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El dejar morir: la condición necropolítica en América Latina

 Eduardo Gudynas

28/10/2021

Bajo la sombra del Covid19 se han acentuado profundos cambios en las


concepciones y prácticas de la política que conocemos. Muchos de ellos ya
estaban en marcha bajo crisis previas, como la pobreza, violencia o
degradación ambiental, pero se acentuaron aprovechando la pandemia. Esa
transformación se profundizó por sucesivos pasos en estos casi dos años bajo
la pandemia, alimentados por el temor a la enfermedad y la muerte. Es el
tiempo de la necropolítica.

Esa idea, acuñada por el camerunés Achille Mbembe a inicios del siglo, sirve
de inspiración para caracterizar lo que está ocurriendo en América Latina y
otras regiones. Un primer aspecto son las medidas de confinamiento y
aislamiento que alcanzan una intensidad y escala nunca vista antes. Por
ejemplo, en Chile, restricciones y cuarentenas se sucedieron durante un año y
medio (en algunos sitios se llegó a 172 días de confinamiento continuado), y
en Argentina, Buenos Aires estuvo 244 días bajo prohibiciones de circulación
(tal vez una de las cuarentenas más largas del mundo).

Se clausuraban y confinaban barrios, ciudades enteras, regiones e incluso


países. Se estima que entre 2020 y 2021 estuvieron bajo algún tipo de
confinamiento al menos 300 millones de sudamericanos. Lo mismo ocurrió en
otros continentes haciendo que la escala de la necropolítica fuera planetaria.

Un segundo aspecto es que ese confinamiento se aplicó bajo un amplio


abanico de medidas de vigilancia y control, e incluso castigos. Se aceptaron
toques de queda, prohibiciones al movimiento y reunión de las personas, se
impidió que funcionaran comercios y ferias, y se lanzaron a las calles a
policías y militares para controlar a los ciudadanos. Los que incumplían
podían ser detenidos, judicializados e incluso encarcelados. La guetización
ocurrió tanto bajo vigilancia clásicas, como políticas en retenes en calles y
carreteras, pero también aprovechando nuevos instrumentos como las cámaras
de vigilancia que inundan nuestras ciudades.

Cualquiera de esas prácticas se justificó para detener el virus, pero queda claro
que en América Latina su utilidad fue dudosa ya que el Covid se diseminó en
todos los países. Sin embargo, sirvió para instalar y legitimar el control y la
vigilancia sin que casi nadie protestara, e incluso respondiendo a amplios
sectores ciudadanos que las reclamaban.

En tercer lugar, están en marcha efectos sociales y económicos demoledores.


La recesión económica ha golpeado duramente a países como Venezuela, Perú
y Argentina, y tan solo en el pasado año se sumaron 22 millones de nuevos
pobres. Regresaron al primer plano dramas como el hambre, que por ejemplo
en Brasil significó que 19 millones de personas la padecieron a fines del 2020.
Se perdieron millones de puestos de trabajo, y eso ha golpeado sobre todo a
los más jóvenes, con menor educación, así como a las mujeres.

Observando estas situaciones resulta evidente que la política de la pandemia


terminó produciendo multitudes de nuevos pobres y desempleados, confinados
y vigilados, muchos de ellos apenas vivos, enfrentados continuamente al
riesgo de la precariedad y la muerte.

Eso explica una cuarta característica: la necropolítica deja morir a las


personas. Es una política que usa la pandemia para ofrecer toda clase de
explicaciones y excusas, desde la crisis económica a la necesidad de
cuarentenas, pero que en realidad funcionan para liberarse de culpa y
vergüenza. No firma órdenes de ejecución ni es el verdugo directo, pero es
una política que se desentiende de las muertes evitables, naturaliza su propia
incapacidad, y simplemente deja morir.

Siguiendo la misma perspectiva, se deja morir a la naturaleza. Esta quinta


característica no es menor, ya que su resultado es que bajo la pandemia se han
mantenido, por ejemplo, todas las estrategias extractivistas. El deterioro
ambiental siguió su marcha, como lo muestra el aumento de la deforestación y
las olas de incendios que asolaron a América del Sur.

Pero al mismo tiempo, la necropolítica mantiene viva a la economía. Este


sexto atributo es impactante, ya que se deja morir a las personas y a la
naturaleza mientras que se ponen todas las energías y los recursos en sostener
la economía convencional. Por ejemplo, en Chile, Colombia y Uruguay, la
ayuda estatal durante la pandemia se enfocó sobre todo en rescatar empresas,
duplicando al gasto social; y en Ecuador se aprovecha la situación para un
severo ajuste económico neoliberal. En todos los países se mantuvieron
operando y con todo tipo de facilidades las empresas extractivas, a pesar de
los riesgos sanitarios para sus obreros. Bajo la necropolítica parecería que los
ministros de economía contabilizaban las exportaciones de recursos naturales
para festejar balances, aunque ello implicaba que las muertes por Covid19 no
tuvieran una expresión en sus planillas de cálculo.

Todos estos factores convergen en dejar en claro que estamos ante un


dramático fracaso de la política en su más amplio sentido. Los gobiernos, sean
de la tendencia ideológica que sean, todos fracasaron en evitar y controlar la
pandemia, en impedir la pobreza y la crisis ambiental. Esto es doloroso pero
no se puede ocultar. América Latina ha sido una de las regiones más
golpeadas por la pandemia, con unos 40 millones de afectados, y casi un
millón y medio de muertos. Hemos sido testigos de inoperancias y corrupción
de todo tipo, desde las vacunaciones VIP para los ricos y privilegiados a las
personas que morían en las calles o sus hogares sin que nadie las atendiera,
desde peleas callejeras por el oxígeno a presidentes que decían que era una
“gripecita” que se resolvía tomando té. Estos y otros atributos de la
necropolítica se exploran con más detalle en un reciente ensayo, publicado en
la revista Palabra Salvaje.

Todo esto ha sido posible por una mezcla de indiferencias ante la tragedia y la
muerte, impotencia para poder enfrentarla y remontarla, e incapacidades de
todo tipo. Esa mezcla es la que naturaliza y acepta ese dejar morir a las
personas y la Naturaleza, sin entender la contradicción que implica que al
mismo tiempo mantenga viva a la economía convencional. En esto se expresa
uno de los componentes más profundos en esta deriva necropolítica: se están
modificando las argumentaciones morales de la política.

En el pasado, contabilizar ese enorme número de muertos o presenciar la


pobreza generalizada en las calles, hubiera sido insoportable para amplios
sectores sociales. No sólo eso, sino que los embargaba la vergüenza y la
angustia. Hoy, en cambio, la pandemia instaló una necropolítica por la cual se
convive con la muerte, con los muertos-vivos que deambulan entre la pobreza
y la violencia, bajo la aceptación o resignación de muchos.

Estamos ante un nuevo tipo de opresión, o de la vieja opresión pero que ahora
se lanza sobre ámbitos más profundos, alcanzando la moral que alimenta a la
política. Y lo hace de modos por los cuales eso pasa desapercibido,
volviéndose todavía más peligrosa.

La necropolítica, entendida de estos modos, es la consecuencia de una


modernidad agotada, incapaz de detenerla y fatalmente productora de ella. Es
por ello que la necropolítica asoma bajo muy distintos regímenes políticos. Es
una modernidad sumergida en la repetición, la aceptación y la resignación. Ha
intentado todo tipo de reformas y revoluciones, pero vuelve a caer en
problemática de origen, como su obsesión por la dominación. La necropolítica
es expresión de una modernidad ya exhausta. Son esas condiciones las que se
deben contemplar para postular cualquier alternativo de cambio real.

Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología


Social (CLAES). El ensayo completo sobre necropolítica se puede acceder en
www.PalabraSalvaje.com

https://www.alainet.org/es/articulo/214221

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