Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Hans-Georg Gadamer - Poema y Diálogo-Gedisa (2004)
Hans-Georg Gadamer - Poema y Diálogo-Gedisa (2004)
Hans-Georg Gadamer
Poema
y diálogo
{BIBLIOTECA 1
gedisa
O editorial
Hans-Georg Gadamer
POEMA Y DIÁLOGO
CLA«DE«MA
CRÍTICA LITERARIA
Editorial Gedisa ofrece
los siguientes títulos sobre
por
Hans-Georg Gadamer
gedisa
editorial
Título del original e n a l e m á n :
Gedicht und Gesprach
© Insel Verlag Frankfurt a m Main, 1990
Traducción: D a n i e l N a j m í a s y J u a n N a v a r r o
Ilustración de cubierta: J u a n S a n t a n a
ISBN: 84-7432-463-7
D e p ó s i t o legal: B. 6 4 6 2 - 2 0 0 4
Impreso en España
Printed in Spain
La actualidad de Hólderlin 9
El poeta Stefan George 13
Hólderlin y George 36
Yo y tú, la m i s m a alma 57
Rainer Maria Rilke, cincuenta años después 62
A la sombra del nihilismo 80
¿Qué debe saber el lector? 100
¿Están enmudeciendo los poetas? 107
Sentido y ocultación de sentido en Paul Celan 118
Hilde Domin, poetisa del regreso 130
Hilde Domin, «Canción de aliento II» 138
Poema y diálogo 142
Ernst Meister, In memoriam V 156
TÍTULOS DE LOS ORIGINALES ALEMANES
Y LUGAR DE SU PUBLICACIÓN 159
7
La actualidad de Hólderlin
10
nada, sino que intenta fijar e n la palabra, e n visiones n u e v a s
cada vez, s u propia y oprimida imposibilidad..., y lo consigue.
Para nosotros fue también, y siguió siéndolo, el precursor
del descubrimiento nietzscheano del sustrato dionisíaco de lo
apolíneo e n la cultura griega. E n este sentido fue para nosotros
u n a tarea y u n desafío permanentes, que nos h a acompañado
sin constituir, empero, u n a figura de referencia constante. H e
aludido antes al ritmo del oleaje e n que a todos nos llega la
poesía de Hólderlin. D e m a n e r a m u y variada influyó e n noso-
tros, por ejemplo, la fase áeHiperión, o e s e vaivén especial entre
la preferencia por las resonancias proféticas de los H i m n o s o por
la forma serena, aunque quebrada continuamente de la m a n e r a
m á s audaz, en que el estricto metro clásico se transforma para
expresar el oprimido y acosado anhelo de Hólderlin. Finalmen-
te, e n las últimas décadas, incluso los poemas de s u época m á s
tardía, de la fase «oscura», como se la h a llamado y bien puede
llamársela, alcanzaron u n a n u e v a actualidad, si bien ignoro de
qué índole: ese extinguirse de u n a l m a desfallecida y forzada, en
incomparable armonía de naturaleza y alma, al paso de las
estaciones, al ritmo de los años vividos, resonancia de reflejos
m u t u o s en la que volvemos a reconocer la armonía entre la
naturaleza y el hombre, incluso e n u n entorno desfigurado por
la laboriosidad de nuestra civilización técnica. Precisamente, la
obra de Hólderlin llega a nosotros e n la diversidad de e s a s
refracciones, en la que reside, para quien t e n g a oído para la
poesía, s u actualidad.
Como filósofo tendría naturalmente mucho que decir sobre
el nuevo significado que h a adquirido Hólderlin para compren-
der el período que va del clasicismo al romanticismo. Lo que
entre tanto está en boca de todo el mundo nos produjo y a e n los
años veinte u n gran impacto: Hólderlin, el jacobino. Hacia 1933
m e hallaba ocupado e n u n proyecto de cierta amplitud sobre la
Revolución Francesa y sus repercusiones e n la cultura alema-
na. Al optar por quedarme en Alemania, tuve que abandonar el
t e m a del proyecto. Pero existían algunos trabajos preparatorios
y y a se sabía mucho sobre e s a cuestión, que, entre tanto, gracias
a distintos trabajos y, sobre todo, a los de Bertaux, h a pasado al
plano del debate general.
Ahora bien, algo de esa presencia de Hólderlin, el poeta que
11
venía de orígenes h u m i l d e s y que recibió, no obstante, el beso
del lenguaje, nos afecta sin duda a todos. Lo que para él
significaba hablar e s quizá la forma primigenia de hablar en
términos absolutos. Hablar e s buscar la palabra. Encontrarla
es siempre u n a limitación. El que de verdad quiere hablar a
alguien lo hace buscando la palabra, porque cree e n la infinitud
de aquello que no consigue decir y que, precisamente porque no
se consigue, e m p i e z a a resonar e n el otro. Algo de e s t a sabiduría
del balbucir y enmudecer s e a tal vez la herencia que n u e s t r a
cultura espiritual deba transmitir a l a s próximas generaciones.
N o h a y m á s que ver h a s t a qué punto se h a vuelto hermética la
forma de la poesía actual. N o h a y que extrañarse, entonces, de
que la poesía no t e n g a amplia repercusión entre el público, ni
tampoco de que aquellos que consideran la palabra poética u n
elemento indispensable de la vida no p u e d a n y a mostrarse
e x u l t a n t e s y confiados por la posesión de u n patrimonio poético,
sino que escudriñen el m u n d o y contemplen el futuro cohibidos
y balbucientes. La sabiduría del balbucir y enmudecer s u s t e n t a
la actualidad del Hólderlin redescubierto. T a m b i é n e n ella se
inspira e s t e intento de selección, que no responde a principio
alguno y acompaña a l a lírica de nuestro siglo.
12
El poeta Stefan George
13
S u notoriedad fue u n efecto de s u s propias intenciones e n
la medida e n que, y a como joven poeta, emprendió la iniciativa
de reunir espíritus afines y fundó u n movimiento literario,
Blatter für die Kunst (Hojas para el arte), para las que, e n s u
juventud, buscó y encontró a s u s aliados y e n cuyo marco
colaboró y a entonces Hugo von Hofmannstahl. A partir de este
movimiento literario fue reuniendo p a u l a t i n a m e n t e a sus ami-
gos. El proyecto se mantuvo al principio a partir de suscripciones.
N o era posible solicitar s i m p l e m e n t e la admisión e n las Blatter...
como poeta; había que recibir u n a invitación a colaborar. E s
m á s , como simple lector había que esforzarse para tener el
honor de adquirir las publicaciones del círculo. Así reunió
George a s u s amigos y vivió, a d e m á s de e n Munich, e n otras
ciudades como Berlín, D a r m s t a d t y Heidelberg. Todo lo que
sabemos de él y todo lo que de él se cuenta da testimonio de u n
nuevo estilo e n la relación maestro-discípulo, sin precedente
siquiera e n el modelo primigenio que Mallarmé representaba
para George. Gundolf, el gran profesor de literatura de la
Universidad de Heidelberg, fue uno de los que aquel maestro,
e n la guía de hombres que fue George, marcó de por vida con la
impronta de e s a relación de discípulo. La indisolubilidad de este
vínculo interior se m a n t u v o incluso después de que George
rompiera con él.
El objetivo perseguido e n e s a relación entre maestro y
discípulos era especialmente sorprendente para cualquiera que
lo observara o se sintiera afectado, a u n q u e fuese de lejos, y a que
estaba e n crasa contradicción con el espíritu de la época y sus
valores. La imitación — i m i t a t i o — como valor pasaba a ocupar
el primer plano. El propósito de George, s u ambición y la idea
de misión que t e n í a era imbuir, por así decirlo, al conjunto de
jóvenes seguidores de s u voluntad poética, de s u sentido de las
posibilidades e x i s t e n t e s e n la poesía y e n el lenguaje. Cualquie-
ra que por primera vez t o m a e n s u s m a n o s u n v o l u m e n de la
serie de Blatter für die Kunst quedará sorprendido por la
homogeneidad y el parecido de familia de los productos litera-
rios allí recogidos (sin que, curiosamente, se citen los nombres
de los autores).
E n el transcurso de los años, este círculo literario de
personas u n i d a s por el m i s m o afán se fue transformando
p a u l a t i n a m e n t e e n u n círculo vital e n cuyo centro estaba
14
George, no sólo como el poeta señero sino como gran educador
y formador de hombres, como maestro e n el pleno sentido de la
palabra.
Tuvo lugar después la experiencia de George, difícilmente
comprensible no sólo para nosotros hoy, sino y a entonces para
muchos, con u n joven de Munich cuya muerte prematura
adquirió para el poeta el carácter de vocación y consagración de
toda s u vida y obra. El recuerdo de M a x i m i n fue u n a especie de
fundación cultual que cambió la obra poética de George y
produjo u n a división de los espíritus: aquellos que aceptaron
este sesgo cultual y los que se cerraron a él. Incluso a grandes
admiradores de George les resultó imposible seguirlo realmen-
te e n esa fundación cultual de carácter religioso, si es que así
puede llamarse.
El círculo de George comenzó por entonces a desplegarse
en otra dirección. La relación vital de discípulo y maestro e n la
que se apoyaba el «círculo» experimentó u n a transformación,
impulsada, sobre todo, por el ingenio político de Friedrich
Wolters. Wolters era especialista e n historia de la economía,
procedía de la escuela de Gustav Schmollers y era uno de los
amigos íntimos de George. E n el germinar de u n a joven genera-
ción, formada s e g ú n el modelo y la voluntad de s u maestro, veía
Wolters el comienzo de u n a renovación del pueblo y del Estado
e n s u conjunto. E n u n opúsculo de enorme resonancia interpre-
tó la relación vital entre discípulo y maestro como el embrión de
u n nuevo orden político y configurador del Estado. E n dicho
libro, titulado Herrschaft und Dienst («Dominio y servicio»),
intentaba mostrar bajo u n a n u e v a luz el honor de servir y la
consagración de la esencia del señorío, haciendo referencia a la
gradación típica de las formas de vida del imperio medieval y de
la Iglesia romana. Con ello se produjo algo así como u n a
institucionalización del fluir espontáneo de la vida del círculo,
inspirada por el poeta George y por s u poesía. La exigencia de
u n a renovación social del pueblo e n s u conjunto resultaba
provocadora y dificultó el acceso de muchos, como, por ejemplo,
h a mostrado e n toda s u problemática la aguda crítica de Max
Weber.
Retrospectivamente, sin embargo, puede comprenderse
m u y bien la fuerza de e s a mentalidad. E n el espacio m u n d a n o
15
de u n a sociedad de m a s a s y de u n a vida cultural difusa, la
comunidad de George constituía algo así como u n a iglesia
imbuida del l e m a extra ecclesiam nulla salus. D e m a n e r a im-
presionante (y no s i m p l e m e n t e m e d i a n t e la m u y denigrada
moda superficial, con la que algunos i n t e n t a b a n darse impor-
tancia), los discípulos del círculo demostraron con los hechos
que e s a sentencia — m a n t e n i d a por la Iglesia romana a ú n hoy
como exigencia de s u proclamación salvífica— contenía tam-
bién u n a verdad temporal, demostraron que no estaba despro-
visto de sentido ni resultaba ofensivo el que se pospusiera a
grandes talentos surgidos fuera del círculo e n favor de espíritus
m e n o s dotados pero pertenecientes a él.
U n a experiencia personal podrá quizás ilustrar el espíritu
de misión que a n i m a b a al círculo. Friedrich Wolters, a cuyas
lecciones y ejercicios académicos había asistido yo de estudian-
te e i n m e d i a t a m e n t e d e s p u é s de hacer el doctorado, y al que
frecuentaba por entonces, m e regaló e n 1922 u n libro de Wolff
y P e t e r s e n titulado Das Schicksal der Musik («El destino de la
música»), que acababa de aparecer, y escribió e n él u n a dedica-
toria que reviste interés general por m á s privada que sea:
Novelle Antiche, 29
16
bros del círculo, sino que dejaba claro que e s t a dedicatoria iba
dirigida a alguien que, s e g ú n Wolters, estaba demasiado orien-
tado hacia el pensamiento, que no otro era el sentido de la
expresión «conocer s u origen». La forma de vida centrada e n el
pensamiento, que, como alumno de Paul Natorp, perseguía yo
entonces, se consideraba perniciosa y estéril. El poema sobre
Nietzsche en Der siebente Ring («El séptimo anillo») le confiere
u n a expresión epigramática:
Cantar debiera,
no hablar esa alma nueva.
sie hatte singen
nicht reden sollen diese neue seele.
17
ejemplo de Ernst Kantorowicz con s u gran obra sobre Federi-
co II m u e s t r a que la experiencia y el modelo sentados por
George capacitaban para u n conocimiento auténtico e n el campo
de la historia.
A todo esto se añade la penetración del círculo de George
e n otros sectores profesionales. Bajo el impulso de la ambición
política de Wolters se establecieron, después de la Primera
Guerra Mundial, relaciones con las asociaciones j u v e n i l e s na-
cionales y se practicó, tanto dentro del ejército como de la
administración y del cuerpo diplomático, u n a política de perso-
nal dirigida a extender el nuevo Estado interior. La historia
universal h a pasado de largo por estos hechos. La temprana
muerte de Wolters, la ruptura de M a x Kommerell con s u
maestro y otros sucesos s e m e j a n t e s que culminaron e n 1933,
hicieron fracasar e s e m i s m o año la creciente tendencia del
círculo a la acción política. A pesar de todo, el hecho de que Graf
Stauffenberg, uno de los promotores del atentado contra Hitler,
perteneciera al círculo, da testimonio de la m a g n i t u d y perseve-
rancia, incluso durante el Tercer Reich, de la fe e n la «Alemania
secreta». George, por s u parte, abandonó A l e m a n i a e n 1933, al
igual que muchos de s u s amigos, afectados por las leyes de
Nurenberg e n materia de raza.
E n el fondo, 1933 significó, m á s que la culminación, el
punto final de la gran influencia pública de George. A ú n
recuerdo la sorpresa que m e causó el discurso que pronunció
Max Kommerell e n 1930 como lección inaugural e n Francfort
con el título de «Juventud sin Goethe». Afirmaba Kommerell e n
dicho discurso que la j u v e n t u d no t e n í a acceso a Goethe porque
estaba exclusivamente imbuida de la poesía de Stefan George,
lo que y a entonces no era cierto: «Juventud sin George» hubiera
sido u n título a ú n m á s acertado para la generación de entonces.
P u e s lo sorprendente era que, tras u n ascenso de veinte o
veinticinco años de preparación y u n apogeo e n los años veinte,
la influencia pública de George y s u presencia poética se
desvanecieron rápidamente. A todas las c a u s a s que p u e d a n
aducirse h a de añadirse e n último término t a m b i é n ésta: con la
gran capacidad de decisión e n cuestiones de poética que poseían
George y s u círculo se h a b í a pronunciado u n veredicto contra
otro gran poeta de l e n g u a a l e m a n a , u n veredicto que lo perse-
18
guía, por lo que empezó a hacerse presente e n la conciencia
general con u n a especie de fuerza interior reprimida. Me refiero
a Rainer María Rilke, cuyas obras tardías, las Elegías de Duino
y los Sonetos a Orfeo, lograron triunfar entonces. D u r a n t e todos
los años del Tercer Reich, el efecto de Rilke fue casi el de u n
poeta de la Resistencia, debido, entre otras cosas, al extremado
manierismo de s u estilo poético, e n craso contraste con la
entonces reinante tendencia a la uniformidad.
Esto no significa naturalmente que la m a e s t r í a poética de
George, sobre todo la fuerza epigramática de s u lenguaje, no
siguiera teniendo influencia, como puede observarse en Gottfried
B e n n y Paul Celan; el punto álgido de s u resonancia pública, sin
embargo, había pasado.
19
«No puedo vivir mi vida si no es en la más perfecta magnificencia espiritual. A
nadie le importa lo que lucho, sufro y sangro por ello. Y todo es, sin embargo, por
los amigos. Verme como me vieron es su máximo consuelo. Por eso lucho y
soporto y guardo silencio también por ellos. Una y otra vez me muevo al borde
extremo; doy lo último... incluso allí donde nadie lo sospecha.»
20
N o pretendo, por tanto, ocuparme de Stefan George e n la
plenitud de relaciones implicadas e n s u nombre y s u persona,
sino sólo del poeta cuya obra contiene lo permanente e históri-
camente relevante de s u gran personalidad. Se trata de buscar
en su poesía lo que tiene de perenne y consistente.
21
voluntad de creación artística que t a m b i é n s u estilo poético y s u
modo de hablar se destacaban, por s u peculiaridad, por encima
de todo lo contemporáneo. Esto concuerda con el hecho de que
era contemporáneo del llamado «movimiento estilístico», el
Jugendstil, cuya importancia, m u c h o tiempo ignorada, consis-
tió e n oponer a la profusión historicista de finales del siglo XIX
u n a voluntad estilística purificadora y b a s a d a e n la vuelta a las
formas simples. E s curioso que e s e nuevo movimiento estilístico,
que terminó llamándose Jugendstil, vuelva a gozar de creciente
interés por parte de l a s artes plásticas, m i e n t r a s que la palabra
poética de George, a pesar de m a n t e n e r s e viva, no h a y a logrado
superar la resistencia del gusto vigente de la época e n materia
de estilo.
El gusto de u n a época e s u n poder propio que determina e n
última instancia lo que debe llegar h a s t a uno y afectar s u
sensibilidad. La fuerza d e t e r m i n a n t e del gusto proviene del
hecho de que anticipa expectativas y e s q u e m a s de recepción
contra los que no puede atentarse sin que se desvirtúe la calidad
artística, por m á s extraordinaria que sea. P i é n s e s e , por ejem-
plo, en el período del Sturm und Drang e n el siglo X V I I I , con el 2
22
grandes poetas romanos de comienzos de nuestra era, Virgilio
y Horacio sobre todo, que pretendían crear u n a poesía propia
capaz de medirse con la griega. Sentir e s a proximidad significa
calibrar la i n m e n s a distancia que h a y que superar para com-
prender el arte de George. La severidad romana de s u voluntad,
la concisión y perentoriedad de s u lenguaje, la presentación
consciente de lo auténticamente artístico e n el arte, tal como se
manifiesta en s u poesía, todo esto se halla completamente
alejado del ideal de la canción natural que constituía la norma
de la lírica e n la época de Goethe y con posterioridad a éste. N o s
hallamos ante u n arte de orfebrería de la palabra que nos
enfrenta intencionadamente con lo exquisito, lo valioso y lo
singular de los preciosismos lingüísticos. Se trata, entre otras
cosas, del modelo de Mallarmé, al que George conoció y siguió
de joven en París. E s posible que e n u n principio tuviera
simplemente la idea de reconstruir a partir del acervo de la
lengua a l e m a n a esa poésie puré, la n u e v a musicalidad del poe-
m a lírico tal como la admiraba en Mallarmé, y repetir s u modelo
en el ámbito de la literatura alemana. Musicalidad de la lengua
significa aquí la completa concatenación interior de sonido y
significado, de sentido y ser de la palabra. E s t a musicalidad
representa la cima absoluta de las posibilidades de la palabra
poética, que m a n t i e n e siempre diferentes posibilidades de equi-
librio entre el sonido y el significado. El grado sumo de la
musicalidad poética significa, por tanto, apartarse de la música
e n la medida en que esta se libera de la palabra y del significado
y se vuelve autónoma e n tanto que musicalidad liberada. El
círculo de George vio e n la música «absoluta» u n a fuerza
anímica disolvente. La musicalidad lírica, por el contrario, une
el ritmo del sentido con el sonido. N o excluye el sentido objetivo
del enunciado, sino que lo integra completamente e n el movi-
miento poético del sonido. El grado de comprensión consciente
con que se capta el sentido de estos versos musicales es, por ello,
susceptible de grandes variaciones de intensidad sin que des-
aparezca la impresión poética global.
Este hecho justifica la aplicación del concepto de lo mágico
al uso poético de la palabra que hace George. E s evidente que e n
el uso mágico de la palabra no se m a n t i e n e completamente al
margen la comprensión de las palabras, pero e s t a comprensión
23
es secundaria frente a los auténticos factores que actúan. La
locución mágica encierra u n a extraordinaria concentración de
voluntad y, efectivamente, George e s t a m b i é n todo voluntad e n
s u obra. La palabra mágica es, a d e m á s , u n a palabra que
transforma, que no sólo se escucha y se comprende, que no sólo
v a dirigida prioritariamente a la comprensión, sino que se
apodera de nosotros al oírla como e n u n a conjuración de espíri-
tus. Algo h a s t a ahora a u s e n t e se torna presente sin que medie
n i n g ú n proceso natural, no por medios específicos como e n toda
operación artesanal, sino precisamente a través de lo inespecífico
de los medios como e n la magia. Por eso, el efecto mágico,
t a m b i é n el de George, posee algo incomprensible y algo a lo que
uno no puede sustraerse recurriendo a la crítica racional.
E n la fase tardía y m a d u r a de s u obra, George exige,
a d e m á s , de forma parecida al uso religioso y cultual de l a s
fórmulas, u n cumplimiento de lo que la palabra actualiza, de
modo semejante a cuando se profiere u n a maldición y sólo la
«aceptación» de la sentencia por parte del oyente hace que la
maldición se cumpla. Cuanto m á s se impregna la obra poética
de George de e s t a exigencia de sentido cultual (que llega a s u
límite e n Der Stern des Bundes («La estrella de la alianza»),
tanto mayor e s la exigencia de cumplimiento. A esto se ajusta
también la forma propia de recitar poesía practicada por George
y e n la que instruyó a s u s discípulos. E s cierto que para George
el b u e n recitador e s el que respeta a s u m a n e r a la ley rítmica del
poema y no el que ejecuta, por así decirlo, u n ritual monótono.
Sin embargo, la recitación, tal como se practicaba e n e n el
círculo y tal como corresponde sin duda a l g u n a a la propia
poesía de George, consistía e n u n «referir» (Hersagen). E n el
círculo de George se evitaban los extranjerismos e n la medida
de lo posible, por eso a la declamación de p o e m a s se la designaba
con el término Hersagen (y no a partir de Robert Boehringer,
sino y a e n l a s primeros n ú m e r o s de Blatter für die Kunst es así).
«Referir» significa dirigirse a otros e n la alocución, a los oyentes.
N o se trata, como yo diría valiéndome de otra expresión y a la
vista del tono poético de Hólderlin, que se iba revelando enton-
ces, de u n «proferir» (Hinsagen). El verso de Hólderlin e s u n
verso proferido, u n verso dicho al aire, como e n trance. El verso
de George exige que se le recite conscientemente ante otros.
24
E s necesario reconocer la legitimidad artística de esta
opción y no permitir que s e a n los hábitos recitativos o el gusto
de la época correspondiente los que j u z g u e n sobre ella. Creo que
Gundolf tiene razón cuando afirma que George h a conferido a
la lengua a l e m a n a la sugestividad de lo católico. Eso es lo
característico de George, pues nuestra historia poética a l e m a n a
está determinada por la insistencia e n el «proferir», incluso
cuando se trata de autores católicos como Eichendorff o
Hofmannsthal, es decir, por el giro protestante de la interiori-
dad cristiana, sólidamente fundado e n el a l e m á n de la Biblia de
Lutero. La obra de George irrumpe e n e s t a tradición como algo
extraño, y a que sienta como ley fundamental la sugestividad
litúrgica de lo armonioso-sensible y de lo ceremonioso.
25
delante de s u función; é s t a es t a m b i é n la doctrina de George
sobre el funcionalismo de la vida moderna e n la que se ignora
la sustancia que h a y que redescubrir. Al dar preferencia a lo
elemental resulta posible designar lo que es.
Otra consecuencia: lo que e n gramática l l a m a m o s sinta-
xis —los recursos lingüísticos para unir las palabras— se sus-
tituye aquí por algo m e n o s usual, m á s exigente con el lector
y m e n o s apropiado para permitir el paso de u n elemento a
otro. E s lo que y a Hellingrath (con respecto a Hólderlin y
haciendo referencia a Píndaro) llamó la «yuxtaposición áspera».
Los recursos poéticos de conexión, necesarios para poder leer
frases y no m e r a m e n t e palabras, e s t á n tomados sólo e n m u y
reducida proporción de n u e s t r a sintaxis gramatical. George
utiliza conexiones m u y diversas para hacer surgir de los bloques
de palabras de lo nombrado, m e d i a n t e recursos lingüísticos
basados e n el sonido, la unidad del discurso y la presencia del
mensaje.
Al primero de estos recursos lo llamaría yo la «debilitación
de la rima final». El considerable peso que tenía la rima final e n
la literatura a l e m a n a , sobre todo e n el desarrollo de la poesía
romántica y posromántica, desaparece e n l a versificación de
George. El recurso del que se sirve George para debilitar la rima
final e s intensificar la t e n s i ó n e n el interior del verso. Asonan-
cia y vocalización interna son los recursos que encontramos
empleados con singular intencionalidad y que h a n elevado
extraordinariamente la calidad formal del lenguaje poético
alemán. La vocalización, la composición musical interna del
verso e n s u totalidad, facilita que la rima, m e d i a n t e asonancias
y asimetrías, antítesis y reduplicaciones, m e d i a n t e el juego de
altibajos, quede como flotando.
Mediante e s t e procedimiento se consigue — y é s t e e s el
tercer recurso— que el final del verso, debido a la mitigación del
peso de la rima, quede libre para m a n t e n e r el tono. Quien h a
oído leer versos de George, tal como los leían George y sus
discípulos, sabe que e n la palabra final no se baja la voz, como
e s normal, sino que se m a n t i e n e e n alto, lo que sólo e s posible
si el peso de la vocalización interna de u n verso permite que el
tono final de éste, por así decirlo, se pierda. E s t e efecto refuerza
la unidad del tono poético global. D e aquí surge, a mi juicio, lo
26
que constituye el efecto singular e inconfundible de los poemas
de George. George traza a través del poema u n a especie de arco
que no tiene par en la poesía alemana. S u trazado es completa-
m e n t e distinto del de u n himno de Hólderlin, que da la impre-
sión de u n a gran obra arquitectónica. E n el himno hólderliniano
el brioso tiro dirigido hacia u n blanco lejano produce s u efecto
al tocarlo y se desvanece: u n balbuceo interior surgido de la
plenitud m á s profunda. E n el caso de George, el gran arco que
v a engarzando sus versos e n unidades cada vez m á s complejas
se b a s a e n recursos c o m p l e t a m e n t e diferentes. La forma
repetitiva y la intensificación e n la repetición son e n particular
los elementos a través de las cuales se logra trazar el arco, e n
u n a serie de superposiciones y u n impulso que lleva h a s t a el
climax del tono poético. D e nuevo v u e l v e n a emplearse aquí los
mismos recursos de la composición interna del e s q u e m a fonéti-
co, del cuerpo sonoro de las palabras, pero a ello se añade la
parquedad de las frases de George. E s t a parquedad permite que
la unidad rítmica sea al m i s m o tiempo unidad de sentido, y
facilita con ello la posibilidad de repetición e intensificación.
N o s hallamos ante algo único dentro de la versificación alema-
na: la sustancia melódica del canto gregoriano, a la que el «tono»
de George h a conferido vida poética.
27
e s m á s acertado, sin embargo, no comenzar con el acorde
máximo de los recursos lingüísticos y de versificación por mí
descritos, sino con preludios y variaciones de e s e acorde que
ponen mejor de relieve dichos recursos e n cuanto tales.
Comenzaré con u n a de l a s primeras poesías para mostrar
cómo elabora George s u actitud de hablante. E n Algabal, uno de
s u s p r i m e r o s libros de p o e m a s , s u e n a n a ú n de m a n e r a
exageradamente clara l a s asonancias e n el interior del verso y
todo lo que sirve de soporte a la vocalización interna, y a ello
corresponde el hecho de que la debilitación de la rima final, por
s u parte, no h a y a logrado a ú n el m á x i m o de imperceptibilidad
que logra la obra de George e n s u fase intermedia. E n el poema
final de Algabal, titulado «Pájaros», leemos:
28
Inclinándose armoniosas
Las palmeras volví a ver.
29
Por circular ventana
El resplandor se escapa
De brillante custodia
Con esferas doradas
Y de un blanco cordero-
Y si luce la lámpara
Y su joya destella
¿Es de su propia llama?
30
La borrasca y el otoño Sturm und herbst
Con la muerte Mit dem tod
Brillo y mayo Glanz und mai
Con buen tino. Mit dem glück.
31
escritos. N o s parece del todo natural que los grandes textos del
N u e v o Testamento, juzgados con criterios literarios, queden
por debajo de lo que significan como documentos religiosos. Esto
no significa otra cosa sino que la fe aporta el cumplimiento
exigido por el carácter parenético de los textos. N o es que, e n mi
opinión, Der Stern des Bundes sea u n movimiento religioso o u n
culto religioso auténtico que pretenda e m u l a r u oponerse al
mensaje de la Iglesia cristiana. Lo que George ofrece para
interpretar poéticamente la experiencia de M a x i m i n son m á s
bien metáforas de la encarnación. Si se analiza cuidadosamente
el libro sobre M a x i m i n Der siebente Ring («El séptimo anillo»),
podrá observarse cómo George construye s u m o n u m e n t o a
M a x i m i n de m a n e r a metafórico-poética teniendo continuamen-
te a la vista los testimonioss religiosos escritos del cristianismo.
N o obstante, t a m b i é n estos versos, y de m a n e r a a ú n m á s clara
los de Der Stern des Bundes p r e s e n t a n u n vacío que se h a de
llenar. La expresión: «Deificar el cuerpo y corporizar al dios»
{Den leib vergotten und den gott verleiben) e s m á s u n a fórmula
de fe que no la presencia poética de lo que encierran l a s
palabras. M á s bien e s la sucesión artísticamente ordenada de
los poemas la que sirve de soporte poético a la estilización de
consignas que fundan la alianza. El ejemplo que ofrezco, perte-
neciente a Der Stern des Bundes, puede ser representativo e n
u n doble sentido: de la importancia, por u n lado, que poseía para
George la experiencia de M a x i m i n como prenda de la esperanza
de renovación de toda la vida nacional y, por otro, de cómo va
avanzando s u estilo hacia lo didáctico y lo doctrinal, con s u s
exigencias, de modo que la presencia interior de lo significado
la reciba la palabra a través del cumplimiento que el oyente
debe poner de s u parte:
32
Cómo será aquel día don y promesa
En que aparecerás ya desvelado
Corazón del orbe, nacimiento, imagen
Espíritu de la sagrada juventud de nuestro pueblo.
34
oráculo de la tierra, que todo lo sabe y todo lo guarda, da a
entender al interpelado la limitación y la dependencia de s u
magnificencia. Pero el interpelado e s el poeta, todo poeta, el
hombre poeta, todo hombre. Tiene u n a visión y nadie ve lo que
él ve. Esto exige la renuncia, como h a confesado George en
diferentes ocasiones, por ejemplo e n el motivo del espejo en Der
siebente Ring:
No somos nosotros
Wir sind es nicht
o e n el motivo de la «palabra»
Que no haya nada donde quiebre la palabra
Kein ding sei wo das wort gebricht
35
Hólderlin y George
36
para iluminar la obra poética del último Hólderlin. D e s d e hacía
tiempo Píndaro era u n notable ejemplo de libertad poética,
especialmente después de que Goethe, por influencia de Herder,
lo tomara como modelo y se valiera de los ritmos libres para
algunas extraordinarias creaciones poéticas propias. Píndaro
respondía, además, a la teoría estética del genio, que en esa
época había hecho de Shakespeare s u modelo e n contra de la
preceptiva del clasicismo francés, y en él se veía al poeta
1
apasionado, autor de u n a i n m e n s a obra h í m n i c a . Lo que por el
contrario Hellingrath admiraba e n él, tras s u largo trabajo de
investigación filológica que había arrojado n u e v a luz sobre la
métrica pindárica, era j u s t a m e n t e s u gran técnica artística y la
2
estricta m e s u r a de sus composiciones poéticas. Esto le abrió u n
camino totalmente nuevo hacia la obra tardía de Hólderlin, que,
incluso e n s u estado fragmentario, se le reveló como u n a prueba
de u n a técnica igualmente estricta. Lo que en las creaciones
tardías de Hólderlin se había interpretado anteriormente como
signo del desmoronamiento y de la descomposición espiritual,
como indicio de u n a pérdida de la razón, se reveló de repente
como sólida estructura de la composición, que, en sus momentos
m á s logrados, resultaba de u n a estricta minuciosidad e n la
construcción estrófica y e n las responsiones que n a d a tenía que
ver con el flujo de ritmos libres cultivado por Klopstock, Herder
y Goethe. A partir de la concepción de la forma válida en s u
época, Hellingrath puso la mirada e n lo que, siguiendo a
Dionisio de Halicarnaso, llamaba la «yuxtaposición áspera» y
que con t a n t a claridad reconocía e n la poesía de Píndaro y de
Hólderlin.
Pero lo m i s m o descubriría también e n u n poeta contempo-
ráneo, Stefan George, cuyas últimas obras, especialmente los
poemas de Der siebente Ring («El séptimo anillo») respondían al
mismo ideal estilístico. Así, el filólogo y editor de Hólderlin se
internó cada vez m á s e n la obra poética de Stefan George y
quedó profundamente subyugado por la fuerza que e m a n a b a de
s u persona. E s a evolución se manifiesta claramente en la
correspondencia con s u profesor Friedrich von der Leyen. Si en
u n a ponencia presentada e n u n seminario sobre George e n 1907
1
O. Regenbogen, Kleine Schriften, 1961, págs. 520 y siguientes.
2 a
F. Beissner, Hólderlins Übersetzungen aus dem Griechischen, 2 edición, 1961.
37
todavía había admirado sobre todo al poeta como técnico y, por
lo tanto, como el traductor ideal, e n s u condición, no de poeta,
sino de gran artista de l a s palabras y, con u n a especie de fría
admiración, había destacado e n George la gran capa gestual, la
máscara y el ornato, calificándolo como frío y rígido, pocos años
después, el 7 de mayo de 1910, escribiría a Friedrich von der
3
L e y e n lo siguiente: «y por eso ahora todas m i s próximas
esperanzas e n el futuro del m u n d o e s t á n u n i d a s al nombre de
Stefan George». Hellingrath llega incluso a referir cómo a partir
de la obra posterior de George logró superar s u rechazo de las
primeras obras y aprendió a reconocer la maravillosa evolución
de George «desde la exquisitez y la decadencia y la pose artística
de Mallarmé, y desde s u falsa seguridad, h a s t a la hoy casi
4
inevitable dimensión de ruda sencillez pindárica» . S i n duda,
este reconocimiento de Stefan George, que no significa realmen-
te la pertenencia al «círculo», determinó t a m b i é n s u interpreta-
ción de Hólderlin y s u e n t u s i a s m o por éste, no porque George
h a y a influido e n s u descubrimiento de aquél, sino m á s bien
como u n a confirmación de lo que e n él percibía y e n el recono-
cimiento, a través del poeta contemporáneo, del carácter profético
de la poética hólderliniana e n s u significado religioso.
E n este punto se plantea la cuestión decisiva. D e la corres-
pondencia de Hellingrath se desprende sin lugar a dudas que
t a m b i é n aprobaba el culto de Maximin, que el círculo de Stefan
George dedicaba al adolescente fallecido, amigo del poeta.
Escribe Hellingrath: «Lo fundamental e s que no se trata de u n
movimiento literario, etc., sino de u n movimiento religioso» y
considera que negarse a llevar l a s cosas «fuera del ámbito
literario» no e s m á s que el reflejo de u n a estrechez de ideas
típicamente protestante.
Así, Hellingrath suscribe al parecer totalmente la inter-
pretación religiosa que George había establecido de m a n e r a
programática e n s u h i m n o e n prosa a Friedrich Hólderlin, u n
breve escrito que se publicó en el n ú m e r o 11/12 de Blatter fürdie
Kunst i n m e d i a t a m e n t e d e s p u é s de acabada la Primera Guerra
Mundial y tuvo, por ello, u n a gran difusión. Allí, George recono-
3 a
Norbert von Hellingrath, Hóldering-Vermachtnis, 2 edición, 1944, pág. 226.
4
Op. cit., pág. 229.
38
ce e n Hólderlin al gran profeta de s u pueblo, que, como u n
milagro, se presenta de golpe ante nosotros y lo ensalza como
heraldo del nuevo dios. Lo que George destacaba en e s e himno
era, sobre todo, lo que Hólderlin tenía de incomparable y
subrayaba que no se lo debía confundir con el movimiento
romántico de la poesía alemana. M á s bien vio e n Hólderlin u n a
especie de anticipación del descubrimiento nietzscheano del
sustrato dionisíaco en la cultura apolínea de los griegos y,
también, la corriente de la tradición órfica y s u religión secreta
como antecedente de la religión homérica. «El solo fue el
descubridor» se lee allí, lo que quiere decir: no el N i e t z s c h e loco
y desesperado, sino Hólderlin, el gran poeta, el que conjuró el
regreso de los dioses e n sus cánticos patrióticos, h a visto el fondo
oscuro de la religión tras la claridad apolínea y superado así la
concepción clasicista de Grecia. Por m á s polémica que sea y siga
siendo la cuestión de la exigencia religiosa en Hólderlin —como,
por lo demás, también en Stefan George—, lo que George
entonces anunció a modo de programa e s t á hoy, en u n aspecto,
totalmente aceptado: Hólderlin figura entre los grandes poetas
de la lengua alemana y nadie se atrevería y a a incluirlo en la
escuela romántica. George inicia s u breve escrito con u n par de
poemas escogidos de Hólderlin, t a n sólo unos pocos versos de los
m á s variados himnos. También esta selección revela el punto de
vista desde el que George rinde s u homenaje a Hólderlin: e s la
atmósfera escatológica, la expectativa de la parusía y el sufri-
miento por el no-haber-aparecido-todavía de los dioses. Para
George, la poesía de Hólderlin es claramente precursora de la
anunciación del nuevo dios, que él m i s m o venera e n el «espíritu
de la sagrada juventud» de s u pueblo.
El volumen decisivo de la edición de Hólderlin, el que
incluye los poemas tardíos, apareció poco a n t e s del estallido de
la Primera Guerra. El prólogo de 1914 m u e s t r a la perspectiva
en la que Hellingrath interpreta la obra del poeta. E s s u m a m e n -
te prudente, en comparación con las cartas de 1910, y se dice que
5
George la rechazó por sus medias t i n t a s . Si bien en e s e prólogo
da, en el m i s m o tono que George en s u «Himno», u n a interpre-
tación religiosa («Los grandes himnos los sentía el propio poeta
5 a
Véase Edgar Salin, Um Stefan George, 2 edición, 1954, págs. 19 y 27, y H. Singer,
Rilke und Hólderlin, 1957, pág. 34.
39
como palabra de Dios»), distingue el giro patriótico que registra
la obra tardía de Hólderlin no solamente del patrioterismo
romántico y s u rechazo del modelo clásico, sino t a m b i é n de las
«aspiraciones n e o p a g a n a s que e n el fondo no son m á s que u n a
mera negación de nuestro pasado cristiano». La exigencia de
anunciación religiosa aparece así limitada. Hellingrath escri-
be: «También aquí la anunciación m i s m a e s prenda de lo
anunciado. Las estremecedoras y sentidas palabras de la vida
y de la venida de los inmortales constituyen la prueba de algo
que e s casi increíble: todavía e n n u e s t r a época la auténtica fe
infantil puede hacer descender a los dioses...»
E n este punto e s necesario verificar con exactitud lo que
Hellingrath intentó r e a l m e n t e decir — y quizá t a m b i é n lo que se
propuso Stefan George con s u culto de Maximin—. ¿Qué signi-
fica aquí lo religioso? Al parecer, Hellingrath sabía m u y bien lo
que separaba de modo excluyente al poeta del fundador del
culto. Pero lo sabe no queriendo saber n a d a de ello y poniendo
el acento e n la í n t i m a afinidad del artista con el movimiento
religioso: «Ya que, sin embargo, lo cultual o la tendencia a ello
es parte integrante de la religión, creo que el artista que da
forma y se vuelve forma debería ser menos mediatamente el
portador de la plena realización del movimiento religioso:
Klopstock, Hólderlin, Marees, George». U n a enumeración su-
m a m e n t e útil. E n primer lugar, e s t á claro lo que significa la
inclusión e n e s t a lista del pintor del que Hellingrath viera
hermosos ejemplos de s u arte e n la a n t i g u a Galería Nacional de
Munich: H a n s von Marees, u n amigo del círculo de Konrad
Fiedler y Adolf von Hildebrand, cuya obra respira u n audaz y
brillante clasicismo y que p l a s m a e n s u s telas u n m u n d o heroico
helénico-clásico o t a m b i é n i m á g e n e s y e s c e n a s cristianas e n
composiciones m o n u m e n t a l e s , a veces e n forma de trípticos.
Cabe preguntarse si el artista de los «Remeros de Ñapóles» o de
la «Escena nocturna e n el bosque» puede considerarse realmen-
te portador de u n movimiento religioso, pero lo m i s m o puede
decirse, a mi entender, de los d e m á s nombres: Hólderlin,
Klopstock e incluso George. ¿Es realmente, como lo sugiere la
serie dada por Hellingrath, el camino o la señal hacia lo cultual
lo que se abre paso en la forma poética? ¿Se puede afirmar eso
respecto de Klopstock, de Hólderlin, de George?
40
Lo que estos poetas t i e n e n en común es, e n mi opinión, la
herencia pindárica, lo hímnico. El himno como género literario
presenta u n a estructura singular y sirve fundamentalmente
como homenaje a dioses y héroes (héroe, aquí, e n el sentido
griego del término, como semidiós). U n himno no es u n a loa. Los
griegos establecieron —y con razón— u n a exacta diferencia
entre alabanza y homenaje (macarismos) e igualmente entre el
poema encomiástico y el himno. La alabanza implica, e n última
instancia, igualdad con la persona elogiada. N o cualquiera
puede alabar a otro, pues el que elogia no puede evitar igualarse
al objeto de s u alabanza. Por el contrario, el homenaje, como el
himno, que e s s u forma artística, supone el reconocimiento de
algo absolutamente superior, que se eleva por encima de noso-
tros y cuya presencia nos colma de satisfacción. Aquí se desplie-
ga u n a escala de actitudes que v a del reconocimiento y de la
admiración, pasando por la veneración (palabra hoy totalmente
desprovista de sentido), h a s t a la adoración de lo divino. Eso es
religión griega, y de ella procede la forma literaria del himno. Si
observamos ahora la m a n e r a incomparable e n que e s a forma se
consuma en la obra tardía de Hólderlin, veremos claramente lo
que ello implica, a saber, que no se trata solamente de u n a
forma literaria que, siempre perfectamente apropiada para la
vida religiosa griega, h a sido utilizada y transformada extraor-
dinariamente por u n poeta moderno, sino también de la expe-
riencia de algo superior que hizo posible y necesario el empleo
de dicha forma poética.
¿Qué era eso superior? N o s plantearemos e s t a pregunta
primero con respecto a Hólderlin, para así poder responder la
pregunta correspondiente para George. Para Hólderlin, el en-
cuentro de lo superior tuvo lugar e n la separación de Diótima,
en la despedida que vino a destruir u n a felicidad real. Fue la
experiencia de lo divino, que aparece precisamente en s u
privación, lo que otorgó a la poesía de Hólderlin s u nuevo tono,
ante el cual nuestro siglo reaccionó como ante algo totalmente
nuevo. E s importante que h a y a sido la experiencia de u n a
pérdida lo que revelara al poeta el ser divino. A partir de la
«divinidad» del amor, que Hólderlin experimentó, s u tono poé-
tico registró u n a transformación radical.
41
Ahora e s el tono de la designación, y eso quiere decir, de la
llamada a aquello que es, y no y a el simple ornato retórico-
alegórico del discurso poético tal como lo había empleado
Hólderlin bajo el influjo de Schiller. Tras la separación de
Diótima, Hólderlin escribió n u m e r o s a s poesías e n las que nos
dice cómo, para el que se h a quedado sin casa y sin patria, el
cántico se vuelve «asilo», apropiado refugio en u n m u n d o vacío
6
y frío, sin amor. Lo que construye e n s u obra poética y a no e s
u n a n u e v a anunciación religiosa, legitimada por u n a revelación
divina, sino la interpretación del ente y del m u n d o desde la
certeza del alejamiento de los dioses. Ahora el e n t e son «los
ángeles de la patria», a los que dedica los h i m n o s tardíos.
También estos h i m n o s rinden homenaje a lo superior, son u n a
llamada a los testigos e interpretación de signos y m e n s a j e s que
garantizan el ser de lo divino. «De lo divino, empero, recibimos
7
mucho.» El nuevo tono de Hólderlin lo aproxima al tono
pindárico, que siempre nombra a lo que se conoce con certeza y
está vivo en el culto. T a m b i é n aquí nos h a l l a m o s ante u n a
«yuxtaposición áspera», pero, a d e m á s , ante u n íntimo y fervien-
te balbuceo que, e n s u connmovedora renuncia, e s consciente de
s u propia insuficiencia.
Hellingrath tiene razón, y no h a y e n sí ambigüedad algu-
na, cuando afirma que «la anunciación m i s m a e s prenda de lo
anunciado». El lenguaje y lo que el poeta logra e n s u lenguaje
dan testimonio de u n a realidad común que no necesita de otra
legitimación. Si se e x a m i n a m á s exactamente, se constata, e n
efecto, que para Hellingrath, tanto e n s u prólogo como e n s u
correspondencia y ú l t i m a s conferencias, el reconocimiento de lo
poético constituye u n requisito básico al que, ante Hólderlin, ni
siquiera u n escéptico puede sustraerse. S i n embargo, él m i s m o
sigue a George, cuando interpreta la prenda de s u obra como
u n a promesa para la «Alemania secreta», que para él, e n la hora
patriótica de la gran guerra, representaba u n a realización
interior.
Tampoco se puede pasar por alto que e s t á imbuido de u n a
especie de verdad propia de la historia salvífica. E n s u s ú l t i m a s
6
Hólderlin, "Mein Eigentum". En: Samtliche Werke, Gr. Stuttg. Ausgabe, I, pág.
307.
7
Tercera versión de "Versóhnender der du nimmergeglaubt...". Op. cit., II, pág. 136.
42
conferencias alude al «Grande vivo» — e v i d e n t e m e n t e , Stefan
George— como a alguien cuya presencia y futuro son sinónimo
de realización y salvación y a quien la palabra del poeta
Hólderlin ofrece u n a legitimación desde la distancia temporal.
Eso es lo que h a y que subrayar, cuando leemos: «Solamente
anunciador, no —ni siquiera en sus pensamientos m á s ínti-
m o s — portador de la plenitud, así vive Hólderlin oculto y
8
desconocido e n s u propio pueblo» , lo cual se corresponde con la
interpretación de George de la misión hólderliniana. El mencio-
nado «Elogio» de George se completa con el tríptico titulado
«Hiperión» incluido en Das neue Reich («El nuevo reino»). Allí,
Hiperión, Hólderlin y el m i s m o George aparecen entrelazados
en u n a única i m a g e n poética.
Ciertamente no h a y que olvidar que el Maestro siempre se
consideró a sí m i s m o como poeta y profeta y no u n a especie de
mesías. Por m á s que se representara a sí mismo, s u figura
adquirió s u verdadero carácter a través de la experiencia de
algo superior, semejante a la que vivió Hólderlin con Diótima:
s u encuentro con Maximin. Los testimonios indican claramente
que, m á s que el hechizo de la presencia del adolescente, fue la
separación y el duelo por s u temprana muerte lo que imprimió
el tono religioso al conjunto de s u obra. E n ese aspecto, la
experiencia de Maximin es u n equivalente de la experiencia de
Diótima. Las semejanzas son evidentes: al igual que el precep-
tor doméstico Hólderlin, desgarrado entre pensamiento y canto
y consumido por la ambición insatisfecha, resultó transformado
por el amor a la hermosa mujer del banquero Gontard, en cuya
casa estaba empleado e n Francfort, y así como el dolor de la
separación aumentó el impresionante fervor de s u obra hímnica,
t a m b i é n Stefan George encontró e n M a x i m i n u n a n u e v a
fundamentación de s u propia existencia amenazada. S u obra,
especialmente la mayor aspereza de nexo conseguida e n Der
siebente Ring y Der Stern des Bundes («La estrella de la alian-
za), son s u expresión poética.
Los propios versos de George d e m u e s t r a n la medida en que
todo el culto de Maximin se concibe desde la pérdida de éste. La
temprana muerte del adolescente, que afectó profundamente a
George —podemos intuir que la i n m e n s a altura a la que el poeta
8
Norbert von Hellingrath, op. cit., pág 139.
43
había elevado al adolescente le hiciera sentir u n a especie de
culpa—, le impulsó a reconstruir s u vida entera e n el recuerdo
del joven amigo y t a m b i é n a imprimir u n nuevo rumbo a la vida
de sus amigos, creando u n a especie de comunidad de la m e m o -
ria. D e eso hablan, por ejemplo, los siguientes versos deDer Stern
des Bundes:
44
representa en s u propia aparición y forma como centro de la
vida de s u alianza de amigos. S u poesía se eleva h a s t a conver-
tirse e n autointerpretación religiosa y llega h a s t a afirmar:
46
formar a s u alrededor u n a comunidad, y cuya versión literaria
de sus escritos —y pienso, por ejemplo, e n Rudolf Steiner— nos
h a g a dudar de que con tales textos literarios sea posible m a n -
tener unida u n a comunidad. La obra poética tardía de George
no se funda, como tales textos, e n u n ritual colectivo previo.
A n t e s que nada son los recursos poéticos los que producen el
efecto «cultual» y despiertan u n a disposición al cumplimiento
semejante a la se despierta e n u n a comunidad religiosa, no a
partir de la palabra, sino como respuesta de la comunidad a la
palabra.
N o podemos extendernos aquí e n los variados recursos del
lenguaje poético de George que producen el efecto formador de
9
u n a comunidad. B á s t e n o s con la comparación de las dos acti-
tudes lingüísticas e n que Hólderlin y George escriben sus
himnos, es decir, cantan lo Supremo.
E s necesario reconocer, ante todo, cuan distintas eran las
condiciones en que Hólderlin y George se desarrollaron como
artistas del lenguaje. Hólderlin comenzó s u obra poética cuando
el lenguaje poético a l e m á n estaba, e n cierto modo, totalmente
fresco y limpio, sobre todo gracias a la singular agilidad y
naturalidad con la que Goethe manejaba la l e n g u a alemana.
Así, Hólderlin pudo imprimir a e s a sustancia dúctil que era
entonces la lengua alemana, que se brindaba naturalmente
como en gotas, las m á s artísticas variaciones sin que por ello se
perdiera el tono íntimo de la canción. Supo emplear las grandes
licencias que permite la lengua a l e m a n a para lograr u n fecundo
arte de la composición que dejaba atrás toda imitación de la
antigüedad clásica, incluso si se estructuraba s e g ú n sus mode-
los métricos y literarios. E n cambio, e n la época de George
imperaba u n a mentalidad artística extraña al auténtico arte
del lenguaje, pues el naturalismo dominante se centraba exclu-
sivamente en la posibilidad de emplear las palabras como
expresión del carácter y del estado anímico del hablante, y que,
además, era t a n consecuentemente e n e m i g a del verso que veía
en él apenas u n apoyo ocasional, imperceptible e n la medida de
lo posible, de la expresión lingüística cargada de significado.
9
J. Aler, Im Spiegel der Form. Stilkritische Wege zur Deutung von St. Georges Maxi-
mindichtung, 1947.
47
Así, el interés de George por la forma y el estilo debía conducir
a u n lenguaje de gran carga volitiva cuyo rasgo de voluntarie-
dad debía ser manifiesto, y que no se h a de medir con el ideal
romántico de la naturalidad propia de la canción alentado por
Goethe o por los románticos.
Sería u n error ver e n el preciosismo del vocabulario de
George, e n la afectación de s u s i m á g e n e s , u n a poetización
posterior o u n distanciamiento poético. La fuerza radical de s u
lenguaje es m á s bien el resultado de u n a exigencia poética y
expresa la desafiante distancia que el poeta opone a la poética
naturalista imperante y a s u concepción de la vida. E n la poesía
de George, el «cuerpo sonoro», u n a expresión característica de
la época, adquiere n u e v a actualidad e n la huella del simbolismo
francés. George e m p l e a los m á s variados recursos lingüísticos
para trasladar el equilibrio de sentido y sonido, que debe poseer
toda lírica, e n dirección a la composición de sonido. Así, n i n g u n a
creación de la literatura universal, ni siquiera la obra de D a n t e ,
t a n admirada e imitada por George, se aproxima tanto al tono
de George como la poesía de la época de Augusto. E s sobre todo
Horacio quien e s t á detrás de las «ásperas yuxtaposiciones» de
sus últimos poemas. Los recursos de la poética horaciana,
especialmente s u empleo de la vocalización interna y la inver-
sión del orden habitual de las palabras, sirven a George como
ejemplo para elevar la t e n s i ó n interna del verso y a t e n u a r la
cantinela de la rima final. E n la medida e n que l a s vocales,
siguiendo el ejemplo de la poésie puré, se despliegan con u n a
especie de vida propia y se m e z c l a n con asonancias artística-
m e n t e compuestas, se libera u n novedoso orden rítmico y
musical. La «yuxtaposición áspera» que Hellingrath, e n rela-
ción con Dionisio de Halicarnaso, define como característica del
estilo de Píndaro y de Hólderlin, no puede aplicarse a George
totalmente e n el m i s m o sentido, pero domina, e n realidad, el
arte de s u s composiciones. El principio de la inversión, domi-
n a n t e e n la ordenación horaciana de las palabras, se vuelve a
encontrar e n la ordenación de los sonidos típica de la poesía de
George y produce allí u n a similar unidad de t e n s i ó n que
tampoco quiere pasar inadvertida, sino que, como e n Horacio,
tiende conscientemente a colocarse e n primer plano. El arte
maduro de George evita la aliteración directa y busca e n s u
48
lugar u n a forma cuidadosamente equilibrada, en la que se
entrecruzan consonancias y asonancias.
La forma de la oración es también de gran importancia
para la musicalidad del verso de George, que evita la subordi-
nada de segundo orden y da preferencia f u n d a m e n t a l m e n t e a la
oración principal breve y al nexo simple. Gracias a ello, unidad
del verso y unidad del sentido coinciden con t a n t a frecuencia
que la inusual separación confiere u n a intensidad especial a la
expresión, y en ello reposa lo que m e gustaría denominar
trazado de arco georgeano, pues es el hiato de sentido lo que
escande la j u s t a proporción del desarrollo métrico y reduce las
series de versos a unidades superiores. S u r g e n así versos con la
m i s m a estructura, análogos o que s u e n a n de m a n e r a análoga y
que, apilados unos sobre otros, producen u n efecto de repetición
que se asocia con u n efecto de amplificación y da lugar al
incomparable y a menudo tumultuoso impulso que consigue
elevar los versos de George.
P e s e a todos los rasgos comunes que el antecedente de la
versificación pindárica imprimen a Hólderlin y George, precisa-
m e n t e en este punto puede demostrarse que el descubrimiento
de Hólderlin por George y los contemporáneos inspirados por él
fue t a n sólo parcial. A u n cuando Hellingrath llame a Hólderlin
la «voz atronadora e íntima» (die dróhnende und innige Stimme),
puede afirmarse que e s a no es u n a definición m u y acertada
para Hólderlin. Intima, de acuerdo, pero ¿dróhnend? Cierta-
m e n t e u n sonido atronador a t e n ú a todas l a s articulaciones e n
favor de la identificación del acorde vital, como, por ejemplo, el
efecto de todos los instrumentos de viento, a los que incluso les
corresponde ese papel e n el culto religioso. El calificativo se
aplica también, especialmente, a la voz y al efecto arrebatador
que produce u n a voz con ese timbre. Muy poco h a y de todo eso
en el trazado de arco de la poesía hólderliniana, que tiene
siempre algo de meditación, de creciente caída del verso y
opresión de la voz que llega h a s t a a enmudecer.
49
Jetzt aber endiget, seeligweinend,
Wie eine Sage der Liebe,
Mir der Gesang, und so auch ist er
Mir, im Erróthen, Erblassen,
Von Anfang her gegangen. Doch Alies geht so.
50
del poeta y del hombre constituye la referencia común para
ambos. Así, se inscriben e n el contexto de los motivos del
pensamiento moderno que se inicia con la poética del Renaci-
miento. F u e la renovación de la figura prometeica y s u aplica-
ción al artista como segundo creador, el alter deus, que entonces
10
se manifestó primero e n B o v i l l u s y después, pasando por
Shaftesbury, llegó a la grandiosa transformación del símbolo
11
prometeico realizada por G o e t h e . Lo esencial de e s t e símbolo
radica e n que el poeta, pese a representar t a m b i é n al excluido
y al extraordinario, e n s u quehacer creativo representa igual-
m e n t e al hombre.
El Yo poético no es, como se suele creer, el Yo del poeta,
sino, casi siempre, ese Yo común de cada uno de nosotros. N i
siquiera los intérpretes de George, por no hablar de los de
Hólderlin o Rilke, parecen prestar la debida atención a la
ambivalencia que se esconde e n el poeta que dice Yo, y deberían
escuchar mejor al propio George, y a que en n i n g u n a parte «como
12
en este libro (somos) yo y t ú la m i s m a a l m a » . R e a l m e n t e Das
Jahr der Seele tiene ese rasgo especial: e n n i n g u n a otra parte
como en ese libro son el Yo y el Tú la m i s m a alma. D e ahí se
desprende también que, para el poeta, e n todos sus libros Yo y
Tú son la m i s m a cosa, y es eso lo que se h a de buscar e n los versos
en que el poeta habla del poeta.
U n poema de Hólderlin que parece haber tenido u n a
importancia especial para George podría servir de base a e s t a
afirmación. Se trata del poema (del que sólo se conservan
13
fragmentos) «A la madre Tierra», cuya copia, manuscrita por
George, fue hallada entre los papeles dejados por éste e n
Minusio. También pertenece a este poema uno de los fragmen-
tos con los que George encabezó s u escrito e n prosa. El poema
de Hólderlin, como casi todos los poemas de los últimos años,
habla de la suerte del poeta e n tiempos de penuria. D e s e o
mostrar cómo aquí el destino del poeta en s u autorrepresetación
se corresponde con el destino común de los hombres.
10
E. Cassirer, Individuum und Kosmos in der Renaissance, 1927, págs. 299 y sigs.
11
O. Walzel, Das Prometheussymbol von Shaftesbury zu Goethe, 3a edición, 1932.
12
Stefan George, Prólogo a la segunda edición de Jahr der Seele {El año del alma).
13
Hólderlin, "Der Mutter Erde". En: Sámtliche Werke, II, pág. 123.
51
Se trata del conocido tríptico de los h e r m a n o s Ottmar,
H o m y Tello. Las tres estrofas del canto de Ottmar presentan al
poeta cantando solo frente al coro del pueblo, sin pretender con
ello mostrar lo que los separa. A n t e s bien, el primer verso dice
52
la memoria de u n a época heroica y los grandes templos «están
abandonados e n días de penuria».
Si ahora prestamos atención al tercer cántico, el de Tello,
del que sólo se conserva u n fragmento, resultará claro, espero,
por qué relaciono este poema con la conciencia que George tenía
de sí m i s m o como poeta. Si las dos primeras estrofas dejan ver
la diferencia que existe entre la consciente soledad del poeta
(Hólderlin) y la inclusión del poeta e n la comunidad que lo rodea
(George), la tercera estrofa pone de manifiesto u n a íntima
proximidad entre ambos poetas, tal como se halla e n la expe-
riencia común de la condición de poeta.
¿Quién dará las gracias antes de haber recibido?
¿Y quién responderá antes de haber escuchado?
53
Ahí se interrumpe el poema. N o e s probable que el frag-
mento e n prosa que comienza «Oh Madre Tierra» h a y a preten-
dido ser u n a continuación. P e s e a s u condición fragmentaria, el
tríptico e s t á t o t a l m e n t e elaborado y e s difícil concebir cómo
podría integrarse e n él el contenido de «Oh Madre Tierra».
D e s d e el punto de vista del contenido m e parece s u m a m e n t e
dudoso que los dos fragmentos t e n g a n alguna relación. (Beissner
observó ya, y opino que con razón, que no son dos fases de u n
15
proyecto único m u t u a m e n t e compatibles ). ¿Acaso el t e m a e s el
mismo? El discurso del fragmento e n prosa se dirige a la Madre
Tierra, que h a de ser el objeto de todos los d e m á s cánticos de
homenaje. El tríptico de los h e r m a n o s no se dirige a la Madre
Tierra, sino que habla de ella, como de los cimientos de la tierra.
E s la ley pura del lenguaje, desde la cual canta el poeta y desde
la cual solamente puede proceder t a m b i é n el canto de la comu-
nidad. Tierra y lenguaje se h a l l a n aquí reflejados m u t u a m e n t e
para decir: los tiempos del creador no e s t á n e n poder ni a
disposición del poeta, como tampoco lo e s t á n los m o n t e s , cuyas
cumbres, aquello que e s t á por encima de él, contempla el pastor.
Sin embargo, George no copió e n todo caso el fragmento e n
prosa, sino el poema inacabado, y reconoció allí s u propia
conciencia vital como poeta, como t a m b i é n podría confirmarlo
el poema de George aparecido e n el número 11/12 de Blatter für
die Kunst:
15
Hólderlin, Samtliche Werke, Kleine Stuttg. Ausgabe, II, 1953, pág. 426.
54
Horch was die dumpfe erde spricht:
Du frei wie vogel oder fisch—
Worin du hángst • das weifit du nicht •
55
entre los que no saben. Tampoco él sabe. S i n embargo, sabe que
no puede saber si la visión que h a tenido será alguna vez visible
para todos. Eso significa, también, que no sabe si habrá u n a
palabra. El profundo temblor que atraviesa estos versos no se
limita a los otros que e s t á n frente al Yo del poeta.
Si ahora releemos la tercera estrofa de «Ala Madre Tierra»,
reconocemos la afinidad de los t e m a s . N o h a y que interrumpir,
no h a y que apresurarse, no h a y que desear el fuego con m a n o
16
sacrilega: u n motivo central e n Hólderlin . Por lo tanto, el poeta
t a m b i é n h a de soportar el ser la primera voz de u n a comunidad
que a ú n no responde. Los tiempos del creador, que, sin dejarse
desviar ni influir por n a d a s i g u e n s u propio camino como las
m o n t a ñ a s que v a n de u n m a r a otro, dicen el m i s m o «tú no lo
sabes» que el poema de George. E s la afinidad interior, que
constituye la posición del poeta respecto del tiempo y del
mundo, lo que u n e a dos poetas t a n distintos, y m e parece u n
signo de la grandeza de George el hecho de que s u propia voz
poética s u e n e , no obstante, t a n diferente y t a n propia y que e n
sus versos no h a y a rastro de querer imitar o a s u m i r el tono de
Hólderlin.
Hólderlin, Samtliche Werke, II, págs. 120 ("Wie wenn am Feiertage..."), 141
("Die Wanderung") y 155 ("Der Einzige").
56
Yo y tú, la mis
57
u n a sección de El año del alma cuyos p o e m a s el propio autor
califica de sombras velozmente recortadas. Dos iniciales permi-
t e n reconocer a u n determinado miembro del círculo de amigos
1
del p o e t a y podríamos sentirnos tentados a seguir e s t a pista
dada por el propio autor y ver, e n el encuentro de dos poetas, u n
poeta del Norte y el poeta renano-romano de El año del alma,
la razón de existir de e s t e poema-dedicatoria.
Pero, e n el prefacio a la s e g u n d a edición del libro, el poeta
advierte contra toda interpretación b a s a d a e n circunstancias y
detalles biográficos: no obstante, pocas veces como e n este libro
nos h a l l a m o s ante u n a y la m i s m a cosa, «la m i s m a alma». E s
cierto que, e n el conjunto del libro, este poema pertenece al
grupo de los encabezados con las iniciales de la persona a la que
se dirige. E n ese sentido, la advertencia del autor al respecto
carece de importancia. Claro que t a m b i é n es suficientemente
significativa. Precisamente, e s t a s composiciones no se h a n de
interpretar como u n gesto de reconocimiento a u n a determina-
da persona, sino como partes de u n a obra, trabajadas, adorna-
das y ordenadas por u n escrupuloso orfebre de la palabra.
Pertenecen a u n orden distinto del de la experiencia concreta,
igual que las odas triunfales que Píndaro hacía recitar e n las
cortes sicilianas y que, sin embargo, son joyas de la literatura
griega, igual que las odas de Horacio, introducidas por sonoros
vocativos. ¿Qué es lo que convierte e s a s creaciones e n u n
2
monumentum aereperennius ? ¿Qué arte, qué golpe de fortuna,
qué poder de la palabra?
E n la serie de esos recortes de sombras, e s t e poema, pese
a estar compuesto de dos estrofas de cuatro versos cada u n a ,
estructura común a todos los otros p o e m a s de la serie, presenta
la particularidad de u n a composición a dos voces: pregunta y —
con otra voz— respuesta. Y como toda relación pregunta/
respuesta t a m b i é n t i e n e é s t a u n a correlación e x a c t a m e n t e
construida: el tono ascendente, que se m a n t i e n e e n el s u s p e n s o
propio de toda tentativa, y la firmeza de la respuesta, que u n e
el todo con el todo. P u e s , sin duda, este poema de pregunta/
r e s p u e s t a e s u n a totalidad, y la voz que pregunta y la voz que
1
A.V., iniciales del poeta neerlandés Albert Verwey (1865-1937). [T.]
2
Horacio, Odas, 3, 30, 1: Exegi monumentum aere perennius ("He levantado un mo-
numento más duradero que el bronce"). [T.]
58
contesta son, m á s que la reproducción de u n diálogo entre dos
individuos, las voces de u n a composición musical.
La voz que pregunta tiene algo de perentorio, de ella
e m a n a n superioridad y seguridad, sabe lo que dice y a quién se
dirige. Apelando a sus mundos luminosos, recoge los oscuros
mundos del otro. Y cuando el interpelado ve, vislumbra (ahnt)
esos «claros mundos», parece que los hubiera de reconocer como
u n a m e t a alta y remota, como u n a tierra prometida. Los «claros
mundos» aparecen como líneas —como claras líneas de u n
horizonte de m o n t a ñ a s lejanas—. ¿O acaso t a m b i é n como la
clara línea que lleva a esos mundos luminosos, s u arquitectura
espiritual? A m b a s cosas, u n ejemplo claro y u n ejemplo de
claridad: el paisaje, configurado e n s u totalidad por los hombres
y animado por la luminosa espiritualidad de la transformación
ejercida por el hombre. Las laderas, con todo s u colorido,
coronadas de vides, evocan los viñedos renanos, u n paisaje
magnífico, construido según u n estricto plan y como coronado
por el oro otoñal de las vides. Los elementos, con s u fuerza
prehumana, e s t á n solamente per contrarium e n la claridad
domeñada de ese paisaje. N i la susurrante voz artificial del
céfiro, ni los erguidos álamos los evocan. El álamo, árbol que se
introdujo en Europa en el siglo XVIII, se asocia al espíritu
geométrico de la época, al paisaje vial del siglo XVIII, regla-
mentado, cuadriculado, planificado, como símbolo de la natura-
leza dominada y ordenada por el hombre, y, finalmente, en el
cuarto verso s u e n a toda la m a g i a de u n a naturaleza transfor-
m a d a en arte. Con la llamada a Tibur, la célebre residencia de
verano de la época de Augusto, que todos los h u m a n i s t a s
conocen a través de Horacio, surge tal vez u n a duda en la visión
del paisaje del lector/oyente: si acaso aquí el genuino Sur, Italia,
se opone al puro Norte, h a s t a que reconocemos la evidencia m á s
fuerte de la palabra simbólica («Tibur» e s Tívoli) y nos damos
cuenta asombrados de que los famosos juegos de a g u a de ese
lugar privilegiado representan algo m á s que el símbolo del
peregrinaje a l e m á n hacia Roma, que requieren la gracia y el
placer de vivir de la civilización romano-renana como u n a
dimensión del alma h u m a n a . ¿Por qué sabemos que «el agua de
Tívoli» es en realidad u n plural? S e g u r a m e n t e no gracias a u n a
formación clásica ni a conocimientos de arqueología tampoco,
59
sólo por las otras formas de plural que la rodean (los álamos, las
flautas); es, sobre todo, la poderosa marca del genitivo prece-
dente (Tiburs wasser) lo que evoca la plenitud de este paraíso
artificial.
Sin embargo, hay, para aquel que lo vislumbra, algo de
ingrávido, algo irreal e n el paisaje prometido: la respuesta, la
réplica, la s e g u n d a estrofa, e s t á y a e n la pregunta, r e s p u e s t a
que e s la otra cara del alma, ahora, por primera vez, toda el
alma. Eso no puede pasarlo por alto n i n g ú n lector de El año del
alma, y a que la rubia cabeza del que responde no trae noticias
extrañas, sino que recuerda algo verdadero, u n saber íntimo
sobre las fuerzas e l e m e n t a l e s , que por primera vez imprimen
vida, verdad y realidad a todo el m u n d o anímico y a todo lo
espiritual. N o e s casual que los tres últimos versos reflejen,
h a s t a e n la vocalización, el poder de lo elemental, el orgullo que
no es sólo el que siente por s u patria el habitante del Norte, el
de la «rubia testa», sino, m á s a ú n , la l l a m a d a de la gran fuerza
natural y espiritual de lo sublime, cuya infinitud dinámica
convenció a Kant de la «determinación inteligible de la h u m a -
nidad». U n orgullo distinto, no basado e n la humanización de la
naturaleza, y mucho m e n o s e n s u dominio, sino u n orgullo que
supera a la naturaleza y la mide desde u n a perspectiva espiri-
tual, orgullo que permite a los hombres andar con la cabeza
erguida.
T a m b i é n podemos preguntarnos si el equilibrio entre pre-
gunta y respuesta, si el equilibrio interior del a l m a que a m a a
los dos m u n d o s e, incluso, si el conjunto de las alusiones
biográficas que confrontan al poeta neerlandés con el renano,
no acabará quebrándose por obra de e s t a interpretación. ¿Será
realmente la s e g u n d a estrofa algo m á s que u n réplica? ¿Se trata
realmente de la reclamación de u n derecho postergado? La
interpretación poética no puede evitar nunca ser parcial y, por
lo tanto, tiene que dejar abiertas otras posibilidades. El autor de
e s t o s v e r s o s siempre e s t u v o a b i e r t a m e n t e del lado de lo
estructurado, de lo claro, de lo dominado y no era a m a n t e de los
vagos espacios de lo indistinto y de lo excesivo. Pero El año del
alma habla demasiado claramente desde el fondo nocturno del
a l m a y no le son ajenas l a s grandes i m á g e n e s de la tormenta, del
pantano, del aliento del m a r que todo lo envuelve y todo lo
trastoca. S e g u r a m e n t e , e s t a interpretación t a m b i é n tiene que
justificarse frente al texto, justificación que no debe recurrir
60
aquí, por encima del texto escogido, a la situación anímica o la
atmósfera que todo el libro transmite ni tampoco al tópico de la
tormenta y el mar en la obra del autor, sino que debe hacer
consciente la dinámica sonora de los versos.
Cierto, la antítesis es como u n a m e r a contraposición, pero
está preparada de modo que n a d a quede fuera. La estructura
sonora de los dos últimos versos de la primera estrofa (el suave
susurrar del viento, el murmullo del a g u a e n las cascadas y
fuentes de Tívoli), en tonos altos, luminosos, suplicantes, insta
a la profunda confesión. Así, en la estrofa siguiente dominan las
p e n e t r a n t e s construcciones de sonido y de sentido, como
escandidas por el basso continuo de u n coro interminable. E s u n
viaje de los elementos e n el que el hombre e s t á ausente. N o h a y
Macbeth, no h a y H a m l e t conjurado, pero sí algo como u n
estremecimiento en el aire que podría elevarse a verso y visión
shakespearianos. Todo eso se concentra e n el último verso, e n
el que misterio y revelación de arte poética logran m a n t e n e r s e
en maraviloso equilibrio. Son palabras sencillas —rumor, enor-
me, mar—, que aquí se convierten e n parte inseparable de u n a
estructura y de m a n e r a tal que e n el nuevo e n g a s t e resplande-
cen como raras piedras preciosas. Todo, todo es rumor. Pero éste
es el sonido del oleaje, el enorme, imparable golpear y pasar de
las olas, la infinita melodía ante la cual todos l a s obras y sonidos
h u m a n o s resultan casuales y efímeros. ¿Por qué oímos todo eso?
Ahí está, es cierto, la repetición de los sonidos (dasgerausch der
ungeheuren see), e n la que, de alguna manera, el quiasmo «r-áu-
eu-r» libera el sonido de base «au» y lo convierte en rumor, pero
también está la partícula «Ge-», que convierte el «Rauschen» e n
«Gerausch» («rumor») y evoca la omnipotencia de lo elemental,
que permanece superior, indiferente y distante de todas las
fuerzas creadoras h u m a n a s . Decir que el mar, a g u a madre que
todo lo integra, es «enorme», s u e n a casi trivial, como decir
«inmenso» o «sin límites». Pero no es así; acaso s u e n a como
palabra última, definitiva. O, mejor, como penúltima. P u e s el
«enorme mar» es, sin duda, el océano, del que todo procede y al
que todo regresa. Pero es también «die See», ante el cual nos
asombramos y llenamos de gozo, pues no es algo inferior, sino
infinitamente superior a todo lo que la m a n o del hombre h a
podido aportar a la ordenación de u n m u n d o claro, a todo lo que
el trabajo del hombre h a dado a luz, y nos hace intuir «la
felicidad de los espacios sin límites».
61
Rainer María Rilke,
cincuenta años después
62
tos de lo pasado, que se remontan al pasado y refieren a él. Cada
encuentro con u n a obra de arte e s m á s bien presente «absoluto»,
libre de toda referencia a u n presente original, auténtico, pero
ya pretérito. ¿Es eso duración de lo mismo? ¿Qué e s lo que
perdura ahí? ¿La m i s m a «obra»? S e g u r a m e n t e se trata siempre
del mismo mármol, pero sin sus colores originales, siempre del
mismo texto, pero sin el auditorio para el cual s u lenguaje era
apropiado. Sigue «vigente» e n cuanto obra, aunque para noso-
tros s u «mundo», sus dioses y sus hombres, apenas siguen
vigentes en cuanto conocimiento del pasado. ¿Por qué, enton-
ces, sigue siendo válida?
La respuesta de la estética formalista sería: porque admi-
ramos y nos emociona el «nivel formal» de e s a s obras, cuyo
contenido pertenece para nosotros al pasado; h a s t a es posible
que se apele a la «ciencia» para que nos demuestre cuánta
maestría se h a vuelto piedra o color o palabra e n e s a s construc-
ciones. Pero, ¿es eso lo vigente? ¿Un arte para entendidos? ¿No
es m á s bien al revés, es decir, que toda e s a capacidad —excepto
para u n a percepción secundaria por parte de los conocedores—
no se percibe como tal, sino que, en todo caso, e s otra cosa lo que
por intermedio suyo llegamos a oír, y eso es lo vigente? S e a lo
que fuere, nuestra pregunta se orienta e n e s a dirección. ¿Es Lo
Mismo inmodificable lo que se percibe cada vez? ¿O es acaso,
como creía el joven Lukács, u n único punto de encuentro de
nuestra sensibilidad poética con el objeto, de la subjetividad con
la objetividad, lo que constituye la entidad específica de la obra
de arte? A m b a s preguntas caen obviamente e n el error de
olvidar la viva tensión entre unidad y multiplicidad, entre
certeza inamovible y cambiante determinación ulterior, ten-
sión que constituye la «durabilidad» de u n a obra de arte.
Tampoco e s en primer lugar la distancia histórica lo que al
regresar a la m i s m a obra después de decenios hace aflorar cosas
nuevas y distintas: toda nuestra recepción del arte, como la
realización m i s m a de nuestra existencia, e s t á dominada por la
temporalidad. La obra de u n poeta no se presenta nunca de u n a
vez. Incluso si u n a impresión artística parece situarse e n el
instante intemporal, nosotros nunca somos los m i s m o s de
antes. E s cierto que cada nuevo encuentro con u n a obra, de
algún modo y alguna vez, referirá a encuentros anteriores, pero,
curiosamente, tampoco se tratará entonces de u n recuerdo del
63
encuentro anterior, desdibujado ya, como u n palimpsesto, u n a
escritura a p e n a s legible todavía detrás del texto que ahora
leemos. Cada encuentro tiene s u s propias circunstancias, con
s u propio trasfondo de resonancias y de sonidos que se extin-
guen. Las sensibilidades aparecen y desaparecen, los astros
cambian de lugar.
Se trata de u n a ley de lo que podría llamarse «estímulo»,
(Reiz), concepto elaborado sobre todo por la escuela formalista
rusa, corriente que preparó el camino del estructuralismo, pero
e n realidad s u origen h a y que buscarlo e n Kant, quien lo
distingue de la forma. D e hecho, lo que «estimula» e s t á sometido
a la dialéctica de lo nuevo, que envejece y permite que lo viejo,
lo desvaído y olvidado, adquiera nuevo atractivo. Por el contra-
rio, la «forma» e s u n a tarea espiritual duradera que garantiza
la duración, algo que nosotros m i s m o s h e m o s de construir, como
espectadores, oyentes, lectores, y que por eso e s totalmente
«nuestra», siempre y cuando la h a g a m o s nuestra.
¿Qué e s lo que preguntamos, entonces, cuando contempla-
m o s la obra de Rilke desde la perspectiva que nos ofrecen estos
cincuenta años? Ciertamente, no nos m u e v e u n interés históri-
co o biográfico, ni tampoco u n interés por la historia efectual e n
el sentido tradicional de la expresión. N o preguntamos por el
mundo de hace cien años, o de hace noventa, cuando el joven
Rilke componía s u s incontables primeros versos, ni tampoco por
s u lento crecimiento y maduración ni por l a gran historia
postuma de s u obra, que apareció mucho después de s u tempra-
n a muerte e n diciembre de 1926 y se impuso sobre toda la
anterior, que y a e n vida le había permitido disfrutar de u n no
escaso éxito literario. Cincuenta años después h a y que realizar
u n verdadero inventario. Para los m á s viejos será u n asunto
personal, como corresponde a jóvenes contemporáneos del poe-
ta, pero difícilmente p u e d e n pretender hablar por los m á s
jóvenes. Todas las generaciones m á s jóvenes i m p o n e n s u s
propias condiciones y, sin embargo, se trata del m i s m o inven-
tario.
¿Tienen consistencia esos objetos que se h a n de inventa-
riar? E n este caso, al igual que e n los casos a n t e s tratados,
a p e n a s podrá dudarse. Llegamos incluso a sentir que no es
solamente Rilke el que se h a situado allí e n e s a lejanía; lo m i s m o
64
puede decirse de George, e incluso de Hólderlin, cuyo oprimido
fervor, desde s u «descubrimiento» e n la época de la Primera
Guerra Mundial, marcó el tono que afinó nuestro oído para toda
recepción poética posterior durante décadas. A n t e este «estilo
elevado» — u n estímulo cargado de m a g i a en el momento del
rechazo del naturalismo y del psicologismo del cambio de
siglo— retrocede toda u n a época, t a n s u m a m e n t e sensible al
griterío mercachifle de los medios de comunicación, de la
publicidad y de la propaganda, que cualquier discurso enérgico
despierta en ella resistencias.
La obra de Rilke se estructura a sí m i s m a claramente a
partir de la cima alcanzada en la época tardía por las Elegías de
Duino y los Sonetos a Orfeo. Los poemas tempranos, recopilados
m á s tarde con este título en parte contra la voluntad del poeta,
no son de n i n g ú n modo malos poemas, e s t á n compuestos con
gran virtuosismo. ¿Cuántos intentos llegaron a preceder inclu-
so a e s t a s seudorrealizaciones? Reconocemos u n a inusitada
ductilidad del lenguaje, u n a enorme riqueza de variaciones,
sensibilidad, vivacidad y, no obstante, m á s tarde Rilke dio
«mucha, mucha» razón al conocido veredicto de George de que
Rilke había comenzado a publicar demasiado pronto. Tal vez
también había en él algo del deshacerse de u n temperamento
femenino e n los espacios infinitos del a l m a oriental, algo que
casi lo hizo disiparse. Pero luego comienza la «Obra»: El libro de
horas. El propio poeta sintió ese libro como u n a especie de
anticipación, al margen de su actividad y de s u vida de entonces,
anticipación incluso de sí misma, y es verdad: no solamente
contiene maravillosas y profundas poesías, también h a y en él
u n tono dado de u n a vez y para siempre, sobre el que se compone
toda la posterior creación del poeta. Se expresa allí u n a relación
con Dios totalmente personal, individual, si bien instrumentada
por numerosas i m á g e n e s y por u n a infinita variación de voces.
Si quisiéramos resumir en u n a fórmula la historia de la
lírica moderna desde Mallarmé, la m á s acertada sería segura-
m e n t e la superación del elemento retórico-prosaico e n la poesía.
La retórica es ciertamente u n arte, la composición artística del
discurso y de la argumentación, y la tradicional unidad de
retórica y poética tiene u n fundamento. Sin embargo, el arte de
la palabra poética sólo alcanza s u plena legitimación con la
65
poésie puré, de modo que y a no necesita n i n g ú n firme apoyo e n
la unidad de lo objetivo, de lo material, de lo mítico, para seguir
siendo, pese a ello, afirmación y testimonio. Ahora bien, Rilke
no siguió n u n c a h a s t a s u s extremos el ideal de la poésie puré.
Característico de él e s u n e l e m e n t o retórico y, sobre todo, casi
didáctico — p i é n s e s e e n l a s elegías tardías con s u s n u m e r o s a s
interrupciones, que hoy nos parecen superfluas y a veces h a s t a
molestas—. Pero, e n la obra posterior todo lo material no e s m á s
que u n a m e r a alusión que se introduce e n la meditación. E n El
libro de horas, como e n otros p o e m a s de s u obra temprana, la
meditación se distribuye e n papeles aceptados. Por eso, El libro
de horas nos aparta de sí m i s m o y de sus exquisiteces y nos
remite a u n a mayor austeridad y rigor.
La obra que representa el paso m á s importante e n el
camino que v a de los comienzos a los logros posteriores e s u n a
novela: Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, desde Nietzsche,
con toda seguridad, la prosa a l e m a n a m á s bella, m á s rica, m á s
madura que yo conozca, movida por u n ritmo claro y contenido
y como atravesada por u n a transparente oscuridad, sobre la
cual reposa el brillo opalino de u n a memoria que sufre; u n libro
que, como novela, no tiene y a entonces parangón, p u e s disuelve
todos los e l e m e n t o s novelescos e n el espacio propio de u n
presente intemporal de la memoria. N o s veríamos casi tentados
a considerar Los cuadernos... como las trompetas que anuncian
u n a revolución que introduce u n a n u e v a novela b a s a d a e n el
acontecer de la memoria —Proust, Joyce, Beckett—, si pu-
diera percibirse e n e s a s líneas, l a s m á s calladas de la prosa
alemana, u n solo acento de ejemplo, de exigencia, de reivindi-
cación. A veces es posible descubrir la proximidad de H e r m á n
B a n g y, n a t u r a l m e n t e , el ejemplo, siempre subrayado por el
poeta, de J e n s Peter Jacobsen. E s u n novela cuyo texto se pone
e n boca de u n héroe que no e s el propio narrador, pero sigue
siendo u n a novela contada por u n narrador. Lo que la coloca e n
primerísima línea de la obra rilkiana no son l a s perfecciones de
sus audacias literarias y s u dominio del lenguaje poético, sino
s u valerosidad, el modo e n que allí se soporta u n angustioso
sufrimiento y se ennoblece la queja desesperada m e d i a n t e la
renuncia a todo consuelo, lo que introduce u n nuevo tono de
dureza, masculino, e n la sensibilidad femenina de la obra
66
poética de Rilke. D e s d e entonces supimos que estábamos asis-
tiendo a la formación de uno de los verdaderos grandes poetas
de este mundo, u n poeta que llegaría h a s t a el límite m á s
extremo y allí resistiría. De la luz de las tinieblas que Malte
arrojaba e n torno suyo, algunos de los Nuevos poemas recibie-
ron algo semejante, determinado y duro, como u n a promesa
segura de poder soportarlo todo.
Pero sólo entonces, tras infinitos esfuerzos y la angustia de
u n silencio de casi diez años, las Elegías de Duino y los Sonetos
a Orfeo trajeron de golpe la plenitud, el logro, u n a súbita
cosecha en el invierno de 1922. D e s d e entonces, nadie puede y a
confundir la línea de esta obra, que, con u n a lógica irrefutable,
pasó de fluir en lo espacioso a la intensidad casi oprimida de u n
grito contenido. El propio poeta lo sintió así, y a que m á s tarde
consideró como u n a especie de recaída especialmente la Vida de
María, el último ciclo de poemas publicado a n t e s de las Elegías.
La terminación de las Elegías la comunicó a sus amigos con u n
profundo «Ya está».
Hoy apenas es posible pasar por alto la necesidad interior
que sostiene la construcción de las Elegías. Aquí todo parece
estar en s u lugar exacto, determinado desde siempre, como la
concreción de de u n plan largamente pensado. E n cierto sentido
es así: las primeras cuatro elegías surgieron y a e n 1912/13, y
también las primeras líneas de la que hoy es la D é c i m a Elegía,
con u n a continuación que después fue descartada. El objetivo
estaba y a de alguna m a n e r a fijado, y los diez años que transcu-
rrieron h a s t a alcanzarlo v e n a nuestro poeta en u n a trágica
lucha a través de las desgracias de s u tiempo y mucho m á s
inhibido y turbado por la indefinición interior. Con todo, no h a y
que tomar m u y literalmente la emotiva descripción que Rilke
hace, en varias cartas casi idénticas, del arrebato creador que
le asaltó en febrero de 1922. Este enorme impulso no fue sino la
conclusión de u n trabajo, u n a cosecha largo tiempo preparada,
u n a exigencia interior, que brotó de repente, de resumir y
también —como no puede ser de otra m a n e r a — de contener, de
dejar de lado, de separar lo que no encajaba. Que este es el
verdadero sentido de los procesos descritos m e parece que lo
demuestra el hecho de que Rilke quiso añadir a las Elegías,
después de s u publicación, u n a s e g u n d a parte, compuesta de
67
«fragmentos», u n a especie de compromiso consigo m i s m o al que
después renunció, al parecer voluntariamente, cuando compro-
bó cómo, tanto para él como para los primeros lectores, e s a s diez
elegías se «tenían» por sí solas.
Sí, podemos incluso extraer datos m á s precisos de e s a s
s e m a n a s plenas de inspiración e n las que se produjo la conclu-
sión de la obra. Primero había sólo siete elegías, que Rilke había
considerado ya, y anunciado, como la obra completa; sólo e n los
días i n m e d i a t a m e n t e posteriores se añadieron las tres restan-
tes. ¿No fue h a s t a entonces que compuso la décima? E s difícil
imaginar que el final de la serie pudo haberlo constituido otra
elegía que no fuera la y a comenzada e n 1912. Pero precisamente
ese hecho e s u n a prueba de lo poco acabado que estaba el final
inicialmente compuesto y de cómo los fragmentos y proyectos
sobre los que Rilke trabajaba esperaban formalmente añadirse
a lo y a acabado como e n u n natural proceso de cristalización.
Mucho m á s sorprendente, sin embargo, y definitivo para la
serie de casualidades y de imperativos e n esa tormenta que
significó la terminación de las Elegías, es la sustitución que hizo
Rilke de la Quinta Elegía m u y poco a n t e s de enviar el m a n u s -
crito a Kippenberg, el propietario de la editorial Insel. Fue,
como el propio poeta escribe, e n u n a «tormenta nocturna» que
compuso la elegía de los vagabundos, poema que difícilmente
puede calificarse de inspiración t o t a l m e n t e n u e v a e n s u conjun-
to, sino que m á s bien e s u n a maduración —que sobreviene de
m a n e r a bastante r e p e n t i n a — y combinación de viejos proyectos
h a s t a alcanzar u n a unidad convincente e n el poema. Lo verda-
deramente interesante de este proceso se halla, sin embargo, e n
el poema que originalmente fue la quinta elegía y que se recoge
enSpate Gedichte («Poemas tardíos») con el título «Antístrofas»:
¿De dónde,
cuando aparece el amado,
tomáis vosotras el futuro?
Más que lo que jamás será.
El que conoce las distancias
hasta la más lejana estrella
68
se sorprende cuando en ella descubre
el grandioso espacio de vuestro corazón.
¿Cómo, en la opresión, lográis conservarlo?
Vosotras, todo manantiales y noche.
Cuando de niños ya
nos desfiguramos horrendamente para siempre,
fuisteis como pan antes de la consagración.
Final de la niñez
no fue penoso para vosotras. De golpe
estabais ahí, como en Dios
plenas, en un súbito milagro.
Woher,
wenn der Geliebte erscheint,
nehmt ihr die Zukunft?
69
Mehr, ais je sein wird.
Wer die Entfernungen weifí
bis zum ausfíersten Fixstern,
staunt, wenn er diesen gewahrt,
euern herrlichen Herzraum.
Wie, im Gedrang, spart ihr ihn aus?
Ihr, voll Quellen und Nacht.
70
nunca correctamente aprendido por el hombre. Pero nunca
podríamos verlo como u n a elegía en la serie de las elegías
duinesas, t a n distinto e s s u tono, s u medida, s u resonancia. Por
lo visto, el m i s m o poeta así lo reconoció u n a vez acabada la
elegía de los vagabundos. N i por u n m o m e n t o pensó Rilke
añadir las «Antístrofas» a la serie como elegía undécima; e n
cambio, la reemplazó con la elegía de los vagabundos. N o
obstante, no deja de ser sugerente que las «Antístrofas», apa-
rentemente y a concebidas como quinta elegía e n 1912, cuando
surgió la primera estrofa, y también inconclusas h a s t a febrero
de 1922, todavía entonces sucedieran e n el orden a las primeras
cuatro elegías, acabadas mucho tiempo antes. D e ello podemos
deducir cuan grande fue el desplazamiento y la n u e v a dimen-
sión que aportó la conclusión de la totalidad de la obra.
N o cabe duda de que, si no lo supiéramos, hoy a p e n a s
podríamos reconocer que las primeras cuatro elegías e s t a b a n y a
acabadas diez años antes. También el t e m a de los grandes
a m a n t e s está siempre presente en todo el libro. Sin embargo, y a
con la elegía del Héroe, y a ú n m á s con l a s siguientes — p i é n s e s e
en la elegía del Animal, dedicada a Rudolf Kassner—, la
contraposición hombre-mujer, que en l a s «Antístrofas» se eleva
a contrapunto elegiaco, pierde s u significado estructurante.
Ahora es lo común, lo que a todos nos h a sido concedido por
igual, lo que se vuelve predominante. Cuan distinta se integra
entonces la elegía de los vagabundos e n este enorme campo de
tensiones. La obra elegiaca e n s u conjunto sería algo diferente
— m á s bien u n canto del hombre y de la mujer— si las
«Antístrofas» hubieran permanecido como quinta elegía.
Todo eso podemos olvidarlo —lo h e m o s olvidado— cuando
nos enfrentamos a u n texto que h a permanecido de m a n e r a
incontestable. Pero es exactamente así como u n a composición
poética alcanza s u validez, e s así como desaparecen la casuali-
dad de s u origen, los primeros impulsos y los desvíos, las
variaciones y repeticiones de los núcleos iniciales y de los
proyectos; desaparecen también, cada vez m á s , todas las refe-
rencias al momento, e incluso a la época, de s u aparición, y la
obra se vuelve infinitamente vigente, pese a todos los esfuerzos
de los eruditos por insertarlas e n u n marco histórico o biográ-
fico, o de los sociólogos, por «explicarla» o establecer s u s causas.
71
N o sirve de mucho constatar que Rilke fue u n poeta
religioso. E s preferible evitar la palabra «religión» donde no
h a y a u n a comunidad religiosa que le dé u n sentido concreto,
comunidad que falta e v i d e n t e m e n t e e n el caso de la palabra
solitaria de e s t e poeta. N o v a m o s tampoco a guiarnos por las
innumerables variaciones de motivos cristianos, tanto católicos
como ortodoxos, que pueblan la obra de Rilke, al m e n o s a partir
de s u gran experiencia e n Rusia. La n u e v a y profunda gravedad
de las Elegías de Duino consiste precisamente e n el abandono
radical de todo vínculo con las religiones e x i s t e n t e s y con el
m u n d o de la fe y e n guardar incluso u n discreto silencio sobre
el t e n u e diálogo con Dios que Malte no quería dar por termina-
do. Rilke m i s m o , e n s u rechazo del cristianismo, de s u s consue-
los y promesas, u n rechazo que se fue volviendo cada vez m á s
pasional, llegó e n ocasiones a favorecer la religión judía y la
islámica, y quizá sintiera u n a cierta afinidad por las grandes
religiones de Asia, como le ocurría con la antigüedad griega y
egipcia. S i n embargo, la infinita discreción para con Dios, que
él m i s m o confiesa, implica u n m u t i s m o que no admite n i n g ú n
tipo de referencia.
De eso se trata: la poesía de Rilke e s t á impregnada de la
idea de que Dios e s t á lejano y n i n g u n a evocación de creencias
cristianas o h u m a n i s t a s o de antiquísimos símbolos míticos
deben ocultarnos e s a lejanía. E s a través de e s a idea que el
mensaje de e s t a poesía adquiere s u fuerza de interpelación. S u
relación con la época e s evidente y s u verdad se m a n t i e n e —
como mensaje e q u i v a l e n t e — frente a toda proclamación religio-
sa que no quiera declararse a sí m i s m a como superflua. La
poesía de Rilke nos advierte que debemos admitir y soportar
erguidos e s a lejanía. Por m á s que l a s Historias del buen Dios y
El libro de horas aparenten u n a ú l t i m a posibilidad de acceso a
Dios y a s u presencia, Malte Laurids Brigge i n t e n t a aprender
a vivir e n la lejanía de Dios, no sin sufrir por ello ciertamente,
pero sin dar cabida a consuelos y promesas que, e n realidad, no
le afectan. La obra elegiaca alcanza s u elevado nivel precisa-
m e n t e porque percibe y reconoce la infinita lejanía de Dios y
porque i n t e n t a reprimir incluso la l l a m a d a al ángel.
E s t a m o s , pues, ante u n a poesía de la lejanía de Dios. A e s t a
lejanía se opone exactamente el elogio de «lo de aquí» (dasHiesige)
72
y del «estar aquí» (das Hiersein), la apasionada confesión de la
existencia terrenal, incluso en s u extrema miseria, necesidad y
acoso, opción que v a unida al rechazo de la consolación e n el m á s
allá. E s e es el «mensaje» que escuchamos. ¿Nos resulta nuevo?
¿No e s t a m o s familiarizados con él desde hace tiempo? N o es
necesario pensar inmediatamente e n el Zaratustra de Nietzsche:
«Hombre, permanece fiel a la tierra». Siempre lo h e m o s com-
prendido a partir de aquella profunda certeza vital que se niega
a admitir la muerte y fracasa irremisiblemente ante s u incom-
prensibilidad. El cristianismo h a cifrado precisamente toda s u
justificación e n la renuncia a paliar u ocultar la desesperación
de la muerte, erigiéndola en signo congregador e n la persona del
Crucificado. La prometida superación de la muerte no consiste
en ocultar s u amargura, sino e n aceptar el supremo abandono
de sí m i s m o del que Cristo dio ejemplo. E s e e s el auténtico
m e n s a j e del c r i s t i a n i s m o y no la s e n t i m e n t a l e s p e r a n z a
ultraterrena e n u n cielo de reencuentros y e n la recompensa de
la fe por todas las penalidades sufridas. Sin embargo, lo que
Rilke, al igual que Nietzsche, vio —y rechazó— e n la práctica
terrena de la comunidad cristiana, fueron personas ocupadas
en u n a sórdida contabilidad de dichas y desgracias.
Resistir y superar sin consuelo, e s a fue la productividad
religiosa que Rilke había visto e n Malte. El ejemplo de los
muertos jóvenes en la Primera Elegía avanza u n paso m á s en el
camino de la conformidad, aunque se trate de u n paso negativo:
1
apartar de esos muertos «el aspecto de injusticia» . Otra vez
estamos ante lo que el cristianismo h a enseñado siempre a s u
manera, aludiendo a la entrega a los inescrutables designios del
Señor. Sólo u n cristianismo desvaído y moralizante, como el que
alienta e n la prueba postulatoria de la existencia de Dios
formulada por Kant, es capaz de introducir aquí la idea de
compensación. Y esto no e s casual. E s e «cálculo moral univer-
sal» de con-traprestaciones constituye todo u n s i s t e m a de vida
que nos domina a todos: y éste es el mensaje de la elegía, que no
admite referencia a u n a promesa religiosa, p u e s é s t a desembo-
ca irremediablemente e n el s i s t e m a de contraprestaciones y
evoca, e n los testimonios del corazón h u m a n o , la superación de
ese sistema universal de contabilidad perfecta. D e ahí la infini-
1
Las citas de las Elegías están tomadas de la traducción de José María Valverde
(Elegías de Duino, Lumen, Barcelona, 1984).
73
tud de los a m a n t e s , de ahí el héroe y el ejemplo de los a m a n t e s
que se b a s t a n a sí m i s m o s . D e ahí el ángel, el ser que nos supera
infinitamente.
E n l a s cartas de Rilke e n que é s t e interpreta la figura del
ángel sólo aparece u n a parte del todo. Rilke los l l a m a «garantes
de lo invisible». S e trata, por así decirlo, de la función de prueba
que d e s e m p e ñ a n tanto para los que n e c e s i t a n la metafísica
como para los que la h a n superado. Pero, precisamente, la otra
parte e s aquella que, e n realidad, no necesita garantes por ser
nuestro propio corazón el que ofrece la garantía. El sabe que
nunca alcanza aquello que parece satisfacerlo: «Pues e n el
m o m e n t o e n que s e n t i m o s , nos disipamos». El ángel es, e n
realidad, sólo la conciencia de la imposibilidad de darnos
alcance a nosotros m i s m o s , y a que somos seres «metafísicos»
que nos transcendemos. Y, sin embargo, ni siquiera el ángel nos
oye.
E s t e motivo elegiaco de fondo domina sobre todo e n l a s
primeras elegías. La lamentación elegiaca no tiene como objeto
a los a m a n t e s abandonados, ni a los jóvenes muertos, ni al niño
que vive y m u e r e «antes de la vida»: s u objeto somos nosotros,
a quienes nos falta el carácter absoluto de aquellos y siempre
quedamos referidos a nosotros m i s m o s calculando continua-
m e n t e n u e s t r a compensación. D e p e n d e m o s siempre de lo que
t e n e m o s enfrente, y e s t a m o s condicionados por ello.
74
a s u mujer y s u hija, luego a otros allegados, como e n u n a
confesión amorosa de s u incapacidad y, al m i s m o tiempo, con la
laboriosa decisión de soportar la soledad y no dejar que n a d a la
perturbara. Desarrolló todo u n s i s t e m a de diplomacia del cora-
zón para lograr u n independencia externa y extrema de s u
existencia, lo que l e v e m e n t e puede intuirse de parte de la
correspondencia conocida. Sólo la productividad de s u respues-
ta poética debía constituir la única justificación del hecho de
protegerse, dejarse cuidar, retraerse y encerrarse e n sí mismo.
El ángel: la interpretación del propio Rilke s e ñ a l a que y a
en el ser sensible del ángel se realiza y completa la disolución
de lo que t e n e m o s enfrente, la transformación en lo invisible.
Nosotros lo expresamos así, nuestra misión consiste e n apostar
incondicionalmente por lo que nuestro corazón nos dice, tarea
que nos supera constantemente como si de u n ser ultraterreno
se tratara. N u e s t r a debilidad consiste e n n u e s t r a limitación
para cumplir esa misión. La figura del ángel es, pues, el ser que
nos supera, terrible por el poder de s u carácter absoluto.
Pero, e n el curso de la obra elegiaca y e n el cambio de tono,
se pone de manifiesto que el ángel no e s sólo el ser que nos
supera sino también aquel que da testimonio de nosotros. P u e s
nuestra misión consiste también en hacer resucitar e n lo visible
— e n la forma— lo que había sido transformado e n invisible. El
poeta lleva a cabo esta misión mostrando y ensalzando «lo de
aquí», conservando «la forma a ú n reconocida» (Séptima Ele-
gía).
No se trata con ello de oponer la situación privilegiada del
artista y del arte a la de los d e m á s mortales. El cordelero
romano y el alfarero del Nilo fascinaron al propio poeta por la
seguridad y naturalidad de cada movimiento, por la sabiduría
de generaciones depositada e n ellos, sabiduría preservada y de
probada eficacia. D e s d e siempre h a sido la misión del hombre
preservar y transformar, dándose así duración e n el tiempo. N o
h a y nada e n ello de cálculo con vistas al futuro: es el «estar aquí»
el que alcanza así s u plenitud.
E s cierto que las elegías aluden claramente a la desapari-
ción de las «cosas», provocada de forma incontenible por la época
de los martillos; es cierto también que la misión del artista
consiste en preservar lo que desaparece, transformando lo
visible en invisible —recogiéndolo en la esfera del sentir h u m a -
no— la piedra y el color, el sonido y la palabra. Sin embargo,
75
sería equivocado percibir aquí el potente eco de la conocida
crítica a la cultura. Lo único que se escucha es la inmutabilidad
de la naturaleza h u m a n a y de lo h u m a n o e n medio de todos los
cambios. Lo que se agrava e n u n m u n d o de rápidas transforma-
ciones como el de hoy no es f u n d a m e n t a l m e n t e diferente de la
tarea ante la que el hombre se h a visto siempre confrontado por
la caducidad de todo lo terreno. Nosotros m i s m o s somos «los
m á s fugitivos».
La t e s i s de Rilke e s que la tarea h u m a n a consiste e n
aceptar explícitamente lo perecedero, y que e s t a tarea alcanza
s u plenitud suprema e n la aceptación de la muerte.
E n n u m e r o s a s cartas expresó Rilke la verdad de que la
pérdida que supone la muerte de u n ser querido para s u s deudos
no es propiamente u n a pérdida. E s a perspectiva atribuiría
injustamente a la m u e r t e u n a falsa negatividad que reduce el
poder universal del Aquí, del «estar aquí» y del presente, poder
que engloba a la muerte, si bien é s t a y a no e s e n realidad esa
absence que, para nosotros, franquea al otro, al que h a partido,
el acceso a u n nuevo presente anterior a la eternidad. M á s bien
el ser del muerto engloba, por s u parte, la totalidad del «estar
aquí», pues t a m b i é n el «estar aquí» participa de la n u e v a
eternidad del muerto y de s u cambiada presencia. El m i s m o
Aquí h a cambiado. N o e s que sólo el muerto se m u e v a extraña-
m e n t e e n el espacio: t a m b i é n el superviviente se encuentra
extraño e n él. «Pero los vivos cometen todos el error de distin-
guir demasiado fuerte.» (Primera Elegía). E n s u s cartas adopta
Rilke a veces u n tono casi de conjuro, cuando celebra la muerte
como la que dice sí a todo. Quiere expresar con ello que la muerte
hace rotundo y perfecto al «estar aquí» e n s u carácter absoluto,
h a s t a tal punto que no e s posible pensar y a e n u n «estar aquí»
insoportable. Sigue siendo u n «estar aquí» y e s maravilloso.
Esto es lo que nos i n s i n ú a n con insistencia las elegías, a
nosotros «los m á s fugitivos».
E s verdad incontestable que podemos sobreponernos al
dolor que c a u s a toda pérdida, incluso la m á s dolorosa, y que a
eso lo l l a m a m o s «vivir». Concuerda con el «mensaje» de las
elegías el que precisamente la pérdida que m á s nos cuesta
superar es la que comienza a pertenecer cada vez m á s a nuestra
vida, incluso cuando h e m o s logrado realmente «superar el
76
dolor» (Verschmerzen, ¡qué palabra t a n extraordinaria!) y vol-
vemos a la vida y a la alegría, y solamente entonces. Al parecer
Rilke lo tiene presente cuando describe el destino ultraterreno
de los muertos jóvenes como si estuvieran aquí. E n e s e reino
invisible que abarca los dos reinos e s t á n ellos presentes igual
que «lo de aquí» y junto con ello. H e llamado a a esto anterior-
m e n t e el principio de la inversión mitopoiética, ayudando
simplemente con ello a nuestros hábitos de comprensión, que
son la base para «comprender» las afirmaciones poéticas de
Rilke. Todos, aunque no seamos conscientes de ello, nos basa-
mos en dichos hábitos.
La Décima Elegía, en particular, puede servir de ilustra-
ción. E n ella la fuerza mitopoiética de Rilke adquiere u n a
densidad evidente. Se habla de la queja, de la lamentación, en
particular de la lamentación fúnebre (que no encierra el m á s
mínimo matiz de reproche), como si las lamentaciones fueran
seres de nuestro mundo, otrora bien situadas y hoy marginadas
y preteridas e n sus derechos. Las lamentaciones forman parte
de la vida. E s completamente normal lamentarse. Y se habla del
muerto joven, al que la lamentación sigue m á s allá de la muerte,
como si fuera él quien v a e n pos de la lamentación. N o es
necesario que seamos conscientes de e s t a inversión e n el senti-
do de la transformación de u n a igualdad, pero sirve de soporte
a nuestra comprensión. E s algo que no podemos negar. Al final,
la Décima Elegía pretende colocar el acento preciso: el de la
aceptación definitiva e incondicional. La vida consiste e n sobre-
ponerse incluso a la muerte. M á s aún, es aprender a aceptarla,
precisamente a partir del reconocimiento de s u completa deso-
lación y crueldad de la muerte, como lo que es: u n a duración
intolerablemente limitada unida a la certeza llena de reproche
de caer rápidamente en el olvido. N o cabe duda de que lo que
llamamos vida es realmente sólo u n breve lapso; al final e n m u -
decen las lamentaciones y la fuente de la alegría brilla a lo lejos.
Pero el que todos terminen e n el olvido no e s u n conocimiento
amargo, sino u n mensaje. N u e s t r a tarea e s reconocer con y e n
la poesía la fuerza casi despiadada de la voluntad de vivir que
supera todo dolor y deja al final a los muertos «infinitamente
muertos»; eso es lo que h e m o s de aceptar.
La parábola del avellano vacío que florece sin pensar e n el
futuro del fruto y de la lluvia fecunda que no piensa e n s u propia
77
fecundidad no quiere expresar ú n i c a m e n t e que reconocemos a
los otros, a los infinitamente muertos, a los que h e m o s perdido,
e n s u destino de h u n d i m i e n t o e n el olvido. La parábola va
dirigida a nosotros m i s m o s , como e x p r e s a m e n t e se dice, y
h e m o s de ver e n ella nuestro propio destino. También nosotros
estaremos u n día —como aquellos— «infinitamente muertos»,
anónimos y olvidados; se nos exige que demos n u e s t r a conformi-
dad expresa. Saberlo y quererlo —aprender a replegarnos e n
nuestra condición pasajera— es la lección que nos dan los
muertos. «¿Podríamos ser sin ellos?» e s la pregunta de la
Primera Elegía. E n la última comprendemos perfectamente por
qué puede llamarse a la muerte la «sagrada inspiración» de la
naturaleza: ella nos a m o n e s t a a ser completa y absolutamente
conscientes del «estar aquí».
D e forma semejante puede expresarse e n palabras lo que
nos transmite el doble mensaje de la capacidad auténtica de
amar y de la necesidad de morir. N o es n a d a que no supiéramos,
n a d a e n lo que no nos viéramos obligados a reconocernos, u n a
simple palabra sincera, sólo eso, lo m á s difícil. N o e s de extrañar
que muchos no quieran oírla, e n parte esperando poder afrontar
u olvidar, m e d i a n t e la acción e incluso el riesgo, lo inmutable e
irrevocable, y en parte entregándose a un escéptico
desencanto incapaz de abandonarse a algo, ni siquiera a lo que
se sabe. La poesía tiene tiempo. La poesía de Rilke tuvo s u
tiempo, e n el que ni el refinamiento estético ni el manierismo
m á s elaborado, ni el énfasis; ni el esoterismo hermético pudie-
ron impedir que u n creciente número de lectores, tanto nacio-
n a l e s como extranjeros, acogieran con fervor e s a poesía. El
tiempo de la entrega fervorosa h a pasado ya. Pero la poesía
tiene tiempo, y u n a poesía que durante medio siglo supo
despertar u n eco tal, sigue siendo u n a invitación. P u e d e que lo
que e n s u m o m e n t o parecía h e r m é t i c a m e n t e cerrado y mágico
e n s u efecto sea hoy casi demasiado claro. Todos h e m o s entrado
e n e s a especie de afelio. Pero, e n cualquier caso, se trata de u n
sol. Cuando el lenguaje cristaliza e n formas y estructuras y
adquiere consistencia y duración como la obra elegiaca de Rilke
—y todo lo que gira e n torno de ella— tiene siempre garantiza-
da, a pesar de todos los altibajos del gusto, la resurrección que
le procura el lector que h a sido afectado por ella.
78
N a d i e puede predecir el papel que desempeñará la poesía en la
sociedad futura; nadie, el de la religión, el del cristianismo y el
de las otras religiones que impregnan las costumbres, el dere-
cho y las leyes, en la época del ateísmo de m a s a s y de la religión
de la economía mundial. Pero el mensaje de sinceridad e n el que
la obra de Rainer Maria Rilke encontró s u sonido constante y s u
final perduración sigue siendo verdad, como los otros grandes
mensajes de la literatura universal, desde los dioses que ríen y
los corceles que lloran de Homero. Somos demasiado pasajeros
para poder saber y decir m á s , pero e s t a obra formará parte de
aquello que la poesía de Rilke conjuró de los milenios de
nuestros sentimientos («Columnas, pórticos, la esfinge, el bro-
tar esforzado, gris, desde la ciudad decadente o extranjera, de
la catedral.») y también de ella podrá decirse: «Así, sin embargo,
no hemos abandonado los espacios, estos generosos espacios
nuestros».
79
A la sombra del nihilismo
80
políticamente hablando, ciudadanos de la República Federal de
Alemania, pero la Respublica Litteraria no conoce otras fronte-
ras que las que marca la lengua, e incluso é s t a s intentamos
superarlas todos cuando viajamos a otros países o escuchamos
al h u é s p e d extranjero e n s u propia lengua.
Dentro de la lírica a l e m a n a de posguerra no había otra
opción: Gottfried B e n n y Paul Celan son los dos grandes poetas
que, tras la guerra, h a n expresado válidamente e n s u poesía
algo del sentimiento a l e m á n de la vida, de la insegura posición
entre la fe y la incredulidad, la esperanza y la desesperanza.
Ambos son bien conocidos en el extranjero y se les h a traducido
a numerosas lenguas, si bien quien entiende de lírica sabe que
las traducciones son meras aproximaciones incapaces de des-
pertar apenas u n a idea de lo que dice el original.
E n primer lugar, u n a s palabras sobre Gottfried Benn. Fue
médico y vivió en Berlín. D e s p u é s de 1933, durante u n cierto
tiempo depositó erróneas esperanzas e n los acontecimientos de
la época y, m á s tarde como muchos otros, se refugió en el
Ejército para salir del paso h o n e s t a m e n t e . Para u n perseguido
potencial del Tercer Reich, era la mejor m a n e r a de sustraerse
a la persecución. Fue soldado en calidad de médico militar.
Como poeta volvió a elevar s u voz i n m e d i a t a m e n t e después de
la Segunda Guerra Mundial, y he de decir que fue entonces
cuando lo reconocimos propiamente e n toda s u importancia.
Contribuyó a ello el hecho de que, con la edad, adquiriera B e n n
u n peculiar estilo que mitigaba e n gran medida el carácter
provocador de s u poesía anterior y derramaba sobre sus versos
u n maravilloso «melos». Los versos que ahora presento sólo h a n
llegado a conocerse a partir de s u obra postuma.
81
olvidan, olvidan, mienten
a ti y a todos los tuyos.
83
global algo t a n heterogéneo como «olas» y «llamas» uniéndolo
con otra cosa completamente diferente, las preguntas que dejan
todo e n suspenso. E s t a e s la gramática lírica de Gottfried Benn:
integrar e n u n a unidad cosas dispares y s e m á n t i c a m e n t e aleja-
das u n a s de otras creando así u n a lejanía y amplitud cósmicas.
También e n el poema que nos ocupa encontramos ejemplos de
e s a síntesis abarcadura, como e n los hermosos versos: «de bre-
bajes, zumos, vino / olvidan, olvidan...» E v i d e n t e m e n t e se trata
del componente dionisíaco de toda religión,»brebaje, zumos,
vino», si bien todavía dentro de u n a cierta homogeneidad del
campo semántico. Algunos de los ejemplos citados no presentan
esta unidad relativa, como «Sentido, o sed, o saga»: e s a súbita
agrupación, esa unión de sonidos que, como u n a figura homogé-
n e a y, como bien puede decirse, con expresividad inmediata
recorre toda la distancia e x i s t e n t e entre el discurso dotado de
sentido y la lejanía de la l e y e n d a (Sage) que se pierde e n el
crepúsculo de lo inverificable, pasando por el frenesí de la sed,
del a n s i a (Sucht), é s a e s , e n efecto, la s e m á n t i c a lírica,
inconfundiblemente original, de Gottfried B e n n y de nadie
m á s . N o se persigue aquí, e n absoluto, la unidad de u n universo
figurativo poético, u n a unidad de significado detrás de los
contrastes que ejerza u n a fuerza evocativa indeterminada y, al
m i s m o tiempo, universal. E l e m e n t o s alejados unos de otros
confluyen e n u n «melos» nuevo y homogéneo.
La sintaxis, la conexión de las oraciones, revela t a m b i é n
u n estilo original. La poesía comienza con u n recurso s u m a m e n -
te poético: evoca el principio sin comenzar por él («Se ordenaron
los sonidos que eran a n t e s grito y caos»), recurso que conjura la
«imprincipialidad» del principio, la desaparición del comienzo,
que no e s u n primer i n s t a n t e e n el amanecer de la prehistoria
cósmica y h u m a n a . Así salta a la vista desde los versos, y luego
el poema nos dice que cuando los sonidos se articularon y se
convirtieron e n lenguaje capaz de expresar algo, e s e lenguaje
fue, para los hombres, queja. E s a e s la sintaxis del poema: u n a
única gran oración con u n a clara progresión del alarido a la
queja y de ésta, que se vuelve m á s callada, a la visión del que
sabe y no se queja ya. Primero el grito inarticulado, luego
«sufrido», «llorado», d e s p u é s «estridente», «olvidar», «trance»,
finalmente desesperanza, «languideces»; y ahí e n m u d e c e n las
84
voces, e s decir, todas escuchan y u n a «habló», u n a que y a no dice
nada, sino que pronuncia u n a especie de sentencia: «al final
veo...», u n a voz que evoca la visión de u n hombre que no niega
precisamente a Dios, sino que sabe que «el dios rehusa». U n
grandioso mensaje, a mi juicio, lleno del simbolismo de la
teología del Deus absconditus, el Dios que se oculta. E n este
sentido se trata de u n poema sintomático en la época del
mensaje nietzscheano de la muerte de Dios y del nihilismo en
ciernes —y, al m i s m o tiempo, u n a válida y elocuente prueba
poética de la fuerza de la palabra lírica que no expresa simple-
m e n t e la verdad, sino que la documenta con s u propio ser.
85
El poema se limita a entregarse a la fuerza de gravitación de las
palabras:
86
se dirige a Dios o no. E n el verso siguiente, por el contrario, el
campo semántico de «no envíes» e s t á claramente delimitado. Se
alude sin duda alguna al envío de los Apóstoles, al encargo de
misionar que dio origen a la Iglesia cristiana. E s algo que h a y
que oír y que se oye e n la medida e n que se tiene u n mínimo de
conocimientos bíblicos. M á s difícil es el «estáte acá» que se
opone al «enviar». La palabra hereinstehen («estarse acá») se
emplea e n Austria con sentido activo. S e g ú n tengo entendido,
se le puede decir a alguien «steh herein» e n el sentido de «entra».
Pero no es eso lo que piensa e n primer término el que habla e n
este poema. «Entra» sería u n a antítesis desafortunada con
respecto al envío. El poema reparte, a d e m á s , el «estáte acá» e n
dos versos de u n a sola palabra («estáte/ acá»). H a y que escuchar
primero el «estar» antes de que se transforme y se complete e n
u n «estar acá». Con ello entra e n juego el otro significado,
intransitivo, de la palabra. «Algo está acá» (etwas steht herein)
significa que h a y algo en el camino que nos impide el paso. E s
preciso oírlo; ese «estáte acá» no significa «ven», sino «sitúate de
m a n e r a que no pueda esquivarte».
Aquí termina la primera «estrofa» y la siguiente comienza
otra vez con u n a osada desintegración de palabras. «Funda-
mentado e n la nada» es u n a fusión de dos significados incompa-
tibles. «Fundamentado en algo» e «invadido por la nada» se
encuentran aquí ensamblados como e n u n a frase musical de
Webern. E n lugar de fundamentarse e n algo que ofrece garan-
tía de solidez en s u ser, es la n a d a e n este caso la que ofrece
sólido fundamento y no disuelve todo ente. Y continúa: «libre de
toda plegaria». Al oír «libre de tod...», uno espera algo comple-
t a m e n t e diferente, quizá no precisamente «libre de todo equipa-
je», pero sí «libre de toda carga», libre de todo lo que agobia h a s t a
quedar e n u n estado de alivio. Pero, e n lugar de «carga», se
introduce la palabra «plegaria», lo que evidentemente significa
que la plegaria es u n a «carga». Estar libre de agobio e s u n a
forma de libertad. Y continúa: feinfügig (en el poema, «dispo-
nible»), u n a palabra que no existe e n alemán. Existe gefügig,
que significa «dócil», y existe feingefügt, que significa «perfec-
t a m e n t e ensamblado». Ambos significados se oyen e n la pala-
bra «feinfügig»: «perfectamente»(/em,) y «sometiéndose» (sich
fügend). Y, a saber, totalmente «según lo pre-escrito», lo que
87
constituye, e n cierto modo, la prueba escriturística de la prác-
tica semántica de Celan. La palabra «pre-escrito» se escribe e n
el texto con u n guión. N o debe pasarse por alto que se trata de
la Sagrada Escritura y que se e s t á aludiendo a la expresión
«según la Escritura». Pero e s t e verso dice: aquello a lo que m e
someto p l e n a m e n t e no e s precisamente «según la Escritura»,
sino «según lo pre-escrito», algo que —para expresarme con
palabras de Herder— e s mucho m á s antiguo que el m á s antiguo
testimonio escrito de la H u m a n i d a d . Se trata de u n a experien-
cia que precede incluso a lo que la Sagrada Escritura prescribe
y que, como u n precepto, t a m b i é n es vinculante. E s t e «pre-
escrito» e s «insuperable», no se a n u l a n u n c a como se a n u l a n los
preceptos o e n el sentido e n que se dice que el N u e v o T e s t a m e n t o
ha superado al Antiguo. E s e «yo», pues, fundamentado e n la
nada, afirma de sí m i s m o «yo te recibo e n lugar de todo reposo».
Absolutamente desconcertante, quizá m á s por s u contenido que
desde el punto de vista semántico, es el hecho de que al final no
se halle el reposo, la pacífica aceptación del mensaje de la
«Escritura». Lo que se recibe no promete «reposo», e s el desaso-
siego p e r m a n e n t e lo que Tú traes, puesto que «estás acá».
Tras e s t a s aclaraciones s e m á n t i c a s introductorias comen-
zaré a interpretar la sintaxis del objeto, el contenido propia-
m e n t e dicho del poema, el mensaje que se proclama. N o e s
posible decir con certeza e n el caso de Celan — y tampoco, e n
realidad, e n el caso de cualquier auténtico poeta lírico— a quién
se refiere el poema cuando dice «yo». Al tratarse de u n poema,
es obvio que el poeta no se refiere s i m p l e m e n t e a sí mismo. Yo,
e n tanto que lector, no puedo distinguirme de él e n cuanto
hablante. E s u n poema porque todos somos e s e Yo. ¿Y qué
ocurre con e s e T ú al que el Yo se dirige? Se trata de u n
imperativo: «No proveas». ¿Quién e s e s e Tú? S i n duda e s t a m o s
acostumbrados a dirigirnos a nosotros m i s m o s con el «tú» y,
desde u n punto de vista gramatical y sintáctico, no sería
imposible leer el conjunto como u n monólogo hermético consigo
mismo. Alguien e s interpelado, alguien responde y ambos
pueden ser la m i s m a persona. D e momento, la cuestión queda
e n suspenso. Si se quiere ver aquí u n a interpelación de sí
mismo, habrá que partir del principio estoico del eic eocmov
(«hacia sí mismo») y m a n t e n e r s e apartado de todo deseo de
88
influir o prevalecer, lo que encaja perfectamente con lo dicho.
Sin embargo el «estar acá», e n cualquiera de sus significados, no
se ajusta a e s t a interpretación. E s algo exterior lo que está acá,
existe o entra.
E n u n primer momento, tampoco lo que se dice e n la
segunda estrofa parece tener u n punto de referencia concreto.
¿Se refiere a ti —cualquiera que sea e s e T ú — o a mí? Los dos
puntos con que concluye la primera estrofa parecen indicar que
todo lo que sigue forma u n a unidad y justifica e n cierto modo el
imperativo de «estar acá». E n este caso, no es el T ú interpelado,
sino el Yo hablante el que viene expresado e n s u disponibilidad
a recibir al Tú. E s t a es la sintaxis resultante que u n e la s e g u n d a
y la tercera estrofas.
El último verso de la s e g u n d a estrofa, «insuperable»,
presenta u n a leve dificultad, es u n atributo que no encaja e n la
descripción de ese Yo. La relación significativa concuerda
mucho mejor con lo «pre-escrito». H a y m u c h a s prescripciones
que h a n perdido s u validez, que h a n quedado superadas. E s t a
prescripción, anterior a todo, no puede quedar superada nunqa.
Gramaticalmente, este verso sería u n a aposición atributiva de
«pre-escrito» y no del Yo al que sin duda alguna se refiere el
«disponible». A lo sumo podría admitirse u n apuntalamiento
indirecto de ambos significados: por someterme a la prescrip-
ción insuperable se m e puede aplicar también ese calificativo.
Sin descartar esta posible interpretación, la referencia a la
«prescripción» es la fundamental.
A d e m á s de las razones de gramática lógica existe también
otra de índole «hermenéutica» para ver e n el interpelado el Tú
del totalmente Otro, de Dios. Se trata del lugar en que el poeta
mismo ha colocado este poema dentro del último libro de
poemas que compuso. Se sigue con ello el conocido principio
hermenéutico, formulado y a por Schleiermacher, s e g ú n el cual
u n a unidad de sentido viene t a m b i é n determinada por la
función que ocupa en el conjunto de otra unidad superior de
sentido.
El poema que precede a los versos que nos ocupan, el
famoso poema «Que t ú sea como tú...», pone de manifiesto el
contexto religioso, habla del sufrimiento de alguien torturado
por s u ruptura con la comunidad judía y la fe de sus padres.
89
«Cuando el lazo corté que a Ti m e unía» puede ser u n a alusión
biográfica al matrimionio católico de Celan e n París. Pero no
h a y que introducir datos concretos de carácter biográfico. La
ruptura con la fe de los padres se refiere, en definitiva, a cada
uno. E s el sufrimiento e n la búsqueda de Dios, el m á s allá de
cualquier filiación religiosa determinada, que no puede esqui-
var el problema de Dios y, consiguientemente, la experiencia de
lo divino. Eso «está acá». R e s u l t a claro así que el interpelado es
otro, el «completamente Otro», Dios. Sin embargo, n a d a indica
la relación con u n a promesa religiosa de salvación, ni la fe e n la
Providencia ni la B u e n a N u e v a con que J e s ú s envía a sus
discípulos por todo el orbe. Dios no tiene que hacer nada, sólo
estar acá e impedir así que yo pase de largo. Pero e s t a e s
precisamente s u existencia, y de este modo cobra relieve el otro
significado, transitivo, de «estar acá». Sólo tiene que entrar,
estoy dispuesto a recibirlo y no t i e n e por qué ocurrir lo que se
relata e n el prólogo del Evangelio de S a n J u a n , s e g ú n el cual el
m u n d o no h a recibido al Logos. Toda la secuencia de versos
después de los dos puntos ofrece la justificación del imperativo
«estáte acá»: precisamente porque estoy «fundamentado e n la
nada» y no abrigo n i n g u n a esperanza religiosa determinada ni
espero promesa alguna. El «libre de toda plegaria», é s e soy yo.
La plegaria representa algo que y a no soy capaz de llevar y
precisamente e n e s a situación no soy libre, sino que sé que h e
de someterme, no siguiendo u n a revelación, «según la Escritu-
ra», sino u n a prescripción mucho m á s primigenia e insuperable
que toda religión o comunidad eclesial de fe. El Yo que habla no
pretende e n absoluto pasar de largo ante Ti, Tú debes estar ahí
como algo ante lo que no se puede pasar de largo. «En lugar de
todo reposo», no e s que m e entregue a cualquier fe n u e v a y
busque y encuentre reposo e n ella, sino que j u s t a m e n t e m e
resulta imposible seguir cualquier fe y a e x i s t e n t e que exija mi
asentimiento; e s t a inquietud que m e impide pasar de largo ante
Ti e s a la que no puedo sustraerme.
Si el poema de Gottfried B e n n puede calificarse de especie
de h i m n o negativo, de homenaje al que h a llegado a la madurez
de evitar toda queja, el poema de Celan podría considerarse u n
diálogo hermético. Se trata de u n poema que expresa para todos
nosotros el carácter irremediable de la experiencia de lo divino,
90
por m á s que «el dios rehuse» y se niegue. Puede que l a experien-
cia de lo divino siga proporcionando a muchos asidero, consuelo
y promesa de salvación: el Yo que habla aquí por nosotros no
espera nada, sino que se declara partidario de la inquietud del
1
corazón: inquietum cor nostrum . El dios rehusa. El poema de
Celan se halla e n concordancia interna con los versos de Benn.
Todtnauberg
en l a
cabana,
en el libro
-¿qué nombres recibiste
antes del mío?-
en ese libro
la línea escrita acerca
de una esperanza, hoy,
en l a futura
palabra
de u n pensador,
en el corazón,
humedad,
mucha.
1
S a n Agustín, Confesiones.
91
Arnika, Augentrost, der
Trunk aus dem Brunnen mit dem
Sternwürfel drauf,
in der
Hütte,
Feuchtes,
viel.
92
junto con Heidegger m u c h a s veces. Sobre el poste de la pila h a y
u n cubo de madera, como u n dado, sobre el que se h a grabado
u n ornamento e n forma de estrella. Todo esto no h a y que
saberlo, evidentemente, pero h a y que reconocer e n ese detalle
algo cargado de significado, los astros que marcan el destino, la
jugada de dados, u n buen presagio. Como toda la pequeña finca,
es u n «consuelo de los ojos». El poema evoca este sentimiento
llamándolo al inicio «árnica», «consuelo de los ojos» en la deno-
minación popular alemana, u n a planta medicinal propia de la
alta montaña. E n la cabana, el libro. Heidegger tenía la costum-
bre de que todos los h u é s p e d e s de la cabana se inscribieran en
el libro. (También yo, en 1923, escribí u n verso e n el libro, no
mío, sino de Stefan George: «Vientos remotos e n torno nuestro
tiernamente soplan».)
Al parecer, Celan llegó y, puesto que había que inscribirse
e n el libro, lo hizo. ( U n filólogo germano-estadounidense h a
intentado entre tanto inútilmente averiguar lo que escribió, u n
método como cualquier otro de acercarse a u n poema.) E n
cualquier caso, resulta claro qué esperaba o quizá no esperaba
el poeta, qué problema le preocupaba: si u n pensador como
Heidegger tendría tal vez u n a palabra, u n a palabra futura, de
u n a esperanza hoy. Con el corazón henchido de e s a esperanza
secreta escribe el poeta s u frase e n el libro.
A continuación, la escena m u e s t r a u n paseo por los alberos
húmedos, «claros de césped, sin allanar, orquídea y orquídea,
solas». «Sin allanar», tales son, en efecto, las superficies cubier-
t a s de césped. Pero tampoco en este caso h a y que ir a la Selva
Negra a estudiar el paisaje con el fin de comprender mejor el
poema. Lo que h a y que comprender es que para los pensadores,
para nosotros en cuanto tales, no h a y caminos allanados. La
orquídea es u n pequeño ejemplar típico de la alta montaña, pero
el verso «orquídea y orquídea, solas» no expresa e n primer
término algo sobre la vegetación de los alberos, sino algo sobre
la soledad de ambos p a s e a n t e s que caminaron juntos, quedan-
do, sin embargo, cada uno aislado e n sí m i s m o como las flores
que iban encontrando e n el camino.
La escena siguiente es la vuelta del visitante e n coche.
Alguien lo conduce y u n tercero, con quien habla, lo acompaña.
Conversan, y sólo ahora, conversando, advierte claramente
93
«crudezas»: lo que Heidegger había dicho y Celan no había
comprendido e n u n primer momento. Las palabras de Heidegger
cobran s ú b i t a m e n t e sentido, para él y para s u acompañante, no
para el «hombre que nos lleva». Con ello termina, e n cierta
manera, el relato de la visita. E n la primera estrofa se describe
el aspecto acogedor de la h u m i l d e finca; la s e g u n d a se desarrolla
en la cabana y hace referencia a la importancia del visitado y a
la secreta expectativa del visitante; la tercera es el paseo, la
yuxtaposición de dos individualidades, y luego el viaje de
vuelta, durante el que se c o m e n t a n las impresiones. Lo siguien-
te no es acción, sino algo así como la conclusión a la que llegan
en s u diálogo los viajeros: la audacia de e s e intento de caminar
por lo intransitable: «Humedad, mucha».
Se habla de las veredas de maderos a medio transitar. E n
la alta m o n t a ñ a e s r e a l m e n t e así, con maderos se h a c e n
transitables e n cierta medida los h ú m e d o s caminos de las
turberas. Aquí son caminos de maderos medio transitados, es
decir, llega u n m o m e n t o e n que no se puede seguir y h a y que
2
regresar. Son como «sendas perdidas» : Heidegger no h a pre-
tendido ni h a podido pronunciar u n a palabra futura, tener u n a
esperanza hoy, sólo h a intentado dar u n o s pasos por u n arries-
gado camino. E n efecto, es u n camino arriesgado. Todo el que
pise e n falso pisa e n la turbera y corre el peligro de hundirse e n
ese terreno húmedo. S e trata de la descripción de los arriesga-
dos caminos por los que e s t e pensador conduce s u p e n s a m i e n t o
y, al m i s m o tiempo, u n a situación e n la que todos nos encontra-
mos hoy m á s o m e n o s conscientemente y que obliga a nuestro
p e n s a m i e n t o a transitar caminos arriesgados.
E s m u y posible que el poeta, a oscuras, no experimentara
n i g u n a transformación hacia la esperanza y l a claridad con
motivo de e s t a visita. El poema surgió porque lo experimentado
nos expresa a él y a todos. Como descripción de u n a visita real
este poema no es algo excepcional e n la obra de Celan, que ha
escrito muchos p o e m a s vinculados e n cierto modo a u n a situa-
ción concreta. E n s u discurso con motivo de la concesión del
premio Büchner estableció l a diferencia entre s u s p o e m a s y la
poética simbolista de Mallarmé, aludiendo precisamente a este
2
Alusión al libro de poemas de M. Heidegger, Holzwege, publicado en 1950.Traducción
española de J. Rovira Armengol, Losada, Buenos Aires, 1960. [T.]
94
aspecto «existencial». Pero eso no implica u n a invitación a la
investigación biográfica. E s a vinculación con la situación con-
creta que confiere al poema u n carácter ocasional y que parece
exigir que se complemente con el conocimiento de las circuns-
tancias reales, se halla recogida e n la esfera de lo importante y
verdadero que h a hecho que el poema se convierta e n u n poema
auténtico que nos expresa a todos.
H e m o s avanzado y a u n paso m á s allá de lo que indicaba la
teoría general del método de la hermenéutica, y m e refiero aquí
a la variedad de las posibles perspectivas de interpretación.
A u g u s t Boeckh, siguiendo a Schleiermacher, distinguía cuatro
perspectivas: la interpretación gramatical, la interpretación
genérica, la histórica y la psicológica. Pienso que es totalmente
posible ampliar esas cuatro perspectivas y que el estructuralismo
representa u n a ampliación, tanto e n lo que se refiere a los
contenidos míticos de la tragedia griega como a la comprensión
de las técnicas de la composición poética. También yo he
intentado empezar con la semántica e n el procedimiento metó-
dico y derivar de ella la sintaxis. U n a palabra irradia y desarro-
lla fuerzas gramático-semánticas. U n grupo de palabras irradia
y desarrolla fuerzas sintácticas. Si queremos designar el prin-
cipio aplicado para captar la especial unidad del todo, podría-
mos llamarlo principio de la disonancia armónica. Contraria-
m e n t e a formas antiguas de poesía m á s habituales, que contie-
nen mucho de la tersura y del brillo de la retórica, las disonancias
llegan aquí h a s t a los elementos de la composición disolviendo
unidades de palabras. E n u n a m i s m a palabra se produce u n a
«desentonación». Lo h e m o s visto e n el poema de Celan, cuando
dice steh herein, feinfügig, nach der Vor-schrift. Desentonar
implica u n a disonancia. Así como e n la composición musical la
armonía es posible precisamente gracias a la disolución de las
disonancias, otro tanto ocurre aquí. Cuanto m á s dura es la
disonancia, tanto m á s intenso es el enunciado. P i é n s e s e e n el
«equipaje» que resuena en la «plegaria» (Gepack, Gebet), u n a
disonancia tremenda, pero que da lugar a que el conjunto se
aune en u n acorde de sentido mucho m á s profundo. Libre de
toda plegaria: de golpe se comprende cómo a través de u n a
promesa sobrenatural podemos encontrar el consuelo que lo
h a g a todo m á s llevadero. A este tipo de piedad contrapone el
95
poema la del que elige el camino difícil. E n este sentido, el
poema que he elegido m e parece t a n esencial como aquel otro,
«Tenebrae», e n el que, pese a la amargura de la muerte, que todo
lo ensombrece, surge la l l a m a d a y el canto. Creo oportuno
recordar u n a frase de Heráclito que afecta no sólo a la compo-
sición poética sino a s u contenido: «La armonía que no es
manifiesta e s m á s i n t e n s a que la manifiesta». (Generalmente
se traduce: «La armonía oculta e s m á s i n t e n s a que la patente».
E n griego, sin embargo, la m i s m a raíz aparece e n los dos
términos.)
B i e n podemos decir que h e m o s descubierto la verdad de
esta frase de Heráclito e n nuestro siglo. El poema de Celan, s u
mensaje, si así se puede llamar, no se encuentra aislado. Otro
vez sigo el principio hermenéutico de que lo que se intenta
comprender puede esclarecerse e n u n contexto m á s amplio.
Dirijo la mirada m á s allá de la obra de Celan y no la fijo
ú n i c a m e n t e e n la l l a m a d a literatura, sino que l a extiendo
t a m b i é n a otras formas del arte, formas que a veces p u e d e n
mostrarnos el origen de la modernidad y s u s tensiones internas
m á s claramente que la literatura, e n la que las interferencias
con la prosa del p e n s a m i e n t o , que penetra en todas partes con
s u reflexión, encubre con frecuencia las cosas. Lo que expresa el
mensaje de Celan tiene s u centro de gravedad y, sin duda
alguna, s u m á x i m o dramatismo e n los horrores de los crímenes
cometidos e n la S e g u n d a Guerra Mundial. Pero, desde el punto
de vista de la historia de l a s formas y de la filosofía del arte, se
h a venido preparando t a m b i é n desde comienzos de e s t e siglo.
¡Qué no h a sucedido e n ese primer decenio anterior a la
Primera Guerra Mundial! Son los años e n que surge la gran
revolución de la pintura moderna, que y a t e n í a s u s precursores,
por e j e m p l o e n H a n s v o n M a r e e s o P a u l C é z a n n e , que
redescrubren la superficie y la profundidad de la i m a g e n tal
como aparece plegada e n el plano. E n la m ú s i c a nos encontra-
mos con descubrimientos revolucionarios similares, e n la teoría
y e n la práctica. D e s d e el punto de v i s t a tradicional de la forma,
pautas atomizadas se u n e n aquí e n nuevos gestos de i n t e n s a
expresividad que p r e s e n t a n l a s características de u n texto. E s
necesario comprender los textos herméticos, como los que nos
encontramos e n Celan, partiendo de aquellos que y a e s t a m o s
96
acostumbrados a leer desde hace tiempo. Recordemos la revo-
lución que significó para la pintura, e n los años que precedieron
a la Primera Guerra Mundial, la destrucción cubista de las
formas, por ejemplo en los retratos de Picasso. N o s encontramos
con u n a m a s a que parece haber quedado hecha añicos y e n la
que nuestra mirada, acostumbrada a la figura y a la forma, sólo
l e n t a m e n t e consigue reconocer, a partir de u n a multitud de
elementos significativos, el sentido del conjunto. T a n l e n t a m e n -
te como, e n nuestro poema, fuimos reconociendo e n las unida-
des de palabra, con s u peculiar gravitación, l a s referencias
tonales de que está compuesto el texto.
Como en los imperativos del comienzo del poema, t a m b i é n
en los retratos de Picasso se reconocen súbitamente fragmentos
de sentido, parte de u n a nariz, unos labios, u n a oreja, y entonces
comenzamos a hojear expresamente las diferentes capas de de
ese conjunto desmembrado h a s t a contemplar u n todo
estructurado e n sí, m o n u m e n t a l gracias a s u estructura. El
cubismo en pintura fue en realidad sólo u n intento entre
muchos, y duró pocos años. La pintura moderna no se limita a
ese estilo. E n muchos grandes pintores observamos el m i s m o
decidido intento de reducir elementos cargados de significado,
que pueden interpretarse a partir de s u capacidad de ser
reproducidos, a meros fragmentos significativos, capaces de
articularse adecuadamente sólo e n u n a composición mayor.
Con ello se exige del que contempla este tipo de obras u n a n u e v a
actividad. Ya no nos es posible deducir el mensaje a partir del
denso entramado que forman la plenitud de significado de lo
expresado y s u configuración armoniosa.
La m i s m a experiencia nos ofrece la música moderna de
esos años. Lo que comenzó con Schónberg o A n t ó n von Webern
fue algo nuevo y no m e n o s provocador. D e pronto se nos ofrecían
composiciones de extraordinaria brevedad, que poseían, en s u
comprimida forma, u n a extraordinaria capacidad de irradiación
propia. N o s encontramos con u n a profusión de disonancias de
la que apenas parece posible esperar que dé lugar a la armonía.
Y, hay que reconocerlo, no se trata y a de la armonía que nos
espera con la facilidad y la seguridad propias de los desenlaces
musicales típicos del clasicismo vienes.
¿Y qué decir de la literatura de esa época? Renuncio a
señalar las profunadas rupturas con la tradición que comenza-
97
ron privando a la novela de s u héroe y de la acción concreta y al
drama de la unidad e n la caracterización de los personajes.
Incluso e n la poesía, e n el género lírico, que gracias a Celan nos
interesa especialmente, tiene lugar u n cambio a m p l i a m e n t e
difundido que se aleja f u n d a m e n t a l y r a d i c a l m e n t e del
naturalismo y de s u patetismo descriptivo. Pienso, por ejemplo,
en las grandes creaciones poéticas de Mallarmé y s u s seguido-
res e n Francia, e n Stefan George e n Alemania. Pienso, sobre
todo, e n la eliminación de la retórica e n la poesía, las i m á g e n e s
poéticas, los preciosismos y l a s metáforas, que, rebuscadas,
destacan como puntos c u l m i n a n t e s e n el flujo coloquial del
discurso. N o se integran e n el contenido comunicativo directo
del discurso, sino que a p u n t a n hacia otra esfera. Son todos
elementos retóricos que desaparecen de la poesía, que y a
apenas e m p l e a metáforas, sino que e s e n sí m i s m a metáfora. S u
m i s m a naturaleza e s tal que parece haber abandonado comple-
t a m e n t e la base discursiva del lenguaje cotidiano, así como la
base de contenidos comunes, míticos, e s decir, cargados de
significado y no cuestionados que h a n llegado h a s t a nosotros
procedentes de la tradición de los siglos pasados. E n el poema
de Celan pudo y a comprobarse h a s t a qué punto e s t á desapare-
ciendo la rima de la poesía lírica, u n fenómeno que forma parte
de e s e cambio que h a conferido t a m b i é n a otras formas de la
literatura u n nuevo semblante.
Si hacemos el balance de todas e s t a s observaciones, no
podrá m e n o s que comprobarse que m e d i a n t e e s t a n u e v a ten-
dencia se h a ganado e n intensidad. Todo el que h a estado a l g u n a
vez e n uno de esos grandes m u s e o s e n los que se exponen arte
clásico y pintura moderna e n salas diferentes y que, d e s p u é s de
haber pasado por l a s s a l a s de arte clásico, se h a detenido algún
tiempo ante la pintura moderna y se h a dejado penetrar por ella,
sentirá, al volver a las primeras, que toda la pintura familiar y
rica e n armonías del Renacimiento y del Barroco palidecerá e n
comparación con la admiración que despertó e n la primera
vuelta. E s e m i s m o logro e n intensidad se verifica e n la n u e v a
música, sin que el m a n t e n i m i e n t o del s i s t e m a dodecatonal
tenga aquí u n papel decisivo: la función extrema de la disonancia
en cuanto tal es lo m a n i f i e s t a m e n t e nuevo frente a la m ú s i c a
clásica. Lo m i s m o se constata (evidentemente con cambios s u s -
tanciales) e n a l g u n a s experiencias realizadas e n la literatura.
98
E s t a es la primera ruptura a la que nos h e m o s acostumbra-
do, u n a ruptura, s e g ú n creo, con el ideal de formación del
historicismo y s u arrobamiento imitativo. A u n tratándose de
obras de calidad, incluso clásicas, y aunque s e a n i m á g e n e s y
poemas hermosos los que retenemos y nos acompañan, el si-
glo XX ha evolucionado en u n a dirección tal que y a no es posible
encontrar en las creaciones del arte actual aquellas formas de
consuelo y de reconciliación con la ruina (de acuerdo con la
expresión de Hegel) que el arte nos prometía.
A ella se añade la segunda ruptura, a la que Celan se refirió
con especial v e h e m e n c i a en s u discurso con motivo de la recep-
ción del Premio Büchner, y que se m a n t i e n e viva en la concien-
cia de todos nosotros. N o es ú n i c a m e n t e el desgaste de nuestro
acervo de contenidos míticos por obra del ideal de formación de
u n a época burguesa que toca a s u fin lo que h a hecho surgir t a n
profundos cambios. H e m o s de reconocer, a d e m á s , el espanto
ante la fuerza monstruosa de ese universo cultural, que, a la
vista de la n u e v a barbarie del siglo X X , es lo que nos h a asaltado.
Con ello se h a apoderado del lenguaje poético u n a n u e v a forma
de intensidad, comparable al a u m e n t o de intensidad de los
colores y contrastes de color, de los tonos y disonancias tonales.
Aunque en todas las formas del arte h a y algo así como el
testimonio de u n mundo intacto, e n todas se conserva también
la desconfianza con respecto a las reconciliaciones fáciles, u n a
especie de reticencia a creer. Este m e parece el auténtico
trasfondo de la creación poética de Celan, que encuentra s u
expresión literal e n el poema del que h e m o s partido. H a desapa-
recido el postulado de la armonía que m a n t e n í a m o s h a s t a ahora
como segura expectativa de sentido frente a toda ocultación de
sentido. La ocultación, la veladura de sentido se acepta e n u n
estado de expectación e n el que no se parte y a de la manifesta-
ción de lo velado, de u n final en u n a n u e v a armonía. E s u n
hundimiento de la expectativa de sentido que significa mante-
nerse firme, sin previsión ni fe de salvación, lo que h a encontra-
do expresión poética en el poema que h e m o s comentado en
primer lugar, u n poema que, como he señalado, se sitúa,
además, en el punto privilegiado de la creación poética de Celan
y recibe en última instancia s u fuerza expresiva porque avanza
precisamente h a s t a el límite en el que es posible m a n t e n e r s e ,
h a s t a donde y a no es posible resistir m á s , ese límite en que el
poeta decidió dejarnos.
99
¿Qué debe saber el lector?
100
Ve al Spree, vete al Havel,
vete a los ganchos de carnicero
a las rojas sartas de manzanas
de Suecia.
102
versos precedentes (como lo hace el que h a recibido las informa-
ciones de Szondi)? N o cabe duda de que existe u n contraste
entre «ganchos de carnicero» y «rojas sartas de m a n z a n a s de
Suecia». El rojo de las m a n z a n a s y (quizá pueda adivinarse) el
hecho de que e s t é n ensartadas ofrecen u n contraste sangriento
con los «ganchos de carnicero». Pero, a partir de aquí, no es
posible a ú n llegar a la descripción de la cámara de los horrores
de Plotzensee junto al Havel. ¿Será posible adivinarlo? E n el
informe de Szondi leemos que el poeta fue «al Havel» y a los
ganchos de carnicero de Plotzensee. Pero y a nos habíamos
puesto de acuerdo: no h a y que introducirlo como dato biográfico.
El imperativo lo confirma: «Vete». A todos y cada uno se nos
ordena a ir a ver todo eso. ¿Pero qué es lo que h a y que ver allí?
¿Lo sabemos? ¿No e s todo comprensible e n el poema sin saber
nada de Plotzensee, de Liebknecht y de Rosa Luxemburg?
¿Seguro?
N o s habíamos puesto de acuerdo e n que la brutal escena
del asesinato que se describe al final señala al lector u n
acontecimiento concreto y que quien no adivine la referencia
basándose en conocimientos e informaciones no sabe todo
aquello que exige el poema. El poema quiere que eso se sepa.
Tan i n t e n s a m e n t e lo exige que los dos últimos versos, las tres
últimas palabras de la composición, «nada/ se estanca», v u e l v e n
a acumular la terrible tensión que domina el poema, destruyen-
do todas las fronteras. D e s p u é s de lo que precede, este «nada se
estanca» se oye de entrada así: «Todo sigue s u curso, como el
apacible discurrir del canal de la Landwehr. N a d i e se detiene
ante esta monstruosidad». Y luego se siente de golpe la inte-
rrupción del verso y la dinámica autónoma que el «se estanca»
cobra a partir de e s a interrupción... y uno m i s m o se estanca. ¿Se
trata en último término de que la N a d a del Continuar se detiene
-o debería detenerse- a la vista de la monstruosidad? ¿Indica ese
final que no es posible que todo siga s u curso?
Si es así, el poeta se h a comunicado verdaderamente; no
como ese visitante casual que escucha a t e n t a m e n t e e n la noche
invernal de Berlín y al que e n v u e l v e n las impresiones de la
jornada, Plotzensee y el mercadillo festivo de N a v i d a d del
Berlín actual, la lectura del informe sobre el asesinato de
Liebknecht y Rosa Luxemburg, el recuerdo que despierta u n
Hotel E d é n de otro hotel que fue testigo de la tragedia. La
103
sucesión de los imperativos: «Ve al Spree, vete al Havel, vete a
los ganchos de carnicero» no es sólo u n a invitación a ver y saber
todo esto. E s m á s bien la invitación a tomar conciencia de la
conjunción de opuestos: el Spree y el lago Havel, fantas-
magóricamente poblado de horrores, los ganchos de carni-
cero de la brutalidad y la policroma alegría de la N a v i d a d que
se aproxima, el hotel de lujo e n el lugar de u n a tragedia. Todo
al m i s m o tiempo: terror y alegría, Hotel E d é n y Edén. N a d a se
estanca: ¿nada realmente? Aquí creo que se encuentra oculta
la r e s p u e s t a a la audaz pregunta de Szondi.
N o e s necesario conocer detalles personales ni estar al día.
Incluso si se sabe algo de ello h a y que apartarlo del poema y
pensar sólo lo que el poema sabe. Pero, por s u parte, el poema
quiere que se sepa, experimente y aprenda todo lo que él sabe,
y que no se vuelva a olvidar j a m á s .
Sobre el contenido informativo h a y que decir, e n principio,
lo siguiente: la tensión entre información particular y aquella
que uno puede extraer del poema no es, como se h a mostrado
antes, ú n i c a m e n t e relativa. Cambia t a m b i é n e n la medida e n
que la tensión se v a debilitando cada vez m á s e n el curso de la
historia efectual de u n a obra. Al final t e r m i n a n conociéndose
e v i d e n t e m e n t e m u c h o s detalles, que p a s a n a ser del dominio
público. P i é n s e s e , por ejemplo, e n lo que inspiró a Goethe las
canciones de S e s e n h e i m a Federica. Pero t a m b i é n h a y otras
posibilidades: quizá comprendamos el sentido de algunos poe-
m a s de Celan si recibimos n u e v a s informaciones, por ejemplo,
a partir de los borradores de los textos de la obra postuma, de
los conocimientos de sus amigos, de los resultados de la inves-
tigación especializada. N o s encontramos aquí al comienzo de u n
camino por el que y a a n t e s ocasionalmente u n poeta precedió a
s u lector proporcionándole u n a explicación. P i é n s e s e e n el verso
de Rilke «Matar e s u n a forma de nuestro duelo vagabundo»
1
(Sonetos a Orfeo, 2- parte, XI) . U n poeta v a introduciéndose
p a u l a t i n a m e n t e e n la conciencia cotidiana del lector a medida
que s u tono se nos v a pegando al oído y s u m u n d o se convierte
e n el nuestro; algo completamente posible y, e n el caso de Celan,
incluso previsible, pero que no permite dar el segundo paso
1
R. M. Rilke, Sonetos a Orfeo, traducción de Carlos Barral, Lumen, Barcelona, 1983,
pág. 113. [T.]
104
a n t e s del primero, consistente e n intentar comprender lo que
t e n e m o s delante.
Existe también otra motivación, que e s la siguiente: Szondi
insiste de tal manera, mediante el poema que presenta, en lo
que h a y que saber, que, al final, todo lector lo sabe. El poeta, con
s u poema, crea memoria.
N o s encontramos aquí en u n punto decisivo para todo tipo
de arte de la interpretación, que afecta a la contribución
hermenéutica de la ciencia. El t e m a exige claridad absoluta. N o
h a y que mezclar aquí cosas diversas.
N o implica contradicción alguna admitir, e n u n caso, e n pie
de igualdad las diversas interpretaciones posibles que resue-
n a n e n el poema y, e n otro caso, considerar que u n a interpreta-
ción es m á s precisa y debe considerarse «la correcta». Se trata
de cosas diferentes: el proceso de aproximación a «lo correcto»,
que toda interpretación persigue, y la convergencia y equiva-
lencia de planos de comprensión, todos ellos t a m b i é n «correc-
tos». La exactitud de la comprensión autobiográfica no es e n sí
mayor que u n a m á s distanciada y abstracta. La riqueza de
-detalles que obtiene el lector de comunicaciones biográficas o
exegéticas particulares no a u m e n t a de por sí la precisión del
poema. Precisión significa tomar medida exacta de lo que debe
medirse y eso que debe medirse constituye el patrón para la
medición. E s evidente que el plano del poema e n que el autor
comunica detalles de carácter privado no e s aquel e n el que el
poema se constituye como patrón. U n lector provisto de este tipo
de informaciones podrá reconocerlas de m a n e r a precisa e n el
poema, sin que ello implique la comprensión del poema ni
conduzca necesariamente a la m i s m a . La precisión de la com-
prensión del poema que logra el lector ideal exclusivamente a
partir del poema m i s m o y de los conocimientos que posee sería,
sin duda alguna, el patrón auténtico. Sólo si la comprensión,
enriquecida por los datos autobiográficos, alcanza plenamente
e s a precisión, pueden coincidir ambos planos de la compren-
sión. A esto y no a otra cosa se refirió, con razón, Szondi. Sólo
este criterio impide que el plano autobiográfico nos traicione al
interpretar u n poema.
Me parece completamente equivocado renunciar al tipo de
precisión que exige esta comprensión porque nos falta el apoyo
de la ciencia y caigamos en impresiones puramente arbitrarias.
E s cierto, las impresiones no son e n absoluto interpretaciones
y representan lo descaminado de toda interpretación. H a y que
105
aceptar que la sintaxis de l a s connotaciones, que d e s e m p e ñ a
aquí u n papel, suele aparecer sólo e n v a g a s asociaciones y que,
con fecuencia, impide u n a comprobación precisa. S i n embargo,
la situación no mejora cuando se dispone de las l l a m a d a s
ayudas científicas, por ejemplo, la comparación o la referencia
a lugares paralelos. Todos los métodos de interpretación cono-
cen el fracaso. La fuente común de todo fracaso parece residir en
la desfiguración del p o e m a creyendo que, desde fuera, desde la
impresión subjetiva propia o ajena, se sabe lo que aquel expre-
sa. E s t a forma de comprensión no supera lo subjetivo. S u
pretensión de ser comprensión e s híbrida, y a se base e n u n a
impresión subjetiva o e n u n a información particular. Incluso
esta última sigue siendo b a s t a n t e peligrosa si se la t o m a como
valor supremo. Admitir que no se comprende es, con respecto a
la obra de Celan, l a s m á s de las veces u n simple imperativo de
honradez.
Por e s t a razón, el fracaso no debe hacer perder el ánimo,
sino que h a y que intentar expresar cómo se comprende el
poema, corriendo u n a s veces el riesgo de entender m a l y, otras,
de quedarse e n la v a g u e d a d de l a s impresiones que nos deja e n
ridículo. Sólo así se abre la posibilidad de que otros s a q u e n
provecho de ello, provecho que no consiste tanto e n que el
carácter unilateral del propio intento provoque reacciones
igualmente unilaterales, sino, m á s bien, e n que el ámbito de
resonancia del texto se amplíe y enriquezca e n s u conjunto.
106
¿Están enmudeciendo los poetas?
E n n u e s t r a sociedad, d o m i n a d a cada vez e n m a y o r
medidapor mecanismos anónimos, e n la que la palabra no crea
y a comunicación inmediata, cabe preguntarse qué poder y qué
posibilidades puede tener a ú n el arte de la palabra, la poesía. La
palabra poética se distingue radicalmente de las formas efíme-
ras del lenguaje, que sirven, por lo d e m á s , de soporte al proceso
comunicativo. Lo peculiar de todas e s a s formas del lenguaje es
el autoolvido e n la palabra m i s m a . Siempre desaparece la
palabra e n cuanto tal frente a aquello que evoca. El poeta Paul
Valéry creó u n a metáfora brillante para distinguir la palabra
poética de las palabras que utilizamos e n la comunicación. La
palabra que utilizamos habitualmente es como la moneda
corriente, es decir, significa algo que no es. La pieza de oro de
otras épocas, por el contrario, era al m i s m o tiempo el valor que
representaba, y a que s u valor metálico correspondía a s u valor
monetario. Era, pues, al m i s m o tiempo, aquello que significaba.
Eso es precisamente lo que distingue a la palabra poética: que
no se limita a ser u n mero indicador que nos aparta de sí para
que lleguemos a otra parte, como ocurre con la moneda corriente
o el billete de banco, necesitados de cobertura; m á s bien e s ese
apartarnos de ella u n a vuelta a la m i s m a : e s la palabra m i s m a
la que da cobertura también a aquello de lo que habla. E s t a es
la experiencia que todos realizamos con la palabra poética.
Cuanto m á s familiar nos resulta u n fenómeno poético, tanto
m á s expresivo y presente es el mensaje. La distinción peculiar
de la palabra poética consiste e n la forma e n que se presenta a
sí m i s m a al presentar algo.
108
zógernd beschwerst
mit von Steinen geschriebenen
Schatten.
109
que se l a n z a la red e n u n lugar imaginario y e n u n presente
gnómico, es decir, siempre, parece que el lastrar la red es algo
que t a m b i é n ocurre siempre.
Lastrar la red de m a n e r a que «se tenga», prometiendo así
captura, es aquí u n a acción imaginaria. Son l a s sombras y no las
piedras las que lastran la red. Para dejar completamente claro
este carácter imaginario, las piedras no proyectan las sombras
que lastran la red sino que l a s escriben. Sombras escritas por
piedras: la i m a g e n orienta la visión y la imaginación inmedia-
t a m e n t e e n u n a dirección determinada. Las sombras escritas
tienen, como todo lo escrito, u n sentido descifrable. Y si se trata
de u n texto de sombras escrito por piedras, el sentido fijado e n
ese espacio imaginario de la palabra tiene que ser agravante, u n
sentido agravante por s u peso, y sin embargo, u n sentido que
permite la captura. La i m a g e n que el poeta evoca h a y que verla
de u n a m a n e r a completamente sensorial. «Vacilante lastras»,
¿Qué significa aquí «vacilante»? N o se trata aquí de u n a vacila-
ción interior debida a la indecisión o a la duda, por el hecho de
que «tú» (y e n s e g u i d a hablaremos de quién e s ese Tú) no
compartes quizá la confianza del «yo» pescador. Sería u n mal-
entendido completo atribuirle al «vacilante» ese sentido. Aquí
se describe e x a c t a m e n t e u n a acción real. El que lastra la red
destinada a la captura no debe lastrar ni por exceso ni por
defecto; no por exceso para que la red no se h u n d a , y no por
defecto para que no flote a la deriva. La red, como dicen los
pescadores, debe «tenerse». E s a e s la vacilación del lastrar. H a y
que sopesar, por así decirlo, con las y e m a s de los dedos si h a y
que añadir o no algo para lograr el lábil equilibrio necesario. S e
describe aquí e x a c t a m e n t e el proceso de la pesca con red. Para
ello se necesitan efectivamente dos personas, u n a sola sería
incapaz. Añadiendo cuidadosamente u n a piedra tras otra para
lastrar la red, igual que se p e s a algo e n el plato de u n a balanza
depositando cuidadosamente u n a p e s a tras otra h a s t a alcanzar
e n s u m o m e n t o preciso el equilibrio, se contribuye al éxito de la
pesca.
¿Qué significa, pues, que el Yo, el hombre por tanto, l a n z a
la red? Queda claro ahora: nadie tiene otra posibilidad que la de
mirar, siempre esperando, hacia el futuro. Al norte del futuro,
siempre m á s allá de toda expectativa justificada que divisa el
110
futuro inmediato. Así vivimos los h u m a n o s . Se trata del princi-
pio esperanza. Pero el que quiera capturar, el que quiera lograr
y tener la suerte de obtener lo que espera, no tiene m á s remedio
que lastrar. Lo que se lastra aquí es la red desplegada de la
expectación. ¿Y cómo se lastra la expectación? Al parecer
mediante las sombras que proyectan las experiencias y los
desengaños que uno arrastra consigo. N i n g u n a esperanza hu-
m a n a es absolutamente futura si no está lastrada con e s a s
sombras. Y parece como si hubiera aquí uno que sabe h a s t a
dónde puede exigírsele a u n corazón lleno de esperanza, sin que
esta se h u n d a completamente.
E s esta transposición de u n a i m a g e n sensorial a u n plano
espiritual lo que hace que todo resulte p e n e t r a n t e m e n t e claro.
Las explicaciones t i e n e n que desaparecer tras haber evocado lo
que significan. Al volver a leer el poema no h a y que acordarse
de lo que se h a dicho sobre él, sino tener la impresión de que el
poema m i s m o nos revela s u sustancia. El significado e s t á e n las
palabras del poema y no e n lo uno h a y a dicho sobre él. La
interpretación culmina e n la desaparición del intérprete y en la
presencia exclusiva de lo interpretado, u n ideal que, por su-
puesto, sólo puede alcanzarse aproximativamente.
Consideremos m á s detalladamente lo evocado, a ú n m á s
claro en s u sentido indefinido. Se m u e s t r a aquí a dos que actúan
de consuno realizando dos acciones: la de lanzar la red y la de
lastrarla. Entre las dos acciones existe u n a tensión secreta y,
sin embargo, constituyen u n a unidad de acción, la única que
promete captura. Entre la libertad y la levedad del lanzar y
proyectar y la caída hacia abajo, hacia el límite, hacia lo
condicionado, se t e n s a la contraposición que entraña todo éxito.
N o se enturbia aquí u n a expectativa «pura» a la vista de los
límites, sino que únicamente debido a ello se convierte en real,
en plenamente futura, es decir, transforma la utopía irreal del
proyecto, que llega h a s t a lo imprevisible, actuando exactamen-
te y con pericia.
¿Y qué e s la «captura» e n el poema? Todo lo descrito puede
designarse con la expresión, m u y e n boga actualmente, de
acontecimiento verbal. E s posible referir este poema e n primer
lugar al hecho de que lo que se tiene la suerte de pescar es el
poema mismo. El poeta habla de cómo él, al igual que todo poeta,
111
lanza s u red e n l a s a g u a s vírgenes y a ú n no enturbiadas del
lenguaje — s o n como ríos, que arrastran consigo multitud de
cosas desde m o n t e s ignotos— y espera tener éxito e n s u captu-
ra. P i é n s e s e e n aquellos profundos poemas de Stefan George e n
los que refiere cómo se inclina sobre el pozo después de cada
viaje para s a c a r de s u fondo el tesoro, e x p e r i m e n t a n d o
dolorosamente que a veces no h a y respuesta. El poeta se
pregunta siempre angustiado si del profundo pozo de la
experiencia h u m a n a s e d i m e n t a d a e n el l e n g u a j e surgirá
efectivamente y tendrá consistencia la palabra radiante que
todo lo ilumina. E s decir, u n poema que repetimos h a s t a que nos
resulta totalmente familiar y de cuyos ritmos logramos vivir
años y años. E n u n a primera aproximación p u e d e n entenderse
estos versos desde la perspectiva del poeta y como l a expectación
de encontrar la palabra justa.
S i n embargo, lo que se dice aquí sobre el poeta que logra s u
captura v a m á s allá de la particularidad de la experiencia del
poeta. El poeta e s el prototipo del ser h u m a n o . E s t a es u n a de
las metáforas fundamentales de toda la época moderna. Y así la
palabra que el poeta captura y a la que confiere consistencia no
significa ú n i c a m e n t e el éxito artístico que lo consagra como
poeta, sino que representa u n conjunto de posibilidades de
experiencia h u m a n a . Permite al lector ser aquel Yo que e s el
poeta, y a que é s t e es el Yo que todos somos. ¿Quién es, pues, aquí
Yo y quién Tú? ¿Qué Tú se halla e n u n a tal unidad secreta de
éxito con el Yo? N o e s ú n i c a m e n t e el Yo del poeta, y el Tú no es
n i n g ú n ser opresor, hombre o dios, que carga sombras de
palabras que l i m i t a n la libertad. E n e s t e p o e m a se enuncia
quién e s Yo y quién e s T ú ahora y siempre: el «individuo» de
Kierkegaard, cada uno de nosotros.
¿Quién es, pues, Tú? D e entrada h a y u n a r e s p u e s t a senci-
lla y clara que nos proporciona la gramática: e s el interpelado.
El Tú e s aquel que e s t á ahí con el yo que habla. El poema no nos
dice quién e s y precisamente por eso no podemos buscar la
respuesta e n u n a interpretación arbitraria. N o e s posible ave-
riguar a priori si yo m e soy a mí m i s m o Tú o si e s e Tú e s otra
persona cercana, el m á s próximo de los prójimos o el m á s
alejado, Dios. Ocurre como con el precepto cristiano del amor,
donde no se trata de la alternativa de amar a Dios o al prójimo.
112
P e r m í t a s e m e internarme aquí por u n m o m e n t o en el terreno de
la exégesis teológica, para la que no tengo n i n g u n a competen-
cia. También e n el precepto cristiano del amor, la distinción
entre Dios y el prójimo y la pregunta de quién es nuestro prójimo
suponen ya, en cierto modo pasar por alto lo que el precepto dice.
E s necesario ver que e n u n caso como e n otro ese Tú es el Tú del
Yo y que sólo se comprende el fondo de la cuestión cuando uno
m i s m o se considera como aquel que, e n toda circunstancia,
debería saber quién es Tú: cada uno. El poema se convierte así
en la enunciación expresa de todos nosotros. Aunque s e a n
versos lo que t e n e m o s delante, todos y cada uno de nosotros
accedemos a u n a relación e n la que cada cual tiene que poner de
s u parte lo que dicha relación le exige.
Se habrá notado que el Tú se encuentra aquí e n u n lugar
preponderante, al final del verso, como u n a pregunta. E s
exactamente la pregunta por la identidad del Tú. Sólo quien
realiza el poema como afirmación propia obtendrá u n a respues-
ta. Sólo u n Yo tiene u n Tú. Todo ello e s u n ejemplo para mostrar
lo que es discreción y cómo también e n la discreción se encuen-
tra el compromiso de cada uno. Precisamente porque aquí no se
le declama a nadie en construcciones literarias patéticas, sino
uno se siente súbitamente atacado por u n simple enunciado, se
piensa, e n primer lugar, que se trata de u n a frase completamen-
te trivial. Luego comienza uno a barajar las palabras e n sus
relaciones m u t u a s y cuantas m á s de e s t a s relaciones se consu-
m a n tanto m á s se siente uno comprometido y al final se sabe
quién es Tú. P u e s nos damos cuenta de que el Yo soy yo mismo.
La cuestión no es saber si los poetas enmudecen, sino si t e n e m o s
a ú n u n oído lo suficientemente fino para oír.
113
La ciudad
vieja y nueva,
animada, con árboles
también
y vehículos, aquí
116
Espero que ambos ejemplos h a y a n puesto de relieve por
qué creo que es falso afirmar que los poetas e s t á n enmudecien-
do. H a n bajado necesariamente el tono de voz. Igual que los
mensajes confidenciales se t r a n s m i t e n en voz baja, para que no
lleguen a oídos de quien no debe, lo m i s m o ocurre con el lenguaje
del poeta. Comunica algo al que tiene oídos para oír y se acerca
a él. El poeta susurra algo al oído y el lector, que es todo oídos,
termina por asentir: h a entendido. Creo, pues, que el contenido
de los versos de Hólderlin «los pensamientos del espíritu co-
1
m ú n / acaban callados e n el a l m a del poeta» puede verificarse
e n la poesía de nuestro tiempo como e n la de cualquier época. El
que se deja abordar por la palabra de e s t a poesía lleva a cabo
u n a verificación, y se comprende bien que, e n u n a época de la
potenciación eléctrica de la voz, sólo la palabra silenciosa
encuentra lo común del Tú y del Yo e n la palabra y conjura, así,
lo h u m a n o . Sabemos lo que hace falta para conseguir e s t a
palabra silenciosa, tanto para el que habla como para el que
escucha: es como en los movimientos lentos de u n a sinfonía, e n
ellos se m u e s t r a la auténtica m a e s t r í a del compositor y del
director de orquesta. ¿Quién será capaz de calibrar h a s t a qué
punto e s a s construcciones de palabras e s t á n penetradas y
constituidas por profundas experiencias de nuestra civilización
técnica, de m a n e r a que nos resulte posible acoger e n nuestra
casa como algo familiar ese mundo moderno t a n terriblemente
extraño?
1
"Des gemeinsamen Geistes Gedanken sind, I Still endend, in der Seele des Dichters",
versos 43 y 44 del himno "Como cuando en día de fiesta...". Según P. Szondi, un
problema de "falsa puntuación que aparece en todas las ediciones" ha hecho que
estos versos no se hayan entendido correctamente (véase Estudios sobre Hólderlin,
Ediciones Destino, Barcelona, 1992, pág. 52). [T.]
117
Sentido y ocultación de sentido
en Paul Celan
Sentido y ocultación de sentido e n la obra de P a u l Celan:
al plantear así el t e m a no nos s i t u a m o s propiamente e n u n a
perspectiva especial que sirva para dirigir la interpretación del
arte de Celan, sino que e x p r e s a m o s s i m p l e m e n t e la experiencia
de todo aquel que se acerca a la poesía de este autor. N o s
sentimos atraídos por u n sentido exacto y, al m i s m o tiempo,
somos conscientes de que e s e sentido se resiste o incluso se
oculta, se «vela» artísticamente. H e m o s de preguntarnos sobre
el fondo de e s t a poesía, representada no ú n i c a m e n t e por Celan
sino por toda u n a generación, y sobre la m a n e r a de enfrentarnos
a ella. D e entrada, n u e s t r a tarea no consiste tanto e n plantear
consideraciones teóricas como e n realizar u n intento a través de
la lectura.
Quizá baste u n a advertencia previa de carácter general. Al
parecer, la lírica actual aspira a que la fuerza de gravedad de las
palabras desarrolle toda s u potencialidad, sin constreñirlas
m e d i a n t e recursos sintácticos o lógicos. E s a dicción «en bloque»,
e n la que palabras aisladas, que s u s c i t a n dterminadas repre-
sentaciones, se e n c u e n t r a n u n a s al lado de otras, no significa
que dichas palabras no p u e d a n fundirse e n u n a unidad de
sentido. Lograr e s t a unidad, sin embargo, e s u n a exigencia cuyo
cumplimiento queda al arbitrio del lector. N o es que el poeta
oscurezca y oculte arbitrariamente la unidad de sentido. El
poeta quiere precisamente revelar algo de e s e modo y libera,
m e d i a n t e la conexión «en bloque», la pluridimensionalidad de
l a s relaciones de sentido que e n el unidimensional discurso
cotidiano, dominado por la lógica, es m a n t e n i d a a raya por la
unidad práctica que crea la intención del discurso. E s u n error
creer que no h a y n a d a que e n t e n d e r e n u n poema por el hecho
de que las relaciones de sentido carezcan de claridad. Y e s
t a m b i é n u n error creer que falta la unidad de intención del
discurso, p u e s sólo e s t a unidad e s la que funda el poema.
118
Tenebrae
Reza, Señor,
rézanos,
estamos cerca.
Torcidos íbamos,
íbamos a inclinarnos
sobre la hondonada y la laguna.
Brillaba.
Reza, Señor.
Estamos cerca.
Bete, Herr,
bete zu uns,
wir sind nah.
Es glanzte.
Bete, Herr.
Wir sind nah.
120
do por la Pasión neotestamentaria h a s t a llegar a la pasión del
ser h u m a n o bajo el oscurecido cielo de nuestro presente. Se
trata de u n a orientación previa que debe ir aquilatándose a
través del poema mismo.
121
llamada a Dios. Y quizás h a y a que decir que el único contenido
posible de u n a oración consiste precisamente e n hacer e s a
llamada, pues, como se dice e n la Epístola a los Romanos y e n
el conocido motete de Bach, no sabemos lo que t e n e m o s que orar.
Efectivamente, orar no puede significar pedir algo. Como
si nosotros supiéramos lo que nos conviene. Escuchar u n a
oración e s m á s bien algo que antecede a cualquier posible
satisfacción de lo que e n ella se pide. Escuchar u n a oración es
el acto de ser oída e s a oración, la presencia de aquél al que se
invoca e n la oración. Escuchar la oración significa que aquél oye
y que, por ello, no se e s t á desamparado. Entendido así, el
contenido de l a s ú l t i m a s palabras de J e s ú s e s la oración e n s u
sentido m á s genuino, el último suspiro que suplica «estar
conmigo», «no dejarme solo».
Ahora bien, la hora de la muerte, e s a ú l t i m a rebelión de la
naturaleza, es para cada uno la hora del supremo abandono. El
atrevido giro que da el poema consiste e n que e s e abandono no
es solamente el abandono por parte de Dios, sino t a m b i é n por
parte de todos los d e m á s seres h u m a n o s . ¿Qué significa enton-
ces orar a esos seres h u m a n o s ? ¡Como si éstos pudieran ayudar
e n ese trance! Pero si «orar» significa llamar, que el otro m e oiga,
entonces surge u n sentido profundo: dado que los hombres
conocen la muerte y e s t á n sometidos a s u ley son solidarios con
el que m u e r e de u n a m a n e r a peculiar. Rezándonos puede
cerciorarse el moribundo de e s t a ú l t i m a comunidad.
E s e e s el carácter c o m ú n que se coloca e n el comienzo del
poema, al principio y al final del comienzo y al final de todo el
poema. E s t a m o s cerca. «Cerca e s t a m o s , Señor, cercanos y
asibles». Creo que h a y u n leve acento sobre el «Estamos». N o
eres Tú el que e s t á cerca, sino Nosotros. E s t a m o s ante algo
completamente distinto de u n a imitación de Hólderlin. El tono
similar con que comienza el h i m n o «Patmos» («Cerca está,/ y
1
difícil de captar el dios» ) se dirige e x a c t a m e n t e e n dirección
contraria. N o es el dios el que e s t á cerca de nosotros, sino
nosotros los que e s t a m o s cercanos al Señor. El paso de «asibles»
a « asidos ya» inicia u n climax que conduce a «unos e n otros
incrustados», climax que suprime la distancia entre el que a s e
y el asido, la separación del moribundo de los que a ú n viven.
1
En: M. Heidegger, Interpretaciones sobre la poesía de Hólderlin, traducción de José
María Valverde, Editorial Ariel, Barcelona, 1983, pág. 43. [T.]
122
¿Quién o qué nos ase? S i n duda no eres tú, Señor, y a que
con respecto a ti e s t a m o s cerca. Lo que nos ase sólo puede ser «el
señor absoluto», la muerte, a la que los h u m a n o s pertenecemos.
H a s t a tal punto e s nuestro señor que ante ella todos somos
iguales. U n o s en otros incrustados nos m a n t e n e m o s como los
que buscan dónde asirse e n la agonía. D e tal modo parece ser e s a
desesperación lo propiamente común, que los seres h u m a n o s ,
unos e n otros incrustados, buscan e n cada uno de los d e m á s
ayuda y salvación, «como si fuera el cuerpo de cada uno de
nosotros t u cuerpo, Señor».
D e lo que sigue se desprende claramente que e s el cuerpo
del J e s ú s moribundo y muerto el que se designa aquí inequívo-
camente con «tu cuerpo». E s t a expresión encierra, sin embargo,
otra cosa. Me parece importante que se diga «el cuerpo de cada
uno de nosotros» y no «nuestro cuerpo, el cuerpo de todos
nosotros». Cada uno de nosotros es para cada uno de nosotros el
prójimo, al que, sin embargo, no llega; pues e n el momento de
morir, cada uno de nosotros e s t á t a n solo y desamparado como
J e s ú s agonizante e n la cruz. La experiencia de la muerte aisla,
tal como Heidegger lo ha formulado e n la expresión de la
«singularidad instransferible» (Jemeinigkeit) de la muerte o
como Rilke lo dice en conocidos poemas. Se enuncia claramente
que ese morir que t a n terriblemente aisla no sólo nos coloca e n
u n a compenetración propia de cada uno con cada uno, sino
también con el J e s ú s agonizante. El hecho de estar incrustado
en la irremediabilidad de la muerte m i s m a es, e n todo caso, la
conclusión clara que se expresa e n el poema: «Reza, Señor,
r é z a n o s , e s t a m o s cerca», u n i d o s a ti e n la s i n g u l a r i d a d
instransferible del morir, e s t a unión representa, a u n e n el
supremo abandono, proximidad y compenetración.
123
sangre)». S e trata n u e v a m e n t e de u n a «comunión» absoluta-
m e n t e no cristiana; s u e n a como si él nos hubiera precedido e n
la muerte, de modo que si le seguimos e n ella entraremos e n el
m i s m o abandono y e n el m i s m o oscurecimiento de Dios. E s e es
el sentido e n que parece haber muerto por nosotros.
El poema desarrolla el sentido de e s a proximidad angustio-
sa y paradójica compenetración, retrocediendo a p a r e n t e m e n t e
en el tiempo, no e n el tiempo histórico, sino e n u n tiempo que se
repite e t e r n a m e n t e y que e s el de la existencia h u m a n a de cada
uno. El relato refiere cómo l l e g a m o s a adquirir esa
compenetración con el J e s ú s agonizante. Y a el uso del imperfec-
to indica que se e s t á narrando, e n cierta manera, nuestra
prehistoria, que siempre h a estado y a detrás de nosotros.
«Torcidos íbamos»: la expresión sugiere falta de orientación y
sentido. E n u n a sola palabra se concentra aquí la aporía de la
vida h u m a n a , cuyo camino querría ser evitar la muerte. «Tor-
cidos íbamos, íbamos a inclinarnos sobre la hondonada y la
laguna». La repetición de «íbamos» hace resaltar la duración, la
tenaz insistencia de los que v a n , es decir, la tenacidad de
nuestra voluntad de vivir. Hondonada y l a g u n a evocan natural-
m e n t e h u m e d a d , el a g u a que podría apagar la sed que nos
i m p u l s a y evocan de e s e modo la sed m i s m a . Apagar la sed vital
parece ser algo así como el rasgo estructural de la vida e n cuanto
tal. Así habrá que entender el verso «Al abrevadero íbamos,
Señor». E s la animalidad natural de n u e s t r a voluntad de vivir
la que nos i m p u l s a como a n i m a l e s , al abrevadero, por tanto.
¿Qué se describe aquí? E n último término, el camino por el
que los vivos i n t e n t a n sustraerse a la muerte. La paradoja
consiste e n que la única bebida que encontramos e s sangre, y
esto significa que el camino nos lleva j u s t a m e n t e a aquello de lo
que h u í a m o s , la muerte. N u e v a m e n t e se e m p l e a u n recurso
enfático: «Era sangre, era...» se constata e n primer lugar con
horror. E n lugar de a g u a e s sangre y, sin embargo, se convierte
en «abrevadero» si h e m o s aprendido a conocer y reconocer el
carácter irremediable de la m u e r t e e n la muerte de J e s ú s e n la
cruz.
El primer paso hacia e s e conocimiento lo expresan los
versos «Era sangre, era, /lo que habías derramado, Señor./
Brillaba», de u n a poderosa fuerza sensorial, que evocan el brillo
124
peculiar que tiene la sangre derramada, e n el que h a y algo
escalofriante. N o hay en ella nada del brillo de la transfiguración.
M á s bien resulta digno de notar que no h a y promesa alguna de
por medio ni se dice que se h a y a «derramado por nosotros».
Evidentemente, que no se diga no quiere decir que falte: se
insinúa, y adquiere con ello u n a n u e v a presencia, la de la
privación y la negativa. De e s t a forma «se refiere» a nosotros,
pero claramente e n u n sentido totalmente distinto al del sufri-
miento vicario. P u e s en e s a sangre no se refleja otra cosa que la
muerte m i s m a , el cadáver de J e s ú s . Por eso el poema refuerza
a ú n m á s la espantosa realidad que tiene el muerto para aquél
a quien impulsa la sed de vivir: «nos arrojó t u i m a g e n a los ojos,
Señor, ojos y boca t a n abiertos y vacíos, Señor». Se trata de lo
absolutamente inquietante de la muerte, e s e carácter terrible-
m e n t e extraño que separa definitivamente al muerto de los
vivos y que sale aquí al encuentro de los que, impulsados por la
sed de vivir, v a n buscando la bebida. Se oyen ecos del motivo de
la Pietá.
Pero el hecho de que e s a i m a g e n esté e n la sangre, sobre la
que nos inclinamos, expresa a ú n m á s cosas. Lo que nos sale al
encuentro en el Crucificado, que se refleja e n la sangre, e s
nuestro propio estar marcados por la muerte. E n él nos salimos
nosotros m i s m o s al encuentro, despertamos súbitamente del
olvido alienante e n que e s t a m o s sumidos y nos a s u s t a m o s de
nosotros mismos, «como si fuera el cuerpo de cada uno de
nosotros t u cuerpo, Señor». Sí, e s a sangre y la i m a g e n que h a y
en ella es la bebida misma. E s a es la gran conclusión afirmativa
con que el poema culmina s u argumento :»Hemos bebido, Señor,
la sangre y la i m a g e n que había en la sangre, Señor». E s decir:
a pesar de ser sangre, a pesar de ser la sangre e n la que se
reflejaba el cuerpo muerto de J e s ú s , la h e m o s bebido. La h e m o s
aceptado y no la h e m o s rechazado llenos de espanto. H e m o s
aceptado que t e n e m o s que morir. Esto es lo que da derecho a
decir «Reza, Señor, e s t a m o s cerca».
Así concluye el poema. Percibiéndonos e n nuestro destino
mortal, experimentamos u n a unión postrera con el J e s ú s ago-
nizante que se siente abandonado por Dios. Si recapitulamos,
constatamos de nuevo que, s e g ú n la tradición de los Evangelios,
la exclamación de abandono de J e s ú s no pretende ciertamente
125
debilitar s u disponibilidad al sacrificio o expresar la duda con
respecto a s u Dios. El «no se h a g a mi voluntad, sino la tuya» no
queda e n modo alguno revocado por e s a postrera exclamación.
Todo lo contrario. Lo que completa el misterio de la Encarnación
es precisamente el hecho de que e s e J e s ú s agonizante se sienta
abandonado de Dios. Eso es precisamente lo h u m a n o , lo que
testimonia que el morir, para él, no es e n modo alguno m á s fácil.
Que los cristianos crean que J e s ú s e s Dios no significa que no
h a y a sufrido r e a l m e n t e la muerte. El relato bíblico pretende
m á s bien expresar que J e s ú s a s u m i ó h a s t a el último m o m e n t o
el martirio de la m u e r t e y precisamente e n e s e martirio es donde
se apoya n u e s t r a compenetración con él y n u e s t r a proximidad
a él.
Y ahora vuelvo a formular la pregunta del principio. ¿Es
esto blasfemia? A u n q u e h a y que guardarse mucho de atribuir
a u n enunciado poético u n a univocidad que no tiene, h a y que
decir que el aspecto de blasfemia que presenta el conjunto se
transforma casi e n todo lo contrario. P u e s aunque el decir «no
le reces a Dios, rézanos a nosotros» signifique e n realidad u n
apartarse decididamente de la tradición cristiana, el llama-
miento que se hace a J e s ú s para que rece constituye u n acto de
piedad, u n a confesión del desamparo y de la perdición irreme-
diable del hombre frente a la incomprensibilidad de la muerte
que se expresa e n el poema. S u e n a n así, incluso e n la privación
y e n la ausencia, e l e m e n t o s cristianos. E n e s a repetición conti-
n u a del «Señor» reconoce el que habla por nosotros que el J e s ú s
muerto e n la cruz sigue siendo, e n cuanto el Sufriente y el
Abandonado —no e n cuanto» el Cristo de la Resurrección—
nuestro Señor.
La invocación de las tinieblas no e s ciertamente u n a
repetición o aceptación del mensaje cristiano, pero mucho
m e n o s u n a mofa o insulto de la fe. E s u n persistir e n la
necesidad. Tomando e n serio y aceptando la m u e r t e como
destino h u m a n o , sin consuelo ni esperanza, se acerca el poema
a la intención de la e n s e ñ a n z a cristiana sobre la Encarnación,
por la que el cristianismo se eleva por encima de todas las d e m á s
grandes religiones conocidas: n i n g ú n dios que no sea hombre,
n i n g ú n dios que no cargue con el sufrimiento puede significar
para el creyente promesa o salvación. N o e s la superación de la
126
muerte, tal como la e n s e ñ a el cristianismo, lo que se expresa en
el poema y, sin embargo, J e s ú s , que carga con s u muerte, sigue
siendo el «Señor».
Al final de este intento de interpretación quizá sea posible
determinar m á s exactamente en s u esencia la ocultación de
sentido que se opera e n este tipo de poesía. La interpretación del
poema h a puesto de manifiesto que no se trata de la ocultación
y del encubrimiento de u n sentido que podría expresarse clara
y llanamente. El poeta h a penetrado aquí e n u n a esfera que
posee s u propia constelación determinante. El i n s t a n t e supre-
mo de la «pasión y muerte de nuestro Señor Jesús», s u último
suspiro en la cruz, se funde con el miedo y la certeza de la
muerte, que es e n cada uno de nosotros u n a fuerza t a n presente
como oculta, y de e s t a misteriosa fusión da testimonio el poema
con s u propia y apremiante firmeza.
127
se sitúa en los comienzos de la poesía del siglo XX, entonces apenas
conocido. S u s grandes h i m n o s no se reputaron e n s u época como
creaciones poéticas de u n a persona cuerda, sino como productos
de la locura de la que cayó presa m á s tarde. S u s amigos
románticos sólo se atrevieron a imprimir parte de esos m a n u s -
critos, sin duda porque ellos m i s m o s no habrían tenido el valor
de llegar a u n discurso poético t a n audaz. Por eso, los p o e m a s de
Hólderlin sólo llegaron al lector contemporáneo mutilados,
situación que se m a n t u v o h a s t a nuestro siglo. E n 1914 apareció
el v o l u m e n decisivo de la edición de Hólderlin, realizada por
Hellingrath, e n la que por vez primera los h i m n o s tardíos
llegaban al público descifrados y sometidos a u n a recensión
crítica, y los contemporáneos pudieron advertir que se trataba
de la m á s auténtica poesía. El descubrimento e n nuestro siglo
de la obra tardía de Hólderlin h a hecho época y, gracias a ello
fue posible que surgieran creaciones literarias y audacias
poéticas como las de Trakl, el Rilke tardío y el Celan que
t e n e m o s ante nosotros. P u e s fue entonces cuando la poesía
tardía de Hólderlin — e s e hablar «en bloques» inspirado e n el
estilo hímnico de Píndaro— demostró s ú b i t a m e n t e ser u n a
forma poética maravillosamente calculada, consciente y domi-
nada. Considerarla como destrucción del lenguaje a c a u s a de la
locura fue u n error que difícilmente podemos comprender hoy
y d e m u e s t r a ú n i c a m e n t e que el lenguaje poético nos coloca ante
dificilísimos problemas. N o todas las dicciones son poéticamen-
te posibles e n todas l a s épocas.
Hoy día se siente t a m b i é n que la poesía y a no «llega»
porque las costumbres lingüísticas de nuestro tiempo exigen
otros estímulos. E s necesario tener esto m u y e n cuenta para
enjuiciar correctamente el estilo poético de nuestro tiempo.
Como y a descubrieron los formalistas rusos, h a y leyes para
apagar los estímulos como las h a y para potenciarlos por con-
traste. N o cabe duda de que la n u e v a retórica de m a s a s que h a
irrumpido en n u e s t r a civilización a través de los medios de
comunicación h a contribuido de manera decisiva a la introversión
del lenguaje poético, y e n particular lírico, hacia u n h e r m e t i s m o
que caracteriza n u e s t r a época. ¿Cómo h a n de afianzarse hoy l a s
composiciones literarias consistentes e n sí m i s m a s , a las que
poder volver siempre y, cuanto m á s se vuelve a ellas, tanto m á s
128
expresivas resulten y respondan a n u e s t r a s preguntas? Para
afianzar hoy ese tipo de composiciones y que no se desmoronen
bajo las olas de la verbosidad informativa que nos inunda, se
necesitan sin duda estructuras de resistencia y exigencias
completamente diferentes y mucho m á s agudas que los que se
necesitaban, por ejemplo, e n la época de Goethe. E s posible que
la ocultación, la veladura de sentido e n la poesía hermética dé
la impresión de u n a obstaculización artificial, Pero, al m i s m o
tiempo, es u n baluarte contra s u disolución e n las suaves ondas
del atemperado locutor de radio. H a y que hacer u n esfuerzo
para presentar la composición poética e n s u exigencia y resca-
tarla del prosaísmo que todo lo nivela.
Celan h a hecho el máximo esfuerzo posible y, por eso, exige
de nosotros el máximo y, a veces, m á s .
129
Hilde Domin, poetisa del regreso
130
la s u m a de las experiencias de pérdida y de despedida, de lo
extraño y lo lejano, peregrinaje , amistad, amor y todo lo que se
quiera poner e n la lista de las experiencias que el exilio evoca.
Son poesías que hablan de todos nosotros. Todos sabemos o
tenemos que aprender qué es el regreso. Así, nosotros m i s m o s
nos encontramos en esos versos, aprendiendo lo que y a sabe-
mos.
Los versos de Hilde Domin, a d e m á s , nos h a c e n entender de
u n a m a n e r a n u e v a qué es la poesía. El que con ella t o m a
conciencia del regreso sabe de repente que la poesía siempre es
regreso: regreso al lenguaje. E n eso radica la doble fuerza
simbólica de s u testimonio poético.
¿Qué es el regreso? El regreso no es s i m p l e m e n t e volver
ahí. El regreso es u n a doble despedida. Quien — d e s p u é s de
haber estado lejos mucho tiempo— regresa, debe despedirse de
algo que h a comenzado a ser. Leamos a t e n t a m e n t e algunos
versos:
131
Und darán erkennst du,
da/3 du
hier ein wenig mehr
ais an andern Státten
zuhaus bist.
132
que u n a vez tuvimos que despedirnos aparece completamente
separado de nosotros, desde que el regreso y a no nos puede traer
de vuelta nada m á s .
Eso no quiere decir que el regreso sea u n a m e r a decepción.
El regreso es conocimiento. Ciertamente, todo conocimiento es
u n a despedida, pero lo que madura e n la despedida es también
conocimiento: volvemos a distanciarnos, se s o s i é g a l a tensión de
la espera, y a no se persiguen objetivos s e g ú n u n plan previa-
m e n t e estudiado. Muchas cosas se escapan como los sueños y es
imposible prever adonde llegaremos. U n poema que m e g u s t a
especialmente v a algo m á s allá de la simple descripción de u n
viaje onírico.
Un soplo de aire,
eres tan ligero,
la barca sin timonel,
el agua tan cristalina.
Suavemente pierdes el rumbo,
aún en camino hacia el prado bañado de luz,
cuando ya cruje la arena bajo la quilla,
a la sombra de los sauces.
Treulose Kahnfahrt
133
der Kahn so steuerlos,
das Wasser so spiegelglatt.
So sanft verlierst du die Richtung:
du bist noch unterwegs nach der Wiese im Licht,
wenn der Sand schon unter dem Kiel knirscht
im Schatten der Weiden.
Miedo
mío
nuestro
y el sin embargo de cada letra.
Angst
meine
unsere
und das Dennoch jedes Buchstabens.
134
Así es: para todos existe la letra inalterable. La palabra es
garante de sí m i s m a y, no obstante, cada palabra es u n a
aventura.
135
Quién pudiera Wer es kónnte
lanzar tan alto die Welt
el mundo hochwerfen
que el viento dafi der Wind
lo atraviese. hindurchfáhrt.
136
E s t a m o s ante algo m á s que u n «como» comparativo. Pode-
mos reconocernos e n e s e niño, no sólo porque éramos así,
totalmente así, sino porque seguimos siendo así. E s e escarabajo
aplastado, que hace sonreír a los adultos, ¿no será que nos
reímos de nosotros mismos? Que uno se h a y a tenido que llevar
aquello de lo que no se podía separar, a u n cuando y a no pueda
volver a ser suyo, intacto queda el impulso, e n cada uno de
nosotros, de desplegar e n torno nuestro todo «lo mío». Lo común
a todos se construye como poema, a partir de toda nuestra
fragmentariedad y de todos nuestros conocimientos:
137
Hilde Domin,
«Canción de aliento II»
138
palabras de u n poema son m e r a información fijada por escrito.
Son como signos y señales que a p u n t a n hacia lo lejos. Aunque
las breves líneas de esta canción no estuvieran acompañadas de
otras «Canciones para darse ánimo», tampoco entonces esta-
rían solas. Forman parte de u n a constelación de sentido que
tiene, casi, algo así como u n único t e m a . E n realidad, se trata de
u n a constelación poética. Imágenes, gestos, metáforas (lo que
así llamamos), colocadas u n a s junto a otras, como si surgieran
u n a s de otras. A decir verdad, gravitan u n a s contra otras y
constituyen el campo de u n a experiencia. El verso e n el que se
nombra esa experiencia está e n la mitad del poema: «Confianza,
ese dificilísimo/abecé».
Inmediatamente nos preguntamos: ¿Se tiene que apren-
der la confianza? ¿Se puede aprender como se aprende a
escribir? ¡Como si se pudiera vivir sin confianza! ¿Acaso no se
basa todo nuestro hablar e n la confianza: confianza e n el otro
que nos entiende, e n las palabras que todos conocemos, e n el
mundo que e s a s palabras contienen? Sin embargo, aquí se
nombra la confianza como algo que h a y que aprender desde el
principio. ¿Hasta qué punto se habrá perdido eso t a n sencillo,
que subyace a todo lo que en la vida permanece, a todo discurso
duradero, el abecé? ¿Se puede volver a aprender como algo a ú n
desconocido o como algo olvidado? ¿Acaso t i e n e n puertas los
muros a lo largo de los cuales buscamos? E n realidad: e s el m á s
difícil abecé, el que siempre volvemos olvidar, el que siempre
volvemos a perder. ¿Cómo h a y que aprenderlo?
La primera parte del poema describe la pérdida de la
confianza; la segunda, el comienzo del regreso de la confianza.
E n la primera parte se emplea la s e g u n d a persona del singular;
e n la segunda parte, la primera persona y, sin duda, no de
m a n e r a casual. E s el m i s m o yo lírico, que primero se dirige a sí
mismo como si fuera otro. ¿Acaso no es siempre otro, distinto de
mí, el que pierde la confianza en la vida? y el que después se
confiesa a sí mismo, en voz baja, y empieza así a estar otra vez
de acuerdo consigo mismo.
La i m a g e n que el poema evoca e n sus primeros versos, el
ser perseguido (sin saber con certeza por quién), retoma u n a de
las m á s terribles escenas de la Ilíada, e n la que Aquiles persigue
a Héctor, presa del pánico, alrededor de los muros de Troya, e n
139
los que no encuentra n i n g u n a puerta salvadora. La huida
desesperada del valiente se halla e n los versos introductorios,
pero ahora transformada y a u m e n t a d a . Lo primero que nos
sorprende e s la expresión de los muros sin puertas. N o se trata
de muros cuyas puertas e s t é n cerradas e inaccesibles, sino de
muros a lo largo de los que se busca, e n vano, puertas que
permitan entrar e n la ciudad de la confianza, e n el m u n d o
conocido. Y algo m á s : no h a y aquí amigo compasivo que ayude
al fugitivo a vencer s u miedo y a lanzarse a la lucha; no h a y aquí
enemigo visible a quien desafiar y con quien enfrentarse. El que
aquí h u y e h a arrojado todas s u s armas, p u e s h a ido arrojando
detrás suyo los nombres de las cosas, porque son confusos y y a
no sirven para nada. Eso e s lo que confiere s u sentido radical a
toda la i m a g e n de la fuga. La confusión de los nombres de las
cosas representa el mayor peligro y la m á x i m a indefensión. Y
esto lo sabemos no s o l a m e n t e por Lao Tse, quien, si hubiera
tenido que gobernar, habría empezado por poner los nombres e n
orden, ni sólo por Tucídides, que describe la destrucción que
asoló A t e n a s , invadida por la peste, refiriéndose al cambio de
significado de l a s palabras. Conocemos t a m b i é n la monstruosa
falsificación de los conceptos que realizan los demagogos de
todos los tiempos, a u n q u e é s t e s e a quizá u n punto de vista
demasiado restringido. Que los nombres de las cosas se confun-
den, que l a s palabras que a n t e s nos servían se v u e l v e n impoten-
tes, é s a e s siempre la experiencia que acompaña a la pérdida
total de la confianza. Deja de entender el m u n d o quien y a no
logra protegerse e n la fortaleza de las palabras familiares.
E s e e s el sentido de la metáfora homérica de estos versos:
la ciudad de la confianza, e n la que uno se puede quedar y vivir
solo, se h a vuelto inaccesible. ¿Existirá a ú n detrás de los muros
hostiles alrededor de los que somos perseguidos?
H e m o s de prestar atención al cambio de tiempo verbal.
Para la persecución se utiliza la forma de pasado, introducida
por «Largo tiempo», el xr\XavyE(;TCpÓGawcov del poema, que 1
140
fuga de la vida, esta huida de desengaño e n desengaño, no se
termina de golpe. Persiste, continúa, siempre que fracasan la
comprensión y la confianza.
E n cambio, no podemos preguntar cómo el poema de
repente llega al aprendizaje de la confianza. P u e s no se produce
de repente. La confianza e s t á siempre ahí, e s siempre necesa-
ria. Incluso cuando e s t á perturbada, e s t á ahí, como eso que
tenemos que intentar aprender de nuevo. Pero h a y algo que
también e s cierto: volver a aprender la confianza no es u n
«volver a empezar» inocente y optimista, el lento abecedario de
la confianza se aprende poco a poco, después de haber conocido
todos los desengaños, después de haber saboreado toda la
desesperación. La confianza es u n a e m p r e s a que requiere
coraje, secreta, imperceptible, no confesada. Decimos: h a y que
tomar confianza. E s t e giro de nuestra l e n g u a contiene todo lo
que el poema evoca de m a n e r a sensorial. Lo que siempre nos
abandona, lo que nos hace sentir u n a y otra vez engañados, lo
que siempre se nos niega, vuelve, siempre, sin hacer ruido.
N u n c a h a y pruebas e n l a s que pueda apoyarse la confianza. N o
es u n a letra conocida ni u n a serie de letras, conocida por todos,
con lo que empieza el nuevo aprendizaje de la confianza. Son
signos e n el aire, que nadie m á s conoce, que no se pueden
exhibir, de los que apenas somos conscientes, y, sin embargo,
esos signos aventurados e n lo m á s efímero e s t á n llenos de
referencias, de futuro, de —por primera v e z — permanencia.
Que la n u e v a ciudad de la confianza se construya «de la
nada», se entiende, con tal que la confianza sea confianza, y no
sólo u n a bien fundada seguridad. Que brille e n los reflejos
dorados de u n a eterna esperanza, e n u n a J e r u s a l é n celestial,
imprime el último sello a la verdad que contienen estos versos.
N o se puede vivir sin confianza, sin cosas conocidas a nuestro
alrededor y sin aquella decisiva familiaridad con uno m i s m o
que nos permite decir «yo» y ser «yo».
141
Poema y diálogo
Reflexiones en torno a una selección de textos de Ernst Meister
143
con los ojos del arte de todas los tiempos v e m o s siempre a
aquellos que y a conocemos. E n cambio, lo que e s decisivo para
la crítica, para el crítico de arte, e s algo m á s y exige otra
capacidad. El crítico se enfrenta a la tarea de reconocer e n la
creación contemporánea, e n medio de a b u n d a n t e s imitaciones
a la moda formalmente correctas, lo verdaderamente original,
lo sólido, lo r e a l m e n t e productivo. U n b u e n crítico e s capaz de
conseguirlo h a s t a cierto punto y quizá t a m b i é n algún artista.
Yo, por mi parte, no m e atribuyo e s a capacidad. Me limito a
reflexionar sobre la fuerza de sentido de la palabra poética
siempre que é s t a llega a expresárseme. Sobre e s t a base quiero
reflexionar e n torno a la relación de poema y diálogo. Ambos son
modos e n que algo se nos da a entender. ¿Cómo p u e d e n lograr
que e n t e n d a m o s , incluso cuando oponemos resistencia? La
reflexión e n torno a e s t a c u e s t i ó n b i e n p u e d e l l a m a r s e
hermenéutica, es decir, teoría de la comprensión, que, e n el
fondo, sólo consiste e n tomar conciencia de lo que ocurre
realmente cuando algo se ofrece a la comprensión de alguien, y
cuando e s e alguien comprende. E s por eso que hablaré de
poema y diálogo, e intentaré hacer consciente la í n t i m a proxi-
midad entre e s t a s dos m a n e r a s de indicar m e d i a n t e el lenguaje,
así como la t e n s i ó n interna entre ellas.
Pero incluso conscientes de la t e n s i ó n e x i s t e n t e entre
poema y diálogo, lo cual se aplica especialmente al tipo de
poemas que h e m o s escuchado estos días, u n rasgo común salta
a la vista. P o e m a y diálogo son casos extremos dentro del vasto
campo de formas de lenguaje. El primero, el poema, e s afir-
mación. ¿Qué otra cosa h a y e n el m u n d o que pueda llamarse con
m á s propiedad «afirmación» que la poesía lírica? E s u n a afirma-
ción que, como n i n g u n a otra, da testimonio de sí m i s m a , incluso
sin beneplácito judicial. Por el contrario, e n el diálogo, el
lenguaje vive r e a l m e n t e como tal y e n él transcurre toda la
historia de s u formación. El lenguaje existe s o l a m e n t e por el
hecho de que los hombres se hablan, pero, al m i s m o tiempo, el
lenguaje no se presenta aquí como u n material dado, asible.
Cuando u n diálogo adquiere sentido o, también, cuando equivo-
ca s u sentido, no realiza, e n términos de lenguaje, m á s que
producción de sentido. Producción de sentido m e parece la
m a n e r a m á s breve de formular lo maravilloso y enigmático del
144
lenguaje, ese h u e s o del que J o h a n n Georg H a m a n n dijo que
llevaba la vida entera royendo. H a m a n n se ve a sí m i s m o como
u n perro que no suelta s u hueso, a u n cuando no queda y a ni u n
resto de carne. Si, entonces, el lenguaje e s siempre producción
de sentido, cuan distinto es, sin embargo, el lenguaje del
diálogo, cuan distinta la cristalina forma e n que se manifiesta
e n el poema. E n el poema no sólo se consuma la producción de
sentido duradero en la palabra que se exhala, sino que e n él
adquiere duración la presencia sensorial de la palabra. ¿Qué es
lo que convierte al lenguaje e n u n a presencia tal, que adquiere
para sí conexistencia y duración? D e m a n e r a u n poco desafiante
m e atrevo a decir que la fuerza de la poesía lírica reside e n s u
tono. Y digo «tono» e n el sentido de lóvoq, tensión, como la de la
cuerda tensada, de la que brota la eufonía. Que los versos
t e n g a n u n «tono», ése es el verdadero rasgo, el incomparable, el
que define al auténtico poema. Este concepto de «tono» lo
empleó principalmente Hólderlin para designar aquello que
constituye al poema e n cuanto tal. E s u n tono que se sostiene el
que opera el milagro de que el poema se «tenga e n pie», de que,
para citar a Hólderlin, algo permanezca e n el i n s t a n t e pasajero.
Puesto que el poema adquiere así consistencia, s u palabra es,
m á s que nada, u n texto. E s decir, algo e n el que n a d a puede ni
debe cambiarse, razón por la cual se niega t a n acerbamente a la
traducción a otras lenguas.
La palabra «texto» designa, e n sentido propio, u n tejido, u n
todo inseparable compuesto de meras hebras sueltas. D e la
m i s m a manera e n el poema, de m u c h a s palabras y sonidos
resulta u n a unidad que se distingue precisamente por la unidad
del tono. Todos sabemos que quien no e s poeta puede hacer
versos, y que éstos m u y bien pueden gustar, pero que carecen de
tono propio. Lo sabemos también u n poco por la expectación y
los problemas que suscita la lectura de poemas e n voz alta. Para
ello h a y que encontrar el tono del poema y transportarlo
correctamente al oído. A decir verdad, ese tono debe estar y a en
el oído de todos, para que quien lo recita pueda, e n cierto modo,
limitarse a decirlo en voz alta lo que todos oyen interiormente.
P u e s eso e s u n poema: el estribillo del alma. E n el estribillo
todos cantan en coro. Claro que el estribillo del alma no e s m e r a
coincidencia en u n tono o en s u melodía y a conocida: e s como
145
cuando se canta u n a canción y todos repiten e s p o n t á n e a m e n t e
el estribillo. A n t e s bien, desde el principio es u n acompaña-
miento de todo el canto, al que el poema invita y que sólo se
realiza p l e n a m e n t e si t o m a m o s parte e n él. E s como la canción
festiva, que todos corean y e n la que todos son «la m i s m a alma».
E n cambio, el intercambio palabra/réplica es lo que cons-
tituye precisamente u n diálogo. Propio de él es el carácter
irrepetible de la pregunta que se formula, de la r e s p u e s t a que
se da. U n diálogo m u e r e e n el i n s t a n t e e n el que el otro deja de
seguirnos y cuando, e n lugar de contestar, se ve obligado a
preguntar: ¿puedes repetir lo que h a s dicho? Con ello acaba el
particular, casi danzarín, ligero ritmo e n el que el diálogo se
m u e v e por sí mismo, cuando sopla b u e n viento. ¿Hacia dónde
sopla e s e viento? Lo sabemos: hacia el entendimiento mutuo,
hacia el que e s t a m o s predispuestos, al parecer, e n n u e s t r a
condición de seres p e n s a n t e s . E n t e n d e r s e con los d e m á s , y
entendernos a nosotros m i s m o s , de l a m a n e r a e n que los seres
vivos no p e n s a n t e s siempre h a n estado de acuerdo consigo
m i s m o s . Aquello sobre lo cual queremos entendernos, y lo
logramos, no es, sin embargo, u n texto que nos h a y a sido
previamente dado o posteriormente transmitido. El proceso de
u n diálogo e s m á s bien u n acontecer, que, por s u propia natura-
leza, no se presta a quedar registrado e n u n acta.
Lo sabemos por m á s de u n a experiencia propia, que t a m -
bién es u n a experiencia literaria. N a d a e s t a n difícil, al parecer,
como escribir diálogos o informar acerca de conversaciones e n
las que no ocurre n a d a m á s que u n intercambio de palabras y la
presentación de motivos que preparan la r e s p u e s t a correcta a
u n a pregunta determinada. Salvo Platón, casi todos los que h a n
escrito literatura filosófica h a n fracasado e n s u s intentos de
escribir t a l e s diálogos. N a t u r a l m e n t e , e s comprensible que lo
v u e l v a n a intentar u n a y otra vez. S e debe, e v i d e n t e m e n t e , a la
naturaleza del movimiento del espíritu el que p e n s e m o s e n
términos de palabra y réplica. Por ello pudo Platón designar
j u s t a m e n t e el p e n s a m i e n t o como el diálogo del a l m a consigo
m i s m a . E n u n diálogo así, con nosotros m i s m o s , nos hacemos
ofertas, las aceptamos o las rechazamos, igual que e n el diálogo
con el otro, h a s t a que obtenemos algo así como u n terreno
común, u n lenguaje común y la comprensión (aun cuando no
146
siempre signifique ponernos de acuerdo). Escribir algo así,
anotarlo, e incluso inventarlo y poetizarlo, e s difícil. E s casi
inevitable que surja u n hilo conductor de la argumentación y
que los participantes se v e a n degradados al papel de meros
interlocutores que se alternan. Aparte de eso, la narración es
seguramente capaz de todo, y especialmente el dramaturgo
puede y h a de saber construir u n diálogo. Para ello cuenta no
sólo con la magia del escenario, en el que puede confiar para que
todo se transforme e n acción y e n acontecimiento. Incluso sin
eso, u n diálogo semejante, algo que acontece entre dos actuantes,
está, como discurso y contradiscurso, implícito e n e s e acontecer.
E n cambio, ahí donde las palabras funcionan como meros
argumentos y el diálogo se dirige ú n i c a m e n t e a producir sentido
a partir de u n discurso y de s u réplica, no h a y realmente texto
alguno. Qué lejos e s t a m o s entonces del poema. Gedicht (poema)
quiere decir «dictado». Incluso etimológicamente la palabra no
significa otra cosa. El poema escribe, por así decirlo, mediante
s u capacidad de fijarse e incluso de repetirse cuando la memoria
lo recupera, el texto exacto que se quiere oír y que se debe tener
previamente e n el oído. Obviamente e s t a m o s ante la inversa de
la relación que de otra m a n e r a existe entre lenguaje y escritura.
La escritura es, por regla general, la posterior fijación de u n a
situación de habla. E n el caso del poema, por el contrario, toda
transposición oral del m i s m o es u n a tentativa m á s o m e n o s
imperfecta de llevar el texto a u n terreno, el terreno del habla,
tal como, e n cuanto lectores, lo t e n e m o s y a e n el oído. De ese
modo, poema y diálogo se sitúan, uno frente a otro, como
posiciones extremas. El poema adquiere existencia como «lite-
ratura», el diálogo vive del favor del instante. Pero e n ambos se
consuma el m i s m o fenómeno: la producción de sentido.
A n t e s de intentar u n diálogo con los p o e m a s que nos h a
dejado Ernst Meister, deberíamos contrastar algunas observa-
ciones acerca de la situación de la lírica e n el m u n d o actual. Voy
a plantearlo como u n a tesis: vivimos e n la época de la poesía
semántica. Ya no vivimos e n u n m u n d o en que u n a leyenda
común, u n mito, la historia sagrada o u n a tradición surgida de
la memoria colectiva rodee nuestro horizonte con i m á g e n e s que
podamos reconocer e n las palabras. Con el carácter común de
los contenidos, a los que sólo bastaba con aludir, también se ha
alejado del poema el lenguaje de la retórica con s u s conocidas
fórmulas y ornatos. Lo que queda son unidades semánticas,
147
que, dada s u naturaleza, no t i e n d e n a unirse, sino m á s bien a
alejarse u n a s de otras, dispersas e n u n a pluralidad de sentidos.
Derrida h a llamado a e s e fenómeno dissémination. Eso otorga
al verso u n a tensión característica. E s como si el distanciamiento
del lenguaje debiera corresponderse con la creciente alienación
del hombre de s u m u n d o natural (el rugido de los motores se
cuela ensordecedor por las v e n t a n a s : ah, ¿campanas del m u n d o
industrial?).
Ahora bien, cuando queremos comprender qué e s u n
poema lírico, entonces, e n mi opinión, debemos preguntarnos
por eso que es común y que se e s t á transformando. Se trata,
como siempre, del prejuicio rector de la filosofía, que comparte,
e n realidad con todos los hombres, de que el p e n s a m i e n t o y la
común dotación original del hombre, la razón y el lenguaje,
acaban uniéndonos a todos. N o cabe duda de que vivimos e n u n
mundo de fragmentos y e n u n a fragmentada realidad lingüística.
Por eso, al poeta se le pide que ponga e n palabras la unidad de
u n a leyenda, s u leyenda. U n poema e s y seguirá siendo u n a
recolección de sentido, incluso cuando sólo e s recolección de
fragmentos de sentido. La pregunta por la unidad del sentido
queda como u n a ú l t i m a pregunta por el sentido y encuentra s u
respuesta e n el poema.
Si partimos de e s t a primera premisa, v e m o s de pronto u n a
relación interna del poema con el diálogo. El poema u n e a todos
e n s u sentido. T a m b i é n el diálogo e s el intento de encontrar,
entre interlocutores divergentes, algo común e n el discurso y e n
s u réplica, en la pregunta y la respuesta, a pesar del estrépito
de las motocicletas. Incluso u n a conferencia como é s t a es u n
intento de dialogar con uno m i s m o y con los oyentes. Ahora bien,
aquí se podría objetar: ¿se puede seguir hablando? ¿Es sensato
esperar todavía u n sentido sobre el cual podamos comprender-
nos? Los teóricos de hoy no toleran que uno hable así. Las bellas
artes y a no son bellas y preguntar por el sentido significa
sucumbir a u n a metafísica de la presencia, por la cual y a h a n
dejado atrás el tiempo y el p e n s a m i e n t o .
Claro que si continúo hablando estoy obligado a presupo-
ner que lo que digo tiene sentido, y a exigirle lo m i s m o al otro.
Pero, n u e v a m e n t e se objetará: ¿tiene eso sentido? Bien, a n t e s
que nada, ¿qué e s el sentido? El sentido no e s e s a totalidad
disponible, sobre la que siempre h e m o s estado de acuerdo, u n
m u n d o de sentido m á s allá de la realidad, el otro m u n d o
148
platónico que, desde Nietzsche, y a no debería existir. El sentido
es, como la l e n g u a nos e n s e ñ a , dirección. S e mira e n u n a
dirección, al igual que las agujas del reloj se m u e v e n e n u n
sentido determinado. Así, todos, cuando se nos dice algo, toma-
mos la dirección del sentido. El poema que comprendemos y
cuyo testimonio nunca se agota, y el diálogo e n el que nos
encontramos y que, como diálogo infinito del a l m a consigo
m i s m a , no llega nunca a s u término, son formas de e s a concep-
ción del sentido.
He escogido algunos versos de Ernst Meister para poner a
prueba e s t a s reflexiones. Comenzaré por u n a estrofa de u n
poema que dice:
149
Ya la primera palabra de e s t e p o e m a («todavía») trae a la
conciencia la oprimida situación del hombre que vive e n u n
m u n d o e n el que la m a n e r a correcta de proceder sólo puede ser
la línea recta que lleva al objetivo fijado. E s t a idea surge hacia
nosotros, en cierta m a n e r a , de todo el flujo de información. Se
condensa, se precipita e n el uso cotidiano de nuestro lenguaje
tanto como e n el modo m a q u i n a l e n que el lenguaje hoy se
abalanza sobre nosotros. Todos e s t a m o s expuestos a la tenta-
ción de rendirnos a e s t a creencia de que existe u n a voluntad
rectilínea. E s t a tentación no e s propia solamente del poeta. El
yo que habla, por el contrario, quiere constatar, contra todas las
objeciones, que existe algo así como u n a verdad torcida del
espacio. El poema l l a m a a eso «la razón de la bóveda», y apenas
podemos evitar pensar e n las bóvedas de los témpleos, que, pese
a todo, t i e n e n s u razón de ser.
La s e g u n d a estrofa lo explica e n detalle: «Curvada por el
ojo», el ojo, que, de alguna manera, acompaña a la bóveda e n s u
recorrido y se arquea con ella, roza la infinitud del círculo, el
movimiento que no lleva de u n principio a u n final inamovible.
El círculo representa desde siempre el movimiento sin principio
ni final, como el de los astros que giran e n el cielo. D e e s t a
experiencia del infinito que se estructura como u n círculo, se
dice que doblega «el hierro», la voluntad, la voluntad rectilínea
que se apoya e n sí m i s m a , dura como el hierro, y que, sin
embargo, debe dejarse doblegar. E s el recuerdo de la pretendida
divinidad propia lo que a s a l t a i n c e s a n t e m e n t e a los mortales e n
el movimiento circular de la verdad torcida del espacio.
Así, poco a poco, comienza nuestro diálogo con el poema.
Eso exige tiempo. P u e s r e a l m e n t e es cierto que no se puede
entender u n poema si se lo lee o se lo escucha u n a sola vez. El
que piensa así no h a experimentado a ú n lo que e s u n poema. El
poema invita a u n a larga escucha y a u n intercambio de
palabras, e n los que se c o n s u m a la comprensión. E s mi compe-
tencia como lector lo que m e permite afirmarlo. El poema tiene
que m a n t e n e r u n diálogo con el lector. Pero el poema no dialoga
solamente con el lector, el p o e m a es e n sí m i s m o u n diálogo, u n
autodiálogo.
Me gustaría constatarlo n u e v a m e n t e recurriendo a u n
poema de Ernst Meister. Los poemas de los que cito son casi
todos de s u ú l t i m a década de Ernst Meister y e n ellos predomina
el motivo del espacio sin m á r g e n e s , de la infinitud del espacio
150
en el que tanto los vivos como los muertos h a n perdido s u lugar.
Se trata de u n leitmotiv de la poética de Ernst Meister. Escu-
chemos:
Este poema dice a las claras, y m e disculpo por ello, que las
clases de filosofía también dejan huellas e n u n poeta. Se siente
cómo e n estos versos se habla desde la experiencia común de la
cátedra de filosofía y de s u oyente. Allí se nos presenta al
hombre como el animal que tiene el espíritu como «cornamenta
doble» y cómo, por decirlo de alguna manera, se h a alejado del
reino animal y, a saber, «totalmente», «mit der Haut und dem
2
Haar» . ¡Qué n u e v a fuerza y qué sentido cobra aquí el giro! Ahí
e s t á él, el hombre: sus cabellos y a no le cubren y la piel le cuelga.
H a abandonado el bosque, s u seguro refugio, y el deseo, que lo
domina sin cuestionarlo, para vivir e n medio de preocupacio-
nes. ¿Qué trueque h a hecho, y para qué? E s la pregunta que
formula el poema, u n a pregunta casi desesperada. La r e s p u e s t a
no es precisamente optimista.
La segunda estrofa nos dice cuáles son e s a s preocupacio-
n e s y la angustiante situación del hombre, fuera de todos los
caminos naturales del bosque y del deseo. E s t e exponerse a lo
abierto tiene la estructura de la pregunta, que siempre lleva
implícita la duplicidad de la duda. D e ahí la «cornamenta
doble», que permitió poner las cosas ante nosotros como posibi-
lidades, en u n espacio abierto para la decisión, los pros y los
contras, la razón o el error, para uso y abuso. E s t a m o s constan-
t e m e n t e expuestos a esta situación, que se l l a m a «preocupa-
ción». Que somos así, puesto que hablamos, lo e n t e n d e m o s de
2
En alemán, expresión que significa "totalmente, por completo"; lit.: "con la piel y con
los pelos".
151
inmediato. P u e s eso es el lenguaje, e s e poner-ante-nosotros lo
posible, e s a idea de lo por-venir, hacia lo cual nos h a l l a m o s e n
camino, d e s e a n t e s y selectivos. E n ello radica n u e s t r a distin-
ción e n el ser. Pero lo extraordinario e s ese «es cierto», como u n a
concesión que h a de ser anulada. P u e s e n toda mirada al espacio
abierto de s u futuro, que como el aire soberano e s t á libremente
a s u alrededor, el hombre tropieza c o n s t a n t e m e n t e en las
esquinas con las que la muerte penetra e s e espacio, y él es s u
propio límite. N o sólo u n saliente que limita el espacio abierto;
él m i s m o es, como decía Heidegger, el anticipo de la muerte. N o
se trata de dos cosas distintas, sino de u n a sola: preocuparse por
s u camino, vislumbrar al m i s m o tiempo el espacio abierto,
planificar con antelación, ocupar el lenguaje con el habla y
tropezar siempre con la e s q u i n a final, con la muerte. Son los dos
aspectos de la finitud h u m a n a .
A n t e s de que, para terminar, les lea otro poema, quisiera
anticipar u n par de observaciones. P e s e a todo s u carácter
definitivo, u n poema no es m á s que u n a palabra p e n s a n t e e n el
horizonte de lo no dicho. Lo que lo distingue e s el hecho de estar
siempre t a m b i é n e n el horizonte de lo indecible. Siempre es la
totalidad lo que quisiéramos entender, tal como nos la dice el
tono del poema y que, como seres p e n s a n t e s , n u n c a somos
capaces de decir. Así, u n p o e m a e s siempre u n diálogo, porque
m a n t i e n e c o n s t a n t e m e n t e la conversación con uno mismo. N o s
permite tomar u n a palabra, no quiero decir «escoger», aunque
no pretendo e n absoluto apoyar la concepción romántica acerca
de cómo se hace u n poema. M á s bien opino que l a s palabras
v i e n e n hacia uno, e s t á n ahí a n t e s de que, conscientemente, las
pongamos ante nosotros con u n a intención. E s algo evidente,
a u n cuando digamos «la palabra escogida». E n el poema no
t e n e m o s n i n g u n a elección, por eso t o m a m o s la palabra que se
aproxima y que llega al poema. Por m á s que la palabra que llega
sea u n fragmento, u n trozo del poema, nos plantea la severa
exigencia de restablecer, e n la marcha, el equilibrio del todo.
Paul Valéry dijo u n a vez que el verso difícil era el primer verso
del poema, y a que e s decisivo para el resto. D e hecho, u n poema
se parece a u n diálogo. Se despliega, quiebra, por así decirlo, el
silencio en que se m a n t i e n e el oído y se expone a que otro tome
la palabra, a que caiga, como u n a respuesta, otra palabra. E s lo
que e n el p e n s a m i e n t o reconocemos como la idea sobre la que,
e n el fondo, reposa toda la t e n s i ó n de la afirmación que se
construye sobre ella.
152
N o es que el poema les caiga del cielo, ni al poeta ni al lector,
como algo redondo, servido e n bandeja. E s como u n diálogo, y
nuestra relación de lectura con el poema debe, como u n diálogo,
producir sentido participando e n él. A los poetas de hoy, que t a n
a menudo recurren a lo autobiográfico, se les podría decir que,
e n la palabra poética, la autobiografía sólo tiene sentido si todos
nosotros contamos en ella, si todos somos contados por ella. Sólo
entonces podremos acompañarlo.
E s a es la gran ventaja del diálogo, que exige expresamente
que lo acompañemos, y se asegura de ello. Por ese motivo,
Platón, a veces de u n a m a n e r a que se vuelve pesada, permite
que a Sócrates lo interrumpan con sus respuestas interlocutores
que dicen «sí», «no» o «quizá»; de lo contrario, Sócrates cuenta,
como poseído por la inspiración, mitos que e s t á n por encima de
todo lo cognoscible. Mientras Sócrates sigue el logos del pensa-
miento y se m a n t i e n e en diálogo con el otro, el solo acompaña-
miento de éste ofrece u n a ayuda incomparable para que nadie
se confunda y se pierda. El otro está e n el acompañamiento,
como el otro de nosotros mismos. Que lo acompañen, eso es lo
que el poeta busca como cualquier otro hablante. Lo busca, es
cierto, fundamentalmente como u n andar junto a sí mismo,
oyéndose a sí mismo, a la palabra que ha de venir. Al igual que
sólo se puede dialogar con alguien que no lo sabe y a todo, sino
que atiende a lo que al otro le llega y a lo que del otro le llega,
así es también con el poema y con el diálogo con el poema.
También el que interpreta debe dialogar de e s e modo. E s u n a
idea descabellada pretender que la comprensión acompañante
a la que aspira toda interpretación sea algo así como u n a
construcción del sentido que, s u p u e s t a m e n t e , reside e n el
poema. Si eso fuera posible, ya no necesitaríamos el poema. El
poema nos guía m á s bien como u n diálogo que se desarrolla e n
la dirección de u n sentido inalcanzable. N o se trata, pues, de la
reconstrucción de u n sentido existente, ni mucho m e n o s de la
reducción a aquello que el poeta h a y a pensado. Se trata de
participar en el íntimo diálogo con el lenguaje, de la m i s m a
m a n e r a que cuando conversamos. U n o busca señales que le
indiquen hacia dónde tiene que dirigir la mirada. Por eso, para
la interpretación correcta de u n poema e n s u totalidad, el único
criterio válido es el de que la interpretación desaparezca total-
m e n t e cuando se vuelve a abordar el poema. U n a interpretación
que se m a n t i e n e siempre presente como tal cada vez que leemos
153
o recitamos u n poema, es superficial y extraña. Siempre las
cosas demasiado iluminadas, demasiado p u e s t a s de relieve
impiden recoger la aportación del intérprete. Por lo tanto, el
criterio para juzgar toda interpretación de u n poema e s saber si
permite que el p o e m a m i s m o pueda volver a expresarse. El
poema e s el estribillo del alma, que, entre t ú y yo, siempre e s «la
m i s m a alma».
Para concluir quisiera leerles u n o de los p o e m a s de Ernst
Meister que m á s m e emocionan. S e trata de u n poema que,
aparentemente, no plantea problema alguno y quizá precisa-
m e n t e por eso m e pregunto por qué e s r e a l m e n t e u n poema, al
que siempre regreso y que siempre recibo como por primera vez,
como siempre ocurre con los poemas: sólo cuando los sabemos de
memoria podemos recibir de las palabras e s a s s e ñ a l e s que nos
indican la dirección del sentido.
Nosotros Wir
en la indecisa in dem
luz del cambio dammrigen Umschwung
vivimos leben
el miedo o die Furcht oder
la pesada alegría. die schwere Freude.
Amor- Liebe—
confianza y Verla/3 und
abandono, Verlassen,
de él von ihr
supimos haben wir gewu/it
en el satélite, aufdem Trabanten,
antes eh alies
de que todo acabara. vorbei.
155
Ernst Meister, In memoriam V
157
que se pudre, de la que y a no es capaz de alabar el ahí, tampoco
tiene r e s p u e s t a a l g u n a al «porqué de la vida».
¿Por qué podemos afirmar que e s t a m o s ante u n b u e n
poema? Oh, tal vez porque omite tanto y, sin embargo, es claro.
O tal vez porque lo casi terriblemente abstracto de la última
palabra, "porqué", consiga con t a n t a sencillez que e n t e n d a m o s
"por qué" y no "para qué". E n ella r e s u e n a n todos los "porqué"
de los niños. Tampoco h a y r e s p u e s t a posible a la pregunta del
porqué de la vida, la pregunta de todas l a s preguntas.
158
Títulos de los originales alemanes y
lugar de su publicación
9
Die GegenwartigkeitHólderlins. I edición: Hólderlin-Jahrbuch 23,1982/83 (1983),
págs. 178-181.
Der Dichter Stefan George: Discurso en homenaje al poeta pronunciado en 1968
9
en la Universidad de Heidelberg. I edición: Ruperto Carola, año XX, vol. 45, diciembre
de 1968, págs. 102-111.
Hólderlin und George: 1- edición de esta segunda versión del ensayo: Stefan
George Kolloquium, Kóln 1971, págs. 118-132.
Ich und du die selbe Seele: 1- edición: Poética, Insel Verlag Francfort 1977, págs.
69-76.
Rainer Maria Rilke nach fünfzig Jahren: Conferencia pronunciada con ocasión
de la celebración del centenario del nacimiento de Rilke en el auditorio del Deutsche
9
Bank, Francfort, el 6 de diciembre de 1975. I edición: Poética, Insel Verlag Francfort
1977, págs. 77-101.
8
Im Schatten des Nihilismus. I edición: Cultural Hermeneutics ofModern Art.
Essays in Honor of Jan Aler: H. Dethier et al. (comps.) (Lier en boog studies; 4.)
9
Amsterdam 1989, págs. 233-244. Desde pág. 134. I edición: Argumentum e Silentio.
Walter de Gruyter, Berlín, 1987, págs. 57-71.
Was mu/3 der Leser wissen? 1- edición: Neue Züricher Zeitung, 17 de enero de
1971: Des Dichters wahres Wort. Bemerkungen zu Paul Celan. Reimpreso en: Wer bin
Ich und wer bist Du? Bibliothek Suhrkamp vol. 352, Francfort 1973, págs. 123-131.
9 e
Verstummen die Dichter?: I edición: Zeitwende/Die neue Furche, año 41, N 5,
septiembre de 1970, págs. 344-352.
Sinn und Sinnverhüllung bei Paul Celan: 1- edición: Zeitwende/Die neue Furche,
Q
año 46, n 6, noviembre de 1975, págs. 321-329.
9 9
Hilde Domin. Dichterin der Rückkehr: l edición: Neue Zürcher Zeitung, N 364,
18 de agosto de 1971.
Hilde Domin, Lied zur Ermutigung II: 1- edición: Hilde Domin.
Doppelinterpretationen. Francfort 1966, pág. 195 y sigs.
9
Gedicht und Gesprach: l edición: Lyrik —Erlebnis und Kritik, Francfort 1988,
págs. 314-326.
9
Ernst Meister, Gedenken V: l edición: Frankfurter Anthologie, 3 vols., Francfort
1978, págs. 203-206.
159
tica literaria
e CLADEMA
ans-Georg Gada
Poema y diálogo
Hans-Georg Gadamer, uno de los representantes más destacados
de la filosofía hermenéutica del siglo X X , nos acerca en este libro a
la lírica alemana contemporánea. Sus reflexiones y comentarios
son aproximaciones eminentemente personales a la poesía y refle-
jan una posición de lector atento y sensible que no pretende cons-
truir interpretaciones eruditas de teoría literaria. Los ensayos de
Gadamer convencen y atraen por sus lúcidas conclusiones y por el
equilibrio entre consideraciones estilísticas y temáticas, aspectos
biográficos y cuestiones de ubicación sociohistórica y filosófica
de los poemas y sus autores.
Objeto de estas reflexiones son temas c o m o la actualidad de
Hólderlin, la posición de Stefan George en su tiempo, la celebra-
ción de Rilke con motivo de su centenario, la pregunta por el silen-
cio de la poesía en los casos de Paul Celan y Bobrowski, la poesía
en el exilio de Hilde D o m i n y el nihilismo de Gottfried Benn: una
aproximación a las tendencias poéticas y los poetas alemanes más
significativos del siglo XIX.
ISBN 84-7432-463-7