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a manera de introducción
Servando Ortoll *
CIC-Museo, Univ. Autónoma de Baja California
_______________________________________________________________________
1
seminario, los participantes de éste (si no todos, al menos unos cuantos)
produjeran un resultado por escrito que se divulgaría posteriormente en la
revista. 1
1
El primer seminario que coordiné sobre Georg Simmel, dio como producto la obra colectiva Pensar a
Simmel, publicado en Cuadernos de Trabajo. Material didáctico para formar sociólogos N° 2, cuya
edición quedó al cuidado de Felipe Mora.
2
Albion W. Small afirmó, hace más de 90 años: “toda historia de la ciencia consiste menos del registro de
descubrimientos de hechos o verdades absolutamente nuevos en sus puntos de transición, que en el colocar
grados y variaciones de énfasis [...] sobre ideas durante mucho tiempo más o menos conocidas; o en
encontrar nuevas formas de conectar viejas ideas con conclusiones aceptadas acerca de relaciones físicas,
mentales o morales”. Véase Albion W. Small, “Fifty Years of Sociology in the United States (1865-
1915)”, American Journal of Sociology 21 (1916): 721-864, en esp. 723.
3
“El término ‘interaccionismo simbólico’”, escribió Blumer, “es un neologismo un tanto primitivo que yo
acuñé sin pensarlo en un artículo publicado en Man and Society [en 1937]. El término, por alguna razón,
se puso de moda y ahora es de uso general”. Véase Herbert Blumer, “The Methodological Position of
Symbolic Interactionism”, en ídem, Symbolic Interactionism: Perspective and Method, 1-60 (Berkeley y
Los Angeles: University of California Press, 1969), 1, en nota al calce. Para una breve discusión sobre las
implicaciones teóricas y metodológicas de esta perspectiva, con relación al supuesto “prejuicio” del
interaccionista simbólico, consúltese Herbert Blumer, “A Note on Symbolic Interactionism”, American
Sociological Review 38 (1973): 797-798.
2
II
4. Albion W. Small, “Fifty Years of Sociology in the United States (1865-1915)”, 764.
5
Ibid.
3
departamento de sociología dentro de la misma universidad sino también
con el acercamiento de otros sociólogos pertenecientes a otras instituciones,
que buscaban un grupo 6 que mostrara intereses en común, con el cual
compartir ideas e intercambiar experiencias. El ser el solitario “sociólogo de
casa” de universidades como Harvard y Johns Hopkins traía consigo no
sólo el aislamiento inherente a hallarse en un lugar en donde no se comparte
un lenguaje en común con nadie, sino la tacha indeleble del estigma.
6
En este caso particular –y en conjunción con la definición de David M. Potter– atribuyo este término a
“un número no expresado de individuos [con] una identidad común suficientemente fuerte como para
justificar clasificarlos como grupo”. Véase David M. Potter, “Explicit Data and Implicit Assumptions in
Historical Study”, en Generalization in the Writing of History: A Report of the Committee on Historical
Analysis of the Social Science Research Council, coordinado por Louis Gottschalk, 178-194 (Chicago:
The University of Chicago Press, 1963), 184.
7
Albion W. Small, “Fifty Years of Sociology in the United States”, 770.
8
Es posible que la universidad haya invitado al propio Charles H. Cooley a trabajar en Chicago, pero él se
negó: Cooley “pasó toda su vida académica en la Universidad de Michigan en Ann Arbor”. Me resulta
interesante que durante el tiempo en que Cooley estuvo en la Universidad de Michigan “no se estableció
ningún gran departamento de sociología”. Véase Hans-Joachim Schubert (comp.), Charles Horton Cooley
on Self and Social Organization (Chicago y Londres: The University of Chicago Press, 1998), 27.
4
Entre las asignaciones en el primer presupuesto para la Universidad
de Chicago se encontraba un subsidio para crear una revista de extensión
universitaria: la University Extension World. En 1895, tras intentarlo por
tres años, el Dr. Harper había fracasado en sus esfuerzos por atraer a un
grupo de subscriptores permanentes para la revista. Ante su fracaso y en
vista de que tendría que renunciar al subsidio para la University Extension
World, a Harper se le ocurrió que dicho subsidio podía utilizarse para otra
publicación que bien podría convertirse en una revista de la naciente ciencia
de la sociedad. De manera abrupta, tras una reunión de rutina con Small,
Harper le preguntó a boca de jarro si estaría dispuesto a responsabilizarse
por crear una revista de sociología. Small entendió que la pregunta de
Harper era más que nada un “reto”:
Tras una breve consulta con mis colegas Henderson, Thomas y Vincent, le
reporté al Dr. Harper que creíamos que existía una vocación para una revista
de sociología, y que estábamos listos para asumir la carga editorial de tal
publicación. Cuando se anunció poco después que la University Extension
World se convertiría en el American Journal of Sociology, los editores no
tenían siquiera promesas de suficiente material para llenar el primer número.
Más que eso, algunos de los hombres que tratamos de interesar como
colaboradores nos aconsejaron reconsiderar nuestro propósito, ya que era
imposible que en el futuro cercano hubiera suficiente escritura sociológica
para llenar esa revista. Sin embargo publicamos el primer número en julio de
1895, mientras era todavía dudoso que se pudiera obtener material para el
segundo número del siguiente septiembre. 9
5
a sus lectores, no sólo de Chicago, sino de todos los diferentes centros
universitarios que empezaron a suscribirse a la nueva publicación. 11 Ya lo
dijo Morris Janowitz: “la creación del American Journal of Sociology hizo
que la comunicación fuera posible, entre los adeptos aislados de la nueva
disciplina”. 12
directamente con él durante sus viajes posteriores [a 1881] a Europa”, véase la introducción de Donald N.
Levine (editor y compilador), Georg Simmel: sobre la individualidad y las formas sociales (Buenos Aires:
Universidad Nacional de Quilmes Ediciones, 2002), 11-70, en esp. 53-54.
11
Para un listado cronológico de buena parte de los artículos aparecidos durante los primeros años de vida
del Journal, véase Albion W. Small, “Evolution of Sociological Consciousness in the United States”,
American Journal of Sociology 27 (1921): 226-231.
12
Morris Janowitz (comp.), Introducción a Selected Papers: W. I. Thomas on Social Organization and
Social Personality (Chicago: The University of Chicago Press, 1969), xix.
13
No todos los científicos sociales pudieron acoplarse de inmediato a la nueva modalidad. Entre quienes
más dificultades tuvieron (además del propio Small) se encuentra Georg Simmel, quien continuó con su
estilo de escribir largos ensayos que, como ya lo subrayé, aparecían publicados en el Journal de Small en
varios números consecutivos.
14
Albion W. Small, “Scholarship and Social Agitation”, American Journal of Sociology 1 (1896): 564-
582, en esp. 581.
6
académicos ha sido diferenciado de las ciencias sociales tradicionales, sin
embargo, para darle a la sociología el prestigio de un grupo visible de seguidores.
Junto con el Institut International de Sociologie [Instituto Internacional de
Sociología], y la Sociological Society of London [Sociedad Sociológica de
Londres], la American Sociological Society atestigua que unos cuantos hombres
y mujeres, en posesión total de sus sentidos, están convencidos que algo falta en
cuanto a métodos para interpretar la experiencia humana, y qué medio más
efectivo de satisfacer la carencia debe ser buscado fuera, en vez de dentro de las
ciencias de la sociedad más antiguas. 15
III
Para iniciar resultaba obvio que más que formación el grupo incipiente de
sociólogos estadounidenses se integraba por gente que giraba en torno a un
núcleo de estudiosos reunido por convicción. Que estos estudiosos
reclamaban para sí un espacio particular ya lo he mencionado, falta añadir
que las ideas, experiencias y observaciones que circulaban –ya fuera en las
páginas del American Journal of Sociology o en los pasillos de los edificios
en donde se organizaban las convenciones nacionales anuales de los
15
Texto citado en Albion W. Small, “Fifty Years of Sociology in the United States”, 784.
16
Albion W. Small, “Fifty Years of Sociology in the United States”, 785.
17
Ibid.
7
sociólogos– provenían de las mentes de unos cuantos privilegiados que, en
sus vidas anteriores, habían sido todo menos sociólogos: entre los miembros
de la nueva asociación se encontraban filósofos, psicólogos, economistas,
politólogos y uno que otro psicólogo social cuya experiencia los acercaba
más a las prácticas novedosas de los recién autonombrados sociólogos.
8
totalidad de la sociedad”. 21 Ahí tenía perfecta cabida William Isaac
Thomas: “su preocupación con la dimensión subjetiva de la organización
social, sus intereses en el análisis comparativo y su explotación del
documento personal”, fueron sus contribuciones a la diversidad dentro del
Departamento de Sociología. 22
21
Ibid., viii.
22
Ibid.
23
Su biógrafo señala que Thomas “vestía con distinción y cuidado, se mezclaba en todos los rincones
sociales de la ciudad, y gozaba de la vida de un bon vivant en la metrópolis. Él experimentó las realidades
de la vida de Chicago tanto como observador como participante. Un deportista activo, incluso encontró
tiempo para perfeccionar una pelota de golf más efectiva”. Véase Morris Janowitz (comp.), Introducción
a Selected Papers, xiii-xiv.
24
Paul J. Baker, “The Life Histories of W. I. Thomas and Robert E. Park”, American Journal of Sociology
79 (1973): 243-260, en esp. 246. La sección dedicada exclusivamente a Thomas e intitulada “Life
History”, va de la página 246 a la 250 y es una versión autobiográfica de Thomas en respuesta a un
cuestionario que recibió del sociólogo Luther Bernard, en 1927.
25
Partes de lo que transcribo en esta sección provienen de lo que mencionó Morris Janowitz en su
introducción y las “memorias” de Thomas. Sólo los cito textualmente en lugares en que me parece
importante subrayar las palabras textuales de cualquiera de los dos autores.
9
Thomas prosiguió sus estudios de postgrado en la misma institución
hasta ser el primero en recibir un doctorado en literatura inglesa, en 1886.
Entre 1888 y 1889 visitó durante un año dos universidades alemanas
(Göttingen y Berlín), entonces en el ápice de su desarrollo. A su regreso
comenzó a enseñar literatura inglesa en Oberlin College pero sus intereses
en la sociología de Spencer lo llevaron a revaluar su situación académica.
En el año académico de 1893-1894, Thomas se inscribió en la Universidad
de Chicago como uno de los primeros estudiantes de sociología, en el recién
establecido departamento. Esto lo recuerda en sus memorias:
(1) Nunca caí bajo la influencia de filosofía alguna que ofrecía una explicación
de la realidad. (2) Mantuve notas de las lecturas y clasifiqué y reclasifiqué los
materiales de manera tal que a la larga tuve a la mano, con referencias exactas,
todo lo que me interesaba en la literatura. (3) Leí ampliamente sobre temas
marginales –biología, psicología, etnología– y adquirí el hábito de la lectura
rápida. Reconozco que esto era más por curiosidad que por un método
deliberado. (4) Exploré la ciudad. Esto fue en gran medida también por
curiosidad. Recuerdo que el profesor Henderson, de santa memoria, me solicitó
que le consiguiera un poco de información sobre las tabernas [de Chicago]. Me
dijo que él nunca había entrado a una taberna o probado cerveza alguna. 27
26
Paul J. Baker, “The Life Histories of W. I. Thomas and Robert E. Park”, 248.
27
Ibid.
28
Morris Janowitz (comp.), Introducción a Selected Papers, xiii.
10
Mann Act 29 y en una ley aprobada por el Congreso que prohibía el registro falso
en los hoteles. Estos cargos fueron desechados fuera de la corte, pero hubo una
gran publicidad porque la señora Grancer, quien estuvo involucrada en el juicio,
reportó que era la esposa de un oficial del ejército de las Fuerzas Expedicionarias
de Estados Unidos en Francia. Las circunstancias que rodean la intervención de
agentes federales en este caso permanecen oscuras. La esposa de Thomas era
activista en el movimiento de paz de Henry Ford y sus actividades aparentemente
habían caído bajo vigilancia oficial. Se ha afirmado que la acción contra Thomas
proveyó formas para avergonzar y desacreditar a la señora Thomas por sus
actividades políticas. 30
29
Alrededor de 1910, grupos cívicos y religiosos en Estados Unidos iniciaron una campaña nacional para
detener la inmoralidad de la prostitución y su relación con enfermedades transmitidas sexualmente. En el
ámbito federal, el Congreso aprobó la White Slave Traffic Act (la Ley de tráfico de esclavos blancos,
conocida también como el Mann Act de 1910) que prohibía el transporte interestatal de niñas y mujeres
con propósitos inmorales. En el ámbito local, se aprobaron muchas leyes contra la prostitución. Véase
Encarta (versión inglesa de 2002), s.v. Mann Act.
30
Morris Janowitz (comp.), Introducción a Selected Papers, xiv.
31
Parte de la leyenda en torno a la persona de Thomas y que contaba el sociólogo argentino Juan Blejer a
sus estudiantes durante los años setenta en la Universidad de las Américas, en Puebla, era que, lejos de
haber sido encontrado en un hotel con la mujer de un militar del ejército, Thomas había abierto un
prostíbulo del que derivaba considerables ganancias. Cuando se le pidió que explicara el porqué de sus
portentosas actividades, Thomas simplemente respondió que el establecimiento le permitía estudiar más de
cerca la prostitución, uno de los temas que le atraían desde siempre, en el área de la investigación. No
necesito añadir -¿o sí?- que yo me encontraba entre los estudiantes del Dr. Blejer.
11
Thomas” mismo que, parafraseándolo, diría: “si una persona define una
situación como real, ésta es real en sus consecuencias”. 32
Fue, me parece, en conexión con The Polish Peasant que quedé identificado con
la “historia de vida” y el método de documentación. Aquí de nuevo puedo estar
simplificándolo excesivamente todo, pero yo rastreo el origen de mi interés en el
documento a una larga carta recogida en un día lluvioso en el callejón detrás de
mi casa; la carta de una chica que recibía entrenamiento en un hospital y que
escribía a su padre respecto a las relaciones y discordias de familia. Se me
ocurrió en ese momento que se podría aprender muchísimo si uno tuviera muchas
cartas de este tipo. 33
12
Antes de cerrar esta sección quiero llamar la atención a los
fragmentos de dos de los artículos de Thomas que, por poco citados –tal vez
por seguir más el método europeo (puesto de moda por Mauss y Durkheim)
de basarse para sus conjeturas en los estudios de etnógrafos y antropólogos
de sociedades aborígenes en países alejados del África o Brasil; por
comparar el desarrollo biológico del hombre con el del reino animal; por
hablar de “altas” y “bajas” culturas o, quizá también, por coincidir con otros
de su generación que las condiciones existentes entre tribus “no avanzadas”
de su tiempo eran análogas a las de las viejas (y desaparecidas) tribus
primitivas– han sido olvidados por los estudiosos de la sociología
norteamericana.
36
William I. Thomas, “The Psychology of Modesty and Clothing”, American Journal of Sociology 5
(1899): 246-262, en esp. 246.
37
A. C. Haddon, “The Ethnography of the Western Tribe of Torres Straits”, citado en William I. Thomas,
“The Psychology of Modesty and Clothing”, 252, en pie de página.
13
lecturas, esta vez del antropólogo James Bonwick, autor of Daily Life and
Origin of the Tasmanians: “En repetidas ocasiones me ha divertido observar
a los autóctonos australianos preparar su aproximación a las viviendas de la
civilización ciñéndose sus cobijas más decentemente y poniéndose sus
andrajosos pantalones o enaguas”. 38
Esta observación era novedosa a finales del siglo XIX, es cierto, pero
no fue la única que Goffman encontró. Jean Paul Sartre fue otro autor que
hizo un señalamiento parecido: los meseros en un restaurante se
comportaban de manera distinta de acuerdo al lugar en que se encontraban:
de forma relajada en la cocina, donde podían quitarse los zapatos o hurgar
en sus narices, o de manera estudiada, con todos los ademanes apropiados a
un mesero que sabe comportarse ante sus comensales. Sartre tildó esta
conducta de mauvaise foi o mala fe, mientras que a Goffman sirvió otros
propósitos: el constatar que los individuos se conducen según el lugar en el
que se encuentren, y de acuerdo a las personas que tengan enfrente.
14
sentimiento de sugestión que “no sólo un objeto o situación puede producir
cierto estado de sentimiento, sino una voz, un olor, un color, o cualquier
señal característica de un objeto puede producir el efecto que el objeto
mismo”. 41
De esta manera, nos dice Thomas, por medio de diversos artefactos “se
resaltan los rasgos más característicos de la mujer: el busto y la pelvis”. 44
Con esto Thomas se refiere a artilugios tales como cordones para cerrar o
ajustar el corpiño, el relleno que se utiliza en diversas partes del vestido, las
mangas hinchadas, los corsés, los refajos, las crinolinas, y otros artefactos
más por el estilo. En este caso podemos encontrar lo que Thomas llama
“señales características de la personalidad”, mismos a los que adscribimos
cierto valor emocional. ¿No se parecen estas “señales características de
personalidad” a lo que Goffman llamó “símbolos de status de clase”? Y,
dado que como Thomas asevera no sólo un objeto puede producir cierta
reacción, sino también una voz, un olor, un color, o cualquier “señal
característica de un objeto” puede producir el mismo efecto que el objeto
mismo, ¿que se trate aquí de nuevo de un equivalente a los símbolos de
status de clase goffmanianos? Yo digo que sí y con esto no quiero restarle
valor alguno a las contribuciones de Goffman a la sociología
norteamericana, sino traer a colación una verdad de Perogrullo: debemos
volver a los clásicos, si lo que queremos es contribuir al avance del
conocimiento sociológico.
41
Ibid.
42
Véase Georg Simmel, “Fashion”, American Journal of Sociology 62, 6 (1957): 541-558.
43
William I. Thomas, “The Psychology of Race-Prejudice”, 597.
44
Ibid.
15
de la Fulbright Commission: que el senador de Arkansas que ideó el sistema
de becas que yo aprovechaba, había estudiado en Oxford y cuando
conferenciaba ante el Congreso estadounidense, lo hacía remarcando su
acento de Oxford, mientras que cuando se dirigía al estado de Arkansas,
para hablar con sus votantes, iba paulatinamente cambiando de acento en el
trayecto, hasta hablar el más puro arkansiano al momento de llegar al estado
que representaba. 45 ¿Quién puede negar que hablar ante el Congreso con un
acento oxfordiano como lo hacía el senador J. William Fulbright no
constituye utilizar para su provecho un símbolo de status?
Es probable también que la raza haya sido criada hacia un tipo en el cual los
rasgos sexuales secundarios son prominentes por la preferencia de hombres por
mujeres que poseen de manera extraordinaria estos “puntos de belleza”. De la
misma manera que con el ganado, se mejora al seleccionar para la reproducción
aquellas marcas de la variedad que ya se han convertido tan prominentes y
características como para interesar al criador. Siguiendo la misma ley de atención
45
Guardando evidentemente las proporciones, hace unos años, en Hermosillo, me regodeó escuchar a una
ex colega andaluza quien, en el transcurso del trato normal hablaba casi como sonorense. Las contadas
ocasiones que llegó a presentarse en público, sin embargo (y consciente de lo que esto significaba, en
términos de status) hablaba recalcando su acento sevillano: con tan mala suerte para ella que, carente de
una buena ortografía, cambiaba las eses por las ces y las zetas. Era entonces cuando sus intentos por
impresionar a la buena sociedad hermosillense, se derrumbaban.
46
William I. Thomas, “The Psychology of Race-Prejudice”, 605. La postura de Thomas frente a la moda
contradice la de Simmel que, ese año de 1904, publicó su ensayo sobre el mismo tema en el International
Quarterly. “La moda”, afirma Simmel en el resumen de su artículo, reimpreso en el American Journal of
Sociology años más tarde, “no existe en sociedades tribales o sin clase. [La moda] caracteriza a la mujer y
a la clase media, cuya libertad social incrementada es correspondida por una subyugación individual
intensa”. Véase Georg Simmel, “Fashion”, American Journal of Sociology 62 (1957): 541-558, en esp.
541.
16
e interés, diferentes razas humanas buscan volver más prominentes las marcas
raciales características. 47
47
William I. Thomas, “The Psychology of Race-Prejudice”, 605. Aunque puede resultar chocante leer
estas palabras por parte de Thomas, podemos pensar en un equivalente funcional contemporáneo, a saber,
la cirugía plástica, que se utiliza para acentuar en las personas ciertos rasgos (una nariz respingada, por
ejemplo), y desaparecer otros (“patas de gallo” alrededor de los ojos). Y tal como me lo recuerda el
sociólogo Felipe Mora Arellano, en algunas tribus aborígenes africanas se practicaba (y se practica) cierto
tipo de cirugía, al insertar en sus labios discos de diversas dimensiones, al realizar cortes en las orejas o
trepanaciones.
48
William I. Thomas, “The Psychology of Race-Prejudice”, 607.
49
En este caso Darwin cita a Burton, y Thomas a Darwin. Véase William I. Thomas, “The Psychology of
Race-Prejudice”, 607.
50
Charles H. Cooley, “The Social Self–the Meaning of ‘I’”, en Charles Horton Cooley on Self and Social
Organization, compilado por Hans-Joachim Schubert, 155-175 (Chicago y Londres: The University of
Chicago Press, 1998), 155.
17
fases del desarrollo del self: (1) “el sentido de apropiación”, (2) el “self
social”, y (3) el “looking-glass self” o “self-espejo”. El sentido de
apropiación, para él, era “la expresión de una espontaneidad y actividad
manifestadas biológicamente”; el del self social incorporaba la actitud de
otros, y el del self-espejo no buscaba describir “ni un ‘self sobresocializado’
ni un ‘self libre de estorbos’”, y más bien representaba “una imagen del self
abierta pero distinta, formada a través de la interacción y la comunicación
con otros”. 51 Para Cooley el desarrollo del self resultaba de “un proceso de
interacción” entre el self y el mundo circundante”. 52
51
Véase la introducción de Hans-Joachim Schubert (comp.), Charles Horton Cooley, 2 y 22.
52
Ibid., 23.
53
Ibid., 12.
54
Ibid.
55
Palabras citadas en Charles H. Cooley, “The Social Self–the Meaning of ‘I’”, 156, en pie de página. La
palabra “puede” aparece en cursivas en el original.
56
Palabras citadas en Charles H. Cooley, “The Social Self–the Meaning of ‘I’”, 156, en pie de página. Las
palabras en cursivas aparecen así en el original.
18
Según Cooley, la emoción o sentimiento del self que podía ser
interpretado como “instintivo”, evolucionó con su función de “estimular y
unificar las actividades especiales del individuo”, y el “yo” (“I”, en inglés)
significaba autosentimiento mas no “su cuerpo, ropas, tesoros, ambiciones,
honores y demás, con lo que este sentimiento podía estar conectado”. Ya
que el “yo” lo experimentamos como sentimiento, no podemos describirlo o
definirlo “sin sugerir ese sentimiento”. Y respecto al self Cooley nos dice:
“no puede haber una prueba final del self excepto la forma en que sentimos;
[el self] es aquello hacia lo que tenemos la actitud ‘mi’ [‘my’, en inglés]”.
Todo lo que necesitamos hacer para que el sentimiento del self aparezca es
imaginar algún ataque sobre el “mi”, que pueden ser cosas como el que se
ridiculice la vestimenta de uno o alguien trate de arrebatarle sus
propiedades o su hijo: “ciertamente, [el individuo] necesita solamente
pronunciar, con un énfasis fuerte una de las palabras self como ‘yo’ o ‘mi’ y
el sentimiento del self será recordado por asociación”. 57
19
personas a su alrededor, de manera tal que “su círculo de poder y de
sentimiento del self se expande sin interrupción a los objetos más complejos
de la ambición madura”. 61 Esto mismo podía observarse en el sentimiento
del “regodeo” (o “gloating” en inglés) de edades más avanzadas. Si un niño
de más años decidía construir un barco y lo lograba, su interés crecía y se
regodeaba con sus triunfos. Tanto así que estaría dispuesto a llamar a otros
para que elogiaran su esfuerzo y así sentirse eufórico (o resentido y
humillado si quienes vieran el barco criticaban la forma en que el niño lo
había armado).
Una bebé de seis meses tratará de la manera más evidente y deliberada de atraer
la atención hacia sí, de poner en movimiento, mediante sus acciones, algunas de
las acciones de otras personas que ella se ha apropiado. Ella ha saboreado el
placer de ser una causa, de ejercer poder social, y desea más de esto. Ella tirará
de la falda de su madre, se retorcerá, gorjeará, estirará sus brazos, etc., en alerta
de que ocurra el efecto deseado. 63
61
Charles H. Cooley, “The Social Self–the Meaning of ‘I’”, 160.
62
Ibid., 171.
63
Ibid.
64
Ibid., 172.
65
Ibid., 172-173.
20
la niña de pocos años podrían ser dos actoras más dentro del escenario de
Goffman.
66
Read Bain, “Cooley, a Great Teacher”, Social Forces 9 (1930): 160-164, en esp. 161.
67
Charles H. Cooley, “The Social Self–the Meaning of ‘I’”, 161.
68
Ibid., 162.
21
Una idea del self de esta clase parece tener tres tipos de elementos principales: la
imaginación de nuestra apariencia a otra persona; la imaginación de su juicio
sobre esta apariencia; y cierto tipo de sentimiento del self, tal como el orgullo o
la vergüenza. 69
*****
IV
22
sociedad. Este artículo, derivado de una versión que el joven canadiense
presentó de manera verbal en 1949, ante la reunión anual de la University of
Chicago Society for Social Research, es una excelente introducción a lo que
muchos –con o sin razón– llaman el interaccionismo simbólico.
73
Yves Winkin, Irving Goffman. Los momentos y sus hombres (Barcelona: Ediciones Paidós, 1991), 39.
74
Ibid., 48.
75
Ibid., 65.
76
Ibid.
23
Otro tanto sucede entre quienes pretenden arrojar una imagen de
“intelectual” sobre sus personas. Se rodearán estos individuos de símbolos
de status: cierto tipo de gafas; un estilo particular (y refinado) de recorte en
el bigote; un portafolio donde cargar libros, una laptop y cuadernos de
notas, y cierto tipo de zapatos –jamás zapatos tenis o huaraches–. Poseerán
además varios títulos de postgrado y dominarán a la perfección al menos
una lengua extranjera. Todo esto les permitiría conformar un conjunto que
debería impresionar a primera vista a los no inciados. Pero... ¿qué pasaría si
se descubriera que las gafas no son para corregir una vista cansada por la
lectura sino para proteger los ojos de un sol como el guaymense (o peor
aún, para esconder la mirada a propios y extraños); que dentro del
portafolio, en vez de libros o una laptop se cargan remedios de médico de
pueblo; si se viera que la nuca del individuo que porta un bigote refinado se
extiende, por debajo del cuello de su camisa, la melena de un bracero; que
al menos uno de sus títulos (de cualesquier universidad nacional o
extranjera) fue adquirido con pocos esfuerzos pero con buenos pagos en
riguroso contado, y que no manejan ni una sola lengua extranjera?
Absolutamente nada. Goffman es muy claro al respecto: “en términos
generales [...] los símbolos de clase no sirven tanto para representar o
falsear la posición del individuo, sino más bien para encauzar la opinión de
otras personas, sobre éste”. Si nos sentimos pillados por el otro puede ser
por su manejo relativamente hábil de los símbolos de status; pero a nosotros
se debe el habernos equivocado respecto a su persona y el haberle dado
acceso a un círculo cerrado.
24
y las que considera son prometedoras aportaciones en el quehacer
investigativo de la salud.
Sobre esta base, Mora analiza e interpreta lo que debió ocurrir antes y
después de la situación interactiva –el fatídico baile, lugar de encuentro de
los actores– y nos informa sobre el contexto sociocultural en el que
25
actuaron los agentes y de las cuales depende, según el propio Goffman, el
sentido de la acción. Mora reconstruye también sus intenciones subjetivas y
hace presente una diversidad de objetos y de relaciones sociales del pasado
recordado o reconstruido que espacial, temporal y socialmente se hallan
ausentes del aquí y del ahora. Como buen analista, escudriña cada estrofa
del corrido para destacar las interacciones, las emociones y el contexto de lo
narrado, a la luz del interaccionismo simbólico. Insatisfecho con lo anterior,
también recurre al individualismo metodológico y a algunos conceptos de la
elección racional.
26