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18 de octubre de 2021

Clase 12 : La inestabilidad política y el derrumbe de la Democracia (1955-1976)

PARTE 1

La Argentina entre 1955 y 1966: el fracaso de la “semidemocracia” posperonista

Introducción

Hola estudiantes, bienvenidos , Esta clase estará dividida en dos partes. En la primera, se tiene
como objetivo analizar los principales procesos políticos y sociales que tuvieron lugar en la
Argentina entre 1955 y 1966. El derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955, inauguró
una nueva etapa en la historia signada por el intento fallido de “extirpar” todo lo relacionado
con el peronismo de la sociedad argentina. Al mismo tiempo, las fuerzas políticas
antiperonistas (radicalismo, conservadurismo, socialismo y democracia progresista) buscaron
establecer un orden político con la proscripción del peronismo, al que consideraban como un
movimiento autoritario y contrario a los principios de la “democracia liberal”.

A su vez, esta parte está organizada en dos secciones. En la primera, que lleva como título “La
Libertadora y la persecución del peronismo” se despliegan los procesos que tuvieron lugar
entre 1955 y 1958, y que sentaron las bases del orden posperonista. La segunda, “La fallida
experiencia de la semidemocracia”, abarca el periodo comprendido entre 1958 y 1966,
durante el cual se sucedieron dos gobiernos surgidos de elecciones condicionadas por la
prohibición del peronismo; los de Arturo Frondizi y Arturo Illia.

Vamos a poner énfasis en la dimensión política, sin abandonar por cierto una caracterización
general de los procesos socioeconómicos. Esta decisión se fundamenta en la importancia
central que asumió el problema de la construcción de un orden político que gozara de
legitimidad y reemplazara al peronismo.

En efecto, entre 1955 y 1966, se registraron distintos ensayos para resolver el dilema de cómo
desplazar al peronismo y a Perón de la vida política del país. Durante el primer decenio del
posperonismo, entre 1956 y 1966, las Fuerzas Armadas y los partidos políticos antiperonistas
implementaron el retorno a la democracia y la Constitución. Con la esperanza de que el
peronismo se extinguiera lentamente como expresión política, aquellos actores se
involucraron en la restauración de un orden político basado en elecciones. Sin embargo, la
preponderancia electoral del peronismo, condujo a las Fuerzas Armadas y las élites políticas
antiperonistas a su proscripción. Solo ocasionalmente, los gobiernos de Frondizi e Illia
autorizaron la participación de los peronistas bajo la forma de partidos neoperonistas como la
Unión Popular. En estas condiciones, solo pudo establecerse un régimen político de dudosa
legitimidad que el sociólogo argentino Marcelo Cavarozzi denominó como “semidemocracia”.

Primera Parte: La “Libertadora” y la persecución del peronismo (1955-1958)


El 23 de septiembre de 1955 el general Eduardo Lonardi, jefe de las fuerzas que se habían
rebelado contra el gobierno constitucional de Perón, llegó a Buenos Aires y asumió el gobierno
provisional. El jefe de la Armada rebelde, contraalmirante Isaac Rojas, fue designado
vicepresidente. En una semana el gobierno de Perón, que había obtenido un sólido respaldo
popular, se había desmoronado en medio de la inacción de las tropas leales al orden
constitucional y la actitud pasiva del Partido Peronista y la Confederación General del Trabajo
(CGT), las principales organizaciones políticas y sindicales que lo habían apoyado. El nuevo
régimen, surgido de la rebelión militar pero apoyado por distintos sectores civiles, se
autodenominó “Revolución Libertadora”. Con la caracterización de Perón como un “dictador”
se atribuían la misión de liberar al país del peronismo, al que bautizaron “la segunda tiranía” ya
que según los antiperonistas la primera había sido el gobierno de Juan Manuel de Rosas en el
siglo XIX. Así, los militares y civiles que derrocaron a Perón se manifestaron como
continuadores de lo que denominaron “la línea Mayo-Caseros”. El golpe de estado de 1955 dio
inicio a una nueva etapa de casi diez años, signada por la imposibilidad de construir un orden
político legítimo y democrático basado en la proscripción del peronismo. Como veremos, la
década que siguió al derrocamiento de Perón se caracterizó por tener gobiernos civiles muy
débiles, cuya autoridad estaba condicionada por su escaso respaldo electoral y el creciente
papel político que desempeñaron las Fuerzas Armadas.

El gobierno de la Revolución Libertadora se presentó como un régimen de carácter


“provisional” cuyos objetivos eran la restauración del orden democrático y la eliminación del
peronismo del escenario político. En estos objetivos coincidían los grupos políticos y militares
que habían conformado la alianza antiperonista. En cambio, no había acuerdo acerca de cómo
debía tratarse al peronismo y a sus partidarios ni tampoco sobre las políticas económicas y
sociales que había que impulsar. Como ya había sucedido con los protagonistas del golpe de
estado de 1930, se podían identificar al menos dos sectores ideológicamente opuestos. Por un
lado, un sector minoritario encabezado por Lonardi e integrado por dirigentes políticos
nacionalistas y católicos que ambicionaban desplazar a Perón y al peronismo, pero mantener y
aun profundizar algunas de sus políticas y la alianza entre el gobierno y la Iglesia Católica. Por
el otro, un grupo más numeroso de civiles y militares que apostaban a la restauración de la
democracia liberal, previa destrucción del peronismo como movimiento social y político. Estas
divergencias se hicieron notar muy pronto y desencadenaron fuertes conflictos políticos.

En un primer momento predominó el grupo nacionalista y católico. Lonardi como jefe


revolucionario asumió la presidencia de la nación y proclamó que en la Argentina no había “ni
vencedores ni vencidos”. Esta consigna pareció convertirse en realidad cuando el nuevo
gobierno rescató algunas de las políticas económicas y sobre todo sociales del peronismo,
aunque censurando la corrupción que según proclamaban había caracterizado la
administración de Perón. Un ejemplo de esta postura fue la designación de Luis Cerruti Costa,
un abogado que había estado ligado a la Unión Obrera Metalúrgica, como ministro de Trabajo.
Esta consigna se expresó también en el tratamiento dado por el nuevo gobierno a la CGT
donde se respetó la autoridad de la conducción integrada por sindicalistas peronistas y se
condenó la toma de los locales gremiales por parte de dirigentes antiperonistas. Esta
orientación convivía en el seno del gobierno con la presencia de civiles y militares “liberales”,
partidarios de reprimir al peronismo. A ellos se sumaban las presiones de sectores militares y
de los partidos políticos que obtuvieron del gobierno la creación de una Junta Consultiva
Nacional, con representación igualitaria de todas las fuerzas políticas del campo antiperonista.
En noviembre de 1955 el intento del presidente Lonardi de recortar la influencia de la línea
más dura provocó una crisis política que terminó con su desplazamiento y la renuncia de los
funcionarios nacionalistas que lo habían acompañado.

El 13 de noviembre de 1955 el general Pedro Eugenio Aramburu fue designado presidente en


tanto que el contralmirante Rojas retuvo la vicepresidencia. El reemplazo de Lonardi por
Aramburu implicó un cambio notable de estrategia frente al peronismo. La persecución de los
dirigentes políticos y gremiales se intensificó: cientos de ex funcionarios, ministros, diputados,
senadores, o simples simpatizantes del gobierno depuesto fueron a parar a las cárceles y en
algunos casos sometidos a torturas; un decreto del Poder Ejecutivo disolvió al Partido
Peronista, prohibió el uso de sus símbolos y banderas, así como la simple mención de Perón,
Evita y las palabras “justicialismo” o “tercera posición”; la CGT y los gremios que estaban
controlados por los peronistas fueron intervenidos por los militares. La persecución alcanzó
incluso al cadáver de Evita, depositado desde 1952 en la CGT que fue secuestrado y luego de
un largo peregrinaje durante el cual se negó el derecho a su familia a conocer su destino final,
fue sepultado en un cementerio de Milán (Italia). El gobierno provisional también derogó la
Constitución de 1949 por considerarla “totalitaria”.

Esta política represiva contra el peronismo tomaba como punto de partida la identificación de
ese movimiento con los fascismos europeos que tras la derrota en la segunda guerra mundial
habían sido prohibidos. Los hombres de la Revolución Libertadora entendían que, derrocado
Perón y destruido el régimen político construido por él, el peronismo como movimiento social
y político se extinguiría casi naturalmente. Por supuesto, por detrás de estos argumentos había
fuertes intereses económicos: la persecución desatada contra los peronistas escondía mal la
ofensiva de la burguesía porque implicaba un avance sobre los derechos conquistados por la
clase trabajadora, mayoritariamente identificada con la suerte del peronismo.

La respuesta peronista no se hizo esperar. Ya durante las jornadas de septiembre de 1955 se


habían producido manifestaciones espontáneas en apoyo a Perón y contra los militares en los
barrios obreros de Avellaneda y Rosario. Cuando Aramburu intensificó la persecución del
peronismo, nació también de manera improvisada la “resistencia peronista”. Esta se expresaba
de diferentes maneras: paros espontáneos en las fábricas, huelgas de brazos caídos,
manifestaciones relámpago en las calles céntricas de las principales ciudades, pintadas de
repudio al régimen cívico-militar y la colocación de “caños” (bombas caseras) en instalaciones
ferroviarias, plantas eléctricas y otras instituciones públicas.

El 9 de junio de 1956 se desencadenó una rebelión liderada por los generales peronistas Juan
José Valle y Raúl Tanco, que habían sido expulsados de las Fuerzas Armadas. El movimiento
involucró a civiles y militares, y se concentró en algunas unidades militares del Litoral. El
gobierno decidió instaurar la Ley Marcial y fusilar a los rebeldes. Dieciocho militares y trece
civiles fueron fusilados sin mediar proceso judicial alguno, aun después del levantamiento de la
ley militar.

Por su parte, Perón emprendió el exilio, que se prologaría durante diecisiete años. Primero se
asiló en el Paraguay, pero a fines de 1955 por presión del gobierno argentino debió partir hacia
Panamá. Más tarde, se trasladó a Caracas (Venezuela) donde sufrió un fallido atentado. En
1958 se instaló en República Dominicana. Recién en 1960, obtuvo el visto bueno de la
dictadura de Franco para radicarse en Madrid. Desde un primer momento, el ex presidente
elaboró diversas estrategias con el objetivo de reagrupar a las fuerzas peronistas y retornar al
poder. Su influencia sobre el escenario político se convirtió en un factor ineludible en la vida
política argentina.
La pervivencia del peronismo e incluso el reforzamiento de la identidad peronista de la clase
trabajadora reveló que el diagnóstico que había sostenido la corriente dura del antiperonismo
era completamente erróneo. El problema de qué hacer con las masas peronistas se convirtió
así en un dilema de imposible resolución que condicionaría las estrategias de los gobiernos
argentinos hasta el retorno de Perón en 1972 y que tuvo fuerte impacto en el interior de los
partidos políticos no peronistas.

La actitud frente al peronismo y las diferencias ideológicas en el seno de las fuerzas políticas
provocaron la división de los partidos políticos más importantes: la Unión Cívica Radical, el
Partido Socialista y el Partido Demócrata.

Los radicales se dividieron en dos sectores: la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) liderada
por Ricardo Balbín y Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), liderada por Arturo Frondizi. La
UCRP, que nucleaba los sectores más antiperonistas, apoyó al gobierno de Aramburu y su
estrategia de proscripción del peronismo. Incluso, algunos de sus dirigentes ocuparon
ministerios de importancia. La UCRI, en cambio, integrada por los sectores mayoritarios del
Movimiento de Intransigencia Radical, de posturas cercanas a la izquierda, presentó en 1956
un programa favorable a las nacionalizaciones, el desarrollo industrial y la “reforma agraria” en
tanto que en términos políticos propiciaba la integración de los peronistas –aunque no de su
jefe- a la vida política del país. Frondizi fue el primer dirigente que interpretó que la
proscripción de la mayoría política del país no podía sino tener consecuencias negativas desde
el punto de vista político. Por supuesto, el líder radical ambicionaba integrar a los peronistas
en beneficio de su partido: la UCRI. Esta postura se conocería como “estrategia
integracionista”.

En 1957, el gobierno militar encontró la fórmula para medir el peso electoral de las fuerzas
políticas en pugna, convocando a elecciones para una convención constituyente, que tenía
como objetivo reformar la Carta Magna de 1853. Ésta había sido reimplantada por decreto en
1956 luego de que el gobierno cívico militar derogara la Constitución de 1949 surgida de la
reforma realizada durante el peronismo. Las elecciones revelaron la fuerza del peronismo que
se impuso con el voto en blanco (24,3%), seguido de la UCRP (24,2%) y algo más atrás la UCRI
(21,2%). La convención constituyente reunida en Santa Fe vio su labor afectada por diversos
inconvenientes. Por un lado, la UCRI anunció el retiro de sus representantes argumentando
que el gobierno militar no tenía atribuciones para derogar por decreto la Constitución de 1949
y mucho menos para convocar a una convención constituyente. De todas formas, la
convención constituyente funcionó durante unos veinte días, durante los cuales se incluyeron
unas pocas reformas al texto original de 1853. Entre ellas, se destacó la inclusión del artículo
14 bis, que incluyó junto a los derechos y garantías individuales (artículo 14) los derechos del
trabajo. Estos últimos habían sido consagrados, junto con otros derechos económicos y
sociales, en la reforma impulsada por Perón en 1949. Por fin, el retiro de convencionales que
representaban a fuerzas políticas menores paralizó la actividad de la convención que culminó
sus tareas a fines de septiembre de 1957. La elección de constituyentes sirvió también para
que los partidos políticos replantearan sus estrategias con vistas a las elecciones presidenciales
de febrero de 1958. Frondizi, aconsejado por su asesor Rogelio Frigerio, optó por negociar el
apoyo de los votantes peronistas mediante un acuerdo con Perón, que se firmó en Caracas en
enero de 1958. Por este acuerdo, Perón llamaba a sus partidarios a votar por la fórmula de la
UCRI y a cambio Frondizi se comprometía a restituir la CGT a los sindicatos peronistas,
rehabilitar el Partido Peronista, otorgar una amplia amnistía a quienes eran perseguidos,
devolver el cadáver de Evita e implementar una política económica favorable a los
trabajadores. Gracias a este apoyo, conocido como Pacto Perón- Frondizi, unas semanas más
tarde la fórmula ucrista integrada por Arturo Frondizi y Alejandro Gómez obtuvo una victoria
contundente (45% de los sufragios) frente a la fórmula “continuista” de la UCRP, Ricardo
Balbín-Del Castillo, que obtuvo solo un 28,9%. De esta manera, el gobierno cívico militar de la
“Revolución Libertadora” se vio obligado a entregar el poder a sectores no peronistas que, por
un lado, habían censurado duramente sus políticas y, por otro, habían pactado con el
peronismo.

Segunda Parte: La fallida experiencia de la “semidemocracia” (1958-


1966)
El gobierno de Frondizi y el fracaso de la estrategia integracionista

La fórmula triunfante en las elecciones asumió el poder el 1 de mayo de 1958. Pero la


restauración de las instituciones democráticas se concretaba en el marco de la proscripción del
peronismo, que era la principal corriente política, lo que le restó legitimidad al sistema. Vastos
sectores tanto civiles como militares, consideraban que la exclusión de Perón y sus seguidores
era la piedra angular del nuevo régimen político y no estaban dispuestos a tolerar que se
revisara esa decisión. En este sentido, las Fuerzas Armadas, se erigieron en custodia de los
principios de la “Revolución Libertadora” y en árbitros de la lucha política. Pese al
funcionamiento de las instituciones democráticas, fundamentalmente los partidos políticos no
peronistas y el parlamento, muy pronto se hizo evidente que los jefes militares asumirían un
papel muy activo en la toma de decisiones en casi todas las áreas de gobierno. De esta
manera, -los gobiernos civiles que se sucedieron entre 1958 y 1966 constituían gobiernos
débiles, en realidad un sistema semidemocrático, basado en la exclusión de las mayorías
electorales y con un fuerte rol tutelar de las Fuerzas Armadas. Ese “pecado original” del nuevo
sistema de poder lo condenaría a un creciente cuestionamiento, inicialmente de los sectores
populares, y luego de los grupos conservadores y de la elite económica.

A estos factores, que vulneraron los principios de la democracia, se les sumaron otros que
colaboraron en el deterioro del valor que la ciudadanía otorgaba a las instituciones de la
Constitución. Uno de ellos fue el giro ideológico del nuevo presidente. Durante la campaña
electoral, Frondizi había cosechado el apoyo y la simpatía de sectores de las clases medias y
populares gracias a que durante su trayectoria política el líder radical había levantado un
programa económico y social de claro signo progresista. De hecho, la UCRI estableció como
programa partidario la Declaración de Avellaneda de 1945, que había dado origen al sector
izquierdista de la UCR: la intransigencia. Frondizi también había ganado fama de intelectual
izquierdista debido a su defensa de los derechos civiles y la denuncia del contrato firmado por
Perón con la Standard Oil en 1954 como una avanzada del imperialismo yanqui. Sin embargo, a
partir de 1956, Frondizi había comenzado a modificar sus posturas debido a la influencia
intelectual que ejerció sobre él Rogelio Frigerio, un empresario que sostenía posturas muy
alejadas del ideario radical.

En el plano económico, Frondizi sostenía que la Argentina atravesaba una crisis estructural
debido a que la industrialización no había avanzado sobre las industrias pesadas (acero,
química básica, petroquímica, metalmecánica). La caída de los términos del intercambio y el
estancamiento de la producción pampeana exportable hacia más dramática la situación, por la
consecuente falta de divisas para importar maquinarias e insumos. La solución consistía, según
Frondizi y Frigerio en lograr un rápido desarrollo industrial, en particular de las ramas pesadas.
Pero, a diferencia de lo que había sostenido previamente, Frondizi entendía ahora que solo
una inyección de inversiones extranjeras permitiría a la Argentina avanzar en la
industrialización. Incluso, revisando su postura previa a favor del monopolio de la empresa
estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), entendía que el autoabastecimiento petrolero
podría lograrse mediante la firma de contratos con empresas extranjeras que produjeran
petróleo en el país. Esta postura, que se mantuvo casi totalmente en secreto durante la
campaña, fue la base de su política económica una vez que asumió la presidencia y se la
conoció como desarrollismo.

El abandono del ideario nacionalista y antiimperialista tenía su contracara en el llamado a la


“integración” del peronismo en un “frente nacional y popular”. Frondizi y Frigerio creían que
solo así el país lograría un orden político necesario para alcanzar nuevas metas de desarrollo.

Inicialmente el presidente cumplió con algunas promesas que le había hecho al peronismo,
como la sanción de una amplia amnistía para los perseguidos políticos y de una Ley de
Asociaciones Profesionales que, en línea con la legislación peronista de 1945, consagraba un
solo sindicato por rama de actividad, entregando de hecho el control del movimiento obrero a
los dirigentes peronistas. Estas medidas concitaron el apoyo del peronismo, pero generaron
tensiones entre el gobierno y las Fuerzas Armadas, sobre todo cuando a fines de 1958 Perón
denunció a Frondizi por el incumplimiento del pacto de Caracas.

La puesta en marcha de la política económica desarrollista provocó desconcierto entre los


partidarios de la UCRI. La firma de contratos petroleros con empresas británicas y
norteamericanas y, sobre todo, la aplicación de un plan de estabilización ortodoxo que contó
con el apoyo del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial durante 1959, alentó
críticas y acusaciones de “traición”. Como candidato, Frondizi había levantado un programa
nacionalista, antiimperialista y favorable a la educación laica, recibiendo el apoyo del
peronismo y de intelectuales izquierdistas. El abandono de ese programa por uno opuesto
generó malestar entre sus partidarios y fue interpretado como una 'traición'.

En relación con la política educativa, el presidente abandonó su postura a favor de la


enseñanza laica, para autorizar la creación de universidades privadas y confesionales en una
clara concesión a la Iglesia Católica. Esta posición le enajenó al presidente el apoyo de amplios
sectores, sobre todo de la izquierda y del movimiento estudiantil. El debate sobre educación
“laica o libre” movilizó a grandes manifestaciones de estudiantes secundarios y universitarios.

En 1959, la aplicación de un severo plan de ajuste que incluyó una fuerte devaluación, la
liberación del mercado cambiario y de los controles de precios, provocó una aguda recesión
con niveles records de inflación, del orden del 125% anual. Como resultado de estas políticas el
acuerdo de Frondizi con los sindicatos se quebró, y se registraron huelgas y saboteos.
Presionado por los militares, Frondizi reorganizó su gabinete designando como ministro de
Economía y Trabajo al empresario liberal Álvaro Alsogaray Al mismo tiempo, acusó a los
dirigentes sindicales de provocar una rebelión e implementó el Plan Conintes (Conmoción
Interna del Estado), que autorizaba a las Fuerzas Armadas a actuar en conflictos internos, una
innovación que tendría trágicas consecuencias en los años subsiguientes. El gobierno
desarrollista implementó una violenta represión contra las luchas o las acciones de los
trabajadores, el peronismo y el comunismo.

Pese al giro conservador de las políticas del gobierno las Fuerzas Armadas continuaron viendo
con recelo a Frondizi. Más de treinta y ocho planteos castrenses obligaron al presidente a
hacer concesiones a los militares para retener el poder. Los planteos eran exigencias
formuladas por los comandantes de las Fuerzas Armadas que abarcaban desde designaciones
de funcionarios públicos hasta la impugnación de algunos aspectos de las políticas económicas
y sociales, o las relaciones exteriores. Los partidos opositores, principalmente la UCRP
acaudillada por Balbín, tampoco se acercaron al gobierno y censuraron severamente tanto las
nuevas políticas como el fallido acercamiento de Frondizi al peronismo. Aún más, los radicales
del pueblo abandonaron la postura de una oposición leal, respetuosa de las reglas del sistema
constitucional, y a poco de iniciarse el nuevo gobierno constitucional exigieron la renuncia del
presidente.

Entre 1960 y 1961, los efectos del programa económico de Alsogaray se hicieron sentir. La
inflación descendió verticalmente hasta alcanzar un dígito en solo dos años, pero los salarios
continuaron deprimidos y la participación de los trabajadores en el ingreso nacional descendió
hasta el 35%. Por otra parte, entre 1959 y 1961, se produjeron grandes inversiones extranjeras
en la industria, que alcanzaron unos 500 millones de dólares, se alcanzó el autoabastecimiento
petrolero, SOMISA comenzó a producir acero y se instalaron fábricas de automóviles y
tractores, pero esto no se tradujo en un incremento del nivel de empleo. Por un lado, las
industrias pesadas requerían grandes inversiones de capital y de tecnología extranjera, pero no
generaban un número importante de empleos. Por el otro, las ramas livianas, como la textil y
la alimentación, que eran tradicionalmente generadoras de miles de puestos de trabajo,
expulsaron mano de obra en esos años debido a la modernización tecnológica y la caída de los
salarios reales con la consecuente retracción del consumo. Como resultado de estos procesos,
a pesar del avance en la industrialización, entre 1954 y 1964, la cantidad de trabajadores
empleados en la industria cayó un 10%.

El enfoque de la política económica del presidente se mantuvo incluso cuando en 1961,


Frondizi reemplazó a Alsogaray por Roberto Alemann, otro economista ortodoxo. Pese a las
críticas, es cierto que las políticas desarrollistas fueron las que sentaron las bases del
crecimiento industrial durante la siguiente década.

El impacto social del desarrollismo

La puesta en marcha de la estrategia económica del desarrollismo, a partir de 1958,


consistente en la apertura de la economía a la radicación de las empresas transnacionales y la
aplicación de un plan de estabilización ortodoxo tuvo efectos sociales de gran importancia que
transformaron la herencia el peronismo. La socióloga Susana Torrado las resume de la
siguiente manera:

“El balance global del modelo desarrollista en relación con la estructura social muestra algunas
de las bondades prometidas por sus estrategas, pero también muchos rasgos que difícilmente
podrían ser catalogados como tales. Por un lado, es cierto que durante 1958-1972 se verifica en
promedio una notoria modernización y complejización de la estructura social en todos los
sectores productivos (incluido el sector público), cuya manifestación más evidente es la
ampliación de la clase media asalariada. Un rasgo que -además de su obvia naturaleza
“concentradora”- permitiría calificar a esta estrategia como “modernizadora”. Pero, por otro
lado, son impactantes otros hechos (aumento del cuentapropismo obrero; incremento del
empleo precario, tanto de clase media como de clase obrera; franco deterioro o estancamiento
de los niveles de bienestar de las capas sociales más modestas); que justifican que también se
la califique como “excluyente”. En efecto, si bien el desarrollismo indujo un elevado crecimiento
global y una innegable modernización de la estructura social, ambos elementos se lograron al
precio de marginar a una parte considerable de la población de los logros del desarrollo
económico. En otras palabras, muchos de los fenómenos por los que sería posteriormente
anatematizado el modelo aperturista (1976-2002), se inician en realidad durante la vigencia
del desarrollismo”.

Susana Torrado (Comp.). (2010). El costo social del ajuste. (Argentina, 1976-2002). Buenos
Aires: Edhasa, págs. 36-37.

Lo que puso fin a la experiencia desarrollista fue la perduración del problema peronista. En
1960, el UCRI logró sortear las elecciones legislativas debido a que se mantuvo la proscripción
del Partido Peronista, aunque se autorizó la participación de fuerzas neoperonistas a nivel
provincial. Pero en 1962, en las elecciones de renovación de gobernadores y legisladores,
Frondizi no pudo evitar el triunfo electoral del neoperonismo en algunos distritos. La victoria
de la Unión Popular en la Provincia de Buenos, donde se postuló el sindicalista Andrés Framini
como candidato a gobernador, provocó una crisis institucional. Presionado por los militares,
Frondizi decretó la intervención federal sobre diez provincias, anulando de hecho las
elecciones donde había ganado el peronismo. Sin embargo, unas semanas después, el 29 de
marzo de 1962, los comandantes en jefe de las tres armas derrocaron al presidente y lo
apresaron por algo más de un año.

El interregno de Guido: conflicto militar y la recesión económica, 1962-1963

Los militares que derrocaron a Frondizi no tenían un plan decidido para llevar adelante
después de desplazar al presidente. La confusión institucional fue aprovechada por la UCRI
que, por sugerencia del propio Frondizi, impulsó al presidente provisional del Senado a asumir
la presidencia. José María Guido era un senador rionegrino que había sido nombrado por el
Congreso como segundo en la línea sucesoria prevista por la Constitución debido a la renuncia
del vicepresidente Alejandro Gómez a fines de 1958. Aunque la decisión de Guido de asumir la
titularidad del Poder Ejecutivo evitó al país caer en una dictadura liderada por un general, las
Fuerzas Armadas ejercieron una influencia predominante sobre la orientación de su
administración. A pesar de su origen legal, el gobierno distó de atenerse a las reglas
constitucionales. De hecho, Guido anuló las elecciones de 1962, intervino todos los gobiernos
provinciales y ordenó la clausura del Congreso. Su gabinete estuvo integrado por dirigentes
políticos de partidos de centro y de derecha, y con varios representantes de las Fuerzas
Armadas.

El regreso de las Fuerzas Armadas al centro de la escena política provocó el surgimiento de


tensiones y conflictos internos que llevaron al país al borde del caos institucional. Las
controversias giraron –como desde 1955- en torno al “problema” que representaba la
perduración del peronismo. Muy pronto las Fuerzas Armadas se dividieron en dos facciones.
Ambas eran antiperonistas pero discrepaban sobre la mejor estrategia a seguir para poner fin
a la influencia de Perón y sus partidarios. El sector denominado azul sostuvo la necesidad de
mantener las formas de la democracia liberal, propiciando el llamado a elecciones y la
integración, en forma subordinada, de los peronistas. En cambio, el bando colorado, integrado
por la Marina y algunos sectores del Ejército, propiciaba la instauración de una dictadura
militar, la intervención de los sindicatos que estaban controlados por dirigentes peronistas y la
persecución de los partidarios del líder exiliado en Madrid. Inicialmente, el gobierno de Guido
se vio sometido a la influencia del grupo colorado pero en septiembre de 1962 el comandante
de Campo de Mayo, principal guarnición militar, general Juan Carlos Onganía se rebeló contra
sus superiores militares y derrotó a los colorados. Hubo varios enfrentamientos entre los
militares que, ante la mirada atónita de la población civil, ocuparon edificios y espacios
públicos de la Ciudad de Buenos Aires. El triunfo de los azules no fue total. En abril de 1963,
estalló una nueva rebelión liderada por el general Benjamín Menéndez con el objetivo de
instalar una dictadura militar, pero finalmente fracasó. La victoria de los azules se apoyó en
buena medida en sectores civiles que desde la prensa y otros medios de comunicación
convocaron a salvar la legalidad institucional.

Mientras el país se debatía en esos graves conflictos institucionales, durante 19621963 se


produjo la crisis económica más profunda desde 1930. Una nueva crisis de balanza de pagos,
acentuada por el caos institucional, provocó la salida de capitales. La adopción de sucesivos
planes de estabilización de carácter ortodoxo causaron una caída aguda del nivel de actividad
económica y el aumento de la desocupación, que alcanzó niveles records del 8% de la PEA en
el Gran Buenos Aires. El PBI per cápita declinó un 7% entre 1962 y 1963, y vastos sectores de la
industria se paralizaron. La política económica de marcado carácter ortodoxo y recesivo estuvo
en manos de Federico Pinedo, Álvaro Alsogaray y José Alfredo Martínez de Hoz, todos ellos de
ideología liberal.

En un intento por superar la crisis política, desde sectores del gobierno se propició la
constitución de un Frente Nacional y Popular que propondría una fórmula electoral única.
Incluso se pensó en el general Onganía ya convertido en comandante en jefe del Ejército como
candidato. Esta estrategia (que se repetiría en 1973 con la fallida candidatura del general
Alejandro Lanusse) buscaba resolver la crisis de legitimidad originada por la proscripción del
peronismo mediante la elección de un caudillo militar que asegurara la estabilidad institucional
y evitara el retorno de Perón. Presiones castrenses y de sectores políticos y gremiales
provocaron su fracaso. El peronismo y los frondicistas levantaron la candidatura de Vicente
Solano Lima, aunque finalmente también fue vetada por las Fuerzas Armadas. Quedaron
entonces tres candidatos con posibilidades: la UCRP con la fórmula Arturo Illia-Carlos Perette;
la UCRI (ya alejada de Frondizi) propició a Oscar Alende como presidente, en tanto que los
sectores conservadores y liberales organizaron una fuerza política nueva –la Unión del Pueblo
Argentino- para sostener la candidatura del general Aramburu. Finalmente, en julio de 1963,
Illia resultó electo presidente con un exiguo 25% de los sufragios, seguido de cerca por el voto
en blanco del peronismo (19%); la UCRI (16%) y Aramburu (14%).

Illia y la crisis de la “semidemocracia”, 1963-1966

El gobierno de Illia estuvo signado por las contradicciones que afectaban a la semidemocracia
instaurada en la Argentina desde 1958. Elegido con un escaso caudal electoral, y con la
proscripción del peronismo, Illia evitó las alianzas con otros partidos y encabezó una
administración integrada casi exclusivamente con dirigentes de la UCRP. Su gobierno se
caracterizó por el respeto irrestricto de las libertades públicas, el funcionamiento pleno del
Congreso y la vigencia de las garantías individuales consagradas en la Constitución Nacional,
pero el mantenimiento de la proscripción de la principal fuerza política del país continuó
horadando la legitimidad del sistema.

Los radicales del pueblo mantenían una actitud de desconfianza frente al peronismo y al líder
exiliado. La política de Illia con los sindicatos y la CGT, en manos de los peronistas desde 1963,
se propuso sobre todo limitar su poder e influencia. Al mismo tiempo, su política económica
registró un cambio de rumbo hacia el empleo de políticas monetarias y crediticias expansivas
de inspiración keynesiana que tenían como propósito el crecimiento de los salarios reales, el
impulso de la actividad industrial y la mejora en la distribución del ingreso.

Aunque los objetivos de la política económica de Illia eran compartidos por el peronismo, las
organizaciones obreras muy pronto plantearon su oposición. En 1964, alentada por las 62
Organizaciones Peronistas conducidas por el metalúrgico Augusto Vandor, la CGT aplicó un
duro „Plan de Lucha‟, con paros masivos y ocupaciones de plantas y fábricas. El vandorismo
como corriente sindical planteaba como estrategia la negociación frente al gobierno y los
empresarios. Vandor aspiraba a conducir un “peronismo sin Perón”, de manera que estaba
dispuesto a un acuerdo con el gobierno que favoreciera su poder en el interior del peronismo.
Pero el gobierno radical desconfiaba incluso de ese sector. En respuesta a la movilización de
los gremios, el gobierno buscó debilitar el poder económico de los jefes sindicales, por ejemplo
regulando el uso de los fondos de las obras sociales.

Un episodio que deterioró aun más las relaciones entre el gobierno, los gremios y el
peronismo fue el fallido retorno de Perón. A fines de 1964, Perón intentó retornar a Buenos
Aires, pero el gobierno de Illia logró evitar su regreso al país alegando que produciría graves
problemas políticos y militares. Illia solicitó a la dictadura gobernante en Brasil la detención
del ex presidente y su regreso obligado a Madrid. Para 1965, las relaciones entre el peronismo
y el gobierno estaban sumamente deterioradas. A pesar de ello, los políticos peronistas
pudieron presentarse a las elecciones legislativas a través de la Unión Popular y lograron elegir
representantes en el Congreso Nacional.

La política militar tampoco estuvo exenta de contradicciones. La UCRP había llegado al


gobierno gracias a las elecciones, pero los dirigentes radicales tenían contactos muy aceitados
con el bando colorado en las Fuerzas Armadas. Una vez en el poder, Illia tendió a favorecer a
los oficiales colorados, provocando la reacción de los comandantes azules. Estos últimos, que
habían apoyado el retorno a las instituciones democráticas, comenzaron a girar hacia
posiciones opuestas para, finalmente, alentar la instauración de un “gobierno revolucionario”.
Los civiles, como el periodista Mariano Grondona, que entre 1962 y 1963 habían apoyado la
vuelta a la Constitución, criticaban cada vez más duramente las prácticas políticas de la UCRP.
Revistas como Primera Plana y Confirmado, censuraron al gobierno de Illia por constituir una
expresión clara de lo que despectivamente denominaban “partidocracia”: un gobierno de
políticos de comité, demasiado lento y burocrático. Pero sobre todo se cuestionaba la falta de
capacidad para impulsar el desarrollo del país.

La condena a la “semidemocracia” era compartida también por los peronistas, a quienes se les
negaba el derecho a participar, y por las fuerzas de izquierda. El impacto de la Revolución
Cubana de 1959 en América Latina relanzó sobre nuevas bases la lucha contra el imperialismo
y la crítica al capitalismo. En el marco de la Guerra Fría entre los países de la órbita soviética y
el área de influencia de los Estados Unidos, la descolonización de las naciones del África y Asia
y los problemas que enfrentaba el desarrollo latinoamericano, la izquierda reclamaba
transformaciones estructurales que cuestionaban las bases del sistema capitalista. Desde la
óptica de las fuerzas de izquierda, la democracia y las libertades civiles no eran tan relevantes
como la necesidad de impulsar amplias reformas económicas y sociales. También criticaban la
industrialización, que avanzaba con dificultades en América Latina, ya que lejos de permitir a
estas naciones alcanzar mayores niveles de autonomía, había creado nuevas relaciones de
dependencia en los aspectos financieros y tecnológicos con las naciones industrializadas.
Además, denunciaban que los problemas sociales se habían acentuado, tanto en el contraste
entre campo y ciudad, como en las mismas metrópolis latinoamericanas.
En este clima ideológico, el gobierno de Illia y la “semidemocracia” carecieron de apoyos en un
amplio espectro de la sociedad. En un final anunciado, el 28 junio de 1966, las Fuerzas
Armadas derrocaron al presidente sin encontrar casi resistencia entre las fuerzas políticas, los
sindicatos y las entidades empresarias. Los militares, que tenían contactos con grupos civiles
de extracción católica y liberal, decidieron implantar una dictadura de nuevo tipo a la que
bautizaron “Revolución Argentina”.

PARTE 2

De la dictadura de Onganía al derrocamiento de Isabel Perón, 1966-1976

Introducción

En esta segunda parte abordaremos el estudio de los diez años que transcurren entre la
instauración de la dictadura autodenominada “Revolución Argentina” y el golpe de estado de
1976. El periodo se inició con el intento de implantar una larga dictadura cívico militar para
reemplazar al sistema “semidemocrático” posperonista e introducir profundas reformas
económicas e institucionales. Paradójicamente, la instauración de la dictadura lejos de
alcanzar sus propósitos de superar las recurrentes crisis económicas, y “el problema” de la
perduración del peronismo, alentó el estallido de una profunda crisis sociopolítica a finales de
la década de 1960. En efecto, en mayo de 1969, el Cordobazo inauguró un periodo de crisis y
ascendente violencia política, lo que conduciría, casi cuatro años más tarde, a la convocatoria a
elecciones sin proscripciones.

Esta segunda parte de la clase se organiza en dos secciones: la primera, denominada


“Autoritarismo, violencia y represión” estudia los principales acontecimientos políticos del
periodo comprendido entre 1966 y 1973, así como los dilemas que enfrentaba la economía
argentina. La segunda sección se concentra en el análisis del retorno de Perón y del tercer
gobierno peronista. A pesar de que esta experiencia democrática fue muy breve –las
instituciones de la Constitución estuvieron vigentes solo treinta y cuatro meses-, consideramos
que el estudio de esos años requiere de un análisis profundo ya que los procesos económicos y
políticos se complejizaron, con consecuencias decisivas. Los conflictos por la distribución del
ingreso entre empresarios y trabajadores, las controversias ideológicas y la lucha política se
intensificaron notablemente. En ese contexto, los actores políticos, económicos y sociales
ensayaron estrategias que culminaron en el cuestionamiento desde diversos sectores del
régimen político democrático restaurado en 1973 y en una nueva intervención militar,
abriendo paso al periodo más oscuro de la historia argentina.

El análisis crítico y riguroso de esta etapa es imprescindible para abordar la pregunta de cómo
fue posible que el fracaso político de las Fuerzas Armadas y el inicio de la una verdadera
“primavera democrática” con la asunción de Cámpora en 1973 se revirtiera en pocos años y
abriera paso a la implantación del terrorismo de estado en la Argentina.

Autoritarismo, violencia y represión (1966-1973)


El surgimiento de nuevos dilemas económicos y sociales, y el impacto de los cambios que se
producían a escala mundial, revelaron el fracaso de la “semidemocracia” y condujeron a las
élites políticas y militares a la búsqueda de otras “soluciones”. En 1966 se instaló una dictadura
militar de nuevo tipo, que tenía como propósito introducir transformaciones de orden
económico, reprimiendo la resistencia de diversos actores. Al menos en parte, este nuevo tipo
de régimen hallaba sus fundamentos en la Doctrina de Seguridad Nacional, un conjunto de
concepciones que fueron difundidas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos
entre los ejércitos latinoamericanos, especialmente a través de la colaboración con las fuerzas
militares de Estados Unidos y de la Escuela de las Américas, donde altos oficiales de todo el
continente recibían formación. La Doctrina redefinía el papel de las Fuerzas Armadas en
América Latina como guardianas del orden social y político interno. La tarea de los militares no
sería la defensa nacional en el frente externo sino el ejercicio de un tutelaje represivo hacia
adentro, sobre la sociedad. Los golpes de Estado y el nuevo rol de las Fuerzas Armadas
constituían una respuesta frente a una supuesta amenaza comunista que en el continente
aparecía simbolizada en la Cuba de Fidel Castro.

El Onganiato, 1966-1970

El 26 de junio de 1966 los comandantes de las Fuerzas Armadas derrocaron al presidente


Arturo Ilia y, poco después, dictaron un “Estatuto de la Revolución Argentina”, cuyos preceptos
se anteponían a la Constitucional Nacional. En una medida innovadora, los comandantes en
jefe designaron al general Onganía presidente de la Nación, concediéndole todas las
atribuciones para gobernar el país.

La autodenominada “Revolución Argentina” conformó una dictadura de nuevo tipo. A


diferencia de los golpes militares de 1930, 1943 y 1955, la dictadura instaurada en 1966 no se
proponía como único objetivo el desplazamiento de un gobierno y su reemplazo por otro. Los
nuevos gobernantes tenían objetivos más amplios como la “modernización económica” y la
exclusión de algunos actores políticos. El politólogo argentino Guillermo O’Donnell denominó a
este tipo de regímenes políticos como “Estados Burocráticos Autoritarios”. Se trataría de un
tipo de estado de excepción, de marcado carácter represivo, que se propone como objetivos
poner fin al cuestionamiento popular del sistema capitalista, la reimplantación del orden y la
“normalización económica”.

Según el diagnóstico de Onganía y sus colaboradores, la Argentina debía superar los dilemas
que enfrentaba y que habían provocado marcadas fluctuaciones económicas, inestabilidad
política y una amplia movilización popular. En principio, se aspiraba a eliminar “la
partidocracia”, como despectivamente se hablaba entonces de la democracia de partidos, y
reemplazarla por un gobierno de militares, técnicos y burócratas que identificaran y
resolvieran mediante activas políticas públicas los problemas que atravesaba el país. La
implementación de estas reformas requeriría de un tiempo prolongado, por eso la dictadura,
en palabras del propio Onganía, "no tiene plazos sino objetivos". Los ideólogos del régimen
militar argumentaron que las reformas se harían en tres etapas sucesivas. Primero vendría “el
tiempo económico”, que implicaba acelerar la modernización y avanzar en el proceso de
industrialización. Luego, sería el momento del “tiempo social”, con programas que mejoraran
las condiciones de vida de la población y que, al mismo tiempo, crearan instituciones
intermedias entre el estado y la sociedad civil, por las que se entendía corporaciones que
representaran los intereses de los diversos sectores sociales y económicos. Por último, en un
periodo indefinido, sobrevendría “el tiempo político”, que implicaba el retorno a la
democracia. Se trataba de una concepción muy esquemática de la dinámica de los procesos
sociopolíticos que estaba inspirada en corrientes del nacionalismo católico.

Muy pronto quedó en claro la orientación reaccionaria y conservadora del régimen militar.
Onganía prohibió la actividad política y disolvió los partidos políticos. También se estableció
una severa censura sobre la vida cultural. Se prohibieron desde películas y óperas (como
Bomarzo) hasta publicaciones periodísticas y satíricas, como fueron los casos de Primera Plana
(la publicación que era dirigida por Jacobo Timerman y que había colaborado en la creación del
clima favorable al golpe) y Tía Vicenta, un semanario fundado por el caricaturista Landrú, que
se atrevió a representar al general Onganía como una morsa.

En julio de 1966, la dictadura intervino las universidades públicas, anulando de hecho su


autonomía y reemplazando el gobierno tripartito de profesores, graduados y alumnos, por
funcionarios designados por el gobierno. La medida era justificada en razón del “desorden” y
“la infiltración peronista y comunista” que según los militares predominaba en las casas de
estudios. Durante la “Noche de los Bastones Largos”, la guardia de infantería de la policía
desalojó violentamente las universidades ocupadas por profesores y estudiantes. La
intervención oficial puso fin a un periodo de modernización de las universidades iniciado diez
años antes e inauguró una etapa oscura marcada por el desmantelamiento de centros de
investigación y el exilio de cientos de investigadores, que marcharon hacia las universidades
europeas y norteamericanas.

El plan de estabilización de Krieger Vasena

En cuanto a la política económica, la instalación de la dictadura se dio en una nueva coyuntura


de crisis, con aceleración de la inflación y problemas de desequilibrio en la balanza de pagos.
Inicialmente, Onganía optó por un enfoque de política económica que continuaba las líneas
establecidas desde 1963 con el nombramiento del empresario católico Jorge Salimei,
propietario del grupo SASETRU. Sin embargo, al año siguiente, el déficit de la balanza de pagos,
condujo a un cambio de estrategia. Krieger Vasena, un economista ortodoxo, asumió el
Ministerio de Economía y Trabajo y puso en marcha un plan de estabilización. Este programa
se diferenció notablemente de los planes de ajuste previos. Por un lado, se estableció una
devaluación monetaria del orden del 40%, que tenía como objetivo corregir el desequilibrio
externo y alentar las exportaciones. Al mismo tiempo, se fijaron retenciones –es decir
impuestos a las exportaciones- evitando así que la redistribución del ingreso generada por la
devaluación favoreciera solo a los exportadores. Los recursos obtenidos por las retenciones
serían empleados para otorgar incentivos a las exportaciones de manufacturas. El gobierno
congeló los salarios por dos años y estableció acuerdos con las grandes empresas para
estabilizar los precios, y evitar así los efectos inflacionarios de la devaluación. Por último, el
plan de Krieger Vasena incluyó la sanción de una nueva ley de Inversiones Extranjeras que
alentó el ingreso de capitales. Entre 1967 y 1969, el gobierno logró la meta de reducir la
inflación, que descendió desde una tasa del 32% anual en 1966 a solo un 8% en 1969. Este
éxito se alcanzó sin que se produjera una fuerte caída de los salarios reales, aunque algunos
sectores de la clase trabajadora y las clases medias asalariadas sufrieron un moderado
deterioro de sus ingresos.

También se produjo un ingreso de capitales extranjeros, pero a diferencia del periodo


desarrollista, ello no se tradujo en la instalación de nuevas empresas sino en la compra de
firmas de propiedad argentina. La “desnacionalización” afectó principalmente a la industria
farmacéutica, las empresas productoras de autopartes y el sector financiero. El resultado fue la
acentuación de la transnacionalización de la economía argentina y de la concentración del
capital, a expensas de las pequeñas y medianas empresas de capital nacional. Si estos efectos
del programa económico le restaron el apoyo del empresariado nacional, la implantación de
retenciones y una difícil coyuntura mundial para el precio de las carnes, hizo que los grandes
terratenientes ganaderos se opusieran al gobierno. Pese a la innegable existencia de tensiones,
en esta oportunidad no serían principalmente las condiciones económicas las que pondrían
límite a la experiencia autoritaria de Onganía, sino el estallido de nuevos y –hasta entonces-
desconocidos conflictos sociales y políticos, que se iniciaron en mayo de 1969 con el
Cordobazo.

El Cordobazo y la explosión de la violencia política, 1969-1973

A finales de la década de 1960, estallaron nuevos conflictos sociales y políticos que se


expresaron a través de la movilización y radicalización de vastos sectores de las clases
populares y medias. Diversos factores permiten comprender el origen de este proceso. En
primer lugar, la acentuación del autoritarismo que implicó la clausura de todos los canales de
comunicación entre la sociedad civil y la política. En segundo lugar, la proscripción del
peronismo que, con algunas intermitencias, se mantenía desde 1955, condujo a una
revalorización de esa experiencia y del liderazgo de Perón, especialmente entre las clases
medias y los estudiantes que habían sido tradicionalmente opositores al peronismo. Por
último, pero no menos importante, fue el impacto que tuvieron, a escala mundial, la
Revolución Cubana de 1959, las guerras de liberación de las ex colonias de Asia y África, y la
radicalización de los estudiantes universitarios que impugnaron el capitalismo y la sociedad de
consumo tanto en los países industrializados (por ejemplo el Mayo Francés) como en la
periferia (la manifestación estudiantil y obrera en México).

Como vimos, en Argentina, los profesores y estudiantes universitarios estuvieron entre los
primeros blancos de las políticas represivas de la dictadura y tras la intervención de 1966, el
movimiento estudiantil se movilizó en diferentes partes del país. En los primeros meses del
año 1969 una serie de conflictos se desataron en Corrientes, Rosario y Tucumán. A estas
movilizaciones y protestas de los estudiantes se sumó el reclamo de los trabajadores.

Poco antes, en 1968, tuvo lugar un congreso de normalización de la CGT, que desencadenó la
división del movimiento obrero organizado entre una CGT Azopardo que agrupaba a los
“participacionistas” y el vandorismo, y otra central, la CGT “de los argentinos”, que se
conformó con los gremios combativos. Bajo la dirección del gráfico Raimundo Ongaro, esta
última entidad enfrentó a la dictadura y movilizó a las bases obreras con reclamos salariales.

El 29 de mayo estalló el “Cordobazo”, una rebelión popular en donde por primera vez
confluyeron amplios sectores de la clase trabajadora y las clases medias asalariadas. La
protesta fue impulsada inicialmente por los trabajadores estatales y los obreros de las grandes
automotrices que se habían organizado en sindicatos por empresa y estaban conducidos por
dirigentes combativos. Entre ellos se destacaron el peronista Atilio López y el marxista Agustín
Tosco, líderes de la CGT Córdoba y Luz y Fuerza respectivamente. A los trabajadores se
sumaron los estudiantes universitarios y amplios sectores de la población, hastiados del clima
de represión y reacción en el sistema universitario y la vida social. El centro de la ciudad de
Córdoba fue ocupado por los manifestantes que desalojaron a la policía y provocaron graves
destrozos en abierta rebelión contra la dictadura de Onganía. Ante la magnitud del estallido, el
gobierno ordenó al ejército reprimir a los manifestantes, con un saldo de doce muertos y
cientos de heridos y detenidos. Onganía responsabilizó a la “infiltración marxista” por lo
sucedido y tomó medidas que acentuaron aun más la represión. Pero el gobierno vio
debilitada su posición y esto se vio reflejado, por ejemplo, en la renuncia de Krieger Vasena,
que había rechazado la posibilidad de aumentos salariales, y el anuncio del comienzo del
“tiempo social”, un eufemismo que parecía indicar que el régimen militar comenzaría a dar
respuestas a las demandas sociales. Pocas semanas más tarde, cuando todavía no se habían
acallado los ecos de la rebelión, un grupo armado asesinó en Buenos Aires al dirigente
metalúrgico peronista Augusto Vandor, quien había liderado un sector proclive a la
negociación con la dictadura y la sustitución del liderazgo de Perón. Era un indicador de que la
violencia desatada durante el Cordobazo se estaba acentuando.

A principios de los años setenta, las acciones de las organizaciones armadas se intensificaron.
Eran organizaciones integradas por jóvenes militantes marxistas y peronistas que tomaron las
armas para luchar contra la dictadura. El objetivo final de estos grupos variaba, según su
ideología, pero tenían en común, además de la lucha armada, la identificación del capitalismo
y el imperialismo como los enemigos, y el proyecto de producir una revolución que instaurara
el socialismo. En el primer aniversario del Cordobazo, el 29 de mayo de 1970, el ex presidente
Aramburu fue secuestrado y asesinado por los Montoneros, una organización de signo
peronista que en los años siguientes iba a crecer hasta convertirse en la guerrilla urbana más
importante de América Latina. Otra organización destacada fue el Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP), de ideología marxista, que constituía el brazo armado del Partido Revolucionario
de los Trabajadores.

Acerca de la Doctrina de la Seguridad Nacional, las Fuerzas Armadas y “los enemigos


internos”

La dictadura de Onganía recogió los preceptos de la Doctrina de Seguridad Nacional. Como


señala la socióloga Liliana De Riz (2000), “esta doctrina, que desdibujaba los ámbitos de
competencia militar y civil, venía a servir al propósito que había inspirado a la tradición
nacionalista y católica de las Fuerzas Armadas, de crear la sociedad ordenada, jerárquica y
corporativa”.

Por su parte, para Alain Rouquié (1986):“Las preocupaciones militares sobreentendían las
orientaciones y las decisiones del nuevo régimen. Con Onganía, la Argentina se cuadró. La
defensa nacional legitimaba el mantenimiento del dominio militar dentro de un estado de
excepción”. Según el sociólogo francés, “el desborde militar es igualmente perceptible en las
extensas prerrogativas atribuidas al Consejo Nacional de Defensa Nacional (CONASE) y a la
SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado)”.

Cuando a partir de 1969, las manifestaciones populares de rebeldía explotaron y las nuevas
organizaciones armadas se presentaron públicamente, los contenidos de la doctrina y la
definición de los nuevos enemigos internos se hizo más clara. En junio de 1970, pocos días
después del secuestro de Aramburu, el presidente Onganía dirigió un discurso por cadena
nacional donde expuso los contenidos de esta ideología reaccionaria.

La ideología de Montoneros

Uno de los factores que hicieron de Montoneros una agrupación de masas fue su ideología. A
finales de los años sesenta, la radicalización y “peronización" de vastos sectores de las clases
medias y populares encontró en este movimiento un espacio de confluencia de diversos
sectores políticos y juveniles, en el marco de una ideología a la vez atractiva y lo
suficientemente difusa como para contener en su seno a diversas organizaciones y
manifestaciones políticas. En un estudio pionero el historiador británico Richard Gillespie
caracterizó así la ideología montonera:

“Al dar conjuntamente al catolicismo radical, al nacionalismo y al peronismo una expresión


populista de socialismo, los Montoneros fueron capaces de aglutinar una riqueza de
legitimidad histórica en algo que atrajo a los civiles de diversas denominaciones políticas:
católicos militantes, nacionalistas populares, nacionalistas autoritarios pero populistas,
militantes de la izquierda tradicional y peronistas combativos. El grupo original no tenía
teóricos de relieve, pero su pragmatismo era a menudo su fuerza, como fue también su
debilidad en los primeros años, facilitando la flexibilidad táctica y la realización de alianzas
políticas. Había diferentes puntos de vista: algunos montoneros consideraban que el objetivo
perseguido era una variante nacional de socialismo; otros veían en él una forma socialista de la
revolución nacional. Sin embargo, todos creían que la principal contradicción que afectaba a la
Argentina era la del nacionalismo frente al imperialismo, y que los intereses del país estaban
representados por una alianza popular, pero multiclasista.”

Gilllespie,R. (1987). Soldados de Perón. Los Montoneros. Buenos Aires: Grijalbo, p. 99.

En ese mismo año de 1970 el secuestro y asesinato de Aramburu provocó una crisis política
que llevó al derrocamiento de Onganía, que fue reemplazado por el general Marcelo
Levingston, primero y, en marzo de 1971, por el comandante en Jefe del Ejército, Alejandro
Lanusse como presidente de la nación. La asunción de Lanusse puso en marcha una estrategia
política claramente distinta porque intentaba mediante la convocatoria a las elecciones sin
proscripciones y el retorno a un gobierno constitucional, marginar de la lucha política a las
organizaciones armadas.

Con ese fin, la dictadura autorizó la reorganización de los partidos políticos, incluyendo al
peronismo. Al mismo tiempo lanzó el Gran Acuerdo Nacional (GAN), pomposo título con el que
se denominaba la estrategia del acuerdo entre los militares y las fuerzas políticas. Mediante el
GAN, Lanusse propuso su propia candidatura para encabezar un gobierno constitucional.
Desde Madrid, Perón rechazó toda posibilidad de pacto con Lanusse y alentó un acercamiento
con otros partidos políticos, incluída la Unión Cívica Radical, por medio de la organización de
“La Hora del Pueblo”. Al mismo tiempo, el ex presidente alentó a “la juventud maravillosa”,
como bautizó a los jóvenes que se habían radicalizado y propiciaban “el socialismo nacional”, a
intensificar su accionar mediante las organizaciones armadas, lo que servía a su estrategia de
presionar a los militares y forzar la apertura política y con ella las condiciones para su propio
retorno.

El GAN de Lanusse naufragó muy pronto tanto por la negativa de Perón como por los recelos
de las otras fuerzas políticas. Frente a la intensificación de la acción de la guerrilla, los
militares respondieron con más represión. Durante los últimos años de la “Revolución
Argentina”, tuvieron lugar algunos episodios de represión ilegal, antecedentes del terrorismo
de estado que se implantaría con carácter sistemático a partir de 1976. El ejemplo más claro,
pero no el único, fue la denominada “masacre de Trelew”, producida el 22 de agosto de 1972,
cuando un grupo de miembros del ERP, Montoneros y otras agrupaciones guerrilleras
encarcelados en la Base Naval de esa ciudad, intentaron fugarse hacia Chile. Algunos de ellos
lograron el objetivo pero otro grupo fue recapturado y posteriormente asesinado bajo el
argumento de que habían intentado fugarse nuevamente.

Finalmente, el gobierno convocó a elecciones presidenciales para el mes de marzo de 1973. En


un intento por obligar a Perón a tomar la decisión de retornar y avalar el proceso político,
Lanusse dispuso que no podrían ser candidatos los ciudadanos que ocuparan cargos públicos o
residieran en el extranjero después de 24 de agosto de 1972. Además el presidente declaró, en
un desafío abierto a Perón, que éste no tenía ningún impedimento legal para retornar y que si
no lo hacía era porque "no le da el cuero". Desde Madrid Perón rechazó las condiciones de la
dictadura y buscó un acercamiento con el resto de las fuerzas políticas. Finalmente, el viejo
líder regresó a la Argentina el 17 de noviembre de 1972. Su presencia en el país deterioró aun
más la autoridad de la dictadura que ya no pudo imponer sus planes de una transición
condicionada. Incluso, Perón logró la reunión de casi todos los partidos políticos en "La Hora
del Pueblo", un espacio multipartidario que reclamó el fin de la dictadura. Poco después, el ex
presidente impuso a Héctor Cámpora, su delegado personal, como candidato presidencial de
Frente Justicialista de Liberación Nacional. El 11 de marzo tuvieron lugar las elecciones
presidenciales que dieron el triunfo a la fórmula justicialista integrada por Héctor Cámpora y
Vicente Solano Lima, quienes se impusieron por el 49% de los sufragios frente a la fórmula
radical integrada por Ricardo Balbín y Eduardo Gaumond, que obtuvieron el 21% de los votos.

El retorno del peronismo al poder, 1973-1976

Los días de Cámpora

Para analizar el tercer gobierno peronista se hace necesario volver al análisis de la coyuntura
de los primeros años de la década de 1970, marcados por la movilización de vastos sectores
populares y juveniles, el estallido de graves conflictos políticos y sociales y el surgimiento de
las organizaciones armadas. La dictadura militar, conducida por el general Lanusse, optó por
una retirada que incluyera el llamado a elecciones generales, sin proscripciones, pero que
también implicara la condena de la violencia de todos los partidos políticos. También propuso
una candidatura presidencial que fuera aceptable para las Fuerzas Armadas y que contara con
el apoyo de los partidos políticos. Como vimos, la estrategia política de Lanusse fracasó, y en
un clima de gran euforia popular, se produjo el triunfo electoral peronista.

El 25 de mayo de 1973, Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima asumieron respectivamente la


presidencia y la vicepresidencia de la nación. El final de la dictadura fue una fiesta popular.
Tras siete años de represión y dictadura, los militares abandonaban el poder dando paso al
retorno del peronismo que quedó así rehabilitado luego de diecisiete años de persecución. En
la Plaza de Mayo, los manifestantes repudiaron a la dictadura saliente y levantaron consignas
de lucha y alegría: "Se van, se van y ya nunca volverán" era una de ellas.

El nuevo gobierno estaba presidido por Cámpora, un dirigente histórico del peronismo, que sin
embargo no presidía el movimiento. Si bien Perón había sido prohibido como candidato, la
conducción sobre el movimiento peronista estaba en sus manos. La integración del gabinete
de Cámpora mostró la realidad de un peronismo que abarcaba a sectores y grupos sumamente
heterogéneos. El gabinete de Cámpora recogió, por tanto, a dirigentes que provenían desde la
izquierda hasta los sectores más reaccionarios y conservadores del peronismo. Por ejemplo,
representaban al primer grupo, el ministro del Interior, Esteban Righi, y al segundo los
ministros de Bienestar José López Rega y el canciller Alberto Vignes. López Rega era un policía
retirado que se había convertido en el mayordomo y secretario de Perón durante el exilio y
que, por lo tanto, se suponía era muy cercano al líder justicialista.
Una vez en el poder, los conflictos internos del peronismo, recrudecieron. Inicialmente, los
enfrentamientos se desataron entre, por un lado, los dirigentes sindicales -entonces conocidos
como la "burocracia sindical" por el control ejercido sobre sus gremios y su escasa
combatividad- y la rama política del movimiento, contra los sectores más radicalizados: la
Juventud Peronista y las organizaciones armadas, conocidos como "la tendencia
revolucionaria". Cámpora que tenía una larga trayectoria -había sido diputado y presidente de
esa cámara entre 1948 y 1952- concedió importantes posiciones a la izquierda del peronismo
dentro del gobierno.

El 20 de junio de 1973 estalló el enfrentamiento armado entre los distintos sectores del
peronismo. La ocasión se produjo en el acto que se organizó en Ezeiza con motivo del regreso
definitivo de Perón al país. Poco antes de que el avión aterrizara, se desencadenó un trágico
enfrentamiento armado entre la derecha y la "tendencia". Desde el palco oficial, controlado
por grupos de la derecha, se desató una balacera contra los grupos de izquierda y la multitud
en general, provocando un gran número de muertos y heridos. Finalmente, el avión que
trasladaba al presidente Cámpora, Perón y su esposa Isabel debió aterrizar en la base aérea de
Morón. Instalado en el país, Perón condenó la violencia política y alertó contra lo que ahora
denominaba como "infiltrados" a los que, desde la izquierda o la derecha, trataban de desviar
a su movimiento. Muy pronto quedó claro que la dirigencia gremial y la rama política habían
obtenido la victoria y con ella algunas ventajas. El 13 de julio, a solo cuarenta y cinco días de
haber asumido, Cámpora y Solano Lima presentaron la renuncia para permitir a Perón retornar
al gobierno. En efecto, la salida de Cámpora significó la pérdida de influencia de la izquierda
peronista sobre el gobierno. Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de
López Rega, se hizo cargo del gobierno, convocando a nuevas elecciones.

El regreso de Perón a la presidencia era percibido por la mayoría de la sociedad como una
reivindicación histórica del viejo líder. Incluso, sectores que se habían enfrentado con él
durante su primera y segunda presidencia, como las entidades empresarias que representaban
al capital más concentrado y las fuerzas políticas tradicionalmente antiperonistas, entendían
que solo Perón podía poner fin a la aguda crisis política, la inestabilidad institucional, el
estallido de la violencia y la radicalización. Para los dirigentes gremiales y los políticos
peronistas, la vuelta de Perón era la forma de recuperar el poder por el cual -argumentaban-
habían luchado durante diecisiete años. Para su entorno, integrado básicamente por su esposa
Isabel y su secretario privado López Rega, el ascenso de Perón a la presidencia significaba
poder e influencia. La izquierda peronista aunque interpretó negativamente la renuncia de
Cámpora, no podía oponerse al líder del movimiento y finalmente adhirió con fuerza a la
candidatura de Perón. Finalmente, el Congreso del Justicialismo eligió la fórmula Perón-Isabel
Perón para las elecciones de septiembre de 1973. Los radicales, por su parte, eligieron la
formula integrada por Ricardo Balbín y Fernando de la Rúa, ambos dirigentes del sector
conservador del partido. En las elecciones Perón se impuso por el 62% de los sufragios.

La tercera presidencia de Perón, 1973-1974

El retorno de Perón al poder se dio en un contexto de crecientes dificultades económicas y de


reversión en la ola de ascenso de las izquierdas en América Latina. Poco antes de las elecciones
presidenciales que lo consagraron presidente, el 11 de septiembre, se produjo el sangriento
derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular en Chile, conducido por el socialista Salvador
Allende. Con excepción de Argentina y, por pocos meses, de Uruguay gobernado por José
María Bordaberry, el cono sur de América Latina estaba dominado por dictaduras militares. La
caída de Allende, propiciada y alentada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el
Departamento de Estado de los Estados Unidos, dio paso a la instalación de la dictadura del
general Augusto Pinochet, quien encabezó un régimen militar que desató la violación
sistemática y abierta de los derechos humanos, anticipando lo que ocurriría en Argentina luego
de 1976.

Poco después de las elecciones que consagraron a Perón, se produjo en Buenos Aires el
asesinato del líder de la CGT y de las 62 Organizaciones Peronistas, José Ignacio Rucci. Aunque
entonces el crimen no fue reivindicado por ningún grupo político, era claro que el ataque
provenía de sectores radicalizados del peronismo enfrentados con la “burocracia sindical” a
quienes consideraban como contrarios a la “revolución”.

El 12 de octubre de 1973, Perón asumió por tercera vez la presidencia de la República. Su


tercera administración se prolongaría por solo nueve meses. En ese breve periodo, el
presidente alentó una estrategia política que buscaba una salida consensuada de los
problemas que enfrentaba el país. A diferencia de sus dos primeros gobiernos, Perón buscó la
colaboración de las fuerzas políticas opositoras y alentó la colaboración entre partidos en el
Congreso. Incluso, se reunió en varias oportunidades con Ricardo Balbín, líder de la UCR, con
quien buscaba celebrar acuerdos políticos. Por otra parte, el gobierno otorgó un lugar
destacado a la Confederación General Empresaria, entidad que agrupaba a los sectores
empresarios menos concentrados. El presidente de esa entidad, José B. Gelbard, fue
nombrado ministro de Economía y propuso un acuerdo económico entre las principales
corporaciones (la CGE y la CGT) que se conoció como “Pacto Social”. Por medio de él, se
dispuso una tregua en el conflicto por la distribución del ingreso, mediante el congelamiento
de los precios y los salarios por dos años. A fines de 1973, se lanzó también un Plan Trienal
para la Reconstrucción y Liberación Nacional, que incluyó varios proyectos legislativos que
introducían reformas económicas como, por ejemplo, la Ley Agraria, que disponía la
posibilidad de la expropiación; otra que establecía un impuesto a las tierras “improductivas”; la
Ley de Inversiones Extranjeras, que limitaba la transnacionalización de sectores estratégicos
como las telecomunicaciones, las industrias básicas y la explotación petrolífera; tres leyes para
el sector manufacturero, estimulando nuevas ramas y alentando a las pequeñas y medianas
empresas; una norma que establecía la creación de la Corporación de Empresas Públicas como
ente de gobierno de las empresas estatales hasta entonces administradas sin un orden ni un
programa de conjunto, entre otras.

La política económica tuvo un importante éxito inicial, en gran medida gracias a un contexto
internacional muy favorable para las exportaciones argentinas, y también por el fuerte
respaldo político con que contaba el Pacto Social. La inflación descendió y trepó la
participación de los trabajadores en la distribución del ingreso.

Pero los problemas políticos estaban a la orden del día. En enero de 1974, un ataque del ERP a
la guarnición militar de Azul, endureció la posición del gobierno peronista. Se dispuso una
reforma al Código Penal que incrementó notablemente las penas para los delitos relacionados
con la violencia política (secuestros, incitación a la violencia, uso de explosivos, etc.). Ocho
diputados de la Juventud Peronista que se resistieron a las reformas por su carácter represivo
debieron renunciar a sus bancas y fueron expulsados del partido. A partir de ese momento y
hasta el nuevo golpe militar, los discursos en contra de la violencia y de la “subversión” se
hicieron más contundentes y las medidas de represión se acentuaron. Nada de ello permitía
imaginar lo que vendría después de 1976 -el terrorismo de estado-, pero sin embargo estas
acciones marcaban una tendencia autoritaria que se nutría de la tradición política del país.
En ocasión de la concentración organizada para la conmemoración del Día del Trabajador, el 1
de mayo de 1974, el cuestionamiento hasta entonces larvado de la izquierda justicialista a la
autoridad de Perón se desató como conflicto abierto. Desde los balcones de la Casa Rosada, y
ante los cuestionamientos de la izquierda, Perón fustigó a la Juventud Peronista y los
Montoneros, quienes se retiraron en medio de disturbios. A partir de ese momento, la ruptura
del peronismo fue un hecho incontrastable.

El estado frente a la violencia

“Entre 1973 y 1974, el incremento de las acciones paraestatales y de las organizaciones


armadas de izquierda se transformó en rutina, lo que generó un estado de normalidad y de
convivencia cotidiana con la violencia armada. Pero también se instaló su contracara: una
política gubernamental cada vez más represiva, justificada en la “necesidad” de preservar a la
nación y a las instituciones amenazadas por esa violencia. Por esa vía comenzó a instalarse el
argumento de la “necesidad” y la recreación permanente de los enemigos internos,
intrapartidarios y extrapartidarios que justificaron la implementación de una normativa legal
basada en el recorte sistemático de las libertades democráticas y en la suspensión progresiva
del Estado de derecho en nombre precisamente de su preservación. De esta forma, el Estado de
excepción se abrió paso y se profundizó de manera sistemática desde 1973, tan solo pocos
meses después de la reposición del Estado de derecho”.

Franco, M. (2012). Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y „subversion‟, 1973-
1976. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p.64

A las dificultades políticas se le sumaron hacia mediados de año, los problemas económicos. El
contexto internacional empeoró notablemente con la crisis del petróleo y el
desencadenamiento de un nuevo tipo de recesión en las economías industrializadas, que se
conoció como estanflación porque combinaba la recesión con una fuerte inflación. En la
economía argentina, los efectos fueron muy negativos, debido sobre todo a la caída de los
precios internacionales de los productos de exportación. Al mismo tiempo, las tensiones
inflacionarias reaparecieron debido a políticas monetarias y crediticias muy expansivas. La
inflación reavivó las presiones de los empresarios que, a través del mercado negro y los
desabastecimientos, trataban de eludir el cumplimiento de los precios máximos acordados con
el gobierno. Estas maniobras provocaron descontentos entre los sectores populares y sobre
todo la presión de las bases obreras sobre sus organizaciones sindicales para obtener mejoras
salariales. En definitiva, el Pacto Social parecía naufragar en medio de la reactivación del
conflicto por la distribución del ingreso. El 12 de junio Perón habló por última vez desde los
balcones de la Casa Rosada, para reclamar el apoyo al “Pacto Social”. El movimiento obrero
apoyó al presidente quien ratificó la bondad de sus políticas económicas y sociales.

El giro a la derecha y la crisis del peronismo, 1974-1976

El 1 de julio de 1974 murió el presidente Juan D. Perón. Su esposa y vicepresidente, María


Estela Martínez, conocida como Isabel, asumió la presidencia. La muerte del líder justicialista
produjo un enorme vacío político y un sentimiento generalizado de incertidumbre y orfandad.
Durante sus breves funerales, todos los sectores del país afirmaron su respaldo al
mantenimiento del orden constitucional. Así se sucedieron comunicados de las entidades
empresarias, los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones civiles, las Fuerzas Armadas
y las organizaciones populares. Pero muy pronto quedó claro que se trataba de un gesto
formal ante la muerte del mayor líder político argentino del siglo XX. Con la desaparición física
del viejo caudillo, se desvaneció también el poder de convocatoria que el mandatario tenía
para alentar un camino de negociación y consenso destinado a resolver los conflictos sociales,
políticos y económicos que padecía el país.

El conflicto estalló primero en el seno del peronismo. Isabel Perón y López Rega se aliaron con
los dirigentes sindicales para expulsar del gobierno a todos los sectores que tenían una
vinculación con la izquierda. En unos meses, el gobierno quedó en manos de viejos dirigentes
peronistas. Incluso, la presión sindical y la falta de apoyo presidencial obligaron a Gelbard a
presentar su renuncia como ministro de Economía, cargo en el que fue reemplazado por
Alfredo Gómez Morales quien había cumplido esas funciones entre 1949 y 1955. Pero también
se produjeron purgas que afectaron al resto del aparato estatal. En el Ministerio de Educación
Jorge Taiana fue reemplazado por el cirujano Oscar Ivanissevich, vinculado a la derecha del
peronismo. El intelectual marxista Rodolfo Puiggrós, que había sido nombrado rector
interventor de la Universidad de Buenos Aires por Cámpora, fue removido y en su lugar fue
designado Alberto Ottalagano, un dirigente peronista que adhería abiertamente al fascismo. El
ministro de Bienestar Social y secretario privado de la presidente, López Rega, ocupó una
posición dominante en el nuevo gabinete. El ex secretario de Perón y ministro de Bienestar
Social fue sindicado como el organizador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), una
organización paraestatal que perpetró numerosos asesinatos políticos y que amenazó de
muerte a cientos de artistas, escritores, dirigentes políticos y sindicales.

El giro derechista del gobierno de Isabel Perón no fue suficiente para asegurar su continuidad
en el poder político. La alianza entre la presidente y el movimiento obrero se resquebrajó a
mediados de 1975, cuando se ensayó un drástico cambio de orientación de la política
económica que era un ataque al movimiento obrero y la clase trabajadora en su conjunto. En
efecto, en junio, el ingeniero Celestino Rodrigo, viejo militante peronista pero ahora ligado a
López Rega, asumió como ministro de Economía y anunció una devaluación del 100%,
incrementos similares en la nafta y los servicios públicos. El “Rodrigazo” tuvo un efecto muy
negativo porque implicó una fuerte redistribución del ingreso en contra de los asalariados. De
hecho, Rodrigo anunció que el gobierno no autorizaría aumentos salariales superiores al 50%,
lo que era desde el punto de vista económico y político inaceptable. De inmediato, la CGT se
movilizó y realizó un paro nacional de 48 horas como medida de protesta, pero los
manifestantes ampliaron sus reclamos exigiendo la renuncia de Rodrigo y López Rega. La
presidente finalmente cedió y removió a todos sus ministros. López Rega salió del país y ya no
volvería hasta 1988 en calidad de detenido y acusado de haber organizado la Triple A.

Después del “Rodrigazo”, el gobierno de Isabel quedó en manos de los gremios peronistas. La
situación económica se deterioró notablemente. Los incrementos de precios alentaron
conflictos y nuevos aumentos. Los actores económicos respondieron con una lógica perversa:
los empresarios cedían a los pedidos de aumentos, pero luego trasladaban esos aumentos a
los precios, o bien organizaban el desabastecimiento sistemático. La estrategia parecía ser
“cuanto peor, mejor”, con la peregrina idea de que ello aceleraría el final del gobierno y un
contexto mejor para imponer una política económica más favorable al capital.

El “Rodrigazo” marcó también el comienzo de la conspiración que terminaría con el


derrocamiento de Isabel Perón. Una crisis en el Ejército condujo al general antiperonista Jorge
Videla a la comandancia en Jefe. En septiembre de 1975, el retiro temporario de la presidente,
en licencia por enfermedad, pareció abrir una instancia de resolución de la crisis política. En el
ínterin, el presidente provisional Ítalo Luder ensayó más concesiones a las Fuerzas Armadas,
firmando el decreto que disponía que debían “aniquilar a la subversión”.
No obstante, el poder militar de las guerrillas, que sería usado como argumento para el asalto
al poder, ya estaba en franca disminución. En diciembre de 1975, el asalto a la guarnición de
Monte Chingolo fue ferozmente reprimido, evidenciando el declive militar de las
organizaciones armadas. En realidad, aunque el gobierno prefería desmentirlo, el golpe militar
estaba en marcha con el apoyo de sectores civiles y militares. El anuncio de adelantamiento de
las elecciones presidenciales para octubre de 1976 no logró revertir este el proceso. Un día
más tarde, el 18 de diciembre, el brigadier Jesús Cappellini se rebeló contra el gobierno
exigiendo la renuncia de la presidente. El golpe fracasó pero como derivación del mismo, el
brigadier Orlando Agosti asumió la jefatura de la Fuerza Aérea y la orientó a favor del golpe ya
planificado por el general Videla y el almirante Eduardo Massera.

El dramático final del régimen constitucional fue epilogado por una “huelga del capital”. La
Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias (APEGE), que agrupaba a las
organizaciones representativas del capital más concentrado como el Consejo Empresario
Argentino, la Sociedad Rural, y a otras entidades más ligadas a la mediana empresa, como al
Federación Económica de la Provincia de Buenos Aires, convocó a un paro nacional contra el
gobierno en febrero de 1976. Un mes más tarde, el gobierno peronista fue derrocado.

Bibliografía obligatoria:

 Clase 12
 Altamirano, C. “Desarrollo y Desarrollistas” En: Bajo el signo de las masas (1943-
1973), Bs. As, Ariel, 2001. ALTAMIRANO-Desarrollo y Desarrollistas

 Gordillo, M. “Protesta, rebelión y movilización: De la Resistencia a la lucha arrmada


(1955-1973)”,Bs.As, Sudamericana, Nueva Historia Argentina, T.IX, 2003. (págs 348-
379).
Gordillo_-_Protesta,_Rebelion_y_Movilizacion

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