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La Iglesia es el gran proyecto que Dios tiene en su mente, antes, incluso de la creación del mundo: que
todos lleguemos hacer uno en Cristo. La Iglesia no es una mera comunidad de fe, que peregrina por este
mundo, pues en las comunidades se dan muchas tensiones, que han roto la unidad. La Iglesia va más allá
de esas comunidades. La Iglesia es la Esposa de Cristo, que se hace una con Él y que se convierte en signo
verdadero de su presencia, llena de humildad, de mansedumbre, de paciencia y capaz de soportar a todos
por amor. Ninguno puede llenarse de orgullo y pensar que ha agotado en sí mismo la presencia de Cristo.
Nuestro Dios y Padre a cada uno de nosotros nos ha concedido la gracia a la medida de los dones de Cristo.
Y conservando la unidad en un solo Espíritu, todos, transformados en Cristo, debemos ponernos al servicio
de la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. Mientras haya divisiones entre nosotros y nos
mordamos unos a otros, tal vez podamos decir que nuestra vida cristiana se desenvuelve en una
comunidad de creyentes en Cristo, pero difícilmente podríamos decir que somos Iglesia en Cristo.
Pablo desde su prisión, exhorta a los cristianos a comportarse de una manera digna de la vocación con que
han sido llamados. La vocación no es solamente una iniciativa divina en cuanto al primer acto de la
llamada, sino concretamente en cuanto a la inserción en la comunidad de los que han sido llamados. Los
cristianos tienen que esforzarse en conservar la unidad del Espíritu, ósea, el Espíritu les viene dado de
antemano; ellos tienen que secundar su acción unificadora con la paciencia, la tolerancia mutua, el vínculo
de la paz.
Para que no haya ningún lugar a duda sobre este carácter prioritario de la Iglesia sobre las comunidades,
Pablo añade esta sentencia: “un solo cuerpo, y un solo Espíritu, así como también fueron llamados en una sola
esperanza de su vocación”. Los cristianos forman un cuerpo, pero este cuerpo no es la mera resultante de una
colectividad; es algo previo a cada uno de los miembros. Por el bautismo el ser humano queda como
injertado en este cuerpo, formando parte de él.
De allí la exhortación a comportarse de acuerdo a esta vocación, la vocación de ser parte, ser miembro del
cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Por tal motivo, en estos días de novena de san Francisco, queremos colocar bajo su intercesión nuestra
comunidad parroquial, nuestras búsquedas por ser una comunidad de creyentes, que crecen en su fe, en
la esperanza y la caridad y que poco a poco vamos descubriendo nuestro verdadero papel en el entramado
de la historia como discípulos y misioneros. Por esta razón durante estos días los queremos invitar a
reflexionar, entre nosotros y con los demás miembros de la comunidad que lo deseen, sobre los valores y
principios que están enmarcados dentro de la vocación cristiana a la que hemos sido llamados y sobre la
cual permanentemente debemos estar al pendiente de verificar que nuestro comportamiento sea el más
adecuado según dicho llamado.
Los temas que nos hemos propuestos reflexionar y considerar para estos días, son los siguientes:
La Fe.
El seguimiento de Jesús.
La Vida de Oración.
La Eucaristía.
El servicio.
La paz.
La Esperanza
7. ORACIÓN FINAL:
Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a nosotros, hacer por ti mismo lo que
sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place, para que, interiormente purificados,
interiormente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas
de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por sola tu gracia llegar a ser en ti Un solo cuerpo y
un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que hemos sido convocados. Un
Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo
invade todo por todos los siglos de los siglos. Amén.
8. CANTO FINAL