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FRASER MACDONALD
11 NOV 2021 - 22:30 CST
Solo un 1,7% de los habitantes de Papúa Nueva Guinea ha sido vacunado con la pauta completa
contra la covid-19. Esto es motivo de preocupación para la comunidad internacional, que ve cómo
el virus se expande por una población muy expuesta que presenta altas tasas de comorbilidad y
unos niveles muy bajos de acceso a atención médica. El estado de ánimo en el país, sin embargo,
es muy diferente. No hay duda de que hay mucho miedo, sí. Pero la causa es la propia vacuna.
Muchos habitantes de Papúa Nueva Guinea podrían inmunizarse, incluso en los rincones más
remotos del país. Hablamos de personas que no son en absoluto ajenas ni a los medicamentos
inyectados ni a las vacunas, que allí se administran contra enfermedades como la polio y el
sarampión.
Pero millones de papúes no se están poniendo las dosis porque le tienen terror a la del coronavirus
en concreta. No se trata de reticencia, sino de una oposición frontal. De una antipatía radical.
Algunos responsables locales de las campañas de salud han sido amenazados de
muerte y atacados por muchedumbres furiosas, que los consideran parte de una “campaña de
terror”.
Además, la nueva ley que obliga a estar inmunizado para poder trabajar ha recibido como
respuesta procedimientos judiciales, dimisiones en bloque y el mercadeo de certificados de
vacunación falsos. Todo ello para esquivar la temida inyección. ¿Por qué hay una resistencia tan
fiera? La diferencia clave, y cualquier buen antropólogo lo confirmaría, es el contexto cultural.
Cualquier intento por entender estas visiones locales debe tener en cuenta, primero, que en las
sociedades de la Melanesia lo físico está íntimamente relacionado con lo moral y con lo espiritual.
Esto explica que, en muchos casos, las explicaciones biomédicas de las enfermedades ocupen un
lugar secundario frente a otras explicaciones. O que sean irrelevantes.
Esto se explica a su vez por los pocos o nulos esfuerzos que el Gobierno ha dedicado a la
educación de los habitantes. Especialmente para los que viven en entornos rurales, que suponen el
80% del total. Por ejemplo, cuando una persona que debería estar sana contrae una enfermedad o
muere, lo achacan al efecto de un conjuro o a prácticas de brujería. Estas creencias, que están
muy vinculadas a envidias y conflictos interpersonales, son las que desde este punto de vista
habrían provocado el misterioso ataque.
Cuando una persona que debería estar sana contrae una enfermedad o muere, lo achacan al efecto
de un conjuro o a prácticas de brujería
La práctica totalidad de los habitantes (un 99,2%) es cristiana. Las iglesias evangélicas y
pentecostalistas ejercen una gran influencia social en el país. En Papúa Nueva Guinea el
cristianismo no solo ofrece la promesa de la salvación eterna, sino que, además, la Biblia y ciertas
ideas proféticas juegan un papel determinante a la hora de explicar cómo la gente vive y percibe el
mundo.
En Papúa Nueva Guinea el cristianismo la Biblia y ciertas ideas proféticas juegan un papel
determinante a la hora de explicar cómo la gente vive y percibe el mundo
Muchos cristianos, sobre todo de las citadas ramas pentecostalista y evangélica, creen que el fin
del mundo está cerca e irá precedido por la segunda venida de Jesucristo. Desde este punto de
vista, resulta clave explicar que el inminente retorno de Jesucristo estará precedido por la
decadencia moral acelerada del mundo y por la imposición de la marca de la bestia sobre toda la
humanidad, un proceso auspiciado por Satanás. Muchos creyentes, por tanto, no dejan de escrutar
el mundo continuamente y con temor en busca de esta señal definitiva.
Hace unos años, algunos papúes afirmaron que esta marca eran los códigos de barras, y más
recientemente señalaron al carné de identidad nacional que quiso implantar el Gobierno. Ahora,
aunque se trate de algo de una magnitud y una virulencia muy diferentes, la señal de la bestia sería
la vacuna contra la covid-19.
Prueba de ello son las consignas que un grupo de manifestantes antivacunas coreaban
recientemente: “Chips 666 fuera” o “microchips satánicos fuera de aquí”. Desde esta creencia, los
viales serían el instrumento de los grandes poderes de una tiranía cósmica universal. La rapidez
con la que se elaboró, el hecho de que se administre en todo el mundo y las coacciones con las
que supuestamente se inocula serían indicios nítidos de su origen diabólico.
Este tipo de teorías han florecido ante la ausencia de un conocimiento biomédico occidental (o
ante la falta de confianza en él). Los papúes más próximos a la cultura occidental a menudo
intentan en vano de convencer a sus compatriotas contra este tipo de ideas.
Tratamientos alternativos
Pero al mismo tiempo que se resisten de forma desafiante a ser protegidos, los papúes saben de
sobra que la covid-19 es real y que hace que la gente enferme.
Descartadas las vacunas, los papúes se decantan por tres tipos fundamentales de tratamiento:
rezos y sanaciones, remedios naturales y la confianza en una supuesta inmunidad natural
Descartadas las vacunas, los papúes se decantan por tres tipos fundamentales de tratamiento:
rezos y sanaciones, remedios naturales y la confianza en una supuesta inmunidad natural fuerte
frente a la enfermedad. En la medida en que las creencias religiosas en el país están muy
influenciadas por las tradiciones evangélica y pentecostalista, muchas personas le rezan a Dios, a
Jesús y al Espíritu Santo no solo para mitigar, sino también para erradicar la enfermedad diabólica.
Además, otros están volviendo a remedios orgánicos tradicionales para protegerse frente al
coronavirus. Esto se traduce básicamente en el consumo de diversas especias y hojas. Por último,
en Papúa Nueva Guinea existe una creencia profundamente enraizada sobre que la gente de allí
posee de forma innata un poderoso sistema inmunitario que, favorecido por una alimentación a
base de productos de sus huertas, les hace ser más resistentes frente a los embates del
coronavirus.
¿Qué pueden hacer las autoridades?
Para la mayoría de los occidentales, las vacunas son algo bueno de manera intrínseca y evidente.
Pero para muchos papúes estas son una amenaza peligrosa, siniestra y desconocida. Se debe,
como hemos dicho, a una combinación de factores entre los que destacan la incapacidad del
Gobierno, la fuerte religiosidad y una justificada desconfianza hacia los extranjeros.
Al mismo tiempo se pueden evitar muertes y tratar de disipar la gruesa capa de incertidumbre que
rodea a las vacunas. Pero la pregunta es: ¿cómo hacerlo?
Debería ofrecerse información detallada sobre las dosis (incluyendo datos sobre su creación,
contenidos, eficacia y posibles efectos secundarios) para que la gente tuviera un conocimiento
pleno sobre ella antes de pedirle que se la ponga. Pedir insistentemente a los ciudadanos que lo
hagan cuando dispone una información mínima no es ni justo ni ético.
El éxito de este esfuerzo para alejarlos de una catástrofe sanitaria incluiría hacer entender a los
ciudadanos de a pie que la vacuna es una bendición divina, no una maldición diabólica.