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LOS PRIMEROS FILOSOFOS.

Ahora bien, en opinión de Aristóteles, lo que caracteriza a los primeros filósofos es


la búsqueda de una explicación última del mundo: su primer principio o arjé
(ἀρχή). El termino arjé no se encuentra en los fragmentos que conservamos de
Tales, y probablemente sea un hallazgo de su discípulo Anaximandro. Se lo
describe como el «elemento (…) primero de todas las cosas». El arjé tiene tres
características:

1) Es la fuente de la que todo proviene: «a partir del cual todas las cosas existen y
llegan por primera vez al ser».

2) Es el término último en que todo se resuelven: «en el que terminan por


convertirse en su corrupción».

3) Es aquello que subyace y sostiene a las demás realidades; lo que permanece a


través del cambio: «es necesario que haya alguna sustancia natural (...) de la que
nazcan las demás, mientras ésta se conserva».

El arjé que los Presocráticos buscan es, por tanto, una naturaleza o physis
(φύσις), entendida no en el sentido moderno, sino como realidad primera y
fundamental, capaz de dar una explicación convincente acerca del origen, la
estabilidad y el destino del mundo que nos rodea. Por este motivo, Aristóteles
llama a estos filósofos “fisiólogos”.

Tales de Mileto.

La explicación universal y racional que sostuvo Tales fue que el agua es origen de
todas las cosas que existen, el elemento primero:

La mayoría de los primeros filósofos consideró que los principios de todas las
cosas eran solo los que tienen aspecto material […] En cuanto al número y a la
forma de tal principio, no todos dicen lo mismo, sino que Tales, el iniciador de este
tipo de filosofía, afirma que es el agua, por lo que también declaró que la tierra
esta sobre el agua. Concibió tal vez esta suposición por ver que el alimento de
todas las cosas es húmedo y porque de lo húmedo nace del propio calor y por él
vive. Y es que aquello de lo que nacen es el principio de todas las cosas. Por eso
concibió tal suposición, además de porque las semillas de todas las cosas tienen
naturaleza húmeda y el agua es el principio de la naturaleza para las cosas
húmedas (Aristóteles, Metafísica).

En cuanto al alma, la considera como dadora de vida, movimiento y divina. Como


en la época en la que vive, todavía no se diferenciaba entre seres vivientes y no
vivientes. Tales atribuye vida al agua, porque como el agua se mueve sola
(véanse los mares o los ríos), esta debe tener alma, puesto que el alma es lo que
hace moverse las cosas. Y también es divina (está llena de dioses) porque el alma
es divina para él. «Así por lo tanto, el agua para Tales es, el origen de todo, está
llena de dioses y tiene vida propia». Y de manera parecida que con el agua,
razona para con las piedras imán. Como estas se mueven solas, piensa que están
vivas, o que «hay algo vivo en ellas».

Algunos afirman que el alma se halla entreverada en el todo. Posiblemente por


este motivo es por el que Tales pensó que todo estaba lleno de dioses
(Aristóteles, Acerca del alma).

Parece que también Tales, según cuentan, supuso que el alma era algo capaz de
producir movimiento, si es que afirmó que la piedra imán tiene alma porque mueve
al hierro.

Y por último, de nuevo Aristóteles en Sobre el cielo y Séneca en Cuestiones


naturales afirman que Tales sostenía que la tierra sobre la que pisamos es una
especie de isla que «flota» sobre el agua de forma parecida a un leño y por ello la
tierra a veces tiembla. Al no estar sostenida sobre unas bases fijas si no que como
está flotando sobre el agua, esta la hace tambalearse.

Anaximandro.
El pensamiento de Anaximandro se centra en que el principio de todas las cosas o
arjé es lo indefinido e indeterminado o ápeiron. Este es inmortal, indestructible,
ingénito e imperecedero y de él se engendran todas las cosas. Todo sale y todo
vuelve al ápeiron según un ciclo necesario. De él se separan las sustancias
opuestas entre sí en el mundo y, cuando prevalece la una sobre la otra, se
produce una reacción que restablece el equilibrio según la necesidad, pues se
pagan mutua pena y retribución por su injusticia según la disposición del tiempo.

Para Anaximandro, el arjé es lo ápeiron (de a: partícula privativa; y peras: ‘límite,


perímetro’), es decir, lo indeterminado e ilimitado. Lo que es principio de
determinación de toda realidad ha de ser indeterminado, y precisamente ápeiron
designa de manera abstracta esta cualidad. Lo ápeiron es eterno, siempre activo y
semoviente.

El principio (arjé) de todas las cosas es lo indeterminado (ápeiron). Ahora bien, allí
mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la
destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan las culpas unas a otras y la
reparación de la injusticia, según el orden del tiempo.

La «injusticia» puede tener dos sentidos. Primero, que toda existencia individual y
todo devenir es una especie de usurpación contra el arjé, en cuanto que nacer,
individuarse, es separarse de la unidad primitiva (algo parecido se encuentra en
las doctrinas budistas, que ven el mal en la individualidad). Y segundo, que los
seres que se separan del arjé están condenados a oponerse entre sí, a cometer
injusticia unos con otros: el calor comete injusticia en verano y el frío en invierno.
El devenir está animado por la unilateralidad de cada parte, expresada ante las
otras como una oposición (Esta idea se volverá a ver más tarde en Heráclito).

Anaxímenes.

Anaxímenes pone como arjé el aire que es un principio infinito, como el ápeiron de
Anaximandro; pero determinado, como el agua de Tales. Por ello podemos
interpretar la filosofía de Anaxímenes como un intento de síntesis entre Tales y
Anaximandro. El racionalismo de Anaximandro es un racionalismo abierto pues la
transformación de unas cosas en otras sólo es posible por medio del ápeiron. En
Anaxímenes asistimos nuevamente al racionalismo cerrado del grupo de
transformaciones. El aire como arjé sustituye al agua de Tales, pero a la vez
incorpora alguna de las propiedades del ápeiron de Anaximandro. En
Anaximandro el arjé es infinito e indeterminado. Para Anaxímenes el aire, como
arjé, es un ápeiron (infinito) pero determinado.

¿Pero por qué elegir al aire como arjé y no al fuego, a la tierra, o al agua?
Probablemente Anaxímenes encontró en el aire empírico una serie de
propiedades que desempeñarían mejor que otros elementos las funciones de arjé.

En primer lugar la invisibilidad y la infinitud del aire. Según noticia de Hipólito (Ref.
I 7, 3) el aire “cuando es perfecto es imperceptible a la vista”. El aire es infinito
pero determinado. Pero la determinación del aire es más abstracta a los sentidos
que la del agua: es invisible como el ápeiron. Tanto es así que se confunde con el
vacío y su existencia como cuerpo no será demostrada hasta tiempos de
Empédocles y Anaxágoras (experimento de la clepsidra). El aire es infinito y
“abarca todo el cosmos” (Aecio, I 3, 4) pues el aire empírico parece no tener
límites, ocupa una vasta región del mundo ya desarrollado y penetra todas las
cosas (los huecos de la Tierra están ocupados por el aire): la omnipresencia
extensiva del aire empírico es mayor que la del agua. El aire es además un
principio activo y en movimiento (empuja los barcos, encrespa las olas, arrasa los
poblados, etc.).

En segundo lugar el aire tiene carácter divino («Anaxímenes dice que el aire es
dios», Aecio, I 7, 13) y se compara con el alma. El aire se emparenta desde
antaño con las potencias anímicas (Aecio, I 3, 4):«Así como nuestra alma (yuch')
al ser aire nos mantiene unidos, así también el aliento (pneûma) o aire abarca a
todo el cosmos». En el texto anterior se mantiene una comparación entre el aire
cósmico con el pneuma y con el alma aliento, en cuanto principio de vida.

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