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VIERNES DE LA XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente
invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:

La noche, el caos, el terror,

cuanto a las sombras pertenece

siente que el alba de oro crece

y anda ya próximo el Señor.

El sol, con lanza luminosa,

rompe la noche y abre el día;

bajo su alegre travesía,

vuelve el color a cada cosa.

El hombre estrena claridad

de corazón, cada mañana;

se hace la gracia más cercana


y es más sencilla la verdad.

¡Puro milagro de la aurora!

Tiempo de gozo y eficacia:

Dios con el hombre, todo gracia

bajo la luz madrugadora.

¡Oh la conciencia sin malicia!

¡La carne, al fin, gloriosa y fuerte!

Cristo de pie sobre la muerte,

y el sol gritando la noticia.

Guárdanos tú, Señor del alba,

puros, austeros, entregados;

hijos de luz resucitados

en la Palabra que nos salva.

Nuestros sentidos, nuestra vida,

cuanto oscurece la conciencia

vuelva a ser pura transparencia

bajo la luz recién nacida. Amén.

Si se toma de Vísperas:

¿Quién es este que viene,

recién atardecido,

cubierto con su sangre


como varón que pisa los racimos?

Este es Cristo, el Señor,

convocado a la muerte,

glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,

glorioso y malherido,

y, a precio de su muerte,

compra la paz y libra a los cautivos?

Este es Cristo, el Señor,

convocado a la muerte,

glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,

y reina entre los vivos;

no le venció la fosa,

porque el Señor sostuvo a su Elegido.

Este es Cristo, el Señor,

convocado a la muerte,

glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos


qué habéis visto y oído;

aclamad al que viene

como la paz, bajo un clamor de olivos.

Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

Adésto, Christe, córdibus,

celsa redémptis cáritas;

infúnde nostris férvidos

fletus, rogámus, vócibus.

Ad te preces, píissime

Iesu, fide profúndimus;

dimítte, Christe, quaésumus,

factis malum quod fécimus.

Sanctæ crucis signáculo,

tuo sacráto córpore,

defénde nos ut fílios

omnes, rogámus, úndique.

Sit, Christe, rex piíssime,

tibi Patríque glória

cum Spíritu Paráclito,

in sempitérna saécula. Amen.


Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Tu, Trinitátis Únitas,

orbem poténter qui regis,

atténde laudum cántica

quæ excubántes psállimus.

Nam léctulo consúrgimus

noctis quiéto témpore,

ut flagitémus vúlnerum

a te medélam ómnium,

Quo, fraude quicquid daémonum

in nóctibus delíquimus,

abstérgat illud caélitus

tuæ potéstas glóriæ.

Te corde fido quaésumus,

reple tuo nos lúmine,

per quod diérum círculis

nullis ruámus áctibus.

Præsta, Pater piíssime,

Patríque compar Únice,

cum Spíritu Paráclito

regnans per omne saéculum. Amen.


Salmodia

Ant. 1.

Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37

Me devora el celo de tu templo

Le dieron a beber vino mezclado con hiel (Mt 27, 34).

Dios mío, sálvame,

que me llega el agua al cuello:

me estoy hundiendo en un cieno profundo

y no puedo hacer pie;

he entrado en la hondura del agua,

me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,

tengo ronca la garganta;

se me nublan los ojos

de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los pelos de mi cabeza

son los que me odian sin razón;

más duros que mis huesos,

los que me atacan injustamente.

¿Es que voy a devolver

lo que no he robado?
Dios mío, tú conoces mi ignorancia,

no se te ocultan mis delitos.

Que por mi causa no queden defraudados

los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen

los que te buscan, Dios de Israel.

Por ti he aguantado afrentas,

la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,

un extranjero para los hijos de mi madre;

porque me devora el celo de tu templo,

y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos,

se burlan de mí;

cuando me visto de saco,

se ríen de mí;

sentados a la puerta cuchichean,

mientras beben vino me sacan coplas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,


por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Ant. 2.

En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

II

Pero mi oración se dirige a ti,

Dios mío, el día de tu favor;

que me escuche tu gran bondad,

que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;

líbrame de los que me aborrecen,

y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,

que no me trague el torbellino,

que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;

por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;

no escondas tu rostro a tu siervo:

estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,


líbrame de mis enemigos:

estás viendo mi afrenta,

mi vergüenza y mi deshonra;

a tu vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.

Espero compasión, y no la hay;

consoladores, y no los encuentro.

En mi comida me echaron hiel,

para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Ant. 3.

Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

III

Yo soy un pobre malherido;

Dios mío, tu salvación me levante.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,

proclamaré su grandeza con acción de gracias;

le agradará a Dios más que un toro,

más que un novillo con cuernos y pezuñas.


Miradlo, los humildes, y alegraos,

buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Que el Señor escucha a sus pobres,

no desprecia a sus cautivos.

Alábenlo el cielo y la tierra,

las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sion,

reconstruirá las ciudades de Judá,

y las habitarán en posesión.

La estirpe de sus siervos la heredará,

los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Versículo

V.El Señor nos instruirá en sus caminos.

R.Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura

Mac 12, 32-46

Sacrificio por los difuntos


Del segundo libro de los Macabeos.

Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de
Idumea. Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; se entabló el combate, y los
judíos tuvieron unas cuantas bajas.

Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a
pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra
Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. Por otra parte, los de Esdrías estaban
agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara
aliado y dirigiera la batalla. En la lengua materna lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió
por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga.

Judas congregó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron
según el rito acostumbrado, y allí mismo celebraron el sábado. Al día siguiente, porque ya urgía, los de
Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos, para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas
familiares. Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley
prohíbe a los judíos.

Todos vieron claramente que aquella era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del
Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido
quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado,
después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos.

Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un
sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera
esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero,
considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la
idea es piadosa y santa. Por eso, hizo una expiación por los muertos, para que fueran liberados del
pecado.

Responsorio

Cf. 2 Mac 12, 45. 46

V.A los que han muerto piadosamente les está reservado un magnífico premio.

R.A los que han muerto piadosamente les está reservado un magnífico premio.
V.Es una idea piadosa y santa rezar por los muertos, para que sean liberados del pecado.

R.Les está reservado un magnífico premio.

Segunda lectura

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos

De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo.

(Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo, 23-24: PG 35, 786-787)

“¿Qué es el hombre para que te ocupes de él?” Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño
soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy
sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré
incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo
alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la
incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno
en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda
perfección; así entre nosotros “ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas,
esclavos y libres”, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla solo
en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos
plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios!
Él pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el
futuro, a quienes lo aman sinceramente. “Sufrámoslo”, pues, todo por él y “aguantémoslo” todo
esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros
sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que,
habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que
creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo
realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la
sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora
en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.
Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue
el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte,
aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte,
desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como
suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el
contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a
quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio

Cf. Sal 102, 14-15; 85, 15

V.Te rogamos, Señor, Dios nuestro, que recibas las almas de nuestros difuntos, por quienes derramaste
tu sangre. Acuérdate de que somos barro y de que el hombre es como la hierba o la flor del campo.

R.Te rogamos, Señor, Dios nuestro, que recibas las almas de nuestros difuntos, por quienes derramaste
tu sangre. *Acuérdate de que somos barro y de que el hombre es como la hierba o la flor del campo.

V.Señor misericordioso, clemente y compasivo.

R.Acuérdate de que somos barro y de que el hombre es como la hierba o la flor del campo.

Oración conclusiva

V.Oremos.

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente,
concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.


**

HIMNO

Creador sempiterno de las cosas,

que gobiernas las noches y los días,

y, alternando la luz y las tinieblas,

alivias el cansancio de la vida.

Pon tus ojos, Señor en quien vacila,

que a todos corrija tu mirada:

con ella sostendrás a quien tropieza

y harás que pague su delito en lágrimas.

Alumbra con tu luz nuestros sentidos,

desvanece el sopor de nuestras mentes,

y sé el primero a quien, agradecidas,

se eleven nuestras voces cuando suenen.

Glorificado sea el Padre eterno,

así como su Hijo Jesucristo,

y así como el Espíritu Paráclito,

ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

SALMODIA
Ant. 1. Contra ti, contra ti solo pequé, Señor; ten misericordia de mí.

Salmo 50

Confesión del pecador arrepentido

Renovaos en la mente y en el espíritu

y vestíos de la nueva condición humana.

(cf. Ef. 4, 23-24)

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;

  por tu inmensa compasión borra mi culpa;

  lava del todo mi delito,

  limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,

  tengo siempre presente mi pecado:

  contra ti, contra ti solo pequé,

  cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,

  en el juicio brillará tu rectitud.

  Mira, que en la culpa nací,

  pecador me concibió mi madre.


Te gusta un corazón sincero,

  y en mi interior me inculcas sabiduría.

  Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;

  lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,

  que se alegren los huesos quebrantados.

  Aparta de mi pecado tu vista,

  borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,

  renuévame por dentro con espíritu firme;

  no me arrojes lejos de tu rostro,

  no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,

  afiánzame con espíritu generoso:

  enseñaré a los malvados tus caminos,

  los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,

  Dios, Salvador mío!,

  y cantará mi lengua tu justicia.

  Señor, me abrirás los labios,


  y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;

  si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

  Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:

  un corazón quebrantado y humillado

  tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,

  reconstruye las murallas de Jerusalén:

  entonces aceptarás los sacrificios rituales,

  ofrendas y holocaustos,

  sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Contra ti, contra ti solo pequé, Señor; ten misericordia de mí.

Ant. 2. Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Cántico     Jr 14, 17-21


Lamentación del pueblo en tiempo de hambre y de guerra

Está cerca el reino de Dios.

Convertíos y creed la Buena Noticia.

(Mc 1, 15)

Mis ojos se deshacen en lágrimas,

  día y noche no cesan:

  por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo,

  una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada;

  entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;

  tanto el profeta como el sacerdote

  vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá?

  ¿Tiene asco tu garganta de Sión?

  ¿Por qué nos has herido sin remedio?

  Se espera la paz, y no hay bienestar,

  al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad,

  la culpa de nuestros padres,


  porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre,

  no desprestigies tu trono glorioso;

  recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Ant. 3. El Señor es Dios y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Salmo 99

Alegría de los que entran en el Templo

Los redimidos deben entonar

un canto de victoria.

(S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,


  servid al Señor con alegría,

  entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:

  que él nos hizo y somos suyos,

  su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,

  por sus atrios con himnos,

  dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,

  su misericordia es eterna,

  su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor es Dios y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

LECTURA BREVE 2Co 12, 9b-10


Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo
contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las
dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

RESPONSORIO BREVE

V. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

R. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

V. Indícame el camino que he de seguir.

R. Hazme escuchar tu gracia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

lecturas del oficio

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 42, 1-16; 43, 4-7

Suerte de Jeremías y del pueblo después de la toma de Jerusalén


En aquellos días, los oficiales del ejército, acompañados de Yojanán, hijo de Caréaj, de Jezanías, hijo de
Osaías, y del resto de la gente, del más pequeño al más grande, acudieron al profeta Jeremías y le
dijeron:

—Acepta nuestra súplica y reza al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto, pues quedamos
muy pocos de tantos que éramos, como bien puedes ver. Que el Señor, tu Dios, nos indique el camino
que hemos de seguir y lo que debemos hacer.

El profeta Jeremías les respondió:

—De acuerdo. Rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís. Y os comunicaré, sin ocultaros nada, todo
lo que el Señor me responda.

Ellos dijeron a Jeremías:

—Que el Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros si no cumplimos todo lo que el Señor, tu Dios, te
mande decirnos.Tanto si nos gusta como si no nos gusta, obedeceremos al Señor, nuestro Dios, a quien
nosotros te enviamos. De este modo, si obedecemos al Señor, nuestro Dios, todo nos irá bien.

Pasados diez días, Jeremías recibió la palabra del Señor. Este llamó a Yojanán, hijo de Caréaj, a todos sus
oficiales y al resto de la gente, del más pequeño al más grande, y les dijo:

—Esto dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle vuestras súplicas:

«Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré, pues
me pesa el mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, como hacéis ahora; no lo temáis —
oráculo del Señor—, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su mano. Le infundiré
compasión para que se compadezca de vosotros y os deje volver a vuestras tierras.
Pero si decís que no queréis habitar en este país —desoyendo así la voz del Señor, vuestro Dios—, y que
preferís ir a vivir a Egipto, pensando que allí no conoceréis guerras, ni oiréis toques de alarma, ni
pasaréis hambre, entonces, resto de Judá, escuchad la palabra del Señor: Esto dice el Señor del universo,
Dios de Israel: Si os empeñáis en ir a Egipto para residir allí, la espada que teméis os alcanzará allí, en
Egipto, y el hambre que os asusta os perseguirá en Egipto, donde moriréis.

Yojanán, hijo de Caréaj, los oficiales del ejército y el resto de la gente se negaron a obedecer al Señor,
que les mandaba quedarse a vivir en Judá. Así que Yojanán, hijo de Caréaj, y sus oficiales reunieron al
resto de Judá, que había vuelto de todos los países por donde se habían dispersado: hombres y mujeres,
niños y princesas reales, y cuantos Nabuzardán, jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo
de Ajicán y nieto de Safán. También se llevaron al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Nerías. Y así,
desobedeciendo la voz del Señor, llegaron a Egipto y se instalaron en Tafne.

Responsorio Jr 42, 2; 1 M 5, 3

R. Ruega al Señor, tu Dios, por nosotros y por todos los que han sobrevivido, * porque hemos quedado
pocos de los muchos que éramos.

V. Hemos quedado como huérfanos sin padre, y nuestras madres son como viudas.

R. Porque hemos quedado pocos de los muchos que éramos.

SEGUNDA LECTURA

San Martín de León, obispo, Sermones

Sermón 2 en el Adviento del Señor: PL 208, 37-39


Viene el Deseado de todas las naciones

Quiero que sepáis, carísimos hermanos, que así como Dios es todopoderoso por naturaleza, por
naturaleza es también benigno y clemente; es extremadamente fuerte y sabio en sus acciones, y rico en
misericordia. El solo lo gobierna, rige y conserva todo, y es cariñoso con todas sus criaturas.

Por eso, el Dios benigno y clemente, contemplando la inacabable esclavitud del género humano, con
que el antiguo enemigo cruelmente le oprimía, y resuelto como estaba a liberarlo misericordiosamente,
lo consuela por medio del profeta, diciendo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes. Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis: mirad a vuestro Dios que trae el
desquite». Se refiere al yugo de la dura esclavitud, al yugo de la miseria y de la infelicidad, con que le
había esclavizado el antiguo enemigo por culpa del primer hombre.

Efectivamente, aquel autor de toda malignidad había tan cruelmente afligido al género humano, que ni
la oblación, ni el sacrificio, ni el holocausto de ningún patriarca o profeta había conseguido liberarlo del
poder del infierno. Por eso, Isaías, en son de queja, dice: Nuestra justicia era un paño manchado.

Pero, previendo el tiempo de la humana liberación de este durísimo yugo, nuevamente decía el profeta,
en son de congratulación: Arrancarán el yugo de tu cuello. También Jeremías preveía que un día el
género humano sería liberado del dominio del antiguo enemigo y sometido al servicio de Dios, cuando
proclamaba por orden de Dios: Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos romperé el yugo de tu
cuello y haré saltar las correas; ya no servirán a extranjeros, servirán al Señor, su Dios, y a David, el rey
que les nombraré, es decir, Cristo. David, en efecto, ya había muerto, pero de su linaje había de nacer
Cristo. Pues también David fue deseable, puntualizando que fue deseable en su estirpe, prefigurando a
aquel de quien canta el profeta, cuando dice: Vendrá el Deseado de todas las naciones, a saber, el Hijo
de Dios, que, en espíritu, había sido previamente revelado a los padres del antiguo Testamento.

Responsorio Is 40, 2; Za 1, 16. 17

R. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle: * Ya ha cumplido su milicia.


V. A Jerusalén me vuelvo con piedad; aún consolará el Señor a Sión y aún elegirá a Jerusalén.

R. Ya ha cumplido su milicia.

evangelio del día

Del Santo Evangelio según san Lucas 16, 1-8

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:

    «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.

    Entonces lo llamó y le dijo:

    “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no
podrás seguir administrando”.

    El administrador se puso a decir para sí:

    “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar
me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre
quien me reciba en su casa”.

    Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:

    “¿Cuánto debes a mi amo?”.


    Este respondió:

    “Cien barriles de aceite”.

    Él le dijo:

    “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.

    Luego dijo a otro:

    “Y tú, ¿cuánto debes?”.

    Él dijo:

    “Cien fanegas de trigo”.

    Le dice:

    “Toma tu recibo y escribe ochenta”.

    Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de
este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

  porque ha visitado y redimido a su pueblo,

  suscitándonos una fuerza de salvación

  en la casa de David, su siervo,

  según lo había predicho desde antiguo

  por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

  y de la mano de todos los que nos odian;

  ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,

  recordando su santa alianza

  y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,

  arrancados de la mano de los enemigos,

  le sirvamos con santidad y justicia,

  en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

  porque irás delante del Señor

  a preparar sus caminos,

  anunciando a su pueblo la salvación,


  el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

  nos visitará el sol que nace de lo alto,

  para iluminar a los que viven en tiniebla

  y en sombra de muerte,

  para guiar nuestros pasos

  por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

PRECES

Invoquemos a Cristo, que nació, murió y resucitó por su pueblo, diciendo:

Salva, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Te bendecimos, Señor, a ti que por nosotros aceptaste el suplicio de la cruz:

  – mira con bondad a tu familia santa, redimida con tu sangre.


Tú que prometiste a los que en ti creyeran que manarían de su interior torrentes de agua viva,

  – derrama tu Espíritu sobre todos los hombres.

Tú que enviaste a los discípulos a predicar el Evangelio,

  – haz que los cristianos anuncien tu palabra con fidelidad.

A los enfermos y a todos los que has asociado a los sufrimientos de tu pasión,

  – concédeles fortaleza y paciencia.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Llenos del Espíritu de Jesucristo, acudamos a nuestro Padre común, diciendo:

PADRE NUESTRO

Padre nuestro,

    que estás en el cielo,

    santificado sea tu Nombre;

    venga a nosotros tu reino;

    hágase tu voluntad

    en la tierra como en el cielo.


    Danos hoy nuestro pan de cada día;

    perdona nuestras ofensas,

    como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

    no nos dejes caer en la tentación,

    y líbranos del mal. Amén.

ORACIÓN

Ilumina, Señor, nuestros corazones

y fortalece nuestras voluntades,

para que sigamos siempre el camino de tus mandatos,

reconociéndote como nuestro guía y maestro.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

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viernes 5 de noviembre de 2021

Tiempo Ordinario

Viernes XXXI del Tiempo Ordinario (Año ImPar)


LECTURAS DE LA MISA

Primera Lectura

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15, 14-21

Oficiante de Cristo Jesús para con los gentiles, para que la ofrenda de los gentiles agrade a Dios

Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y
de que tenéis suficiente saber para aconsejaros unos a otros.

Pese a todo, os he escrito, propasándome a veces un poco, para reavivar vuestros recuerdos.

Lo he hecho en virtud de la gracia que Dios me ha otorgado: ser ministro de Cristo Jesús para con los
gentiles, ejerciendo el oficio sagrado del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles,
consagrada por el Espíritu Santo, sea agradable.

Así pues, tengo de qué gloriarme en Cristo y en relación con las cosas que tocan a Dios. En efecto, no me
atreveré a hablar de otra cosa que no sea lo que Cristo hace a través de mí en orden a la obediencia de
los gentiles, con mis palabras y acciones, con la fuerza de signos y prodigios, con la fuerza del Espíritu de
Dios.

Tanto que, en todas direcciones, partiendo de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, he completado el
anuncio del Evangelio de Cristo.

Pero considerando una cuestión de honor no anunciar el Evangelio más que allí donde no se haya
pronunciado aún el nombre de Cristo, para no construir sobre cimiento ajeno; sino como está escrito:
Los que no tenían noticia lo verán,

         los que no habían oído comprenderán.

Salmo Responsorial

Salmo 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4

El Señor revela a las naciones su victoria

℣     Cantad al Señor un cántico nuevo,

         porque ha hecho maravillas.

         Su diestra le ha dado la victoria,

         su santo brazo. ℟

℣     El Señor da a conocer su salvación,

         revela a las naciones su justicia.

         Se acordó de su misericordia y su fidelidad

         en favor de la casa de Israel. ℟

℣     Los confines de la tierra han contemplado

         la salvación de nuestro Dios.

         Aclama al Señor, tierra entera;


         gritad, vitoread, tocad. ℟

Evangelio

Del Santo Evangelio según san Lucas 16, 1-8

Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:

    «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.

    Entonces lo llamó y le dijo:

    “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no
podrás seguir administrando”.

    El administrador se puso a decir para sí:

    “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar
me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre
quien me reciba en su casa”.

    Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:


    “¿Cuánto debes a mi amo?”.

    Este respondió:

    “Cien barriles de aceite”.

    Él le dijo:

    “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.

    Luego dijo a otro:

    “Y tú, ¿cuánto debes?”.

    Él dijo:

    “Cien fanegas de trigo”.

    Le dice:

    “Toma tu recibo y escribe ochenta”.

    Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de
este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

Versión bíblica oficial


©Conferencia Episcopal Española

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05 de Noviembre

Santa Ángela de la Cruz Guerrero González

En Sevilla, en España, santa Ángela de la Cruz Guerrero González, fundadora del Instituto de las
Hermanas de la Cruz, que no se reservó ningún derecho para sí sino que lo dejó todo para los pobres, a
los cuales acostumbraba llamar sus señores, y los servía de verdad.

(Martirologio Romano)

Vida

Ángela nació en las afueras de Sevilla el día 30 de enero de 1846. Fue bautizada el 2 de febrero siguiente
en la parroquia de Santa Lucía. Su padre, Francisco, era cocinero del convento de los Trinitarios, y su
madre, Josefa, costurera allí mismo. Tuvieron catorce hijos, de los que solamente seis llegaron con vida
a la mayoría de edad. Como tantas niñas pobres sevillanas de su tiempo, fue poco al colegio,
aprendiendo a escribir, sin dominar la ortografía, algunas nociones de aritmética y catecismo. Su
pobreza no le impedía, desde niña y adolescente, compartir con los más pobres los bienes que tenían en
la familia, pues les llevaba mantas de su casa cuando no tenían ellos para todos.

En el hogar aprendió a rezar el rosario y las oraciones del mes de mayo dedicado a la Virgen María. Con
su padre acudía al rosario de la aurora y su madre se prestaba a ser madrina de los niños del barrio que
lo necesitaban. Hizo la primera comunión en 1854 y recibió la confirmación en 1855. A los doce años
tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su familia como aprendiz en la zapatería Maldonado, donde
también se rezaba diariamente el rosario, y tuvo sus primeras experiencias místicas. Ella misma se puso
a enseñar el oficio a otras niñas, como oficiala de primera, en una institución llamada «Las
Arrepentidas», en aquella Sevilla que entonces tenía rango de Corte por la presencia en el palacio de
San Telmo de los duques de Montpensier.

El canónigo que confesaba a Angelita, el padre Torres, le ayudó a encontrar lo que Dios le pedía: ser
monja. En 1865, acompañada de su hermana Joaquina, llamó a las puertas del Carmelo que había
fundado en Sevilla santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran capacidad para la vida contemplativa,
no fue admitida porque no tenía suficiente salud para la vida tan austera del Carmelo. En 1868 entró
como postulante en las Hijas de la Caridad del hospital central de Sevilla, pero por su salud quebrantada
fue trasladada a Cuenca, por si le sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que dejar definitivamente a
las Hijas de la Caridad, a pesar de su entrega y fidelidad generosa.

Resignada a vivir como «monja sin convento», volvió a su trabajo y se sometió en obediencia a su
director espiritual, escribiendo todos los pensamientos y deseos de su alma, hasta que en 1875 vio
durante la oración el monte Calvario con una cruz frente a la de Cristo crucificado: “Al ver a mi Señor
crucificado deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle; conocía con bastante claridad que en
aquella otra cruz que estaba frente a la de mi Señor debía crucificarme, con toda la igualdad que es
posible a una criatura…”. En una ocasión, después de escuchar las quejas de los pobres que sufren,
escribe al padre: “Si, para aconsejar a los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es
preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un instituto que por amor a Dios abrazara la
mayor pobreza!”, recibiendo así la inspiración de fundar una «Compañía».

En sus Escritos íntimos, páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas ortográficas pero con
una identidad cristiana y eclesial admirable, redactó su proyecto de Compañía, con una dimensión
caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad de Sevilla,
por su identificación con los menesterosos: «Hacerse pobre con los pobres». No quería hacer la caridad
«desde arriba» sino ayudar a los pobres «desde dentro». Escribía y lo vivía: «La primera pobre, yo...».

El día 2 de agosto de 1875 el padre Torres celebraba la Eucaristía en la iglesia del convento jerónimo de
Santa Paula, a la que asistían, con Ángela, que era terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa
y otra Juana, dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la oración y en el servicio a los pobres.
Acabada la misa, se trasladaron a vivir a un cuarto alquilado en la calle de San Luis, n. 13, en el que había
una mesa, unas sillas y unas esteras de junco que servían de colchón y de almohada, un crucifijo y un
cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las Hermanas de la Cruz.

La fundadora imprimió a su Compañía un ambiente de limpieza, de saludable alegría y de contenida


belleza, de tal forma que sus conventos tendrían esplendor a base de cal, estropajo, dos esterillas y
cinco macetas. Su estilo sería el de mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de la
grandiosidad, impregnando de tal forma el aire de dulzura, que la gente agradecía aquel nuevo modo de
querer a Dios y a los pobres. Luego pasaron a la calle Hombre de Piedra, junto a la parroquia de San
Lorenzo, donde ejercía el ministerio Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el arzobispo llamado
«mendigo», recientemente beatificado. Empezaron a recoger niñas huérfanas de los enfermos a quienes
atendían, por eso pasaron a otra casa más grande en la calle Lerena, donde ya pudieron contar con la
presencia de la Eucaristía. Atendían a las personas que estaban solas y enfermas en sus casas. Con una
mano pedían limosna y con la otra la repartían.

En 1879 el arzobispo fray Joaquín Lluch aprobó las primeras Constituciones de la Compañía de las
Hermanas de la Cruz, en una síntesis de oración y austeridad, contemplación y alegría en el servicio a los
pobres. Las Hermanas de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y Extremadura, La Mancha,
Castilla, Galicia, Valladolid, Valencia y Madrid, las Islas Canarias, Italia y América. En Sevilla se
trasladarían a lo que después sería la casa madre en la calle de Los Alcázares. En 1894 sor Ángela,
«madre Angelita» o simplemente «madre» como se le llamaba ya en Sevilla, viajó a Roma para asistir a
la beatificación del maestro Juan de Ávila y fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con el Papa León
XIII, quien más tarde concedió el decreto inicial para la aprobación de la Compañía, que firmaría en 1904
san Pío X.

En 1907 sor Ángela asumió el gobierno y la responsabilidad de su instituto religioso como primera
madre general, reelegida cuatro veces. Aunque tenía fama de «milagrera», destacaba por su naturalidad
y sencillez. En 1928, a pesar de la exposición iberoamericana, en Sevilla continuaba habiendo pobres y
necesidades; por eso las Hermanas de la Cruz rondaban por los barrios más pobres, santificándose
especialmente con la virtud de la mortificación, al servicio de Dios en los pobres, haciéndose pobres
como ellos. Sor Ángela aceptó la decisión del arzobispo y, al no continuar siendo madre general, se puso
a disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y a cuantas personas acudían a pedirle ayuda,
atraídas por sus virtudes. Las Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora, siguen a rajatabla las normas
de mortificación establecidas por sor Ángela: comen de «vigilia», duermen sobre una tarima de madera
las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues quieren estar «instaladas en la cruz»,
«enfrente y muy cerca de la cruz de Jesús», renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin
tardanza donde los pobres las necesiten.

El 7 de julio de 1931 la madre Ángela tuvo una trombosis cerebral que, nueve meses después, la llevaría
a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo, pero continuó resplandeciendo en su virtud de la
humildad, tratando de agradar y nunca molestar. Después de una larga agonía y de haber recibido los
últimos sacramentos, murió en Sevilla, en su tarima de dormir, el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera
pasó durante tres días enteros por la capilla ardiente hasta que, por privilegio especial, fue sepultada en
la cripta de la casa madre. Fue beatificada en Sevilla por el Papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982,
y canonizada por el mismo en Madrid el 4 de mayo de 2003. Su cuerpo incorrupto reposa en su capilla
de la casa madre y su memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de noviembre.
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