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La constitución del 1991: el nuevo país

El objetivo de la Asamblea Nacional Constituyente elegida en 1990 era construir un


nuevo país. Ante todo, la Constitución de 1991 expreso cierta modernidad dentro del
bipartidismo liberal- conservador. Esta afirmación tiene al menos tres
dimensiones. Primero, con respecto al papel de la izquierda legal: durante el Frente
Nacional, esta había estado sometida a restricciones institucionales; durante la década de
1980, fue asimismo objeto de una reconcentrada violencia homicida, que vio facilitada su
labor con la estrategia seguida por sectores de la izquierda de la «combinación de todas
las formas de lucha», pacíficas y armadas. La Constituyente de 1991 se concebía como un
pacto de paz y reconciliación, que permitiría que la izquierda tuviera una expresión dentro
de la competencia política y el Estado. Esto fue precisamente lo que pasó, aun que un
sector importante las FARC y sus expresiones legales, como la Unión Patriótica no
participó en ella. Segundo, proliferaron las expresiones identitarias, partidos religiosos,
étnicos, regionales, aunque en Colombia, en contravía de la experiencia de otros
países, siguieron teniendo un carácter más bien marginal en las elecciones
nacionales. Con la reforma política del 2003, algunas de ellas encontraron cobijo en
agrupaciones más grandes. Tercero, con respecto al fin del bipartidismo.
Sorprendentemente, después de las elecciones de la Constituyente en la que los
tradicionales, especialmente los conservadores, habían sufrido un duro castigo y de la
aprobación de la nueva carta, se asistió a una suerte de relegitimación.

En términos más tangibles, se podría decir que una buena parte de las fuerzas que
rodearon la Constitución de 1991 tenían la convicción de que las futuras luchas políticas se
dirimirían entre tradicionales e independientes. Es cierto que los independientes
conquistaron alcaldías clave comenzando por Bogotá, una ciudad con una larga tradición
de voto inconforme, pero su desempeño en elecciones nacionales y para cuerpos
colegiados siempre fue pobre. La campanada de alerta sobre el poder de la condición
transicional la dio Noemí Sanín, quien en las elecciones de 1998 saco un resultado
espléndido. Afines de la última década del nuevo siglo, la competencia política estaba
planteada en los siguientes términos. El Partido Liberal ya en la oposición, y desangrado
por el tránsito de sus barones electorales al campo gubernamental era el partido más
popular del país, pero esto no se reflejaba con claridad en las elecciones, puesto que
buena parte de quienes simpatizaban con él apoyaban a Uribe. Entre los dos sumaban
algo más del 20 por ciento de los votos. La izquierda obtuvo en las últimas presidenciales
un resultado notable; su piso rondaba el 10 por ciento de los sufragios.

El Estado

Entre 1958 y 1978 Colombia mantuvo un cierre político institucionalizado que


garantizaba el reparto equitativo de todos los puestos del Estado, elegidos o no, entre las
dos grandes fuerzas tradicionales; la obligación para ocupar cualquier posición de declarar
a cuál de las dos fuerzas tradicionales se pertenecía; y la alternación forzada en la
presidencia. Esta coincidencia seguramente no fue planeada, aunque hubo alguna
discusión acerca de la conveniencia de generar reglas que impidieran la eternización de un
cacique en un «feudo podrido» sobre el que pudiera establecer un dominio prolongado. Es
posible, pues, que haya habido quien pensara explícitamente en el asunto. Como fuere, la
combinación de exclusión institucional, acuerdos institucionales para compartir el poder y
reglas electorales muy representativas terminó estimulando la competencia intrapartidista
a costa de la interpartidista. Una manera simple, pero elocuente de sintetizar esta
trayectoria es la siguiente. Al comienzo del Frente Nacional, el partido más dividido era el
Conservador, con dos fracciones nacionales disputándose el dominio y una serie de
tendencias menores esperando su oportunidad. En 1986 Virgilio Barco dio fin a las
restricciones para la competencia abierta instaurando el esquema partido de gobierno-
oposición. El sistema electoral sufrió un remezón cuando, en 1988, se adoptó la elección
popular de alcaldes. En el viejo esquema clientelista, que había sobrevivido durante
décadas, el centro tenía que negociar con las fuerzas territoriales las listas de los
candidatos a cuerpos colegiados, pero mantenía un poder de nominación indiscutido: el
del Ejecutivo de partamental y municipal. La Constitución de 1991 trajo otras
innovaciones, pero no fue el comienzo ni la consolidación de la hiperfragmentación
electoral, que venía de tiempo atrás. 

Se aceptó la existencia de movimientos sociales y ciudadanos, pero esto casi no tenía


significación, pues en Colombia después del Frente Nacional nadie había pensado en dar a
los partidos el monopolio de la representación política. Es también claro que la receta en
la que todos los arquitectos de la Constitución creían a pie juntillas era abrir los espacios
de representación y acercarlos al ciudadano. Todo esto permitió que la dinámica de
enorme fragmentación de los partidos tradicionales continuara, con las con sabidas
consecuencias de desorden y opacidad. Con la llegada de Andrés Pastrana, inicia la lucha
contra la corrupción. El cual, tenía como objetivo proponer un referendo dirigido contra la
política tradicional, que incluiría preguntas como la introducción del voto obligatorio, el
umbral y el cambio del sistema de cuota o cociente electoral, para evitar que se
obtuvieran curules con residuos muy bajos. Un sistema más exigente de asignación de
curules por cuota electoral permitiría la cohesión de los partidos. Cualquier persona
experimentada sabe que la solución de hoy es el problema de mañana, y que los
argumentos puramente de ductivos son insuficientes y tienden a convertirse en cuentas
alegres. 

Lo que importa saber es que, por múltiples vasos comunicantes, la «reforma política»


se convirtió en un tema atractivo para amplios sectores de la población. Sin embargo,
como el referendo fracasó, por no alcanzar el umbral requerido, el bloque ganador produjo lo que
conocemos como Acto Legislativo 1 de 2003, una pieza de diseño institucional cuyos efectos
todavía están por entenderse. Al establecer la lista única por partido en cada
circunscripción, impidió que los partidos más grandes usaran el sistema electoral proporcional para
mejorar su representación, presentado varias listas que trataban de ganar curules con residuos
bajos. Al cerrar esta puerta, se dio nuevo poder a los centros partidistas, contrarrestando las
tendencias centrífugas que tanto habían minado el sistema político. También se cambió el sistema
de cociente electoral por residuo cuota electoral. Por último, el Acto Legislativo 1 de 2003
estableció también el voto preferente. Esto, que en principio iba en contra de la lógica de fortalecer
a los partidos, les permitió solucionar sus problemas de acción colectiva. Pocos partidos
colombianos podrían hoy aceptar listas cerradas y bloqueadas con lista única.

moderniza el marco político omitiendo el bipartidismo liberal-conservador, dando inicio a


multipartidismo. Además, la constitución podría ser concebida como un pacto de paz y
reconciliación, que permitiría que la izquierda tuviera una expresión dentro de la
competencia política y el Estado. Asimismo, de aumentar las expresiones identitarias,
partidos religiosos, étnicos, regionales, aunque en Colombia, en contravía de la
experiencia de otros países, siguieron teniendo un carácter más bien marginal en las
elecciones nacionales. Por otro lado, todo esto permitió que la dinámica de enorme
fragmentación de los partidos tradicionales continuara, con las con sabidas consecuencias de
desorden y opacidad. 

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