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En El Jardín de Las Delicias
En El Jardín de Las Delicias
delicias
1
El autor de este poemario es Jaime Ignacio Sanz de Acedo nacido en Zamora el 28 de
Diciembre de 1974. Cursó estudios de Filosofía y de Teología en Salamanca, Sevilla y
Compostela. Autor de diversos poemarios inéditos ha visto publicada parte de su obra
en la Revista Voces y Amalgama. Actualmente reside en Compostela tras haber pasado
algunos años en el Monasterio de Santa María de Sobrado. Allí completa sus estudios
filosóficos y colabora semanalmente en el programa de Radio Obradoiro “O Sombreiro
de Merlín”
Móvil: 699 60 45 24
mail: sanzdeacedo@gmail.com
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En el jardín de las delicias,
allí donde habita lo prohibido,
un mar de arenas movedizas
oculta secretos sin nombre,
vientres sin ansias.
La desidia pasa factura,
dicta su ley,
y si dejas de soñar
date por muerto.
Serán inquietantes.
secretas,
inconfesables,
oscuras.
Hija de la necesidad
y el desconcierto,
la poesía.
Febril y sombría,
a veces sobria.
De la palabra a la boca,
de la boca a sus venenos.
De la palabra al corazón,
y del corazón al suelo.
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sí quién morirá después.
¿Quién vive a quién?
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Aquellos que formaban parte de mi carne
se esconden hoy,
no sabría decir dónde.
A propósito de ausencias,
llegó el deshielo.
Él se llevará
la sólida y fría seguridad.
La estática presunción
de poseer el instante,
de capturar el tiempo.
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Prometo no pensar,
dejar al tiempo fermentar sus horas
y extraer el licor bendito
cuyo nombre,
quizás,
sea sosiego.
¿Y ahora qué?
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Marcaban las seis en el reloj de sus fracasos.
Los dos eran ahora lugares vacíos.
Una blasfemia.
Un adiós sereno y doloroso.
Mantuvo la compostura, la cabeza erguida y la frente bien alta.
Mientras el tiempo pase, pasarán de largo las distancias.
El buscará un mismo amor en otros cuerpos.
Ella buscará otros cuerpos sin amor.
Ella llorará, como se llora el amor, en una profunda silenciosa soledad.
El se resentirá, pues cuando acaba el amor quedan las culpas.
No son ciudades, son islas.
Islas que se saben ocultas
a los ojos que todo lo revuelven,
poseídos de una febril curiosidad.
Esa que siempre acaba matando.
Nunca es ahora.
Nunca es ahora.
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El piano rasga el silencio
y mis pocas luces
se apagan.
Aceptación incondicional
por parte de ese otro que no es mentira.
Hay soledades
en las que se refleja la vida
como en una charca infecta.
Mentiras previsibles
y barcos que perdemos de vista.
Hay esperanza
y amor
y mucho fuego.
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febril y certero. Agudo y afilado.
Se me olvidó olvidarte.
Pagaré el precio.
Sabor a nostalgia,
y ríos de tinta.
Noches de insomnio
y de ronda.
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Lo que no se sueña es mentira.
Lo que no asombra te acaba matando,
ábrete de mente y extráñate.
Empápate de desconcierto,
lo que no es común
no tiene por qué ser heroico,
tampoco extraño.
Lo último, lo no escrito.
Lo que en lo profundo aguarda sin ser visto.
Lo que las bocas nunca dicen.
Lo que me mueve y conmueve. Lo que aun no me ha pasado
mientras es el tiempo quién pasa.
Ahí se fija hoy la mirada y se nos pierde.
Lo que sin ocurrir ocurre y es,
ya ahora,
tan real.
Llego a un espacio
de asombrosos claroscuros y de medias voces,
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Nada puede arrebatarme
este placer de narcótico sabor
y tacto suave.
La búsqueda de sentido
es el sentido último
de nuestra búsqueda.
Y nuestro encuentro
lo único realmente cierto.
Mariposas en la boca.
Silenciosas, silenciadas.
Mariposas incendiarias,
en la boca del abismo.
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Amor, dolor, terror.
Una última forma de muerte,
la nostalgia.
Aunque tú no lo sepas,
en mis ojos sobrevive el cadáver profanado
de una suerte que nos dio la espalda.
He blindado la puerta de los sueños compartidos
y ahora es cuando busco en la lluvia
una nueva forma de decir las cosas.
Lo que callamos es lo que mejor nos define.
En el espacio secreto entre las frases,
es donde podremos, siempre, encontrarnos.
Marginales y periféricos.
Así son los espacios alternativos
donde la lucha se recrudece.
Espacios que se erigen en el único lugar
donde la historia se escribe a fuego y sangre.
Tinta imborrable que grita y nos acusa.
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Cómplices del holocausto
son las vidas que callan
y otorgan a la mentira
visos de autenticidad,
verdad suprema.
Atrévete a saltar,
por quienes han querido saltar
y les pudo el miedo.
Yo buscaré despierto,
en las simas dormidas del océano,
aquel rayo de sol que vimos juntos.
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Hay todo un mundo que,
hecho pedazos,
nació de nuevo.
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de seguir buscando algún por qué,
alguna sensación más allá de la melancolía,
algún renuevo, algún pequeño fruto
prohibido o privado,
alimento de los despiertos.
En la boca,
preciso lugar en donde enjambran las palabras,
me queda siempre un regusto extraño.
Pasa el tiempo
y los planes no dejan de ser,
posibles envueltos en niebla.
Nace la lucha,
el límite exacto,
los miedos exactos
y la exacta ambigüedad.
No tengo prisa.
Nada de lo que parece ser cierto es firme.
Sólo la cruz y en ella
se oxidan los clavos.
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y tú tan lejos.
La mirada descarrilada
en una vía muerta.
Mirada que,
empapada de imposibles,
no alcanza a mirar otra cosa
que no sea distancia.
Tu voz encerrada
en una carta
que no me atrevo a quemar
por no perderte del todo.
Este amor pide viento,
y tú sólo le das un trozo de ti
clavado en mi memoria.
Prometo solemnemente
no seguir mendigando pan
a las puertas de este infierno.
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No me quedan lágrimas
acaso espuma de mar y mucho viento.
Tú ya no me busques no.
Aún no es siempre todavía.
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en esa celda tuya llamada deseo.
Mientras tanto yo prefiero
recordarte siempre deshabitada.
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Poética es vida.
Un respirar entrecortado y un paisaje brumoso.
Me siento prosaico,
y son sólo sombras las que me alumbran.
Poética es vida,
deseo
y una brizna de muerte
en cada verso.
He sido,
siempre en pasado,
algún día quizás,
sea en presente.
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Viviendo noches de insomnio
velando ausencias,
y desvelando el lenguaje arcano
de lo imposible…
Mis sueños,
tan desmedidos…
se escriben con tinta de plata
en jirones de piel desconocidos.
Me he quedado sólo,
porque así lo habrán querido.
¿ O lo he querido yo?
No lo recuerdo.
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Y crecerá el amor,
así lo espero,
en este huerto agostado,
en esta tierra baldía,
en este campo minado de sueños.
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empapa de objetiva oscuridad
lo que no puede tocar
por ser sombra.
La muerte de un poeta
Abrazado a su pluma,
besando el folio.
La muerte le resultó
mucho más dulce,
de lo que pudo soñar
cuando aún vivía.
El azar le compensó,
todas sus bromas.
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