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Titulo: “Ser mujer durante la ultima dictadura militar cívico-militar argentina”

Tema: “La violencia ejercida hacia las mujeres durante la ultima dictadura civico-
militar argentina” (1976-1983).

Introducción:

En el presente ensayo se pretende abordar la temática de la violencia ejercida hacia las


mujeres durante la última dictadura militar argentina. Para ello, retomaré los aportes que
Analía Aucía (2011) hace en “Género, violencia sexual y contextos represivos”. En este
marco, me propongo analizar algunas características de aquella violencia ejercida sobre
los cuerpos de las mujeres para lo cual, intentaré recuperar algunos recuperar
testimonios de sobrevivientes. Asimismo, quisiera dar cuenta de la forma en que éstas
se resistieron.

En este punto considero importante aclarar que esta temática me resulta interesante
porque la cuestión de la violencia hacia las mujeres en este periodo ha sido silenciado e
invisibilizado durante muchos años, y es algo de lo que poco se habla, teniendo en
cuenta la dificultad que aun encuentran las sobrevivientes para contar los delitos y
ultrajes que padecieron.

A partir de lo expuesto, y para reflexionar sobre dicha violencia quisiera comenzar


desde una serie de preguntas de preguntas que serán el pie de inicio del presente ensayo.

¿Por qué las mujeres eran consideradas como “peligrosas”? ¿Qué implicaba ser mujer?
¿Por qué eran silenciadas?

Hipótesis: La violencia sexual se ejerció para “disciplinar” e imprimir identidades


femeninas sumisas a las nuevas disposiciones del régimen.
Desarrollo:

Aucía (2011) postula que “la década transcurrida entre 1966 y 1983 estuvo marcada por
un periodo de crisis profunda en la historia contemporánea argentina, encuadrada entre
dos golpes militares que llevaron a los Generales Juan Carlos Onganía y Jorge Rafael
Videla a ocupar la presidencia del país” (p. 63). Dicho periodo se caracterizó por un
elevado nivel de conflictividad social y política, que trajo como consecuencia el
surgimiento de organizaciones feministas, que lucharon por un lugar y una voz propia
dentro de la política argentina de los años 70. Además, la autora agrega que durante los
sesenta y setenta, la mayoría de mujeres que participaron en dichas organizaciones
pertenecían a sectores medios, incorporándose primero a las universidades y,
particularmente desde allí, a la militancia revolucionaria y social. Otras ingresaron a
través de un varón perteneciente a su más cercano entorno, ya sea esposo, hermano, hijo
o amigo.

De acuerdo a lo antes expuesto, Aucía (2011) refiere que “durante la última dictadura
cívico-militar que gobernó el país entre 1976 y 1983, muchas de las víctimas del
terrorismo de Estado fueron mujeres. La represión ilegal implementada en Argentina, se
ejerció en el uso de la violencia sexual que fue impuesta en los Centros Clandestinos de
Detención, campos, cárceles, servicios policiales y militares en los cuales se
encontraban presas, secuestradas y/o desaparecidas, resultando afectadas
diferencialmente”. (p.31) Fue de esta manera, que se fue construyendo al guerrillero o
subversivo como el “enemigo” a eliminar, demonizándolo por oponerse a los valores
nacionales y cristianos de la cultura dominante por ser considerado como un ser sin
pautas morales y familiares. No obstante, cuando este otro a eliminar era una mujer,
considerada como “subversiva”, la violencia era mayor. Ello, según la autora, porque
predominaba un arquetipo para las mujeres, que estaba compuesto por el siguiente
imaginario: “(…) ostentación de una enorme liberalidad sexual, malas amas de casas,
malas madres, malas esposas y, particularmente, crueles” (p. 32). En este marco,
considero oportuno recuperar el testimonio de una mujer entrevistada que advirtió que
todo el tiempo sus opresores hacían mención a una construcción imaginaria (negativa)
que habían hecho de su vida sexual:
Como que me gustaba… ‘así que te gusta tanto’, ‘mirá la
hippie’, ‘mirá la del amor libre’, todas cosas relacionadas
con mi juventud (…) me trataron de cualquier cosa, cosas
espantosas. Si había probado una más grande o si la de
ellos eran grandes; cosas así… Me daba vergüenza a mí
acordarme de las cosas. (…) Fue realmente horrible,
horrible, o sea, no solamente por la violación en sí, sino
por la humillación como persona… las cosas que me
decían: si la había probado más grande, si me gustaba más
por atrás que por adelante (…) realmente espantoso,
espantoso” (M13). “‘Te gusta’, ‘seguro que te gusta’, esas
cosas. Y también decirte ‘puta’; ‘ustedes son prostitutas’
(…). Imaginate, por ejemplo, yo estaba “juntada”, no
estaba casada. Y entonces: ‘qué más te da uno que diez”
(M6) (p.40)

A partir de ello, la calificación negativa de la mujer se trasladó sin obstáculo a las


prácticas represivas del poder concentracionario, por lo que algunas conductas
delictivas adquirieron un plus de violencia con una clara impresión de discriminación
por género. De esta manera, entiendo cómo aquellas mujeres víctimas de la represión
ilegal eran consideradas por los represores como un tipo de mujer doblemente
transgresora porque, por un lado, cuestionaban los valores sociales y políticos
tradicionalmente constituidos y, por el otro lado, rompían las normas que -según el
imaginario social- rigen la condición femenina. Ello, agrega Aucía (2011), implicaba
que “(…) las mujeres en su condición de madres y esposas pertenecían al ámbito
privado/doméstico, por lo cual quedaba el espacio público/político reservado para los
varones” (p.32). Esto explica el por qué fueron “doblemente castigadas”.
Para continuar, Aucía (2011) refiere que “la violencia sexual hacia las mujeres estuvo
delineada por una manifestación extrema del poder patriarcal, que se manifestó de
muchas maneras, siendo algunas de sus formas más extremas la violación –invasión
física de cualquier parte del cuerpo mediante la penetración-, el abuso sexual sin
invasión física, embarazos forzados, prostitución forzada, aborto forzado, acoso sexual,
mutilación, esclavitud sexual, esterilización forzada, forzamiento al exhibicionismo,
forzamiento a la pornografía, humillación y burla con connotación sexual, servidumbre
sexual” (p.36). De esta manera, se justificaba la mencionada violencia sexual como
impulsos masculinos irreprimibles, por lo cual se negaba a sus autores la
responsabilidad de sus actos. Además, se silenció a las víctimas invocando razones de
pudor, cuando en realidad eran crímenes de lesa humanidad. Respecto a ello, una de las
víctimas del terrorismo de Estado argentino, señaló:

“Había estado escondiendo una mentira (…) Es como que durante 34


años me sentí una persona muy, muy sucia, parecía que me sentía
culpable por lo que me había pasado (…) porque a mí me daba
vergüenza más allá que nadie sabía lo que me había pasado” (M13)”
(Aucía, 2011: p.38)

De acuerdo a dicho testimonio, considero oportuno reflexionar sobre el papel que


cumplió el Estado en ese momento, ya que era quien tenía la responsabilidad de
proteger a las personas y garantizar lo más posible sus Derechos Humanos. No obstante,
el desamparo y desprotección fueron claramente visibles en un contexto generalizado de
represión y de impunidad, así como la complicidad de todo el aparato policial y de la
justicia, razón por lo cual las víctimas no denunciaban los hechos.
Por lo antes expuesto, y siguiendo el planteo de Aucía (2011) en la última dictadura
militar argentina, entiendo a la violencia sexual como violencia que ha sido politizada
en los cuerpos de las mujeres a partir del momento en que el Estado ha sido partícipe y
tolerante con dicha violencia. En este sentido, los represores en el contexto de los
secuestros insultaban a las mujeres como putas y guerrilleras al momento de sus
secuestros, luego en los interrogatorios, las torturas y las violaciones. Ello por ser
mujeres que se atrevieron a ingresar en un lugar reservado para los masculinos, que se
rebelaron y lucharon contra las injusticias, que no fueron sumisas ni obedientes, que
tuvieron una militancia activa.
De esa manera transcurría el horror, siempre estaba presente la posesión sexual de la
mujer, en tanto propiedad de un varón: “entre dos sujetos se decían ‘a esta déjamela que
es para mí’ “(…) la violaron entre dos sujetos que en realidad estaba sostenida por otros
dos” (Aucía, 2011: p. 58). Con ello, es posible reflexionar cómo la violencia sexual
tuvo un fin específico que fue la propia satisfacción del represor, del torturador, que
siempre implicaba dominar y humillar a la víctima. Se afirmaba un poder que en ese
momento era total sobre otro cuerpo-sujeto sexuado, lo cual implicaba imponer
conducta sobre sus cuerpos y sus genitales que daban placer al victimario y dolor físico
y/o emocional a la víctima. En suma, se trató de un placer violento y sexualizado. De
acuerdo a ello, considero nuevamente pertinente retomar el testimonio de una de las
víctimas:

luego de arrancarme a mi hija, me golpean, me dicen que en la parrilla


voy a cantar, me desvisten, y me atan a lo que sería la mesa de tortura,
donde aproximadamente 7 u 8 horas me aplican picana, de 125 y 220,
en todas las partes del cuerpo, ensañándose especialmente en los,
ojos ,hasta hoy recuerdo la horrible sensación de que todo te explota en
la cabeza, los pechos y la vagina, en la que se produce una gran
infección producto de esto y que la piel se desprendía por las
quemaduras, lo mismo que la piel de todo el cuerpo, a todo esto, lo más
degradante era escuchar que observando la tortura se encontraba un
represor, que se masturbaba, al cual le iban preguntando si ya había
acabado, esto era una práctica común, ante cada mujer que era
torturada. Después de transcurrido este período, ya totalmente
lastimada, aparecía, cuando estaba tirada en el piso a decir que te iban
a hacer masajes para que te recuperes, y ahí se venía el manoseo.” (M4)
(Aucía, 2011: p. 91).

De acuerdo a lo antes expuesto, la autora concluye que se trató entonces de una


violencia política sexualizada, que buscaba promover un tipo de aprendizaje social de
‘propiedad’ del cuerpo de las mujeres por parte de los varones. De esta manera, las
fuerzas de seguridad militarizadas transformaron el cuerpo y la sexualidad de las
mujeres en ese campo donde marcaron su poder de conquista y “el triunfo del guerrero”.
Por tanto, no hay dudas que la peor y más feroz manifestación del poder punitivo estatal
en Argentina se dió con la irrupción de las fuerzas Armadas en marzo de 1976, que
junto a sectores de la sociedad civil derrocaron por la fuerza al gobierno constitucional y
usurparon todos los poderes del Estado de Derecho, imponiendo de esta manera un
Régimen Dictatorial en el país. Sin embargo, para construir ese nuevo poder, se
establecieron políticas de exterminio sobre quienes se opusieron al nuevo Régimen,
siendo uno de sus métodos principales, la difusión del terror de manera masiva, como
dispositivo del control social. En este contexto, la formulación de “oponentes” estuvo
atravesada por una mirada sexista hacia las mujeres, las cuales eran consideradas más
peligrosas que los hombres.
Conclusión:
Para concluir, considero que esta perspectiva de análisis – el feminismo – me
proporcionó una visión nueva y más crítica sobre estas vivencias de sometimiento y de
dolor durante el periodo estudiado, además de permitirme ampliar la temática con los
relatos de las propias víctimas, lo que hizo aún más rico llevar a cabo el presente
ensayo. En este sentido, los testimonios desgarradores marcaron una tortura que las
denigró desde lo humano hasta su condición genérica. Más allá de los contundentes
testimonios, ha llevado mucho tiempo a que sean caratulados como crímenes de lesa
humanidad, evidenciándose los prejuicios sexistas y la violencia de género totalmente
naturalizada a nivel social, un verdadero problema político y cultural que sufren las
mujeres históricamente y que urge resolver para que no reaparezca.
Bibliografía
 AUCÍA, Analía. “Género, violencia sexual y contextos represivos”. In A.A.V.V.
Grietas en el silencio. Una investigación sobre la violencia sexual en el marco
del terrorismo de Estado. Rosario: Cladem, 2011, 26- 67.

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