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SUPPLÉMENT AU VOYAGE DE
BOUGAINVILLE
ou Dialogue entre A et B sur l'inconvénient d'attacher des idées
morales à certaines actions physiques qui n’en comportent pas
(1772)
Tam bién en num erosos capít ulos de la Encyclopédie m onum ent al, cuya
t erm inación se debe a la energía t enaz de Diderot , y para la cual sólo él dio m ás
de m il colaboraciones, se m anifiest an con frecuencia m uy claram ent e sus ideas
básicas, aunque los edit ores t uvieron que em plear t oda la ast ucia para engañar
al oj o vigilant e de la censura real. Declaró, por ej em plo, en el capít ulo
procedent e de su plum a sobre Aut oridad, que a ningún hom bre le ha sido dado
por la nat uraleza el derecho a m andar sobre ot ros, y at ribuyó t oda relación de
poder a la opresión violent a, cuya duración persist e m ient ras los am os se
sient en m ás fuert es que los esclavos, pero se deshace en polvo cuando se
produce una sit uación cont raria, cuando los esclavos se sient en m ás fuert es que
los am os. En est e caso los ant eriorm ent e oprim idos t ienen el m ism o derecho
que sirvió ant es a sus ant iguos am os para som et erlos a la arbit rariedad de su
t iranía.”
“ Muy pocos hom bres ent reveían a veces soluciones libert arias y
hablaban de ellas en algunos pasaj es de sus ut opías, com o por ej em plo Gabriel
Faigny en Les Avent ures de Jacques Sadeur dans la découvert e et le voyage de
la Terre aust rale ( 1676) ; o sirviéndose de la ficción de los salvaj es que no
conocían la vida refinada de los Est ados policiales, com o por ej em plo Nicolás
Gueudeville en los Ent ret iens ent re un sauvage et le baron de Hont an ( 1704) ; o
bien Diderot en el fam oso Supplém ent au Voyage de Bougainville” .
1 El punto de partida del Suplem ento es una reseña del Viaje de Bougainville apare-
com portam ientos [la van idad de buscar am antes ilustres] son los consejos de la
naturaleza, rica de sus propios recursos, si sim plem ente quisieras disponer correc-
tam ente de ellos, en lugar de m ezclar lo que hay que evitar y lo que hay que
perseguir! ¿Crees que no im porta nada que sufras por culpa tuya o por la de las cir-
cunstancias?»
3 El Suplem ento, o «tercer cuento», se in icia donde term ina La señora de La Car-
lière.
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10 El crucifijo.
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14 Balas de fusil.
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vado el uso del español desde tiem pos in m em oriales. Orú había
escrito en españ ol la arenga del ancian o, y Bougainville tenía
una copia en la m an o m ientras la pron unciaba el otahitian o.
A. – Ahora m e doy cuenta perfectam en te de por qué suprim ió
este fragm ento Bougainville; pero seguro que hay m ás, y m i
curiosidad por el resto es gran de.
B. – Lo que sigue os interesará m enos.
A. -No im porta.
B. – Es una conversación entre el capellán de la tripulación y un
habitante de la isla.
A. -¿Orú?
B. – El m ism o. Cuan do el navío de Bougainville se acercó a Ota-
hití, un núm ero infinito de árboles huecos se lanzaron a las
aguas; en un instante el bajel se vio rodeado por ellos; adonde
quiera que m irara, todo eran dem ostraciones de sorpresa y
bondad. Le lan zaban provisiones; le tendían los brazos; se am a-
rraban a las cuerdas, trepaban por las planchas de m adera;
llenaban sus canoas de hom bres de la tripulación; gritaban en
dirección a la orilla; los desem barcaban; los distribuían; cada
uno se llevaba el suyo a su cabañ a; los nativos los llevaban
cogidos por la cintura; las m ujeres les daban palm aditas en las
m ejillas. Im agin aos en m edio de esa espectacular escena de
hospitalidad, pensad en ello y decidm e ahora qué pensáis de la
especie hum an a.
A. – Que es m uy bella.
B. – Pero no querría olvidarm e de contaros un acon tecim ien to
singular. Este espectáculo de hospitalidad y bondad se vio in-
terrum pido de repen te por los gritos de un hom bre que pedía
socorro. Era el criado de uno de los oficiales de Bougainville.
Unos jóvenes otahitianos se habían echado encim a de él, lo ha-
bían tum bado, lo desnudaban y estaban ya a punto de hacerle
los honores propios de la isla.
A. -¡Cóm o! ¿Esos pueblos tan sen cillos, esos salvajes tan bue-
nos, tan hon estos?...
B. – Os equivocáis. Ese criado era una m ujer disfrazada de hom -
bre. Ign orada por la tripulación en tera duran te todo el tiem po
de un a larga travesía, los otahitianos adivinaron a la prim era su
sexo. Había nacido en Borgoña, se llam aba Barré 15; ni fea ni
bonita; de veintiséis años, n unca había salido de su aldea, y lo
prim ero que se le ocurrió fue dar la vuelta al m undo. Siem pre
dem ostró prudencia y valor.
A. – Esas endebles m áquinas encierran a veces alm as fuertes.
15 Ciertam ente, J ean ne Barré acom pañaba al naturalista Philibert de Com m erson .
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hecho todo sin cabeza, sin m anos y sin herram ien tas; que está
por todas partes y no se le ve en ninguna; que dura hoy y m añ a-
na y no tiene un día de m ás; que orden a sin ser obedecido; que
puede im pedir y no im pide. Contrarios a la naturaleza, porque
suponen que un hom bre que siente, que piensa y que es libre
puede ser la propiedad de un sem ejan te. ¿En qué derecho se
fundaría? ¿No ves acaso que en tu país se ha confun dido la cosa
carente de sensibilidad, de pensam iento, de deseo, de voluntad,
que se tom a, se deja, se guarda, se intercam bia sin que sufra ni
se queje, con la cosa que no se cam bia, que no se adquiere, que
tiene libertad, volun tad, deseo, que puede entregarse o negarse
para un m om ento, entregarse o negarse para siem pre, que se
queja y sufre, y que n o podría convertirse en objeto de com ercio
sin olvidar su carácter y violentar la naturaleza? Con trarios a la
ley general de los seres. Nada, efectivam ente, parece m ás insen -
sato que un precepto que proscribe el cam bio que llevam os
dentro, que ordena una constan cia im posible, y que viola la
naturaleza y la libertad del varón y de la hem bra en ca-
denándolos para siem pre el uno al otro; que exige una fidelidad
que lim ita el m ás caprichoso de los goces a un m ism o individuo;
un juram en to de inm utabilidad a dos seres de carne y hueso,
frente a un cielo que no es un solo instan te el m ism o, en an tros
que am en azan ruina, bajo un a roca que se deshace en arena, a
los pies de un árbol que se agrieta, sobre un a piedra que se
quebranta 17. Créem e, habéis convertido la condición hum ana en
algo m ucho peor que la anim al. No sé quién es ese gran arte-
sano tuyo, pero m e alegro de que no hablara a los padres de
nuestros padres, y deseo que siga m udo an te n uestros hijos;
porque podría hablarles y contarles las m ism as tonterías y ellos
quizá com etieran la m ás grave, hacerle caso. Ayer, en la cen a,
nos hablaste de m agistrados y sacerdotes, no sé qué son esos
personajes a los que llam as m agistrados y sacerdotes y que re-
gulan vuestra conducta, pero dim e una cosa, ¿son acaso dueñ os
del bien y del m al? ¿Pueden hacer que lo que es justo sea injus-
to, y que lo injusto sea justo? ¿Depende de ellos asociar el bien a
accion es perjudiciales, y el m al a accion es inocen tes o útiles?
Eres incapaz de pensar un a cosa así, pues si así fuera n o habría
ni verdadero ni falso, ni buen o ni m alo, ni bello ni feo, salvo
aquello que tu gran artesan o, tus m agistrados y tus sacerdotes
tuvieran a bien declarar tal; y de un m om ento a otro, te verías
obligado a cam biar de ideas y de conducta. Un día se te diría de
parte de un o de tus tres am os: «m ata», y te verías obligado en
conciencia a m atar; otro día: «roba», y deberías robar; o «n o
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lecho de hojas, com o has visto al llegar aquí. A la caída del día,
la joven vuelve a la cabaña de sus padres o penetra en la cabaña
de su elegido, y perm anece en ella cuan to le plazca.
E L CAPELLÁN . – Así pues, esa fiesta puede ser o no un día de nup-
cias.
ORÚ. – Tú lo has dicho.»
donde Raynal había insertado el texto de Diderot (libro XVII, cap. 21). La fuente es
una anécdota inventada por B. Fran klin y publicada en abril de 1747 en el London
Magazine.
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24 Cfr. Salón de 1767, Observaciones sobre el N akaz e Historia de las dos Indias,
libro XIX, cap. 14, sobre esta teoría que Diderot defendió particularm ente en la
década de 1770 a 1780 .
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B. – Sobre todo los referen tes a la unión del hom bre y la m ujer.
A. – Puede ser. Pero em pecem os por el principio. Interroguem os
buen am ente a la naturaleza, y veam os sin parcialidad lo que n os
responde a este respecto.
B. – Consiento a ello.
A. – ¿El m atrim onio existe en la naturaleza?
B. – Si en tendéis por m atrim onio la preferencia que un a hem bra
otorga a un m acho por encim a de los dem ás m achos, o la que un
m acho otorga a una hem bra por en cim a de las dem ás hem bras,
preferencia m utua en consecuen cia de la cual se form a un a
unión m ás o m enos duradera, que perpetúa la especie m edian te
la reproducción de los individuos, el m atrim onio existe en la
naturaleza.
A. – Pienso com o vos; pues esta preferen cia se observa n o sólo
en la especie hum an a sino tam bién en las dem ás especies ani-
m ales: da fe ese cortejo de m achos que persiguen a un a m ism a
hem bra en la prim avera de nuestra cam piña, y de los cuales sólo
uno obtien e el título de esposo. ¿Y el galanteo?
B. – Si enten déis por galan teo esa variedad de m edios enérgicos
o delicados que inspira la pasión ya sea al m acho, ya sea a la
hem bra, para obten er esa preferen cia que conduce al m ás dulce,
al m ás im portante y m ás gen eral de los goces, el galan teo existe
en la n aturaleza.
A. – Pienso com o vos. Testigo de ello, toda esa diversidad de
gentilezas practicadas por el m acho para gustar a la hem bra, y
por la hem bra para irritar la pasión y fijar la predilección del
m acho. ¿Y la coquetería?
B. – Es una m entira consistente en sim ular una pasión que no se
siente, y en prom eter una preferencia que no se otorgará. El m a-
cho coqueto se m ofa de la hem bra; la hem bra coqueta se m ofa
del m acho; juego pérfido que a veces conduce a las catástrofes
m ás fun estas; m aniobra ridícula por la que tan to el burlador
com o el burlado acaban castigados por igual por la pérdida de
los instantes m ás valiosos de su vida.
A. – Así la coquetería, según vos, n o existe en la n aturaleza.
B. – No he dicho eso.
A. -¿Y la constan cia?
B. – No os diré nada que n o haya dicho ya, y m ejor, Orú al cape-
llán. ¡Pobre vanidad la de dos niños que ni siquiera se conocen a
sí m ism os y que la em briaguez de un instante ciega frente a la
inestabilidad de todo lo que les rodea!
A. -¿Y la fidelidad, ese raro fenóm en o?
B. – Casi siem pre el em peño y el suplicio de todo hom bre honra-
do y de toda m ujer honesta.
A. -¿Los celos?
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que era natural que se solicitara a quien estaba siem pre en posi-
ción de otorgar.
B. – Tal razón m e ha parecido desde siem pre m ás ingeniosa que
sólida. La naturaleza, indecen te si queréis, em puja indistinta-
m ente un sexo hacia otro; y en un estado del hom bre triste 25 y
salvaje que quizá no exista en ninguna parte…
A. -¿Ni siquiera en Otahití?
B. – No… La distan cia que separa a un hom bre de una m ujer la
fran quearía el m ás enam orado. Si se esperan, se rehúyen, se
persiguen, se evitan, se atacan , se defien den, es que la pasión,
desigual en su progresos, se concreta en uno y otro con desigual
intensidad. De donde acon tece que la voluptuosidad se expande,
se consum e y se apaga de un lado, cuan do com ienza apen as a
despertar del otro, lo que en tristece a am bos. Ésa es la fiel
im agen de lo que sucedería entre dos seres libres, jóvenes y
perfectam en te inocentes. Pero cuando la m ujer ha conocido, por
experiencia o educación, las consecuencias m ás o m enos crueles
de un m om ento de ternura, su corazón se estrem ece cuando se
le acerca un hom bre 26 . El corazón del hom bre no se estrem ece;
sus sentidos im peran y él obedece. Los sentidos de la m ujer se
explican, y ella tem e escucharlos. Es cosa del hom bre in tentar
distraerla de sus tem ores, em briagarla y seducirla. El hom bre
conserva todo el im pulso natural hacia la m ujer; el im pulso
natural de la m ujer hacia el hom bre, com o diría un geóm etra,
resulta de la com binación entre su relación directa con la pasión
y su relación inversa con el tem or, m ás una m ultitud de elem en -
tos diversos en nuestras sociedades, elem entos que concurren
casi todos a acrecentar la pusilanim idad de un sexo y la prolon-
gación de la persecución por parte del otro. Es una especie de
táctica donde los recursos de la defensa y los m edios del ataque
han seguido un trazado paralelo. Se ha consagrado la resisten cia
de la m ujer; se ha asociado la ignom inia a la persecución del
hom bre, violencia que no sería sino una ligera injuria en Otahi-
tí, y que se convierte en un verdadero crim en en n uestras
ciudades.
A. – Pero, ¿cóm o ha sucedido que un acto cuya finalidad es tan
solem ne, y al que n os invita la naturaleza por la atracción m ás
poderosa; que el m ás grande, m ás dulce, m ás inocente de los
placeres se haya con vertido en la fecunda fuen te de nuestra de-
pravación y de nuestros m ales?
B. – Orú se lo repitió diez veces al capellán : escuchadlo de nuevo
e intentad retenerlo.
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29 Suplicio de Ixión .
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30 Fórm ula idéntica en los Fragm entos diversos para la Historia de las dos Indias,
nº 12.
31 Se anuncia ya aquí este argum ento que lim ita el prim itivism o de Diderot y que
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32 Tim oteo, poeta y com positor griego (450 -360 a. C.), fue en efecto condenado por
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