Discurso pronunciado ante los Educadores

Una tardeReligiosos del SEI

con el élder • 27 de L.
Quentin febrero
Cookde 2009 • Tabernáculo de Salt Lake

Decisiones y desafíos
Élder Quentin L. Cook
Del Quórum de los Doce Apóstoles

Discurso pronunciado ante los Educadores Religiosos del SEI • 27 de febrero de 2009 • Tabernáculo de Salt Lake

Es un placer reunirme con
ustedes. A ustedes se les han
confiado algunos de los deberes
más grandes que una persona
pueda tener en esta tierra. Ser
maestro y ser responsable de la
nueva generación es un
llamamiento elevado y santo.
Una de sus responsabilidades
más importantes es ayudar a los jóvenes a prepararse
para las decisiones que deben tomar.
Disertaciones dadas a maestros de Seminario e
Instituto, 1954 y 1958
En 1954, los líderes de la Iglesia tomaron la decisión
de infundir nuevo vigor en los maestros de la Iglesia
y de restablecer la primacía de enseñar doctrina, en
vez de basarse en conceptos seculares. El élder
Harold B. Lee, que en aquella época pertenecía al
Quórum de los Doce Apóstoles, dio una introducción
a esta serie de disertaciones dadas a maestros de
seminario e instituto. En 1954 el presidente Boyd K.
Packer tenía veintinueve años; daba clases de
seminario en Brigham City y se le dieron ciertas
responsabilidades que tenían que ver con estas
reuniones. En 1958, se reanudaron las reuniones y se
le pidió al presidente Packer que diera uno de los
discursos. Era Administrador Asistente de seminarios
e institutos. Aquellos discursos significaron mucho
para él; llevó un registro de ellos y la primavera
pasada los compartió con los miembros actuales de
los Doce. Esas disertaciones de los años 1954 y 1958
fueron dadas por el élder Lee, el presidente Joseph
Fielding Smith, el élder Henry D. Moyle, el élder
Marion G. Romney, el presidente J. Reuben Clark Jr.
y otros. Eran mensajes de doctrina muy básica; al
mismo tiempo, eran profundos, se relacionaban con
las cuestiones de aquella época y dieron un nuevo
giro a la educación en la Iglesia.
1
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Dado que durante los años 1954 y 1958 fui alumno
de seminario, me resultaron muy interesantes. Los
temas doctrinales no han cambiado en lo más
mínimo. Tenían títulos como “La Trinidad”, “La
relación de Dios con el hombre”, “La caída del
hombre”, “El Plan de Salvación” y otros temas
similares sobre doctrina. El presidente Packer habló
en cuanto a los problemas que se presentan al
enseñar las normas morales y sus palabras se aplican
tanto a la actualidad como a cincuenta años atrás. De
todos modos, los discursos contenían desafíos y
decisiones que se relacionaban con aquella época en
particular.
En su introducción a las presentaciones, el élder
Harold B. Lee dijo que, al estudiar los escritos de las
Autoridades Generales, había encontrado cinco
objetivos, los cuales sentía que los maestros y
administradores debían enfatizar en aquella época.
Presten atención a lo que sigue y piensen en nuestra
época.
El primer objetivo era enseñar la verdad… de
manera tan eficaz que los alumnos estuvieran libres
del error, libres de la oscuridad, libres de las
tradiciones, las filosofías vanas y las teorías no
demostradas ni probadas de la ciencia.
El segundo objetivo era educar a la juventud no sólo
para esta vida, sino para toda la eternidad.
El tercer objetivo era enseñar de tal modo el
Evangelio que los alumnos no fuesen confundidos
por los portadores de doctrina falsa, especulaciones
vanas e interpretaciones equivocadas.
Para el cuarto objetivo, citó al presidente David O.
McKay, quien en aquella época era el presidente de
la Iglesia: “El objetivo de la educación es desarrollar
en la juventud recursos que contribuyan a su
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bienestar por la duración de su vida; desarrollarles la
fuerza del autodominio, a fin de que nunca sean
esclavos de sus propios deseos y otras debilidades;
cultivar en ellos una fuerte hombría de bien, una
hermosa femineidad, a fin de que en todo niño y
joven se pueda encontrar por lo menos la promesa de
un amigo, un compañero, uno que más adelante esté
preparado para ser esposo o esposa, un padre
ejemplar o una madre amorosa e inteligente, una
persona que enfrente la vida con valor, encare el
desastre con entereza y enfrente la muerte sin
temor”. [Gospel Ideals, 1953, pág. 436.]
El quinto y último objetivo que mencionó fue el crear
un entorno en el cual los alumnos pudieran obtener
un testimonio de la realidad de Dios y de la
divinidad de Su obra.1
He decidido que esta noche tomaré dos de los temas
u objetivos que mencionó el élder Harold B. Lee y
los reconsideraré desde la perspectiva de los
cincuenta años que han pasado. También analizaré
otros dos temas, los cuales siento que son de especial
importancia hoy en día de acuerdo con los cambios
que han tenido lugar durante los últimos cincuenta
años.
Ayuden a los jóvenes a tomar buenas decisiones
El primer tema es ayudar a los alumnos a ver la
doctrina a la luz de las decisiones que enfrentan en la
actualidad.
Como maestros del Evangelio, a través de la historia
hemos sido eficientes al momento de contrastar el
bien y el mal, lo cual, por supuesto, es importante y
nunca debemos dejar de hacerlo. Sin embargo, uno
de los desafíos de la actualidad es ayudar a los
alumnos a comprender las decisiones que, aunque no
son malas en sí, no son las mejores que pueden
tomar. A través de los años, escritores y filósofos han
proporcionado maravillosas reflexiones en cuanto a
las decisiones y el albedrío. Cuando yo era un joven
misionero, el élder Marion D. Hank era mi
presidente de misión y un gran maestro del Sistema
Educativo de la Iglesia. Él sentía que éste era un
gran desafío para su generación e intentó explicarnos
este concepto de la siguiente manera: “Dediquen lo
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mejor de ustedes mismos a los asuntos primordiales,
de los cuales el que está en primer lugar es el
evangelio de Jesucristo”. Señaló que es fácil llegar a
un punto en que dedicamos nuestra atención a los
asuntos que deberían estar en segundo o tercer lugar;
y éstos, aunque no sean malos, a la larga pueden
desviarlos del objetivo principal de la vida.
Con el correr de los años, me fui dando cuenta de
que este concepto es muy útil, pero no siempre era
fácil enseñarlo y, en ocasiones, a los jóvenes les
resultaba difícil entenderlo y ponerlo en práctica en
su vida.
El discurso que el élder Oaks dio en la Conferencia
General de octubre de 2007, “Bueno, mejor,
excelente”, me pareció un regalo inspirado del cielo
para facilitar la enseñanza y la comprensión de este
punto.2 Considero que el enseñar a nuestra juventud
el concepto de ese discurso bendecirá la vida de
ellos.
A fin de dejar claro lo que intento comunicarles,
permítanme compartir con ustedes una experiencia
que tuve cuando era joven y que tuvo una gran
influencia en mí. Tuvo que ver con dos funerales de
dos hombres buenos, los cuales ocurrieron con unos
días de diferencia. El relato es verídico, pero he
cambiado los nombres e, intencionalmente, no seré
muy específico en cuanto a algunos de los hechos.
En 1966, yo tenía 25 años. Acababa de graduarme de
la Facultad de Derecho de Stanford, había aprobado
el examen de abogacía para ejercer en California y
había comenzado a trabajar como abogado en un
despacho en el cual no había miembros de la Iglesia.
Los clientes del bufete eran adinerados. El mundo de
mi jornada laboral estaba compuesto por personas
con muchos estudios que habían acumulado grandes
posesiones materiales. Eran personas amables y, por
lo general, eran corteses y atractivas.
Mis conocidos de la Iglesia eran mucho más
variados. Entre los miembros, había una amplia
gama de logros laborales y académicos. La mayoría
de ellos tenía muy pocas riquezas materiales. Eran
personas maravillosas. Fue en aquel momento en que
fallecieron dos hombres mayores y jubilados, a los
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cuales había conocido durante bastante tiempo. Entre
funeral y funeral sólo hubo unas pocas semanas y
viajé para asistir a ambos. Decidí que a uno de ellos
lo llamaré Steven y al otro Benjamin. Nunca
olvidaré esos dos funerales, porque me aclararon la
importancia de las decisiones que los jóvenes tienen
ante ellos, decisiones con las cuales me enfrentaba a
los veinticinco años. Además, son un ejemplo de la
complejidad de lo bueno, lo mejor y lo excelente.
Tanto Steven como Benjamin sirvieron en misiones
cuando eran jóvenes. Por lo que se sabe, ambos
fueron misioneros fieles. Los dos fueron a la
universidad, pero ninguno contaba con los recursos
económicos para terminar sus estudios.
A partir de aquel momento, sus vidas comenzaron a
ir en diferentes direcciones. Steven se casó con una
joven hermosa que, con el tiempo, llegó a ser menos
activa en la Iglesia. Benjamin se casó con una chica
igual de hermosa que fue completamente activa en la
Iglesia. Esto, más que cualquier otro factor,
determinó las decisiones que les quedaban en su
vida.
Permítanme contarles más acerca de Steven. Él tenía
el don de gentes y se preocupaba mucho por las
personas. Comenzó a trabajar con una compañía
muy grande de los Estados Unidos y, con el tiempo,
llegó a ser el director de ella. Desarrolló aptitudes
sólidas y poco usuales relacionadas con la
administración y llegó a ser una persona respetada y
renombrada en todo el país. También sirvió como
presidente de la mesa de una de nuestras grandes
instituciones educativas. Sus ingresos eran muy altos
y vivía en una casa grande y hermosa situada en un
terreno muy amplio. Lo justo sería decir que sus
decisiones profesionales no fueron sólo buenas o
mejores, sino que fueron excelentes.
Sus decisiones en cuanto a la familia y la Iglesia no
fueron tan buenas. Era un hombre muy bueno y las
opciones que eligió no eran malas en sí. Sin
embargo, sus decisiones familiares y la influencia
sobre sus hijos se centraron casi exclusivamente en
la educación y el trabajo. Sus hijos fueron a las
mejores escuelas y obtuvieron títulos de posgrado de
universidades de prestigio. Además, emprendieron
3
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excelentes carreras profesionales. En cambio, no
permanecieron activos en la Iglesia y se casaron con
señoritas que no eran miembros. No estoy al tanto de
todos los detalles de sus vidas, pero, en cada uno de
los casos, esos matrimonios terminaron en divorcio.
Steven y su esposa también se inactivaron. Él
siempre se consideró Santo de los Últimos Días y se
sintió orgulloso de su misión, pero no asistía a la
Iglesia. De vez en cuando, hacía contribuciones para
proyectos de construcción de la Iglesia y ayudaba a
miembros fieles de la Iglesia en sus carreras
profesionales. Además, fue un ejemplo de honradez,
integridad y benevolencia en todos los puestos que
tuvo.
Un tiempo antes de morir, los hijos no le permitían
ver a sus nietos con regularidad.
Su funeral se llevó a cabo en una capilla no
confesional del cementerio. Allí había muchos
grandes ejecutivos y dignatarios, incluso el
gobernador del estado donde había vivido. A no ser
por sus hijos, nietos y yo, todos eran mayores de
cincuenta. Tal como lo había especificado en el
testamento, se cantó “Oh, mi Padre” y “¡Oh, está
todo bien!”; aparte de eso, fue un funeral bastante
sombrío en el que no se enseñaron los principios
básicos del plan de felicidad.
Unos meses antes de morir, cambió su testamento
para dejar gran parte de sus bienes a la Iglesia Santo
de los Últimos Días. En el testamento, también había
estipulaciones que instaban a sus nietos a que
sirvieran en misiones.
En cuanto a Benjamin, sus decisiones laborales
fueron mucho menos exitosas. Sus primeros intentos
por tener un negocio independiente se vieron
frustrados cuando el negocio se quemó y el seguro
no cubría todos los daños. Más tarde, puso otro
negocio, pero apenas podía pagar las obligaciones
que surgían de él. Tenía una casa pequeña, pero
adecuada. Disfrutaba de su trabajo y de relacionarse
con otras personas. Su carrera profesional fue
“buena” y definitivamente satisfactoria, pero no fue
ni distinguida ni lo que uno llamaría excelente.
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Por otro lado, sus decisiones familiares y
eclesiásticas fueron definitivamente excelentes. Él y
su esposa eran completamente activos en la Iglesia.
Sirvió en cada llamamiento que se le extendió y
asistía al templo con frecuencia. Su relación con sus
hijos y nietos era maravillosa. Todos recibieron una
buena preparación académica, pero él había puesto el
mayor énfasis en la familia y la Iglesia. Era un fiel
pagador de diezmos. Cuando se jubiló, él y su esposa
sirvieron en una misión juntos. Tuvo muchísimos
llamamientos en el barrio, sirvió en el sumo consejo
y fue patriarca durante los últimos años de su vida.
Su funeral fue muy concurrido y yo diría que lleno
de gozo. Se enseñó el plan de felicidad. La inmensa
mayoría de los presentes eran personas jóvenes,
entre los cuales se encontraban muchísimos nietos y
jóvenes a quienes él había servido o les había dado
su bendición patriarcal. El funeral fue en su barrio y
fue un típico funeral mormón.
Como indiqué antes, estos dos funerales tuvieron
lugar durante una época decisiva para mí. Había
servido en una misión y amaba la Iglesia. Recién
estaba comenzando mi vida profesional y las
personas que tenían éxito material y profesional
comenzaban a llamarme muchísimo la atención. Me
di cuenta de que las decisiones que estaba tomando
determinarían mi felicidad en esta vida y el legado
que dejaría. También me di cuenta de la importancia
eterna de las decisiones con las que me enfrentaba.
Me quedó claro que las decisiones tienen una
importancia eterna. Lo que fue más importante para
mí con respecto a las vidas que acabo de describir
fue que me di cuenta de que las decisiones más
importantes las puede tomar cualquier persona, sin
importar cuáles sean sus talentos, habilidades,
oportunidades o circunstancias económicas. Me di
cuenta de que para mí, para mis futuros hijos y todos
aquellos sobre quienes tuviera influencia, era
imprescindible poner las decisiones familiares en
primer lugar.
Esto se ve claramente en las Escrituras; piensen en
1 Nefi 2:4; Lehi, “…salió para el desierto; y
abandonó su casa, y la tierra de su herencia, y su oro,
su plata y sus objetos preciosos, y no llevó nada
consigo, salvo a su familia…”.
4
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Al enfrentarnos con las vicisitudes de la vida, tienen
lugar muchos acontecimientos sobre los cuales
tenemos muy poco o ningún control. Obviamente, la
salud y los accidentes entran en esa categoría. La
reciente crisis financiera ha afectado seriamente a
personas que hacían todas las cosas bien. Sin
embargo, en lo que respecta a las decisiones más
importantes, sí tenemos control. Volviendo a mis
días como misionero, el élder Hanks nos hizo
memorizar a todos una parte de un poema de Ella
Wheeler Wilcox:
No existe posibilidad de que el destino ni la suerte
dificulten, entorpezcan ni controlen de por vida
la firme convicción del alma decidida.3
En lo que respecta a los principios, el
comportamiento, la observancia religiosa y la vida
recta, nosotros tenemos el control. Nuestra fe en
Dios el Padre y en Su Hijo Jesucristo y la forma en
que los adoramos son decisiones que tomamos
nosotros.
El élder Neal A. Maxwell, citando a William Law,
clérigo inglés del siglo XVIII, expresó esto de
manera sumamente breve:
“Si no han escogido el reino de Dios, al final no
importará lo que hayan escogido en su lugar”.4
Por favor entiendan que, al citar las historias
verdaderas de Steven y Benjamin, no estoy
abogando en favor de interesarnos menos en las
metas relacionadas con la educación y el trabajo. Por
el contrario, considero que nuestros jóvenes deben
hacer todo lo que puedan por potenciar sus logros en
esos dos aspectos. Lo que estoy diciendo es que,
cuando a las metas relacionadas con la educación y
el trabajo se les da mayor prioridad que a la familia y
la Iglesia, las consecuencias imprevistas pueden
resultar sumamente desfavorables.
Fortalezcan sus testimonios
En cuanto al segundo tema de los discursos de la
década de 1950 que quiero tratar ,
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el élder Harold B. Lee mencionó que uno de los
objetivos era “crear un entorno en el cual los
alumnos puedan obtener un testimonio de la realidad
de Dios y de la divinidad de Su obra”.5
En este Tabernáculo, en 1867, poco antes de que
fuera dedicado, el presidente Heber C. Kimball dio
un discurso. Habían pasado veintitrés años desde el
martirio del profeta José. Ya había crecido toda una
generación que no había conocido a José. En las
reuniones de testimonios, habrían escuchado a
padres y otros adultos hablar de haber escuchado a
José testificar del Salvador en Kirtland o Misuri o
Nauvoo y de cómo los adultos habían defendido al
profeta José y no lo habían abandonado. El
presidente Kimball dijo: “Ustedes se imaginan que
habrían permanecido junto a él [el profeta José]
cuando se desató la incontrolable persecución y lo
asediaban los enemigos tanto de dentro como de
fuera de la Iglesia”. Y continuó: “… para muchos de
ustedes, llegará el momento en que tendrán todos los
problemas, las pruebas y la persecución que puedan
soportar y muchísimas oportunidades de demostrar
que son fieles a Dios y a Su obra… A fin de estar
preparados para las dificultades que se aproximan,
será necesario que sepan por ustedes mismos que
esta obra es verdadera”. Entonces, el hermano Heber
dijo:
“Llegará el momento en que ningún hombre ni
ninguna mujer podrá perseverar con luz prestada.
Cada uno tendrá que ser guiado por la luz que tenga
dentro de sí. Si no la tienen, ¿cómo podrán resistir?
… 3. Habían llevado a muchos “al conocimiento
“Si no la tienen, no resistirán. Por esa razón,
procuren tener un testimonio de Jesucristo y
aférrense a él, a fin de que, cuando llegue el tiempo
de probación, no tropiecen y caigan”.6
El presidente Joseph F. Smith lo dijo de esta manera:
“…una falta que deben evitar los santos, jóvenes y
de edad mayor, es la tendencia de vivir con una luz
prestada… [y] permitir… que la luz en ellos sea un
reflejo más bien que la original”.7
La sección 76 de Doctrina y Convenios habla de los
tres grados de gloria y compara la gloria celestial al
5
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sol. Luego, compara el reino terrestre a la luna.
(Véase D. y C. 76:70--71.) Es interesante que el sol
emita su propia luz, pero la luna sólo pueda reflejar
la luz que le “presta” el sol. En cuanto al reino
terrestre, el versículo 79 dice así: “Éstos son aquellos
que no son valientes en el testimonio de Jesús…”.
No podemos obtener el reino celestial y vivir con
Dios el Padre con luz prestada. Debemos ser
valientes en nuestro testimonio de Jesús.
Enseñen a los jóvenes a estar agradecidos si han
tenido padres buenos que tengan testimonios fuertes.
No obstante, necesitan su propio testimonio.
La labor que ustedes realicen al intentar que los
jóvenes estén sumidos en la doctrina y las Escrituras
será fundamental para fortalecer sus testimonios.
Entiendo que el propósito principal de las reuniones
de 1954 y 1958 era que los líderes y maestros de la
educación de la Iglesia se alejaran de los métodos
seculares y otorgaran a la doctrina y las Escrituras el
lugar de privilegio como el método principal del
SEI.
Se nos manda que escudriñemos las Escrituras. Alma
deja claro cuán valiosas son las Escrituras para
nosotros. En el capítulo 37, versículos 8 y 9, nos da
algunas de las razones por las cuales todos deben
escudriñar las Escrituras:
1. Las Escrituras han “ensanchado la memoria
de [su] pueblo…”.
2. Habían “… convencido a muchos del error
de sus caminos”.
de su Dios para la salvación de sus almas”.
4. Convencieron a otros “… de las tradiciones
erróneas de sus padres…”.
5. Llevaron a otros al “arrepentimiento” y “a
regocijarse en Jesucristo su Redentor”.
Es importante que leamos las Escrituras
individualmente y como familia. De hecho, en todo
lo que estoy diciendo, la familia es la primera línea
de defensa y es lo más importante al momento de
enseñarles a nuestros jóvenes. Pero los que se
encuentran en este Tabernáculo y en diferentes partes
del mundo son la segunda línea de defensa: una
defensa de importancia excepcional. Su influencia es
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y será enorme. Una experiencia de mi propia vida
servirá de ejemplo.
Cuando se acercaba mi cumpleaños número
dieciséis, me estaba preparando para sacar mi
permiso para conducir. Tenía acceso a un auto, ya
que mi padre tenía una concesionaria de
automóviles. Él me invitó a su oficina y tuvimos una
charla acerca de la seguridad al manejar. Él era un
hombre maravilloso y un gran padre, pero no era
activo en la Iglesia. En aquella ocasión, su consejo
fue sobre el tomar bebidas alcohólicas y conducir.
Señaló que el beber o el no beber era una de las
características que define la vida en el estado de
Utah. Indicó que, en algún momento, tendría que
decidir si tomaría o no bebidas alcohólicas.
Reconoció que mi madre, una devota miembro de la
Iglesia, no estaría contenta si mi decisión fuera la de
beber, pero, en cuanto a él, no se inclinaba ni hacia
un lado ni hacia el otro. Sin embargo, hasta donde yo
sabía, él se abstenía del uso de bebidas alcohólicas.
Me dijo que la razón por la cual teníamos aquella
charla era porque tenía una opinión muy firme con
respecto a tomar alcohol y conducir. Dijo que no
toleraría esa clase de conducta, por motivos morales
y legales. Me indicó que me respetaría y respetaría
mis decisiones en cuanto al uso del alcohol, pero que
no podía respetar el conducir bajo la influencia del
alcohol. Luego, añadió que uno de los valores que
consideraba sumamente importantes era el ser un
caballero y ser amable en el trato con otras personas.
Señaló que el emborracharse nunca era compatible
con esos valores.
Recuerdo claramente esa conversación. Tuve muy
pocas conversaciones de ese tipo con mi padre.
Todo eso sucedió unos dos años antes de terminar la
educación preuniversitaria. Estaba en el equipo de
fútbol americano, el cual era excelente. Ganamos el
segundo lugar en las competencias estatales. Entre la
temporada de fútbol y la de básquetbol, había algo
así como una tradición en la cual los deportistas
tenían una fiesta en la que había cerveza. Muchos de
los jugadores y algunos otros alumnos asistían al
acontecimiento, que se llevaba a cabo bien lejos de
los ojos de otras personas. Por supuesto, ese
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acontecimiento no tenía el apoyo oficial de nadie,
pero muchas personas sabían que se llevaría a cabo.
La semana en que esto iba a suceder, mi maestro de
seminario tuvo una charla conmigo. Me felicitó por
la excelente temporada de fútbol y luego dijo algo
así: “Dado que eres un líder entre los alumnos y un
buen atleta, tu ejemplo tendrá una influencia
desproporcionada sobre tus compañeros”, dijo.
“Espero que siempre lo recuerdes”. No mencionó la
fiesta en donde se serviría cerveza, pero me di cuenta
de qué me estaba hablando. A causa de lo que él dijo,
decidí no asistir a la fiesta, en vez de ir y no beber;
esas eran las dos opciones que había considerado.
Yo ya tenía un testimonio, pero el apoyo de un
maestro de seminario sabio fue muy útil para mí en
aquel momento. Me sorprendió cuántos de mis
amigos comentaron sobre el hecho de que yo no
había ido a la fiesta. No estoy seguro si el haber ido
y no bebido hubiera sido un problema; y no quiero
decir con esto que tuve una grandísima influencia en
otras personas. Lo que sí sucedió fue que mi maestro
de seminario me hizo pensar en la influencia que yo
ejercía sobre otras personas y no pensar sólo en mí.
Ahora me doy cuenta de que fue una de tantas
pequeñas decisiones que me ayudaron a definir en
qué dirección habría de ir.
Para los jóvenes que viven en hogares donde no se
leen las Escrituras en familia ni se lleva a cabo la
noche de hogar, ustedes, maravillosos maestros,
serán una fuente de ejemplo, conocimiento y
fortaleza espiritual que les permitirá a los jóvenes
evitar las situaciones que debilitarán su testimonio, a
la vez que ustedes forman la base doctrinal de esos
testimonios.
Ayúdenles a ver la verdadera esencia de la
insensatez
Como mencioné al principio, hay dos temas a los
cuales se les prestó muy poca atención durante las
reuniones de la década de 1950 y que parecen ser
más pertinentes en la actualidad. El primero es la
insensatez. Cuando leía los discursos de los años
cincuenta, me di cuenta de que, en el contexto de la
Depresión de los treinta, la Segunda Guerra Mundial
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durante los cuarenta y la Guerra de Corea a
principios de los cincuenta, había una actitud seria
que, en esta época, no se ve tanto como en aquella.
Ellos tenían la misma cantidad de desafíos. Es
evidente que las caras del mal estaban presentes. La
población adulta de la década de 1950 había pasado
por algunas de las experiencias más terribles que
haya atravesado este mundo. Sin embargo, la
insensatez era mucho menos común. En el evangelio
de Marcos, el Salvador enumeró algunas de las cosas
que pueden profanar al hombre. Él dijo:
“Del corazón de los hombres, salen los malos
pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los
homicidios,
“los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la
lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la
insensatez” (Marcos 7:21--22).
Estos males no sólo existen actualmente, sino que en
esta época se han acentuado más. Debido a la
tecnología moderna, algunos de ellos entran
directamente en nuestros hogares.
Cuando era más joven, me preguntaba por qué el
Salvador incluyó la insensatez entre otros males tan
obvios. Al haber aumentado el tiempo libre, el nivel
de insensatez se ha elevado y, en muchos casos, se
alaba. Al darme cuenta de la forma en que algunos
jóvenes usan los medios de comunicación y se
exhiben, el hecho de que el Salvador haya incluido el
concepto de la insensatez tiene más sentido para mí.
En esta época en que una insensata publicación en
YouTube quedará en Internet para siempre, tiene más
sentido.
Es muy grande el desafío de ayudar a la nueva
generación a determinar lo que es insensato en el
mundo de hoy y a tomar decisiones sabias y
apropiadas para evitarlo. En el diccionario griego de
Strong’s Concordance, la definición de la palabra
griega que se tradujo como “insensatez” en Marcos
7:22 implica “carencia de sentido” y “egotismo”. Se
deriva de la palabra griega que significa
“inconsciente”, “tonto”, “ignorante”, “egotista”,
“precipitado” o “incrédulo”.8 La mayoría de los
pasajes de las Escrituras que usan esa palabra
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implican falta de sabiduría. Todas estas son
cuestiones serias en sí.
Pero considero que hay más razones por las cuales el
Salvador incluyó la insensatez entre otros
comportamientos más serios. La insensatez a
menudo acompaña y conduce a transgresiones más
graves. Piensen en todas las bromas pesadas de las
cuales se han enterado y cuántas de ellas rebasan la
línea del decoro y se convierten en algo grosero,
indecente, escabroso y obsceno. Ya hace algún
tiempo que me preocupa el exhibicionismo frívolo e
inmoral que es tan común en la sociedad moderna.
Los famosos, estrellas del cine y del deporte, y
personas que usan Internet adoptan comportamientos
y dan ejemplos que son, como mínimo, decadentes.
Esto no debería sorprendernos, ya que lo hemos
visto una y otra vez en las Escrituras, desde Sodoma
y Gomorra hasta la destrucción del pueblo nefita.
Pero los medios de comunicación modernos a
menudo lo muestran simplemente como un juego o
algo que aporta diversión. Esto es especialmente
cierto cuando los juerguistas dan dinero a una buena
causa o participan en obras de caridad.
El mes pasado, en la edición de fin de semana del
periódico Wall Street Journal, salió la crítica de un
libro, la cual me llamó la atención. El libro, Bright
Young People [Jóvenes brillantes], de D. J. Taylor,
describe la Inglaterra de la década de 1920, época
que coincide con la era del jazz y de las jóvenes
liberales de los años veinte en los Estados Unidos.
La década de 1920 fue un período de prosperidad
económica y material, y algunos jóvenes, en ambos
lados del Atlántico, especialmente los hijos de
familias privilegiadas, se dedicaban a la “diversión
decadente”, según palabras del crítico.9Dos cosas del
libro captaron mi atención. Primero, el relato de las
personas involucradas parecía muy similar a la
información dada en las revistas de chismes y en los
medios de comunicación con respecto al “mundo de
los famosos” de la actualidad. El autor describía a la
denominada “juventud brillante” como “gente
derrochadora que sólo tuvo éxito en malgastar
frívolamente su juventud”.10 El libro es un relato
deprimente de la realidad oculta de aquello que
supuestamente era divertido. Segundo, fue muy
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deprimente enterarse de lo que sucedió con el resto
de la vida de esos jóvenes. Las tristes consecuencias
de su libertinaje podrían haber sido extraídas de la
advertencia de las Escrituras: “La maldad nunca fue
felicidad” (Alma 41:10).
La historia más conmovedora del libro es la de una
joven llamada Elizabeth Ponsonby. Era una leyenda
de las columnas de chismes de la sociedad y la
hacían parecer glamorosa y atractiva. Su padre era
un aristócrata y un político exitoso. Tanto él como su
esposa llevaban un diario, el cual es la base de la
mayor parte del libro. Cuando Elizabeth tenía
veintitrés años, su madre le envió una carta que, en
parte, decía: “Pero nos duele ver que te has vuelto
grosera en la manera de hablar y de ver la vida…
Conocí a jovencitas como tú y uno sabía, por el
camino en el que iban, que sus vidas, un día, serían
polvo y cenizas… Si lo único que haces es procurar
divertirte, estarás destinada al declive”.11
A pesar de que aún lucía glamorosa en los medios de
comunicación, falleció a los treinta y nueve años por
el deterioro del corazón y del hígado causado por la
intoxicación crónica con alcohol. Las lumbreras de
la época escribieron mucho sobre ella, incluso
Evelyn Waugh. La mayor parte de la “juventud
brillante” del libro no tuvo una vida feliz ni
satisfactoria.
El padre de Elizabeth, después de la muerte de ella,
escribió: “Yo, al igual que muchos hombres, pensaba
con ostentación que mi “trabajo” —la política y el
escribir— era importante… y que los problemas de
un hijo se irían solucionando sin mi ayuda a medida
que pasara el tiempo; no veía que, muy cerca, había
un problema cuya única solución requería mi
principal, constante e incesante atención”.12
Cuando hay tanta necesidad en el mundo de predicar
el evangelio de Jesucristo, pasar tiempo edificante
con la familia y los amigos, albergar a los que no
tienen hogar, alimentar a los pobres, sanar a los
enfermos, mejorar el medio ambiente, amar a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, entonces
sale a la luz la verdadera esencia del tiempo que se
dedica a empresas insensatas.
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Obviamente, la insensatez a la que me refiero no
incluye el tiempo maravilloso que pasamos con
nuestra familia, la recreación que nos renueva ni el
relacionarnos alegremente con amigos y seres
queridos. De hecho, es exactamente lo opuesto a las
actividades alegres y rectas que el presidente
Thomas S. Monson fomenta para todos nuestros
jóvenes. El proporcionar ambientes donde los
jóvenes se puedan relacionar de manera sana y
edificante es parte del antídoto para la insensatez que
he descrito.
Sin detenerme en este tema en este discurso, también
considero que existe una conexión entre la cultura de
la diversión y el juego y el énfasis en la insensatez
que, junto con la pornografía y el ocuparse de las
cosas mundanas, es una de las razones por las cuales
tantos jóvenes postergan el gozo y las
responsabilidades eternamente importantes del
matrimonio.
La insensatez en todas sus formas y la falta de
sabiduría que ésta representa son asuntos serios con
los que nos enfrentamos en este tiempo. Ustedes se
encuentran en una posición privilegiada, desde la
cual pueden ayudar a la nueva generación a ver la
verdadera esencia de la insensatez.
Prepárenlos para tener una vida llena de servicio
y del estudio del Evangelio
El segundo tema al cual me referiré y que no se tocó
durante las reuniones de 1954 y 1958 es el de la obra
misional.
Durante toda la década de 1930, principalmente por
causa de la Gran Depresión, sólo fueron llamados
8.513 misioneros. Es interesante que, durante el año
en que el presidente Gordon B. Hinckley fue
llamado a servir en una misión, en 1933, sólo se
llamó a 525 misioneros. Durante las décadas de 1940
y 1950, se llamó a menos de 36.000 misioneros. La
mayor parte de los jóvenes se encontraba en el
servicio militar. Muchos de los misioneros eran
matrimonios mayores. En comparación, durante los
últimos diez años, entre 1999 y 2008, se llamó a más
de 321.000 misioneros. Como pueden ver, el
aumento es espectacular; representa más del 30% de
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los misioneros llamados en esta dispensación. A mi
modo de ver, la obra se está acelerando de manera
increíble.
En los últimos cinco versículos de la sección 112 de
Doctrina y Convenios, se les requiere a los Doce y a
la Primera Presidencia que se aseguren de que se
predique el Evangelio en esta dispensación del
cumplimiento de los tiempos D. y C. 112:30--34). Si
leen esos versículos detenidamente, comprenderán la
urgencia que sienten en los consejos presidentes de
la Iglesia.
La razón por la cual esta noche he concluido mi
discurso hablando de la obra misional es porque, en
la historia de la humanidad, nadie, excepto a quienes
me dirijo esta noche, ha tenido la responsabilidad de
ayudar a los padres a preparar tantos misioneros o
guiar a tantos ex misioneros después de que ellos
hayan regresado. Esa responsabilidad y esa
oportunidad son asombrosas. Personalmente, siento
la urgencia de preparar mejor a nuestros jóvenes
antes de que salgan a la misión, tanto en doctrina
como en dignidad personal. Sé que Predicad Mi
Evangelio fue inspirado y bendice a los misioneros
que hoy se encuentran sirviendo. Los cimientos de
esta guía para la obra misional se apoyan sobre la
fuerte base de la doctrina de la Iglesia. Ustedes
pueden ayudar a los padres a asegurarse de que los
jóvenes que sean dignos de participar en una misión
tengan un conocimiento vasto del Evangelio antes de
partir.
Igual de importante es instituto. Éste debe edificar
sobre la base de la experiencia misional y proveer un
fundamento adicional para toda una vida de servicio
y estudio del Evangelio. Debido a que
aproximadamente un 30% de todos los ex
misioneros que han servido en esta dispensación
todavía tienen veintitantos años, no me viene a la
mente ninguna responsabilidad que sea más
importante que la que tienen ustedes al preparar a la
nueva generación para el servicio misional y nutrir a
aquellos que regresan para que tomen decisiones
correctas. Los desafíos y las oportunidades que
ustedes tienen son enormes.
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Resumen y testimonio
En resumen, ustedes tienen muchas
responsabilidades, pero entre las más importantes se
encuentran el ayudar a los jóvenes a tomar buenas
decisiones, fortalecer su testimonio, ayudarlos a ver
la verdadera esencia de la insensatez, preparar a la
nueva generación para el servicio misional y nutrir a
aquellos que regresan para que tomen decisiones
correctas. No subestimen su responsabilidad de
preparar a los jóvenes para servir en el reino.
Les dejo mi bendición y mi testimonio. Esta obra es
verdadera. Ustedes se han dedicado a hacer avanzar
la obra del Señor aquí en la tierra , la causa más
importante a la que puedan participar. Los bendigo
en esa labor y en sus hogares con su propia familia.
Testifico que Thomas S. Monson es el profeta del
Señor y que Jesucristo, el Salvador del mundo,
preside esta Iglesia. En el nombre de Jesucristo.
Amén.
Notas
1. Harold B. Lee, “Place of the Church
Educational System” (discurso dirigido a
educadores religiosos del SEI, 15 de junio de
1954), en Seminaries and Institutes of Religion
Summer School Talks, 1954 and 1958
(colección inédita, 2008), págs. 2--5.
2. Véase Dallin H. Oaks, “Bueno, Mejor,
Excelente”, Liahona, noviembre de 2007, págs.
104--108.
3. Ella Wheeler Wilcox, “Will”, en Maurine
and Other Poems, 1888, pág. 145.
4. William Law, citado en Neal A. Maxwell,
The Smallest Part, 1973, pág. 1.
5. Harold B. Lee, Seminaries and Institutes of
Religion Summer School Talks, pág. 5.
6. Heber C. Kimball, del bosquejo por John
Nicholson del discurso, en Orson F. Whitney,
Life of Heber C. Kimball, 3a. ed., 1967, págs.
449--450.
7. Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio,
pág. 84.
8. New Strong’s Concise Dictionary of the
Words in the Greek Testament, 1995, pág. 16,
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palabras 877, 878; en The New Strong’s

Exhaustive Concordance of the Bible, 1990.
9. Martin Rubin, “Revels and Reverberations”,
Wall Street Journal, 10--11 de enero, 2009, W8.
10. Rubin, Wall Street Journal, 10--11 de enero,
2009, W8.
11. Dorothea Ponsonby a Elizabeth Ponsonby,
en D. J. Taylor, Bright Young People: The Lost
Generation of London’s Jazz Age, 2007, pág.
102.
12. Arthur Ponsonby, en Taylor, Bright Young
People, pág. 324.

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