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Una vida entre flores, plantas y tierra: una entrevista con Rafaela Orea

Reyes

Karla Moreno Zamorano

Rafaela Orea Reyes de 67 años es una mujer Oaxaqueña que toda su vida se dedicó a

la venta de flores y a la crianza como madre soltera de sus 4 hijos.

1.-“Mi papá sembraba, mi mamá vendía macetas y plantitas y yo y mis hijos siempre nos

dedicamos a vender flores, ahora sí que todo se lo debemos a la tierra”. Dice Doña Luci

mientras me muestra su planta de la que está más orgullosa, un frondoso Floripondio del que

cuelgan decenas de flores acampanadas de un color salmón. “Dice mi hija que le contaron

que estas florecitas se utilizan como droga, ya van varias veces que me dice que la corte, pero

mire nomás, está bien tupido, ahora que a últimas, si dicen que es droga, pues la vendemos

¿qué no? Mire que dinero siempre hace falta”.

2.- Rafaela o como la conocen todos, Doña Luci, es risueña y cada que puede bromea,

aunque, cuando le pregunto sobre su infancia, de inmediato se le comienzan a humedecer los

ojos. “Mi casa era bien linda, vivíamos con mi papá en una pequeña hacienda allá en

Oaxaca, teníamos muchos animales: vacas, chivos, marranitos y sembramos maíz, calabaza,

de todo, pero que le digo, fue una infancia muy feliz. Lo poco que recuerdo, lo recuerdo con

mucho cariño. Doña Luci nació en Huajuapan de León, Oaxaca en 1954 y aunque dice que

ya no recuerda mucho, sí tiene vagos y significativos recuerdos de su padre en el campo

jugando con ella y sus hermanas. De su madre ha olvidado casi todo porque, cuando ella tenía

cuatro años, se fue de la casa dejándola al cuidado de su papá y su abuelita Meche.

3.- Como cientos de personas, casi 115. 7 millones entre los 50 y los 60 para ser exactos, el

papá de Doña Luci migró a la Ciudad de México trayendo consigo a ella y a sus hermanas.

“Mi papá se vino para acá porque le ofrecieron un trabajo en un establo grande, le
prometieron un buen sueldo y hasta prestaciones, pero la verdad es que en cuanto llegamos

para México todo se puso feo”. La situación económica de su familia dio un cambio radical

cuando llegaron a la ciudad, haciendo que tanto ella como sus hermanas tuvieran que

comenzar a hacer labores domésticas en casas de vecinos, ya que el sueldo de su padre era

muy bajo y apenas les alcanzaba para lo indispensable. “Mi papá nos trajo de casa en casa

porque nos corrían de todas por no pagar la renta, le puedo decir que gracias a éso conozco

casi toda la ciudad, éso sí, no me sé bien los nombres, pero de que llego a cualquier lugar,

llego”, asegura orgullosa Doña Luci.

4.- A los 16 años Doña Luci se casó con el ahora padre de sus hijos. “Me fui de mi casa

cuando conocí a mi esposo porque mi papá comenzó a tomar mucho y me maltrataba, la

verdad me junté, no tanto por amor, sino porque ya no aguantaba vivir con mi papá”. En

cuanto tocamos el tema de su exesposo se pone seria y le cambia el semblante a uno más

serio.“No le niego que fui feliz, pero también sufrí mucho. Él me pegaba, andaba con muchas

mujeres y la verdad, ni para trabajar era bueno. Un día me levanté y ya no lo encontré, no se

despidió de sus hijas, ni se llevó sus cosas, simplemente un día ya no estaba” Hace más de 30

años que Doña Luci no ve a su exesposo y no tiene ningún tipo de contacto con él. “Mi hija

dice que le ha mandado mensajes y hasta que ya son amigos de Facebook” Su hija, quien nos

escucha a lo lejos, baja la mirada y sonríe nerviosa. “Yo no les puedo prohibir que quieran a

su papá, es su papá y nunca va a dejar de serlo, además ellas ya están grandes y yo no les

puedo prohibir nada”.

5.- Prácticamente durante toda su vida Doña Luci se dedicó a la venta de flores y así fue

como pudo criar a sus cuatro hijos. “Me llevaba a mis cuatro chamaquitos, dos de la mano,

los otros dos en brazos y todas las mañanas me iba al mercado de Jamaica solita. Así como

podía me traía mis rosas de todos los colores, mis gerberas, mis astromelias, mis lirios y a

veces hasta girasoles. Éso sí, hay que llegar temprano, como a eso de las 5 de la mañana para
conseguir la mejor flor, porque si llegas tarde, te dejan la más maltratadita. Le digo que todo

tiene su maña”.

6.- Doña Luci vive en las faldas del cerro de la estrella, a un lado del panteón de San Lorenzo

Tezonco y desde siempre ha vendido sus flores en esa zona. “De lunes a sábado me ponía en

una de las entradas del panteón y me iba bien, pero los días de mejor venta eran los

domingos, me ponía en la iglesia y ahí se me acababan todas mis flores. Fíjese que enfrente

de mí había una florería grande, pero toda la gente me compraba a mí. Yo creo que les caía

bien, siempre he tenido buena mano para vender” Me cuenta emocionada.

7.- Para Doña Luci las mejores épocas de venta eran el 14 de febrero, el 10 de mayo, el 1 y 2

de noviembre, aunque también en diciembre le iba muy bien porque vendía nochebuenas.“

En día de muertos me metía al panteón a escondidas y ahí me ponía a vender mis flores.

Traía ahí a mis cuatro chamacos ofreciendo ramitos, aguas, tortas y mi hijo Julio hasta

cobraba treinta pesos por pintar las tumbas” Doña Luci me cuenta que antes la flor se vendía

mucho, pero que ahora ya no es lo mismo: “la flor ya no se vende como igual, yo creo que a

muchos hombres ya no se les da eso de regalar rosas o detallitos, ya ve que a muchas ya

mujeres tampoco les gusta. Ya se me quedaba mucha flor y ve que por más que uno las

cuide, las flores siempre se marchitan, ni modos, así es su naturaleza y su belleza”

8.- Desde que Doña Luci empezó a tener problemas severos con sus rodillas, poco a poco

empezó a dejar de vender. “Ya no aguanto, aunque mi hija me ayuda, ya me cansó mucho,

además con esto de la pandemia, la verdad ya no me quise exponer a enfermarme”. Doña

Luci me cuenta que desde que comenzó la pandemia el precio de las flores, al igual que

muchos otros productos, se elevó, además de que mucha gente dejó de salir a comprar. y éso

le afectó demasiado a su negocio. Aunque afortunadamente, ella ni sus familiares cercanos se

han contagiado de Covid-19, muchas de las señoras que eran sus clientas sí enfermaron

gravemente y algunas murieron. “Mis amiguitas, Doña Cata y Doña Esme, ya dos señoras
muy viejitas se murieron el año pasado. Yo por éso ya no vendo, porque prefiero que me falte

el dinero, pero nunca salud”, dice con una profunda tristeza.

9.- Cuando le pregunto si recuerda otra situación de crisis parecida a la que estamos viviendo,

de inmediato se le aviva el semblante y me contesta que la del terremoto del 1985: “yo

estaba vendiendo en mi puesto cuando empezó a temblar, todo se movió horrible, yo dejé mi

puesto sin importarme nada y corrí a buscar a mis hijos, cuando llegué, ya los cuatro estaban

en el patio abrazados, llore y llore” Doña Luci también dejó de vender cuando ocurrió la

tragedia del terremoto de 1985, pues le daba mucho miedo dejar a sus hijos solas pensando

que otro desastre pudiera ocurrir. “Se paralizó el país, hasta el mercado de Jamaica lo

cerraron por unos días porque se cuarteó de algunos lados, fueron tiempos difíciles”.

10.- Doña Luci vive con su hija Yezzeneia, su yerno y sus tres nietos. Me comenta que desde

hace mucho no ve a sus otros tres hijos ya que actualmente radican en Estados Unidos. “Mi

hija Nancy viene en Los Ángeles, Lupita en Texas y mi hijo Cesar en Nevada”, orgullosa

también agrega que tiene una sobrina que vive en Canadá. “Ya tiene más de 17 años que no

los veo, como se fueron de mojados, pues no tienen papeles y les da miedo no poder volver a

cruzar. Cuando le pregunto si le gustaría irse para Estados Unidos, sacude su cabeza con un

rotundo no, casi ofendida. “Sí, mi hija Nancy siempre ha querido que me vaya para allá, pero

a mi me gusta vivir aquí, allá me sentiría extraña, además aquí tengo a mis nietos y los tengo

que cuidar”.

11.- Aunque desde hace algunos años tiene muy poco contacto con sus hijos, Doña Luci aún

tiene la esperanza de reencontrarse con ellos. “Me marcan de vez en cuando porque siempre

andan ocupados porque los tres trabajan en el campo, pero me da gusto que allá les esté

yendo bien. Espero poder volverlos a ver antes de que me muera o de que se me olviden”, me

cuenta mientras que de sus ojos comienzan a brotar las lágrimas. “Mire, este arbolito me lo

trajo mi nieto, uno de los hijos de Nancy”, cambia un poco el tema. y sus ojos se vuelven a
iluminar mientras le quita unas hojas secas a un bonsái, que para el tiempo que llevamos

conversando, ya ha regado más de tres veces.

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