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Perspectivas psicológicas de la personalidad

Desde la perspectiva psicológica se ha venido definiendo el concepto de personalidad; por


ejemplo, Leal, Vidales y Vidales (1997) plantean la personalidad desde tres miradas
diferentes, las cuales son: a) organización total de las tendencias reactivas, patrones de
hábitos y cualidades físicas que determinan la efectividad social del individuo; b) como un
modo habitual de ajustes que el organismo efectúa entre sus impulsos internos y las
demandas del ambiente; y c) como un sistema integrado de actitudes y tendencias de
conductas habituales en el individuo que se ajustan a las características del ambiente.
Adicional a lo anterior, los planteamientos psicológicos hacen referencia a un conjunto de
cualidades propias de cada persona en particular, clasificadas en tres grupos: a) clasificación
de los atributos personales, que hacen referencia a la organización del ser humano en las
diferentes etapas del desarrollo; b) los biólogos y los conductistas la definen en términos de
ajuste, debido a que es un fenómeno de la evolución que se refiere a un modo de
supervivencia o de adaptación al medio a partir de las características del individuo; y c) la
personalidad definida a partir de las diferencias individuales, es decir, que las características
que posee un miembro difieren de las características de otro individuo de su mismo grupo
(Leal & cols., 1997).

De igual manera Allport (1975, citado por Cerdá, 1985) asume que la personalidad se refiere
a “la integración de todos los rasgos y características del individuo que determinan una forma
de comportarse” (p. 438), es decir, que la personalidad se forma en función del desarrollo del
individuo, a partir de las características ambientales, biológicas y sociales que explican,
modulan y mantienen su comportamiento. A partir de las características definidas
anteriormente, éstas se relacionan con algunos términos que son primordiales en lo que al
estudio de la personalidad se refiere, por lo cual se describirán dos términos que darán
sustento al concepto de personalidad: el temperamento y el carácter. Según Allport (1975,
citado por Cerdá, 1985) el temperamento es un fenómeno naturalmente emocional, es decir,
que se puede presentar a causa de factores genéticos o hereditarios, pues los individuos
reaccionan de manera rápida e intensa ante la estimulación ambiental y por tanto su estado
puede fluctuar de acuerdo con las exigencias del medio.

Desde la primera etapa de la evolución humana, las necesidades de adaptación del hombre
primitivo y de los animales superiores impulsaron el desarrollo de los instintos básicos –huida,
defensa y reproducción–. De acuerdo con estos tres instintos se constituyen los tres tipos de
temperamento, y que hoy es posible representar a través de tres dimensiones –ansiedad,
hostilidad y extraversión–. Cada una de estas dimensiones o temperamentos están
relacionada con el desarrollo de estrategias cognitivas propias (Lluís, 2002).

Respecto al segundo término que compone el concepto de personalidad se encuentra el


carácter que es entendido como el grado de organización moral que posee un individuo y que
se fundamenta a través de los juicios de valor y de una evaluación ética que se hace de la
personalidad, depende en gran medida de la propia experiencia de cada individuo, debido a
que cada persona se ve influenciada por diferentes factores que ocurren a su alrededor; por
tanto como lo plantea Lluís (2002) el carácter controla, modifica, corrige y autorregula la
actividad de los individuos, a fin de poder dar respuestas satisfactorias a las exigencias del
medio. El carácter es una combinación de sentimientos, valores y sentimientos que un
individuo va adquiriendo a lo largo de su desarrollo a través de la interacción, condiciones y

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circunstancias externas, además difiere en cada individuo de acuerdo con su forma o punto
de vista de interpretar la realidad humana.

Pero la personalidad no solo se ha entendido a partir de los dos conceptos anteriores sino
también desde lo genético, el desarrollo en cuanto a etapas y la evolución de la especie; pues
de acuerdo con algunas teorías (Domínguez & Fernández, 1999), todos los niños poseen
ciertas funciones y estructuras que no han alcanzado su correspondiente maduración, lo cual
permite no identificar una base sólida de la personalidad, por tal razón, se puede hablar de
personalidad a partir de los 3 años, puesto que se han identificado algunos intereses,
aptitudes, estilo conductual y la manera de resolver problemas que facilitan su bienestar y
supervivencia en el medio (Costa & McCrae, 1997; Díaz & Díaz-Guerrero, 1997). Resulta claro
que la estructura de personalidad es permanente, continua y particular a lo largo de los años
en hombres y mujeres, aunque en algunos casos esta puede adoptar otros patrones que
dificultan el desempeño del individuo (Costa & McCrae, 1994; Digman, 1989; Fruyt, Mervielde
& Van-Leeuwen, 2002).

¿SE HEREDA LA PERSONALIDAD?

Ante esta pregunta, hay que contestar como ante la famosa cuestión «¿El hombre nace o se
hace?»: Sí, la personalidad se hereda, pero también «se hace».

Al nacer, e incluso antes, ya desde la misma concepción, todo ser vivo cuenta con una carga
genética que va a determinar cómo será; esta carga genética se hereda de los padres. Así, el
color de los ojos o el pelo, la estatura, la nariz o la estructura musculo esquelética son
heredadas. Todas estas características conforman el biotipo, que, a su vez, se corresponde a
un psicótico o conjunto de características psico-orgánicas. Este aspecto exterior va a modular
a corto o largo plazo la forma de ser de un individuo; no es lo mismo ser alto, rubio, de ojo
llamativo y francamente apuesto, que ser bajito, gordinflón y con las piernas cortas.

Genéticamente, también se transmiten ciertas características que conforman la estructura de


la personalidad; un ejemplo claro es la inteligencia, ciertas aptitudes y algunas cualidades del
temperamento. Es frecuente escuchar frases como «la afición al deporte le viene de familia»,
«pinta tan bien como su padre» o «todos los hermanos son tímidos».

Algunas características no son tanto una herencia genética como un producto del
entrenamiento o del contagio. Existe un complicado y sutil proceso de interacción biológico-
ambiental que va configurando diferentes personalidades y determinando en ellas la aparición
de rasgos peculiares. Ciertas características son consecuencia de un entrenamiento planeado
por los padres o los mismos educadores: el niño empieza a responsabilizarse del control de
sus esfínteres, de su vestimenta, de sus juguetes y recibe gratificaciones o frustraciones del
exterior según sus éxitos o sus fracasos.

Esto va modulando su personalidad. El contagio de los rasgos de la personalidad es algo


innegable. El hogar, las relaciones y el ambiente familiares dirigen a esa personalidad infantil
en proceso de maduración hacia uno u otro sentido; unos padres que no demuestren afecto
pueden provocar el desarrollo de rasgos de introversión; un niño que se sienta valorado dentro
de su propia familia, en cambio, se convertirá seguramente en un adulto seguro de sí mismo.
Si el ambiente familiar se caracteriza por el equilibrio, la confianza mutua, el respeto entre

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todos los miembros del grupo y la suficiente seguridad económica y emocional, la


personalidad del niño se moldeará de forma más armónica que si crece en un ambiente de
celos, desavenencias, inseguridad económica o con los padres separados.

La posición del niño entre los hermanos, el colegio y la escolarización en general, la influencia
de la comunidad y las normas culturales influyen de forma determinante en la personalidad.
No es lo mismo ser el mayor que el último de los hijos, ir mal en el colegio y ser «el burro de
la clase» que ocupar siempre los primeros puestos. De igual forma influyen la raza, el sexo,
el lugar de nacimiento, el nivel social o las influencias culturales que va a tener el niño.

En resumen, la personalidad tiene una elevada proporción de elementos heredados


genéticamente y otros que, si no heredados, sí son transmitidos por los padres, ya sea por
contagio o por educación. Así pues, los padres y el ambiente que ellos crean en el hogar y los
estímulos que provoquen en sus hijos van a ser los determinantes de su personalidad

¿El comportamiento, se Hereda o se Aprende?

Una de las grandes polémicas que ha surgido entorno al estudio del carácter y
comportamiento humano es la determinación del peso que tiene la herencia ("Es igual
que su padre") y el ambiente (“el ambiente en el que se ha criado le ha hecho...”) en la
formación de este. Son numerosos los estudios y muchos los resultados a favor y en
contra de una y otra opción, lo cierto es que la influencia de ambas existe, incluso
interactúan, pero es el entorno el susceptible de cambio, lo modificable y a nuestro
alcance para poder instaurar, reducir o aumentar conductas.

Este entorno o ambiente está formado por una serie de factores externos que ejercen o
pueden ejercer una acción directa sobre el comportamiento. Ambiente es todo lo que nos
rodea: la familia con la que uno vive, el contexto social en que se encuentra, el lugar donde
reside. Ambiente son también las ideas, creencias, juicios de quienes nos rodean. La elección
de la escuela a la que acudirán nuestros/as hijos e hijas, de acuerdo con nuestras ideas acerca
de la educación o por criterios de tipo práctico (económicos, proximidad...), el barrio en el que
vivirán, la estructura familiar, las amistades etc. están configurando parte del ambiente que
les rodeará y por tanto su “carácter”, su ideología, sus gustos...

Incluso la predisposición genética a tener un determinado físico (tener el pelo rizado o ser
propenso a la obesidad), que a priori no supone por sí mismo un problema, lo puede llegar a
ser en un ambienten en el que las pautas estéticas que rigen valoran tener el pelo lacio o estar
delgado. En este caso los rasgos iniciales son debidos a la herencia, pero la conducta que se
origina será debida a la interacción de estos rasgos con el medio.

Pero, ¿a qué llamamos conducta?

Llamamos conducta o comportamiento a todo lo que hace el ser humano, adulto o niño:
una acción, un movimiento, e incluso la forma de reaccionar en una situación determinada.
Siempre estamos haciendo algo y los demás a nuestro alrededor también. De las respuestas
que dé el ambiente a estos comportamientos, respuestas positivas o negativas, va a depender
que estos persistan, aumenten o disminuyan.

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Si cuando una niña llora, su madre o padre le coge en brazos enseguida, aprenderá que su
comportamiento ha sido eficaz para conseguir su objetivo y por tanto mantendrá este
comportamiento siempre que desee que esa consecuencia, tan positiva para él, vuelva a
suceder. Si un niño recibe un caramelo inmediatamente después de vestirse solo, es probable
que en el futuro se vista solo con más frecuencia, ha visto “recompensado” su esfuerzo. Si al
comprar en una tienda logramos un descuento, probablemente volveremos a comprar a esa
tienda. Todos estos comportamientos han estado seguidos de consecuencias positivas,
agradables, por ello la probabilidad de repetirse en un futuro aumentará.

Si por el contrario, al realizar una conducta no se obtienen consecuencias agradables o incluso


las consecuencias que se obtienen son negativas (un insulto, quedarme sin postre o sin mi
programa favorito, una factura cara por un servicio poco competente...) es probable que esa
conducta disminuya o no se repita más. Luego el aprendizaje de unos comportamientos u
otros dependerán, en gran medida, de las consecuencias que producen en el entorno.

Pero no sólo las consecuencias son las responsables de nuestra forma de actuar.

“¿Dónde habrá aprendido este niño a.. ?, nosotros nunca lo hacemos”. La observación e
imitación de los modelos que nos rodean también son una fuente importante de aprendizaje.
El aprendizaje por imitación se inicia muy pronto y se desarrolla durante toda la vida. La
adquisición del habla es un ejemplo claro de aprendizaje por imitación. Ésta se realiza en un
principio en presencia del modelo, más adelante esta presencia no será necesaria para que
el niño pueda imitar al modelo. Bastará con que observe un comportamiento en un momento
determinado y lo reproducirá posteriormente porque lo recuerda, aunque la situación no sea
exactamente la misma.

Los primeros modelos para imitar van a ser los familiares cercanos: hermanos, padre y madre,
etc. Más tarde cuando el niño vaya a la guardería o al colegio serán los maestros,
compañeros, amigos de juegos, héroes, cantantes y protagonistas de sus series preferidas.

Ahora bien, de nuevo las consecuencias del comportamiento tiene un peso importante, los
niños no imitan todos los comportamientos que ven a su alrededor, sino que seleccionan,
observando cuáles son los que reportan consecuencias positivas tanto a quienes los realizan
como a ellos mismos al ejecutarlos. Si la primera vocalización del bebé, o su primera sonrisa
viene seguida del entusiasmo de los padres, o de un sonido similar, la probabilidad de que
éste lo repita será mayor.

Así pues, vemos que tanto la conducta adecuada como la inadecuada (aquella que dificulta
el desarrollo personal satisfactorio, tanto del que emite, como del que recibe el
comportamiento) se aprenden por procedimientos análogos y que en nuestra mano está,
muchas veces, modificar el ambiente que contribuye o no al desarrollo de estas. Conociendo
las técnicas adecuadas y llevándolas a cabo de forma consistente y en el momento adecuado,
podremos, en principio, aprender a modificar el comportamiento.

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El temperamento y la personalidad:
¿QUÉ SE HEREDA Y QUÉ SE CONSTRUYE?

• MIENTRAS EL TEMPERAMENTO ES NATURAL E INMODIFICABLE,


LAPERSONALIDAD SE CONSTRUYE DÍA A DÍA, EN
EL APRENDIZAJE. MANEJAR ELPRIMERO Y APRENDER EL SEGUNDO, SON
LAS FÓRMULAS PARA ALCANZAR ENÉXITO EN LA VIDA.
• CONOCE TU TEMPERAMENTO Y CONSTRUYE TU PERSONALIDAD, COMO
LAFÓRMULA MÁS EXPEDITA PARA TENER MÁS OPORTUNIDADES DE ACERCARTE
AL ÉXITO Y ALEJARTE DEL FRACASO. LA FAMILIA, LOS DEMÁS Y
LASEXPERIENCIAS PROPIAS, TE ENSEÑAN A FORMAR LA PERSONALIDAD.

Se escucha que esta persona tiene un temperamento fuerte o también que aquella es
poseedora de una personalidad arrolladora. Y suelen confundirse los dos términos. Mientras
el temperamento es genético, natural, inmodificable y con el cual se interactúa con el entorno;
la personalidad, se puede moldear, modificar y es el sello que nos identifica y diferencia,
producto del aprendizaje.

“Como individuos tenemos rasgos de personalidad y temperamento que nos identifican y que
determinan nuestras conductas y emociones”, señala la doctora Vilma Rengifo, sicóloga
del Centro Médico Imbanaco. El temperamento es la manera natural con que el ser humano
interactúa con el entorno. Según la doctora Rengifo el temperamento puede ser hereditario y
no influyen factores externos, está relacionado con la parte endocrina o genética y se
manifiesta en determinados rasgos y conductas.

Según Hipócrates hay 4 tipos de temperamentos, el sanguíneo (nervioso, rápido y


equilibrado), el flemático (introvertido y baja sensibilidad al cambio), el melancólico (sensible
emocionalmente, perfeccionista, analítico) y el colérico (alta actividad y concentración,
práctico en sus decisiones).

Según la doctora Rengifo, “aunque el temperamento no se pude modificar, es importante


conocerlo para aprender a controlarlo. Es elemental, por cuanto le permitirá abordar mejor las
situaciones del entorno social”, enfatiza.

En cambio, la personalidad, según la especialista es el producto del aprendizaje social y se


convierte es ese “sello personal” que nos diferencia de nuestros semejantes

“Se aprende de la familia, de los demás, de las experiencias propias – enfatiza la doctora
Rengifo y subraya: - Factores como miedos, estilos de vida, normas, valores, ética y moral.
Habilidades, conductas adecuadas e inadecuadas y formas de pensamiento, vienen de ese
entorno”.

Para la sicóloga, del interrelacionarse con los demás y conocerse a sí mismo y de esa inter-
relación con el contexto, aporta los pensamientos, interpretaciones e ideas, con las cuales el

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individuo afronta su vida y con las herramientas necesarias para resolver sus conflictos y
proyectarse.

“Esas ideas pensamientos e interpretaciones son de 2 tipos: funcionales y adaptativas o


irracionales y absolutistas. Las primeras son las que sitúan en una condición neutral en el
medio, donde hay más oportunidades de conseguir acercarse al éxito y alejarse del fracaso.
Es la posición en que el individuo es más creativo porque se abre a múltiples posibilidades”,
señala.

Por el contrario, las irracionales o absolutistas sitúan al individuo en los extremos del todo o
el nada, generando estrés, ya que son dos conceptos que se excluyen mutuamente.

“No puede existir el uno si existe el otro. De estas ideas irracionales se generan sentimientos
negativos, de frustración permanente por no lograr lo que se propone. El individuo adquiere
comportamientos inadecuados hacia sí mismo y el mundo (victimización, baja tolerancia a la
frustración, generalizaciones)”, indica la doctora Rengifo.

“La personalidad se construye y como tal se puede reconstruir tantas y cuantas veces sea
necesario – señala la sicóloga y enfatiza - Teniendo en cuenta que somos seres cambiantes,
que vivimos ciclos; por esta razón hay que ser adaptativos y funcionales para seguir creciendo
como individuos y aprender. Esto nos exige una personalidad dinámica y no estática”.

Teorías de los rasgos

Según estas teorías, las personas difieren de acuerdo con el grado en que poseen ciertos
rasgos de personalidad que pueden ser inferidos de su comportamiento y que utilizamos para
describirlas, como la dependencia, ansiedad, agresividad y sociabilidad.
Los rasgos son características definitorias del individuo que son relativamente estables y
generales, es decir, un rasgo es una disposición a comportarse de manera estable en
diversas circunstancias. Hay personas mentirosas, habladoras, valientes, etcétera.
El grado en que un rasgo está presente en cada persona se sitúa en un continuo que va desde
la afirmación plena en un extremo hasta su término opuesto en el otro.
Durante el siglo pasado se realizaron varios intentos de reducir los rasgos individuales de la
personalidad a un número limitado de categorías o tipos. Gordon Allport señaló que podrían
utilizarse miles de palabras para describirlos. Raymond Cattell identificó 16 rasgos básicos
aplicando el método estadístico del análisis factorial.

Modelo de Eysenck
Una de las tipologías que más han influido ha sido la de Eysenck que, aunque era conductista
y consideraba los hábitos aprendidos como algo fundamental, opinaba que las diferencias de
personalidad eran hereditarias. Su modelo reduce la personalidad a tres dimensiones
heredables y con base fisiológica, pretende determinar las causas biológicas que están en
el origen de estas dimensiones y confirmarlas experimentalmente.
Estas tres dimensiones son:

Estabilidad emocional- inestabilidad o neuroticismo. Se refiere a cómo controla el


individuo sus emociones, la estabilidad emocional que expresa en el transcurso del tiempo.

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Los sujetos que pertenecen al extremo del continuo Estabilidad Emocional presentan
estabilidad emocional, se excitan con dificultad, son calmados y despreocupados. En el
extremo opuesto, los rasgos predominantes son: baja tolerancia al estrés, sugestionabilidad,
falta de persistencia, lentitud en pensamiento y acción, poca sociabilidad y tendencia a reprimir
hechos desagradables.

Introversión-extroversión. Refleja el grado en que una persona es sociable y participativa


en su relación con los demás.

Psicoticismo. Este factor fue añadido posteriormente. Las características más importantes
de los sujetos con puntuaciones altas en psicoticismo, es que son personas solitarias,
inseguras, problemáticas y en continua búsqueda de sensaciones. Las puntuaciones altas en
psicoticismo suelen correlacionar positivamente con medidas de rasgos como inmadurez,
irresponsabilidad, oposición a la autoridad e independencia, tienden a ser sujetos poco
cooperativos, y con dificultades para mantener la atención. El sujeto con puntuaciones altas
en este factor puede llegar a tener desórdenes del pensamiento, emocionales o de conducta,
e incluso, alucinaciones o delirios.
Las dos dimensiones o ejes, extroversión-introversión y estabilidad-inestabilidad emocional,
definen cuatro cuadrantes que están integrados de la siguiente manera:

Extrovertido estable (sanguíneo: comunicativo, responsable, sociable, vivaz,


despreocupado, líder)
Extrovertido inestable (colérico: sensible, inquieto, excitable, voluble, impulsivo,
irresponsable)
Introvertido estable (flemático: calmado, ecuánime, confiable, controlado, pacífico,
pensativo, cuidadoso, pasivo)
Introvertido inestable (melancólico: quieto, reservado, pesimista, sobrio, rígido, ansioso,
temperamental).

Bibliografía
Universidad privada Telesup. (2021). Psicologia de la personalidad. Obtenido de
https://sites.google.com/site/psicologiadelapersonalidad/introduccion-a-la-personalidad

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