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LA VIDA RELIGIOSA
a la creciente credulidad, que aceptaba sin rubor como reliquias cualquier objeto
que pudiera potencialmente serlo; por ello la Ilustración contribuyó a sanear esta
dimensión de la devoción popular, como lo hizo también al expurgar elementos
legendarios de la hagiografía católica, descollando en esta labor los bolandistas
belgas; 4) la espectacular producción de literatura religiosa, que alcanza desde las
obras de los grandes místicos -Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Francisco de
Sales, etc.- hasta pequeños opúsculos, no exentos en muchos casos de los de-
fectos culteranistas del momento.
Este clima mantenía en su vigor las controversias religiosas doctrinales que
vivió la época moderna. Seguía preocupando el tema de la salvación en el más
allá, al que Lutero quiso dar respuesta para conjugar Dios-hombre, gracia-liber-
tad, sobrenatural-natural, como en el siglo XVII quiso darla Jansen, al amparo
también de la imprenta; la producción literaria controversista contribuye a la ex-
pansión de la industria editorial, como ha puesto de relieve P. Chaunu. Al mismo
tiempo, no es de extrañar que este ambiente de exaltación religiosa aportase tam-
bién un crecimiento en la atención al mundo preternatural; la brujería, en sus mo-
dalidades diversas, fue su lógico fruto y motivó, desgraciadamente, la represión,
que ya se había iniciado en tiempo medieval. En su dimensión positiva, y desde
la exclusiva perspectiva católica, el barroco fue época de santos y santas fruto del
empuje religioso y causa de él. La controversia quietista contribuyó a debilitarlo,
precisamente en los momentos que el creciente racionalismo lo hacía más nece-
sario. El siglo XVIII fue crítico en este aspecto y la calidad de su producción de-
cayó notablemente.
La llegada de Castilla al Nuevo Mundo provocó también un cambio impor-
tante en la dinámica religiosa del momento. La evangelización había quedado
paralizada por la presencia otomana en Oriente. Se abría un nuevo campo a la
evangelización y el cristianismo pasaba de ser un fenómeno religioso, funda-
mentalmente euroasiático, a serlo euroamericano, sobre todo cuando a partir del
siglo XVII se cerrase el Lejano Oriente. Pero la evangelización se hizo de la mano
de la colonización y a ella quedó sujeta por la figura del Patronato, que obtuvie-
ron Castilla y Portugal, y que dio amplia ventaja a la segunda sobre la primera.
La evangelización pasó a ser en ocasiones un instrumento de la colonización y
fracasó el intento de algunos de inculturar el cristianismo en aquellas culturas. La
experiencia provocó un replanteamiento por parte de Roma a medida que se iba
produciendo la universalización geográfica y el pontificado decidió la creación
de la Congregación de Propaganda Pide (1622) para reasumir la dirección de la
tarea evangelizadora, aunque los territorios vinculados al Patronato permanecie-
ron vetados a su acción. La nueva experiencia inculturadora de Nobili (India) y
Ricci (China) fueron también prohibidas por Roma a mediados del siglo XVIII, en
plena campaña contra los jesuitas, propugnadores de las dos experiencias, y el
proceso de evangelización se vio abortado.
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Bibliografía
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