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II - Aceptar los enunciados de la antropología teológica

Una buena pastoral de liberación tiene que manejar la antropología moderna


la cual enseña que el hombre es una unidad tripartita, compuesta por cuerpo, alma
y espíritu

La antropología cristiana distingue, desde el principio, dos niveles diferentes


de la persona humana: la carne y el espíritu, exterioridad e interioridad, sarx y
nephes.

Los Padres de la Iglesia influenciados por la doctrina platónica, empezaron a


enseñar que el hombre estaba compuesto de alma y cuerpo. Sólo que en la
mentalidad platónica no se insistía en la unidad del cuerpo y el alma, sino en una
gran diferenciación. El alma provenía del mundo de las ideas, de lo alto, el cuerpo
en cambio era como una cárcel para el alma. Comenzó pues a insistirse en el
dualismo cuerpo - alma

Con San Agustín esta antropología se intensificó con el famoso


maniqueísmo, que insistía en que el alma era buena y el cuerpo no, que lo que se
salvaba era el alma, y para ello había que doblegar el cuerpo. La sexualidad
comenzó a verse como un principio negativo en la persona.

Santo Tomás ha subrayado la unidad de los dos componentes del hombre


en su famosa fórmula "anima forma corporis". Existe una unidad sustancial
originaria del hombre que abraza estos dos aspectos, de tal manera que ninguno
de los dos separado del otro sería hombre o persona. No hay, por consiguiente,
alma sin cuerpo ni cuerpo sin alma.

La unidad sustancial de alma y cuerpo se subrayó también en el concilio de


Viena, el año 1312 (cf DS 900.902); el concilio V de Letrán, del año 1513, define
que el alma no es común a todos los hombres, sino que es individual e inmortal
(DS 1440). Del cuerpo y el alma del hombre en su unidad habla también la GS 14.

En la Biblia, el alma (nephes) es el "soplo de vida" que hace del hombre un


"alma viviente", pero este término es muchas veces empleado en contraste con el
mundo celeste de Dios y del espíritu (ruah). Entonces la antropología teológica
debió completar la dicotomía filosófica (cuerpo-alma) con la tricotomía teológica
(cuerpo-alma- espíritu), insistiendo que el hombre no es un compuesto de
principios sino una unidad, una unidad personal
Diversos aspectos de la "tricotomía"

La distinción tripartita del hombre: soma (cuerpo), psyjé (alma), nus


(espíritu), es común a Aristóteles y a los peripatéticos. Un poema de Gregorio de
Nazianzo presenta esta idea como una verdad generalmente admitida.

Conocemos una fórmula tricotómica de la Biblia. S. Pablo, en I Tes. 5, 23,


expresa en su plegaria el siguiente pedido: "El Dios de la paz los santifique y todo
lo que es de ustedes, espíritu (pneuma), alma (psyjé) y cuerpo (soma), se conserve
irreprensible para la venida de Nuestro Señor Jesucristo".
Esta tricotomía, en la forma más pura se la encuentra en la célebre
definición del hombre espiritual que da S. Ireneo: "El hombre perfecto es la mezcla
y la unión de un alma que asume el Espíritu del Padre, mezclado con la carne"

De manera que la antropología teológica distingue en la indivisible unidad


del hombre, por un lado el cuerpo que es la manifestación material, exterior del ser
humano; por otro lado el alma que es la parte interior, la invisible del ser humano; y
el espíritu que es como el alma de nuestra alma, esa parte íntima donde Dios se
revela y comunica a los hombres

San Irineo dice que el alma está entre el cuerpo y el espíritu, "si sigue al
espíritu, es por él elevada; pero si consciente con la carne, cae en los deseos
terrenos". Esto es muy importante para entender que en la persona humana, en su
interioridad, no puede habitar otro ente personal, aunque sea de índole espiritual,
sino solo influenciarla. Cuando Dios influencia el espíritu del hombre, lo hala hacia
arriba, lo espiritualiza… Cuando el Diablo influencia la carne del hombre, lo hala
hacia abajo, lo mundaniza, lo exterioriza, lo “sensorializa”

De manera que las almas influenciadas por Dios son las almas de los justos,
y son "espirituales", y las almas influenciadas por el Diablo son las almas de los
pecadores, se vuelven "carnales" o "terrestres"

El hombre es "cuerpo" por su dimensión material, que lo hace un ser


cósmico, inserto en este mundo, solidario con los otros, con una identidad definida
en los diferentes estadios de su existencia (cf 1 Cor 15,44-49); esta condición
corporal del hombre se asocia a veces a la "carnal", que con frecuencia adquiere
un sentido negativo, ya que indica la debilidad del hombre (cf Mc 14,38; Mt 26,41),
o incluso, especialmente en Pablo, su existencia bajo el dominio del pecado (cf
Rom 6,19; 8,3-9; Gál 5,13.16-17).

El hombre es también "psique", vida, alma; es sujeto de sentimientos (cf Mc


3,4; 8,35; Mt 20,28; 26,38; Col 3,23).

Por último el hombre tiene también la "capacidad de lo divino", es espíritu,


está en relación con Dios; todo ello se expresa con el término "espíritu", que indica
tanto la vida de Dios comunicada al hombre y principio de vida para él como el
hombre mismo en cuanto movido por el Espíritu Santo; se opone con frecuencia a
la "carne" en cuanto débil o sometida al pecado (cf Mc 14,38; Jn 3,6; Rom 8,2-
4.6.10.15-16; Gál 5,16-18.22-25).

La antropología moderna prefiere no tanto hablar de que el hombre tiene un alma y


un cuerpo y un espíritu, sino de que es alma y cuerpo y espíritu. Nuestro
psiquismo, nuestra vida espiritual y nuestra corporalidad se condicionan entre sí.

Por ser cuerpo nos hallamos sometidos a la espacio-temporalidad, estamos


unidos a los demás hombres, somos finitos y mortales;
Por ser alma nos elevamos, somos trascendentes al mundo animal, somos
racionales, tenemos conciencia de emociones y sentimientos, tenemos inteligencia
y voluntad;

Por ser espíritu tenemos contacto con Dios y volamos hacia la inmortalidad.

Esta visión contemporánea la podemos caracterizar de la siguiente manera:


El hombre es un ser en el mundo, es un ser creador, es un ser en relación con la
sociedad, consigo mismo, con la naturaleza, con Dios.

El hombre es una realidad integral, es una unidad en sí mismo en la multitud


de sus dimensiones. El demonio puede influir en su relación consigo, con la
sociedad, con la naturaleza, con Dios

Para la antropología bíblica, el hombre es unidad de cuerpo, alma y espíritu.


Para la antropología filosófica el hombre es una persona, es un ente personal,
relacional, en sí mismo es una unidad plena formada por cuerpo e interioridad. Es
imposible pensar que otra entidad personal habite en ella, no lo puede hacer, pero
sí influenciarla en todas sus dimensiones: la corporal, la sicológica y la espiritual.

Hombre Mal requiere para ello

Cuerpo Enf. corporales Salud física Médicos, oración de sanación f.


Unción. Eucaristía. Renuncias y
Profesión de fe. Entrega al ES

Tanto las enfermedades como las sanaciones físicas son un signo, no un


camino. Una invitación por parte de Dios tanto para la persona enferma, como para
su familia y amigos, como para la Iglesia, para los hermanos que asisten a los
enfermos de diversas formas

Alma Enf. Sicológica Salud interior Oración de sanación interior


De emociones, traumas exorcismo - liberación
Recuerdos, relaciones, Unción. Eucaristía.
Fobias, angustias Renuncias y profesión de fe
Entrega al ES
Heridas afectivas…

Tanto las enfermedades como las sanaciones sicológicas son un signo, no


un camino. Una invitación por parte de Dios tanto para la persona enferma, como
para su familia y amigos, como para la Iglesia, para los hermanos que asisten a los
enfermos de diversas formas

Aquí habría que diferenciar tres clases de sanaciones: la sanación de


traumas sicológicos, la sanación interior o de heridas emocionales o sufrimientos
de orden sicológico (a veces espiritual), y la sanación de espíritus malignos. Pues
estos con sus influencias producen un impacto en la psique humana, llegan a
“entrar” por decirlo así a controlar áreas de la persona y a causar traumas internos
en la misma, desórdenes… aunque la causa sea de orden espiritual. De manera
que a nivel sicológico influye en la inteligencia induciéndola a la mentira, influye en
la voluntad induciéndola a amar el mal, e influye en la memoria, induciéndola a
olvidar la dignidad de su naturaleza humana y su dignidad de hijo de Dios.

Espíritu Enf. Esp. Salud esp. Orac. De arrepentim. Conversión.


Del pecado perdón. Reconciliación.
Eucaristía
Renuncias y profesión de fe.
Entrega al ES

En contraste con las sanaciones de orden sicológico, las de orden espiritual


no son signos sino etapas de crecimiento en la fe, momentos de santificación
persona, de toma de conciencia espiritual y reafirmación vocacional.

Las tres categorías de sanación espiritual son

La liberación del pecado personal,

La liberación de la degradación moral que lleva al sinsentido de la vida y a la


muerte (comportamientos autodestructivos, enfermizos, autodegradantes,
amenazadores de muerte para los demás, comportamientos donde se expresa la
pérdida del sentido de dignidad humana… a veces a causa de incestos, de
violación, de traumatismos sexuales de la infancia, de abandono de los padres, de
rechazo familiar, etc). La sanación de esta herida vital comienza por un
acompañamiento de vida que ayude a la persona a reconciliarse con la vida y a
recuperar su identidad propia y a valorarla. Requiere una evangelización, para que
la persona entre en un dinamismo de fe y comience un crecimiento espiritual, y
renazcan a la vida nueva.

La liberación de las enfermedades físicas que consiste en sanarlas o


aceptarlas, unirse a Cristo que sufre, y hacer ofrenda del sufrimiento con la ayuda
de la gracia por el bien del mundo, encontrarle sentido al sufrimiento y vivir el
sufrimiento con ese sentido.

Salvación integral de Cristo para el hombre

Cristo salva al hombre allí donde es herido, en el cuerpo, en el alma, en el


espíritu, porque es herida su dignidad de imagen y semejanza de Dios. Cristo es el
salvador del hombre íntegro. Así se muestra Señor del ser humano, pues como dijo
Tertuliano: “la Gloria de Dios es que el hombre viva”.

Las curaciones que Jesús hizo en el cuero o la psijé de la persona, el perdón


de los pecados que impartió y las liberaciones de influencias de espíritus malignos,
son signo de su misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23). Ellas manifiestan la victoria del
Reino de Dios sobre todo tipo de mal y se convierten en símbolo de la curación del
hombre entero, cuerpo, alma y espíritu.
Las sanaciones y liberaciones obradas por el Señor son manifestación de
que él es el salvador integral de la persona, que él salva a todo el hombre, que él
es el Señor de todos los hombres y de todo el hombre.

Es la totalidad de una persona, en su más profunda unidad, la que siempre


recibe la gracia sanadora, liberadora del Señor, y no sólo una parte de ella, sea
física, sicológica o espiritual.

Cuatro “enfermedades”

Hablemos entonces de las cuatro enfermedades fundamentales del hombre:

El hombre se puede enfermar espiritualmente, pecando y para ello requiere,


dirección espiritual, arrepentimiento y Reconciliación, Eucaristía, renuncias y
profesión de fe, entrega al ES

El hombre se puede enfermar emocionalmente, por heridas emocionales,


recuerdos, miedos irracionales, ansiedades, compulsiones, iras, dependencias, y
para ello requiere ayuda sicológica, oración de sanación interior y Reconciliación,
Eucaristía, renuncias y profesión de fe, entrega al ES

El hombre se puede enfermar físicamente, por medio de dolencias,


accidentes… para ello requiere de ayuda médica, oración de sanación física y
Unción, Eucaristía, renuncias y profesión de fe, entrega al ES

Y El hombre se puede enfermar tanto espiritualmente, como emocional y


físicamente por opresión o influencia demoníaca, para ello requiere de ayuda
siquiátrica, de oración de liberación y de exorcismo, Eucaristía, renuncias y
profesión de fe, entrega al ES

Los agentes de liberación tienen que ver a los médicos, enfermeras,


sicólogos, siquiatras como ministros de sanación y de liberación. Y no deben
olvidar que la primera liberación que quiere obrar Cristo es la del pecado. El
perdona, pero llama a la conversión y a perdonar a los demás.

Inhabitación

Partimos de la verdad teológica llamada inhabitación trinitaria. Ella nos


enseña que Dios puede habitar en el hombre (Jn 14, 23; 1 Cor 3, 16; 2 cor 6, 19;
Ap 3. 20), pero ese habitar significa que Dios puede influir en lo más íntimo del
corazón del creyente.

Guardando el debido respeto, y por tanto las proporciones, el demonio


también puede habitar en el hombre, en tanto que puede influir en él, en su cuerpo,
en su alma, en su espíritu.

Habitar es una imagen sinónima de permanecer, hacer morada, vivir, etc… y


todo eso no es sino una manera de decir “influir en la persona”. Hablamos de
habitar por analogía.
De tal manera que Dios quiere habitar en ti, hacer su morada en tu corazón,
“poseerte”… pero esto quiere decir que él quiere ser el centro de tu vida, influir de
tal manera en ti que vivas según su inspiración, camines por su camino de luz y
hagas siempre su voluntad.

De la misma manera, el demonio te puede “poseer”, esto es, puede habitar


en ti, hacer su morada en tu corazón, en tus sentimientos, en tu vida, para influir
profundamente en ti, y para llevarte, según el poder de su influencia, a caminar por
sus caminos de oscuridad.

La posesión demoníaca sí existe, pero entendida en el sentido de influencia


profunda del demonio en tu vida.

Cada uno de nosotros puede inventariar qué personas influyen y han influido
en nuestra vida. Hay personas tan bellas, tan valiosas, tan amorosas, tan
importantes, tan maravillosas, tan virtuosas, tan impactantes… que han estado en
contacto con nosotros y que hemos sentido tan cerca, que influyen positivamente
en nosotros: nos hacen vivir, nos hacen desear hacer el bien, nos estimulan para
obrar, nos hacen suspirar, imitamos sus conductas, repetimos sus gestos,
compartimos sus ideas, nos dejamos llevar por sus palabras, aprobamos sus
programas, defendemos sus doctrinas, etc…

Pero también hay personas tan pesimistas, tan duras, tan violentas, tan
amargadas, tan negativas, tan agresivas, tan feas, tan deshonestas, tan crueles,
tan viciosas, tan inhumanas… que si andamos con ellas, si dejamos que influyan
en nuestra vida, vamos a dejar que nos habiten sus miedos, sus complejos, sus
dolores, sus agresividades, sus iras, sus inconsistencias, sus traumas, sus
sospechas, sus dudas, sus horribles ambiciones, sus injusticias, sus
irracionalidades, etc.

Se cumple el adagio: “dime con quién andas y te diré quién eres”… Porque
si andas con Dios, él va a influir de tal manera en tu vida, que tu vida va a ser
divina, pero si andas con el demonio, él va a influir de tal manera en tu vida que tu
vida va a ser muy oscura.

Así se debe entender la posesión demoníaca. Es una influencia profunda del


demonio en la vida de las personas.

Pío XII, en la Mystici Corporis dice que “las divinas Personas habitan en el
hombre en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las
almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el
conocimiento y el amor”

Esto nos hace pensar que Dios está en las personas de dos modos. Uno,
como causa eficiente; es el modo como está en todas las cosas creadas por Él.
Otro, como el objeto de la operación está en el operante... De este segundo modo
Dios está especialmente en la creatura racional, que lo conoce y ama en acto o en
hábito, y esto por gracia.
La Iglesia canta que el Espíritu Santo habita en el alma como su «dulce
huesped», que la mueve y gobierna con suaves impulsos, haciéndola adquirir
conciencia de su unión con la Trinidad.

Santo Tomás afirma que, con la presencia de Dios en el alma se produce la


gracia como se ilumina la atmósfera con la luz del sol. No es que el sol posea a la
persona, sino que influye en ella.

¿Cómo se da la influencia de alguien en la vida de una persona?


Obviamente por medio del contacto. Cuando uno entra en contacto con una
persona buena ésta casi espontáneamente influye en uno, nos impregna con su
vida. También si uno entra en contacto con alguien malo, su vida nefasta comienza
a influir en uno. “Dime con quién andas, con quién estás en contacto y te diré quién
eres, te diré qué influencias tienes”

La influencia demoníaca puede empezar por interés en lo oculto, consultas


de horóscopo, leída de las manos, predicciones del futuro, tabla de guija, brujería,
hechizos, mal de ojo, maldiciones de otras personas, odios, espiritismo, magia,
yoga, péndulo, comunicación con espíritus a través de medios, clarividentes,
cartas, adivinaciones, supersticiones, amuletos, encantaciones, cristales, nueva
era, literaturas, cines y exhibiciones impuras, violentas o satánicas, maldiciones de
los padres, incesto o de abuso sexual en la niñez, nueva era, literaturas, cines y
exhibiciones impuras, violentas o satánicas, pactos con el diablo.

Cuando Moisés entraba en contacto con Dios, resplandecía, porque Dios lo


contagiaba de su bondad y luz, Dios influía en él. Cuando la gente tocaba a Jesús
(entraba en contacto con él), de Jesús salía una fuerza, una influencia, que
impactaba a las personas, las sanaba, les comunicaba la vida de Dios que es vida
de salud o salvación.

En la vida práctica, cuando un hombre entra en contacto con Dios, sea de la


religión que sea, cuando ora, cuando lee su palabra, cuando ayuna, cuando hace
ascetismo, cuando le canta y alaba, cuando celebra los sacramentos, cuando hace
silencio para escucharlo, cuando cultiva una vida espiritual, cuando hace silencio
para contemplarlo… esa persona tiene algo excepcional, aún en medio de sus
problemas: ojos limpios, rostro tranquilo, vida serena, fe, esperanza, caridad,
alegría, ganas de vivir, paciencia, mansedumbre… Está impactado e influenciado
por el Señor.

Si en cambio miramos a una persona que a quien frecuenta es al demonio, o


toca terrenos demoníacos, o le coquetea al Maligno con el esoterismo, o peca
repetitivamente, o vive pervertidamente su sexualidad, o comete sacrilegio, o hace
profanaciones, dices blasfemias, maldice a otras personas, no enfrenta sus heridas
con fe y esperanza sino que, al contrario, confía en el Mal y hace pactos con el
demonio o se consagra a él… esa clase de personas le abre puertas a Satanás,
se le ve intranquila, con miedo, agresividad, soberbia, complejos, sinsentido,
malestar, enojo, etc.

Nuevamente, “dime con quién andas y te diré quién eres”


Una posesión total hoy se entiende como la influencia enorme, radical que el
Demonio ejerce sobre una persona, que debilita de tal forma su libre albedrío que
ya no obra movida por su voluntad sino por la influencia demoníaca, y puede obrar
en ella o a su alrededor de manera preternatural (lo natural es todo lo que se
refiere a este universo que conocemos. Lo sobrenatural es lo que se refiere al
mundo solo de Dios, al accionar divino. Lo preternatural es en cambio todo el
accionar de los espíritus angelicales buenos y males, y también de los santos,
accionar que va más allá de lo conocido naturalmente)

“La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el
mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para
poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. No se excluye que en
ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo
sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo
que se habla de 'posesiones diabólicas' (Cfr. Mc 5,2-9). No resulta siempre
fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia
condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e
intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede
negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a
esta extrema manifestación de su superioridad” (Juan Pablo II, 1986,
catequesis sobre las creaturas visibles e invisibles)

Combinar fe y razón

Quiero terminar estas notas sobre antropología, diciendo, como ya lo hizo


magistralmente Juan Pablo II en Fides et Ratio: Necesitamos, como cristianos,
combinar fe y razón.

La fe no puede estar presumiendo que toda alteración de la personalidad de


alguien es un fenómeno espiritual o preternatural. No hay que estar viendo
demonios en todas partes, y en todas las dificultades de las personas.

La razón no puede erigirse soberbiamente y ver los problemas espirituales


con desdén y autosuficiencia y reducirlo todo a fenómenos de orden síquico, para-
síquico, sicopatológicos o socio-culturales.

Los hombres de fe no podemos olvidar los datos de la ciencia, de la


sicología, parasicología, la medicina, la siquiatría… en el momento de discernir los
asuntos preternaturales, so pena de caer en ingenuidad, superstición y credulidad

Los hombres de ciencia no pueden olvidar la luz de la fe y reducirlo todo a


explicaciones naturales porque caerían en brutal positivismo.

Como dice el Cardenal Suenens: “El hecho que un fenómeno pueda ser
explicado por nuestras categorías científicas no debe excluir la posibilidad de una
interpretación de otro orden, a otro nivel. Al hombre de ciencia hay que recordarle,
si es cristiano, que hay realidades y dimensiones que escapan a su verificación
experimental y que, por otra parte, la objetividad científica no permite pronunciarse
de forma exclusiva en la interpretación de los fenómenos. Al cristiano que no está
al corriente de todos los datos y de los progresos de la ciencia, hay que decirle que
el espíritu crítico es también un don de Dios, y que el candor ingenuo no es una
virtud que hay que identificar con la fe” (P. 115-116).

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