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San Irineo dice que el alma está entre el cuerpo y el espíritu, "si sigue al
espíritu, es por él elevada; pero si consciente con la carne, cae en los deseos
terrenos". Esto es muy importante para entender que en la persona humana, en su
interioridad, no puede habitar otro ente personal, aunque sea de índole espiritual,
sino solo influenciarla. Cuando Dios influencia el espíritu del hombre, lo hala hacia
arriba, lo espiritualiza… Cuando el Diablo influencia la carne del hombre, lo hala
hacia abajo, lo mundaniza, lo exterioriza, lo “sensorializa”
De manera que las almas influenciadas por Dios son las almas de los justos,
y son "espirituales", y las almas influenciadas por el Diablo son las almas de los
pecadores, se vuelven "carnales" o "terrestres"
Por ser espíritu tenemos contacto con Dios y volamos hacia la inmortalidad.
Cuatro “enfermedades”
Inhabitación
Cada uno de nosotros puede inventariar qué personas influyen y han influido
en nuestra vida. Hay personas tan bellas, tan valiosas, tan amorosas, tan
importantes, tan maravillosas, tan virtuosas, tan impactantes… que han estado en
contacto con nosotros y que hemos sentido tan cerca, que influyen positivamente
en nosotros: nos hacen vivir, nos hacen desear hacer el bien, nos estimulan para
obrar, nos hacen suspirar, imitamos sus conductas, repetimos sus gestos,
compartimos sus ideas, nos dejamos llevar por sus palabras, aprobamos sus
programas, defendemos sus doctrinas, etc…
Pero también hay personas tan pesimistas, tan duras, tan violentas, tan
amargadas, tan negativas, tan agresivas, tan feas, tan deshonestas, tan crueles,
tan viciosas, tan inhumanas… que si andamos con ellas, si dejamos que influyan
en nuestra vida, vamos a dejar que nos habiten sus miedos, sus complejos, sus
dolores, sus agresividades, sus iras, sus inconsistencias, sus traumas, sus
sospechas, sus dudas, sus horribles ambiciones, sus injusticias, sus
irracionalidades, etc.
Se cumple el adagio: “dime con quién andas y te diré quién eres”… Porque
si andas con Dios, él va a influir de tal manera en tu vida, que tu vida va a ser
divina, pero si andas con el demonio, él va a influir de tal manera en tu vida que tu
vida va a ser muy oscura.
Pío XII, en la Mystici Corporis dice que “las divinas Personas habitan en el
hombre en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las
almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el
conocimiento y el amor”
Esto nos hace pensar que Dios está en las personas de dos modos. Uno,
como causa eficiente; es el modo como está en todas las cosas creadas por Él.
Otro, como el objeto de la operación está en el operante... De este segundo modo
Dios está especialmente en la creatura racional, que lo conoce y ama en acto o en
hábito, y esto por gracia.
La Iglesia canta que el Espíritu Santo habita en el alma como su «dulce
huesped», que la mueve y gobierna con suaves impulsos, haciéndola adquirir
conciencia de su unión con la Trinidad.
“La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el
mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para
poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. No se excluye que en
ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo
sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo
que se habla de 'posesiones diabólicas' (Cfr. Mc 5,2-9). No resulta siempre
fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia
condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e
intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede
negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a
esta extrema manifestación de su superioridad” (Juan Pablo II, 1986,
catequesis sobre las creaturas visibles e invisibles)
Combinar fe y razón
Como dice el Cardenal Suenens: “El hecho que un fenómeno pueda ser
explicado por nuestras categorías científicas no debe excluir la posibilidad de una
interpretación de otro orden, a otro nivel. Al hombre de ciencia hay que recordarle,
si es cristiano, que hay realidades y dimensiones que escapan a su verificación
experimental y que, por otra parte, la objetividad científica no permite pronunciarse
de forma exclusiva en la interpretación de los fenómenos. Al cristiano que no está
al corriente de todos los datos y de los progresos de la ciencia, hay que decirle que
el espíritu crítico es también un don de Dios, y que el candor ingenuo no es una
virtud que hay que identificar con la fe” (P. 115-116).