comunicación de masas
(Milbrath, 1 9 8 1 , págs. 230-23 1 ). Como consecuencia de ellos surge un nuevo
individuo que tiene una visión del mundo más amplia y con una mayor conciencia
política. Debido a esto, su interés por el mundo político y su grado de participación
es necesariamente mayor. El bajo nivel de actividad política de ciertas comunidades
podría ser explicado, al menos en parte, por este fenómeno de la modernización. El
1 88 Psicologla Política
5. Conclusiones
real, y no un mero invitado, de las políticas que se realicen. Todo ello supone, en
definitiva, que los viejos cauces participativos que eran suficientes para épocas
anteriores quedan en cierta medida obsoletos por esta nueva dinámica social
Pese a que no queremos entrar en el terreno de la valoración de este tipo de
actividades, pues éste es asunto siempre complejo y arduo, en el que entran en j uego
desde la conducta concreta que se juzga hasta quién es el grupo o las motivaciones
que las respaldan, pasando por la ideología o las simpatías políticas de quien las
valora, etc., creemos que por lo menos hay un hecho positivo que merece la pena
destacarse. Nos referimos a que este tipo de comportamiento permite a grupos
significados de la sociedad llamar la atención sobre sus deseos y aspiraciones,
cuando no pueden hacerlo a través de los medios más convencionales de participa
ción política por carecer de fuerza para ello. Estas actuaciones pueden dar lugar a la
sensibilización del resto de la comunidad por determinados temas que no habían
sido objeto de consideración, por no formar parte de la agenda de preocupaciones
de las grandes formaciones políticas. La psicología de las minorías activas ( Mosco
vici y Faucheaux, 1 972; Moscovici y Nemeth, 1 9 74, etc.) nos muestra de forma clara
que uno de los primeros requisitos para que las minorías puedan ejercer algún tipo
de influencia, es que se hagan visibles. La ejecución de este tipo de actividades no
convencionales puede ser un buen medio para ello. Pero en definitiva, sea cual sea
el juicio que desde distintas posiciones se pueda hacer de este tipo de comporta
miento, lo cierto es que está ahí, y que en muchos casos supone un auténtico
ejemplo de vitalidad democrática.
Por último, queremos señalar que el tema de la participación, en sus varias
vertientes, no puede ser entendido desde un único y exclusivo nivel de análisis. Tal y
como expusimos en su momento, la complejidad y amplitud del problema requiere
un enfoque en el que se integren distintas perspectivas y orientaciones teóricas. Sólo
de esta forma podemos dar una visión completa y no parcial de la participación
política. Los resultados registrados en la literatura nos alertan del peligro de una
aproximación demasiado simplista a este tema y de la necesidad de analizar el peso
de cada una de las variables en los diferentes contextos culturales. La realización de
estudios rigurosos donde se definan de forma i nequívoca el tipo de conducta política
estudiada y donde se considere de forma adecuada el nivel de interrelación que exis
te entre las presuntas variables responsables de este tipo de comportamiento, nos
proporcionará un marco explicativo más rico con el que interpretar y, en su caso, ·
Aberbach, J. D., y Walker, J. L. ( 1970): «Political trust and racial ideology», American
Política/ Science Review, 64, págs. 1 199- 1 2 1 9.
Aldrich, J. H., y Simon, D. M. ( 1 986): «Turnout in American National Elections», en S. Long
(ed.): Voting Behavior, vol. 1, Greenwich. CO.: JAI Press.
Participación política 1 91
Almond, G. A., y Verba, S. ( 1963): The Civic Culture. Princeton: Princeton University Press.
Anderson, N. H. ( 1 962): «Application of an additíve model to impression formation», Science,
noviembre, 8 1 7-818.
Arkell, R. N. (1976): «Feeling of interna! control, grade point average and social action
participation», Psycho/ogical Reports, 38 (1).
Axelrod, R. ( 1973): «Schema theory: An information processing model of perception and
cognition», A merican Política[ Science Review, 67, págs. 1 248-1 266.
Axelrod, R. (ed.) ( 1 976): Structure of Decision: The Cognitive Maps of Política/ Elites.
Princeton, N. J.: Princeton University Press.
Barnes, S. H.; Kaase, M., et. al. ( 1979): Política/ Action: Mass Participation in Five Western
Democracies, Beverly Hills, CA.: Sage.
Baxter, S., y Lansing, M. ( 1980): Women aríd Politics: The Invisible Majority. Ann Arbor:
Univ. of Michigan Press.
Berelson, B. R.; Lazarsfeld, P. F., y McPhee, W. N. (1954): Voting: A Study of Opinion
Formation in a Presidentíal Campaing. Chicago: University of Chicago Press.
Blanchard, E. B., y Scarboro, M. E. ( 1 972): «Locus of control, political attitudes and voting
behaviorn, Psychological Reports, 30, págs. 529-530.
Butler, D., y Stokes, D. ( 1974): Política/ Change in Britain, 2.ª ed., Macmillan.
Campbell, A.; Converse, P.; Miller, W., y Stokes, D. ( 1960): The American Voter, Nueva York:
Wiley.
Campbell, A., y Stokes, D. (1959): «Partisan altitudes and the presidential vote», en Burdick y
A. Brodbeck (eds.): American Voting Behavior, Free Press.
Campbell, A.; Gurin, G., y Miller, W. E ( 1954): The Voter Decides, Evanston, IIL: Row,
Peterson.
Christy, C. A. ( 1 985): «American and German trends in sex differences in política! participa
tion», Comparative Political Studies, vol. 1 8, núm. 1 1 págs. 8 1- 103.
Citrin, J. (1974): «Comment: The política! relevance of trust in government», American
Political Science Review, 68, págs. 973-988.
Colemán, K. M., y Davies, C. ( 1976): <<The structural context of politics and dimensions of
regime performance: their importance for the comparatíve study of política! efficacy»,
Comparative Political Studies, 9 (2), págs. 1 89-206.
Converse, P. E. ( 1964): «The nature of belief systems in mass publie>>, en D. Apter (ed.):
ldeology and Discontent, Free Press.
Converse, P. E. ( 1972): «Change in the American electorate», en A. Campbell y P. Converse
(eds.): The Human Meaning of Social Change», Russell Sage Foundation.
Dahl, R. A. ( 1 971): Polyarchy, New Haven: Vale University Press.
Denardo, J. ( 1980): <<Turnout and the vote», A merican Política/ Science Review. 74, págs. 406-
420.
Downs, A. ( 1957): An Economic Theory of Democracy, Nueva York: Harper and Row.
Easton, D. (1 975): «A re-assessment of the concept of political support», British Journal of
Política/ Science, 5, págs. 435-457.
Easton, E. ( 1968): «Political Science», en D. L. Sills (ed.): Jnternational Encyc/opedia of the
Social Sciences, vol. 1 2, Nueva York: Macmilland.
Festinger, L. (1954): «A theory of social comparison processes», Human Re/ation, 7, págs. 1 1 7-
1 40.
Fishbein, N., y Ajzen, l. ( 198 1): «Attitude and voting behavior: An application of the theory
of reasoned actiom>, en Stephenson y J. M. Davies: Progress in Applied Social Psychology,
vol. 1, John Wiley and Sons.
Gamson, W. A. ( 1 968): Power and Discontent, Homewood, Ill.: Dorsey Press.
1 92 Psícologla Polltíca
Milbrath, L. W. ( 1 968): «The nature of política! beliefs and the relationship of the individual
to the government», American Behavioral Scientist, 12 (2), 28-36.
Milbrath, L. W., y Goel, M. L. ( 1 977): Política[ Participation, 2.ª ed., Chicago: Rand McNally.
Milbrath, L. W. ( 1 9 7 1): «lndiduaks and the government», en H. Jacob y K. N. Vines (eds.):
Politics in the American States: A Comparative Analysis, Boston: Little Brown.
Miller, A. H. et al. ( 1 9 8 1 ): «Group consciousness and political participation», American
Journal of Política! Science, 25, págs. 494-51 1 .
Moscovici, S., y Faucheaux, C. ( 1 972): «Social influences, conformity bias, and the study of
active minorities», en L. Berkowitz (ed.): Advances in Experimental Social Psychology, vol.
6, Academic Press.
Moscovici, S., y Nemeth, C. ( 1 974): «Social influence JI: Minority influence», en C. Nemeth
(ed.): Social Psychology: Classic and Contemporary Integrations, Chicago: Rand McNally.
Muller, E. N. ( 1979): Aggressive Political Participation, Princeton, N. J.: Princeton University
Press.
M uller, E. N. ( 1 982): «An explanatory model for differing types of participation», European
Journal of Political Research, 1 9, 1 - 1 6.
Muller, E. N. ( 1 972): «A test of a partía! theory of potencial for political violence», American
Political Science Review, 66, págs. 928-959.
Muller, E. N. ( 1 977): «Behavioral correlates of política! support», American Political Science
Review, 7 1 , Nueva York: Wiley.
Nassi, A. J., y Abramowitz, S. I. ( 1 9 80): «Discriminant validity of Mirel's personal and
political factors on Rotter's 1-E scale: Does a decade make a difference?, Journal of
Personality Assessment, 44, 4.
Nie, N.; Verba, S., y Petrovick, J. ( 1 979): The Changing American Voter, Harvard University
Press.
Orum, A., et al. ( 1 974): «Sex, socialization, and politics», American Sociological Review, 39,
abril, págs. 1 97-209.
Paige, J. M. ( 1 97 1 ): «Political orientation and riot participation», A merican Sociological
Review, 36, págs. 8 10-820.
Parsons, T. ( 1 967): Sociological Theory and Modern Society, Nueva York: Free Press.
Pérez, A. M., y Bermúdez, J. ( 1 986): «El constructo de locus de control como predictor de la
participación en actividades socio-políticas», Boletín de Psicología, núm. 1 0, págs. 77-92.
Riley, M. W.; Forner, A., et al. ( 1 968): Aging and Society, Nueva York: Russel Sage
Foundation.
Rosen, B., y Salling, R. ( 197 1): «Political participation as a function of internal-external locus
of control», Psychological Reports, 29, págs. 880-882.
Rotter, J. B.; Seeman, M., y Liverant, S. ( 1 962): «Interna! vs. externa! control of reinforce
ments: A major variable in behavior theory», en W. F. Washburn (ed.): Decisions, Values
and Groups, vol. 2, Pergamon.
Sabucedo, J. M. (1 984): «Psicología y participación política», Boletín de Psicología, núm. 5,
págs. 6 1 -77.
Sabucedo, J. M. ( 1984b): «Procesamiento de información y toma de decisión política»,
Simposio sobre Actividad Humana y Procesos Cognitivos, Madrid.
Sabucedo, J. M. ( 1 986): «Psicología Política: articulación y desarrollo de una nueva discipli
na», Revista de Investigación Psicológica, vol. 4, núm. 1, págs. 55-8 1 .
Sabucedo, J . M., y Sobra), J . ( 1 986): «Participación política y conducta de voto», Papeles del
Colegio, Colegio Oficial de Psicólogos, vol. IV, núm. 25, págs. 1 5-22.
Sabucedo, J. M., y Valiño, A. ( 1 985): «Variables psicológicas y tipos de participación
política», J Congreso Nacional de Psicología Social, Granada, 3-7 de septiembre.
1 94 Psicología Política
J U LI O S EOA N E
A D E LA GARZÓN
MAR I NA H ER R E RA
J O R G E GARCÉS
bien en las relaciones entre naciones). Así, mientras que los movimientos sociales y
las relaciones internacionales pueden enfocarse más hacia cambios no revoluciona
rios (ruptura de estructuras de poder político), el sistema de guerra y terrorismo
tiende a un cambio revolucionario en el sentido de una ruptura con el sistema de
poder.
Violencia: esta última dimensión que utilizamos para caracterizar la acción
política hace referencia al tipo de canal utilizado por los diferentes agentes de la
acción política para la consecución de sus objetivos: la utilización legal de la
violencia nos lleva a hablar de sistema de guerra y relaciones internacionales,
mientras que los movimientos sociales y terrorismo se definen precisamente porque
su utilización de la violencia no está legitimada.
Estas cuatro dimensiones que hemos utilizado para hablar de la acción política
nos permite introducir cuatro fenómenos de la vida política actual; dos movimien
tos sociopolíticos de contrapoder: movimientos sociales y organizaciones terroristas,
y dos agentes de acción política de alto poder: guerra y relaciones internacionales.
Tales fenómenos políticos se sitúan en distintas posiciones dentro de las dimensio
nes que hemos analizado.
Al margen de esta definición de la acción política y de sus dimensiones, existe un
aspecto central que integra estos cuatro fenómenos que hemos señalado: el grado de
desarrollo, comunicación e interdependencia de los diferentes Estados hace que los
procesos políticos de cada país estén estrechamente relacionados tanto con la
actuación política de sus colectivos como de los otros Estados con los que existen
dependencias económicas, sociales y políticas. Es decir, una «red política» que
permite que un colectivo se constituya en una fuerza revolucionaria en un país, que
un movimiento social oriente una política internacional, o que unas relaciones
internacionales lleven a conflictos internos a una nación, o a un conflicto bélico con
otra nación.
Los sistemas políticos actuales y el tipo de programa que desarrollan producen
respuestas alternativas que se presentan como movimientos sociales, terrorismo,
sistema de guerra, pero que no pueden producirse, o consolidarse sin un anclaje con
las respuestas alternativas de otros sistemas políticos.
fuerza del movimiento, junto con el éxito del mismo. Para ello el colectivo deberá
definir cuál es su identidad, es decir, deberá proclamar a quién representa y qué
intereses persigue, con el fin de que sea socialmente identificable. Es lo que Touraine
( 1965) designa como el Principio de Identidad de un movimiento.
Un problema relacionado con esta segunda característica definitoria de los
m9vimientos sociales es su relación con otro tipo de acciones colectivas como los
llamados contramovimientos (acciones colectivas dirigidas a entorpecer los logros
de movimientos sociales), o de organizaciones políticas u otro tipo de organizacio
nes y movimientos más sectarios y definidos fundamentalmente por intereses de
grupo, pero que afectan a la política pública general. Los intentos por delimitar los
movimientos sociales de otras acciones colectivas, aunque válidos, sólo han servido
para poner de manifiesto el carácter dinámico y flexible de los movimientos sociales,
que a veces son promovidos por movimientos políticos, o integran las aspiraciones
de grupos o colectivos más reducidos tanto en número como en objetivos (los
intereses de grupos específicos), y otras veces incorporan personas y colectivos que
sólo se identifican coyunturalrnente con un movimiento social.
Un tercer rasgo de los movimientos sociales es su estructuración interna, en el
sentido de que en cada uno de ellos existe una organización estructurada formal
mente, que es la que con frecuencia asume el rol central, elaborando la ideología del
movimiento y dirigiendo sus acciones. Dicha organización es la que se encargará de
inculcar al resto de los miembros del movimiento los grandes ideales y valores que
los guiarán, y en función de la misma variarán las tácticas que se utilicen, las metas
que se persigan y la eficacia que se consiga. Evidentemente, cuanto más estructura
do esté un movimiento y mejor funcione su organización, mayor será la presión que
puede ejercer y, por tanto, la eficacia que pueda conseguir (Rocher, 1983).
En cuarto lugar, debido a la falta de canales alternativos para llevar a cabo sus
reivindicaciones, los movimientos sociales utilizan generalmente tácticas no conven
cionales (manifestaciones, ocupación de edificios o boicots, etc.), corno fo rmas de
mostrar su conducta de protesta. Siguiendo el Principio de Oposición de Touraine
(1965), los movimientos sociales existen porque ciertas ideas no son admitidas o
ciertos intereses particulares son reprimidos: sin oposición no puede existir un
movimiento social, o al menos no se le puede reconocer como tal.
El problema del tipo de acción que caracteriza a los movimientos sociales está
relacionado con otros dos ternas que son centrales en el desarrollo actual <je la
Psicología Política: el de la participación política y el de la violencia. Dentro del
marco de la participación política parece que existe una tendencia creciente en las
democracias actuales a realizar acciones políticas innovadoras en cuanto que las
protestas sociales no se ciñen a los canales más convencionales de participación. Si
en otras épocas la conducta de voto parecía la forma más adecuada de participa
ción, actualmente los movimientos de protesta aparecen como una forma de acción
política. Movimientos de protesta que presuponen acciones más directivas (orienta
das a obtención de metas), y menos legitimadas tanto social corno políticamente.
Algunos autores, como Lederer ( 1 986), plantean el problema de las acciones no
convencionales de los movimientos sociales como el resultado de condiciones
políticas y sociales de las democracias actuales. Otros autores, como Marsh y Kaase
Movimientos sociales y violencia política 201
( 1 979), han establecido una relación entre este tipo de acción política y los objetivos
de los movimientos: los que buscan el cambio social son más proclives a desarrollar
acciones políticas no convencionales, mientras que los movimientos más conserva
dores, centrados fundamentalmente en el control social, tienden a utilizar formas
convencionales de participación.
Por otro lado, seria necesario señalar la burocratización y profesionalización de
los modos actuales de participación política que junto a otros condicionantes
(políticos y sociales) han provocado el surgimiento de nuevas formas de acción
política para la obtención de objetivos alternativos a los planteados institucional
mente. Se podría plantear que las condiciones sociopolíticas, los propios objetivos
de los movimientos y la estructura de las actuales administraciones políticas están
en la base de las nuevas formas de acción política. Dentro de estas acciones
innovadoras, se plantean aquellas más extremistas, y que se categorizan bajo la
denominación de violencia política. Etzioni ( 1 96 1 ) plantea abiertamente la aparición
de estas acciones extremas como derivaciones de ciertas condiciones de los propios
sistemas sociales. La violencia política nos lleva a ciertas organizaciones políticas
(organizaciones terroristas, por ejemplo) que utilizan este tipo de acción como arma
de definición y de consecución de las formas alternativas de vida política y social
que defienden.
Como última caracteristica, podemos decir que el surgimiento de los movimien
tos sociales son un indicativo o señal de la propia conflictividad social, en tanto en
cuanto suponen una denuncia pública del funcionamiento del aparato estatal. El
tema del conflicto y el cambio político estuvo siempre relacionado con el surgimien
to de los movimientos sociales (Zeigler y Tucker, 198 1 ).
Sin embargo, en las dos últimas décadas se ha producido un giro en cuanto a la
concepción de los movimientos sociales. Su fuerte eclosión en las democracias
industriales avanzadas hacia finales de los sesenta favoreció la posibilidad de que
los científicos sociales se preocuparan por analizar los movimientos de protesta
como una forma de participación política. Ello hizo que frente a los planteamientos
desarrollados por los años cincuenta, en los que amparados en un pensamiento
clásico se partía del supuesto de la irracionalidad de los actores que participaban en
estos movimientos, empezaran a aparecer teorias basadas en la racionalidad de
dichos actores, asumiendo que los movimientos podían ser considerados como
respuestas racionales a conflictos inherentes de intereses y, por tanto, como nuevos
estilos de acción política (Lederer, 1 986).
Se ha pasado de concebirlos como una amenaza para la estabilidad política o
como una señal indicadora del cambio del sistema, a considerarlos como una
extensión de la conducta política democrática convencional o como un nuevo tipo
de participación política (Barnes y Kaase, 1 979). Esto también produjo cierto
cambio en el foco de análisis; ya no interesaba tanto estudiar las tensiones o
inestabilidades sociales que inducían a la formación de los movimientos, como la
organización, estrategia y eficacia de los mismos.
202 Psicología Política
estas teorías resaltan el rápido desarrollo económico como uno de los factores
generadores de aquél: el desarrollo económico destruye los lazos tradicionales de
cohesión e integración social, apareciendo como consecuencia de ello cierta
interrupción en el orden sociopolítico que paulatinamente va gestando el descon
tento que está a la base de la formación de los movimientos sociales y otros tipos de
desórdenes políticos (Huntington, 1 968).
Desde un enfoque psicológico (centrado en las creencias y percepciones de los
actores individuales para explicar la emergencia de los movimientos sociales) cabe
subrayar la contribución de la Teoría de la Deprivación Relativa, la cual, del mismo
modo que las anteriores, también analiza el surgimiento de los movimientos a partir
del descontento, considerando tanto a éste como al conflicto en general fenómenos
transitorios y de corta duración. La deprivación relativa es un factor central para el
surgimiento de los movimientos sociales. La teoría de la deprivación relativa
combina así unas condiciones sociales con unos procesos psicológicos internos
como precondiciones para la aparición de acciones colectivas (Davies, 1 962, 1 969,
1 9 7 1 ; Gurr, 1968, 1 970).
Por el contrario, las teorías que interpretan el conflicto como un elemento
básico en la dinámica de los sistemas sociales, aun cuando continúan interpretando
que los movimientos sociales se derivan del �ntento social, éstos tienen un pa
pel dinamizador y de innovación en las estructuras y sistemas sociales, y su apari
ción no es tanto el resultado del descontento como de condiciones estructurales y
funcionales: recursos y oportunidades de los colectivos para conseguir cambios en
el sistema social (Dahrendorf, 1 959; Tilly, 1 978). Un exponente de esta interpreta
ción es el análisis de Etzioni (1961) sobre cómo los lazos sociales, las estructuras
y los procesos de cualquier sistema social pueden crear las condiciones adecuadas
para que surjan movimientos sociales y lo que él denomina «violencia colectiva».
2. Terrorismo
. U na segunda dimensión del terrorismo guarda relación con los aspectos penales
que en los Estados actuales tiene cualquier acción terrorista. De hecho, existe una
tendencia ideológica y política a identificar, a través de esta dimensión, al terrorista
y su acción política con un acto delictivo-penal. El concepto clave de confusión es el
concepto de violencia, y tiene implicaciones tanto para la propia conceptualización
del fenómeno terrorista como para el tipo de medidas y solución estatal a los
fenómenos del terrorismo. Por un lado, aun cuando no se puede olvidar la
dimensión penal que un acto terrorista lleva implícito, sin embargo dicha dimensión
por sí sola no define la complejidad del fenómeno (Gerstein, 1 982). La agresión
delictiva (violencia social) no puede identificarse con la violencia política ni en su
dimensión intencional (en el terrorismo es medio para obtener objetivos políticos) ni
en sus agentes (en el terrorismo, agresores y víctimas lo son en cuanto que
simbolizan y representan aquello contra lo que se lucha, y como tales se reconocen
mutuamente). Como señala Gerstein (1 982), el terrorista va más allá de atentar o
violar los derechos de personas específicas: rechaza los principios sociales y políticos
en los que se fundamentan tales derechos. Su acción terrorista se dirige a dichos
principios y las víctimas se transforman en medios para objetivos políticos.
La reducción del fenómeno terrorista a su carácter delictivo lleva a conceptuarlo
en términos solamente penales y sus requerimientos políticos son obviados, con lo
que su solución se hace más inviable. No obstante, esta dimensión penal tiene
implicaciones tanto en aspectos jurídicos (las leyes especiales contra el terrorismo),
aspectos penales (su tratamiento diferencial frente al delincuente común), y el
tratamiento policial (la pérdida de sus derechos, la tortura como medio de obtener
información, etc.).
Dentro de la dimensión psicológica y social pueden diferenciarse dos aspectos:
uno más individual y otro el de las condiciones sociales que han favorecido Ja
aparición del terrorismo moderno. El aspecto psicológico-individual se ha tendido a
circunscribir a la búsqueda de determinantes personales o, lo que es lo mismo, una
fundamentación psicológica (la personalidad terrorista) del terrorismo (Alonso
Fernández, 1 986). Dentro de esta dimensión psicológica se ha tratado de relacionar
el terrorismo con factores psicológicos como: a) los sentimientos y actitudes hacia la
violencia; b) las organizaciones como válvulas de escape para conflictos internos, y
e) búsqueda de sensaciones (Margolin, 1 977; Kaplan, 1 98 1).
Sin embargo, estudios empíricos sobre líderes de organizaciones terroristas
(Clark, 1 983) han puesto de manifiesto la inviabilidad de tales intentos y la
incidencia de aspectos sociales que hacen referencia a los procesos de socialización,
208 Psicología Política
Una de las armas fundamentales de efectividad con que cuentan las organizacio
nes terroristas está en los principios democráticos que rigen los estados en los que
actúan; las estructuras gubernamentales se enfrentan a la tarea de responder a las
acciones terroristas de tal modo que: a) no se vea dañada su imagen y credibilidad
21 O Psicologfa Política
pública (no debe suponer la ruptura con los principios políticos que mantiene); b)
que no afecte indiscriminadamente a la población (los ciudadanos no pueden verse
privados de sus derechos fundamentales), y e) que no suponga la claudicación ante
las exigencias y amenazas terroristas (Alexander, 1979).
Las diferentes respuestas de los gobiernos a las acciones terroristas pueden
agruparse en cuatro categorías básicas: medidas internacionales, políticas, policiales
y los programas de victimología. La revisión realizada por Schultz ( 1 980) sobre los
programas antiterroristas y su clasificación en ocho tipos de respuestas al terroris
mo se adecuan a estas cuatro categorías. Ahora bien, tres factores fundamentales
han hecho que en la actualidad tomen relevancia las medidas internacionales,
políticas y de victimología: la aparición del terrorismo internacional, el terrorismo
indiscriminado y el grado cada vez mayor de sofisticación de los ataques terroristas.
Las medidas policiales no son suficientes, al menos a largo plazo, para una
regulación del terrorismo: no sólo por la sofisticación de las estrategias terroristas,
sino también porque el arma fundamental de tales organizaciones es su posibilidad
de llegar a desautorizar y desestabilizar al poder.
Dentro de los programas internacionales (Wilkinson, 1981; Lodge, 1 98 1 ), uno de
los problemas iniciales fue el de la extradición, que nunca estuvo exenta de
dificultades debido a razones políticas y a las propias constituciones de los estados,
haciendo dificil la cooperación entre naciones para la captura de miembros de
organizaciones terroristas. Por otro lado, los programas internacionales se han
centrado en encontrar las bases que permitieran llegar a un acuerdo internacional
sobre el control del terrorismo. En este sentido la recopilación de tales acuerdos
(laterales y multilaterales) realizado por Alexander y colaboradores ( 1 979) desde
antes de la Segunda Guerra Mundial es un documento histórico que pone de
manifiesto la importancia que dicho fenómeno está adquiriendo. Sin embargo, al
igual que con la medida de la extradición, la dificultad de implantar algunos
acuerdos internacionales pone de manifiesto de nuevo la complejidad de dicho
fenómeno: la concepción diferencial que las naciones tienen del propio terrorismo
(algunas organizaciones terroristas de liberación son apoyadas por las propias
naciones), las reglamentaciones constitucionales de cada nación, el fenómeno del
terrorismo internacional, etc.
Así, aparecen nuevos intentos de crear programas antiterroristas internacionales
bien planteando que el terrorismo debe ser entendido como «un acto delictivo
criminal», bien equiparando el terrorismo a una situación de guerra donde las
partes implicadas deben amoldarse a unas normas consensuadas de regulación de
«ataques y contraataques» que aminore las consecuencias negativas de tal situación
y regule el tratamiento de los «combatientes» (Wilkinson, 1982). Sin embargo, tal
intento, aun cuando puede crear las bases para «una racionalidad de la violencia»
(tal como en las leyes de guerra), no deja de tener dificultades: por el lado de las
organizaciones terroristas en cuanto que la aceptación de dicha reglamentación
supone la pérdida de su mayor arma; legitimar su propia lucha y circunscribirla a
una normativa legal. Pero por parte de las estructuras de gobierno presupone
aceptar a las organizaciones terroristas como «estructuras de poder» y, en conse
cuencia, poner en peligro el poder y organización política conseguida.
Movimientos sociales y violencia polftica 21 1
segunda cuestión está relacionada con el foco de análisis: las aportaciones iniciales
de la Psicología a este campo se centraron en el estudio de la influencia de procesos
perceptivos, interpretaciones, o determinadas reacciones en las relaciones entre
estados (Klineberg, 1 940). Ello se enfrentaba a las aproximaciones de otros campos
y al intento de conceptuar dichas relaciones como un fenómeno con una lógica
racional (Mandel, 1 979, 1 984b).
Por los años treinta aparecen las primeras aportaciones de la Psicología al
campo de las relaciones internacionales: se realizan trabajos relacionados con las
actitudes hacia la guerra, hacia l a propia nación y hacia las relaciones inter
nacionales (Klineberg, 1 950), a la vez que aparecen estudios sobre las causas de las
guerras (Tolman, 1 942). Sin embargo, es por los años cincuenta cuando mayor
relevancia empiezan a tener estas aportaciones de la Psicología: proliferan investiga
ciones empíricas que tratan de relacionar condicionamientos psicológicos con
fenómenos de las relaciones internacionales (Kelman y Bloom, 1 973). Al tiempo se
produce un cambio en el foco de análisis: se abandona esa perspectiva individualista
(importancia de aspectos motivacionales, agresión, etc.) y se adopta una perspectiva
más social en la que se intenta encontrar dimensiones psicológicas relacionadas con
aspectos sociales, económicos, ideológicos y que subyacen a las relaciones inter
nacionales.
Teorías de la personalidad
Esta aproximación teórica intenta poner de manifiesto hasta qué punto las
características de personalidad de los individuos afectan en sus orientaciones hacia
la política exterior y bajo qué circunstancias dichas características ejercen una
influencia más significativa. Respecto a la primera cuestión, diversos estudios
muestran cómo determinados rasgos de personalidad pueden afectar a las preferen
cias respecto a la política internacional. Entre éstos es quizá el de Margaret Herman
(1980) uno de los más extensos y relevantes. En dicho estudio, Herman intenta
analizar la relación que existe entre seis características de personalidad (nacionalis
mo, locus de control interno, necesidad de poder, necesidad de afiliación, compleji
dad conceptual y desconfianza en los otros) con la conducta política exterior,
medida a través de cinco variables: orientación hacia el cambio, independencia/in-
Movimientos sociales y violencia política 21 5
Teorías perceptivas
Han sido las más desarrolladas y utilizadas para explicar las relaciones entre los
Estados-Nación (Mandel, 1 986). La cuestión central que define a estas teorías es los
procesos de distorsión en la codificación e interpretación de la información. Se
entiende que las distorsiones son el resultado de la diferencia existente entre la
autopercepción de la propia nación -que se lleva a cabo desde la perspectiva de
actor- y las percepciones de las otras naciones en relación con la de uno mismo
-donde actúa la perspectiva del observador-. En base a este planteamiento se han
estudiado principalmente las percepciones que se tienen de las otras naciones,
analizándolas mucho más desde la perspectiva de las élites que de la población en
general. Gran parte de estos trabajos han estado dedicados a la influencia de las
percepciones en las relaciones soviético-americanas (Bronfenbrenner, 1 961).
Aunque buena parte de las explicaciones de estas teorías proceden de las teorías
perceptuales y de la personalidad, la diferencia entre estas últimas y aquéllas viene
dada porque en este caso el determinante fundamental de las distorsiones en el
proceso de la toma de decisión son factores situacionales: el contexto; mientras que
en las teorías precedentes las distorsiones eran el resultado de procesos internos de
los individuos, es decir, de sus propios filtros interpretativos. Dos tipos de distorsio
nes resaltan estas teorías: uno se refiere a la tendencia de algunos burócratas a no
tener en cuenta un amplio rango de alternativas políticas o no considerar la relación
medios-fines, apareciendo como consecuencia de ello un tipo de política muy distinta
a aquellos que le precedieron. El segundo tipo de distorsión se relaciona con la
tendencia a actuar en función de la primera alternativa aceptable sin realizar un
21 6 Psicología Política
En la misma línea que las teorías anteriores, en este caso se plantea que frente a
la racionalidad de quienes intentan llevar a cabo una negociación, las aproximacio
nes psicológicas subrayan la importancia que tienen las características de personali
dad y los intereses particulares de los mismos, las condiciones bajo las cuales se
analiza la información (presiones, interferencias ... ), y las oportunidades y nivel de
entendimiento durante la comunicación entre las distintas partes. Se considera que
las distorsiones que se producen durante el proceso de negociación conducen
generalmente hacía la imposibilidad de llegar a alcanzar algún tipo de acuerdo, de
que alguna de las partes haga concesiones a la otra o de que se lleguen a resolver
algunas discrepancias (Mandel y Clarke, 1981). Las principales críticas a este tipo de
teorías vienen dadas en el sentido de que, a pesar de la importancia que tienen los
estudios que se han venido realizando, faltan estrategias de solución que conduzcan
a un mayor entendimiento entre las partes en conflicto en política internacional
(Mandel, 1986).
4. Sistema de g uerra
Desde que ya por los años treinta comenzara el interés sobre la influencia que
los procesos psicológicos ejercen en las relaciones internacionales, el tema de la
guerra acaparó la atención de los científicos sociales interesados en dicha problemá
tica (Etzioni, 1968). Otto Klineberg ( 1 940) señala la importancia de los factores
psicológicos para la comprensión del conflicto internacional.
Aunque inicialmente el tema de las relaciones internacionales y el de la guerra
estuvieron estrechamente relacionados, este último ha adquirido un status propio y
se ha configurado como una temática independiente del de relaciones inter
nacionales. Un factor clave es la aparición del armamento nuclear, a partir de la
Segunda Guerra M undial, produciéndose un giro importante en la concepción de la
guerra por parte de la comunidad científica: del interés por evitar la guerra se pasó
a una preocupación por limitar la escalada nuclear.
Junto a dicho cambio, a partir de los años cincuenta se empieza a replantear la
concepción clásica de la guerra, planteando que no se puede entender sólo como la
manifestación o enfrentamiento violento entre dos colectivos o naciones con el
Movimientos sociales y violencia política 21 7
Resulta dificil encontrar unos criterios claros para poder diferenciar entre los
distintos enfoques desde los que se ha abordado el sistema de guerra. Clásicamente
se distinguía entre aquellos que enfatizaban los aspectos individuales, en los que se
incluían los psicológicos, y aquellos otros más centrados en factores culturales, como
era el caso de los antropológicos, situando en un posición intermedia a los que
presentaban un carácter de corte más sociológico o socioeconómico. En la actuali
dad dicha clasificación no responde totalmente a la realidad, debido a que el nivel
de interrelación entre las distintas disciplinas es tal que resulta arduo establecer
unas delimitaciones precisas. Partiendo de este presupuesto, a continuación se
presentan las aportaciones procedentes de los distintos enfoques que se acaban de
mencionar, pero sin las connotaciones que les otorgaban los análisis clásicos.
Psicológico: si bien es cierto que la Psicología ha intentado explicar los motivos
que conducen al ser humano a comportarse de forma agresiva o violenta, usando teo
rías como el instintivismo (Lorenz, 1966), la frustración-agresión (Dollard et al., 1 939)
o el aprendizaje social (Bandura, 1971b, 1 980), sus interpretaciones no se han consi
derado del todo válidas para la comprensión del fenómeno de la guerra.
Quizá de mayor importancia han sido algunas explicaciones sobre el conflicto y
la guerra procedentes del ámbito de la Psicología Social y relacionadas con una
Psicología Social de corte cognitivo (Deutsch, 1 973). Caben destacar dos tipos de
aportaciones básicas: 1 ) La aparición del conflicto social como resultado de un
21 8 Psicología Política
Es necesario plantear tres factores psicológicos para explicar Jos procesos que
subyacen en las relaciones conflictivas entre los Estados-Nación, a saber: procesos
motivacionales, tales como el miedo a ser atacado por el adversario o Ja tendencia a
alcanzar mayor poder que otros países; procesos cognitivos, entre los que cobra una
especial relevancia el fenómeno del etnocentrismo junto con problemas de distor
sión perceptual desarrollados entre los Estados-Nación; y el proceso de la toma de
decisión, en el que se analizan tanto las características de personalidad de Jos líderes
políticos como la influencia que determinadas motivaciones y percepciones ejercen
en el momento de tomar una decisión sobre política exterior. Ahora bien, mientras
los procesos motivacionales han sido analizados básicamente desde una perspectiva
psicoanalítica, los procesos cognitivos han sido abordados tomando como punto de
partida fundamentalmente las aportaciones de la Psicología Cognitiva del procesa
miento de información.
Dimensión motivacional
Dimensión cognitiva
Las posibilidades de regulación del sistema de guerra van a ser analizadas desde
dos vertientes: por un lado, atendiendo a las distintas estrategias que se han
planteado respecto a cuál es la distribución de poder más idónea entre las naciones
para evitar que se produzca una guerra y, por otro lado, haciendo referencia a los
mecanismos más utilizados para el establecimiento de pactos o acuerdos respecto a
la carrera de armamentos.
222 Psicología Política
Referencias b i b l i og ráficas
Alexander, Y.: «Terrorism and the Media in Middle East», en Y. Alexander y S. M. Finger
(ed.): Terrorism: Interdisciplinary Perspectives, Nueva York: J. Jay Press.
Alexander, Y.; Browne, M., y Nanes, A. ( 1979): Control of Terrorism: International Documents,
Nueva York: Crane Russak.
Alexander, Y., y Finger, S. M. (eds.) ( 1977): Terrorism: Interdisciplinary Perspectives, Nueva
York: J. Jay Press.
Alexander, Y., y Gleason, J. (eds.): Behavioral and Quantitative Perspective on Terrorism,
Nueva York: Pergamon.
Alonso-Fernández, F. ( 1986): Psicología del terrorismo, Barcelona: Salvat.
Bandura, A. (1971): Social Learning Theory, Nueva York: General Learning Press.
Bandura, A. (1980): «The Social Learning Theory of Aggression», en R. A. Falk y S. S. Kim
(eds.): The War System: An Interdisciplinary Approach, Boulder, Colorado: Westview
Press, págs. 141-1 56.
Barnes, S. H., y M. Kaase, M. (eds.) ( 1979): Political Action: Mass Participation in Five
Western Democracies, Beverly Hills, California: Sage.
Braungart, R. G., y Braungart, M. M. (1983): «Terrorism», en A. S. Go!dstein (ed.): Prevention
and Control of Aggression, Nueva York: Pergamon Press.
Braun, R. (1965): Social Psychology, Nueva York: Free Press.
Brodie, B. ( 1973): War and Politics, Nueva York: The Macmillan Company. (México: Fondo
de Cultura Económica, 1978.)
Bronfenbrenner, U. (1961): «The Mirror-Image in Soviet-American Relations: A Social
Psychologist's Report», Journal of Social lssues, 16 (3): 45-56.
Cantril, H. (1958): The Politics of Despair, Nueva York: Basic Books.
Clark, R. P. (1983): «Patterns in the lives of ETA members», Terrorism: An International
Journal, vol. 6, núm. 3, 423-454.
Clausewitz, C. ( 1 832): Von Kriege. On War, editado y traducido por M. Howard y P. Paret,
Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1976).
Crenshaw, M. ( 1986): «The psychology of political terrorism», en M. G. Hermann (ed.):
Political Psychological, San Francisco: Jossey-Bass.
Corsi, J. R. (1981): «Terrorism as a desesperate game», Journal of Conjlic Resolution, vol. 25,
"'
núm. 1, 47-85.
Curtis, R. L. Jr., y Zurcher, L. A. Jr. (1974): «Social movements», Social Problems, 21, 256-
270.
Dahrendorf, R. (1959): Class and Class Conflict in Industrial Society, Stanford: Stanford
University Press.
Danziger, K. (1983): «Ürigins and basis principies of Wundt' Wolkerpsychologie», British
Journal of Social Psychology, 22, 303- 3 1 3.
224 Psicologla Polltica
Gurr, T. R. ( 1 970): Why Men Rebel, Princeton, New Jersey: Princeton University Press.
Harris, M. ( 1 977): Cannibals and Kings, Nueva York: Random House (Barcelona: Argos, 1978).
Heyman, E. S. ( 1980): «The diffusion of transnational terrorism», en R. H. Shultz y S. Sloan
(eds.): Responding to the Terrorism Threat, N ueva York: Pergamon Press.
Hermann, M. G. ( 1 974): «l.eader personality and foreign policy behaviorn, en J. N. Rosenau
(ed.): Comparing Foreign Policies: Theories, Findings, and Methods, Nueva York: Halsted
Press.
Hermann, M. G. ( 1979): «Who becomes a political leader? Sorne societal and regime
inlluences on selection of a head of state», en L. S. Falkowski (ed.): Psychological Models
in lnternational Politícs. Boulder, Colorado: Westview Press.
Hermann, M. G. ( 1980): «Explaining foreign policy behavior using the personality characte
ristics of political leaders», International Studies Quarterly, 24, 7-46.
Herrera, M.; Garzon, A., y Seoane, J. ( 1986): «Poder y negociación en el sistema de guerra»,
Boletín de Psicología, 1 2, 7-38.
Herrera, M. (en prensa): «Toma de decisión y procesos cognitivos en el sistema de guerra»,
Comunicación en Primeras Jornadas de Psicología Política, Murcia, 1 987.
Hess, R., y Torney, J. ( 1 967): The Development of Political attitudes in Children, Chicago:
Aldine.
Hobsbawm, E. J. ( 1 959): Primitive Rebels. Nueva York: Norton.
Holsti, E. J. ( 1 97 1 ): «Crisis, stress and decision-making», International Social Science Journal,
23 ( 1 ).
Holsti, O. R.; Brody, R. A., y North, R. C. ( 1 969): «The management of international crisis:
affect and action American-Soviet relations», en D. G. Pruitt y R. C. Snyder (eds.):
Theory and Research on the Causes of War, Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice-Hall,
págs. 62-79.
Holsti, O. R., y George, A. L. ( 1 975): «Effects of stress upon foreign policymaking», en C. P.
Cotter (ed.): Political Science Annual. Indianapolis: Bobbs-Merrill.
Huntington, S. P. ( 1 968): Politica/ Order in Changing Societies, New Haven: Yale Universíty
Pres s.
Ibáñez, T. ( 1 982): Poder y libertad, Barcelona: Hora.
In triligator, M. D., y Brito, D. L. ( 1 984): «Can arms races lead to the outbreak of war?»,
Journal of Conflict Resolution, 28 ( 1 ), 63-84.
Janis, l. L. ( 1 972): Victims of Groupthink. Boston: Houghton Miffiin.
Jenkins, B. M. ( 1 98 1 ): International Terrorism: Choosing the Right Target, Calif.: The Rand
Corp.
Jenkins, J. C. ( 1 98 1 ): «Sociopolitical movements», en S. Long (ed.): The Handbook of Política/
Behavior, vol. 4, Nueva York: Plenum Press, págs. 8 1 - 1 53.
Jervis, R. ( 1 980): «Hypotheses on Misperception», en R. A. Falk y S. S. Kim (eds.): The War
System: A n Interdisciplinary Approach, Boulder, Colorado: Westview Press, págs. 465-
490.
Jones, E. E., y Nisbett, R. E. ( 1 972): «The actor and the observer: divergent perception on the
causes of behavior», en E. E. Jones et al. (eds.): Attibution: Perceiving the Causes of
Behavior Morristown, New Jersey: Silver Burdett.
Kaplan, A. ( 1 98 1 ): «The psychodynamics of terrorism», en Y. Alexander y J. Gleason (eds.):
Behavioral and Quantitative Perspectives on Terrorism, Elmsford: Pergamon Press.
Kelman, H. C., y Blomm, A. H. ( 1 973): «Assumptive frameworks in international politics», en
J. N. Knutson (ed.): Handbook of Política[ Psychology, San Francisco: Jossey-Bass, págs.
26 1 -295.
Kerr, H. H. ( 1 973): «Changíng attitudes through international participation: European
parliamentarians and integratiom>, International Organization, 27, 45-83.
226 Psicología Polftica
Merton, R. K., y Nisbert, R. (eds.) ( 1976): Contemporary Social Problems, Nueva York:
Harcourt Brace Jovanovich.
Mickolus, E. F.: «Statistical approaches to the study of terrorism», en Y. Alexander y S. M.
Pinger (eds.): Terrorism: lnterdisciplinary Perspectives, Nueva York: J. Jay Press.
Mickolus, E. F., y Heyman, E.: «Iterate: monitoring transnational terrorism», en Y. Alexan
der y J. M. Gleason (eds.): Behavioral and Quantitative Perspectives on Terrorism, Nueva
York: Pergamon Press.
Mickolus, E. F.; Heyman, E., y Schlotter, J. ( 1980): «Responding to terrorism: basic and
applied research», en R. Schultz y S. Sloan (eds.): Respondíng to the Terrorist Threat:
Security and Crisis Management, Nueva York: Pergamon Press.
Miller, A. ( 1 980): «Terrorism and hostage negotiations», Boulder, Colorado: Westwiew Press
Inc.
M osocivi, S. ( 1 9 8 1 ): L'áge des joules, París: Artyme Feyard.
Oberschall, A. ( 1 973): Special Cotiflict and Social Movements, Englewood Cliffs, New Jersey:
Prentice-Hall.
Ochberg, F. M. ( 1 979): «Preparing for terrorist victimatiom>, en R. A. Klimarx y Y. Alexander
(eds.) ( 1979): Política/ Terrorism and Business, Nueva York: Praeger.
Parsons, T. ( 1 964): «Social strains in America», en D. Bell (ed.): The Radical Right, Garden
City, Nueva York: Doubleday.
Pinillos, J. L. ( 1 983): «La imagen del hombre en las ciencias humanas», en J. L. Pinillos:
La Psicología y el hombre hoy, Madrid: Trillas.
Raser, J. R., y Crow, W. J. ( 1969): «A simulation study of deterrence strategies», en D. G .
Pruitt y R. C. Snyder (eds.): Theory and Research on the Causes of War, Englewood Cliffs,
New Jersey: Prentice-Hall.
Rocher, G. ( 1 983): Introducción a la sociología general, Barcelona: Herder.
Schultz, R., y Sloan, S. (eds.) ( 1 980): Responding to the Terrorist Threat: Security and Crisis
Manugement, Nueva York: Pergamon Press.
Schultz, R., y Sloan, S. ( 1 980): «lnternational terrorism: the nature of the threat», en R.
Shukitz y S. Sloan (eds.): Responding to the Terrorist Threat: Security and Crisis Manage
ment, Nueva York: Pergamon Press.
Seoane, J.: «Conocimiento y representación social», en J. Mayor (ed.): Actividad humana y
procesos cognitivos, Madrid: Alhambra Universidad.
Siverson, R. M., y Sullivan, M. P. ( 1 983): «The distribution of power and the onset of war»,
Journal of Cotiflict Resolution, 27 (3), 47 3-494.
Sloan, S. ( 1 98 1 ): Simulating Terrorism, Norman: University of Oklahoma Press.
Smelser, N. J. ( 1 963): The Theory of Collective Behavior, Nueva York: Free Press.
Stagner, R. ( 1965): «The psychology of human conflict», en E. B. McNeil (ed.): The Nature of
Human Conjlict, Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice-Hall, págs. 69-9 1 . (México:
Fondo de Cultura Económica, 1 975.)
Stagner, R. ( 1 9 80): «Personality dynamics and social conflict», en R. A. Falk y S. S. Kim
(eds.): The War System: An lnterdisciplinary A pproach, Boulder, Colorado: Westview
Press, págs. 2 3 1 -247.
Steinbruner, J. D. ( 1 974): The Cybernetic Theory of Decision, Princeton, New Jersey:
Princeton University Press.
Sthol, M. ( 1983): «Review essay: the international network of terrorism», Journal of Peace
Research, vol. 20, núm. l .
Stoetzel, J . : Psicología Social, Alcoy: Marfil.
Stoll, R. J. ( 1 984): «Bloc concentration and the balance of power», Journal of Cotiflict
Resolution, 28 ( 1 ), 25-50.
Swingle, P. (ed.) ( 1970): The Structure of Conjlict, Nueva York: Academic Press.
228 Psico/ogla Política
G O NZALO S E R RANO
1. Introducción
conflictos sociales; a pesar de las limitaciones de los experimentos con juegos, esta
metodología supuso un avance en la objetivación de la definición del conflicto y la
delimitación de sus variables; además, por supuesto, de las consecuencias positivas
que tenía su versatilidad técnica (Pruitt y Kimmel, 1977).
Pero la investigación psicosocial actual sobre el conflicto según Deutsch ( 1980),
podría ordenarse en base a las respuestas a tres cuestiones fundamentales. La
primera hace referencia a las condiciones que posibilitan un proceso adecuado a la
solución del conflicto; en segundo lugar, las estrategias o tácticas empleadas por las
partes litigantes; la tercera se pregunta por los determinantes de la naturaleza del
acuerdo. A la primera de las tres cuestiones señaladas han intentado responder los
estudios sobre las consecuencias de una actitud cooperativa o competitiva; la forma
de percibir las creencias del otro, la apertura en la comunicación, la sensibilidad
hacia los intereses comunes, la suspicacia y hostilidad, serán sustancialmente
distintos en función de la posición adoptada. El conocimiento, pues, de los efectos
de los procesos de cooperación o competición conlleva la comprensión de que sea
instaurado o no un conjunto de condiciones que encaucen constructiva o negativa
mente el conflicto (Deutsch, 1980).
Las dos siguientes preguntas han sido respondidas con todo el cuerpo teórico y
empírico que la investigación sobre los procesos de negociación ha conllevado.
De todos modos, el estado actual de la investigación resulta claramente insatis
factorio, máxime si se considera la indudable relevancia social de los asuntos que se
tocan. Para muchos la explicación de este retraso obedece, ante todo, a la enorme
complejidad del proceso determinado por gran número de variables, y a su
presencia, de diversas formas, en todos los sistemas sociales; pero además el estudio
empírico de las situaciones conflictivas entraña una gran dificultad no sólo por la
razón anterior, sino también por los problemas metodológicos y experimentales que
surgen al abordarlo. Han sido muy numerosas las aportaciones conceptuales que se
han realizado tendentes a una clarificación del concepto del conflicto social y,
consiguientemente, del conflicto político. Los conocidos trabajos de Pondy ( 1 967) y
Fink (1 968) ya ponían el énfasis en una serie de elementos presentes en todo
conflicto; a saber, la existencia de una situación previa determinada por la escasez
de recursos o la percepción real o imaginaria de tal escasez y la oposición entre las
partes expresada a niveles cognitivo, emocional o conductual.
También resulta interesante la aportación de Schmidt y Kochan ( 1 972) por el
énfasis puesto en el concepto de «potencial de conflicto», cuya determinación
posibilitaría hacer previsiones sobre la aparición de conductas conflictivas, lo que
podría iluminar posibles planes de prevención o conducción del futuro conflicto.
Como más arriba señalamos, puede asimismo mencionarse intentos de estable
cer un único modelo aplicable a cualquier situación conflictiva; tal sentido tiene la
aportación de Caplow ( 1 974). El autor distingue los elementos mínimos para
caracterizar una situación como conflictiva, las distintas secuencias que va reco
rriendo y las variables propias del conflicto; este último núcleo es quizá el más
interesante para el objetivo definitorio que nos proponemos.
Son variables del conflicto los recursos de las partes, el nivel de hostilidad, el
coste del conflicto y la habilidad táctica. Con relación a los recursos, parece obvio
232 Psicología Política
produce también una «situación social anárquica» entre las partes; es decir, decrece
la posibilidad de conductas racionales y de generar expectativas positivas entre los
contendientes. En tercer lugar, con frecuencia los problemas internos se atribuyen a
la amenaza permanente del adversario, haciendo sentir la necesidad de defenderse
de él: se trata de una táctica política de desplazamiento. Finalmente, la continua
distorsión perceptiva y la caracterización de la otra parte como peligrosa para los
propios intereses posibilitan la aparición de profecías autocumplidas emanadas de
los líderes políticos, lo que contribuye aún más a afianzar la permanencia e
irresolubilidad del conflicto.
3. La negociación política
interés sobre los resultados de la otra parte y al interés sobre los propios resultados;
así pues, tendríamos:
a) Resolución de problemas: alto interés por los propios y alto por los de la
otra parte.
b) Rivalidad: alto interés por los propios y bajo por los de la otra parte.
e) Flexibilidad: bajo interés por los propios y alto por los ajenos.
d) Inacción: bajo interés por los propios y bajo por los ajenos.
do situaciones en que las posiciones de partida habían quedado fijadas con otras en
que actuaba de modo más abierto; ambos planteamientos suponían un distinto
grado de compromiso para el negociador y consiguientemente una menor capaci
dad de maniobra, generándose a partir de la primera posición una situación
negociadora más inflexible y dificultosa. Morley (1978) otorga gran relevancia a la
preparación como inicio de la dinámica intragrupal de la toma de decisiones.
Otro problema que tiene aquí su lugar de tratamiento es el referido a la
motivación hacia la cooperación o hacia la competición. Rubín y Brown (1975),
basándose en los estudios sobre los cuales han realizado su revisión, establecen
varios principios generales acerca de las consecuencias de la conducta de coopera
ción que, en resumen, reflejan el carácter positivo que poseen las conductas de
cooperación.
El modelo de Walton y McKersie al distinguir la dimensión distributiva de la
integración, adjudica a la primera la tendencia hacia la competición y a la segunda
la tendencia hacia la cooperación; de todos modos, esta distinción aunque posible
analíticamente puede llegar a ser ambigua, dado que cooperación y competición
no son tanto alternativas separadas cuanto realidades entrelazadas, de manera
que la motivación hacia una y otra se dan simultáneamente (Druckman, 1 977).
Más recientemente, se ha abordado esta problemática, incorporando ciertas
variables. Ben-Yoav y Pruitt (1984) llegaron a la conclusión de que la expectativa de
interacción cooperativa en el futuro (ECFI) fomenta el beneficio conjunto siempre
que en la negociación se dé una resistencia a la flexibilidad entre las partes; ante tal
resistencia, la ECFI genera conductas tendentes a la resolución de problemas; pero
si la flexibilidad resulta excesiva, la ECFI será un freno para el nivel' de aspiracio
nes; se establece, pues, una relación entre la dureza negociadora y la expectativa de
cooperación en aras a conseguir un elevado beneficio mutuo. El problema va a estar
lógicamente en el grado de dureza requerido y el nivel de aspiraciones de las partes,
de modo que no sobrepase las posibilidades de integración y se desemboque en una
situación de confrontación o ruptura.
Aunque dentro de lo que puede denominarse «estructura de la negociación» se
ha incluido toda suerte de variables dependiendo del campo teórico o aplicado de
cada autor, vamos a hacer referencia a dos temas, que se han revelado como
especialmente importantes para la negociación política y que, en buena medida,
permiten comprender las tácticas de negociación que se utilizan: se trata de las
variables de personalidad de los negociadores y de las relaciones de poder. ·
procesos y resultados de las negociaciones; Deutsch ( 1 980) afirma que cuanto mayor
es el poder o capacidad de amenazas que poseen los individuos menores serán las
ganancias conj untas que ellos logren. Las conclusiones a las que llega son las
siguientes: existe una clara tendencia al uso de amenazas; éstas suelen provocar una
réplica, y la prosecución del proceso se convierte en una espiral del conflicto de
nefastas consecuencias para los intereses de ambos afectados. Por otro lado, la parte
que posee mayor poder lógicamente suele salir beneficiada con respecto a la
oponente (Greenhalgh, Neslin y Gilkey, 1 985).
Otras investigaciones han obtenido resultados divergentes respecto a los ante
riores. Tedeschi y Bonoma ( 1 977) afirman que en situaciones de igualdad de poder
las amenazas son usadas con menor frecuencia y los negociadores obtienen un
beneficio conj unto más elevado que si disponen de un poder similar pero moderado.
Una dimensión vinculada al poder viene dada por el control que sobre la
información puedan ejercer las partes en litigio. Se cree normalmente que obtener
información sobre el adversario (aspiraciones, estrategia, resistencia, actitudes, etc.)
otorga cierta ventaja en la negociación; Miller y Crandall ( 1 980) y Touzard ( 1 98 1 )
informan de investigaciones que dan soporte a tal afirmación, pues cuanto mayor es
el conocimiento de las pérdidas y ganancias del oponente más pueden maximizar
los negociadores sus ganancias conjuntas. En el mismo sentido, los resultados del
trabajo de Roth ( 1 983) llevan a afirmar que el conocimiento de los beneficios de una
oferta influye en los resultados de la negociación, mediante la modificación de las
expectativas subjetivas de cada negociador con respecto al rango de acuerdos que
pueden ser aceptados por el otro.
Sin embargo, algunos autores han obtenido resultados no coincidentes con los
anteriores. Ese conocimiento puede guiar a un negociador a realizar demandas más
débiles y a aceptar un acuerdo más pobre de lo que él haría; tal cosa ocurre porque
puede hacer que las ofertas de su oponente parezcan menos extremas, más creíbles
o más equitativas de lo que serían si el negociador fuera inconsciente de las
ganancias de su oponente (Deutsch, 1 980). Pruitt y Lewis ( 1 977) explican estas
diferencias argumentando que se dará una mayor competitividad o cooperación
según que las posiciones sean incompatibles o compatibles, respectivamente.
Pero sin duda han sido Bacharach y Lawler ( 1 984) los que han tratado de modo
más sistemático la capacidad de estructuración que el poder tiene sobre los
procesos de negociación (cfr. Serrano, 1 987). .
Consideran, ante todo, el poder como la esencia de la negociación, por cuanto
está presente en todos los aspectos de la misma y resulta condición indispensable
para una explicación integral. Dentro de las ciencia·s sociales ha sido abordado, al
menos, de diversas maneras, pero la aproximación más frecuente en la Psicología
Social actual ha entendido el poder como acción táctica, con lo cual se distingue el
poder potencial del actual y se enfatiza una dimensión, como es el uso del poder, lo
que de hecho significa que las relaciones de poder se expresan en la actividad y en la
manipulación.
El segundo postulado predica que la negociación es un proceso táctico, situando
éste en el centro de las relaciones de poder, táctica que se basa en la potencialidad
del poder negociador y que lo vincula a los resultados de la misma negociación.
Conflicto y negociación política 243
permitan delimitar con más exactitud las consecuencias que se siguen de los
procesos de influencia.
Pasando ya a las tácticas coactivas, suele formularse una primera distinción
entre el empleo mismo de la coerción o el mero potencial coercitivo, entendido
como la cantidad de castigo imponible a una parte desde la otra. Para dar cuenta
del tema se han propuesto varias teorías al respecto: la Teoría de la Disuasión, que
establece la relación inversamente proporcional entre potencial coercitivo y empleo
de la coerción (Schelling, 1 966; Morgan, 1 977). La Teoría de la Utilidad Subjetiva
Esperada, para la cual la efectividad de la amenaza dependerá de la capacidad de
quien la formula y de la probabilidad de su ejecución (Tedeschi, Schlenker,
Bonoma, 1 973). La Teoría de la Espiral del Conflicto, cuya tesis central es que el
alto potencial coercitivo genera más probabilidades de que pueda usarse (Bacha
rach y Lawler, 1 984).
Dentro de las tácticas coercitivas la amenaza se utiliza como elemento de
presión; pero, para surtir efecto, debe ser creíble desde la otra parte e incluso
ejecutable; lo contrario tendría efectos negativos para quien la formula. Deustch
( 1980) hace la siguiente ordenación de características que afectan al uso y eficacia de
las amenazas: legitimidad, credibilidad, magnitud, valores implicados, objetivo de la
amenaza, perspectiva temporal, costes y beneficios que conllevaría su ejecución.
cada cual en la negociación, desde la dest reza del personal diplomático al control
del proceso de negociación a lo largo del conflicto. En este contexto resulta
especialmente interesante el estilo de negociación de cada nación, entendiendo por
tal las características propias en base a la tradición, cultura, organización social y
política, etc. A partir de esta problemática han surgido estudios sobre el modo de
negociar de ciertos países (cfr. Blaker, 1 977; Jünsson, 1 979).
Finalmente, el tercer factor se expresa por las variables de política interior
vinculadas al desarrollo mismo de la negociación. Téngase en cuenta que una de las
principales tareas de los negociadores estriba en lograr un consenso interno; es la
manifestación en este campo de la dimensión cuarta que señala la teoría de Walton
y McKersie. Otras variables serían la cohesión de la delegación, el abanico de
alternativas posibles, etc.
La negociación internacional presenta también tipos de procesos negociadores
propios. Destacamos dos; las negociaciones de carácter integrativo y las complejas
o multilaterales. Las primeras suponen que las decisiones sobre diversos aspectos
políticos son tomadas global y conjuntamente, lo que sin duda dificulta el acuerdo y
posibilita la utilización de tácticas de postposición para forzar acuerdos; es una
forma típica de negociación de la Comunidad Económica Europea, criticada por
diversos autores (cfr. Rosenthal, 1 975).
La llamada «diplomacia multilateral>> se evidencia más flexible y capaz de
generar estructuras y soluciones innovadoras, a costa, eso sí, de un mayor grado de
incertidumbre en los resultados. En este caso la construcción del consenso es más
fragmentada y discontinua, de modo que los problemas sólo se van resolviendo
parcialmente y son susceptibles de replantearse. Obviamente, existe una mayor
difusión del poder, de modo que naciones menos poderosas pueden jugar un papel
más importante.
viabilidad del proceso; influencia que va más allá del mero poder político: se trata
de un valor añadido.
Otro aspecto también específico consiste en las características del mediador para
ser aceptado. Así como en otros casos (conflictos laborales o sociales) se exige del
mediador una neutralidad e imparcialidad antes y durante su intervención, en el
ámbito internacional no resulta imprescindible. Lo fundamental es la atribución de
éxito que se le pronostica, incluso por encima de cierta neutralidad; múltiples casos
de mediación de grandes potencias reflejan esta situación.
Los mecanismos que utilizan los mediadores para hacer discurrir positivamente
la negociación constituye uno de los temas más interesantes. Es tal la dificultad
para sistematizar rigurosamente y decidir la conducta adecuada a cada situación
que se habla con frecuencia del «arte de la negociación» (Raiffa, 1 982).
Vamos a seguir la clasificación de Carnevale ( 1 985) sobre las diferentes estrate
gias usadas para mediar en conflictos internacionales.
La primera estrategia, y también la que suele darse cronológicamente en primer
lugar, consiste en persuadir a los negociadores para que cedan en sus posiciones
primigenias, normalmente duras e inflexibles. Una manera de reforzar esta actitud
concesiva que se pretende instaurar puede consistir en que el mediador recompense
las conductas cooperativas, con beneficios, por ejemplo, económicos o militares.
Obviamente, para que este tipo de estrategia tenga lugar se requiere que el
mediador se encuentre máximamente interesado en la solución del conflicto y que
tenga los recursos que las partes necesitan. La posición de Estados Unidos en las
negociaciones de paz de Camp Davis entre Egipto e Israel puede ser un ejemplo
claro al respecto.
Una segunda estrategia, parecida formalmente a la primera con la que a veces
aparece combinada, consiste en presionar sobre una o las dos partes con el fin de
que cedan en sus posiciones. Las presiones adquieren múltiples formas, desde la
amenaza al castigo real.
La tercera estrategia señalada se orienta a la búsqueda de la coordinación entre
las partes; el mediador formula y recomienda propuestas para su consideración y
también puede poner el énfasis en aspectos de común interés, incluso creando metas
superiores en las cuales los litigantes se vean implicados; para ello se recomienda
que los asuntos sean tratados globalmente dado que así resulta más sencillo utilizar
tácticas de compensación.
Dentro de esa búsqueda de coordinación, el mediador eventualmente opta por
controlar las comunicaciones otorgándose así una mayor influencia; las reuniones
por separado han mostrado con frecuencia alta eficacia. Buena parte del plantea
miento de Kissinger en las sucesivas crisis del Oriente Medio respondía a este
esquema. Pruitt ( 1 981) destaca las ventajas de las reuniones por separado: evita la
aparición de sentimientos negativos e incluso agresiones; posibilita al mediador
presentar positivamente a las partes, mejorando así sus actitudes; permite al
250 Psicología Política
sity Press.
Caplow, T. ( 1 974): Sociología fundamental, Barcelona: Vicens Vives.
Carnevale, P. ( 1 985): «Mediation in international conflict», en S. Oskamp (ed.): Applied Social
Psychology A nnual, vol. 6, B. Hill: Sage.
Deutsch, M. ( 1 973): The Resolution of Conjlict: Constructíve and Destructive Processes, New
Haven: University Press.
Deutsch, M. ( 1 980): «Fifty years of conflict», en L. Festinger (ed.): Retrospections in Social
Psychology, Nueva York: Oxford University Press.
Deutsch, M., y Schichman, S. ( 1986): «Conflict: A social psychological perspective», en M.
Hermano: Political Psychology, Londres: Jossey-Bass.
Douglas, A. (1 962): Industrial Peacemaking, Nueva York: Columbia University Press.
Druckman, D. ( 1 977): Negotiations: Social-Psycho/ogical Perspectives, Berverly Hills: Sage.
Faucheux, C., y Moscovici, S. ( 1 968): « Self-Esteem and exploitative behavior in a game
against chance and nature», Journal of Personality and Social Psychology, 8, págs. 83-88.
Fink, C. F. ( 1 968): «Sorne conceptual difficulties in the theory of social conflict», Journal of
Conflict Resolution, 1 2, págs. 412-460.
Greenhalgh, L.; Neslin, S., y Gilkey, R. ( 1 985): «The effects of negotiator preferences,
situational power and negotiator personality on outcomes of busines negotiations»,
Academic of Management Journal, 28, pág. L
Herrnann, M. G., y Kogan, N. ( 1 977): «Effects of negotiators Personalities on negotiating
behavior», en D. Druckman (ed.): Negotiations, Beverly Hills: Sage.
Hornsteirn, H. A. ( 1 965): «The effects of differents magnitudes of threat upon international
bargaining», Jr. of Exp. Soc. Psy .• l, págs. 282-293.
Ikle, F. C. ( 1 964): How Nations Negotiate, Nueva York: Harper and Row.
Jonsson, C. (1979): Soviet Bargaining Behavior, Nueva York: Columbia University Press.
Johnson, D., y Tullar, W. ( 1 972): «Style of third intervencion, face-saving and bargaining
behavior», Journal and Experimental and Social Psychology, 8, págs. 3 1 9-330.
Kelley, H. H., y Thibaut, J. W. ( 1 966): Interpersonal Relations. A Theory of Interdependence,
Nueva York: Wiley.
252 Psicología Política
Kimmel, M . J. et al. ( 1 980): «Effects of trust, aspiration and gender on negotiation tactics», Jr.
of Pers. and Soc. Psy., 38, 1, págs. 9-22.
Kogan, N. et al. ( 1 972): «Negotiation constraints in the risk-taking domaim>, Jr. of Pers. and
Soc. Psy., 23, págs. 1 4 3 - 1 56.
Kolb, D. M. ( 1 983): «Strategy and tactics of mediation», Human Relations, 35, págs. 247-268.
Kolb, D. M. ( 1985): «To be a mediator. Expressive tactics in mediation», Journal of Social
Jssues, 4 1 , 2, págs. 1 1 -26.
Kressel, K., y Pruitt, D. G. ( 1 985): «Themes in the mediation of social conflict», Journal of
Social lssues, 4 1 , 2, pág. 1 79.
Kressel, K. ( 1972): l.nbor Mediation: An Exploratory Survey, Albany: Ass. of Labor Mediation
Agencies.
La Tour, S. et al. (1 976): «Sorne determinants of preference for modes of conflict resolution»,
Journal of Conflict Resolution, 20, págs. 3 1 9-356.
May, M . A., y Doob, L. W. (1 937): «Competition and cooperation», Social Science Research
Council Bulletin, N ueva York.
McGrath, J. E. ( 1 966): «A social psychological approach to the study of negotiation», en R.
V. Bowers (ed.): Studies on Behavior in Organizations, Athens: University of Georgia Press.
Meeker, R., y Shure, G. ( 1 9 69): «Pacifist bargaining tactics. Sorne outsider influences»,
Journal of Conjlict Resolution, 1 3, págs. 487-493.
Miller, Ch., y Crandall, R. ( 1 980): «Experimental research on the social psychology of
bargaining and coalition formatiom>, en P. Paulus: Psychology of Group lnfluence. Nueva
York: LEA.
Morley, l. E., y Stephenson, G. M. (1 977): The Social Psychology of Bargaining, Londres:
Allen & Unwin.
Nemeth, C. J. ( 1 9 80): «Social psychology in the courtroom», en L. Berkowitz (ed.): A Survey
of Social Psychology, Nueva York: Holt.
Podell, J., y Knapp, W. ( 1 965): «The effect of mediation on the perceived firmess of the
opponent», Journal of Conflict Resolution, 1 3 , págs. 5 1 1 -520.
Pondy, L. R. ( 1 967): «Organizational conflict. Concepts and models», Administr. Scien. Quart.,
1 2, págs. 296-320.
Pruitt, D. G., y Johnson, D. F. ( 1970): «Mediation as an aid to face saving in negotiation»,
Journal of Personality and Social Psychology, 14, págs. 239-246.
Pruitt, D., y Lewis, S. ( 1 9 77): <<The psychology of integrative bargaining», en D. Druckman:
N egotiations, Beberly Hill: Sage.
Pruitt, D. G. ( 1 98 1): Negotiation Behavior, Nueva York: Academic Press.
Pruitt, D. G. ( 1 983): «Strategic choice in negotiation», American Behavior Scientist, 27, 2,
págs. 1 67- 1 94.
.
Raiffa, H. ( 1982): The Art and Science of Negotiation, Cambridge, MA.: Harvard University
Press.
Rosenthal, G. G. ( 1 975): The Man Behind the Decisions, Londres: Lexington Books.
Roth, A., y Schumacher, F. ( 1 9 8 3): «Expectations and reputations in bargaining: A n
experimental study», The American Economic Review, 3 7 , pág. 3 .
Rubín, J . L., y Brown, B . R. ( 1 975): The Social Psychlogy of Bargaining and Negotiation,
N ueva York: Academic Press.
Rubín, J. L. ( 1 980): «Experimental research on third-party intervention in conflict: Toward
sorne generalizations», Psychological Bulletin, 87, 2, págs. 379-39 1.
Sawyer, J., y Guetzkow, H. ( 1 965): «Bargaining and negotiation in international relations», en
H. C. Kelman (ed.): I nternational Behavior and Social Psychological A nalysis, Nueva York:
Holt.
Schelling, T. ( 1 966): The Strategy of Conjlict, Harvard University Press.
Conflicto y negociación política 253
1. I ntrod ucción
- En 1 959, a las pocas semanas del cambio de régimen en Cuba, cerca de una
cuarta parte de los ciudadanos adultos norteamericanos declaran no haber oído
hablar de Fidel Castro (Erskine, 1 963).
En 1 96 1, algo después de la construcción del «muro» de Berlín, cerca de la
mitad de los encuestados confiesa desconocer tal hecho (Converse, 1 975).
En 1 964, una cuarta parte de una muestra del electorado ignora la circuns
tancia de que la China Continental está administrada por un gobierno
comunista (SRC, 1 964).
- En 1975, un tercio de los sujetos de una muestra de encuestados en Cincinna
ti no tiene, en cambio, reparos en expresar su «opinión» acerca de la «Public
Affairs Act» -una pura ficción de los investigadores- (Bishop et al., 1980).
En 1976, Campbell, Converse y Rodgers (1 976) detectan que la contribución
de la gestión del gobierno de la nación al bienestar personal percibido de los
ciudadanos queda relegada más allá del décimo lugar entre los factores de la
«calidad de la vida americana». El carácter marcadamente «privado» de la
satisfacción de los estadounidenses reaparece, aún más reforzado, en el
informe sobre El sentido del bienestar en América (Campbell, 1981).
A lo largo de la primavera de 1 979, sólo algo más de la mitad de l a
ciudadanía d e Estados Unidos llega a retener la noticia de que su gobierno
está negociando con el de la URSS el tratado SALT-11. Y sólo dos tercios de
los informados llega a hacerse alguna «opinión» sobre el tema.
- En la era Reagan, los sucesivos sondeos de la opinión pública indican que la
gente común no opone serios reparos a las sucesivas versiones gubernamen
tales sobre los respectivos estados de la cuestión en Nicaragua, Libia,
Sudáfrica, etc.
Así, por ejemplo, la proposición «sólo un necio puede hablar de vida extra-
terrestre» significa que:
El diseño de este modelo se desarrolla por las interrelaciones entre sus elemen
tos, siempre con un sentido causal de predictividad de la acción política. Por otra
parte, al contrario que el modelo de predicción de carácter general de comporta
mientos específicos a partir de actividades específicas, el modelo de Smith ( 1 973)
pretende ser generalizable a cualquier tipo de acción política.
No obstante, como puede intuirse, si en el modelo de Fishbein y Ajzen aparecen
los dos problemas que señalábamos antes sobre la consistencia actitudinal, en el de
Smith el carácter lineal se acrecienta aún más, a pesar de que la pretendida
complejificación quiera ser una solución.
En efecto, la mayor parte de las tendencias en el análisis de las co,nductas
políticas presuponen que el grado de explicación de la conducta política se
encuentra en relación con la cantidad de elementos que se utilicen en el modelo
(Kinder y Sears, 1985). Obviamente, esto conduce a la complicación de los análisis
de la conducta y la participación política a partir de dimensiones psicológicas y
socioambientales. Paradójicamente, esta complicación se une con un simplismo en
la concepción de la acción política, según la cual existe una neta diferenciación
teórica entre ambas dimensiones (intrapsíquica y socioambiental).
Como hemos señalado anteriormente, la hipótesis de la fluctuación actitudinal y
la dimensión social de los elementos psicológicos debieran ser elementos imprescin
dibles en cualquier modelo que pretenda conocer las actitudes, en este caso las
actitudes políticas y su relación con el comportamiento político.
Ideología polftica 267
Como conclusión, los autores afirman que: «La campaña activa al indiferente,
refuerza al partidario y convierte al dudoso» (Lazarsfeld, Berelson, Gaudet, 1 968,
pág. 101).
Por otra parte, el trabajo de estos autores supone el «redescubrimiento» del
grupo primario, ya que se pasa a considerar a la audiencia no como una masa de
individuos aislados, sino como individuos que forman parte de un grupo, dentro del
cual se establecen una serie de relaciones que van a determinar en qué forma el
individuo va a ser afectado por los mensajes de los media. Más concretamente,
afirman que el cambio de opinión va a estar determinado principalmente por la
influencia de otras personas, los llamados «líderes de opinión», miembros del grupo
que adquieren una importancia decisiva en las decisiones que van a tomar los
miembros de este grupo. Se trata de un proceso de influencia en dos fases; en una
primera fase los medios de comunicación ejercen su influencia sobre los líderes de
opinión, quienes a su vez influirán sobre el resto de componentes de su grupo.
Las caracteristicas que cumplen estos líderes de opinión son: 1) suelen ser los
individuos más interesados por ciertos temas o ciertas situaciones; 2) esto implica
que su influencia no es generalizada, sino que se encuentra limitada a ciertos temas,
situaciones o esferas de acción; 3) se ejerce por influencia personal mediante el
reconocimiento de la autoridad en un tema, y mediante el reconocimiento del
sentimiento de pertenencia del líder al grupo social; 4) tienen una mayor informa
ción que obtienen, principalmente, a través de los medios de comunicación.
Según los autores: «En comparación con los medios de comunicación, las
relaciones personales son potencialmente más influyentes por dos razones: su
cobertura es mayor y tienen ciertas ventajas psicológicas sobre los media» (Lazars
feld, Berelson, Gaudet, 1 968, pág. 1 50).
Estas ventajas serían las siguientes: 1 ) El hecho de que la influencia personal se
manifiesta en un contexto de «no-intencionalidad» en el que es más dificil que
surjan mecanismos de defensa por parte del receptor de la influencia. 2) Se produce
en un contexto de flexibilidad que permite adoptar las estrategías más convenientes
en función de la reacción del receptor. 3) La recompensa inmediata que se obtiene
por el hecho del acuerdo. 3) El líder de opinión, como individuo que forma parte
del grupo, comparte los mismos intereses que el sujeto. 4) En ocasiones se puede
llegar a un acuerdo sin que se haya producido una verdadera convicción, sino más
bien por la relación positiva establecida con la fuente.
Se trata por tanto de un importante avance con respecto a la primera de las
teorias mencionadas. Sin embargo, Lazarsfeld también ha recibido críticas, por
ejemplo la de Gitlin cuando dice que: «La teoria tiene sus raíces en un estricto
conductismo. Los "efectos" de los medios de comunicación de masas quedan en la
superficie; eran buscados como "efectos" a corto plazo sobre cambios mensurables
en "actitudes" o en conductas discretas» (Gitlin, 1981, pág. 79). Este mismo autor le
Ideología política 271
Hasta aquí, lo que puede ser considerado como teorías de primera generación,
teorías que, como hemos visto ponen el énfasis en los efectos directos que producen
los medios de comunicación de masas. Existe actualmente, sin embargo, todo un
conjunto de teorías que, abandonando esta idea de los efectos directos, ponen el
énfasis en los efectos cognitivos que pueden producir los medios de comunicación
de masas.
«El efecto fundamental de la comunicación de masas es cognitivo. Indiferente
mente de si la influencia es directa o indirecta, inmediata o retardada, a corto o
largo plazo, independientemente de si el interés último hace referencia a las emocio
nes, actitudes o conducta, cualquier "efecto" del contenido de los media sobre los
272 Psícología Polítíca
Creación de la «agenda»
Este concepto fue desarrollado originalmente por Cohen (1 963), quien afirn
que «la prensa es significativamente más que un proveedor de información
opinión. Muchas veces puede no tener éxito en comunicar a la gente qué pensi
pero es muy eficaz en comunicar sobre qué pensarn (Kraus y Davis, 1 976, pág. 21·
Según esto, los efectos principales de los media se consiguen, principalmente, ·
los miembros del público en · general, cuyas privacidades políticas son cambiadas.
También influyen sobre los políticos, quienes a menudo adquieren su comprensión
de la opinión pública a través de los media» (Cook et al., 1 983). Lo adecuado de
esta afirmación podemos comprobarlo si observamos cómo los políticos, durante
las campañas electorales, se apropian de los argumentos que manifiesta el electora
do respecto a los temas de interés, aunque no conviene olvidar que tales temas muy
probablemente han sido inducidos no sólo por los medía, sino también por la misma
actividad de los políticos. Como dice Graham Murdock, «aquellos grupos sociales
que ocupan las posiciones más altas de poder y privilegios tenderán de la misma
forma a acceder con mayor facilidad a los medios de comunicación, con el resultado
de que las definiciones y explicaciones que estos grupos den a la situación social y
política serán objetivados e incorporados a las órdenes institucionales más impor
tantes» (Murdock, 1 983, pág. 1 94).
Ya hemos señalado anteriormente que una de las críticas realizadas a las teorías
de los «efectos mínimos» de los medios de comunicación (Lazarsfeld y Klapper
principalmente), es la que hace referencia al hecho de que consideran que el que no
se produzcan grandes cambios de actitud, sino más bien un refuerzo de las ya
existentes, es una muestra de la débil influencia de los medios de comunicación.
Han surgido, sin embargo, una serie de teorías que se refieren a los «efectos
ideológicos» de los medios de comunicación, al considerar que «la estructura latente
de los mensajes de los medios de comunicación de masas distorsiona (o presenta
selectivamente) la realidad en formas que perpetúan los intereses de las estructuras
de poder existentes» (Roberts y Bachen, 1 98 1 , pág. 326).
Igualmente, Peter Golding ( 1 98 1 ) sostiene que las noticias difundidas por medio
de la televisión, crean una visión «particular» del mundo haciendo invisibles tanto
el poder como el proceso social, y que este efecto no es debido a una intención de
manipular tal realidad, sino a la misma naturaleza del medio. Existen tres formas en
que se convierte en invisible el poder: en primer lugar geográficamente, reflejando
una visión de las relaciones internacionales basada más en una estructura de organi
zaciones que en una estructura de poder; en segundo lugar, el poder se vuelve invisi
ble gracias a la simplificación de los personajes de las noticias: «Las noticias son so
bre las acciones de individuos, no de entidades, entonces la autoridad individual,
más bien que el ejercicio de poder es vista como el motor de los acontecimientos»
(Golding, 1 980, pág. 77); y en tercer lugar, el poder desaparece en el proceso de
definición institucional que crean los media .
Para este mismo autor, la difusión que los media realizan de las noticias es
ideológica, en el sentido de que constituye una «visión del mundo de grupos socia
les particulares y especialmente de clases sociales. (. ..) proveen una visión del mundo
consistente, y que apoya los intereses de determinados grupos sociales» (Golding,
1 980, pág. 79). Las tres formas principales en que éstas son ideológicas son: 1 )
focalizando l a atención e n instituciones y acontecimientos e n los cuales e l conflicto
274 Psicología Po/ftica
La espiral de silencio
Carece de sentido repetir como conclusiones lo que ya ha sido dicho, aunque sea
de forma sintética. No obstante, sí que será conveniente proponer esquemática
mente algunas observaciones que han aparecido en cada uno de los apartados que
hemos tratado. Estas observaciones se refieren, en definitiva, a uno de los problemas
ldeologfa po/ftica 275
que actualmente ocupa más espacio en el discurso y los análisis sobre ideología
política, a qué se debe y qué características tiene lo que comúnmente se denomina el
«vacío ideológico» actual, <da crisis de valores políticos», etc.
Estas etiquetas, que se emplean cada día en las conversaciones y los medios de
difusión, deben enfocarse desde otra perspectiva que la utilizada hasta ahora en los
estudios de Psicología Política. En efecto, como hemos visto, un motivo de preocu
pación importante en los trabajos actuales es el hecho de la modificación históríca
de los contenidos y las formas de la ideología política. El error fundamental, aún
hoy, en esos trabajos, continúa siendo el no admitir que esos contenidos y esas
formas tienen una dependencia histórica y social que les dota de sentido en un
espacio de tiempo concreto, y que, por lo mismo, adoptan formas aberrantes y son
productos artefacto en otros espacios de tiempo. Admitir la transformación históri·
ca de los contenidos ideológico-políticos, no es más que admitir la evolución del
pensamiento y el conocimiento social, y por consiguiente, un acercamiento a estos
aspectos no puede olvidar la variabilidad histórica y social. Esto será válido tanto
para las preocupaciones sobre los contenidos ideológicos y la opinión pública que
hemos visto en las primeras páginas, como para los constructos psicológicos que se
pretenden más elaborados (las actitudes) o para las formas de modificación social
de los contenidos ideológicos (los medios de comunicación).
En segundo lugar, debiéramos reconsiderar en profundidad el esquema de
planteamiento de los estudios sobre ideología política que, caricaturizadamente,
toma la siguiente forma: por un lado, hay «la política» con sus representantes,
instituciones y dimensiones de qué y cómo debe pensarse; por otro, la sociedad, más
o menos diferenciada internamente, pero siempre como un agregado aritmético de
individuos que se orientan consensuadamente, y se deslizan por las direcciones que
marca el objeto exterior «política» tomando posiciones, sea individuales, grupales o
más en conjunto, sociales y finalmente, en relativa interdependencia con los dos
anteriores, unos medios de difusión y modificación de las ideas que la sociedad tiene
y debe tener.
Obviamente, la caricatura es extrema. Pero, en cualquier caso, funciona excesi
vamente en la mayor parte de los análisis sobre ideología política. Reconocer su
simplismo y proponer modelos más acordes con la realidad social que se nos
muestra evidente, comienza a ser una necesidad que la Psicología Política y otras
disciplinas sociales de lo político no pueden eludir.
Referencias bi b liográficas
AD E LA GARZÓN
1. Introducción
más aportaciones puede obtener de dicha articulación. Así Morawski (1984) señala
que aun cuando los planteamientos iniciales han seguido dicho supuesto, es
necesario plantear la importancia que para la teoría psicológica tiene la incorpora
ción de lo histórico, y resalta las aportaciones metodológicas de la historiografia al
campo de la Psicología (Gergen, 1 985).
En este sentido, podríamos decir, que la Psicología Social Histórica es la
incorporación de un pensamiento histórico (dimensión espacio-temporal de los
fenómenos) a la Psicología (Gergen, 1 973). En su texto Historical Social Psycho
logy ( 1984), realiza una descripción de los diversos factores que han incidido en el
desarrollo de esta nueva Psicología. Vamos a señalar solamente aquellos factores
más sobresalientes y la alternativa conceptual planteada:
- Frente a una Psicología Social sincrónica en sus explicaciones y metodología,
la Psicología Social Histórica asume la dimensión diacrónica de los fenóme
nos psicológicos y la actividad humana.
- En consecuencia, la concatenación microsecuencial es sustituida por una
continuidad temporal (relación intrínseca entre sucesos separados en el
tiempo y espacio) (Rosnow, 1981).
- Frente a la inmutabilidad de los fenómenos y su carácter general transhistóri
co, la Psicología Social Histórica plantea la transformación continua de la
actividad humana y su significado a través de su dimensión social e histórica.
El problema del marco conceptual de cualquier orientación es el desarrollo de
un marco metodológico coherente. Éste es el aspecto que nos interesa resaltar en
cuanto que tiene estrechas conexiones con la psicohistoria. Desde la historiografia y
la etogenia se ha desarrollado un tipo de marco metodológico, en el que las
historias de vida, o también denominadas como el análisis de vida tienen especial
relevancia.
Las historias de vida son una técnica, entre otras existentes, que intenta
operacionalizar el marco conceptual de una Psicología Social Histórica. Uno de sus
fundamentos es la interpretación narrativa derivada de la historiografia como
método de análisis de los hechos históricos. Las historias de vida se centran en la
narrativa de las explicaciones que actores y observadores dan de un suceso: son el
intento de comprender la estructura diacrónica y significativa de la vida de una
persona.
Pueden adoptar diferentes formas. Pueden centrarse en autobiografias que son
consensuadas por los participantes (observadores científicos, actores y el propio
actor). O pueden también ser biografias que incorporan la autobiografia del actor
como material básico a partir del cual se intenta encontrar la estructura simbólica y
diacrónica en una vida. Dicha autobiografia inicial puede diferenciarse en etapas
(momentos diferentes de la vida), o en bloques temáticos (salud, trabajo, etc.), y la
interpretación independiente de cada bloque diferenciado es consensuado por todos
los participantes en una estructura coherente. (De Waele, 1 977). Tales historias de
vida pueden realizarse en aspectos específicos; una etapa de la vida, una temática
específica, o un simple suceso concreto (Harré, 1 976, 1 979). Del mismo modo, pue
den analizar la vida de un grupo determinado (Langness y Levine, 1 987).
286 Psicología Política
Sin embargo, es por los años veinte cuando se producen algunos cambios en el
estilo narrativo de las biografias que van a facilitar tanto la aparición de las
psicobiografias como la utilización de la teoría psicoanalítica. Entre tales cambios,
quizá, uno de los más relevantes para nuestro objetivo, es la tendencia creciente a
poner de manifiesto las contradicciones, la complejidad, y las motivaciones en la
vida de grandes personajes (Strachey, 1 9 1 8).
Estos nuevos biógrafos en su estilo de resaltar los aspectos no visibles, oscuros y
contradictorios de las figuras analizadas facilitaron la utilización sistemática de una
teoría psicológica que precisamente podía reinterpretar lo aparentemente noble en
las motivaciones inconscientes más primitivas: la teoría psicoanalítica. Como señala
Pinillos ( 1 985) el psicoanálisis en cuanto que se centra en la dinámica motivacional
y de la fuerza, frente a otras teorías psicológicas centradas en el triunfo de la razón
y de la lógica, era la teoría más adecuada para realizar interpretaciones psicohistóri
cas, bien de personas concretas, bien de sucesos históricos. Manifestación de ello
son estudios como el de Freud ( 1 9 1 2) analizando la figura de Leonardo da Vinci, el
de Clark en 1 923 sobre Alejandro el Grande, el de Erikson ( 1 958) sobre M. Luther,
el de Waite ( 1 977) sobre la figura de Hitler, etc.
Sin embargo, la relación entre Psicología Política y psicohistoria se produce
mucho más tarde, en los años cincuenta cuando se intenta aplicar la psicohistoria
como método para descubrir las relaciones entre actitudes, personalidad y conducta
política. Uno de los primeros trabajos psicohistóricos en este sentido es el de Smith,
Bruner y White (1956) al que luego siguieron otros muchos como el de Wolfenstein
( 1 967), Lane (1 962), Gottfried ( 1 962), etc.
Los supuestos iniciales que hemos planteado van cambiando a medida que se
desarrolla el cuerpo teórico de la Psicología Política. Después de las etapas de
constitución de la Psicología Política, donde la teoría psicológica y psicoanalítica
jugó un gran papel (Seoane, 1 985a), aparecen nuevos temas de investigación y se
superan las limitaciones impuestas por la idea de que los comportamientos políticos
tienen su fundamentación en componentes motivacionales psicológicos.
Los trabajos de Psicología Política por los años cincuenta se centran en las
relaciones entre personalidad, ideología y conducta política. El estudio de Adorno y
colaboradores ( 1 950) sobre la personalidad autoritaria, los trabajos de Eysenck
(1954) sobre ideología y personalidad, o los de Erikson ( 1 950) y Riesman (1 950) son
exponente de los intereses de esta disciplina en la década de los cincuenta. Los
estudios psicohistóricos individuales aparecen en estos años como un sistema de
llegar a validar la concepción psicológica de los comportamientos políticos; Erik
son, por poner un ejemplo, realiza una psicobiografia de Y. M. Luther ( 1 958) desde
su teoría psicoanalítica en la que la identidad adquiere un papel central en la
explicación de conductas y carrera política.
Se podrían diferenciar tres etapas en el desarrollo de los estudios individuales de
la psicohistoria: la freudiana, la psicoanalítica y la psicológica.
La etapa inicial la hemos denominado freudiana en cuanto que los trabajos
psicohistóricos están ligados a la utilización de la teoría psicoanalítica más ortodo
xa, y en la que los supuestos implícitos que hemos planteado en el apartado
anterior están presentes en la mayoría de las psicobiografias. Otras dos característi
cas definen este periodo: por un lado, es cuando más proliferan trabajos psicohistó
ricos cuyo foco de análisis son figuras individuales. Y en segundo lugar, proliferan
las explicaciones causales. Es decir, se intentan buscar como causas de la historia de
la figura analizada, antecedentes psicológicos: fundamentalmente conflictos psicoló
gicos generados en las experiencias infantiles (donde la sexualidad y el impacto de
las figuras paternas son una temática central). En este sentido, comparten los
supuestos de lo patológico, individual e idiosincrásico que hemos señalado (Glad,
1 973; Pinillos, 1 985). Esto se hace patente en el análisis bibliográfico realizado por
DeMause ( 1975).
Psicohistoria y Psicología Política 295
Sin embargo, en una segunda etapa que se puede situar por los años cincuenta,
cuando se reintroduce de nuevo el término de psicohistoria en la literatura psicoló
gica, se produce una liberalización en la fuerte identificación inicial entre psicohisto
ria y psicoanálisis freudiano. Los teóricos del psicoanálisis social desarrollan un
nuevo estilo de psicohistoria; se produce una disociación entre psicohistoria y
patología. Las psicobiografias permiten poner de manifiesto los procesos de
autorrealización de la persona. En 1 969, Erikson publica su psicobiografia de
Gandhi en la que lo psicológico se centra en los procesos de identificación y
autorrealización. El marco social y cultural adquiere un papel importante en este
nuevo estilo de psicohistoria. Por otro lado, aunque las explicaciones se mantienen
dentro de lo causal, las causas incorporan lo social, y comienzan a proliferar
estudios de explicación «estructural» ( coherent whole explanation), y análisis
psicohistóricos de actores colectivos. Es en éstos donde se va a producir un cambio:
la teoria psicoanalítica se utiliza menos, y aparecen teorías sociales.
Al incorporar el contexto sociocultural se produce también una ruptura con el
supuesto implícito de asociación entre individual e idiosincrásico. Los procesos de
realización de la persona, aunque individual, son compartidos a través de las
experiencias comunes generales de socialización, integración en una cultura específi
ca, etc. Lo idiosincrásico no se confunde con atípico, sino con las diferencias
individuales dentro de una cultura determinada.
La tercera etapa, denominada a veces como «la nueva psicohistoria», se
caracteriza por la diversidad tanto de modelos de explicación (causal o global),
como por el foco de análisis (individual y colectivo) y el tipo de teoría psicológica
utilizada (psicoanalítica, social, etc.). El repertorio bibliográfico de Gilmore ( 1984)
sobre la psicohistoria pone de manifiesto la pérdida de hegemonía del psico
análisis, al menos del psicoanálisis más ortodoxo. Es en esta etapa donde apa
rece más el término de psicohistoria frente al de psicobiografias, ello es exponen
te de que la psicobiografia ha estado inicialmente asociada a lo individual, psicoló
gico y causal. El término psicohistórico introduce el contexto sociocultural, lo
colectivo y las explicaciones psicológicas estructurales.
La ocurrencia tanto de los hechos que se intentan explicar como los hechos
que presupuestamente los causaron.
Demostrar que los antecedentes son realmente los causantes de los sucesos
que quieren explicarse. Es decir, mostrar que existe una relación causa-efecto.
Manifestar explícitamente los principios y teoría psicológica utilizada para
establecer la relación de causa-efecto.
- Una vez realizados los pasos anteriores, se requiere el rechazar cualquier otra
explicación alternativa.
Del mismo modo, Glad ( 1 973) al analizar las críticas y limitaciones de estos
trabajos psicohistóricos plantea que la elección de un modelo explicativo y una
teoría psicológica debe fundamentarse en la naturaleza de las fuentes informativas y
del contenido que puedan proporcionar, en los objetivos que el investigador se
plantee, y en la posibilidad de validación de sus conclusiones.
En contraposición, los modelos estructurales aun cuando utilizan la teoría
psicoanalítica, se centran en encontrar conductas repetitivas que hagan pensar en
tendencias o patrones de conducta que se desarrollan siempre que aparect: una
situación de determinadas características. Es decir, los modelos de tipo estructural
no necesitan conocer la experiencia infantil de las figuras analizadas para poder dar
una configuración de sus tendencias conductuales o configuraciones repetitivas, tal
como señalan George y George en su psicobiografia de Wilson.
Las psicohistorias que siguen un modelo de tipo estructural en su interpretación
han tendido a analizar tanto la vida adulta de sus figuras (Waite, 1 97 1 , sobre Hitler;
Tucker, 1 977, sobre Wilson), como la vida completa de las mismas. Exponente de
ello son las psicobiografias de Feldman (1957) sobre Franklin, la de Erikson ( 1 958)
sobre Luther, o la de George y George ( 1956) sobre Wilson. Otra de las característi
cas es que se utilizan con mayor frecuencia conceptos psicológicos que no se
circunscriben a una teoría específica, y aunque los investigadores siguen pertene-
Psicohistoria y Psicologla Polltica 297
ciendo al psicoanálisis, también tienen una fuerte incidencia los científicos políticos
y psicólogos, descendiendo la presencia de historiadores.
Dentro del primer grupo el tema de mayor interés es el del nazismo alemán.
Wangh (1 964), Loewenberg ( 1 97 1 ), Binion (1976), Waite ( 1 977) han realizado
estudios psicohistóricos de esta problemática. Este tipo de explicaciones, aun
cuando utilizan teoría psicoanalítica, en estos trabajos la presencia de historiadores
es mucho más clara que la de psicólogos o psicólogos políticos.
De nuevo nos encontramos con que el foco de interés de este tipo de explicacio
nes es relacionar el comportamiento social de adultos con las experiencias compar
tidas de la infancia. Sin embargo, al tratarse de experiencias compartidas se analiza
el contexto de socialización y los factores contextuales de la época para inferir
vivencias comunes. Ello hace que en este tipo de trabajo, la teoría psicoanalítica
integre aspectos socioculturales que en los análisis de tipo individual la mayoría de
las veces eran olvidados.
Quizá los trabajos pioneros de psicohistoria en el estudio de fenómenos colecti
vos deban situarse en los estudios de Freud en su Psicología de Grupo y el Análisis
del Ego (1 922), y en Totem y Tabú ( 1 9 1 3). Los comportamientos colectivos se
fundamentan en una regresión colectiva a etapas previas, en las que existía una
ambivaiencia en la relación con el padre (tirano).
Gran parte de los trabajos que intentan establecer explicaciones causales se
centran en realizar interpretaciones psicoanalíticas de los comportamientos colecti
vos. Un ejemplo de ello es el trabajo de Wangh ( 1964) sobre el antisemitismo en la
Alemania nazi. Realiza una interpretación psicoanalítica del prejuicio como el
resultado de un proceso defectuoso de individuación que llevará al desplazamiento
de los sentimientos agresivos hacia los exogrupos. Para Wangh, una experiencia
común infantil de los jóvenes del nazismo es la ausencia del padre y su derrota
bélica, su fracaso en proteger a sus familias del caos de Alemania, y la figura de
una madre con una elevada ansiedad. Como señala Crosby, esta experiencia
fomentó el conflicto edípico y la idealización del padre (guerrero) ausente.
Esta experiencia infantil, compartida por los niños alemanes, revivió en los años
treinta y se produjo la regresión a las experiencias de la niñez que facilitó la
aceptación de la propaganda nazi y la aparición de un fuerte antisemitismo.
Las dificultades de la viabilidad de este tipo de explicaciones se centran
fundamentalmente en la falta de evidencia para inferir tales sentimientos afectivos,
en la ausencia de una justificación de porqué tales sentimientos solamente afectan a
unos individuos y no a otros. Por otro lado, estos trabajos, aún más que los
individuales, carecen de unas fuentes de evidencia adecuadas para inferir las
experiencias infantiles comunes que fundamentan los comportamientos adultos
colectivos.
Por último, estas interpretaciones comparten el supuesto implícito de la conduc
ta patológica de comportamientos políticos adultos en cuanto que éstos son reflejo
de los procesos de desplazamiento de conflictos psicológicos inconscientes origina
dos en las primeras etapas de la vida. Sin embargo, es claro que este tipo de
explicaciones posibilita el análisis de las bases emocionales que pueden identificar a
las asociaciones y culturas políticas. El problema reside en superar el supuesto del
carácter patológico y causal de dichas bases emocionales.
Los modelos de explicación estructural pueden significar la forma de superar las
300 Psicología Política
limitaciones impuestas por los modelos anteriores. Al igual que en los análisis
individuales, estos modelos se centran en encontrar «patrones regulares de conduc
ta» que se manifiestan ante contextos y situaciones específicas. En el establecimiento
de tales constelaciones repetitivas de conducta se utilizan tanto las teorías psicoana
líticas como teorías psicológicas sociales. Existe una menor hegemonía de la
interpretación psicoanalítica, y se produce una diversificación de la teoría psicológi
ca utilizada.
Como características generales, y en contraposición a los modelos causales, los
trabajos se orientan tanto al estudio de colectividades como al de pequeños grupos.
En este sentido, temáticamente se relaciona más que los trabajos anteriores con la
sensibilidad de los historiadores de las mentalidades. El análisis de la conspiración
alemana de 1 808 de Raack ( 1970), o los de Rogin sobre la América jacksoniana
( 1 976) son ejemplos de ello. Otra característica de estos trabajos es la incorporación
de nuevas técnicas y fuentes de documentación; escalas, manuscritos, y documentos
históricos y análisis comparativos.
Por otro lado, los principios psicológicos utilizados se derivan tanto de teorías
psicoanalíticas como de teorías sociales, o son conceptos psicológicos eclécticos,
destacando fundamentalmente la utilización de teorías sociales. Así, Raack ( 1970) se
refiere a la denominada consistencia cognitiva cuando habla del condicionamien
to psicológico que llevó a los líderes de la Alemania de 1 808 a proseguir en la
realización de la conspiración contra la administración militar francesa. O el
trabajo de Hull y colaboradores ( 1 978) al estudiar los factores psicológicos que
llevaron a la afiliación política en la crisis de 1 776 en Nueva York.
Por último, se puede decir que se abandonan, o relegan a un segundo plano, los
aspectos de las motivaciones inconscientes como fuente informativa básica para
construir una explicación psicohistórica de los fenómenos analizados.
A pesar de las ventajas que pueden ofrecer las explicaciones de tipo estructural y
los análisis colectivos en la configuración de la psicohistoria dentro del contexto de
la Psicología Política, la evaluación de las investigaciones realizadas llevan a
algunos autores, como Crosby, a plantear que son las psicohistorias individuales de
explicación estructural las que mayor éxito han tenido en cuanto a la demostración
de la viabilidad de las explicaciones ofrecidas sobre los fenómenos analizados.
6. Conclusiones
Referencias b i b l i og ráficas
Adorno, T.; Brunswik, E.; Levinson, D., y Sanford, N. ( 1950): The Authoritarian Personality,
Nueva York: Harper.
Bames, H. E. ( 1925): Psychology and History, Nueva York: Century.
Binion, R. ( 1976): Hitler Among the German, Nueva York: Elsevier.
Bloch, M. (1963): «Aspects de la Mentalité Médiévale», en Mélanges Historiques, t. 11, París.
Braudel, F. (1949): La Mediterranée et le Monde Méditerranéen a L.epoque de Philippe JI,
París: Armand Colin.
Braudel, F. ( 1968): La Historia y las Ciencias Sociales, Madrid: Alianza Editorial.
Bychowsky, G. (1948): «The spiritual background of Hitlerism», en G. Bychowsky (ed.):
Dictators and Disciples, Nueva York: Intemational University Press.
Clark, P. L. (1924): «A Psychohistorical study of the Sex Balance in Greek Art», Medica/
Journal and Rec., 20.
Clark, P. L. ( 1 933): Lincoln: A Psycho-biography, Nueva York: Scribners.
Clinch, N. G. ( 1 973): The Kennedy Neurosis, Nueva York: Grosset y Dunlap.
Cox, H. ( 197 1): La Fete des Fours, París: Seuil.
Crosby, F., y Crosby, T. (1981): «Psychobiography and Psychohistory», en S. L. Long (ed.):
The Handbook of Política/ Behavior, t. 1, Nueva York: Plenum Press.
Davis, N. Z. ( 1974): Sorne Tasks and Themes in the Study of Popular Religion, Leiden.
DeMause, L. (ed.) ( 1 975): A Bibliography of Psychohistory, Nueva York: Garlang Pub.
DeWaele, J. P., y Harré, R. (1977): «The personality of individuals», en R. Harré (ed.):
Personality, Oxford: Blackwell.
Dumond, L. ( 1983): Essais Sur /'Individua/ism: Une Perspective Antropologique sur /'Ideologi
que Moderne, Editions du Seuil.
Dunn, P. ( 1974): «Who stole the hypen from psyco-history?», Book Forum, 1, 248-253.
Duby, G. ( 1961): «Histoire des mentalités», Encyc/opédie de la Pleyade, /'Histoire et ses
méthodes, París.
Erikson, E. ( 1950): Childhood and Society, Nueva York: Norton, 1963.
Erikson, E. ( 1958): Young man Luther: A Study in Psychoanalysis and History, Nueva York:
Norton.
Erikson, E. ( 1964): lnsight and Responsability, Nueva York: Norton.
Psicohistoria y Psicología Política 303
Waite, R. G. L. ( 1977): The psychopatic god: Adolf Hitler, Nueva York: Basic Books.
Wangh, M. ( 1964): «National socialism and the genocide of the jews», International Journal
of Psycho-Analysis, 45, 386-398.
Wolfenstein, E. V. ( 1967): The Revolutionary Personality: Lenin, Trotsky and Gandhi,
Princeton: Princeton University Press.
Wundt, W. ( 1 9 1 2): Elements �! folk psychology, Londres: Allen and Unwin, 1 9 1 6.
11 Dimensiones políticas
en Psicología Judicial
ADELA GARZÓN
J U LIO S EOAN E
Para poder llegar a formular las dimensiones políticas que de modo explícito, y
la mayoría de las veces de modo implícito, están a la base de las investigaciones y
teorías del campo de la Psicología Judicial, es necesario que comencemos por
plantear las implicaciones que en el desarrollo de la Psicología Judicial han tenido
las diferentes concepciones sobre la ley que se han ido desarrollando en las ciencias
del derecho.
La filosofía del derecho desde sus orígenes ha ido modificando su propia manera
de entender las leyes y la naturaleza de la actividad judicial de sus representan
tes, de tal modo que las concepciones legales han proporcionado determinadas formas
de entender Ja.actividad judicial, y esta interpretación ha tenido repercusiones en el
nacimiento y consolidación de lo que hoy podernos denominar corno Psicología
Judicial.
El derecho natural concibió las leyes corno principios generales y abstractos que
regulan la interacción social, pero cuyo fundamento y origen está más allá de las
intenciones y acciones deliberadas de los sujetos humanos, de los gobernantes, y de
las propias actuaciones judiciales. Desde estos presupuestos, la autoridad de los
representantes de la ley es una autoridad carismática: su tarea es simplemente la de
descubrir y aplicar un modo de conceptuar las relaciones sociales que está implícito
en una comunidad social. Esto es, que es en la tradición y costumbres de una
comunidad donde se van desarrollando formas de entender las relaciones sociales.
Y la actividad judicial reside en aplicar adecuadamente los supuestos implícitos que
están a la base de tales relaciones sociales.
Las normas aparecen como algo natural, no elaborado intencionalmente, sino
construido espontáneamente de generación en generación. El orden social se
mantiene en función de tal consenso, y la actividad judicial se reduce a descubrir y
aplicar los principios de dicho orden social.
La ruptura con esta concepción de la fundamentación y orígenes de las normas
sociales tuvo implicaciones importantes para el desarrollo de una Psicología
Judicial: por un lado, el derecho natural fue sustituido por el derecho positivista, y
la ley es interpretada desde este nuevo marco conceptual corno un producto de la
Dimensiones políticas en Psicología Judicial 307
pueden derivarse de las propias concepciones legales que hemos expuesto anterior
mente. Así, un enfoque es el análisis de las relaciones y dinámica que se establece
entre orden legal y orden social y que, en parte, es consecuencia del surgimiento del
derecho en el desarrollo de las civilizaciones, tal como lo ha señalado H ayeck
( 1 973). Las otras perspectivas de análisis e interpretación de la actividad judicial se
derivan del propio desarrollo de las diferentes concepciones legales, y que han
configurado dos grandes interpretaciones de la actividad judicial: como un proceso
lógico-formal, y como un proceso social, que analizaremos bajo el apartado de los
modelos teóricos de análisis en la conducta judicial.
La Psicología ha desarrollado diferentes modelos teóricos de estudio de la
conducta judicial que pueden enmarcarse dentro de estas concepciones o perspecti
vas que hemos señalado.
de la actividad deliberada (dirigida hacia metas específicas) del hombre, sino que se
construye a partir de las costumbres y tradiciones de una comunidad, a una
regulación social intencionada, y por tanto suceptible de estudio.
En el pensamiento primitivo, la actividad legislativa consistía simplemente en
hacer explícito algo que de facto existía, y que no era producto de la voluntad
humana. Orden social y orden legal no eran diferenciables en cuanto que éste
último era reflejo de las costumbres y tradiciones en las que se fundamentaba una
comunidad social.
Este pensamiento primitivo en cuanto a las normas de actuación de una
comunidad estuvo presente en el desarrollo de las primeras etapas del derecho: es el
llamado derecho natural en el que se siguieron entendiendo las leyes no como algo
ajeno a la voluntad humana sino como algo que obedecía a las exigencias de un
orden social espontáneo configurado a través del tiempo, y transmitido implícita
mente de generación en generación.
Más tarde, con la evolución del pensamiento científico, y sobre todo con la
aparición de las monarquías comienza a interpretarse la actividad legislativa y
j udicial como un acto deliberado (de los gobernantes), y por tanto discernible del
conjunto de normas que de facto regulaban las acciones sociales.
Las leyes aparecen como una construcción del hombre (de los gobernantes) y es
cuando se produce la identificación de la actividad legislativa y la actividad de los
gobernantes. De este modo se unifica el orden social con la planificación intencional
de los gobernantes, produciéndose una separación entre el orden social (el ordena
miento no regulado, espontáneo y fundamentado en las tradiciones y costumbres) y
el orden legal (la imposición de la voluntad gubernamental).
Posteriormente, con la aparición de los Estados de Derecho se intentará evitar
esta confusión entre las actividades gubernamentales y las actividades legislativas de
regulación social mediante la autonomía e independencia de los tres poderes: el
Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial; la actividad judicial pasa a ser «una actividad
de descubrir y aplicar lo que de facto ya existe a constituirse como una actividad
centrada en la aplicación de unas normas generales y abstractas (que configuran los
sistemas legales) a los casos específicos y particulares.
Es en este momento en el que la dinámica política y la dinámica social llegan a
identificarse, con lo que los procesos sociales más básicos quedan subsumidos en
unas relaciones sociales orientadas a objetivos y metas específicas, y en las que el
derecho (regulación normativa) juega un papel fundamental. Por otro lado, la
identificación entre lo polítivo y lo social permite a los gobernantes obtener la
legitimidad necesaria para llevar a cabo sus objetivos.
Autores como Hayeck ( 1973, 1976) y Weber ( 1 947, 1 954) han planteado abierta
mente las relaciones que existen entre los sistemas políticos de los estados modernos
y sus sistemas legales. Weber plantea que los sistemas políticos modernos obtienen
su legitimidad a partir de la existencia de un sistema de reglas legales: el control y la
regulación de las comunidades sociales en un sistema político se fundamenta en la
existencia de un aparato legal y judicial, que a su vez proporciona legitimidad
política para que un gobierno imponga una concepción determinada de la vida
social.
31 O Psicologla Política
Por otro lado, es evidente que un orden legal en cuanto que es una formulación
ideal de relaciones sociales debe ser aplicado a las situaciones concretas y específi
cas. Tal objetivización del orden legal conlleva en si:
Por tanto, el psicólogo judicial deberá tener en cuenta este proceso dinámico a
la hora de evaluar tanto el comportamiento social que es suceptible de un proceso
judicial como la conducta judicial de los principales implicados (jueces, abogados,
partes del conflicto, jurados, etc.) en el desarrollo de dicho proceso judicial.
En tercer lugar, y por último, la investigación psicolegal no puede obviar el
análisis de los procesos judiciales en el sentido de la actuación concreta y especifica
de los diferentes actores judiciales. Ahora bien, el estudio de la conducta j udicial no
puede presuponer los aspectos anteriores que hemos analizado sino que debe
incorporarlos en sus esquemas conceptuales y teóricos.
31 2 Psicología Polltica
A pesar de que la Psicología Judicial (la interacción entre Psicología y ley) tiene
ya una tradición cuyos precursores son anteriores al siglo presente, aunque su
institucionalización es un fenómeno de nuestra época (Garzón, 1 986), existen pocas
revisiones históricas y teóricas sobre su desarrollo conceptual, y mucho menos
trabajos que hayan intentado elaborar un esquema interpretativo de dicha discipli
na si exceptuamos los textos recientes de autores como Horowitz y Willging ( 1 983)
y Loh ( 1984).
Los modelos teóricos que hemos visto en los apartados anteriores pueden servir
para desarrollar un esquema de interpretación global que recoga la complejidad de
la acción judicial. Para ello es necesario plantear los niveles que se pueden
diferenciar en los sistemas legales, y el punto de confluencia de Psicología y ley en
esos niveles.
Las relaciones entre Psicología y ley son evidentes, y el intento de encontrar un
campo interdisciplinar entre ellas como empresa teórica y práctica es razonable, si
pensamos tanto en la complejidad de la organización social actual que exige cada
vez más normas que permitan su funcionamiento como en el hecho de que ambas
disciplinas se relacionan con el control y predicción de la conducta.
Sin embargo, tal formulación inicial sobre lo que es común a ambas disciplinas
debe ser matizada en la medida que por un lado, no es una característica definitoria,
o al menos que j ustifique un nuevo campo interdisciplinar, puesto que otras ciencias
sociales, tales como la sociología y la economía también compartirían dicha
formulación inicial. Ciencias que además marcaron históricamente el surgimiento
del derecho, mucho más que lo hizo la Psicología (Hayek, 1 973, 1 976 señala que
fueron las condiciones sociológicas y el desarrollo económico los que hicieron nacer
·
el derecho contemporáneo).
Por otro lado, es evidente que existen diferentes niveles de análisis en los que
cabe cristalizar dicha preocupación común por el control y predicción de la
conducta: el individual, en donde lo común sería el estudio de los actores judiciales
(jueces, abogados, acusados, testigos, policía, etc.); un segundo nivel, el social donde
el foco de estudio sería la organización judicial (agencias legislativas, organización
322 Psicología Política
1 DERECHO 1
�·
______
I 1
j
LE Y Es SISTEMAS LEGALES
�
1
.---
¿t��¡i� ---0--.
P
E
E s
�·m� ¡
!
Constitucionales
!
Organizaciones Conducta
1 SUPUESTOS CONDUCTUALES
L - En la ley
- En la organización
- En los actores
u
TIPOS DE INTERACCIÓN
CIENTÍFICA PROFESIONAL
5. A modo de conclusión
Referencias b i b l i og ráficas
Champagne, A. et al. ( 198 1): «Judicial Behavior», en S. L. Long (ed.): The Handbook of
Po/itical Behavior, vol. 5, Nueva York: Plenum Press.
Diamond, S. S. ( 1 982): «Ürder in the Court: Consistency in Criminal Court Decisions», en C.
J. Scheirer et al.: Psychology and the Law. American Psychological Association, The
Master Lecture Series, vol. 2.
Frank, J. ( 1930): Law and the Modern Mind, Nueva York: Coward McCann.
Garzón, A. ( 1 984a): «Psicología Judicial», temas monográficos del Boletín de Psicología, núm. l .
Garzón, A. (1984b): «Procesamiento social y conflicto civil», Congreso sobre Actividad
Humana y Procesos Cognitivos, Madrid.
Garzón, A., y Herrera, M. (1986): «Psicólogos sociales y sistema judicial», Boletín de Psicología,
10, 47-76.
Garzón, A., y Seoane, J. (1986): «Evaluación ciudadana de los procesos judiciales», Anuario de
Psicología y Sociología Jurídica, Barcelona, 1986.
Hastíe, R., et al. (1983): lnside the Jury, Cambridge: Harvard University Press.
Hayek, F. A. (1973): Derecho, legislación y libertad, vol 1, Madrid: Unión Editorial, 1978.
Hayek, F. A. (1976): Derecho, legislación y libertad, vol. 2, Madrid: Unión Editorial, 1979.
Horowitz, l. A., y Willging, Th. E. (1984): The Psychology of the Law, Boston: Little, Brown
and Co.
lbáñez, E. (1985): «La Psicología de la Imputabilidad», conferencia sobre Psicología Judicial,
curso monográfico de doctorado (Departamento de Psicología Social, Universidad de
Valencia).
Kaplan, M., y Garzón, A. (1986): «Cognición Judicial», Boletín de Psicología, 10, 7-28.
Kerr, N. et al. (1982): The Psychology of the Courtroom, Nueva York: Academic Press.
Konecni, V. J., y Ebbesen, E. B. (eds.) (1 982): The Criminal Justice System, San Francisco: W.
H. Freeman and Co.
Loh, W. D. (1 984): Social Research in the Judicial Process: Cases, Readings, and Text, Nueva
York: Russell Sage Found.
Nemeth, Ch. J. (1981): «Jury Trials: Psychology and Law», en L. Berkowitz (ed.): Advances in
Experimental Social Psychology, vol. 14, Londres: Academic Press.
Norton, Ph. (ed.) (1 984): Law and Order and British Politics, England: Gower.
Scheirer, C. J. et al. (eds.) ( 1982): Psychology and the Law, American Psychology Association.
Schroeder, T. (191 8): «The psychologic study of j udicial opinions», California Law Review, 6,
89- 1 1 3.
Sugarman, D. (ed.) (1983): Legality, Ideology and the State, Londres: Academic Press.
Thibaut, J., y Walker, L. ( 1 975): Procedural Justice: A Psychological Analysis, Nueva York:
Erlbaum.
Weber, M. (1 947): The Theory of Social and Economic Organization, Londres: William Hodge
and Co.
Weber, M. (1954): On Law in Economy and Society, Cambridge: Harvard University Press.
12 El poder y los sistemas políticos
TOMAS 1 BAl"J EZ
LU P I C I N I O 1 1\J I G U EZ
Citado en R. Dahl: Análisis político moderno, Barcelona: Fontanella, 1 976, pág. 38.
1
2 R. Michels: Les partís politiques. Essai sur les tendances oligarchiques des démocraties, París:
Flammarion, 1971, pág. 33 (primera edición en alemán: 1 9 1 1).
332 Psicologla Polftica
uso que de él se hace en contextos sociales ... » (Dowse y Hughes, 1 975, pág. 22), y
añaden: «En otras palabras, lo que tratamos de hacer es comprender la conducta de
poder, allí donde se produzca.. » (pág. 23).
.
Así pues, parece claro que: «La sociología política es la rama de las ciencias
sociales que estudia los fenómenos de poder» (Schwartzenberg, 1 974, pág. 43).
relaciones sociales, por más espontáneas y efímeras que sean» (Lapierre, 1 969, pág.
37), sino que además el poder está presente en todos los aspectos de la vida social:
<•considerada como un todo, la sociedad es un sistema de relaciones de poder»
(Lowenstein, 1 976, pág. 26).
Esta omnipresencia del poder se transforma automáticamente en una omnipre
sencia de la política por poco que tracemos una relación de equivalencia entre
poder y política: «el poder existe en todas las sociedades y si hacemos equivalentes
política y poder, entonces la política es también endémica a la vida social» (Dowse
y Hughes, 1 975, pág. 23), o, como diría más recientemente Richard Braungart: «La
socieJad consiste en un entramado de instituciones sociales cuyas estructuras y
funciones se solapan e interactúan entre sí. La política y el poder son los componen
tes dinámicos de esas relaciones» (Braungart, 1 98 1 , pág. 7).
No dudamos, por nuestra parte, que las relaciones de poder están presentes en
toda estructura social, pero la asimilación entre poder y política no nos parece de
recibo y no podemos seguir a Lasswell cuando afirma que «un acto político es
cualquier acto que se lleve a cabo con perspectiva de poder» (Laswell y Kaplan,
1 950, pág. 240).
En efecto, muchas relaciones de poder carecen de contenido político y presentan
unos aspectos cuya comprensión requiere una aproximación psicológica, y más
precisamente un análisis psicosocial, a pesar de que esta disciplina no haya prestado
al tema del poder toda la atención que merece (Cartwright, 1 959). El poder no se
agota en la política y parece que la Sociología Política debería ceñirse a un ámbito
que sigue siendo amplísimo y en el cual también entra la Psicología Social: el
estudio del poder político.
Quede claro que no está en nuestro ánimo plantear una disputa territorial entre
disciplinas, disputa tanto más absurda cuanto que la interdisciplinariedad se perfila
cada día como más imprescindible. Lo que está en juego cuando rechazamos la
asimilación sociológica entre poder y política no es, ni más ni menos, que una
determinada conceptualización de la política. Esta concepción nace, en buena
El poder y los sistemas políticos 333
medida, a partir de las orientaciones conductistas (R. Dahl, H. Simon, etc.) y del
funcionalismo estructuralista (T. Parsons, G. A. Almond, etc.) que han dominado
largo tiempo el campo de las ciencias políticas. La equivalencia entre poder y
política acompaña, como lo hemos visto, la creencia en la omnipresencia de la po
lítica. Así, una empresa, un club de fútbol, una universidad, constituyen entida
des sociales con características políticas. En efecto, no solamente encontramos en
ellas relaciones de poder, sino que además todas esas entidades tienen una po
lítica más o menos explícita. El propio lenguaje cotidiano parece evidenciarlo,
puesto que admite enunciados como los siguientes: «la política que lleva tal empresa
le conducirá a la quiebra», o, «la política de tal universidad carece de visión de
futuro», e incluso, «tu política no resultará con esa chica». En todos estos enuncia
dos la palabra «política» se refiere a la manera de hacer las cosas, es decir al arte de
articular los medios adecuados para alcanzar los fines perseguidos. Se trata del
«arte de gobernar» pero entendido en su sentido más general y aplicable a cualquier
asunto. Tener una política, en el sentido laxo que utilizan muchos politicólogos, no
es sino tener unos objetivos y una idea de cómo conducir a buen puerto las
actuaciones para alcanzarlos. La política aparece así como el arte de lo posible.
Una política será buena o será mala no tanto en función de su contenido, como en
función de su eficacia, y ésta dependerá a su vez de su sentido de la realidad.
Realismo en la fijación de los objetivos, realismo en la elección de los medios,
realismo en la articulación de las estrategias...
No se trata de negar que toda actividad social pueda tener dimensiones de tipo
político. Es obvio que los aspectos políticos no se limitan al ámbito de la adminis
tración política de la sociedad (Estado, Gobierno...), ni a los procesos formales de
regulación política (partidos, elecciones ...). Una empresa, un club de fútbol o una
universidad pueden efectivamente presentar características de tipo político, pero no
será porque se den en ellas relaciones de poder ni porque desplieguen unas
actuaciones acordes con unos objetivos, sino porque sus actividades o sus caracte
rísticas incidan efectivamente sobre la regulación política de la sociedad. Dicho con
otras palabras, la «política de una empresa o de un club» no pertenece al ámbito
propio de la política, pero la empresa o el club pueden tener dimensiones políticas.
Para que un fenómeno pueda ser calificado de político en sentido estricto debe
implicar una determinada concepción del mundo social (características de sociedad
deseables o indeseables), una determinada concepción del ser social (forma de ser
de las personas) y una determinada concepción de las relaciones entre los seres
sociales (relaciones entre personas, grupos, culturas ...). Lo político es necesaria
mente normativo e intrínsecamente vinculado a cuestiones de valores. Desarrollar
una actuación política es promover implícita o explícitamente, intencional o
inintencionalmente, un conjunto de valores que atañen a la concepción de la
sociedad y de las relaciones sociales. Es en este sentido como se puede entender la
repetida afirmación según la cual no puede haber neutralidad política o apoliticis-
334 Psicologfa Polftica
mo, puesto que la ausencia de una opción política significa reproducir los valores
políticos del status quo social. Es también en este sentido como se puede entender
la diferencia entre tomar una medida «política» y tomar una medida puramente
administrativa, o técnica, o de gestión. Realizar un análisis político no consiste
simplemente en describir las relaciones de fuerza en una situación o en valorar la
pertinencia de los medios puestos en obra para los fines establecidos. Es también
detectar los valores vehiculados por las actuaciones políticas, calibrar las implica
ciones normativas de tal o cual tipo de decisión. La política no se reduce a una
tecnología social de gestión de recursos y de administración de los asuntos públicos.
En sentido estricto, la política se define por unos contenidos que se formulan
irremediablemente en términos de valores. David Easton lo vio con claridad cuando
diferenció los sistemas políticos de los demás sistemas sociales en base a que sus
principales funciones consisten en: a) establecer los valores para la sociedad en su
conjunto, y b) conseguir que los miembros de la sociedad acepten y compartan esos
valores (Easton, 1 965).
mos por tanto la afirmación de Rom Harré para quien: «la diferencia entre algo que
puede actuar de cierta forma y algo que no tiene ese poder, no es una diferencia
entre lo que harán, ya que es un hecho contigente el que ese poder sea solicitado
alguna vez, sino que es una diferencia en cuanto a lo que ellos mismos son ahora»
(Harré, 1970, pág. 8 5).
El poder sólo se manifiesta por medio de una relación, pero la capacidad de
ejercer poder existe independientemente de su ejercicio efectivo.
Para solventar las dificultades que plantea una definición causalista del poder,
ciertos autores introducen una referencia explícita al carácter intencional de los
efectos producidos. Se recoge de esta forma la vieja idea según la cual se ejerce
poder cuando se es capaz de realizar la propia voluntad aunque sea venciendo la
oposición de los demás. Lo cierto es que no se suele hablar de «poder» cuando los
efectos producidos por una actuación no satisfacen las intenciones de su autor.
Ejercer poder es causar unos efectos acordes con las propias intenciones de quien lo
ejerce, aunque también se puedan producir efectos añadidos que no sean persegui
dos como tales.
El poder y los sistemas políticos 337
En su larga polémica contra los llamados teóricos del consenso, los teóricos del
conflicto han establecido el conflicto como el fenómeno clave para conceptualizar
las relaciones de poder: «. .. para que exista una relación de poder tiene que haber un
conflicto de intereses o de valores entre dos o más personas o grupos. La divergen
cia constituye una condición necesaria del poder, ya que... si A y B están de acuerdo
sobre los fines, B consentirá libremente al curso de acción preferido por A»
(Bachrach y Baratz, 1 963, pág. 63 3). El conflicto no debe ser necesariamente
explícito ya que, como ha señalado S. Lukes ( 1 974) la ausencia aparente de conflicto
puede resultar precisamente de una operación de poder que excluye previamente
ciertas cuestiones en las que sí se manifestarían fuertes divergencias. Así, las propias
técnicas de poder pueden impedir que aparezcan conflictos de intereses a nivel
explícito y manifiesto.
Pero, aun introduciendo la modalidad latente, o enmascarada, del conflicto no
parece que la relación conflictual pueda constituirse en definitoria de las relaciones
de poder. Basta con considerar el llamado «poder ecotécnico» para convencerse de
ello: «si A puede controlar secretamente la temperatura de la habitación de B, A
puede hacer que B se quite el jersey sin que este último sea consciente de que ha
habido un intento de influencia» (Baldwin, 1 978, pág. 1 .230). También podríamos
mencionar aquí la sugestión subliminar, pero el argumento más decisivo contra la
necesidad del conflicto para que existan relaciones de poder lo hallaremos en lo que
constituye precisamente el supremo refinamiento del poder: conseguir que los
demás deseen fervorosamente aquello que uno quiere que deseen.
Para muchos autores el poder consiste siempre en una relación de fuerza que se
establece entre dos o más entidades sociales. Ocupa una posición de poder aquel
que consigue establecer una relación de fuerzas que se incline a su favor. En esta
posición no es preciso que el poder se manifieste a través de un uso efectivo de la
fuerza, basta la amenaza de aplicar sanciones para conseguir la sumisión. Bachrach
y Baratz consideran incluso que el recurso al uso real de la fuerza constituye un
signo de fracaso del poder. Así, la disuasión basada en la existencia de una
conjunción de fuerzas favorables sería el modo de acción característico del poder:
338 Psicología Política
«.. .intento ejercer un poder sobre alguien si, cuando no quiere lo que quiero, lo
amenazo con sanciones. Ejerzo poder sobre él en la medida en que mi amenaza
tiene éxito, y tengo poder en la medida que soy capaz de aplicar efectivamente las
sanciones o de amenazar con éxito» (Weale, 1 976, pág. 306).
Michel Foucault nos ha convencido de que el poder se expresa en términos de
relaciones de fuerza: «... son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los
que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder... » (Foucault, 1 977, pág.
1 1 3), pero también nos ha enseñado que el poder no puede reducirse a un mecanis
mo de sanciones. Citaremos a este respecto una reflexión que nos parece ejemplar:
«. .. si A es capaz de conseguir sus metas sin recurrir a la amenaza, entonces seria
decididamente extraño declarar que carece, por consiguiente, de poder» (Debnam,
1 975, pág. 897).
sea imposible pasa generalmente por construir algún obstáculo fisico o psicológico
que constituye una condición suficiente para que no se realice un determinado
estado de cosas» (Oppenheim, 1 961). Otra restricción de libertad fue precisada por
P. Abell ( 1977) en términos de reducción de autonomía, entendiendo por autonomía
la gama de alternativas reales de que dispone un sujeto. Según Abell, el grado de
autonomía se define por:
- La gama de alternativas que el sujeto percibe como materialmente posibles.
- Las gamas de medios realmente practicables para alcanzar una o varias de
las metas que correspondan a estas alternativas.
La comprensión de las implicaciones que se desprenden de la elección de esos
medios objetivos.
El poder puede actuar sobre cada uno de estos aspectos para reducir la
autonomía de que dispone el sujeto. No se nos escapa que el concepto de autono
mía es un concepto tan problemático como el de libertad. Pero la cuestión radica
menos en discutir la posibilidad de una autonomía que esté exenta de determinis
mos de todo tipo, que en saber cuáles son los tipos de determinaciones que pueden
considerarse como constitutivas de la propia autonomía.
Consideramos, en definitiva, que el poder sólo puede pensarse en relación con la
libertad. Se ejerce un poder sobre alguien en la medida en que se merma su libertad,
se es tanto menos libre cuanto que se está más sujeto a efectos de poder y se es
tanto más libre cuanto que se dispone de mayor poder. La diferencia específica que
distingue las relaciones de poder de las otras relaciones sociales, o de los demás
efectos de determinación de la propia actuación, no radica en la intencionalidad, en
la causalidad, en el conflicto o en la sanción, por citar alguno de los criterios más
frecuentemente aludidos. El poder consiste, en última instancia, en una relación
social que afect a la libertad o el grado de autonomía de un sujeto.
Poder transaccional
¡ Poder coercitivo
Poder de recompensa
Poder reacciona!
l. Poder basado
en relaciones
psicosociales Poder normativo
(sumisión/
conformidad)
Poder personal
{ Poder ejemplar
Poder referente
Poder apreciativo
Todas las páginas que siguen están dedicadas a tratar directamente del poder
político en sus diversos aspectos y manifestaciones, nos limitaremos por tanto a
apuntar en este apartado algunas consideraciones generales sobre el tema. El poder
político se refiere a la capacidad que tienen las diversas entidades sociales (indivi
duos, grupos, organizaciones, instituciones) de conseguir que sus propias opciones
políticas sean tomadas en cuenta en la regulación política de la sociedad. Enten
diendo por regulación política la que hemos explicitado en el primer apartado
refiriéndonos a la naturaleza de la dimensión política.
Es claro que si aceptamos la definición de poder en términos de su relación con
la autonomía, el poder político consiste en reducir el grado de autonomía política
de aquéllos sobre quienes se ejerce el poder político y de incrementar la propia
342 Psicologfa Polftica
David Easton, uno de los máximos exponentes del punto de vista sistémico en el
campo de la política, considera el sistema político como un sistema abierto, inmerso
en un entorno que le proporciona los inputs necesarios para su funcionamiento y en
el cual revierten los outputs que resultan de dicho funcionamiento. El entorno está
constituido por todos los demás sistemas, económicos, culturales, etc., que caracteri
zan a la sociedad, y también por todos los demás sistemas políticos de las
sociedades circundantes. El sistema político y su entorno así concebido están en una
relación de constantes y complejos intercambios y determinaciones recíprocas. Los
principales inputs que entran en el sistema político están constituidos por las
demandas que formula el entorno social y por los apoyos que éste brinda a la
gestión política del sistema. Las demandas expresan las diversas exigencias de los
sectores sociales (económicos, culturales, poblacionales, etc.) así como las preocupa
ciones de los diferentes Estados con los cuales el sistema se relaciona. Tanto las
demandas como los apoyos encuentran en los partidos políticos su principal medio
de transmisión. Para que el sistema pueda funcionar correctamente es preciso que
no se produzca una sobrecarga de demandas (bloqueo de la capacidad de respuesta
344 Psícologfa Polftica
del sistema político) y que los apoyos no desciendan por debajo de un determinado
umbral (aislamiento social y desgaste del poder político instituido).
Los principales outputs que produce el sistema político consisten en decisiones y
actuaciones (leyes, presupuestos, intervenciones sociales, etc.) que intentan respon
der a las demandas y suscitar simul táneamente apoyos sociales. Los outputs
producen a su vez efectos en retorno, siguiendo un bucle de retroacción, que
modifican los inputs recibidos por el sistema político. Así pues el sistema político
responde a las demandas, pero sus respuestas políticas modifican aquello a lo cual
responden, creándose así una constante tensión entre cambio social y mantenimien
to del status quo.
Los análisis sistémicos al estilo de Easton ( 1 965) constituyen formalizaciones
bastante abstractas de los sistemas políticos, y si bien es cierto que proporcionan
valiosos elementos para comprender su funcionamiento, también se les puede
reprochar la escasa atención que prestan a los contenidos políticos propiamente
dichos, así como a la dinámica de funcionamiento interno de los sistemas políticos.
La consideración de los sistemas sociales en terminos de sistemas autoorganizativos
(Ibáñez, 1986b) constituye probablemente una vía interesante para reintroducir los
aspectos relacionados con la dinámica interna de los sistemas políticos.
Existe un sinfin de criterios para clasificar los sistemas políticos. Por citar
solamente algunas de las tipologías más conocidas, recordemos que Edward Shils
( 1 960) proponía por ejemplo cinco tipos básicos (oligarquías tradicionales, totalita
rias, en vía de modernización y democracias políticas y tutelares), mientras que G.
A. Almond y G. B. Powell ( 1 966) sugerían tres grandes categorías (sistemas
primitivos, tradicionales y modernos) pero con 16 subcategorías bien diferenciadas.
Estas clasificaciones, por interesantes que sean, no dejan de manifestar cierto
politicocentrismo basándose en una concepción del grado de evolución de los sis
temas políticos que sitúa al sistema estadounidense como parangón de la mo
dernidad.
Parece más interesante recurrir a la vieja constatación de que todo sistema
político se caracteriza por la desigual distribución del poder político entre los
individuos, grupos e instituciones que lo integran. Se pueden diferenciar entonces
los sistemas políticos según un criterio de mayor o menor desigualdad interna en la
repartición del poder, como ya lo hiciera Aristóteles cuando distinguía los sistemas
políticos según recayera el derecho a gobernar sobre un solo sujeto (monarquía y
tiranía), sobre unos pocos ciudadanos (aristocracia y oligarquía) o sobre muchas
personas (democracia y república). Es finalmente este criterio el que utiliza Richard
Braungart (198 1 ) cuando distingue entre sistemas democráticos (repartición equili
brada del poder entre estructuras de poder separadas e independientes) y sistemas
totalitarios (concentración del poder), y es también este criterio el que subyace en el
continuo bipolar de Robert Dahl (1 976, pág. 99) marcado en sus extremos por las
hegemonías cerradas (ausencia de sufragio y de oposición legal) y por las poliar
quías inclusivas (sufragio universal, pluralismo político, garantía de la libertad de
expresión política).
El criterio de la distribución del poder político deja de lado la cuestión de los
contenidos políticos pero se acerca a la línea general que mantenemos a lo largo de
este capítulo puesto que implica, en cierta forma, una diferenciación en términos de
la mayor o menor libertad política que caracteriza a los sistemas políticos.
No podemos concluir este capítulo sin hacer una mención obligada a la célebre
distinción formulada por Max Weber (1947) entre: a) los sistemas basados en la
tradición; b) los sistemas basados en el carisma, y e) los sistemas basados en la lega
lidad.
346 Psicologla Polltica
Las organizaciones sociales que ostentan más claramente una finalidad política
son, evidentemente los partidos políticos. Triepel decía ya en 1928 que: «El sistema
de partidos políticos es la autoorganización que se ha dado la democracía de
masas» (citado en García Pelayo, 1 986, pág. 42). El propio García Pelayo se hace
eco de las definiciones de nuestro tipo de Estado en términos de Estado de partidos.
De hecho, los partidos políticos son instituciones relativamente recientes que
empezaron a adquirir importancia a partir de la segunda mitad del siglo XIX,
desempeñando unas funciones cada vez más trascendentes para el funcionamiento
de los sistemas políticos modernos. En los sistemas políticos competitivos, es decir,
donde existe pluralidad de opciones políticas organizadas, los partidos contribu
yen a:
a) Formar la opinión pública.
b) Configurar la cultura política.
e) Seleccionar los candidatos al poder y, por tanto, nutrir la clase política.
d) Encuadrar políticamente a los representantes electos.
e) Canalizar y fomentar las demandas.
f) Agregar los intereses, es decir dar forma política homogénea a los intereses
sociales fragmentados que existen en la sociedad.
En un principio los partidos se constituyeron como representación de distintas
fuerzas sociales y de conjuntos de intereses sociales particulares, pero su funciona
miento viene marcado cada vez más por la necesidad de participar con éxito en las
distintas contiendas electorales que ritman la vida política de la sociedad. El
marketing político condiciona las estrategias de los partidos, y la pugna por
conseguir el máximo número de votos transforma a los partidos lentamente en
empresas políticas que intentan aumentar sus beneficios en el mercado electoral:
«satisfaciendo de un lado las demandas ya existentes en ciertos sectores de la
sociedad y, de otro, creando artificialmente demandas seguidas de la oferta de
satisfacerlas» (García Pelayo, 1 986, pág. 78). El resultado es, obviamente, una cierta
flexibilización ideológica de los presupuestos básicos que caracterizan a cada
partido y también una cierta homogeneización de los mismos.
La dependencia electoralista de los partidos -véase si no las crisis que los
azotan cuando retroceden electoralmente- y el hecho de que su supervivencia
como tales dependa del respaldo electoral que reciben, orienta cada vez más a los
partidos políticos hacía sus electorados en detrimento de la atención dedicada a sus
348 Psicología Política
adherentes. Es frecuente oír decir a los portavoces de los partidos, sobre todo si
alcanzan funciones de gobierno, que se deben a quienes les han votado más que a
quienes configuran las bases del partido. Esta postura no deja de ser conflictiva, ya
que el éxito electoral depende también, aunque no exclusivamente, de la actividad
desplegada por las mencionadas bases.
Esta electorización de las formaciones políticas ha propiciado el surgimiento de
los llamados catch-all parties, es decir partidos englobatodo, que desde su preocu
pación por ampliar y diversificar su base electoral cubren un espectro político tan
amplio y fluctuante que se torna dificil definir su núcleo ideológico a no ser en
términos de simple voluntad de ejercer las funciones de gobierno. Es el fenómeno de
los partidos de electores, más que de militantes, en los cuales los parlamentarios
ejercen un control casi absoluto sobre la estructura partidista.
Las propias características de los sistemas y de las leyes electorales tienden a
forzar la reducción del número de partidos electoralmente viables, obligando a una
extensión del espectro político de cada partido y a la consiguiente difuminación de
sus contenidos ideológicos originarios. El hecho de que los sistemas electorales
favorezcan a los partidos que cosechan el mayor número de votos contribuye a
borrar en la práctica la diferencia entre sistemas políticos competitivos y sistemas
con partido único. Las diferencias siguen siendo ciertamente muy sustanciales, pero
la reducción de las ofertas políticas con posibilidades reales tiende a transformar los
sistemas pluralistas en sistemas de partido casi único (bi o tripartidismo), con
presencia de una serie de partidos testimoniales y en los que no es infrecuente que
aparezca un partido dominante, instalado en el poder durante largos decenios. El
riesgo político que corren entonces las instituciones políticas es simplemente que
parte de la opinión pública se encuentre exiliada de la vida política oficial, y
traslade la política hacia otros lugares, lejos del juego parlamentario.
La obligación en la que se hallan los partidos políticos de luchar por la
conquista de la mayor cuota posible de poder político y de extender su influencia
conduce a una serie de fenómenos que Robert Michels (1971) había señalado ya en
1 9 1 1 , enunciando su famosa ley de hierro de la oligarquía: todas las organizaciones
políticas, incluso las más democráticas en su origen, tienden a convertirse en férreas
oligarquías. Siguiendo procedimientos con frecuencia muy democráticos, los parti
dos seleccionan a la minoría que asegura las funciones de dirección, pero con el
paso del tiempo ésta adquiere las habilidades, los conocimientos, las informaciones
que la hacen insustituible a la cabeza del partido a la vez que se adquiere el
suficiente control sobre las estructuras de poder de la organización para poder
neutralizar así todo intento de suplantación. La minoría que dirige el partido
selecciona a su vez los candidatos que se presentarán al sufragio popular y los
electores seleccionarán por fin la élite gobernante dentro de la élite de los partidos.
El juego político transcurre en último término entre minorías o élites políticas que
aseguran su poder de forma escasamente democrática.
El ejercicio del poder político basado en la legitimidad democrática, y más
precisamente en la legitimidad del mecanismo parlamentario regulado por la
comparecencia periódica de las formaciones políticas ante el electorado, constituye
un invento sociohistórico relativamente reciente en el marco de unas sociedades
El poder y los sistemas pollticos 349
determinadas. Se trata por tanto de una forma de legitimidad política que no debe
naturalizarse, es decir, que no debe aparecer como consustancial con la naturaleza
misma de las cosas, pero «la fuerza de la ideología democrática vigente es tal que
impide toda reflexión sobre los límites históricos de la institución democrática»
(Ibáñez, 1 986a, pág. 86).
Una de las funciones de los partidos políticos consiste, como hemos visto, en
canalizar las demandas sociales para que reciban una respuesta desde la administra
ción política. Pero también hemos visto que el proceso de reducción del número de
partidos con posibilidades reales de acceso a las funciones de gobierno, les obliga a
recoger en su seno un espectro demasiado extenso de intereses sociales. Esto explica
quizá la actual proliferación de estructuras asociativas centradas en la expresión y
la defensa de intereses sumamente específicos. Los grupos de interés asociativos se
constituyen sobre bases corporativas de necesidades específicas de objetivos particu
lares, y abarcan todo el campo de la existencia social. Este proceso asociativo no
persigue una finalidad explícitamente política, pero ocurre con bastante frecuencia
que se transforman en auténticos grupos de presión que intentan arrancar de las
instituciones políticas la satisfacción de sus demandas particulares y la protección
de sus intereses. Existen incluso auténticos profesionales que ponen sus conocimien
tos de las estructuras políticas a disposición de los grupos de interés para que
incidan eficazmente sobre las decisiones del Legislativo y del propio Gobierno. Es
bien conocida en este sentido la influencia que tienen los lobbies sobre los congresis
tas estadounidenses.
Los grupos de presión pueden ser de élite, reuniendo personas que ocupan
puestos clave, o que controlan sectores de opinión, o que disponen de importantes
recursos de todo tipo, y también pueden ser de masas basando su influencia en el
poder que dan las movilizaciones colectivas. Es obvio que las estrategias de presión
serán bien distintas en ambos casos, prefiriendo unos el secreto y la ausencia de
publicidad, prefiriendo los otros movilizar al máximo los focos de los medios de
comunicación de masas.
Los grupos de presión pueden también tener un arraigo institucional. Conviene
diferenciar en este caso los grupos de presión ligados a: a) instituciones de la
sociedad civil; b) instituciones religiosas; c) instituciones públicas, y dentro de esta
última categoría conviene diferenciar la institución militar de entre todas las demás
instituciones públicas, por el indudable peso político que es capaz de ejercer. Los
grupos de presión ligados a instituciones públicas y que funcionan dentro del
propio aparato de Estado pueden llegar a condicionar totalmente la acción de
gobierno en todo lo que afecte a sus intereses particulares.
La expresión poderes fácticos se utiliza precisamente para hacer referencia a
todas las organizaciones basadas en intereses particulares, y propios de un sector
más o menos reducido de la sociedad, que aun no teniendo una función política
explícita, pública y reconocida como tal, han acumulado el suficiente poder para
350 Psicologla Polftica
dad interna de la sociedad que tiene que administrar y controlar. Esta complejidad
hace que los ciudadanos se sometan cada vez más al juicio de los expertos: «...la
talla, la complejidad, la sofisticación tecnológica y de todo tipo en la tarea de los
gobiernos modernos conducen a una sumisión que se hace patente en la expresión:
debemos dejarlo en manos de los expertos» (Galbraith, 1 985, pág. 1 48). Pero esta
complejidad también avasalla a quienes tienen la responsabilidad política del
gobierno. Sus decisiones se ven condicionadas cada vez más por los estudios
técnicos y los informes que le remiten los expertos empleados en los distintos
departamentos de la Administración. Así, el juicio de los expertos se suma a las
presiones de los poderes fácticos para restringir considerablemente el margen de
decisión que tiene el Ejecutivo. Las decisiones del Gobierno están dictadas por la
lógica de las situaciones tanto o más que por su propia voluntad política. Se
produce un efecto de sistema (Gorz, 1 980) que limita considerablemente el poder de
quienes ocupan los máximos puesto de mando de una sociedad; es obvio por
ejemplo que el Gobierno no puede permitirse el lujo de tomar decisiones que
pongan en peligro la supervivencia de una empresa capitalista de grandes dimensio
nes: «Las grandes empresas capitalistas emplean una mano de obra considerable. El
fracaso de cualquiera de ellas -por ejemplo Boeing o Crysler- no sólo incremen
taría el desempleo sino que destruiría la confianza pública en el sistema político
económico. En consecuencia, el Gobierno no puede permitirse el lujo de que fallen
las grandes corporaciones industriales» (Merelman, 1 98 1 , pág. 205).
Si consideramos el conjunto formado por los aparatos represivos de Estado, por
los aparatos ideológicos de Estado y por los aparatos administrativos y productivos
de Estado, es obvio que la formación estatal goza de un poder impresionante. Pero
cometeríamos un grave error al subestimar los condicionantes que pesan sobre el
ejercicio de ese poder. Quienes ocupan las más altas responsabilidades de mando no
han conquistado el Estado sino que obedecen a la lógica del poder propia del
Estado. Quien escribe en el Boletín Oficial del Estado (BOE) realiza un acto de
poder extraordinario, pero lo que se escribe en el BOE está dictado por la forma
misma del BOE, es decir, por los condicionantes juridicolegales, y por tanto
economicopolíticos que caracterizan al propietario del BOE. El propio poder del
Estado está condicionado a su vez por la complej a dinámica de la realidad social:
« ... el rumbo de la sociedad se va trazando a partir de una infinidad de procesos
infinitesimales, de fuerzas ínfimas, de causas diminutas que se anulan, se COJ::!trapo
nen, se suman, se potencian, y van abriendo el surco de lo que realmente acontece»
(Ibáñez, 1 982, pág. 143). «Mucho de lo que ocurre parece que se produzca a través
de la acumulación en el tiempo de elementos accidentales que acarrean resultados
por los cuales nadie luchaba. Una gran parte de las actividades de la comunidad
resultan de la cooperación sin dirección de estructuras sociales particulares que
buscan, cada una de ellas objetivos particulares y que, al hacerlo, se articulan con
los demás» (Long, 1 9 58, citado en March, 1 966).
El poder y los sistemas políticos 353
una élite del poder, ni una clase dirigente homogénea y omnipresente, sino que existe
una pluralidad de categorías dirigentes cuyos intereses no siempre son convergentes
y que detentan el poder en sus respectivos campos de actuación. No son las mismas
personas las que influyen decisivamente en el campo financiero o en el campo de la
educación, por ejemplo. Cada sector de la actividad ciudadana tiene su propia élite,
que puede subdividirse a veces en varias categorías dirigentes, más o menos
enfrentadas entre sí, y que toman las principales decisiones en su propio sector. El
poder se encuentra por tanto distribuido entre diferentes grupos de interés.
El pluralismo político queda aún más acentuado si consideramos que las
decisiones realmente importantes suelen repercutir sobre varios sectores de activi
dad. Con lo cual las diversas categorías dirigentes están interesadas en ellos e
intentan participar en su elaboración, confrontando sus intereses y desembocando
en formulaciones que son, ellas mismas, pluralistas. Así pues, el poder político se
encuentra mucho más fragmentado de lo que suponían los elitistas, observándose
una auténtica poliarquía en la regulación política de las sociedades industrializadas.
Los elitistas dibujan una imagen casi feudal del poder político. Unos cuantos
poderosos tienen en sus manos todos los resortes del poder e imponen su voluntad
al conjunto de la sociedad. Los pluralistas tienden a dibujar por su parte una
imagen casi idílica de la repartición del poder. Las decisiones resultan de una
confrontación de posturas en la cual vencen unos u otros según los momentos y las
cuestiones que estén en debate, quedando así reflejados todos los intereses que están
presentes en la sociedad.
Ninguna de estas dos concepciones es plenamente satisfactoria y muchos de los
investigadores se inclinan actualmente por una concepción que podríamos llamar
pluralista-elitista en la que se combinan ingredientes de ambas. Una de las versiones
más interesantes de esta concepción es la que han elaborado P. Bachrach y M.
Baratz ( 1 970) y que ha sido calificada por algunos autores como una concepción
neoelitista.
Bachrach y Baratz consideran que los pluralistas llevan razón cuando afirman
que distintos grupos de interés están representados en las instancias donde se toman
las decisiones y que existe efectivamente una confrontación pluralista en la cual no
siempre ganan los mismos. Pero hay un fenómeno que los pluralistas no alcanzan a
ver cuando describen lo que ocurre efectivamente en los lugares de decisión, por la
sencilla razón de que no está materialmente presente en esas situaciones. Este
fenómeno consiste en el proceso de no decisión y su toma en consideración inclina la
balanza a favor de los elitistas. En efectu, las alternativas que se presentan a la libre
confrontación pluralista no constituyen todas las alternativas posibles. Existe un
proceso de filtración que sólo deja llegar al fórum de los debates las alternativas que
no ponen en peligro los intereses de las élites del poder. Los procesos de toma de
decisión son efectivamente pluralistas pero se limitan a las alternativas seguras, es
decir a las alternativas que no son vetadas por la clase dirigente de la sociedad.
El poder y los sistemas políticos 355
Existe una decisión que no forma parte de las cosas que se pueden decidir y que
consiste en delímitar previamente el campo de las alternativas posibles. Es en este
sentido que Bachrach y Baratz hablan de un proceso de no-decisión. Una vez que ha
intervenido este proceso, el debate puede desarrollarse con todas las garantías de
una confrontación democrática y plural de los intereses. Así, el mecanismo pluralista
intervendría efectivamente para forjar la decisión entre las alternativas en presencia,
pero el mecanismo elitista actuaría para seleccionar la naturaleza de las alternativas
entre las cuales se puede decidir.
6. Conclusiones
con gran escándalo por parte de quienes suscriben una orientación más o me
nos positivista. La dirección de la influencia va también desde los hechos hacia los
valores y no es absurdo hablar de los valores en términos de su grado de verdad
o de falsedad a partir de consideraciones empíricas (véase por ejemplo H. Put
nam, 1 98 1 ). En política, los valores influencian obviamente los análisis que se
realizan, pero conviene considerar sobre todo que los análisis y las descripciones
implican, intrínsecamente, la asunción de determinados valores: «En ciencias po
líticas, una determinada explicación tiende a apoyar la postura normativa que
va asociada con ella y produce sus propias normas para la valoración de las polí
ticas» (Taylor, 1 985, pág. 8 1). Esto significa que «aceptar un esquema explicativo
conlleva la adopción de los valores que le son implícitos» (Taylor, 1 985, pág. 75).
Es obvio que cuando olvidamos las dimensiones no políticas de los sistemas,
organizaciones, actuaciones y poderes políticos, o cuando infravaloramos el alcance
no político de los efectos que producen, estamos aceptando una cierta concepción
de la autonomía de lo político respecto de lo social y privilegiando la importancia de
las instituciones políticas establecidas para la regulación de la sociedad. Desde el
punto de vista que aquí nos ocupa esto no constituye un problema normativo, o
político, sino un problema de cara a la comprensión de ciertas líneas de evolución
que parecen dibujarse actualmente en el campo de la política y del poder político.
Se habla de la despolitización de grandes sectores sociales, especialmente la juven
tud, y se constata simultáneamente la aparición de multitud de grupos de interés,
tales como los ecologistas, las feministas y los gays, que tienen una indudable carga
política aunque no sea en términos de política convencional. La contradicción es
tan sólo aparente y se desvanece si adoptamos un punto de vista que no enfatice la
importancia de la esfera política convencional: «El alejamiento de la política, que
algunos diagnostican, no es sino el alejamiento de ciertas formas de la política que
no están adaptadas a la evolución social... la mayoría de los temas que están hoy en
el centro de los debates públicos se plantearon al margen de las instancias políticas
convencionales» (Schwartzenberg, 1 974, pág. 358). Lo que moviliza actualmente la
actuación política en la sociedad no son las preocupaciones globales y generales
(salvo en momentos muy específicos), son cuestiones de micropolítica, reivindicacio
nes sectoriales, concretas, de detalle si se quiere que no se traducen en una
globalización política. La globalización, cuando se produce, tiene un trasfondo
más cultural que propiamente político en el sentido de la política formal: « ... no se
cuestiona un equipo, ni un régimen político, sino toda una "cultura'', toda · una
civilización y toda una forma de vida» (Schwartzenberg, 1 974, pág. 360). Debería
mos añadir que lo que está cambiando son los criterios mismos que conforman la
identidad política de los sujetos. Dificilmente entenderemos la actual dinámica de
los sistemas políticos y de las estructuras de poder si no conseguimos dilucidar el
significado de las nuevas identidades políticas y si no integramos en nuestros
análisis tanto el desplazamiento de la política hacia nuevos lugares y terrenos como
la creciente interdependencia y planetarización de los procesos políticos.
El poder y los sistemas políticos 357
Referencias b i b l i og ráficas
Abell, P. (1977): «The many faces of power and liberty», Sociology, 11, págs. 3-24.
Almond, G. A., y Powell, G. B. (1966): Comparative Politics: a Developmental Approach,
Boston: Little Brown.
Bachrach, P., y Baratz, M. S. (1963): «Decisions and nondecisions: an analytical framework»,
The American Political Science Review, 57, págs. 632-642.
Baldwin, D. ( 1 978): «Power an social exchange», The American Political Science Review, 72,
págs. 1.229-1.242.
Ball, T. (1 975a): «Power, causation and explanatiom>, Polity, 8 págs. 1 89-214.
Ball, T. (1 975b): «Models of power: past and present», Journal of the History of the Behavioral
Science, 11, págs. 2 1 4-2 1 6.
Braungart, R. ( 1 98 1): «Political sociology history and scope», en S. Long (ed.) (198 1): op cit.
Cartwright, D. (ed.) ( 1 959): Studies in Social Power, Ann Arbor: University of Michigan
Press.
Clastres, P. (1974): La sociedad contra el estado, Barcelona: Monte Avila, 1978.
Crespigny, A. R. C. (1 968): «Power and its forms», Political Studies, 1 6, págs. 192-205.
Dahl, R. A. ( 1957): «The concept of power», Behavioral Science, 2, págs. 201-2 1 5.
Dahl, R. A. ( 1963): Análisis Político Moderno, Barcelona: Fontanella, 1976.
Debnam, G. ( 1 975): «Non decisions and power: the two faces of Bachrach and Baratw, The
American Political Science Review, 69, págs. 889-899.
Dowse, R. E., y Hughes, J. E. ( 1 972): Sociología política, Madrid: Alianza Editorial, 1975.
Easton, D. (1965): A Systems Analysis of Political Life, Nueva York: Wiley.
Easton, D. (ed.) (1 966): Varieties of Policial Theory, Englewood ClifTs: Prentice-Hall.
Foucault, M. (1976): Historia de la sexualidad. 1) La voluntad de saber, Madrid: Siglo XXI,
1977.
French, J. R., y Raven, B. ( 1 959): «The basis of social power», en D. Cartwright (ed.): op. cit.
Galbraith, J. K. (1985): The Anatomy of Power, Londres: Corgi Books.
García Pelayo, M. (1986): El estado de partidos, Madrid: Alianza Editorial.
Gorz, A. (1 980): Adiós al proletariado, Barcelona: Eds. 2001, 1981.
Hamilton, M. ( 1977): «An analysis and typology of social power», Philosophy of the Social
Sciences, 7(1), págs. 5 1 -65.
Harré, R. (1 970): «Powers», British Journal of the Philosophy of Science, 2 1 , págs. 8 1-101.
Hunter, F. ( 1 953): Community Power Structure, Nueva York: Anchor.
Ibáñez, T. ( 1 98 1): «Pouvoir et liberté. Pour une nouvelle Iecture des relations de pouvoir»,
Recherches de Psychologie Socia/e, 3, págs. 9 1 -95.
lbáñez, T. ( 1 982): Poder y libertad, Barcelona: Hora.
lbáñez, T. ( 1 983): «Efectos políticos de la psicología social>>, Cuadernos de Psicología, 7(2),
págs. 95- 106.
lbáñez, T. (1986a): «Las urnas del siglo XXI», Revista de Occidente, 61, págs. 84-93.
lbáñez, T. (1986b): «Complejidad, sistemas autoorganizativos y Psicología Social», Boletín de
Psicología, Valencia, 1 1, págs. 7-24.
Lapierre, J. W. (1969): Essai sur le Fondement du Pouvoir Politique, París: PUF.
Lasswell, H., y Kaplan, A. (1950): Power and Society, New Haven: Yale University Press.
Loewenstein, K. (1976): Teoría de la constitución, Barcelona: Ariel.
Long, M. E. (1958): «The local community as an ecology of games», American Journal of
Sociology, XLIV, págs. 54-252.
Long, S. (ed.) (1981): The Handbook of Political Behavior, Nueva York: Plenum Press.
Lukes, S. (1 974): El poder. Un enfoque radical, Madrid: Siglo XXI, 1 985.
358 Psicología Política
March, J. G. ( 1966): «The power of powern, en D. Easton (ed.): Varieties of Política/ Theory,
Englewood Cliffs, Nuew Jersey: Prentice-Hall, págs. 39-70.
Merelman, R. (1981): «Politics and social structure», en S. Long (ed.), op. cit., III, págs. 303-
331.
Merriam, Ch. (1934): Politica/ Power, Londres: Collier Macmíllan.
Michels, R. (191 1): Les Partis Politiques. Essai Sur les Tendances Oligarchiques des Democra
ties, París: Flammarion, 1971.
Milis, C. W. (1956): The Power Elite, Nueva York: Oxford University Press.
Moscovici, S. (1970): «La psychologie sociale science en mouvement: sa especificité et ses
tensions», en D. Jodelet et al.: Psycho/ogie Socia/e. Une Discipline en Mouvement, La
Haya: Mouton.
Nagel, J. J. (1968): «Sorne questions about the concept of powern, Behavioral Science, 1 3,
págs. 1 29-1 37.
Onofri, F. (1967): Poder y estructuras sociales, Caracas: Ed. Tiempo Nuevo, 1970.
Oppenheim, P. (1961): Dimensions of Freedom, Nueva York: St. Martins Press.
Putman, H. (198 1): Reason, Truth and History, Cambridge University Press.
Rothman, R. (1981): «Political symbolism», en S. Long (ed.), op. cit., 11, págs. 285-340.
Schwartzenberg, R. G. (1974): Socio/ogie Po/itique. E/ements de Science Politique, París:
Editions Montchrestien.
Shils, E. ( 1960): «Political development in the new states», Comparative Studies in Society and
History, 2, págs. 381-406.
Taylor, Ch. (1985): «Neutrality in política! science», en Ch. Taylor: Philosophy and the Human
Sciences, 11, Nueva York: Cambridge University Press.
Weale, A. (1976): «Power inequalities», Theory and Decisions, 7, 4, págs. 279-314.
Weber, M. ( 1947): The Theory of Social and Economic Organisation, Nueva York: Oxford
University Press.
Wrong, D. (1968): «Sorne problems in defining social powern, American Journa/ of Socio/ogy,
73, págs. 673-68 1.
13 1 dentidad étnica y movi 1 ización política
M I KE L VI LLA R R EAL
AG U STIN ECH EVER R IA
DARIO PAEZ
JOSÉ VAL E NCIA
SAB I NO AYESTARAN
1. Identidad étnica
quedado impregnado por la etnicidad o el grado en que ésta tiene que ver con sus
sentimientos y percepciones sociales, con su comportamiento, etc.
Por otra parte, no podemos dejar de estar de acuerdo con aquella posición que
entiende la etnicidad como «una interpretación cultural de la descendencia» (Keyes,
1 982, pág. 5). Esta posición considera que habría una motivación subyacente
relacionada con el sentimiento de parentesco, que conduce a los seres humanos a
entrar en solidaridad con todo lo que se reconoce como semejante, de la misma
gente, del mismo pueblo, o como «descendencia» compartida; tal reconocimiento
habría de derivarse de la interpretación cultural desde la que el sujeto afirmará si
los otros pertenecen o no a su mismo grupo étnico (op. cit., 1 982, pág. 6).
Se ha de tener cuidado en apreciar la diferencia entre identidad étnica, y las
características o rasgos comúnmente asociados con etnicidad, es decir, distinguir el
término y sentido de «frontera», de aquello que queda encerrado dentro de la
frontera. Las características étnicas pueden ser meras características observables,
tales como patrones de conducta específicos, lengua determinada, religión, valores
compartidos, rasgos físicos o atribuciones relacionadas con la pertenencia a un
pueblo (Fishman, 1985), y tales características pueden ser utilizadas a manera de
señales simbólicas o marcadores de frontera (boundary markers) con las que los
miembros de dicho grupo tiran una línea de diferenciación respecto a otros grupos
o sociedades (Hechter, 1 975). Chun ( 1 983, pág. 1 93) define la identidad étnica como
el «emplazamiento del Self en un mundo socioepistémico compuesto por señales
étnicas», es decir que la identidad étnica se da cuando las señales de diferenciación
efectiva y los símbolos subyacentes de configuración son étnicos.
Estos símbolos o señales de identidad étnica raramente son invariantes en l a
historia d e u n pueblo o sociedad determinada; varían simultáneamente con los
ciclos históricos y culturales por los que atraviesan.
La identificación con estos símbolos o «marcadores de frontera» va a ser una
tarea importante en la comprensión de la dinámica de la identidad étnica de un
grupo determinado.
2. M ovimientos étnicos
crea desequilibrios regionales, como resultado de los cuales los centros desarrolla
dos crean y explotan regiones económicamente atrasadas y dependientes.
Hechter ( 1 975) utiliza el concepto de «etnicidad reactiva» para designar la reac
ción de una periferia culturalmente distinta contra la explotación del centro.
En su formulación más simple, las movilizaciones étnicas se consideran como
una respuesta «nacional» a la opresión extranjera, es decir, al colonialismo. Esta
teoría general de la movilización étnica como anticolonialista, se traduce ahora en
el modelo de Colonialismo Interno cuando se da un conflicto centro-periferia
caracterizado por una desigual incidencia de la industrialización a favor del centro.
Cuando las diferencias culturales o étnicas, coinciden con las diferencias en el
desarrollo entre el centro y la periferia, el sentimiento de explotación cultural y
económica aparece intensamente reforzado (Gellner, 1 969; Hechter, 1 975, páginas
34-43; Olzak, 1 983), siendo esta situación un elemento facilitador de la emergencia
de los movimientos sociales.
Ciertamente, la implantación desigual de la industrialización en el Estado
Nación en favor del «centro regional», genera un sistema nuevo y brusco de
estratificación sociocultural, que no está consagrado por la costumbre, y al cual se
le va a buscar remedio por medio de la revolución, o mediante la secesión nacional.
La solidaridad étnica puede quedar reforzada porque al hecho de las experien
cias comunes y una fuerte interacción social, se añade los intereses de clases
comunes al grupo étnico (Olzak, 1983).
La mera división cultural del trabajo, cuyo resultado sea el que poblaciones
étnicas se concentren en ocupaciones distintas, prescindiendo de si son más o me
nos igualitarias en cuanto a status, puede reforzar, según Hechter y Levi ( 1 979), las
fronteras étnicas a causa de las redes inherentes de tipo comunitario y asociativo, de
trabajo y de intereses económicos.
Por el contrario, la reducción de la división cultural del trabajo, debido al
desarrollo de la periferia, a la solidaridad de los trabajadores, o a otros factores,
pueden hipotéticamente producir un descenso de la identidad étnica (Olzak, 1 983).
Sin embargo, si bien queda claro que los movimientos étnicos nacionalitarios
plantean siempre exigencias y demandas aludiendo a la explotación de su región
por el «centro», los resultados empíricos, tal como vimos anteriormente, no
confirman que sean las zonas más atrasadas las que favorezcan la aparición de los
movimientos étnicos (Leifert, 1 98 1 ; Olzak, 1 983). Asimismo, el desarrollo económico
cultural de una región o etnia, no se ha asociado tampoco con la disminución de las
tensiones étnicas; por ejemplo, el desarrollo del movimiento flamenco en Bélgica se
dio en un momento de ascenso económico y cultural flamenco y de declive walon;
en el caso del Estado español, los movimientos nacionalitarios más fuertes se dan en
las regiones desarrolladas (País Vasco y Cataluña) más que en las económicamente
más atrasadas (Della Porta y Mattina, 1 986).
Este modelo, por tanto, a pesar de su difusión, no parece del todo verificado.
366 Psicología Política
Las élites étnicas que no pueden movilizar a sus seguidores pueden ver declinar
sus promoción local y su autonomía, a medida que el poderoso estado del bienestar
interviene para rebajar sus posiciones e influencia local.
Fox, Aull y Cimino ( 1 982) nos proponen tres contraestrategias que suelen
utilizar las élites étnicas para contrarrestar los problemas de organización y movili
zación sociales:
antes descritos para construir una representación social orientada hacia la acción
colectiva. Primero, la ideología afirma positivamente la identidad del grupo étnico,
revalorizando sus señas de identidad (el caso paradigmático lo ejemplifica la
consigna black is beautiful). Segundo, se plantea al grupo étnico como el depositario
y realizador de unos valores socialmente deseados, por ejemplo, «el pueblo trabaja
dor vasco como portador de la independencia y el socialismo» en el caso del
nacionalismo radical vasco. Tercero, el actor colectivo identificado con el grupo
étnico, se define de manera esencialista y ahistórica, ya sea utilizando características
culturales o histórico-políticas; por ejemplo, el carácter vasco o la negritud, o el
pasado histórico de autonomía parcial y pacto con la corona española en el primer
caso. Un rasgo general es que ciertas características son esencializadas; se generaliza
al conjunto del grupo una serie de atributos que pueden ser parcialmente válidos
para una parte del grupo y en un período histórico dado. Estos atributos se
eternizan y se relacionan con una vocación eterna, con una esencia inmutable, de la
que el grupo no puede ni podrá desprenderse; por ejemplo, es muy común que los
hechos históricos de armas, se examinen de manera apologética y se afirmen como
rasgo de personalidad nacional (el carácter «luchador y violento» de irlandeses,
vascos, etc.). Una cuarta regularidad es el carácter de utopía y milenarista (seculari
zado a veces) de la ideología: se piensa en un pasado mítico en el que el grupo
étnico vivía feliz, y, por otro lado, se proyecta hacia el futuro un umbral en el que
desaparecerían las injusticias y desigualdades, es decir, un estado de felicidad.
Estas regularidades ideológicas van asociadas a ritos y prácticas colectivas
periódicas, que indican la unidad y acción colectiva del grupo étnico; por ejemplo,
el movimiento nacionalitario flamenco realiza todos los años una peregrinación
para recordar a los soldados flamencos muertos en las guerras en las que ha
participado Bélgica; asimismo, diversas organizaciones nacionalistas vascas celebran
el «Aberri Eguna» o el «Gudari Eguna» todos los años. En el mismo sentido, se
encuentra un conjunto de normas, valores y símbolos que se reafirman en ritos
públicos o privados y que se refuerzan mediante un complejo sistema de sanciones
sociales: los nacionalistas radicales vascos, por ejemplo, no hablan nunca de
Gobierno autónomo vasco o de Gobierno Vasco a secas, sino de Gobierno
vascongado, resaltando de esta manera, constantemente, el carácter sesgado de una
autonomía que de los siete territorios vascos, agrupa solamente a tres de ellos,
tradicionalmente llamados vascongados (Rodinson, 1 975; Della Porta y Mattina, ·
- Lucha.
- Oprimido.
- Represión.
- Euskera.
- Nación.
- Fiesta.
- Independencia.
Identidad étnica y movilización polltica 375
8. Conclusiones
mientos sociales étnicos son aquellos que reclutan a sus miembros en base a
«señales» que marcan las diferencias o una simbólica «frontera» con otros grupos, y
que movilizan la etnicidad. La identidad étnica, por tanto, en sí misma no conlleva
necesariamente, ni es condición suficiente para la movilización social. La moviliza
ción étnica requiere una activación ideológica de la etnicidad.
El desarrollo moderno es un fenómeno que se expande desde Occidente, y en
forma muy desigual, a todos los rincones del globo, e implica la expansión de los
sectores industriales y de servicios, la expansión de los sistemas de la educación, una
creciente complejificación de los organismos sociales, la progresiva imposición de
la racionalidad científica y tecnocrática, etc. Este modelo explica la movilización
étnica como función de los desequilibrios y rupturas de los sistemas tradicionales de
relación comunitaria, y es en la fase de reintegración en torno al estado moderno
cuando cristalizarían las ideologías difundidas por las élites étnicas. Este modelo
daría cuenta de los primeros momentos de creación y génesis de los movimientos
sociales étnicos, y si bien parece reafirmarse por la asociación entre desarrollo
socioeconómico y militantismo social, también se ve cuestionado por la falta de
absorción del conflicto étnico por el proceso de modernización.
El modelo del colonialismo interno hace hincapié en las diferencias socioeconó
micas entre el centro y la periferia, explicando la movilización étnica por el
desarrollo de acciones colectivas generadas por las desigualdades de estas zonas
subdesarrolladas. Aunque este modelo puede explicar movimientos étnicos como el
irlandés o el corso, no da cuenta del hecho de que los movimientos étnicos se dan a
menudo en lugares de gran desarrollo socioeconómico.
El último punto respalda la Teoría de Recursos para la Movilización, que da
cuenta de los movimientos étnicos a partir de la existencia de recursos, de factores
que facilitan la organización social, y de oportunidades favorables de movilización
entre comunidades segmentadas y cohesionadas. Este último modelo da cuenta
adecuadamente de la mayoría de los datos y explica la movilización étnica «proacti
va» u ofensiva, como la de los movimientos sociales étnicos flamenco, catalán y
vasco.
A nivel psicosociológico, los factores asociados al militantismo étnico y al
radicalismo nacionalitario son el sentimiento de competencia política, la anomia
política, una concepción radical del cambio social, la privación relativa grupal y la
explicación de estas injusticias y descontentos mediante una atriqución d� los
problemas al exterior, es decir al sistema social.
Si los movimientos sociales se apoyan en la solidaridad étnica y en una realidad
conflictual, el acuerdo con las representaciones de identidad social diferenciada del
grupo étnico en cuestión y la percepción del conflicto intergrupal, no constituyen
factores suficientes del militantismo étnico. Las representaciones sociales del
militantismo radical étnico, que difieren de las representaciones colectivas de
identidad y conflicto antes citadas, se caracterizan por la predominancia de concep
tos categoriales, institucionales, no estereotipados, y de tipos poco concretos e indivi
dualizados. Además, estas representaciones están saturadas de emociones positivas
referentes al grupo y negativas ante el grupo opuesto, así como asociadas a
intenciones de conducta. Se constata, por tanto, el carácter organizador de las
Identidad étnica y movilización política 377
Referenc i as b i b l i ográficas
Aberbach, J. (1 969): «Alienation and political behaviorn, American Political Science Review,
63, págs. 86-99.
Allen, V. ( 1 970): «Towar understandig riots», Journal of Social Issues, vol. 26, 1, págs. 1 - 1 8.
Alzate, R. ( 1986): «Un estudio psicosocial de la conciencia nacional», en F. Freijo: Euskal
Herria, presente y futuro. IV Cursos de Verano en San Sebastián, Bilbao: Universidad del
País Vasco.
Apalategi, J. ( 1984): «Marxismoeren sisteman naziorentzat tokirik ha ote», Jakin, 30, 49-74.
Ayestarán, S. ( 1 985): Psicosociología de la E'!fermedad Mental, Bilbao: Universidad del País
Vasco.
Azcona, J. (1 984): Etnia y nacionalismo vasco. Barcelona: Antropos.
Azterka ( 1 984): «Las primeras encuestas electorales», Hitz, 2 1 , págs. 6-8.
Barnes, B. ( 1980): «Sobre la recepción de las creencias científicas», en B. Barnes et al.: Estudio
sobre Sociología de la Ciencia, Madrid: Alianza.
Barnes, B. et al. ( 1980): Estudios sobre sociología de la ciencia, Madrid: Alianza.
Barth, F. ( 1969): Ethnic Groups and Boundaries, Boston: Little, Brown.
Beer, W. R. (1 980): The Unexpected Rebellion: Ethnic Activism in Contemporary France,
Nueva York: New York University Press.
Bell, D. ( 1 975): «Ethnicity and social change», en N. Glazer y D. P. Moynihan: Ethnicity:
Theory and Experience. Cambridge: Harvard Un iversity Press.
Berger, M. ( 1962): The araba world today, Garden City.
Berger, P., y Luckman, Th. ( 1 979): La construcción social de la realidad, Buenos Aires:
Amorrortu.
Bonacich, E. ( 1972): «A theory of etnic antagonism: the split labor market», American
Sociological Review, 37, 547-59.
Breton, T. ( 1 9 78): «Stratification and conflict between ethnolinguistic communities with
different social structures», Canadian Journal of Sociology and Anthropology, 1 5, págs.
148-57.
Chirot, D. (1977): Social Change in the Twentieth Century, Nueva York: Harcourt Brace
Jovanovich.
Cimino, L.; Leyens, J. P., y Cavell, B. (1979): «Les réactíones agressives des groupes
minoritaires», en Recherches de Psycho/ogie Social, 1, París.
Chun, Ki-Taek ( 1 983): «Ethnicity and Ethnic Identity: taming the untamed», en Th R. Sarbin
y K. E. Scheibe: Studies in social identity, Nueva York, Praeger.
Davies, J. C. ( 1969): «The J-Curve of rising and declining satisfaction as a cause of sorne great
revolution and a container revelion», en D. Grahan y T. R. Gurr: Violence in America,
Nueva York: Signet Books.
Della Porta, D., y Mattina, L. ( 1986): «Ciclos políticos y movilización étnica», Revista
Española de Investigaciones Sociológicas, 35, págs. 123-148.
378 Psicología Política
Meyer, J. W., y Hannan, M. T. ( 1979): National Development and the World System, Chicago:
Uníversity Chicago Pres.
Minget, G. ( 1 980): «Le Mouvement socieaux: La Sociologie de la action et l'intervention
sociologique», Revue Fran{:aise de Sociologie, V, 22, págs. 1 2 1 - 1 3 3.
Nagel. J., y Olzak, S. ( 1 982): «Ethnic mobilization in new and old states: an extension of the
competition model», Social Problems, 30, págs. 1 27-43.
Nagel, J. ( 1 982): «Collective action and public policy: American Indian mobilization», Social
Science Journal, 19, págs. 37-45.
Nagel, J. ( 1 9 79): <ffhe política! construction of ethnicity», Boston: Meeting of the American
Sociological Association.
Nairn, T. ( 1 9 79): Los nuevos nacionalismos en Europa, Barcelona: Península.
Nielsen, F. (1 985): «Toward a theory of ethnic solidarity in modern societies», American
Sociological Review, vol. 50, págs. 1 3 3 - 1 49.
Nielsen, F. (1 980): «The Flemish Movement in Belgium after World War II: a Dinamíc
Analysis», A merican Sociological Review, 45, págs. 76-94.
Nielsen, F. ( 1 978): Linguistic Conflict in Belgium: An Ecological Approach, Unpublished Ph.
D. disertation, Departamente of Sociology, Stanford University.
Oberschall, A. ( 1978): The Decline of the 1 960's Social Movements in Research in Social
Movements, Conjlicts and Change, Nueva York: Jay Press.
Oberschall, A. ( 1 973): Social Conjlicts and Social Movements, Nueva York: Prentice-Hall,
Englewood Cliffs.
Olsen, M. ( 1 969): <<Two categories of política! alienation», Social Forces, 47, págs. 288-299.
Olson, M. ( 1 983): La Logique de l'Action Collective, París, PUF.
Olzak, S. ( 1 983): «Contemporary ethnic mobilizatiom>, A nnual Review of Sociology, 9, págs.
355-374.
Olzak, S. ( 1 982): «Ethnic mobilization in Quebec», Ethnic and Racial Studies, 5, págs. 253- 75.
Ossovski, S. ( 1 95 1): «Changing Patterns in Modern National Ideology», lnternational Social
Science Bulletin, 3, págs. 247-253.
Páez, D. ( 1 983): «Psychologie sociale des comportements collectifs», tesis doctoral, Universite
Catholique de Louvain.
Paige, J. ( 1 9 7 1): «Política! orientation and rict participatiom>, American Sociological Review,
36, págs: 8 1 0-820.
Portes, A. ( 197 1a): «Política! primitivism, differential socializatíon and lower-class radica
lism», American Sociological Review, vol. 36, págs. 820-834.
Portes, A. ( 1 9 7 1 b): «Ün the logíc of post-factum explanations: the hypotheses of lower-class
frustration as the cause of leftíst radicalism», Social Forces, vol. 50, l, págs. 26-44.
Portes, A. ( 1 984): «The rise of ethnicity: determinants of ethnic perceptions among Cuban
·
Scherer, K. (1 984): «Ün the nature and function of emotion», en K. Scherer y P. Ekman:
Approaches to Emotion, Hillsdale: L. Erlbaum.
Selznick, P. (1 976): «The organisational weapon», P. L., Nueva York, 1952, cit. en Smith: Las
teorías del nacionalismo, Barcelona: Penísula.
Seton-Watson, H. (1 965): Neither War nor Peace, Sydney: Sydney University Press.
Shills, E. ( 1964): Political Deve/opment in the New States, Nueva York.
Sinnott, R., y Davis, E. E. (1981): «Política) mobilization, political institunalitation and the
maintenance of ethnic conflict», Ethnic and Race Studies, 4, págs. 398-414.
Smelser, N. ( 1 972): Two Critics in Search of a Bias in Collective Violence, Nueva York: Aldine
Asherton.
Smith, A. D. (1 976): Las teorías del nacionalismo, Barcelona: Península.
Smith, A. D. (1981): The Ethnic Reviva/, Cambridge: Cambridge University Press.
Tonnies, F. ( 1963): Community and Society, Nueva York: Charles Loomis, Harper Torchbooks.
Tajfel, H. (1 984): The social dimension, Cambridge.
Tajfel, H., y Turner, J. C. (1 979): «An integrative theory of intergroup conflict», en W. Austin
y S. Worchel: The Social Psychology of Intergroup Re/ation, Monterey: Brooks Cole.
Tajfel, H. (1 982): «Social psychology of intergroup relations», Annua/ Review of Psychology,
33, págs. 1-39.
Tilly, Ch. ( 1978): From Mobilization to Revolution, Nueva York: Addison Wesley.
Tilly, Ch. et al. (1975): The rebellions century, Cambridge: Harvard University Press.
Touraine, A. (1 972): Le Communisme Utopique, París: Seuil.
Touraine, A. (1 974): Pour la Sociologie, París: Seuil.
Touraine, A. (1 973): Productions de la Société, París: Seuil.
Touraine, A. (1 969): Sociología de la acción, Barcelona: Ariel.
Touraine, A. (1 973b): Vie et Mort du Chili Populaire, París: Seuil.
Touraine, A., y Wieviorka, M. ( 1 979): «Mouvement ouvríer et nouveaux movements sociaux»,
en J. Julliar: Crise et Avenir de la Clase Ouvriere, París: Seuil.
Touraine, A. et al. ( 1 982): Solidarité Analyse d'un Mouvement Social Pologne 1 980-1 981 , París,
Fayard.
Touraine, A. et al. ( 1 982): Les Nouveaux Mouvements Sociaux, París: Vie Ouvriere.
Villarreal, M. ( 1 987): «Representaciones sociales de la identidad social y factores psicosociales
asociados a la participación en movimientos sociales nacionalistas», tesis doctoral, San
Sebastián: Universidad del País Vasco.