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EL SUJETO: LOS ESPACIOS PÚBLICOS

Y PRIVADOS DESDE EL GÉNERO


Yamile Delgado de Smith*

RESUMEN
Se ubica la mirada en argumentos que evidencian que el sujeto no es estático. Tal
afirmación significa que las esferas públicas y privadas también son móviles. En
ese sentido, el presente documento ubica la reflexión en tres aspectos. En primer
lugar, el significado del sujeto desde una perspectiva de género. En segundo lugar, el
debate sobre la dicotomía entre lo público y lo privado, categorías desde las cuales se
fundamenta que el sujeto es móvil. Finalmente, se incorpora a la discusión el poder
como una categoría de análisis ineludible para la comprensión del sujeto móvil desde
una perspectiva de género.
Palabras clave: Sujeto, Espacio Público, Espacio Privado, Género.

THE SUBJECT: PUBLIC AND PRIVATE SPACE


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A GENDER PERSPECTIVE

ABSTRACT
The focus is on arguments that evidence that the subject is not static. Such a statement
means that the public and private spheres are also dynamic. In this sense, the present
document places the reflection on three aspects. In first place, the meaning of subject
from the perspective of gender. In second place, the debate of the public and private
dichotomy –categories on the basis of which the subject is founded. Finally, it
incorporates power into the discussion, as a pivotal category to understand the dynamic
subject from gender.
Key words: Subject, Public Space, Private Space, Gender.

* Doctora en Ciencias Sociales. Profesora Titular y Jefa del Departamento de Proyectos de Investigación de la Escuela
de Relaciones Industriales de la Universidad de Carabobo. PPI nivel II. Delegada por Venezuela de la Asociación
Latinoamericana de Sociología del Trabajo (ALAST). Coordinadora del Grupo de Estudios Latinoamericano (GEL).
Directora de Observatorio Laboral Revista Venezolana y coordinadora de la serie Mujeres en el Mundo. Correo
Electronico: yamilesmith@gmail.com
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Artículo recibido en octubre de 2008 y arbitrado en noviembre de 2008.
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Yamile Delgado de Smith
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El sujeto desde la mirada del género

Centrar la discusión alrededor del sujeto reviste importancia desde


el feminismo. Esta perspectiva y/o corriente de análisis observa cómo
la diferencia entre los géneros en las sociedades se construye signando
lo masculino como hegemónico y lo femenino como subordinado. La
perspectiva de género se utiliza en oposición al término sexo por cuanto
éste sólo expresa lo reduccionista del carácter biológico, a diferencia de las
características socialmente construidas que acoge el significado de género
(Amorós, 1997:19). En la obra El segundo sexo, de Beauvoir, publicada por
primera vez en 1949, se expresa claramente que no existe ningún destino
biológico, psicológico o económico que determine el papel que un ser
humano desempeña en la sociedad; lo que produce ese ser indeterminado
entre el hombre y el eunuco que se considera femenino, es la civilización
en su conjunto. Como aclara Mc Dowell (2000:30), la diferencia entre
género y sexo permite teorizar sobre el primero como creación social o
cultural del segundo, al tiempo que lo convierte en materia susceptible de
cambios. El concepto de género es una herramienta analítica de reciente
creación desde el punto de vista de las Ciencias Sociales. Fue introducido
por los estudios psicológicos sobre la identidad personal (Stoller, 1985), en
el marco de una búsqueda de diferenciación entre biología y cultura, de tal
manera que el sexo fue relacionado con la biología (hormonas, genes, sistema
nervioso, morfología) y el género con la cultura (Psicología, Sociología)
(Haraway, 1995:225). El concepto se difundió de manera más amplia en el
ámbito norteamericano en los años ochenta, y en la producción académica
latinoamericana, en los años noventa (Víveros, 2004:171).
En un principio, como lo aclara Víveros (2004), la noción de género se
desarrolló a partir de los roles sexuales según los cuales la sociedad divide
los rasgos humanos del carácter en dos, los especializa para construir las
actitudes y las conductas apropiadas para cada sexo y atribuirle una mitad
a los hombres y la otra mitad a las mujeres. Así lo ubican González y
Delgado de Smith (2007: 122) al expresar que el género es una categoría
que trasciende al sexo: Sexo/género tienen que ser diferenciados. El sexo se
refiere a lo biológico y el género a lo construido socialmente, lo ideológico,
lo simbólico (Lamas, 1996). Indiscutiblemente, la base biológica ha sido
el punto de partida de la definición dominante de género (Huggins, 2005).

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Al referirse a esta discusión González y Delgado de Smith (2007: 130)


refieren la obra El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, trabajo que
visibiliza cómo se estableció la jerarquía de los sexos. Se cree, señala la
autora, que los hombres tuvieron el privilegio de la fuerza física. Por otra
parte, la reproducción representó para la mujer un gran obstáculo. Por ello el
embarazo, el parto, la menstruación disminuyeron su capacidad de trabajo.
Su misión fue la preservación de la especie sufriendo pasivamente su destino
biológico, encerrada en la repetición y la inmanencia. Para Beauvoir, la
clave de la sujeción de la mujer está en la Biología, su desgracia estuvo
en quedarse única y exclusivamente repitiendo la vida, función asociada
absolutamente a su esencia.
Gayle Rubin (1975) precisa que el género es una división de los sexos
socialmente impuesta, producto de las relaciones sociales. Dentro de sus
propuestas está la de reorganizar el sistema sexo/género a través de acciones
políticas, donde se elimine el sistema social que ha creado el sexismo y el
género.
Para la autora, el intercambio de mujeres es la expresión más clara de
un sistema en el cual la subordinación de la mujer es el producto de unas
relaciones donde el sexo y el género son organizados y producidos. El
intercambio de mujeres, es la expresión de un sistema donde la subordinación
de la mujer es el producto de unas relaciones basadas en el sexo.
En la discusión sexo-género es imperativo rescatar lo señalado por Rubin,
cuyas ideas tienen su episteme en la obra de Lévi-Strauss (1969). En ésta
se aclara que las estructuras de parentesco en las sociedades primitivas
son formas primarias de organización social, que determinan la vida
económica, ceremonial y la actividad sexual de una comunidad. Uno de los
elementos claves del funcionamiento de estas estructuras fue el regalo. En
ese intercambio de dar y recibir los regalos, están las mujeres como objetos
del intercambio. Las leyes del intercambio fueron fijadas por los hombres.
La subordinación de la mujer es un pre-requisito para el despegue de la
naturaleza y la opresión sexual un predecesor de la explotación económica.
Con el intercambio, se establecen relaciones de parentesco donde el único
beneficiado es el hombre. La mujer intercambiada es símbolo de la alianza.
Para González y Delgado de Smith (ob.cit.), esta utilización simbólica marca,
al decir de Rubin, la entrada de la cultura: el reino de lo simbólico que es

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el reino cultural. Para clarificar la distancia entre sexo y género se dedican


los dos segmentos siguientes.
Los límites móviles del sujeto: El trabajo y los espacios
públicos y privados de las mujeres

Como en el pasado, el trabajo de las mujeres ha estado signado por


desigualdades y ausencia de oportunidades, no facilitadoras de su desarrollo.
En el presente siglo, este escenario no se ha podido superar; por el contrario,
se profundizan las brechas salariales y el aumento de empleo en situación de
precariedad, con lo cual el manto de la pobreza femenina se incrementa.
La importante presencia de la mujer en la vida pública y social,
desenmascara la inconsistencia de un mundo laboral edificado sobre valores
masculinos. De acuerdo a la OIT (2007), la relación empleo-población, que
indica la forma en la cual las economías aprovechan el potencial productivo
de la población en edad de trabajar, es mucho más baja para las mujeres que
para los hombres. Apenas la mitad de las mujeres en edad de trabajar, de
15 años o más, realmente trabajan, mientras que 7 de cada 10 hombres lo
hacen. ¿Dónde están estas mujeres? No tengo dudas de que se encuentran en
la esfera de lo privado. Cada mujer u hombre sintetiza en la experiencia de
sus vidas el proceso sociocultural e histórico que les hace ser precisamente
ese hombre y esa mujer, sujetos de su propia cultura, con límites impuestos
a su ser en el mundo por esa construcción correspondiente al género. En
una misma persona pueden confluir cosmovisiones de género diversas
(tradicionales, religiosas y otras más modernas). Existe un sincretismo en la
cultura como subjetividad, como vivencia social y también en la subjetividad
individual. Sincretismo que no deja de ocasionar tensiones y conflictos. Esta
acotación de género, refiere Fernández (2005:334), se expresa además en
una división/exclusión de la propia vida, que genera por un lado un espacio
“público” productivo, remunerado, moderno, con progreso científico-
técnico, con movilidad, conectado con el comercio, la política y los asuntos
internacionales; y por el otro lado un espacio “privado”, reproductivo,
estático, tradicional, conservador y no remunerado.
En estas contradicciones y siguiendo con las ideas de Fernández (2005),
lo masculino y el ser hombre aparece vinculado con el ámbito público. En ese
espacio “público” se espera que el hombre ostente sabiduría, poder, ejercicio

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del dominio y demuestre su excelencia y eficacia, su racionalidad. Este


espacio es visible, tangible, es el único en donde el trabajo es remunerado,
“medible”. En el ámbito público el poder económico, político, jurídico,
científico, religioso, bélico ha estado y está fundamentalmente en los
hombres.
Lo femenino, asignado a la mujer, se ubica de modo exclusivo en el
ámbito privado, doméstico, familiar. El ámbito “privado” aparece como
el propio de la mujer, la cual por naturaleza podría desempeñarse mejor
en ese sentido. Este es el espacio del cuidado, de la atención a los otros,
de los afectos, de la reproducción de la vida, del trabajo no remunerado e
invisible.
Por ser la mujer quien está mejor dotada para el ámbito de lo privado y
las exigencias que de éste se derivan, es que se busca evitar históricamente
el acceso al trabajo, a la educación, a la ciencia y desde luego a las esferas
de poder y toma de decisiones. En consecuencia, la participación de la
mujer en los procesos sociales y políticos sigue bloqueada por una especie
de “androcracia”, que ha alimentado la creencia de que el mundo de lo
público es privativo de los varones. Al respecto Hundek (2000:5) afirma que
algunos analistas han tratado de explicar esta marginalidad como resultado
de un escaso interés o incompatibilidad de las mujeres con la política,
derivado de una supuesta vocación maternal y orientación particularista.
Estos estereotipos, antes que explicar el fenómeno, reflejan más prejuicios
androcéntricos. Por eso cuando las mujeres se logran incorporar al mercado
de trabajo pretenden un doble objetivo: a) alcanzar una autonomía económica,
liberándose de la dependencia económica tradicional con relación a sus
maridos o simplemente de sus parejas; y b) reivindicar el reconocimiento
de una existencia social pública a través de su presencia en el espacio social
que mejor lo otorga en las sociedades modernas, el del mercado.
Como señala Boserup (1998):
En el sector moderno, esta pauta sexo, con el hombre llevando a
cabo los trabajos cualificados y de supervisión y la mujer los no
cualificados y subordinados, es la dominante tanto en los países en
vías de desarrollo como en los industrializados, por lo que a menudo
se considera como algo “natural”, tanto desde el punto de vista del
hombre como de la mujer (p.167).

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En tal sentido Touraine (2007) señala:


Es hora de recordar las debilidades de una política y de un
pensamiento que sólo buscan la igualdad entre hombres y mujeres,
pues ésta propone únicamente el alineamiento de las mujeres según
el modelo masculino, en el momento en que los hombres aspiran a
liberarse de una vida enteramente invadida por el trabajo. En cambio
hay que aceptar que las mujeres obtengan éxitos profesionales
inferiores a los de los hombres, si ése es el precio a pagar por
conciliar dos vidas (p.139).
El mayor número de ingresos de las mujeres a la actividad remunerada,
viene acompañado de una creciente feminización de los empleos de baja
productividad e incremento del sector informal y ello tiene explicación,
en buena parte, en las políticas públicas a las que se dedicará el siguiente
segmento. No viene mal fijar postura sobre el significado del binomio público
y privado por cuanto ya hemos mencionado estas categorías. Sobre ello, hay
una rica discusión y considero que siempre será un trabajo controvertido
encontrar acuerdo sobre la definición de uno y otro. Tradicionalmente
se relaciona lo público con lo político y lo privado con lo doméstico; no
obstante, estos deben ser acotados tomando en cuenta lo social e histórico
por cuanto los límites del concepto cambian. Argumentos sobre la
dificultad para definir lo privado y lo público los encontré en el trabajo El
cuerpo como espacio social: notas sobre cadáveres públicos y privados de
Cornell y Medina (2001). Allí las autoras señalan cómo lo privado invade
lo público. En su opinión y con base en la propuesta de Bourdieu (1994), el
cuerpo es privado, pero también reconocen que se han creado normas para
permitir la invasión a lo privado y hacerlo público; tal es el caso del examen
ginecológico. Hay otro ejemplo interesante que refleja cómo lo privado se
hace público. Es el caso del fetichismo del cuerpo; el cuerpo como mercancía
revela los límites inseguros entre dos esferas móviles, lo público y lo privado
(Cornell y Medina, 2001:187). Ciertamente, el tratamiento de los muertos no
es exclusivamente privado pero tampoco totalmente público. Los cadáveres
circulan en grupo limitado de familiares y allegados; pero dentro de la
arena política un cuerpo muerto puede transformarse en un espacio cargado
de significados sociales. Acá se observa una simbiosis de lo privado y lo
público. Estos ejemplos ubican con claridad la movilidad que puede tener
una categoría en el tránsito entre lo público y lo privado.

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El poder como elemento clave

El tiempo de las luchas de las mujeres ha permitido que puedan ser


observadas más allá de la vida doméstica. Estas circunstancias permiten
observar cómo los roles de género se han venido modificando en el tiempo
reflejando cambios en las estructuras de poder (Sen, 1990, 2000). Queda claro
que el género en sus inicios partió de las diferencias biológicas pero también
involucra una construcción sociocultural, a través de la cual se asignan y valoran,
de manera diferenciada, los derechos, responsabilidades, características y roles
entre hombres y mujeres, los cuales condicionan sus opciones de vida, hábitos,
desempeños, oportunidades, comportamientos, actitudes y expectativas (De
Beauvoir, 1949; Butler, 1995; Braidotti, 2005).
Es de indicar, como señala Ortiz (2004:570) citando a Jackson (1998:166),
que el problema no es que las mujeres se hallen o no presentes físicamente en
los ámbitos de toma de decisión o cuerpos consultivos, sino que su presencia
no garantiza que puedan reconocer, exteriorizar y defender sus intereses:
al contrario, pueden expresar lo que las facilitadoras y los facilitadores
de los proyectos desean oír en función de los intereses que reproducen su
situación de opresión. Como reseña el autor, es probable que las mujeres se
sientan socialmente incapaces de expresar sus intereses, por el temor a la
confrontación con los hombres.
La teoría de género, en sus diversas vertientes, nos brinda valiosas
herramientas conceptuales para comprender las relaciones de poder en las
que se hallan insertos hombres y mujeres. Las oportunidades de las mujeres
para elevar su estatus, con relación a los hombres de su sociedad, descansa
en su acceso creciente al trabajo generador de recursos. Al decir de Salzman
(1989:13), tal acceso está en su mayor parte controlado por élites que son
masculinas y cambia principalmente en respuesta a fuerzas que están fuera
del control de las mujeres.
Sin lugar a dudas, las relaciones de poder dentro de las sociedades
se reflejan en redes sociales y se reproducen a través de ellas. En este
contexto, las mujeres pueden verse afectadas desfavorablemente. Molyneaux
(2003:339) reconoce al menos dos de estas desventajas. En primer lugar, no
suelen pertenecer a los tipos de redes que aportan ventajas económicas en
el caso de los favores comerciales o políticos, los contactos valiosos suelen

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operar a través de grupos masculinos exclusivistas, en espacios masculinos


que excluyen a las mujeres. Además, requieren un tiempo y unos recursos
cuya accesibilidad está también relacionada con el género. En segundo lugar,
las redes femeninas suelen controlar menos recursos económicos y dependen
con mayor frecuencia de intercambios no monetarios de tiempo y trabajo
que pueden adaptarse a la división doméstica del trabajo.
Las políticas para el desarrollo diseñadas para aprovechar y optimizar
la utilidad del capital social, a menudo evitan abordar estas cuestiones y,
en consecuencia, sus proyectos pueden agudizar involuntariamente las
desigualdades sociales existentes al favorecer económica y organizativamente
a las redes masculinas y al dar a las mujeres por asumidas. Esto significa que
por lo general se considera que las mujeres no necesitan los mismos recursos
o el mismo apoyo. Situaciones de inequidad se presentan aún cuando se está
en los mejores escenarios de progreso económico.
Un ejemplo de ello, ya a finales de los ochenta, lo destacaba Saltzman
(1989:173) cuando explica que al producirse cambios tecnológicos y
económicos que aumentan la demanda de trabajadores en roles de trabajo
generador de recursos, las mujeres tienden a ganar nuevas oportunidades.
Sin embargo, sus logros se limitan principalmente a los niveles más bajos
de calificación y recompensas. Cuando tales cambios afectan de forma
adversa a la totalidad de las economías o partes de ellas, cuando afectan de
forma desproporcionada a los hombres, las mujeres experimentan los efectos
negativos del desempleo.
De igual manera, como se observa en lo económico, la mujer se
reconoce, en un esquema político, como un ser con marcadas limitaciones,
tomando en cuenta que las definiciones hechas desde el Estado irrumpen
como base fundamental para configurar cuadros de dependencia e
independencia entre hombres y mujeres. Así, se ha definido de forma
diferente al hombre y a la mujer en la sociedad política, en el ámbito de
sus derechos económicos, políticos y personales (Woodward, 1998; Butler,
1996; Delgado de Smith, 2007).
Al mirar el pasado, en el siglo XIX encontramos cómo las feministas
organizaron a otras mujeres y hombres para exigir derechos políticos y
legales para las mujeres, desde la custodia de los hijos al control de la
propiedad, desde una misma enseñanza pública hasta el voto. Entre 1875

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y 1925, estos movimientos por derechos de las mujeres lograron muchas


de sus metas.
El cambio de las condiciones económicas y políticas, además de animar
a algunas mujeres a luchar por nuevos derechos políticos, animó también a
otras por conseguir mejoras económicas. Exigieron igualdad para las mujeres
en el puesto de trabajo, el acceso a mejores empleos, mejores salarios, mejores
condiciones de trabajo y mejor educación. Ya en el siglo XX se insistía en
que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades que los hombres en la
elección de empleo, acceso a una preparación específica y posibilidades de
promoción. A través de sindicatos, partidos políticos socialistas y sus propias
organizaciones de mujeres, estas mujeres extendieron sus reivindicaciones
feministas al mundo del trabajo femenino, tanto aquellas signadas por
la relación formal como aquellas estructuradas en forma de explotación
informal (Delgado de Smith, ob.cit.).
Las preocupaciones feministas volvieron a aparecer a finales de la
década de los sesenta con el movimiento de liberación de la mujer. Este
movimiento resucitó los antiguos sueños de igualdad política y económica,
pero también fue más lejos y exigió una transformación radical de la
sociedad, en contraste con las décadas de entreguerras donde el movimiento
reivindicativo alrededor de la mujer aparece minimizado por los acuerdos
políticos propios de la guerra.
El feminismo tuvo su origen en la percepción por parte de las mujeres de
la injusticia de su situación y en su rechazo a aceptarla. El nuevo movimiento
de liberación de la mujer se creó en oposición a hombres de una misma
ideología. Las feministas insistían ahora en que la igualdad que se suponía
habían alcanzado no era igualdad en absoluto. Criticaron la contradicción
existente entre los ideales y la práctica, entre las promesas y la realidad,
entre lo que les decían que habían conseguido y la percepción concreta de
su propia situación.
A lo largo de la década de los setenta, el movimiento de liberación de
la mujer consiguió para las mujeres del mundo occidental un cierto grado
de control sobre sus propios cuerpos, especialmente sobre su fecundidad
y sexualidad. A lo largo de la historia europea, las iglesias y los gobiernos
habían procurado regular ambas cosas. La liberación de la mujer luchó con
éxito por conseguir derechos relacionados con el divorcio, por la igualdad

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en el matrimonio y respecto a la tutela de los hijos, para que se pusiera


fin a las desventajas legales de las madres solteras y de sus hijos, si bien
estas luchas en busca de condiciones de equidad en el trabajo se mantienen
todavía en el presente.
Muchas expresiones de luchas encuentran un correlato, como lo expresa
Delgado de Smith (2007), en el mundo del trabajo, porque responden a
una cuestión de derechos humanos, justicia social y desarrollo económico
y social. Se trata de una cuestión de derechos humanos porque, mientras
exista la discriminación por motivos de sexo (así como de raza, etnia,
nacionalidad, edad, estado civil, opción religiosa, etc.) no puede haber
respeto efectivo a los derechos humanos ni una verdadera democracia. Esto
significa dar la máxima importancia a la promoción de los derechos legales
sustentados en los derechos universales de la mujer y a la eliminación de
todos los tipos de discriminación en el empleo y la ocupación. Por otra parte,
es una cuestión de justicia social, porque la mejoría de las condiciones de
acceso de la mujer al empleo y a la formación, sus condiciones de trabajo
y protección social son factores fundamentales para la eliminación de la
pobreza y el aumento de los grados de justicia social. Y es un requisito para
el desarrollo económico y social porque la habilitación y plena utilización
de las capacidades productivas de las mujeres y su participación en todos los
ámbitos de la vida nacional, es una condición para el éxito de una estrategia
de desarrollo más sistémica, equilibrada y sustentable.
En el movimiento de mujeres persiste la meta de transformar no sólo la
vida de las mujeres, sino la de toda la sociedad. En ese sentido, la promoción
de la equidad de género está en el centro de los mandatos fundamentales
de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2007). Las nuevas
orientaciones que pasan a ser implementadas por la OIT a partir del momento
en que Juan Somavia asume su dirección general (marzo de 1999), reafirman
el compromiso de la OIT con esos objetivos. En el contexto de las áreas
críticas identificadas en la Plataforma de Acción de Beijing, la OIT ha
reconocido que le corresponde un importante papel estrechamente vinculado
a su mandato y a sus áreas de competencia. Estas áreas son la creciente
carga de pobreza que afecta a la mujer, las desigualdades en el campo de la
educación y la capacitación, la participación de la mujer en la economía, el
ejercicio del poder y adopción de decisiones, los mecanismos nacionales e
internacionales para el avance de la mujer, la promoción de los derechos de

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la mujer trabajadora y la promoción de los derechos de la niña. En síntesis,


la contribución de la OIT se concentra básicamente en tres temas:
a) las normas internacionales del trabajo y los derechos de las
mujeres trabajadoras;
b) la promoción del empleo de las mujeres y la erradicación de la
pobreza;
c) el diálogo social como mecanismo de promoción de la equidad
de género en el mundo del trabajo.
En general, hay que reconocer que la plena igualdad de oportunidades
entre hombres y mujeres no puede ser alcanzada sólo a través de la
legislación. Ésta, sin embargo, tiene un papel fundamental y ha permitido
que cada día el sujeto, desde la visión del género, tenga mayor movilidad en
los espacios privados y públicos, con mayor presencia en estos últimos.

Reflexiones finales
El título de este trabajo: El sujeto: Los espacios públicos y privados desde
el género, invita a suponer que el sujeto, desde la perspectiva de género,
no es una categoría estática por cuanto los escenarios público y privado en
donde trascurre la vida también son móviles y variables. Si aceptamos la
idea de que la vida puede estudiarse a partir de la dicotomía de lo público
y lo privado, estaremos de acuerdo en que el sujeto se mueve, entre otras
cosas, por la diversidad de los sistemas de valores y todo lo que engloba el
carácter multicultural de las distintas sociedades.
El sujeto es móvil porque los límites de lo privado y lo público se definen
social e históricamente. En consecuencia, qué mejor argumento que éste para
aceptar que el sujeto desde la perspectiva de género “se diluye y se mezcla”
aportando matices y miradas que no permiten ubicarlo como estático. La
movilidad de lo público y lo privado (y en consecuencia, del sujeto desde
el género) la encontré en Pierre Bourdieu cuando señala, como ya se ha
dicho, que el cuerpo opera como una estrategia de legitimación social: los
adornos, la forma, los colores del cuerpo denotan una posición de clase
determinada. En tal sentido, Bourdieu ha reflexionado sobre el carácter
sagrado de lo privado en la sociedad europea. Lo que la sociedad ha definido
como sagrado es privado, pero existen reglas para evitar el sacrilegio que

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ciertas actividades implicarían. Es decir, existen normas para desacralizar


el cuerpo como espacio privado y permitir la invasión de lo público. En
consecuencia, el cuerpo y sus significaciones no tienen carácter estático.
La comprensión de la movilidad del sujeto hace necesario reconocer
que una cosa es la diferencia de sexo y otra la dinámica que se teje como
construcción social. Por ende, hablar de género es observar cómo los cuerpos
biológicos se vuelven sociales, son construidos socialmente y moldeados
por la cultura.
En el mundo del trabajo es posible observar los esfuerzos de las mujeres
convencidas de la necesidad de encontrar roles de mayor participación en
la esfera de lo público. Así es posible notar que en las dos últimas décadas,
el movimiento de liberación de la mujer ha tenido como objetivo prioritario
cambiar todas las situaciones de desigualdad y discriminación que viven
las mujeres a nivel social, económico y político. Tales esfuerzos permitirán
que los límites del sujeto (como categoría de análisis) sean cada vez de
mayor movilidad, logrando con ello una “mezcla e intercambio” entre las
expresiones del espacio público y su contraparte, el espacio de lo privado.

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