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Arriba - Edvard Munch: La niña enferma, 1885-1886, óleo sobre lienzo, 120 × 118,5
cm, Museo Nacional de Arte, Arquitectura y Diseño, Oslo.
Abajo - diferentes versiones de La niña enferma.
Como era su costumbre, Munch realizó diferentes versiones de este tema, que
fue para él una fuente permanente de dolor y culpa. Esto se debió al hecho de
que el pintor, quien había padecido tuberculosis a los 13 años, sentía que él
debía haber muerto en lugar de su hermana.
Defendía que su tarea era "diseccionar la vida moderna del alma". O también: "En mi
arte he intentado explicarme la vida y su sentido, he pretendido ayudar a los demás a
entender su propia vida". Le interesaban los sentimientos de soledad, melancolía,
desasosiego o pasión. Sus propias experiencias eran el inicio para trazar unos
espacios escenográficos distorsionados donde se plasman, como bien describe
Paloma Alarcó, "las actitudes corporales de unos personajes que se quedan
paralizados en una especie de tensión estática en el momento en que su gesto
expresa el estado anímico que el artista desea representar. Quizá por ello domina el
anonimato, y los protagonistas de sus obras suelen carecer de rasgos, ya que lo
esencial es personificar las pasiones mismas". En otra de sus máximas más
conocidas, Munch afirmó: "no pinto lo que veo, sino lo que vi".