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Adornadas - Nancy DeMoss
Adornadas - Nancy DeMoss
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Portada
Dedicatoria
Elogios
Cita
1. Una mujer adornada y que adorna pag. 3
PARTE UNO. Una mujer bajo Dios
2. La doctrina, tú y Tito 2 pag. 20
3. No pierdas la esperanza en esta carrera de modelaje Envejeciendo
hermosamente, a cualquier edad pag. 37
4. Crece y discipula a otras Enseñando y aprendiendo: De una vida a otra pag. 53
5. Un avivamiento de reverencia pag. 72
PARTE DOS. Una mujer bajo control
6. No me digas pag. 88
7. En libertad pag. 108
8. Un estado mental “sófron” pag. 132
9. Apasionadas por la pureza pag. 153
PARTE TRES. Una mujer bajo su techo
10. Una probadita del cielo pag. 173
11. Necesito ayuda para amar a ese hombre pag. 197
12. Una bendición inesperada pag. 220
13. Dadoras de vida en entrenamiento pag. 242
14. Instrumentos de gracia pag. 263
Epílogo. Una mujer rebosante de alegría pag. 282
Notas
Un sincero agradecimiento
Créditos
Libros de Nancy DeMoss publicados por Portavoz
Editorial Portavoz
1
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.
que en señen a las m ujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
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CAPÍTULO 1
De mujer a mujer
De regreso a la habitación de la novia, momentos antes que la ceremonia
diera inicio, mientras Robert y yo y algunos otros atendíamos detalles de
última hora, alguien entró para avisarme que una de nuestras invitadas había
pedido orar conmigo antes de la boda.
Vonette Bright, una querida amiga de toda la vida, era como una segunda
madre para mí. Una anciana de ochenta y nueve años, y viuda hacía bastante
tiempo, había estado batallando contra la leucemia y acababa de enterarse de
que solo le quedaban unos meses de vida. Pero había esperado ansiosamente
estar en mi boda, aunque fuese lo último que hiciera, y lo logró. (Aconteció
que se iría con el Señor tan solo seis semanas después).
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Yo estaba ansiosa de ver a esta amada amiga, así que la invitamos a unirse
a nosotros por algunos instantes. La cuidadora de Vonette empujó
suavemente su silla de ruedas dentro de la habitación. Elegantemente vestida
en un rojo brillante, Vonette volteó su rostro radiante hacia nosotros.
Rodeamos su silla de ruedas en un círculo mientras las cámaras disparaban
flashes y el video rodaba y esta venerable mujer de Dios nos guiaba en
oración para bendecir nuestro matrimonio.
Cuando terminó de orar, Vonette se dirigió a mí y susurró: “Esperaba poder
hablar contigo a solas”. En respuesta, rápidamente les pedí a todos que
abandonaran la habitación. Luego ella me miró y me habló tierna, pero
francamente: “Cielo, soy una madre… y me gustaría saber: ¿hay algo que
quisieras preguntarle a una madre antes de casarte?”.
Ninguna cámara tomó registro del dulce intercambio que tuvo lugar en los
instantes siguientes, pero aquella escena y nuestra conversación quedarán por
siempre grabadas en mi corazón.
Una mujer en el invierno de su vida le daba ánimo y recomendaciones a
una mujer que estaba en una estación más temprana de su vida, ansiosa por
cosechar todo lo que pudiera.
Una esposa experimentada —que había disfrutado un matrimonio lleno de
vida y amor durante cincuenta y cuatro años— estaba enseñando a una
novata cómo darle importancia a Cristo en su propio matrimonio.
Dos mujeres, una anciana y otra más joven, estaban viviendo la belleza del
evangelio… juntas.
De mujer a mujer.
Esta imagen me trae a la mente otro par de mujeres. Me imagino a la
anciana Elisabet que, después de décadas de infertilidad y anhelos no
concedidos, esperaba un hijo de manera sobrenatural… y le abría su corazón
y su hogar a María de Nazaret… para impartir fe y sabiduría a la virgen
adolescente, en cuyo vientre crecía milagrosamente un bebé que un día sería
nuestro Salvador.
Poquísimo se registra de su conversación, pero lo que se ha preservado
para nosotros habla de la belleza del evangelio manifestada en la vida de
mujeres que caminaban en compañía la una de la otra. Mujeres cuyas vidas
estaban adornadas por la presencia de Cristo y que adornaban el evangelio y
lo hacían creíble para la próxima generación a través de su humilde y gozosa
obediencia.
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Después que Vonette me transmitiera lo que había en su corazón, tomó mis
manos entre las suyas y una vez más oró y alabó a nuestro Padre por la boda
que estaba a punto de celebrarse e imploró Su bendición y favor sobre el
matrimonio que habría de formarse. Casi se podía escuchar al cielo susurrar
amén.
Esa pequeña y sencilla habitación desordenada, en medio de utensilios de
cabello y maquillaje, un surtido de artículos de vestir, joyería y más cosas,
fue transformada al unir nuestros corazones por medio del Espíritu de Dios
en un lugar de belleza, un templo adornado por y para el Cristo vivo.
La hermosura de Cristo
Mientras esta Elisabet del tiempo moderno y yo salíamos de ese lugar santo,
podíamos escuchar el compás del preludio que fluía del santuario cercano.
Majestuoso.
Puesto que no nos queríamos perder ni un momento de la celebración,
Robert y yo nos dirigimos a una habitación aparte, contigua a la galería,
desde donde podíamos ver y escuchar el preludio y la primera parte del
servicio de adoración hasta que fuera el momento cuando comenzara la
marcha nupcial.
El santuario con su diseño colonial era una fiesta visual. Los altos y
resplandecientes tubos del órgano cubrían la pared del antealtar. Estandartes
dorados proclamaban: “Digno es el Cordero” y “A Él la gloria”. Numerosos
arreglos de rosas rojas y calas adornaban la plataforma, junto a ramilletes de
rosas y lazos al final de los bancos. Candelas en elegantes pedestales dorados
y plateados. Finísimo.
Y, en el centro de todo, desplegaba prominentemente sobre la plataforma
una rústica cruz de tres metros y medio que hacía todo el escenario aún más
impresionante.
Porque… ¿no fue en el Calvario donde nuestro Salvador cargó sobre Sí
mismo los harapos de nuestro pecado y nuestra vergüenza y nos adornó al
intercambiar nuestros harapos por Su justicia? ¿No es la cruz la única fuente
de toda belleza eterna que anhelamos experimentar u ofrecer a otras almas
que carecen de amor y hermosura?
Jesús, tu sangre y justicia
mi belleza son, mi vestido glorioso.[1]
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Al principio de la ceremonia, diez niñas pequeñas, a cuyas familias
conozco y amo hace años, caminaron hacia el altar haciendo sonar pequeñas
campanas. Vestían encantadores vestidos —unos rojos, otros blancos— con
medias y zapatos elegantes, y sus cabellos peinados con adorables rizos.
Una foto de las diez niñas alrededor de la novia, todas en los escalones al
frente de la iglesia, llenó mis ojos de lágrimas la primera vez que la vi. En
estas preciosas niñas bellamente vestidas, vi diez jóvenes mujeres de Dios en
formación.
Me encanta la idea de inspirar a esas niñas con una perspectiva de lo que
significa ser una novia que ha experimentado el amor y la gracia de Cristo y
que irradia Su belleza a otros. Oro porque crezcan y sus corazones estén
adornados por la gracia y que sus vidas adornen el evangelio de Cristo para
su generación.
Niñas adornadas. Invitados adornados. Un santuario adornado. Una novia
adornada.
La intención de todo era cumplir la visión que Robert y yo teníamos para
nuestra boda desde el día que anunciamos nuestro compromiso:
concretamente, exhibir la hermosura de Cristo.
O, como el apóstol Pablo lo expresó en el segundo capítulo del libro de
Tito, para “adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador” (v. 10).
Amor y belleza
A las mujeres nos gusta la belleza. Disfrutamos el proceso de adornarnos y
adornar nuestro ambiente.
Comprar ropa, maquillaje o joyería que nos ayude a lucir lo mejor posible.
Escoger pintura y ornamentos que hagan de nuestro hogar un ambiente más
acogedor, cómodo o contemporáneo.
Aderezar esmeradamente la comida que ponemos sobre la mesa.
Vestir a nuestros pequeños con bonitos conjuntos.
Añadir esos toques especiales que hacen a nuestra ambientación, nuestras
relaciones o nuestras actividades un poco más atractivas, personales y
divertidas.
Hay justamente algo acerca de orquestar y crear belleza, que es sumamente
satisfactorio.
Y sentirse hermosas… ese es un profundo anhelo del corazón de muchas
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mujeres, que ha originado y dado inicio a incontables industrias.
Yo nunca me consideré particularmente hermosa en el sentido físico. No es
que piense que no soy atractiva o que hay algo malo con la belleza física. Es
solo que no me he enfocado mucho en ello. Consciente de la naturaleza fugaz
y engañosa de la belleza externa, he tratado de concentrarme en cultivar el
tipo de belleza que no puede fotografiarse (o editarse en Photoshop): la
belleza del carácter y el corazón.
Sin embargo, todavía puedo recordar cómo palpitó mi corazón la primera
vez que Robert me dijo que yo era hermosa.
Crecí en un hogar afectivo con un padre que me adoraba. He disfrutado la
bendición de tener varios hombres buenos y amables en mi vida. Si mi
memoria no me falla, previo a ese momento, no puedo recordar haber
escuchado a un hombre decirme: “Eres hermosa”.
Robert seguía diciéndome que yo era hermosa. Parecía que hablaba en
serio. Gradualmente, comencé a creer que él de veras me veía de esa forma;
aun cuando acababa de hacer ejercicio en el gimnasio o los días cuando no
había tenido tiempo de maquillarme o arreglar mi cabello. Mientras nuestro
cortejo progresaba, le dije a una amiga: “Creo que no hay nada que pueda
hacer para que me ame menos o piense que soy menos hermosa”.
Pero también noté que estaba ocurriendo algo aún más significativo.
Mientras el persistente y tierno amor de este hombre se enraizaba en mi
corazón, su efecto en mí era enternecedor y embellecedor. De hecho, para mi
asombro, la gente comenzó a comentar acerca de mi nuevo “resplandor”. Una
y otra vez, el día de mi boda, mis amigas me decían: “Estás hermosísima”.
Nuestro llamado como
Sus seguidoras es hacer
que Su amor y Su
verdad sean visibles y
creíbles —y hermosos—
a los escépticos que
nos observan.
No digo esto para centrar la atención en mí misma, sino para hacer notar
que, cuando el amor de otro nos adorna, desarrollamos mayor capacidad de
reflejar el amor y la belleza a otros.
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Verás, Dios nos ha colocado aquí en la tierra como embajadoras del
evangelio de Cristo. Y nuestro llamado como Sus seguidoras es hacer que Su
amor y Su verdad sean visibles y creíbles —y hermosos— a los escépticos
que nos observan.
Porque lo ven en nosotras. Porque ven cómo nos transforma.
Su amor nos hace hermosas. Nos adorna.
Y, a través de nosotras, adorna Su evangelio.
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También necesito mujeres jóvenes en mi vida, incluso niñas tan pequeñas
como aquellas dulces futuras mujeres que participaron de mi boda. Ellas me
ayudan a no volverme intolerante y deleznable, y me transmiten mucho gozo
y esperanza.
Y necesito mujeres de mi propia etapa de la vida, como el pequeño grupo
de “hermanas” del cual soy parte, con quienes nos comunicamos
periódicamente por teléfono o nos reunimos en persona, para darnos ánimo,
rendirnos cuentas y orar unas por otras. Atesoro la compañía y la influencia
de estas mujeres en mi vida.
Mujeres mayores, mujeres más jóvenes, mujeres de la misma edad; todas
nos necesitamos mutuamente si queremos adornar el evangelio y mostrar su
belleza en nuestra vida. Y esa realidad nos lleva otra vez a Tito 2 y el tema
central de este libro. Porque este importante pasaje nos ofrece un manual
básico de cómo y por qué todo esto funciona. Nos presenta una imagen de
sabiduría generacional que fluye hacia corazones inexpertos, de donde puede
regresar en un proceso continuo de cuidado y consejo piadoso.
De mujer a mujer.
Día tras día.
De una vida a otra.
Este es el buen y maravilloso plan de Dios. El modelo bíblico de ancianas
que viven el evangelio y enseñan a las mujeres jóvenes a hacer lo mismo, de
mujeres jóvenes que reconocen el valor de las ancianas en sus vidas —de
mujeres que juntas adornan el evangelio— es vital para que todas crezcamos
sanas. Vivir como mujeres de Tito 2 nos permite cumplir el propósito para el
cual fuimos creadas. Ayuda a nuestras familias e iglesias a florecer y a la
belleza del evangelio a resplandecer en este mundo.
Juntas en la carrera
Muchas veces hemos escuchado la comparación de la vida con un maratón, y
la perseverancia como la característica distintiva. Y, ciertamente, la carrera
de la vida demanda perseverancia a lo largo del camino.
Pero la vida es mucho más que perseverar en el camino, apretar los dientes
y resistir. Además, estamos destinadas a crecer, prosperar y celebrar.
Tenemos que disfrutar la belleza; la belleza impresionante y enriquecedora
que exalta a Dios.
Estamos destinadas a experimentar la fortaleza y el estímulo que fluyen al
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transitar la vida juntas, al ayudarnos a vivir adornadas por el evangelio y, a la
vez, al adornar el evangelio a la vista del mundo.
Así que me gusta imaginar que somos mujeres cristianas, que participan de
una carrera diferente. No somos solo competidoras que avanzan con
dificultad para llegar a una meta distante. En cambio, somos un equipo.
Corremos juntas.
Piensa en esto como en una carrera de relevos, donde nos pasamos el
bastón una a la otra, cada una participa del proceso mientras damos y
recibimos y avanzamos hacia nuestro destino. Es trabajo en equipo, no solo
desempeño personal lo que cuenta.
O piensa en esto como una de esas carreras de caridad donde todas
avanzamos en grupo, nos ayudamos unas a las otras, aunamos fuerzas por
una causa que amamos. Sabemos que nuestros esfuerzos individuales
cuentan, pero no depende totalmente de nosotros lograrlo y, la carrera en sí,
no solo llegar a la meta, tiene significado.
Cuando ancianas y mujeres
jóvenes se apoyan unas a otras
a vivir el amor transformador
de Dios, todo el cuerpo de
Cristo se embellece más.
Imagínate un vasto campo de atletas —unas mayores, otras jóvenes, unas
más maduras, otras menos experimentadas— y a ti y a mí junto a ellas. Todas
necesitamos nuestra propia relación personal con Dios y Su Palabra, por
supuesto, pero no corremos solas. Dios pretende que nuestras vidas se
intersecten con las de otras, para llevarnos a cada una adelante bajo el fuerte,
victorioso y bello estandarte de Cristo.
Ahora bien, si todo esto parece un tanto filosófico y esotérico, te aseguro
que las implicaciones prácticas pronto serán evidentes. Y son enormes,
porque este maratón, esta carrera de relevos, esta carrera por una causa pasa
justo por la sala de estar de tu casa. El bastón pasa directamente por tu cocina
entre medio de conversaciones y encuentros que parecen insignificantes.
Esto es para ti y para mí… mujeres reales que vivimos una vida diaria real.
Y, cuando funciona, créeme que funciona. Cuando las ancianas deciden
invertir su vida en la vida de mujeres jóvenes, la bendición se siente en
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familias e iglesias enteras. Cuando madres jóvenes y mujeres solteras
ensanchan sus grupos íntimos para incluir mujeres que ya han corrido unas
cuantas vueltas más y han vivido para contarlo, ambos lados de la relación se
fortalecen y crecen. Cuando ancianas y mujeres jóvenes se apoyan unas a
otras a vivir el amor transformador de Dios, todo el cuerpo de Cristo —la
novia de Cristo— se embellece más.
Así que si eres una anciana (y dispuesta a admitirlo… como yo), el
mensaje de este libro es para ti.
Y si eres una mujer joven (como yo todavía lo soy para algunas), el
mensaje de este libro también es para ti. Es para todas nosotras, porque cada
una de nosotras es una anciana para algunas y una mujer joven para otras. Y
cada una de nosotras, de diferentes maneras y en diferentes etapas de la vida,
puede estar en ambos lados, tanto en el de dar como en el de recibir en este
proceso de una vida a otra.
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aquí en la tierra.
Mi respuesta a mi joven amiga captura la esencia de este libro, así como
también mi deseo de que cualquiera que sea tu etapa en la vida podamos
comenzar este viaje juntas:
Yo tenía casi la edad que tú tienes ahora cuando sucedió parte de lo que
describes. En ese entonces no tenía idea de que esas simples cosas
pudieran influenciar la vida de muchachas como tú. Yo solo quería darte
amor y aliento. Y Dios, en su gracia, hizo que esas semillas echaran raíz
y produjeran un dulce fruto.
Ahora Dios te ha dado una preciosa hija a quien discipular y, sin duda,
ha puesto a otras en tu esfera de influencia. Oro porque tu vida sea una
fragancia de Cristo para ellas y que un día tengas el gozo de recibir una
nota que te bendiga tanto como tu nota me ha bendecido a mí.
Con amor,
Nancy.
Y así la carrera continúa. Cada una de nosotras apoya a otras y las anima
a seguir adelante. Una generación que le pasa el bastón a la siguiente, que
preserva e inspira la piedad y el testimonio del evangelio. Y, en el proceso, la
belleza de Cristo brilla y Su reino avanza en este mundo.
Este es un gozo que tú puedes experimentar. No se trata de tener una gran
plataforma o un rol de enseñanza oficial (aunque Dios puede encomendarte
una o ambas cosas). Más que eso, se trata de vivir la vida para la cual Él te ha
creado y te ha llamado, allí mismo donde te encuentras.
Ancianas que dan ejemplo de santidad, obediencia y amor, e invierten su
vida intencionalmente en la vida de mujeres jóvenes.
Mujeres jóvenes que buscan y reciben con humildad y gratitud las
bendiciones destinadas a ellas de parte de mujeres experimentadas, solo para
pasar ese tesoro a otras.
Mujeres de todas las edades, que son más hermosas a medida que el
evangelio de Cristo adorna nuestras vidas.
Adornamos el evangelio con nuestra manera de vivir.
Y hacemos todo juntas, paso a paso… como Tito 2 enseña.
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Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Puedes pensar en dos o tres mujeres jóvenes a quienes podrías
transmitir tu vida y experiencia, como Vonette Bright lo hizo
conmigo? ¿Quiénes son? ¿Cómo podrías acercarte a ellas?
2. Las ancianas son llamadas a pasar el bastón a las mujeres jóvenes.
¿Qué has aprendido o experimentado que te gustaría pasar a la
siguiente generación?
Mujeres jóvenes
1. ¿Te sientes inspirada, por la nota que recibí de mi joven amiga, a
enviar una nota parecida a una madre espiritual de tu vida? Si es así,
¿por qué cosas específicas puedes expresarle gratitud?
2. Nombra una anciana que te transmite sabiduría, visión y fe como lo
hizo Vonette Bright conmigo. Si actualmente no tienes a nadie así,
pídele al Señor que te muestre una mujer a la que puedas acercarte
para recibir de ella.
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Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.
que en señen a las m ujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
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CAPÍTULO 2
La doctrina, tú y Tito 2
El “qué” y el “ahora qué”
No te conformes con una teología débil. Es indigna de ti. Dios es demasiado grande. Cristo es
demasiado glorioso.
JOHN PIPER
Creencia y comportamiento
Entonces, ¿cuál es tu primera reacción ante la palabra doctrina? ¿Parece
tediosa? ¿Aburrida? ¿Divisiva o antipática? Tal vez te sientes igual a un
hombre que una vez le dijo a una de mis amigas: “En nuestra iglesia no
predicamos doctrina; solo amamos a Jesús”.
Pero la verdad es que cada una de nosotras y cada situación que
encontramos en la vida están promovidas por algún tipo de doctrina. Es el
fundamento sobre el cual construimos nuestra vida.
Puede que tus hijos vayan a escuelas públicas; supuestamente, zonas libres
de religión. Pero no pienses, ni por un minuto, que no se enseña doctrina en
las escuelas primarias y secundarias y en las universidades. Toda asignatura
que se enseña en cada escuela está fundamentada sobre algún tipo de marco
doctrinal.
Los programas de entrevistas vespertinos tienen una doctrina. Los dramas y
las novelas de la noche tienen una doctrina. Los libros de la lista de éxitos de
ventas del New York Times, así como los que están en la vitrina de tu librería
cristiana local, contienen una doctrina. Aun los ateos tienen una doctrina. No
una buena doctrina, sino una doctrina que los guía a ciertas conclusiones y
ciertos valores, que determinan su manera de pensar y de vivir.
Verás, doctrina, simplemente, significa “enseñanza”. Es el contenido de lo
que creemos, la comprensión de la realidad que le da forma a nuestra fe.
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Como el suelo de un jardín, la doctrina aporta el contexto para el crecimiento
del carácter.
El suelo de la doctrina en el cual somos plantadas puede hacernos
hermosas y ayudarnos a mostrar a otros la belleza de Cristo y Su evangelio.
Pero solo si es la doctrina correcta.
Aun aquellas de nosotras, que hemos sido cristianas por mucho tiempo,
podemos ser confundidas por creencias falsas o retorcidas que hemos
escuchado en algún lugar. Si no estamos atentas al suelo donde plantamos y
regamos nuestra mente y nuestro corazón, no podemos esperar recoger una
buena cosecha al final. Mala doctrina, mal fruto. Buena doctrina, buen fruto.
Déjame darte un ejemplo: mi amiga de muchos años, Holly Elliff, es
esposa de pastor y madre de ocho hijos. Tiene un dinámico ministerio para su
familia y otras mujeres. Pero hubo un tiempo, poco antes de cumplir los
treinta años, cuando un caso de mala doctrina empañó su experiencia de una
vida cristiana abundante.
Tiempo atrás, Holly, como muchas mujeres, había adquirido de alguna
manera la creencia de que si ella daba lo mejor de sí para ser una buena mujer
cristiana, si oraba y leía la Biblia fielmente, si amaba a su esposo e hijos y
cumplía con todos los requisitos cristianos correctos, entonces Dios le
regresaría el favor y la libraría de problemas. Dada esta aseveración —esta
doctrina incorrecta acerca de Dios— te puedes imaginar cómo se sacudió el
mundo de Holly cuando los problemas comenzaron a aparecer.
Después de dar a luz a sus primeros dos hijos, tuvo un aborto espontáneo.
Su próximo hijo nació con una lesión congénita que requirió meses de
terapia. En medio de todo esto, su suegro, que había sido un ejemplo piadoso
durante muchos años, fue infiel a su esposa, lo cual derivó en el divorcio de
sus suegros después de un matrimonio de cuarenta y tres años. Luego, su
suegra contrajo la enfermedad de Alzheimer, y Holly —ahora con cuatro
hijos pequeños todavía en casa— se convirtió en su cuidadora principal.
Y, por si eso fuera poco, un grupo influyente comenzó a causar división en
su iglesia y a atacar con críticas a su esposo Bill. Algo así es difícil de
enfrentar cuando tú eres el blanco, pero aún más cuando está dirigido a
alguien que amas.
Los domingos por la mañana, una de las tareas de Holly era atender la
mesa de bienvenida. Este servicio, que siempre había disfrutado, se volvió
incómodo durante ese periodo, cuando había conversaciones contenciosas en
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los pasillos, en los salones de reunión de la iglesia, en las cenas y en llamadas
telefónicas. Y no ayudó en nada que la mujer dulce, que frecuentemente
compartía con Holly las tareas de hospitalidad, estuviera casada con uno de
los más acérrimos críticos de Bill.
Ahora, ponte en el lugar de Holly. Si hubieras estado frente a este conjunto
de circunstancias y tuvieras la perspectiva doctrinal que Holly había
adquirido de joven, que cree que Dios libra a los creyentes obedientes de los
desafíos o las dificultades angustiantes, ¿cuál hubiera sido tu respuesta?
¿Hubiera sido “reverente” en tu comportamiento, “con dominio propio” en tu
apariencia, “amable” en tus comentarios, como Tito 2 te insta a ser?
Como podrás ver, las creencias afectan el comportamiento. La doctrina
importa.
Toda esta experiencia forzó a Holly a examinar lo que realmente creía. La
desafió a construir un fundamento sólido en su vida mediante una mayor
profundización en la Palabra y un mayor conocimiento de Dios. El fruto de
esa resolución, que salió de un periodo difícil de su vida, ha sido
extraordinario y hermoso.
Así que, el punto de partida —el fundamento— para convertirse en una
mujer de Tito 2 es exactamente el primer llamado de Pablo a vivir “de
acuerdo con la sana doctrina”.
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Esta falsa enseñanza no es de poca importancia. La palabra traducida como
“trastornan” significa “derrocar, anular, destruir”.[1] Ese es el tipo de
agitación que la doctrina malsana estaba causando en familias cristianas
enteras.
Entonces, ¿qué debían hacer esos cristianos del primer siglo a la luz de una
enseñanza malsana y vida pagana tan dominantes? ¿Y qué debemos hacer en
situaciones similares hoy día? ¿Preocuparnos y desesperarnos? ¿Maldecir las
tinieblas? ¿Darnos por vencidas y esperar que Jesús regrese?
“Pero tú —dijo Pablo al pastor Tito—, habla lo que está de acuerdo con la
sana doctrina” (2:1).
¿Es eso? ¿Enseñar al pueblo de Dios cómo vivir conforme a la verdad?
Así es. Ese es el plan de Dios: que la verdad y la luz triunfen sobre la
decepción y las tinieblas.
La cultura cretense estaba en una necesidad desesperada de creyentes e
iglesias que valoraran la doctrina correcta. Nuestra cultura tiene la misma
necesidad. Porque donde se enseña, se cree y se practica tal doctrina, se
exhibe el evangelio de Cristo; se proclama con poder y se vuelve creíble. Esa
es la razón por la cual Pablo urgía a Tito a designar ancianos y obispos en
cada iglesia para que pudieran “exhortar con sana enseñanza” (v. 9) y cuyo
ejemplo respaldara la enseñanza.
La sana doctrina es
radicalmente
transformacional.
Cuando la vivimos,
cambia todo en
nuestra vida.
La palabra griega traducida “sana” (como en “sana doctrina”) es jugiaíno.
Es un término del cual obtenemos nuestra palabra en español higiene.[2] La
sana doctrina es un medio para mantenernos sanos. Es saludable. Es dadora
de vida. Ayuda a las personas espiritualmente enfermas a sanarse en todos los
aspectos relevantes para la eternidad.
Hoy escuchamos mucho acerca de fuentes de energía limpias y decisiones
para un estilo de vida saludable. Nuestra cultura activista es rápida para
luchar contra el uso excesivo de pesticidas en la industria agrícola o en
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vecindarios infestados de mosquitos. Y todos conocemos personas a quienes
les gusta tener a sus amigos cerca, pero su desinfectante en gel aún más cerca.
Pero muchos que parecen puntillosos a la hora de lavar sus frutas y
vegetales no son tan cuidadosos con el tipo de doctrina que ingieren. Los
contaminantes no parecen molestarles en cuanto a lo que ellos creen.
La doctrina sana y saludable es pura. Es higiénica. Es segura. Está libre del
error venenoso. Como resultado, produce creyentes sanos y saludables. Sus
vidas muestran la influencia que tiene la sana doctrina.
Pero, muy a menudo, muy poca de esa influencia se hace evidente en la
vida de aquellos que dicen llamarse cristianos.
No hace mucho me sorprendieron los resultados de una encuesta que leí. Se
les preguntó a incrédulos, en sus últimos años de adolescencia y adultos
jóvenes, si tenían un amigo personal o conocido que fuera cristiano. Del casi
85% que dijo que sí, solo el 15% indicó que veía algunas diferencias entre el
estilo de vida de sus amigos cristianos y no cristianos.
Y no solo lo notan los estudiantes y los adultos jóvenes. El problema existe
tanto entre las generaciones antiguas como en las nuevas.
No debería ser así. Los creyentes deberían ser notablemente diferentes. Los
creyentes verdaderos serán notablemente —hermosamente— diferentes.
Y la sana doctrina es la causante.
Cómo nos cambia la sana doctrina
La sana doctrina es radicalmente transformacional. Cuando la vivimos,
cambia todo en nuestra vida. Nos aconseja. Nos corrige. Es como un sistema
de dirección a bordo, que dirige y determina nuestro curso. Y, al final,
transforma la cultura a través de nosotras y a nuestro alrededor.
La enseñanza de la sana doctrina era tan fundamental en el pensamiento de
Pablo que, de hecho, incluyó esta frase nueve veces en las tres epístolas del
Nuevo Testamento, que conocemos como “epístolas pastorales” (1 y 2
Timoteo y Tito). Cinco de esas instancias están solamente en Tito.
Sana doctrina.
Importó entonces. Importa ahora. Es el objeto completo de la verdad,
revelada en las Escrituras, que enseña y define nuestra fe. Entre otras cosas
nos dice:
• quiénes somos
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• quién es Dios
• qué significa ser cristiano
• qué es el evangelio
• quién es Jesús
• por qué vino
• por qué murió
• por qué vive otra vez
La sana doctrina nos dice que Dios es soberano sobre todo: sobre el
tiempo, sobre la naturaleza, sobre nuestra vida, sobre cada detalle minúsculo
del universo. Eso significa que, cuando todo en el mundo parece derrapar y
derrumbarse, podemos confiar que “Él tiene todo el mundo en Sus manos”.
La sana doctrina nos dice que existimos para dar la gloria a Dios y que
cada circunstancia que viene a nuestras vidas contribuye a tal fin. Si
pudiésemos tan solo fijar esa verdad en nuestros corazones, nunca
volveríamos a ver nuestras circunstancias de la misma manera.
Esa creencia —esa doctrina— ciertamente nos cambiaría.
La sana doctrina nos dice que el pecado entró al mundo y lo infectó hasta
cada partícula de polvo y el agua subterránea. Nos dice que nuestra tendencia
natural (desde Adán y Eva) es tratar de remediar la situación por nuestros
propios medios, separados de Dios, y escondernos de Él detrás de nuestras
hojas de higuera cosidas a mano con la esperanza de evitar que nos vea y
tener que rendirle cuentas. También nos dice que los conflictos en el hogar, el
trabajo, la familia y el mundo son una evidencia de lo que el pecado nos ha
hecho a nosotras y a otros.
Al saber esto, nuestra única esperanza se encuentra en volvernos a Aquel
que, aunque ciertamente tenía el derecho de desecharnos, decidió introducir
la redención y la reconciliación en nuestro mundo. A la luz de Su verdad,
vemos nuestro pecado y el pecado del mundo como realmente es, y
reconocemos nuestra absoluta dependencia de Él, que es nuestra justicia y
nuestra vida.
Eso, también, nos cambia.
La sana doctrina nos dice que nuestras opiniones personales son
intrascendentes comparadas a las de Dios, que los derechos individuales no
superan a los absolutos eternos, que la verdad no es subjetiva ni relativa, sino
constante en todas las épocas, todos los lugares y todas las personas,
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incluidas nosotras.
Nos dice que las cosas no siempre serán así, que la meta de la vida cristiana
no es la mera supervivencia ni la coexistencia pacífica con una cultura
perdida, sino el triunfo final de Cristo sobre la cultura.
La sana doctrina nos dice que aún como creyentes podemos tener una lucha
contra el pecado que mora en nosotras, contra los apetitos carnales y contra
los deseos egoístas. Nos recuerda que si no permanecemos en Cristo y
permitimos que su Espíritu haga su obra santificadora en nosotras, podemos
hacer obras religiosas, pero no dar fruto espiritual.
Aún más, la sana doctrina nos dice que, cada vez que decimos sí a Jesús y
no a nuestra carne, y permitimos que Su amor y Su poder fluyan a través de
nosotras, nos asemejamos cada vez más al Rey, a cuyo reino celestial
representamos aquí en la tierra.
Nos dice que la cruz es el mensaje de esperanza de Dios al mundo y que las
evidencias primarias de su realidad presente son vidas en quienes Su
misericordia y Su gracia están activamente obrando.
Y todo eso, mi hermana, debería transformarnos por completo.
Doble peligro
Sin sana doctrina, no tenemos anclaje ni un punto de apoyo sólido para
nuestras vidas. Si no estamos cimentadas en la sana doctrina, seremos
fácilmente engañadas y conducidas por mal camino, susceptibles a la falsa
doctrina. No sabremos cómo discernir la verdad del error cuando escuchemos
a un predicador popular o leamos un libro de superventas, que no está
completamente en línea con las Escrituras. Sin la sana doctrina, no podemos
saber cómo vivir de la manera que agrada a Dios.
La doctrina que produce
defensores de la verdad,
que tienen justicia propia
y son críticos, contenciosos
e insensibles, no es
verdaderamente sana;
porque la sana doctrina
no es tan solo verdadera
y correcta, sino también
hermosa y buena.
Por eso, frecuentemente, vemos a creyentes profesantes caer presa de
enseñanzas erróneas y justificar decisiones no bíblicas e inmorales, porque se
han extraviado de la sana doctrina y sus implicaciones en la vida.
Ante todo lo dicho, necesitamos reconocer que es posible sostener
tenazmente la sana doctrina de una manera fría, sin vida y carente del Espíritu
(¿tal vez, farisea?). De hecho, existen dos peligros, que igualmente se deben
evitar cuando se trata de la doctrina.
Hasta ahora, en este capítulo hemos enfatizado el primer problema: el de
una vida sin sana doctrina. Por otro lado, aquellos que valoran y promueven
la sana enseñanza bíblica pueden correr el peligro de tener una doctrina sin
vida.
29
Este fue el problema de Nicodemo cuando por primera vez se acercó a
Jesús. El líder espiritual judío era bien versado en las Escrituras del Antiguo
Testamento. Observaba sus preceptos meticulosamente. Había comprendido
la doctrina. Pero no tenía el Espíritu. No tenía vida. Y, cuando fue a hablar
con Jesús una noche, rápidamente quedó claro que Nicodemo carecía de los
principios básicos de la vida del Espíritu. Esto hizo que Jesús se asombrara y
dijera: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Jn. 3:10).
Nicodemo es un excelente ejemplo del hecho de que es posible saber lo
correcto y hacer lo correcto, y sin embargo no estar en lo correcto.
Aún más, la doctrina que produce defensores de la verdad, que tienen
justicia propia y son críticos, contenciosos e insensibles, no está de acuerdo
con el corazón y el carácter de Dios. No es verdaderamente sana; porque la
sana doctrina no es tan solo verdadera y correcta, sino también hermosa y
buena.
¿Podrían los demás ver eso cuando observan nuestra vida? Podríamos tener
las mejores respuestas a las preguntas más difíciles, pero ¿exhibimos ternura
cuando damos esas respuestas? Podríamos ser capaces de citar con “capítulo
y versículo” nuestros distintivos doctrinales, pero ¿manifestamos genuino
amor y bondad —el fruto del Espíritu— en nuestra rectitud teológica?
Podríamos ser expertas en la Palabra de Dios, pero ¿es evidente a otros que
nuestro corazón está conmovido por la maravilla de lo que conocemos?
Como Pablo le dijo a Tito, la meta es que “en todo adornemos la doctrina
de Dios nuestro Salvador” (Tit. 2:10). Cuando vivimos Su verdad en el poder
del Espíritu Santo, nuestra vida se vuelve más hermosa. Y esa verdad se
vuelve más convincente e irresistible para quienes nos rodean.
La única diferencia
Cuando Pablo insta a Tito a enseñar lo que está de acuerdo con la sana
doctrina, da a entender que ciertas maneras de vivir no están de acuerdo con
la sana doctrina. A lo largo de todo el libro de Tito, Pablo identifica maneras
en que la vida de los cristianos debería diferir radicalmente de la de los
incrédulos.[3] Veamos algunas de estas distinciones:
• Consecuencia entre creencia y comportamiento. Los incrédulos
“profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan” (1:16),
mientras que se espera que la vida de los verdaderos creyentes sea
30
consecuente con lo que dicen creer.
• Pureza. Pablo describe a los incrédulos como “abominables” y
rebeldes (1:15; 2:14), que se comportan como “malas bestias” (1:12).
En contraste, la doctrina de la santidad de Dios nos llama a ser
“irreprensibles” (1:6-7) en cada área de nuestra vida.
• Dominio propio. Los incrédulos son esclavos de “concupiscencias y
deleites diversos” (3:3) como la glotonería y la pereza (1:7, 12). Pero
los creyentes en Cristo reciben Su poder para tener dominio propio.
• Compostura. Los incrédulos son muchas veces “iracundos” y
“pendencieros” (1:7). Pero los creyentes deben ser “prudentes” y
“no… respondones” (2:5, 9), “que a nadie difamen, que no sean
pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con
todos los hombres” (3:2).
• Relaciones. Pablo describe la actitud de los incrédulos hacia otros
como estar “viviendo en malicia y envidia” (3:3), mientras que las
relaciones de los creyentes deben reflejar “la bondad de Dios nuestro
Salvador” (3:4).
• Veracidad. Pablo describe a los incrédulos como intrigantes
“mentirosos” (1:12) y “engañadores” (1:10). Sin embargo, se refirió al
creyente como aquel que tiene “un conocimiento de la verdad” (1:1) y
una devoción a Dios que “nunca miente” (1:2).
El evangelio de la verdad
He llegado a creer que cada falla y defecto en nuestra vida fluye de alguna
clase de deficiencia doctrinal.
O no nos han enseñado y realmente no conocemos la verdad de Dios, que
nos permite obedecerlo y deleitarnos en Él.
O (peor aún) conocemos la verdad, pero no estamos caminando de acuerdo
con lo que conocemos.
Es uno o lo otro. Porque solo la sana doctrina, aplicada constantemente,
mantendrá nuestro pensamiento y comportamiento en el camino correcto.
La sana doctrina es segura. Es higiénica. Es pura. Y es absolutamente
indispensable para un corazón sano y una vida piadosa.
Nuestro más alto
propósito es engrandecer
a Dios. Hacemos eso
cuando experimentamos,
disfrutamos y reflejamos
la hermosura de Cristo,
y la mostramos a un
mundo que está carente
de verdadera belleza.
Ahora bien, conocer y aceptar la sana doctrina bíblica no “endulza” la
guerra espiritual que enfrentamos ni nos garantiza que nunca fallaremos. Pero
cuando fallamos, nos muestra a dónde ir; nos indica el camino de regreso a la
cruz, nos llama a arrepentirnos y a entregarnos otra vez a Cristo, y nos
32
asegura Su misericordia.
Nuevamente, todo nos lleva de regreso al evangelio. Nuestro propósito en
buscar el carácter, las relaciones y el ministerio de Tito 2 no es solo para ser
mejores esposas, madres o líderes ministeriales, o para tener una mejor
reputación o poder dormir mejor por la noche. Nuestro más alto propósito es
engrandecer a Dios. Hacemos eso cuando experimentamos, disfrutamos y
reflejamos la hermosura de Cristo, y la mostramos a un mundo que está
carente de verdadera belleza.
Puede que estés preocupada —como todas deberíamos estarlo— por la
rápida desintegración moral que nos rodea. Nuestra respuesta reflexiva es
pensar que la solución se encuentra en leyes nuevas y mejores, estructuras y
sistemas nuevos o un reacondicionamiento de las escuelas y los gobiernos. Es
tentador pensar que un presidente distinto, legisladores y jueces diferentes, o
más y mejores programas sociales cambiarían las cosas.
Pero lo que Pablo plantea en Tito es que, primero y principal, necesitamos
discípulos que conozcan y vivan de acuerdo con la sana doctrina. Hombres y
mujeres que estén fundados en las Escrituras y que vivan lo que creen.
Creyentes que sean piadosos, sabios, buenos y amables, que tengan familias y
relaciones amorosas y sanas.
Nuestros mejores argumentos intelectuales en sí solos nunca persuadirán al
mundo entero sobre la existencia de Dios, la singularidad de Cristo, el
camino a la salvación y la justicia moral de una cosmovisión bíblica, y otras
cosas más. El mundo es mucho más propenso a dejarse persuadir cuando ve
el evangelio manifestado en nuestra vida y nuestras relaciones.
Como dijo Heinrich Heine, el filósofo alemán del siglo XIX: “Muéstrenme
su vida redimida y tal vez pueda creer en su Redentor”.[4]
Simplemente, no hay herramienta de evangelismo más poderosa ni medios
más eficaces de producir un cambio social o sistemático, sino cristianos que
creen y demuestran la doctrina y el evangelio de Cristo Jesús.
Cuando mujeres jóvenes
y ancianas aprenden y
viven juntas la Palabra
de Dios, el resultado
es asombrosamente
33
bello. Sumamente
cautivante. Un reflejo
de la imagen de Cristo.
Esa proposición podría parecer ingenua y demasiado simple para muchos.
¿Qué influencia podría ejercer un puñado de seguidores de Cristo
regenerados en una isla de Creta perteneciente a ese vasto y corrupto Impero
romano? ¿Qué influencia podemos ejercer tú y yo si vivimos una vida
piadosa en nuestro mundo impío?
Tú, tu familia y tu iglesia podrían ser pequeñas islas de piedad en un vasto
mar de maldad. Pero no subestimes lo que Dios puede hacer por medio de
esos fortines de gracia y belleza para que el evangelio sea deseable para las
almas perdidas. Así se extiende el Reino de Dios.
Por lo tanto, si eres una mujer joven… ahora prepárate a aprender a buscar,
entender y atesorar la sana doctrina de la Palabra de Dios, porque sabes que
esto formará la persona que hoy eres y la que serás mañana. Asegúrate de
relacionarte con ancianas piadosas, cuyo amor por Cristo y Su Palabra
incremente tu apetito por la sana doctrina y tu entendimiento de la influencia
que tiene en cada área de tu vida.
Y para aquellas de nosotras que somos ancianas, asegúrate de nunca dejar
de lado lo esencial: la Palabra de Dios pura, sin disolución. Seamos epístolas
vivientes de la sana doctrina, tanto en el aprendizaje como en la práctica.
Suficiente hemos tenido con la atracción y la distracción del mundo. Es
tiempo de mostrarles a las generaciones siguientes la belleza de la verdad de
Dios y su suficiencia para los desafíos de nuestro tiempo. Te aseguro que,
cada vez que seas obediente a este llamado, podrás ver que Dios pinta tu vida
con colores del evangelio fuertes y vivos como jamás imaginaste.
La doctrina es el qué.
Su aplicación es el ahora qué.
Y, cuando ambos están juntos, tenemos el fundamento de la verdad firme y
nivelado sobre el cual construir nuestra vida con confianza.
Cuando mujeres jóvenes y ancianas aprenden y viven juntas la Palabra de
Dios, el resultado es asombrosamente bello. Sumamente cautivante. Un
reflejo de la imagen de Cristo.
34
Reflexión personal
Ancianas
1. Si una mujer joven estuviese buscando una mentora sólidamente
fundada en la verdad bíblica y que refleje la belleza de la verdad,
¿pensaría en ti? ¿Por qué sí o por qué no?
2. ¿Qué pasos prácticos podrías tomar a fin de estar mejor preparada
para ser mentora de una mujer más joven? (¡Recuerda que no tienes
que ser perfecta para ser de ayuda!).
3. ¿Cómo podrías animar a una mujer más joven en tu vida a ser más
intencional en cuanto a “plantar y regar” su corazón en el suelo de la
buena doctrina?
Mujeres jóvenes
1. ¿De dónde has “adquirido” las “doctrinas” (enseñanzas) que más han
influido en tu vida? ¿De la televisión/películas, amigas, miembros de
tu familia, mentoras, libros, las Escrituras, la iglesia? ¿Son estas
fuentes sabias y piadosas? ¿Cuál es el fruto de estas enseñanzas en tu
vida?
2. ¿Qué cualidades de una mentora potencial te indicarían que tiene un
firme compromiso con la sana doctrina? ¿Cuáles podrían ser unas
posibles señales de alarma?
3. ¿Qué pasos podrías tomar para profundizar tu entendimiento de la
Palabra de Dios y saturar tu mente, tu corazón y tu vida con la sana
doctrina?
35
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
36
CAPÍTULO 3
38
dio instrucciones a las mujeres y hombres jóvenes.
En general, la cultura occidental ya no piensa de esta manera. Tendemos a
devaluar a las personas cuando envejecen, de la misma manera que tendemos
a depreciar nuestro propio valor a medida que envejecemos, y nos sentimos
infelices con nuestra apariencia, nuestro ritmo más lento y el esfuerzo
requerido para estar más ágiles y en forma. Pero, en realidad, el proceso de
envejecimiento puede ser una oportunidad de madurar y —desde una
perspectiva eterna— ser cada vez más hermosas, no menos. Puede
conducirnos a una mayor productividad y a un vital cambio de rol dentro del
cuerpo de Cristo, que contribuya a la extensión del reino incluso mientras
envejecemos.
Por favor, escúchame. No estoy sugiriendo que sea necesariamente
pecaminoso desilusionarse por los cambios poco atractivos que vemos en el
espejo o tener añoranza por nuestros años más jóvenes y el deseo fugaz de
recuperarlos.
Lo que estoy diciendo es que nuestra experiencia común al envejecer,
como cualquier otra experiencia en la vida, debería definirse por un
paradigma bíblico más que por la perspectiva promovida por el mundo. En
lugar de fijar nuestras expectativas en lo que vemos en los comerciales o
escuchamos en una conversación, o incluso leemos en investigaciones
publicadas en revistas científicas y médicas, estamos llamadas a enmarcar
nuestro presente y nuestro futuro en torno al modelo atemporal para el
envejecimiento que encontramos en las Escrituras.
Sí, estamos envejeciendo, ya sea que “anciana” para ti signifique tener
treinta y cinco, sesenta y cinco o noventa y cinco años.
Y, sí, cada una de estas edades trae nuevos desafíos, algunos más difíciles
que otros.
Pero aun cuando te encuentres en la categoría bíblica de “ancianas” (en
algún punto más allá de los años de crianza de los hijos, tal vez mucho más
allá), tus mejores días como una modelo de piedad vital y dinámica todavía
pueden estar por delante. Cada día de vida que Dios te da es una oportunidad
de seguir creciendo en el carácter de Cristo y de reconocer en estas nuevas
líneas de expresión y arrugas los ingredientes de una mujer de Tito 2.
42
analizarlas.
“Sobrias”
La aplicación más literal que nos viene a la mente cuando escuchamos este
término es estar libre de la influencia embriagante del alcohol. Pero ser
sobrias en un sentido bíblico tiene connotaciones más amplias. Implica no
embriagarse con ninguno de los varios excesos que tenemos disponibles en el
mundo.
Podría ser un apetito glotón por la comida cuando medicamos nuestras
emociones con bocados irreflexivos de nuestros refrigerios favoritos y no
podemos esperar para salir a cenar y darle gusto a nuestro antojo.
Podría ser una fiebre por gastar dinero, aunque lo justifiques como el
derecho de abuela de consentir a tus nietos con juguetes y regalos.
Podría ser el hábito de explorar la Internet negligentemente o de no
perderte la serie de televisión más reciente.
Desde la distancia, podemos ver fácilmente este tipo de actividades (y
otras) como algo extravagantes, derrochadoras, egocéntricas y vanas. Sin
embargo, en un momento tentador, bajo circunstancias que se prestan a
buscar una vía de escape o alivio emocional, cualquiera de nosotras puede
caer en la indulgencia excesiva y el exceso, al ocuparnos en buscar cosas
vanas y efímeras que nunca nos saciarán lo suficiente y que siempre nos
llevarán a buscar más.
Una mujer sobria, por el contrario, ha aprendido la diferencia que satisface
el alma entre los placeres temporales y los placeres eternos. Ella reconoce
que nunca será totalmente inmune al clamor exigente de las necesidades
insatisfechas y a la atracción por los apetitos carnales, ya sean en la forma de
compras extravagantes o juegos de computadora altamente adictivos. Pero la
madurez le ha enseñado lo que realmente importa en la vida.
Y así, a través de un patrón de práctica de la obediencia y entrega al
Espíritu, ella ha experimentado la libertad de decir “no” a las indulgencias
que al final pueden dejarla vencida, desanimada y desmoralizada. Y las
mujeres jóvenes que ansían este tipo de discernimiento y fuerza para sí
mismas encontrarán en ella un ejemplo de templanza y moderación —su
sobriedad— atractivo y digno de imitar.
“Serias”
43
La NVI traduce este término como “respetables”. Es la cualidad de ser
honorable, reverente y debidamente solemne en la vida.
Nuestra vida incluye una abundancia de oportunidades adecuadas para la
diversión y la risa, momentos que se prestan para la alegría. Pero no todos los
momentos son así. De hecho, yo diría que la mayoría de ellos no lo son. La
vida debe tomarse en serio; no con pesimismo, ni con tristeza, no carente de
gozo y algarabía, pero tampoco con ligereza y descuido.
Por eso, Pablo instó a los creyentes a que “andemos como de día,
honestamente” (Ro. 13:13), “redimiendo el tiempo” (Col. 4:5). Somos
llamadas a vivir de una manera digna de los que pertenecen a Dios, que es “el
Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo” (Is.
57:15).
Uno de los beneficios de
envejecer es tener una
conciencia creciente de
la eternidad, la cual
debería darle color a todo
lo que tiene que ver con
nuestra vida diaria.
Uno de los beneficios de envejecer es (o debería ser) tener una conciencia
creciente de la eternidad, la cual debería darle color a todo lo que tiene que
ver con nuestra vida diaria. Las cosas se ven diferentes cuando adoptamos
esta visión a largo plazo. Tenemos más motivos para estar menos agitadas,
menos apresuradas, menos dramáticas, menos inclinadas a llamar a toda una
emergencia. Podemos estar más en paz y en calma, poder determinar mejor
cómo manejar cualquier tipo de dilema, dinámica o desacuerdo que se
presente. El cielo está cada vez más cercano, lo cual nos permite andar
tranquilamente con confianza y gracia y caminar en reverencia ante Aquel en
cuya presencia vivimos. Y lejos de volvernos taciturnas o mojigatas, esta
manera de pensar y vivir nos lleva a disfrutar del más alto y puro gozo.
Las ancianas están en la mejor posición de modelar este tipo de dignidad y
postura a las mujeres jóvenes, que regularmente se encuentran ante
situaciones que parecen demasiado difíciles de manejar y que necesitan la
influencia tranquilizadora de la sabiduría y la madurez.
44
La seriedad es algo hermoso de contemplar.
“Prudentes”
Dedicaremos un capítulo a este asunto más adelante, ya que Pablo regresa a
él en varias ocasiones. Pero echemos un vistazo breve a esta importante
palabra.
“Prudente” viene de la palabra griega sófron, la cual deriva de dos
palabras, una significa “salvo” o “sano”, y la otra significa “mente”. Ser
prudente es actuar con una “mente salva” o una mente sana: vivir con una
mente sensata.
Curiosamente, la última parte de la palabra —fron— está relacionada con
la palabra del griego moderno que se usa para frenos de un automóvil. Una
persona prudente sabe cuándo detenerse, cuándo decir que no. Sabe cómo
frenar sus deseos e impulsos. Sabe dominarse bajo el control del Espíritu
Santo. Se gobierna a sí misma y disciplina su mente, sus pasiones, sus deseos,
su comportamiento.
No existen atajos para adquirir esta característica. Cada una de nosotras
sabe, por dura experiencia, cuán obstinada y resistente puede ser nuestra
voluntad humana. Naturalmente, nos resistimos no solo a los intentos de otros
de manejarnos y dirigirnos, sino también a nuestros propios esfuerzos. Por
eso, las mujeres jóvenes necesitan modelos mayores que hayan enfrentado el
reto de ejercer “sófron”, pero que también pueden mostrar en su propia vida
cómo es esta cualidad y cómo se cultiva.
“Sanas en la fe”
Pablo termina esta lista de cualidades en el versículo 2 con tres
características que demuestran el fruto de la sana doctrina en el carácter de
los creyentes mayores: sanos en la fe… sanos en el amor… sanos en la
paciencia.
La palabra traducida como “sanos” implica salud y salubridad, lo cual lo
hace aún más alentador cuando se dirige a creyentes en sus últimos años,
cuando los problemas de salud tienden a empeorar. Incluso cuando el cuerpo
comienza a ponerse lento, a crujir y a perder vigor en varias partes, en nuestra
vida espiritual deberíamos estar en mejor forma que nunca.
“Sanas en la fe” significa, literalmente, sanas en la fe: cimentadas en la
verdad de la Palabra de Dios. Y capaces de afirmar, a partir de la experiencia,
45
la confiabilidad de las promesas de Dios.
Pienso en Josué que, parado delante del pueblo de Israel cerca del final de
su vida, declaró: “Y he aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de
toda la tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra
alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová
vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado
ninguna de ellas” (Jos. 23:14).
Estas no son las palabras de un hombre cuya fe era meramente intelectual.
Estas revelan una fe madura, una fe que ha sido puesta a prueba y
comprobada, una confianza firme en Dios y Su Palabra. Aun en la vejez —de
hecho, por su vejez— Josué pudo declarar su fe con confianza. En su
trayectoria de muchos años y en innumerables situaciones desesperantes, no
se limitó a hablar de algo que había oído, sino a dar testimonio de algo que
conocía por experiencia propia.
Ser sana en la fe depende
de la confiabilidad de
Aquel en quien has puesto
tu fe, no de tu trayectoria
perfecta de caminar en fe.
¡Cuán inspirador puede ser ese testimonio para aquellas que aún están
corriendo las primeras vueltas de su carrera!
Y aun así, puedes ser una anciana que no se siente “sana en la fe”. Quizás
no te sientas calificada para inspirar a la generación que viene detrás de ti. La
realidad es que todavía estamos aprendiendo. Todavía estamos creciendo.
Todavía necesitamos gracia diaria. Ser sanas en la fe no es la cima de una
montaña, una meta a alcanzar. Es un camino. Y cada una de nosotras
cometemos errores en nuestro camino.
Te prometo que lo que has deducido de la naturaleza y los caminos de Dios
a lo largo de tu vida, por muy incapaz que te sientas, vale la pena transmitirlo
a otras que vienen detrás de ti. Dondequiera que hayas visto a Dios demostrar
que es fiel, dondequiera que Su Palabra te haya sostenido en tu debilidad y te
haya dado la dirección que necesitabas, y sí, dondequiera que hayas
experimentado las consecuencias de equivocarte y no caminar de acuerdo
con Su Palabra, allí tienes una historia que contar.
46
Ser sana en la fe depende de la confiabilidad de Aquel en quien has puesto
tu fe, no de tu trayectoria perfecta de caminar en fe.
“Sanas… en el amor”
Si bien la doctrina bíblica es crucial, también puede ser compleja o incluso
abrumadora. Y, en el proceso de tratar de entender todo en nuestra mente,
podemos olvidarnos de lo más importante.
El fundamento del amor cristiano.
El avance de la edad en la vida del creyente debe caracterizarse por una
capacidad de amar cada vez mayor. Amor genuino. Amor sacrificial. Amor
paciente. El tipo de amor de Dios.
He asistido a muchos funerales de personas que eran muy conocidas por
sus logros profesionales o por su valiente postura en cuestiones morales o su
notable ministerio público. Y siempre me conmueve escuchar que se recuerda
más a estos “grandes” por sus demostraciones personales de amor y
preocupación por otros, a menudo inadvertidas.
Esta cualidad puede mostrarse de innumerables maneras, pero en ninguna
otra parte se irradia más bellamente que a través de la vida de una persona, o
adorna más claramente la doctrina de Dios que cuando se expresa a través del
perdón genuino.
¿Cuántas familias y relaciones familiares una vez íntimas se destruyeron a
través de años de enojo, amargura, silencio sepulcral y malentendidos jamás
aclarados? Una colega estaba experimentando esto cuando me escribió y
pidió que orara por su madre, que tenía cáncer terminal:
Mientras sigo esperando que Dios haga un milagro en su cuerpo físico,
mi principal oración es que Él obre en su corazón y que ella perdone a la
hermana de mi padre, que los ha herido profundamente, tanto a ella
como a mi padre. Ella sabe que necesita perdonarla, pero siente que no
lo puede hacer.
¡Oh, cuántas cicatrices pueden dejar la traición y la confianza quebrantada!
Pero el amor puede ayudar a sanar esas heridas, incluso años después de
haberlas experimentado. El perdón en el corazón de una persona mayor es
uno de los ejemplos más inspiradores de todos. Una persona que está sana en
amor estará familiarizada con las expresiones: “Te perdono” o “Me
equivoqué, ¿me perdonas?”.
47
El perdón es solo un ejemplo del tipo de amor que Pablo nos llama a
modelar a medida que envejecemos. Aquí hay algunas buenas preguntas que
podemos hacernos periódicamente:
• ¿Está mi amor creciendo, abundando “más y más” (Fil. 1:9)?
• ¿Estoy más concentrada en las necesidades de los demás que en mis
propias necesidades?
• ¿Es mi amor más profundo, rico, saludable de lo que era años atrás,
una década atrás?
“Sanas… en la paciencia”
Dos creyentes ancianas y piadosas me contaron recientemente que están
pasando las circunstancias más difíciles que les ha tocado enfrentar. He
estado reflexionando sobre sus palabras y recordé esta solemne observación
bíblica:
Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son
ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo (Sal. 90:10).
Esa no es la opinión cínica de un pesimista deprimido; es simplemente la
verdad. La vida en este mundo caído es difícil, y a menudo se vuelve más
difícil a medida que envejecemos. No importa las adversidades que ya
hayamos encontrado, lo peor (en esta vida) puede estar aún por delante.
Como ancianas, lo sabemos. Nuestra propia experiencia lo confirma, como
también el testimonio de otras personas que conocemos. Entonces, ¿qué tipo
de mujeres queremos ser por el resto de nuestra vida cuando reconocemos
que la adversidad es inevitable y que la vida puede ser aún más difícil?
Si queremos proyectar nuestro futuro conforme a la Palabra, entonces
sabemos cuál debería ser nuestra respuesta: ser sanas (saludables y fuertes) en
la “paciencia”.
Esta palabra griega es una combinación de dos palabras más cortas, que
podrían traducirse literalmente “permanecer bajo”. La idea es la de soportar
una carga pesada: no desplomarse bajo la presión, no ser aplastados por ella,
sino resistir el peso. Y no solo sobrevivir, sino también enfrentar las
circunstancias de la vida de manera triunfal y permitir que Dios las use para
moldearnos y formarnos, y soportarla de una manera que glorifique al Dios
en quien confiamos.
48
Me encanta la manera en que una de mis heroínas de la fe, la Dra. Helen
Roseveare, lo presenta. En su elocuente acento británico, explicó por qué ella
prefería la palabra perseverancia en lugar de resistencia: “La palabra
resistencia tiene una especie de connotación de apretar los dientes, hacer
fuerza, sobrevivir de alguna manera. La palabra perseverancia se refiere a
permanecer firme, no darse por vencido, no importa lo que venga”.[1]
Este tipo de carácter se encuentra en aquellos que reconocen y se someten a
la providencia de Dios. Incluso ven sus pruebas como provenientes de Su
mano, lo cual les permite seguir adelante con valentía y fe.
Ese es el tipo de mujer que quiero ser.
Las personas que están sufriendo y aquellas que enfrentan dificultades
necesitan modelos como estos. Mujeres jóvenes, que todavía tienen su vida
por delante, necesitan modelos como estos.
Modelos de seriedad. De dignidad. De autocontrol. De fe, amor y
paciencia.
Y sí, tú puedes serlo. Deberías serlo. Según la Biblia, Dios espera que tú lo
seas. Y que yo lo sea.
Cuanto más envejecemos, más debemos permitir que Dios nos moldee, nos
forme, nos embellezca y nos perfeccione, que exfolie la piel muerta y seca de
la impureza y el egocentrismo y que irradie a través de nosotras el brillo de
Su obra.
Sigue brillando
Todos estamos incluidos en el patrón de vida cristiana que encontramos en
Tito 2. Ancianos. Ancianas. Hombres jóvenes. Mujeres jóvenes. Cada uno
tiene un papel que desempeñar en adornar la doctrina de Dios.
Independientemente de si eres una joven que envejece o no tan joven que
envejece, puedes ser un modelo dinámico, próspero y fructífero mientras
Dios te da aliento; siempre y cuando permanezcas sana y constante en tu
caminar con Dios a medida que pasan los años. Esa es la expectativa:
madurez cronológica acompañada de crecimiento espiritual continuo y salud
espiritual en aumento. Esa es la misma visión presentada por uno de mis
versículos favoritos de las Escrituras, uno que frecuentemente incluyo en mis
felicitaciones de cumpleaños:
Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en
49
aumento hasta que el día es perfecto (Pr. 4:18).
No estás condenada a llegar a tu punto más alto y luego iniciar el camino
de descenso cuando llegues a los cincuenta, sesenta, ochenta años o más. Esa
es la perspectiva del mundo sobre el envejecimiento, no la de Dios. A medida
que envejecemos, nuestro cuerpo físico y nuestra mente se puede deteriorar,
pero nuestro espíritu interno (Cristo en nosotros) puede brillar más y más
hasta que el día sea perfecto: el día cuando entremos a la luz eterna de Su
presencia, sin sombras, cuando “transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21).
Un comentarista dijo: “La vejez despoja al cuerpo de su glamur para
enfatizar la belleza del alma”.[2] Es verdad. Cuando somos jóvenes, podemos
disimular algunos de esos molestos defectos de carácter con el brillo natural
de nuestra energía, buena apariencia y personalidad. Pero, cuando
envejecemos, nuestro brillo físico comienza a atenuarse. Y esos mismos
defectos de carácter, si no los hemos tratado ni santificado, solo serán más
pronunciados y visibles.
Pero si perseveramos en la instrucción de Tito 2 de adornar el evangelio,
nos volveremos más y más como los “justos” descritos en el Salmo 92:
El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano…
Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes,
para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto… (Sal. 92:12, 14-15).
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Sea cual sea tu edad, recuerda que todas somos modelos aspirantes, que
siguen a Cristo y hacen que otras anhelen conocerlo y seguirlo. Mujeres, de
todas las edades, adornadas —hermoseadas— por el Cristo que mora en ellas.
Y mujeres cuyas vidas adornan la doctrina que dicen creer, al hacer lo que ya
es bello aún más atractivo para todos a su alrededor.
Reflexión personal
Ancianas
1. Vonette Bright se negó a amoldarse y vivir su vida para sí misma.
Ella continuó creciendo, sirviendo y animando a otros hasta que pasó
a la eternidad. ¿Cómo te inspira su vida a ser un modelo de Tito 2
hasta que el Señor te llame a su presencia?
2. A medida que envejecemos, muchas mujeres tienen una “consciencia
creciente” de la eternidad. ¿Es esto así en ti? ¿Cómo te anima
Colosenses 4:5-6 en esta área?
3. ¿Qué puedes hacer para incluir a más mujeres jóvenes de tu iglesia,
que tienen un corazón sediento, en tus tiempos de adoración,
comunión y ministerio?
Mujeres jóvenes
1. ¿Alguna vez has visto una anciana con una belleza que la rejuvenece?
Describe lo que ves en ella.
2. ¿Cómo podrían las decisiones que estás tomando hoy afectar a la
anciana que algún día serás? Si puedes, haz una lista de ejemplos específicos.
3. ¿Qué puedes hacer para incluir más ancianas sabias de tu iglesia en
tus tiempos de adoración, comunión y ministerio?
51
Pero tú h ab la lo que está de acuerdo con la san a doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,
para que la palabra de Dios no sea blasfemada
52
CAPÍTULO 4
54
Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia [cuando instruye, lo
hace con amor, NVI] está en su lengua (v. 26).
Si eres anciana, enseñar lo bueno a mujeres jóvenes es parte de la
descripción de tu trabajo. Dios tiene un propósito para ti en esta etapa de la
vida que es vital, y nadie más que tú la puede cumplir. Se supone que ya has
aprendido a aplicar la sana enseñanza de la Palabra de Dios a tu
comportamiento, tus afectos, tus relaciones, tus prioridades —a todo— y que
estás comprometida a tomar lo que has aprendido y a transmitirlo a otras.
Esta debería ser la norma, no la excepción.
Y, si eres una mujer joven, este pasaje plantea preguntas importantes para
ti: ¿De quién estás aprendiendo? ¿Quiénes son tus maestras? ¿Son
mayormente de la misma edad? ¿Qué comunidades en línea están saturando
tus pensamientos e influyendo en tus relaciones? ¿Qué celebridades están
influenciando tus valores, tu sentido de identidad y propósito?
Como verás, Tito 2:4 no es solo un llamado a las ancianas a enseñar lo
bueno. También es un llamado a las jóvenes a aprender lo bueno de sus
hermanas mayores más experimentadas. Como veremos, este mandato es un
gran regalo para mujeres de todas las edades.
55
con nuestros cuadernos
de apuntes, sino con
nuestra vida.
Mujeres que por la gracia de Dios han cultivado el fruto del Espíritu en sus
vidas deben juntarse con otras mujeres que necesitan ayuda para desarrollar
dominio propio, bondad y prioridades bien ordenadas.
Esposas, que han aprendido a amar y respetar a sus maridos durante su
larga travesía —“en las buenas y en las malas”—, deben enseñar a las
mujeres jóvenes cómo se hace.
Madres, que fielmente han criado y enseñado a sus propios hijos, deben
usar la sabiduría que han adquirido en el salón de clases de la experiencia
para enseñar a las mujeres jóvenes que están criando a sus hijos.
Esta es nuestra misión, sea que tengamos cuarenta, sesenta, ochenta años...
o los que sean. Nuestra misión es encarnar la sabiduría de la Palabra de Dios
de tal manera que podamos enseñarla eficazmente a otras mujeres; no solo
con nuestros cuadernos de apuntes, sino con nuestra vida.
Esta visión y llamado no es solo para una supuesta clase de superestrellas
espirituales o para aquellas de nosotras que poseen dones de enseñanza
especiales. Y no es solo para mujeres que son esposas y madres. Todas
estamos llamadas a cultivar un carácter piadoso para ser ejemplo de cómo
debería vivirse el evangelio en cada área de nuestra vida. Entonces debemos
enseñar a las mujeres que vienen tras nosotras cómo hacer lo mismo. Al
hacerlo —con nuestras vidas, nuestros labios, nuestras labores, nuestro amor
— crecemos más en la gracia, pasaremos el bastón de la fe auténtica a la
próxima generación, preservaremos la salud de la iglesia y realzaremos
nuestro testimonio al mundo.
Este es un llamado a crecer y discipular a otras mujeres. “Porque debiendo
ser ya maestros, después de tanto tiempo” es lo que la Palabra de Dios les
dice a creyentes que ya tuvieron bastante tiempo y oportunidades de aprender
la sana doctrina y ponerla por obra (He. 5:12).
Sin embargo, este mandato no tiene la intención de agobiarnos con una
obligación más, una carga más a soportar. Lejos de eso. Dios nos está
ofreciendo el increíble privilegio y gozo de comprometernos con Él a formar
vidas (incluida la nuestra) en la semejanza de Jesús, adornadas con la sana
doctrina y, al fin y al cabo, hacer que el evangelio sea hermoso a los ojos de
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todos. Y como cualquiera que ha dicho sí a este reto sabe, el proceso mismo
proporciona una enorme satisfacción. Se forman amistades inverosímiles. Se
comparten dulces tiempos de oración, estudio de la Biblia y crecimiento
espiritual.
¿Por qué no querríamos ser parte de eso?
Un ministerio de mentoras
Como hemos visto, este tipo de entrenamiento usualmente no ocurre tanto en
un ambiente de enseñanza formal como sucede a través de relaciones de
cuidado y apoyo intencional, comúnmente llamadas “discipulado”. A veces,
el discipulado puede tener lugar en una reunión de grupo pequeño o en una
cita programada. Sin embargo, más a menudo ocurre orgánicamente, en el
laboratorio de la vida.
Justamente, esta mañana le envíe a una mamá el enlace de un blog que
hablaba de su etapa de la vida, que pensé que sería de aliento para ella. En
menos de una hora me respondió y me agradeció por habérselo compartido:
“¡Me encantó el gran recordatorio de poner mis pensamientos en Dios en
medio de mis interminables responsabilidades cotidianas y rutinarias!”.
También escuché esta mañana a una mamá de adolescentes expresar lo que
muchas mamás de adolescentes experimentan: “Siento que las cosas se
59
mueven a un ritmo vertiginoso, solo quisiera que las cosas vayan más
despacio”. Eso me dio otra oportunidad de animar a una mujer joven con un
testimonio personal de la gracia de Dios que he recibido en mis propias
etapas agobiantes de la vida.
Pero si bien para este tipo de discipulado no se quieren habilidades de
oratoria en público, sí se requiere de tiempo. Transmitir nuevos patrones de
pensamiento no es el resultado de un solo encuentro. Es el fruto de un
proceso continuo, un compromiso. Allí estaré. Puedes llamarme. Estoy
contigo. Estoy orando por ti.
Mi dulce amiga Sarah recientemente dio a luz a su quinto hijo. Ella educa
en su casa a sus tres hijos mayores. Aunque hace un estupendo trabajo como
esposa y madre, como toda mamá hay momentos en los que pierde la
perspectiva y piensa que se va a volver loca. Su propia madre murió cuando
ella era una adolescente, y Sarah vive lejos de su familia. Pero
intencionalmente ha cultivado relaciones enriquecedoras con ancianas como
yo; mujeres que invierten tiempo en su vida y a quienes puede recurrir para
recibir sabiduría y aliento cuando está a punto de perder la cordura.
Conocí a Sarah cuando ella y su esposo recién se habían casado, y los
invité a vivir en mi casa. Pensamos que sería por seis meses o algo así hasta
que ellos pudieran establecerse en su propio hogar. Después de tres años y
medio y dos bebés, se mudaron. En los años transcurridos desde entonces,
hemos seguido en contacto y nos hemos bendecido y animado mutuamente
cada vez que tuvimos la oportunidad. Y ahora estoy viendo con gozo que
Dios está usando a Sarah para hablar a mujeres más jóvenes y que el bastón
de la verdad está pasando a la generación que viene tras ella.
He oído hablar de una iglesia donde un grupo de ancianas (¡y sus esposos!)
organizan despedidas de solteros para parejas a punto de casarse. El regalo
principal que le dan a la joven pareja es una velada de conversación donde
matrimonios que han estado casados por treinta, cuarenta, cincuenta años o
más les transmiten de su experiencia cómo se forma un matrimonio tierno y
duradero. ¿Cuántas mujeres recién casadas recordarían tal ocasión como un
momento decisivo en su preparación para el matrimonio y probablemente
encontrarían en ese grupo una anciana que podría ser un gran apoyo en el
futuro?
Hay muchas otras maneras de llevar a cabo este ministerio de discipulado:
en el vecindario, en el lugar de trabajo, en gimnasios y cafés. Ancianas que
60
enseñen con su vida, que se dediquen a enseñar lo bueno a las que vienen tras
ellas. Mujeres jóvenes que reciben la ayuda y el consejo y aprenden a ayudar
de la misma manera a aquellas que vienen detrás.
Y no, este tipo de discipulado no es fácil, ni para la anciana ni para la
joven.
Requiere disciplina y planificación.
Disposición a comprometerse a desarrollar una relación.
Sinceridad para abrirse una a la otra.
Enseña de tus fracasos.
Úsalos para mostrar a
otros la sublime gracia de
Dios y un Salvador que
vino a redimir a los
pecadores.
Es poco probable que veamos resultados drásticos de un día al otro. No es
el resultado de una fórmula como decir: “Ven a tomar mi clase de seis
semanas de cómo ser una mujer de Dios”. Es más una cuestión de acompañar
a alguien, estar a su lado, ir a visitarla cuando quizás prefieras
leer una revista
o ver una película o tomar un largo baño. Tiene un costo… de la misma
manera que todo lo que vale la pena tiene un costo.
Pero ¿quién no quisiera mirar atrás y ver un legado de relaciones fructíferas
en lugar de un estante lleno de libros usados o una colección de películas en
DVD pasadas de moda?
De nuestros fracasos
“Pero me he equivocado en mis relaciones”.
“He tomado varias malas decisiones”.
“Todavía lucho con este grave pecado”.
Un sentimiento de fracaso personal impide que muchas ancianas acepten
este tipo de ministerio y relaciones. Tu matrimonio, por ejemplo, todavía
podría ser una batalla de voluntades. Algunos de tus hijos podrían estar
tomando decisiones insensatas, contrario a lo que has tratado de enseñarles.
Un continuo problema con la ira, una adicción o cualquier otra cosa podría
hacerte sentir descalificada para enseñar a otras, especialmente cuando ves a
61
otras mujeres de tu edad que parecen ser excelentes ejemplos de virtud
cristiana.
Lo sé. Muchas veces veo las contradicciones y las batallas en mi propia
vida y pienso: ¿Cómo podría Dios usarme para bendecir la vida de alguien?
Ninguna de nosotras está a la altura de lo que quisiéramos ser, pero no
dejes que eso te detenga. Enseña de tus fracasos. Úsalos para mostrar a otros
la sublime gracia de Dios y un Salvador que vino a redimir a los pecadores.
Enseña lo que Dios te mostró cuando fallaste y no confiaste en Él: a dónde
te llevó eso y cómo Dios te encontró. Enseña lo que aprendiste de las
adicciones con las que has batallado, de las decisiones que debiste haber
tomado, el dolor que podrías haber evitado. Abre la Palabra, abre tu corazón,
habla de las preguntas difíciles que te has formulado y observa a Dios crear
algo bello de las cenizas delante de tus propios ojos.
Quizás hayas experimentado una ruptura matrimonial pero si has permitido
que Dios te sane, te restaure y te perdone cualquier ofensa o falla cometida en
la ruptura de tu relación, ¿no estás en la condición indicada para ayudar a una
mujer que muchas veces se pregunta si vale la pena seguir adelante con su
propio matrimonio?
Tal vez no has sido sexualmente pura como adolescente o adulta joven.
¿No eres la más indicada para aconsejar a una chica de secundaria de tu
iglesia que no tiene el apoyo de padres piadosos en su vida? Ella necesita
saber —no de la Internet o del ícono cultural más reciente ni de sus mejores
conjeturas propias— de alguien que ha pasado por lo mismo: qué tipo de
daño emocional, físico y espiritual puede causar por no atesorar el regalo de
la pureza.
Admitámoslo: este modelo de una vida a otra de Tito 2, desarrollar una
relación entre ancianas y mujeres jóvenes, no sería eficaz ni necesario si cada
una de nosotras —si alguna de nosotras— tuviera toda su vida en orden. La
verdad es que si vamos a dedicar nuestra vida a ayudar a otras o si vamos a
recibir la sabiduría ofrecida por otras, algunos de los encuentros más
significativos ocurrirán dentro del contexto de la debilidad y la insuficiencia
humanas. Sí, incluso el fracaso y el pecado. Aunque todavía estamos en el
proceso de ser transformadas a la imagen de Cristo, Él puede usarnos como
medios de Su gracia en la vida de otras mujeres.
Somos pecadoras, sí. Aún estamos lejos de ser lo que deberíamos y
quisiéramos ser (y un día lo seremos, ¡alabado sea Dios!), pero esta es parte
62
de la historia que debemos transmitir a otras. Incluso nuestros fracasos —
humildemente reconocidos y redimidos por Su gracia y misericordia—
pueden convertirse en el camino hacia una vida y ministerio más fructíferos.
No podemos darnos el lujo de permitir que los fracasos y las acciones
irreflexivas del pasado (y del presente) nos priven de las bendiciones que
Dios inevitablemente multiplica cuando las mujeres se unen para transmitirse
unas a otras el sabio conocimiento adquirido a través de sus experiencias.
Aquí es donde Dios hace un uso valioso de todo lo que hemos aprendido para
ayudar a otras a evitar los errores que nosotras hemos cometido y para
animarnos unas a otras a ser fieles y fructíferas seguidoras de Cristo.
En resumen: Dios es capaz de usar todo en nuestra vida, nuestras victorias
y nuestras derrotas. Al abrirnos y mostrarnos transparentes ante las mujeres
que instruimos, aumentamos nuestra influencia en sus vidas.
65
del ejemplo de tu vida, de tu profunda sabiduría bíblica, incluso de tu
humilde reconocimiento de los errores y las lecciones aprendidas de la peor
manera.
Sé que podrías estar más ocupada de lo que jamás pensaste estar en esta
etapa de tu vida. Muchas mujeres conocidas, que pasaron la etapa de la
crianza de los hijos, están trabajando arduamente para ayudar a cubrir los
costos universitarios o complementar sus ahorros para la jubilación. Otras se
encuentran atrapadas en un torbellino de trabajos voluntarios: actividades en
las que siempre quisieron participar, pero para las cuales nunca tuvieron
tiempo, así como cumplir con las nuevas expectativas de los demás… “ahora
que tienen tiempo”.
Estos años —cuando nuestras circunstancias y nuestros compromisos
empiezan a cambiar y enfrentamos nuevas decisiones sobre cómo ocupar
nuestros días— también pueden traer ricas oportunidades para apoyarnos en
nuestro llamado de Tito 2. Así que, antes de desempolvar tu plan de estudios
para una mujer con el “nido vacío” y de llenar tu calendario con nuevos
compromisos, ¿por qué al menos no consideras si dedicar parte de tu tiempo
para otro tipo de responsabilidad podría ser de beneficio para el reino?
A veces quisiera decirles a esas mamás que están tratando de descifrar qué
viene ahora que sus hijos han dejado el nido: “¡Mira a tu alrededor! Te
necesitan más que nunca. ¡Hay mujeres jóvenes que necesitan
desesperadamente tu amor, tu tiempo, tu aliento y tu sabiduría!”.
¿Y qué si no hay nadie que venga a sentarse a tus pies como una discípula?
¿Por qué no pedirle a Dios que te traiga a una mujer joven con el corazón
sediento? Pídele al Espíritu Santo que te muestre cómo cumplir este mandato
bíblico. Y mientras Él obra —¡y lo hará!— sé obediente y sigue hasta el
final, con la confianza de que Él te ha puesto a la par de alguien que necesita
lo que tú, tu amor y experiencias de vida pueden transmitirle.
El poder de la disponibilidad
No puedo enfatizar de manera suficiente que este tipo de ministerio de
mentoras no requiere títulos avanzados o habilidades extraordinarias. Con
frecuencia, es bastante simple: quedarse un tiempo después del servicio de la
iglesia, reunirse en la mesa de la cocina, con una taza de café, hablar por
teléfono durante la semana. Ocurre en conversaciones casuales, pero
significativas, que comienzan con una muestra de interés, al hacer preguntas
66
y proceder a escuchar, al preocuparte y decir: “Oremos por eso”. Incluso con
un poco de intención —un correo electrónico o mensaje de texto
reconfortante, un enlace compartido o un versículo de las Escrituras— se
cultivan las relaciones. Se enseña. Y todo lo que se necesita es estar
disponible, muchas veces sin pensarlo.
Hace muchos años, una mujer se me acercó después de escucharme
predicar en otra ciudad. Empezó a abrirme su corazón sobre algunas graves
dificultades que estaba enfrentado en su matrimonio y su familia. Sabía que
ella necesitaba más de lo que yo le podía ofrecer en los pocos minutos que
teníamos disponibles para hablar. Justo entonces, vi a mi amiga Bonnie de
reojo. Bonnie era una mujer mayor que vivía en esa ciudad, una mujer que yo
sabía que era sabia, compasiva y bíblicamente sólida. Le hice señas a Bonnie,
se la presenté a la joven mujer y las anime a empezar a reunirse.
Poco tiempo después, la joven mujer y yo tuvimos una oportunidad de
volver a vernos y le pregunté cómo estaba. No encontraba las palabras para
explicarme la bendición que había sido Bonnie para ella las tres veces que se
habían reunido. “Jamás nadie había hecho esto por mí —dijo ella—. ¡Esto ha
sido más valioso que nueve meses de consejería!”.
Otra mujer me contó una experiencia similar en un reciente correo
electrónico:
Tengo veinticinco años y solo hace dos años y medio que soy cristiana.
El nombre de mi mentora es Carola. Ella siempre está buscando al Señor
y, cuando habla de Él, puedes ver el gozo en su rostro. Me ha enseñado
muchísimo, ha sido paciente, atenta y cariñosa. Ama a su marido y a su
familia, y estoy maravillada. Ha sido un ejemplo piadoso de alguien que
busca hacer la voluntad de Dios. Yo estaba muy perdida. Nadie me
había enseñado acerca de Jesús ni se había tomado el tiempo de
mostrarme el amor de Dios. Estaré agradecida con ella mientras tenga
vida. Espero ser una Carola para otra mujer algún día.
Y ese es el objetivo de estas relaciones como mentoras. Así como el
apóstol Pablo le dijo a su joven discípulo Timoteo: “Lo que has oído… esto
encarga a hombres [y mujeres] fieles que sean idóneos para enseñar también
a otros” (2 Ti. 2:2).
A través de los años, he visto a mi amiga Holly Elliff convertirse en una
67
increíble mentora, que practica muy bien el discipulado con mujeres jóvenes.
Ella nunca ha anunciado sus servicios, pero las mujeres jóvenes acuden a
ella, ansiosas de aprender del entendimiento que ha adquirido a lo largo de
décadas de conocer a Dios y caminar con Él en una amplia variedad de etapas
y experiencias de la vida.
Con frecuencia, Holly suele hablar de sus experiencias de vida y su
sabiduría en la transmisión diaria de “Aviva nuestros corazones”, el
ministerio que llevo a cabo. Hace un tiempo, una de nuestras oyentes —una
mujer joven— nos escribió una carta conmovedora donde agradecía a Holly
por enseñarle lo bueno:
Cuando Nancy te invitó por primera vez a su programa, mi alma estaba
tan necesitada de ayuda que tu consejo equilibrado y maduro me sacó
del lugar profundo y oscuro en el que me encontraba.
Lo que me ayudó fue ver que tu conocimiento no era solo teoría.
Parecían las palabras de alguien que había aprendido en la trinchera de
la vida: al casarse, formar una familia, cocinar comida tras comida, criar
cada hijo y glorificar a Dios en cada cosa que hacía.
Gracias por las cálidas palabras de un consejo piadoso, por
permanecer firme en los mandamientos del Señor y no ser transigente.
No sabes cómo ha conmovido realmente mi vida y mi alma tan
manchada y marcada por el pecado sin una mujer piadosa a quien
acudir.
Estoy segura de que cuando cambiabas pañales o escuchabas la misma
historia… una y otra vez… nunca hubieras imaginado que esas serían
las mismas cosas que harían que tu consejo fuera tan importante y
verdadero para mí, una mujer soltera. Cuando tú hablas, lo haces desde
el punto de vista de alguien que lo ha vivido, que ha formado una
familia y que ha cumplido las Escrituras a puertas cerradas. La Palabra
de Dios te ha moldeado de tal manera que tu vida transmite una
profunda riqueza.
Por favor, diles a las mujeres mayores que lo más valioso que ellas
pueden hacer es hacer justicia, no una carrera o una bonita casa. Solo
una vida de justicia puede ayudar a redimir vidas destruidas. Nunca
pensé que podría valorar los caminos de Dios sobre los del mundo o ver
realmente lo hermosa que es la santidad; pero lo he hecho y te agradezco
68
por ser parte de la manera que Dios eligió para revelarse a mi vida y
revelarme Su hermosura y la belleza de vivir una vida piadosa.
Anciana, quizás nunca te pidan que te pares sobre una plataforma para
predicar o para enseñar con un micrófono en una transmisión nacional de
radio, como lo hace Holly a veces. Sin embargo, nunca subestimes el impacto
que tu vida puede causar en otras mujeres, de una vida a otra, en adornar el
evangelio, dondequiera que Él te haya plantado.
Y mujer joven, esto es algo que debes aspirar… a partir de ahora. A medida
que aprendas lo bueno y seas enseñada en justicia, tu vida a la vez mostrará la
hermosura de Cristo a aquellas mujeres jóvenes que vengan detrás de ti.
Las palabras que Pablo le escribió a Tito hace más de dos mil años son
atemporales en su impacto y relevancia. Por sobre todo, son la receta de Dios
para la prosperidad y la vida fructífera de Sus mujeres, esencial para pasar
exitosamente el bastón de la verdad a la siguiente generación y al mundo.
Y esto comienza contigo y conmigo —aun con imperfecciones—
disponibles para enseñar y ser enseñadas en el bien.
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Qué te enseña la historia de Joy Brown, la anciana del comienzo de
este capítulo, con respecto a lo que las mujeres jóvenes quieren y
necesitan hoy?
2. ¿Alguna vez sentiste que nadie querría aprender de tu vida? ¿Cuáles
son algunas de las experiencias de vida que podrías transmitir para
animar o enseñar a una mujer joven sobre los caminos de Dios?
3. La Palabra de Dios llama a las ancianas, que no están actuando como
madres espirituales, a “crecer y discipular a otras”. Haz una paráfrasis
de Hebreos 5:12 para estas mujeres renuentes. Si eres una de ellas,
incluye tu nombre en la paráfrasis.
Mujeres jóvenes
1. ¿De quién estás aprendiendo en estos días? ¿Quiénes son tus
maestras? ¿Son mayormente de la misma edad? ¿Qué comunidades en
línea están saturando tus pensamientos y tus relaciones? ¿Qué
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ancianas están influenciando y hablando a tu vida?
2. Una mujer joven me dijo: “Nuestra generación es tan propensa a
pensar que tenemos todas las respuestas, que no hay nada que
necesitemos escuchar de boca de una mujer mayor”. ¿Estás de
acuerdo con esa afirmación? ¿Qué papel juega la humildad en la
relación con una mentora? ¿Un espíritu enseñable? ¿La disposición de
pedirle a una anciana que invierta tiempo en tu vida?
3. ¿Qué preguntas podrías hacer para iniciar una conversación y animar
una posible relación de discipulado con una anciana?
70
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
71
CAPÍTULO 5
Un avivamiento de reverencia
Viviendo en servicio sagrado
Esta anciana ve la vida, todo en la vida, desde el punto de vista de Dios y entiende que incluso
la rutina diaria es importante para Él… Piensa bien sus pasos durante el día para hacer lo que
esté en el corazón de Dios. Su vida gira en torno a las cosas que son importantes para Él.
ROCHELLE FLEMING
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Reverencia diaria
A veces reducimos la reverencia a una postura física: la cabeza inclinada, los
ojos cerrados, las manos cruzadas. Pero quiero volver a señalar un significado
más activo de la palabra reverente que Pablo emplea en su carta a Tito. Él
exhorta a las mujeres a ser “reverentes en su porte”, es decir, reverentes en las
acciones diarias, en la práctica, en nuestro carácter y comportamiento
general.
Los maestros solían asignar una nota por “porte” en las libretas de
calificaciones de los estudiantes. Es un término antiguo para designar la
manera de actuar o comportarse. Y nuestra manera de actuar, nos recuerda
Pablo, es un indicador clave de qué tan reverente es nuestro corazón.
También empleó la misma idea en algunos pasajes de instrucción a otro
pastor, Timoteo. Estos pasajes nos dan varios ejemplos prácticos de cómo se
manifiesta en nuestras decisiones y nuestras acciones un corazón reverente.
Apariencia reverente
Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y
modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos
costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que
profesan piedad (1 Ti. 2:9-10).
82
después del desayuno. Allí pasaba una hora leyendo la Biblia,
meditando y orando. De aquella hora sacaba, como de una fuente de
agua pura, la fuerza y la dulzura que le permitían cumplir con todos sus
deberes y permanecer serena ante las preocupaciones y las trivialidades
que, con frecuencia, hay que enfrentar en ciertos vecindarios.
Al pensar en su vida y todo lo que tuvo que soportar, veo el triunfo
absoluto de la gracia cristiana en el hermoso ideal de una mujer
cristiana. Jamás la vi perturbada ni la escuché decir una palabra de ira…
o de chisme; nunca observé en ella algún sentimiento inapropiado de un
alma que había bebido del río de agua de vida, y que se había
alimentado del maná en el infértil desierto.[4]
Reflexión personal
Ancianas
1. La vida de los cristianos está siempre en exhibición, y eso es algo
bueno si vivimos para glorificar a Cristo. ¿Hay alguna actitud o
conducta que no te gustaría que la gente vea porque sabes que al
Señor no le agrada? ¿Algo que no refleje Su carácter? Pídele al
Espíritu de Dios que te dé fuerzas para cambiar.
2. Las ancianas a veces sienten la tentación a sentarse y relajarse en su
servicio al Señor y a los demás. ¿De qué manera reconoces esta
tendencia o deseo en tu vida? ¿Por qué este no es un tiempo para bajar
la velocidad espiritualmente?
3. Las mujeres jóvenes necesitan tener amistad con ancianas que
modelan el fruto de una relación genuina con Dios. ¿Cómo evidencia
tu vida que estás pasando tiempo con Jesús? ¿Qué te podría ayudar a
crecer en esta área?
Mujeres jóvenes
1. ¿Hay alguna actitud o conducta que no te gustaría que la gente vea
porque sabes que al Señor no le agrada? ¿Algo que no refleje Su
carácter? ¿Cómo podría una consciencia de la presencia de Dios
afectar esta área de tu vida?
2. ¿Qué rol pueden desempeñar las amistades en tu deseo de vivir una
vida reverente y santa, tanto negativa como positivamente?
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3. ¿Qué amigas (jóvenes o ancianas) te inspiran a ser “reverente en [tu]
porte”?
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Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ,
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CAPÍTULO 6
¡No me digas!
Absteniéndose de la calumnia
Somos administradores del tesoro del buen nombre los unos para con los otros. Procuremos
silenciar la… calumnia en nosotros y tengamos la gracia de dar y recibir la ayuda de otros
cuando alguno de nosotros se desliza, quizás sin darse cuenta, en la calumnia.
JON BLOOM
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espirituales de su iglesia local. Habían tratado de confrontarla por un patrón
de desobediencia que veían en ella. Al no quebrantarse ni arrepentirse, parece
que se embarcó en la misión de hundir a las personas que se atrevieron a
decirle la verdad, y en su ataque arrastró a muchos otros.
Si la exposición que estaba leyendo alguna vez había sido un esfuerzo
genuino de descubrir la verdad, ya no era nada de eso. Era una vengativa
campaña de división y destrucción llena de odio. Y todo había comenzado
con una mujer, cuya ira y amargura dieron lugar a la calumnia.
Y la triste realidad es que sucede a menudo.
En su estilo característico y contundente, Martín Lutero aclara lo siguiente
en su comentario sobre el Sermón del Monte:
Es especialmente entre las mujeres que prevalece el vergonzoso vicio de
la calumnia, de tal manera que la gran desgracia a menudo es causa de
una lengua malvada.[1]
Estas palabras no son fáciles de oír. Pero, para ser sinceras, tenemos que
admitir que a menudo las mujeres parecen ser propensas a este problema en
particular. Con esto no pretendo sugerir que los hombres no sean capaces de
resentirse, querer desquitarse y ejecutar venganza contra los demás. Pero,
cuando vemos que Pablo exhorta específicamente a Tito a recordar a las
mujeres de la iglesia que no sean “calumniadoras” (2:3), hacemos bien en
detenernos y prestar atención.
Cuando los hombres tienen una disputa con otro hombre, pueden recurrir al
ataque físico. Pero las mujeres son más propensas a dejar que su lengua haga
todo el trabajo. Cuando nos sentimos amenazadas, podemos ser feroces con
nuestras palabras.
(¿Alguna vez te has preguntado, como yo, por qué Pablo se dirige a las
ancianas sobre la calumnia? Quizás esta sea una tentación peculiar de las
mujeres, después que sus hijos crecieron y tienen más tiempo para sentarse a
hablar y hacer correr rumores y cuentos de otras personas, sin detenerse a
pensar: ¿es esto verdad? ¿Es de provecho para quienes están oyendo? ¿Es de
edificación para la vida de quienes estamos hablando?).
Al pasar al aspecto práctico de Tito 2, es bueno comenzar por darnos
cuenta de que dar rienda suelta a nuestras palabras puede ser tan dañino y
destructivo como cualquier otro tipo de ataque agresivo.
90
A veces, en realidad, puede ser peor.
¿Qué es la calumnia?
Cuando Pablo dice: “ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca” (Ef.
4:29), una de nuestras reacciones es pensar que probablemente sería mejor
que nunca dijéramos nada.
Sin embargo, en el mismo versículo se nos exhorta a decir cosas “buenas
para la necesaria edificación... a fin de dar gracia a los oyentes”.
De modo que antes de irnos hacia el otro extremo y hacer un voto de
silencio para evitar decir lo que no debemos, aclaremos lo que está incluido
en la calumnia (además de algunos pecados relacionados con la lengua) y
exploremos lo que necesitamos mostrar y aprender en este aspecto, ya sea
como ancianas o como mujeres jóvenes que están creciendo en la semejanza
de Cristo.
1. La calumnia puede implicar dar un falso testimonio.
Decir algo sobre otra persona que no es verdad es calumnia. Pero esto
puede ser engañoso, porque quizás no estemos intencionalmente mintiendo.
Tal vez solo estemos mal informadas o, por lo menos, no suficientemente
informadas. No podemos saber todo sobre el corazón, los antecedentes y las
circunstancias de las personas. Rara vez conocemos todos los detalles. Y así,
nuestra versión de la verdad puede distar mucho de ser lo que ocurrió o lo
que la persona realmente quiso decir. Podemos dar un falso testimonio
simplemente por no conocer toda la información.
De modo que cuando somos conscientes de una situación que pone a
alguien en una posición negativa, tenemos que tener cuidado de pensar que
conocemos todos los detalles. Si decidimos comentar lo que pensamos que
sabemos, podríamos estar comunicando mentiras y conclusiones falsas sin ni
siquiera darnos cuenta.
93
Dios toma esto en serio. Es uno de los Diez Mandamientos: “No hablarás
contra tu prójimo falso testimonio” (Éx. 20:16). Proverbios 6 menciona al
“testigo falso que habla mentiras” entre las “seis cosas [que] aborrece
Jehová” (vv. 19, 16). No debemos tomar a la ligera lo que Dios abomina.
2. La calumnia puede implicar divulgar información dañina.
La Biblia usa el típico término descriptivo chismoso para describir a
alguien que se especializa en esta actividad. “Las palabras del chismoso son
como heridas” —dice Proverbios 18:8— que tienen la intención de herir,
desacreditar y difamar. En nuestro corazón sabemos cómo pueden hacer
quedar a la otra persona nuestras palabras dañinas. Y detestaríamos pensar
que otras personas puedan decir cosas igualmente desagradables de nosotras.
Pero, en demasiadas ocasiones, para nuestra vergüenza, seguimos adelante y
decimos tales palabras.
3. La calumnia puede incluir decir la verdad con mala intención.
Asegúrate de no leer demasiado rápido este punto, porque es un miembro
de la familia de la calumnia que muchas veces ignoramos, lo dejamos pasar y
lo racionalizamos. Para que un comentario o un cuento sea una difamación,
no necesita ser inventado de la nada o carecer de exactitud. Lo que decimos
puede ser cien por cien verdadero y, aun así, ser una especie de calumnia. De
modo que, aun cuando estemos en lo correcto, necesitamos preguntarnos:
¿Cuál es mi propósito al añadir esto a una conversación? ¿Es mi intención
dañar a alguien? ¿Vengarme de alguien? ¿Rebajar a alguien o hacerlo
quedar mal? ¿Llamar la atención sobre mí de tal manera de mostrar que soy
alguien que maneja cierta información?
“El que anda en chismes descubre el secreto —dijo Salomón—; mas el de
espíritu fiel guarda todo” (Pr. 11:13).
“Su honra es pasar por alto la ofensa”, añadió en Proverbios 19:11.
Solo porque sabemos algo no significa que tenemos que contarlo a otros. Si
parte de nuestra intención en decirlo es manchar la reputación de la otra
persona, entonces, ¿qué importa si es verdad? El mismo Señor sacará la
verdad a la luz a Su tiempo, cuando lo crea oportuno, sin nuestra ayuda.
Eso no quiere decir que nunca deberíamos hablar de una verdad negativa
con nadie. Sin duda hay ocasiones cuando necesitamos confrontar realidades
dolorosas y quizás pedirle cuentas a alguien. Pero debemos ser cuidadosas
94
cuando lo hacemos: orar por la situación, pedir consejo confiable si es
necesario y examinar nuestras intenciones. Hay una gran diferencia entre una
confrontación necesaria y reflexiva sobre un asunto y usar el asunto para
quedar bien o hacer quedar mal a otros.
4. La calumnia no es lo mismo que el chisme, pero el chisme hace que la
calumnia sea más fácil.
Por definición, “chisme” significa difundir rumores o revelar información
personal sobre otra persona. No es exactamente lo mismo que la calumnia, lo
cual generalmente significa difundir información dañina o mentiras sobre
otra persona. Pero, en la comodidad locuaz de una sesión de chisme, es muy
fácil cruzar la línea de la especulación, la información falsa, las mentiras
rotundas o los rumores maliciosos; en otras palabras, la calumnia. Evitar el
chisme nos ayudará a evitar la calumnia.
La calumnia causa dolor
La calumnia puede ser una mentira o puede ser verdad.
Pero la calumnia siempre hiere a alguien.
Eso es lo que la hace una calumnia.
Sé, por supuesto, que nuestra intención no siempre es maliciosa. A veces
simplemente se nos escapa hacer un comentario hiriente. Nos viene a la
mente, y parece ser que no nos podemos controlar. Sin darnos cuenta de lo
que estamos haciendo, ya hemos dicho una calumnia.
Al mirar atrás, vemos por qué lo hicimos. La gente se estaba riendo,
bajamos la guardia y nos dejamos llevar por el humor que reinaba en la mesa.
¿Qué raras o santurronas hubiéramos parecido si tratáramos de cambiar de
tema?
Pero, por eso, Santiago nos da esta palabra de advertencia: “No murmuréis
los unos de los otros” (Stg. 4:11).
Punto.
La palabra griega, que se traduce como “murmuréis” en este versículo, da
la idea de “palabras irreflexivas”.[2] Conversación casual. Un comentario al
pasar. No queríamos decir nada con eso, “fue solo un comentario”.
Pero ¿cuál es la diferencia de decirlo al pasar si de todos modos
manchamos la reputación y perdemos la confianza de otros, si tratamos a los
líderes como personas despreciables y difamamos a las iglesias, si el corazón
95
de nuestros hijos se endurece y echamos a perder nuestras relaciones? ¿No
estamos estorbando nuestra comunión con el Padre? ¿No estamos
deshaciendo la unidad del Espíritu, que debe ser el sello distintivo del pueblo
de Dios?
Quizás no parezca que le hacemos un daño a nadie con hacer un
comentario negativo o dañino sobre otra persona. Pero ¿le estamos haciendo
un bien a esa persona con lo que decimos de ella? Creo que todas sabemos la
respuesta.
La calumnia no solo daña a los demás, también revela los contaminantes
que hay en nuestro propio corazón, como:
• Orgullo: el deseo de mostrar que somos mejores, más inteligentes, más
capaces, superiores, aunque solo sea hacer que otra persona parezca
peor en comparación a nosotras.
• Envidia: estar resentidas por la posición, las relaciones, el éxito, la
familia, los talentos, las posesiones o la reputación de otra persona.
Quizás no podemos hablar, cantar ni entretener a los invitados o citar
las Escrituras como esa persona, entonces queremos hacer que quede
un poco mal.
• Espíritu crítico: la tendencia a juzgar, sacar conclusiones, esperar
secretamente que otros fracasen. Podemos minimizar lo que otros han
logrado al cuestionar o no valorar cómo lo hicieron y hacerlos parecer
“poca cosa”.
Las Escrituras nos advierten que la calumnia divide y corta relaciones (Pr.
16:28; 17:9). La calumnia destruye. Alguien la ha denominado como una
forma de “homicidio verbal”. Proverbios la asocia con el simbolismo de “un
martillo y cuchillo y saeta aguda” (25:18). Es atroz. Es cruel. Desgarra viejas
heridas. Abre nuevas heridas.
La calumnia causa dolor.
Si no la frenamos, seguirá causando más dolor.
Pero tú y yo podemos hacer que el dolor desaparezca.
98
política de “tolerancia cero” concerniente a hacer comentarios negativos, que
no son verdad ni de beneficio para otros.
Fíjate en el pecado que encabeza la lista en este versículo: amargura.
Piensa cuántas veces nuestras palabras divisivas se alimentan de un espíritu
amargado. Si estás albergando resentimiento en tu corazón, si difícilmente
puedes pensar en esa persona o ciertas personas sin mencionar una lista de
cargos y acusaciones contra ellas, debes saber que nunca podrás controlar lo
que sale de tu boca hasta que hayas desconectado el tubo de oxígeno que
alimenta y mantiene con vida esos sentimientos. Amargura, enojo, ira,
gritería, maledicencia, malicia; quita de tu vida todo eso. Haz todo lo que sea
necesario para desconectar el flujo de la fuente que los alimenta.
Comprendo que podrías estar lidiando con situaciones en las cuales otras
personas realmente han pecado contra ti. Podrían estar haciendo cosas que te
hacen daño a ti y a otras personas. Tu esposo podría estar, pasivamente,
retrasando decisiones y pareciera no importarle cómo te está afectando su
postergación de las cosas. Alguien a quien considerabas amiga te podría estar
desprestigiando en la oficina. Piensa en una relación, piensa en una situación,
y tal vez encuentres una buena razón para compadecerte de ti misma cuando
hables con alguien sobre lo que te está ocurriendo.
Pero, antes de expresar tus quejas, toma un minuto para evaluar tu
motivación. ¿Es para exponer al ofensor? ¿Para castigarlo? ¿Para ganar un
aliado externo que se compadezca de ti y sienta lástima de ti? ¿Estás tan
preocupada por la persona que estás criticando como lo estás por cómo sus
acciones te están afectando?
Y luego piensa: ¿has orado por la persona que te está haciendo daño? Y
¿has ido directamente a hablar con esa persona, no con gritos y contención,
sino más bien en una genuina apelación a su bienestar y restauración
personal?
Algunas situaciones —me refiero en particular a relaciones abusivas o
quizás a un adolescente en rebeldía, algo que implique una conducta delictiva
—, sin duda, exigen una intervención externa. Debes informar lo que está
ocurriendo a las autoridades apropiadas y buscar la guía de un pastor o un
sabio consejero. Pero cualquier cosa que digas en esos casos debe ser con la
intención de que sea una operación de rescate, no de sabotaje. Cuando es
necesario exponer el pecado de otra persona, asegúrate de que la exposición
surja de un corazón que está genuinamente preocupado por la otra persona y
99
que quiere verla restaurada y en una buena relación con Dios. Y asegúrate de
escoger tus confidentes con sumo cuidado. Una buena regla general, que
escuché hace muchos años y que ha sido muy útil para mí, es: Si la persona a
quien le estás contando tu preocupación no es parte del problema o la
solución… no se lo digas.
3. Habla bien de los demás.
El comentarista William Barclay declara con razón: “Es un rasgo curioso
de la naturaleza humana, que la mayoría de las personas prefiera repetir y
escuchar un comentario malicioso en vez de uno que honra a otra persona”.
[3]
Quizás la mejor manera de frenar nuestra predisposición a señalar las faltas
de otros es simplemente esforzarnos en decir cosas buenas de ellos; no es que
tengamos que ser hipócritas o adular a las personas, tampoco que debamos
ser ciegas a sus imperfecciones, sino sencillamente prestar atención y hacer el
esfuerzo de expresar lo que notamos.
Podrías sorprenderte de cuántas oportunidades se te presentan para dar un
cumplido, elogiar el buen trabajo de alguien o expresar gratitud por una
lección que has aprendido al observar la conducta o el carácter de otra
persona. Si estás casada, te asombrarías de ver cómo puede enriquecerse tu
relación matrimonial cuando te tomas el tiempo de expresar tu admiración
por tu esposo o comentarle a una amiga cuánto lo admiras.
¿Cuánta calumnia podríamos eliminar de nuestra vida si fuésemos más
intencionales en hablar palabras de aliento y gracia?
Como esposa de un pastor vehemente y ocupado, y madre de once hijos,
Sarah Edwards (1710-1758) sin duda enfrentó la tentación y oportunidades
de calumniar. Pero se la conocía justamente por lo opuesto:
Sarah tenía como regla hablar bien de todos en tanto le fuera posible…
No era propensa a deleitarse en las imperfecciones y los fracasos de
nadie; y cuando escuchaba a las personas hablar mal de otros, ella decía
lo que consideraba apropiado con verdad y justicia en su defensa o
desviaba la calumnia y mencionaba cosas que eran encomiables de esas
personas.
Por lo tanto, tenía compasión por el carácter de todos, incluso por el de
aquellos que le hacían daño y hablaban mal de ella… Podía soportar
100
heridas y reproches con gran calma, sin ninguna disposición a pagar mal
por mal, sino, por el contrario, estaba dispuesta a tener misericordia y
perdonar a aquellos que parecían ser sus enemigos.[4]
¡Qué compromiso: hablar bien de todos! ¡Y qué llamado: reflejar el
corazón bueno y misericordioso de Cristo a quienes nos rodean!
4. Refrena tus pensamientos.
Mucho de lo que finalmente se convierte en calumnia nace y se nutre
cuando le damos rienda suelta a nuestros pensamientos. Por eso necesitamos
tener cuidado con los pensamientos que decidimos albergar en nuestra mente.
Debemos sofocar esa impía curiosidad, a la cual le encanta escuchar basura
de otros y luego añadir nuestro propio comentario mientras pensamos en eso
a lo largo del día.
Cuando ponemos
nuestros pensamientos
bajo el control del
Espíritu, podemos
disfrutar el dulce fruto
de palabras que son
aceptables para Él y
edificantes para otros.
El compromiso de “llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de
Cristo” (2 Co. 10:5) requiere un esfuerzo consciente y disciplinado. Y pasar
tiempo a los pies de Jesús para fijar nuestros ojos en Él y ser transformadas
“por medio de la renovación de [nuestro] entendimiento” (Ro. 12:2) mientras
meditamos en Su Palabra.
Todas haríamos bien al apropiarnos de la oración del salmista:
Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante
de ti,
Oh Jehová, roca mía, y redentor mío (Sal. 19:14).
Cuando ponemos nuestros pensamientos bajo el control del Espíritu,
podemos disfrutar el dulce fruto de palabras que son aceptables para Él y
edificantes para otros.
101
5. Habla menos.
¿Cuántas veces participamos de conversaciones que no nos incumben? Nos
inmiscuimos en una conversación. Tomamos impulsivamente nuestro
teléfono. Hacemos preguntas que sondean más de lo que necesitamos saber.
Disminuir la cantidad de nuestras palabras disminuye las oportunidades y la
tentación a calumniar.
Una vez más, no estoy diciendo que debamos andar por la vida
estoicamente en silencio o sentir culpa por ser amigables. Pero hay sabiduría
en las palabras de Proverbios 10:19.
En las muchas palabras no falta pecado;
mas el que refrena sus labios es prudente.
104
constriñe a no hablar o no estamos seguras de qué está motivando nuestro
impulso de hablar, estaremos en condiciones de buscar la paz y cambiar el
ambiente donde vivimos. Las personas sabrán por experiencia: “A esa mujer
puedo confiarle mi corazón, mis debilidades, mis confesiones y mi historia
imperfecta, porque sé que nunca me calumniaría frente a los demás”.
El esposo en el Cantar de los Cantares alaba a su esposa por cómo lo
bendice ella con sus palabras y cómo bendice también a otros:
Como panal de miel destila tus labios, oh esposa;
miel y leche hay debajo de tu lengua (Cnt. 4:11).
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Qué manera de hablar y comportamiento manifiestan una cualidad
de reverencia en nuestra vida? ¿Por qué es especialmente importante
para las mujeres cristianas maduras? ¿Necesitas hacer algún cambio al
respecto?
2. Jesús incluyó el pecado de la calumnia en la misma lista que el
homicidio, el adulterio y la inmoralidad sexual (Mt. 15:19). ¿Sueles
estar tan preocupada por el pecado que cometes con tu lengua igual
que por el comportamiento de los demás?
105
3. ¿Cuál de los siete pasos prácticos de este capítulo necesitas
especialmente poner en práctica? ¿Cuáles son los más difíciles para ti?
Mujeres jóvenes
1. ¿Cómo contribuyen las redes sociales al pecado del chisme y la
calumnia? ¿Por qué es más fácil “compartir información” perjudicial a
través de las redes sociales?
2. Mucho de lo que finalmente se convierte en calumnia “nace y se
nutre” cuando damos rienda suelta a nuestros pensamientos y no están
bajo el control de Cristo. ¿Cómo puede el Salmo 19:14 ayudarte a
entrenar tu corazón en contra del chisme y la calumnia?
3. ¿Cuál de los siete pasos prácticos de este capítulo necesitas
especialmente poner en práctica? ¿Cuáles son los más difíciles para ti?
106
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.
107
CAPÍTULO 7
En libertad
Experimentando libertad de la esclavitud
Mirar esta adicción a los ojos me ha llevado a estar de rodillas… ante la cruz.
RENEE JOHNSON
Indulgencia y exceso
Hemos visto que el apóstol exhorta a las ancianas a ser “reverentes en su
porte”, a vivir “de acuerdo con la sana doctrina”, como toda persona que está
comprometida con el servicio sagrado (¡porque lo estamos!).
¿Y cómo es eso? ¿Cuáles son las implicaciones para la vida diaria? Pablo
108
identifica dos características de una conducta reverente en las ancianas: no
debemos ser “calumniadoras” y no debemos ser “esclavas del vino” (Tit.
2:3). Nuestra reverencia a Dios debe manifestarse a través de nuestra lengua
y nuestra forma de vida moderada. Vimos la primera característica en el
capítulo anterior, ahora daremos atención a la segunda.
De alguna manera, ser “esclavas del vino” representa una mentalidad de
indulgencia excesiva, que invariablemente conduce a la esclavitud. Es la
inclinación humana natural que constantemente busca cualquier cosa que nos
produzca placer y alivie nuestro dolor. Es la mentalidad que dice “come, bebe
y goza de la vida”. La tendencia de buscar una vida de tranquilidad y
comodidad, de consentir la carne y —cada vez que la carne experimente
incomodidad física o emocional— hacer todo lo necesario para que la
incomodidad desaparezca. Ahora mismo. A cualquier precio.
¿Son las ancianas las únicas que caen en tal mentalidad? ¡Por supuesto que
no! Pero, al parecer, el apóstol Pablo, bajo la inspiración del Espíritu, sabía
que las ancianas en particular necesitaban esta palabra de exhortación. Y, de
hecho, al envejecer, me he dado cuenta de que frecuentemente siento la
tentación a buscar tranquilidad y placer en exceso. Puede ser una actitud
tácita y subconsciente: “He cumplido con mis responsabilidades. Hoy me
merezco un descanso. Voy a hacer algo que me haga sentir bien. Y si me
hace sentir bien… tal vez lo haga un poco más”.
Observa el énfasis en querer más. Pablo dice que no debemos ser esclavas
de “mucho vino” [LBLA]. Esa es una parte característica de esta tendencia
demasiado humana. Si tenemos un poco de algo, aunque sea bueno, tendemos
a querer más de él. La indulgencia se vuelve excesiva. En áreas particulares
de nuestra vida podríamos querer más y más de algo hasta llegar al punto de
depender de eso… no podemos prescindir de eso.
Ser “esclavas de mucho vino” (o “esclavas de mucho” de cualquier otra
cosa aparte de Jesús) es lo opuesto a tener una mente sobria —moderada y
prudente—; una virtud que Pablo menciona repetidas veces en esta breve
epístola (1:8; 2:2, 5, 6, 12).
Por lo tanto, al considerar lo que el Espíritu Santo nos está diciendo a
través de esta frase, podríamos empezar por preguntarnos si existen algunas
áreas en las cuales somos más propensas a la indulgencia y al exceso.
¿Tenemos el impulso de querer demasiado de algo?
¿Es nuestra vida moderada? ¿Es fructífera, productiva y delimitada por una
109
manera piadosa de pensar? O ¿estamos buscando tranquilidad y gratificación
y hacemos, sin pensar, todo aquello que nos traiga placer o alivie nuestro
dolor?
No me puedo escapar
Pero Pablo está hablando de algo aún más profundo que nuestro estilo de vida
de indulgencia y exceso. Está preocupado por nuestra tendencia a volvernos
esclavas a ciertas sustancias, hábitos o actividades —cualquier cosa— que
consideramos esenciales para nuestra felicidad, cordura o supervivencia.
La palabra esclava en Tito 2:3 significa “tomada por la fuerza o dominada
en contra de la propia voluntad”.[1] Y eso es exactamente lo que ocurre
cuando somos esclavizadas por una sustancia o comportamiento. No
podemos parar. No podemos vivir sin eso. No podemos escapar de eso.
Llamamos a tal esclavitud por muchos nombres: hábito, obsesión,
compulsión, dependencia, adicción, fortaleza. Cada término tiene un matiz
específico, pero todos tienen que ver con la esclavitud y todas somos
propensas a ella. Está vinculada a nuestro sistema nervioso humano. Es una
tendencia del cerebro a crear hábitos a partir de acciones repetidas y su
impulso a buscar placer y evitar el dolor. Es parte de nuestro ADN espiritual,
nuestra tendencia natural a convertir incluso buenos regalos o actividades
neutrales en oportunidades para pecar.
Considera algunas de estas compulsiones comunes que esclavizan a
muchas mujeres hoy día, incluso a las mujeres cristianas:
• La comida. Los atracones de comida son parte de los trastornos
alimentarios más comunes en los Estados Unidos. Un estudio de
CNN.com lo denominó “una manera de adormecer los sentimientos”.
[2] La investigación sugiere que, aunque una de cada diez mujeres que
asiste a la iglesia es probable que tenga un problema con las drogas o
el alcohol, una de cada cuatro tiene una relación abusiva con los
alimentos.[3]
• La dieta y el ejercicio. ¿Alguna vez has estado con alguien que no
habla de otra cosa que de carbohidratos, calorías, ritmo cardíaco y
reincidencia? ¡Realmente es posible ser adicta a estar saludable!
• Las compras. Según un informe, las compras compulsivas afectan a
más del 8% de la población estadounidense, y el 90% de esas adictas a
110
las compras son mujeres.[4] Lo que comienza como una manera de
satisfacer necesidades legítimas se convierte en un alivio de la presión
acumulada. Y, sin darnos cuenta, estamos escondiendo recibos de
tarjetas de crédito y pagando tasas de interés exorbitantes por facturas
vencidas.
• La televisión. En general, en los hogares estadounidenses se mira
mucho más televisión cada día, que en las familias de otros treinta y
cuatro países encuestados.[5] Las telenovelas continúan siendo una
“droga de elección” popular entre las mujeres. La autora Shannon
Ethridge escribe: “No es una coincidencia que experimentara la más
fuerte tentación extramarital mientras estaba viendo: Todos mis hijos,
Una vida por vivir y Hospital general a la hora de la siesta de mis
hijos”.[6]
• El tiempo frente a una pantalla. El pánico que sientes cuando pierdes o
se te rompe el teléfono celular es suficiente evidencia de que el uso del
teléfono puede tener cualidades adictivas. Eso también aplica a otras
formas de “obsesión por la pantalla”: juegos de computadora, redes
sociales o cosas similares.
• El trabajo. A menudo se piensa que la adicción al trabajo es
principalmente masculina, pero las mujeres también pueden
obsesionarse con la “productividad”, tanto pagada como no pagada.
• Novelas románticas. Una mujer, que escribe bajo el pseudónimo de
Linsday Roberts, describe un momento de su vida cuando se volvió
“adicta al romance”. “Al sentirme atrapada —recuerda ella—, traté de
escaparme con la lectura de novelas románticas… Como trabajaba solo
por la mañana, pasaba las tardes leyendo una o dos novelas antes que
los niños regresaran de la escuela. Por las noches, después que los
niños se iban a la cama, seguía leyendo una tercera. Pero… después de
un tiempo, no fue suficiente solo leer aventuras románticas. Largas y
solitarias caminatas o vueltas en mi coche me permitían evadirme del
mundo real y evocar mis propias fantasías”.[7]
• El sexo. Sea que implique actividad sexual ilícita, infidelidad conyugal
o pornografía, el deseo compulsivo de tener relaciones sexuales
(incluso legítimas) puede ser profundamente destructivo y
especialmente difícil de abandonar. Una mujer que ministra a
estudiantes de universidad me escribió: “Durante nuestro reciente
111
retiro de mujeres, me quedé hasta las cuatro de la mañana hablando
con muchachas adictas a la pornografía por Internet y a la
masturbación. ¡Auxilio!”.
• Medicamentos recetados. El abuso de medicamentos recetados como
estimulantes, analgésicos, sedantes y tranquilizantes es la categoría de
abuso de sustancias de más rápido crecimiento entre las mujeres. Más
allá de eso, millones de mujeres dependen de drogas psicoterapéuticas
para poder funcionar.
Amos y esclavos
Algunos expertos reservan el término “adicción” para el abuso de sustancias
tales como el alcohol y los narcóticos. Sin embargo, las así llamadas
adicciones conductuales (la mayoría de las cosas de la lista anterior) tienen
algunas características en común con las dependencias químicas.
Primero, todas ellas involucran algo que nos levanta el estado de ánimo o
cambia cómo nos sentimos. Jon Blomm, del ministerio Desiring God,
observa que lo que nos atrae es tal sentimiento de alivio:
Al momento de la indulgencia, esta no parece ser una enemiga. Parece
una recompensa que nos hace felices. Y sentimos el alivio de un antojo
que insiste en ser satisfecho.[8]
Un asunto de adoración
Pablo nos recuerda que antes de ser salvos por la gracia de Dios, todos
éramos “esclavos de concupiscencias y deleites diversos” (Tit. 3:3); es decir,
a deseos y placeres pecaminosos. En cambio, dice que las mujeres piadosas
deben conocerse por no ser esclavas del vino o, de manera implícita, a
ninguna otra sustancia o práctica que no honre a Dios.
Porque no podemos hacer ambas cosas.
No podemos ser siervas de Dios y al mismo tiempo inclinarnos y ceder a
las demandas de alguna otra sustancia o influencia. Jesús mismo dijo que es
imposible servir a dos amos (Mt. 6:24).
Entonces, ¿qué debemos elegir?
¿Y cómo elegimos? Con nuestra obediencia. Así como, en otro pasaje, el
apóstol aconseja: “sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado
para muerte, o sea de la obediencia para justicia” (Ro. 6:16).
Nuestras adicciones
reflejan la inclinación
113
de nuestro corazón al
arrodillarnos ante otros
dioses que no pueden
hacer nada por nosotras,
insatisfechas con el
único Dios verdadero.
En otras palabras, somos esclavas de nosotras mismas, de nuestro pecado,
de Satanás y sus engaños, o somos esclavas de nuestro Dios de amor, con la
confianza de que Su “paga” es “la vida eterna en Cristo Jesús” (Ro. 6:23).
Creo que todas estamos de acuerdo en que esto sobrepasa la recompensa por
dejar de servir a otros amos.
Otra manera de explicar esto es que la adicción tiene que ver con la
adoración.
Somos esclavas de lo que adoramos.
Ahora bien, es cierto que muchos factores entran en juego cuando nos
sentimos incapaces de dejar de participar en actividades nocivas o
perjudiciales. Hay culpa, hay una historia, hay un deseo de satisfacer lo que
sentimos que son necesidades insatisfechas y de aliviar o anestesiar el dolor.
Tenemos necesidad de escapar de nuestros problemas relacionales o
presiones financieras u otros problemas sin solución. Podríamos estar
enojadas con Dios, con la vida, con quienes han contribuido a las dificultades
que enfrentamos y a la manera en que instintivamente reaccionamos al estrés
y a la adversidad. Y aunque no haya sustancias químicas implicadas (como
las drogas o el alcohol), los factores fisiológicos o cambios en nuestro cuerpo
pueden hacernos más susceptibles a la dependencia.
Y aun así…
De una manera u otra, cuando nos volvemos dependientes de una sustancia
o una actividad, estamos cediendo nuestra voluntad y la estamos adorando.
Le estamos ofreciendo las primicias de nuestro tiempo, nuestro amor y
nuestra energía. A través de nuestras acciones —el lenguaje más delatador de
todos— estamos diciendo que elegimos el gobierno del pecado sobre
nosotras en lugar del gobierno de nuestro Padre celestial, sabio y amoroso.
De modo que describimos con mayor precisión nuestras adicciones cuando
pensamos en ellas como lo que realmente son: idolatría. Estas reflejan la
114
inclinación de nuestro corazón a vacilar en nuestras lealtades, al arrodillarnos
voluntariamente ante otros dioses que no pueden hacer nada por nosotras,
insatisfechas con el único Dios verdadero al que debemos nuestra vida.
Eso es exactamente lo contrario al llamado a ser mujeres según Tito 2.
Nuestra misión y nuestro privilegio es rendirnos por completo al servicio del
Señor Jesús. Dejar de lado nuestros hábitos idólatras y experimentar juntas la
alegría, la libertad y la adoración pura y dulce que fluye de ser totalmente de
Él.
115
creer que no podemos ser
libres, que siempre seremos
prisioneras de nuestros
hábitos y adicciones. La
Palabra de Dios declara
que no importa cuán
esclavizante haya sido tu
pecado, no tiene comparación
con el poder vencedor
del Espíritu de Dios.
Y así es la vida para ellas ahora. Aunque se esfuerzan por resistir la
tentación —y aprietan los dientes o se cruzan de brazos— todavía no se
sienten libres. Solo cansadas. Atormentadas. Como si estuvieran luchando
con algo.
Nuestro enemigo, por supuesto —diábolos—, nos hace creer que no
podemos ser libres, que siempre seremos prisioneras de nuestros hábitos y
adicciones, que ni Dios es suficientemente fuerte para ayudarnos a conquistar
lo que obviamente no hemos podido vencer en todos estos años de intentarlo.
Pero déjame recordarte que la Palabra de Dios está llena de promesas
destinadas a alimentar esperanza, expectación, perseverancia y triunfo.
Repetidas veces, declara que no importa cuán esclavizante haya sido tu
pecado (y quizás lo continúe siendo), no tiene comparación con el poder
vencedor del Espíritu de Dios.
Ahora bien, esto no significa que Dios va a agitar una varita mágica e
instantáneamente nos quitará todo deseo de ceder a una mala costumbre. Por
supuesto, Él puede hacer eso y muchas veces decide hacerlo así. Pero nuestra
experiencia probablemente se parezca más a la de los israelitas en relación a
sus enemigos en la tierra prometida.
Y Jehová tu Dios echará a estas naciones de delante de ti poco a poco;
no podrás acabar con ellas en seguida, para que las fieras del campo no
se aumenten contra ti (Dt. 7:22).
Dios podría haber aniquilado sobrenaturalmente toda la oposición que Su
pueblo enfrentaría en Canaán. Pero Él sabía que eso causaría circunstancias
116
más difíciles, así que en Su misericordia prometió darles la victoria “poco a
poco”, de la misma manera que Él nos ayuda a conquistar nuestras
dependencias idólatras que nos esclavizan.
Sabemos por Su Palabra que nuestra lucha contra el pecado no será
completamente ganada hasta que estemos en el hogar celestial con el Señor.
Y lo que Él quiere que aprendamos a través de la batalla, muchas veces
agotadora, es que este evangelio, que nos salvó, también puede continuar
salvándonos, hacernos libres en cada momento en medio de la batalla diaria
entre la carne y el espíritu. Este ataque puede hacernos volver a Cristo, Su
cruz, Su poder y Su gracia continuamente. Y, cuando lo hacemos,
descubrimos que Él está activamente obrando en nosotras “tanto el querer
como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
En realidad, es Su amor por nosotras, entonces, lo que hace que Dios nos
guíe por este camino largo y difícil y dé muerte a todos nuestros sustitutos
nocivos una elección obediente a la vez. Él nos adiestra en la batalla para que
podamos aprender a luchar a Su manera.
Después de todo, fuimos las que tomamos las decisiones que, desde un
principio, nos llevaron a esta esclavitud. Participamos activamente en nuestra
esclavitud. Y ahora podemos desempeñar un papel activo en nuestra
liberación, si decidimos poner nuestra devoción en Cristo, con la fe de que
nos ha hecho libres “de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2) y
tomamos “cada pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo” (2 Co. 10:5).
A medida que perseveremos en estas tácticas espirituales, comenzaremos a
experimentar una victoria más rica, más satisfactoria y más duradera sobre
nuestros hábitos y adicciones que cualquier chasquido divino podría darnos.
Eso se debe a que nuestro objetivo no es solo mejorar, sino poder decir que
hemos dejado de hacer esto o aquello o cualquier cosa que hayamos hecho
miles de veces antes. El objetivo es acercarnos a nuestro Dios, que es más
deseable, atractivo y gratificante que cualquier exceso de comida o bebida.
Que cualquier relación prohibida. Que cualquier tentación placentera y
emocionante, pero esclavizante.
Que cualquier otra cosa.
Luchando juntas
Parte de la belleza —y el poder— de un estilo de vida como el de Tito 2 es
que no estamos solas en esta batalla. Tendemos a pensar en nuestras
117
compulsiones y adicciones como un asunto personal, algo que se trata
principalmente de nuestra salud, crecimiento y deseo de cambio personal.
Pero los preceptos que estamos estudiando en este libro —como no ser
“esclavas del vino”— no solo se tratan de nosotras individualmente, sino
también de cómo vivimos la belleza del evangelio… juntas.
Dios nos ha dado unas a otras, recuérdalo. Hacemos esto en comunidad con
otras, y lo hacemos por el bien de las demás. Qué gozo —y responsabilidad
— es luchar juntas por la gracia y la libertad en Cristo y llevar a otras con
nosotras a un lugar de victoria donde juntas podamos adorar totalmente
rendidas a los pies de Cristo.
Este mandato de Tito 2 consiste en compartir y recibir unas de las otras los
dones de transparencia, rendición de cuentas, misericordia y aliento, y
recordarnos las unas a las otras quién es realmente nuestro Amo.
Y se trata de enseñar a las demás también por qué Pablo dirigió su
amonestación de “no ser esclavas del vino” a las ancianas de la iglesia.
De la misma manera que se dice que una madre embarazada come por dos
—y que debería ver sus decisiones diarias en ese contexto si quiere que su
hijo sea saludable—, no podemos pensar que nuestros pecados y excesos
secretos sean meras indulgencias personales. No lo son. Si no nos resistimos
y cambiamos, no solo seguirán desalentándonos y venciéndonos en nuestra
vida personal, sino que también obstaculizarán lo que Dios nos ha llamado a
hacer por otros.
Por la gracia de Dios, la esclavitud al “vino” no ha sido un problema en mi
vida. Sin embargo, como he comentado en otro momento, he enfrentado una
batalla recurrente con la esclavitud a la “comida”. Estoy comprometida a
seguir buscando la libertad en esta área —y en cada área de mi vida que
amenaza con esclavizarme— por el bien de mi vida cristiana, sí, pero también
por el bien de mis hermanas e hijas en Cristo.
Sé que ser esclava de cualquier otra cosa que no sea Dios hace que me
resulte más difícil dar palabras de ánimo y esperanza a otras luchadoras en la
batalla. Disminuye mi confianza en el evangelio y mi capacidad de
proclamarlo apasionadamente. Hace que me mantenga alejada de ciertos
temas de debate y deja a las mujeres jóvenes solas en sus batallas y, por lo
tanto, perpetúa la vergüenza y la derrota en la próxima generación.
He tratado de enfatizar que no tenemos que vencer cada debilidad para
poder hablar a la vida de otras mujeres. Todas estaríamos descalificadas si
118
ese fuera el caso, pero seremos mucho más eficaces en ayudarlas en sus
luchas similares a las nuestras cuando hayamos experimentado la libertad en
nuestra propia vida.
Solo piensa cómo sería la vida si todas corriéramos juntas, si lucháramos
juntas, en lugar de boxear solas con adversarios imaginarios y oponentes tan
obstinados.
Y ahora… en cuanto al vino
Hasta aquí, nuestra consideración de esta parte de Tito 2 se ha enfocado en la
necesidad de ser vigilantes en la batalla contra todo tipo de indulgencias,
excesos y cualquier cosa que nos esclavice. Pero el reto de Pablo a las
ancianas de la iglesia cretense aborda específicamente la cuestión de ser
“esclavas del vino”.
Puedes preguntarte si este problema afecta a suficientes mujeres para
justificar más que una mención pasajera. La realidad es que este es un asunto
significativo y creciente entre las mujeres. La periodista y escritora Gabrielle
Glaser arroja luz sobre la poco conocida epidemia de bebedoras femeninas en
su libro Her Best Kept Secret [Su mejor secreto]. Ella señala que…
…por cada medida cuantitativa, las mujeres están bebiendo más.
Reciben cada vez más cargos por conducir en estado de ebriedad, se les
encuentran cada vez más altas concentraciones de alcohol en sangre en
las escenas de accidentes automovilísticos y se atiende cada vez a más
mujeres en las salas de emergencia por estar peligrosamente intoxicadas.
En la última década, un número récord de mujeres ha buscado
tratamiento por abuso del alcohol.[9]
Y no es solo una preocupación fuera de las paredes de nuestras iglesias,
como noté cuando una mujer cristiana madura me confió recientemente que
estaba volviendo a caer en algunos patrones destructivos que la habían
acosado antes de conocer a Cristo, incluso en “la dependencia del alcohol,
como un mecanismo de defensa nocivo, para poder hacer frente a ciertas
situaciones y emociones”.
Así que seríamos negligentes si no abordáramos más específicamente el
uso y el abuso del alcohol, como lo hace Pablo en Tito, y examinar lo que la
Biblia en su conjunto dice al respecto. Tres amonestaciones recurrentes en las
119
Escrituras pueden servir como punto de partida.
1. La Biblia condena la embriaguez.
No hay ninguna palabra positiva en las Escrituras sobre el uso excesivo o el
abuso del alcohol. Al contrario, la embriaguez en la Biblia está asociada con
la sensualidad, la inmoralidad, las juergas, la violencia, las obras de las
tinieblas y los comportamientos pecaminosos y paganos.
Eso, por supuesto, plantea la cuestión de cuándo beber cruza la línea y se
convierte en embriaguez. Las personas que conozco, que han luchado con el
alcoholismo, confiesan que fueron las últimas en reconocer que habían
bebido demasiado. Por lo general, no se daban cuenta del momento cuando
estaban pasando los límites. Y, como no existe un nivel de consumo estándar
que determine estar “ebrio”,[10] es difícil, si no imposible, saber cuánto es
demasiado, hasta que se ha cruzado esa línea.
2. La Biblia nos advierte sobre las consecuencias del abuso de alcohol.
Las advertencias sobre el uso y el abuso del alcohol son frecuentes en las
Escrituras. Proverbios 20:1 no anda con rodeos acerca del tema:
El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, Y cualquiera que por
ellos yerra no es sabio.
Y Proverbios 23 se explaya en el tema y describe los síntomas y los efectos
de beber en exceso:
¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? [efectos emocionales]
¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? [efectos
relacionales]
¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo amoratado de los ojos?
[efectos físicos]
Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la
mistura (vv. 29-30).
Entonces, ¿qué debe hacer toda persona sabia? ¿Cómo se pueden evitar
estos efectos destructivos? El consejo del escritor (por lo menos, para la
persona descrita en los versículos anteriores) es sencillo:
No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa.
120
Se entra suavemente (v. 31).
Este pasaje, que continúa hasta el final del capítulo, describe la situación de
una persona que toma un camino moral peligroso hasta que finalmente llega
al grado de despertarse cada mañana y decir: “iré en busca de más vino” (v.
35). Esa persona está esclavizada. La bebida que elige puede parecer buena y
agradable de beber. Pero se la exhorta a considerar cuidadosamente las
consecuencias (las que los anuncios no mencionan) y que se mantenga
alejada de la sustancia embriagante (vv. 31-35).
3. La Biblia ordena a aquellos con mayor responsabilidad a tener mayor
moderación.
Varios capítulos más adelante, la madre real, plasmada en la mujer de
Proverbios 31, instruye a su hijo, que un día gobernará la nación, con estas
palabras:
No es de los reyes, oh Lemuel, no es de los reyes beber vino, ni de los
príncipes la sidra;
no sea que bebiendo olviden la ley, y perviertan el derecho de todos los
afligidos (Pr. 31:4-5).
Al saber que la bebida fuerte puede embotar los sentidos, ralentizar la
mente y nublar el buen juicio, esta madre advierte al joven príncipe sobre
cualquier cosa que pueda atentar contra su capacidad o convertirlo en un líder
opresivo e insensible.
“Recuerda quién eres —le dice básicamente—. ¡Estás destinado a ser un
rey! No puedes gobernar a otros si tú eres esclavo de tus apetitos, pasiones y
lujurias”.
Ella reconoce que, para algunos, “la bebida fuerte” puede ser una manera
de anestesiar el dolor físico o emocional o de borrar los problemas, y podría
ser útil como un paliativo para el final de la vida:
Dad la sidra al desfallecido, y el vino a los de amargado ánimo.
Beban, y olvídense de su necesidad, y de su miseria no se acuerden más
(vv. 6-7).
Pero el hijo real necesitaba estar lúcido, en pleno control de todas sus
facultades, capaz de concentrarse en sus responsabilidades y ser un líder
121
sabio y bueno.
¿Y a quiénes exhortó Pablo a tener un estilo de vida moderado en su carta a
Tito? A los ancianos de la iglesia (1:7), así como también a las ancianas;
grupos de personas que eran particularmente influyentes y cuyo ejemplo
observaban atentamente y seguían.
124
En Romanos 14 y 1 Corintios 8 y 10, Pablo aborda varios aspectos de estilo
de vida que no se detallan claramente en las Escrituras, en los cuales algunos
creyentes sienten que tienen libertad y en los que otros no pueden participar
en buena conciencia. El apóstol establece dos principios con respecto a cómo
debemos tratar tales asuntos, el primero de los cuales ya hemos visto. Ambos
principios son aplicaciones de la ley del amor:
• No emitir juicios sobre otros cuando debatimos temas cuestionables
(Ro. 14:1-12).
• No poner obstáculos o tropiezos en el camino de un hermano o
hermana en Cristo (vv. 13-23).
Por amor
Después de leer un borrador de este capítulo, mi esposo vino a mi estudio y
(siempre me anima) me dijo: “¡Esto es magnífico, cariño! Y muy necesario”.
Entonces se preguntó en voz alta si debía incluir “nuestra historia” sobre este
asunto. Así que, con su permiso, voy a relatar una experiencia personal e
inolvidable sobre una conversación que me permitió
tener una importante
visión del corazón del hombre con el que me casaría nueve meses después.
Una noche, en una de nuestras primeras citas, cuando acabábamos de
conocernos, Robert me preguntó:
—¿Te parece bien que beba una copa de vino en la cena?
—Por supuesto, siéntete libre —le respondí.
Al parecer, sospechaba o pensaba que yo no bebo. Así que insistió, para
estar seguro de que no me ofendería si él bebía.
126
—Eso es totalmente entre tú y el Señor —le aseguré—. Pero en algún
momento me encantaría que hablemos de esto para poder saber qué hay en
nuestro corazón al respecto.
Lo añadimos a nuestra creciente lista de “cosas para hablar”. Y él volvió a
sacar el tema cuando nos vimos otra vez esa misma semana.
Robert me contó que durante años él y su primera esposa habían disfrutado
de una copa de vino cada noche después del trabajo. Era una manera de
relajarse y hacer una transición a la noche. Él sabía de otros que habían
luchado con el exceso de alcohol, pero eso nunca había sido una tentación
para él.
Cuando me preguntó qué pensaba sobre ese asunto, le expliqué que no veía
eso como algo definitivamente correcto o incorrecto o una medida de
espiritualidad. Pero también le conté los problemas de mi padre con
conductas adictivas antes de venir a Cristo. Él conocía por experiencia propia
la atracción y los riesgos potenciales de beber. Así que, después de
convertirse, tomó la decisión de abstenerse del alcohol. No había adoptado
una posición farisaica ni condenaba a aquellos que no compartían su punto de
vista, pero nosotros no teníamos alcohol en nuestro hogar, y sabíamos que él
creía imprudente, en el mejor de los casos, beber.
Cuando llegué a la edad adulta, esta es una de las muchas áreas donde tomé
en serio la exhortación de Hebreos 13:7, recordé la forma en que mis padres
me habían enseñado la Palabra de Dios, consideré el resultado de su manera
de vivir y quise imitar su fe. No fue una decisión difícil para mí abstenerme
de beber. Lo vi como una manera de honrar a mis padres, como una
protección de cualquier predisposición genética a la dependencia que podría
haber heredado de mi padre, y como una oportunidad de encontrar la mayor
satisfacción de mi alma en Cristo.
Le conté todo esto a Robert, al igual que mi deseo como líder ministerial de
no ejercer ninguna libertad que pudiera causar un daño espiritual a los demás.
Nuestra conversación sobre este tema no fue extensa. Escuchó atentamente
y, en cuestión de minutos, dijo: “Esta es una obviedad. Si no puedo prescindir
del alcohol, entonces tengo un problema. Y si eso significa más para mí, que
tú, ¿no sería una necedad? Tú vales mucho más para mí que la libertad de
beber”.
Me dio las gracias por abrirle mi corazón y luego me dijo tiernamente: “No
hay problema. Nunca volveré a beber”. Fin de la conversación.
127
En ese momento, mi corazón se conmovió de una manera tal que,
probablemente, Robert no haya percibido. No se trataba del alcohol: de beber
o no beber. Era mucho más que eso, yo sabía que él era un hombre que
amaba al Señor por sobre todas las cosas y que estaba dispuesto a abandonar
cualquier placer o hábito por el bien de otros.
Por amor.
¿Y no debería ser ese el motor de todas nuestras decisiones? El amor… y la
verdadera libertad que Jesús nos ofrece de nuestras tendencias adictivas a la
gratificación personal.
128
Antiguo Testamento directamente a las salas, las habitaciones y otros lugares
donde todos hemos experimentado las pesadas cadenas de la esclavitud del
pecado.
“Hoy —dijo el Señor Jesús aquella tarde en Galilea— se ha cumplido esta
Escritura delante de vosotros” (v. 21).
Y en este día —hoy— donde sea que estés leyendo, sé que esta Palabra se
puede cumplir en ti también. A través de la presencia y el poder de Cristo en
tu vida, puedes ser libre de todo aquello que te mantiene cautiva.
Libre de los pasatiempos “inocentes” que te dominan.
Libre de las sustancias y las conductas que te han llevado a la idolatría.
Libre de la esclavitud a los (supuestos) placeres que nunca satisfacen en
verdad.
Esa libertad no viene al disponerte a obedecer, sino al rendirte a tu Amo.
Probablemente no sucederá en un instante. De hecho, escapar de tu
esclavitud puede ser lo más difícil que alguna vez hayas hecho; aunque la
libertad de Dios está disponible para ti en todo momento. Y es muy probable
que no suceda en la soledad, sino con la ayuda de otras personas cristianas
que te conocen bien y oran por ti, y ante quienes seas responsable;
especialmente otras mujeres cristianas que han experimentado el poder
liberador del evangelio y están ansiosas por ayudarte a lograr lo mismo.
Pero puede suceder. Sucede. Y esta es la palabra que todas necesitamos oír
en medio de las luchas con nuestras tentaciones y nuestras obsesiones.
Jesús vino a la tierra a liberar a los cautivos.
Que tú seas una. Y yo, otra.
Y que, al ser libres de toda esclavitud terrenal, podamos ser sinceras,
agradecidas y devotas siervas de Cristo. No hay mayor libertad.
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿En qué áreas de tu vida tiendes a la indulgencia y al exceso? ¿Eres
propensa a querer demasiado de algo?
2. ¿Cómo podría tu transparencia sobre tus propias luchas en áreas de
esclavitud animar a una mujer más joven y darle esperanza? ¿Cuánta
“victoria” crees que una anciana necesita tener en una de estas áreas
129
para ser de ayuda a una mujer más joven?
Mujeres jóvenes
1. ¿Existen algunas sustancias, hábitos o actividades que consideres
esenciales para tu felicidad, cordura o supervivencia? ¿Qué mentiras
estás creyendo sobre estos asuntos?
2. ¿Cómo podría ayudarte en tus luchas en contra de los hábitos que te
esclavizan, tener una mujer mayor piadosa ante quien rendir cuentas?
¿Puedes pensar en algunas precauciones que deberías tener en cuenta
al hacerlo?
130
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ,
131
CAPÍTULO 8
NO FUE UNA GRAN ERUPCIÓN, dentro de lo que cabe para un volcán. Pero el
trastorno que causó fue terrible.
Se inició en marzo del 2010. La actividad sísmica alrededor del volcán
islandés Eyjafjallajökull fue en aumento. Una docena de conductos
volcánicos, o más, en toda su superficie rocosa empezaron a despedir fuego,
pero esos angostos orificios no pudieron contener la gran cantidad de magma
que hervía debajo de la corteza terrestre. Hacia el 14 de abril, la lava en
estado de ebullición llegó a la cumbre y derritió el hielo glacial antes que,
finalmente, despidiera una nube explosiva de cenizas que formó un hongo de
más de diez mil metros de altura.
La actividad volcánica continuó por seis días. Los escombros que caían
amenazaban las labores agrícolas y ganaderas de los alrededores,
contaminaban fuentes de agua y cubrían todo a su paso bajo una capa
grisácea de ceniza. Además, la nube masiva de partículas en la atmósfera
detuvo el tráfico aéreo en veinte países de toda Europa. Cientos de miles de
viajeros quedaron varados, y los retrasos costaron un valor estimado de mil
millones de dólares. Fue el mayor trastorno de su tipo en el continente
europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
Mientras seguía las noticias sobre este suceso, comencé a darme cuenta de
que algo bastante similar había estado ocurriendo mucho más cerca de casa.
Mi tensión emocional había alcanzado niveles máximos durante varios
meses. Presiones organizativas y financieras en el ministerio. El estrés de una
mudanza inquietante. Cambios hormonales. Muchas cosas. Y, con el tiempo,
la presión que se había acumulado por dentro llegó a la superficie.
Me había vuelto cada vez más tensa y apática. Muchas veces estuve al
132
borde de reaccionar en vez de responder a las circunstancias, explotaba frente
a las personas que trataban de ayudar y supervisar detallada y
meticulosamente nuestro equipo y, por lo general, estaba nerviosa, negativa y
difícil de complacer. Me sentía fuera de control, como una olla de presión
emocional a punto de explotar. Aunque era consciente de que estaba
desmoralizando incluso a mis amigos y colegas más cercanos, parecía que no
me podía controlar.
Pero, curiosamente, todo el alboroto sobre esa erupción en Islandia me dejó
al descubierto. En su faz furiosa y humeante pude ver la caldera de mi propio
corazón. Y en la nube de ceniza volcánica lanzada por todo el continente
europeo, pude ver algo del daño que la erupción de mi espíritu estaba
causando a aquellos que me rodeaban.
Una mañana, siendo todavía muy temprano, confesé al Señor en mi diario
que había “lanzado una nube tóxica de cenizas sobre la vida de incontables
personas, entre ellas parte de mi equipo de trabajo y amigos queridos… y
había hecho apagar la luz en los ojos y el alma” de algunos de mis colegas
más cercanos en el ministerio. Había estado permitiendo que mis emociones
dictaran mi conducta en detrimento de mis amigos, mi ministerio y mi propia
alma.
Ese es solo uno de los muchos ejemplos personales que podría contar.
Definitivamente, soy una “obra en proceso” en cuanto se refiere al difícil reto
de ser una mujer piadosa y prudente. Sospecho que tú has enfrentado la
misma dificultad.
La palabra específica de Tito 2 que estamos viendo en este capítulo
representa un requisito desalentador: imposible sin el evangelio de Cristo. A
este evangelio y a este Salvador buscamos adornar; y es el mismo evangelio y
Salvador que nos capacita para vivir “en este siglo sobria, justa y
piadosamente” (Tit. 2:12).
134
Estamos juntas en esto.
Y tenemos un largo camino por delante.
Sin embargo, no quiero que olvidemos que esta batalla de toda la vida es
un caldo de cultivo perpetuo para el desánimo, la derrota y el cansancio, que
nos ataca constantemente. Y vivimos con esa voz regañina de vergüenza e
inferioridad en nuestra mente.
Aunque requiere mucho esfuerzo tener prudencia, el plan de Dios no es
torturarnos con esta demanda elevada de las Escrituras. Cuando lo
discernimos correctamente, en el contexto de Su gracia y Su evangelio —por
medio de los cuales, la Palabra dice, somos “salvos” (1 Co. 15:2)—, las
recompensas de la prudencia son una dulce experiencia que satisface el alma.
Y estas nos hacen instrumentos de bondad y gracia en la vida de aquellos que
nos rodean.
En otras palabras, hay esperanza para nosotras. Tú y yo podemos ser
mujeres prudentes en un mundo que está perdiendo el control, de una manera
que adorna hermosamente nuestras propias vidas y la doctrina de Cristo al
compartirla con otros.
Para empezar a movernos juntas en esa dirección, quiero que empieces a
familiarizarte con un vocablo griego fuerte, pero bello, y le des lugar en tu
vida. Ya lo hemos visto brevemente en el capítulo 3.
136
los aspectos más prácticos y vitales de mi vida personal con el Señor. Mis
reacciones a las circunstancias diarias o inesperadas a menudo se pueden
explicar simplemente con una pregunta básica:
“¿Se trata de sófron?”.
¿Son mis palabras, acciones, o reacciones excesivas, compulsivas o
inestables? Es obvio que, por lo menos en ese momento, no soy sófron. Me
falta el dominio propio que fluye de una “mente sana”. Mi pensamiento no va
de acuerdo con la “sana doctrina” tal y como se encuentra en la Palabra de
Dios.
Y eso nos sucede a todas nosotras. Cuando consideramos algunas de las
decisiones insensatas, destructivas e imprudentes, que hemos tomado en la
vida —o cuando escuchamos a otros tratar de entender cómo nos metimos en
los apuros que actualmente experimentamos—, la mayoría podemos
remontarnos a momentos cuando no estábamos pensando ni razonando
claramente, cuando estábamos basando nuestras acciones en pensamientos
erróneos o simplemente reaccionando sin ni siquiera pensar.
En otras palabras, cuando no estábamos pensando con una mente sana.
Cuando no estábamos siendo sófron.
El diablo se deleita en perpetuar la clase de pensamientos equivocados que
vimos en el capítulo anterior, el tipo de pensamientos que nos lleva a excesos
e indulgencias y, finalmente, a compulsiones y adicciones:
• “Esa caja de dulces navideños hará que todo parezca mejor”.
• “Solo necesito un trago para calmar mis nervios”.
• “¡No lo puedo evitar! ¡Me saca de quicio!”.
• “Solo un puñado más de papas fritas. Mañana ayuno” (o “corro una
milla extra esta noche”).
• “Solo un juego de computadora más y me pongo a trabajar”.
• “¡Pero estaba en oferta!”.
Y así continúas cediendo a excusas, distracciones, sustitutos e ídolos
temporales; todo por la falta de una mente sana que te conduce a acciones
imprudentes.
Las ramificaciones de la prudencia y una vida y mente sanas (o la falta de
esta) son profundas y amplias. Observa cómo la referencia de Pablo a la
prudencia está justo en medio de su plan de estudios para las mujeres
137
jóvenes:
“Que enseñen a las mujeres jóvenes —dice— a amar a sus maridos y a sus
hijos, a ser prudentes [sófron], castas, cuidadosas de su casa, buenas… para
que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:4-5).
En otras palabras, si no tienes una mente prudente y sana:
• No podrás amar a tu esposo cuando su conducta no te inspire a amarlo.
• No podrás amar a tus hijos en medio de toda la ropa que lavar y la
comida a preparar y cuando no quieran irse a la cama a horario.
• No podrás ser casta en tus hábitos y tus relaciones.
• No podrás ver el valor o la necesidad de ser cuidadosa de tu casa.
• No podrás ser buena con aquellos que no son buenos contigo.
Saldrás hecha una furia, darás un portazo, contestarás mal y te acobardarás
ante cada pequeña determinación que tomes. Y, al final de cuentas, tu vida
causará que otros rechacen el mismo evangelio que dices creer.
A menos que seas sófron.
La meta es la transformación
Creo que demasiadas veces nos enfocamos en tratar de cambiar de conducta
o dejar una mala costumbre —“no lo haré”, “lo dejaré de hacer”, “lo
prometo”— sin entender el verdadero desencadenante de nuestras acciones.
Eso se debe a que tales acciones no se originan en nuestra voluntad o nuestras
circunstancias estresantes, sino más bien en nuestra mente.
En lo que estamos pensando o no estamos pensando.
La razón por la cual agrediste verbalmente a ___________ otra vez (pon el
nombre de tu esposo, hijos, suegros, compañeros de trabajo) no es porque él
o ella hizo algo que te ofendió. No fue por eso, sino porque en ese momento,
cuando la frustración y el enojo hicieron erupción en la forma de palabras
impacientes y exaltadas, no estabas pensando con una mente sana.
La razón por la que te devoras la bolsa de papas fritas en un santiamén o
sales y te compras seis pares de zapatos nuevos o no puedes dejar de revisar
tu página de Facebook cada cinco minutos —aunque todo el tiempo estás
diciendo que debes dejar de hacerlo— es que no estás pensando con sensatez
en lo que estás haciendo.
Nunca pensaste que escucharías salir de tu boca tanta crítica y tanto
veneno. Nunca imaginaste que podrías actuar como lo has estado haciendo.
138
O levantas la vista un día, hastiada de las amargas consecuencias de una
decisión imprudente e insensata, y te preguntas: “¿Por qué hice eso? ¿Por qué
no pude parar a tiempo?”.
Por lo siguiente.
Porque no estabas siendo sófron. No estabas siendo prudente. Tu
pensamiento no estaba siendo sensato.
Esta es una guía que puede aplicarse a incontables situaciones de la vida:
• Mi manera de hablarle a esa persona hoy, ¿fue sófron?
• Mi manera de comer o hacer ejercicios o administrar mi tiempo hoy,
¿fue sófron?
• ¿Fue esa una respuesta sófron?
• ¿Fui sófron en esa situación?
Hablamos de una virtud que es tan fundamental para la vida cristiana como
lo son el abecedario y las tablas de multiplicar en la educación de un niño. Si
no la dominamos, lucharemos con cada una de las otras virtudes y disciplinas
espirituales. Ser prudente —tener una mente sófron— es básico para
cualquier creyente en cualquier etapa de la vida.
La mujer sófron
Para ayudarte a entender el efecto que tiene una mente sana —sófron— sobre
cualquier área de nuestras vidas, me gustaría describir a dos tipos de mujer.
Los gráficos de las páginas 168-169 muestran las inclinaciones y las
características que indican que una mujer no es sófron: que no tiene una
mente sana y no es prudente. A la derecha están las cualidades que
caracterizan a una mujer que es sófron.
Por supuesto que ninguna mujer cae por completo de un lado o del otro. En
el curso de un solo día, podemos demostrar cualidades de ambas listas. Pero
pensar en estas características me ha ayudado a considerar
si estoy siendo una
mujer sófron en cualquier momento o situación dada. Espero que a ti también
te ayude.
Te recomiendo que reserves un tiempo para revisar el gráfico en oración,
con un lápiz o marcador en mano. Haz anotaciones junto a las cualidades que
más caracterizan tu vida. Luego pregúntate:
• ¿Soy generalmente una mujer sófron?
139
• ¿En qué áreas de mi vida necesito pensar y vivir más sófron?
Busca escapar de la presión y los Está dispuesta a soportar dificultades por causa de
6. problemas. un premio/una recompensa superior.
Es una víctima de sus circunstancias y su Usa su pasado como un trampolín para una vida
7. pasado. más fructífera.
Vive centrada en sí misma: “¿Cómo me Vive centrada en otros: “¿Cómo afecta mi
8. afecta esto a mí?”. conducta a los demás?”.
Vive obsesionada por la apariencia Le interesa más ser piadosa, que verse a la moda,
9. externa. bella o joven.
Es sana, estable; tiene sus pensamientos fijos en el
10. Es mentalmente inestable. Señor.
Tiene buenas intenciones, pero no
Cumple sus compromisos; desarrolla disciplinas
11. cumple lo que promete; sus compromisos piadosas.
no duran mucho.
14. Se enfoca en el aquí y ahora; piensa poco Tiene una perspectiva eterna; ve el aquí y ahora a
o nada en la eternidad. la luz de la eternidad.
SUS EMOCIONES
Sus emociones están controladas por las
Es emocionalmente estable; mantiene la calma/no
15. circunstancias; tiene altibajos pierde el control cuando está bajo presión.
emocionales.
Sus decisiones están impulsadas por los
Sus decisiones están impulsadas por la Palabra de
16. sentimientos, las presiones externas, las Dios.
circunstancias.
Su corazón está firme, confiado en el Señor;
responde en fe en lugar de temor cuando enfrenta
17. Se derrumba ante la crisis. dificultades; está segura en el Señor; su mente está
presente y sabe qué hacer en una crisis.
26. Hiere/menosprecia/destruye
sus palabras.
a otros con Sus palabras ministran gracia/bendición/aliento a
quienes la escuchan.
27. Exagera. Es cuidadosa con la verdad.
34. Come lo que quiere cuando quiere; vive Come moderada y equilibradamente; come para
para comer. vivir, no vive para comer.
35. Es impredecible. Es coherente.
45. Hace el ridículo, es banal, trivial, necia. Tiene una mente sana y sabiduría.
47. Desperdicia
momento.
el tiempo; vive para el Usa su tiempo con propósito; considera los
resultados de sus decisiones a largo plazo.
Se distrae fácilmente; salta de una cosa a
Se concentra en lo que Dios le ha encomendado
48. otra; es incapaz de concentrarse o en ese momento; termina sus tareas.
terminar una tarea.
Toma decisiones basadas en sus
Toma decisiones basadas en los principios
49. sentimientos personales o en lo que es bíblicos, aunque eso requiera decisiones difíciles.
más fácil o más cómodo.
Renovadas por Su Palabra
Piensa cómo te sientes cada vez que pierdes el control, después que tus
emociones se desbordan como un río en temporada de inundaciones. Te
desesperas por recuperar el control de tus emociones y cambiar. Pero lo que
más debería desesperarnos en momentos así no es tener más control y
dominio propio, sino más de Jesús. Más de su Espíritu. Más de Su poder para
vivir con una mente salva y sana.
Y para tener más de Él, necesitamos más de Su Palabra. Pienso que la
mayoría de nosotras subestimamos cuánto lo necesitamos. Es por ello que la
exhortación de Pablo en Romanos 12 es tan vital:
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (v. 2).
Esta es la meta: ser transformadas por medio de la renovación de nuestra
mente. Y el medio comprobado para esta renovación es pasar tiempo en la
Palabra. Leerla. Estudiarla. Declararla. Meditarla. Obedecerla.
La Palabra de Dios controlará tu carne, renovará tu mente, fortalecerá tu
determinación y te dará apetito por las cosas que agradan a Dios. Su Palabra
te fortalecerá y te capacitará para enfrentar los problemas que se te puedan
presentar en el camino.
Hace muchos años, mi amiga de toda la vida, Susan, dio a luz un hijo con
diversos defectos graves que amenazaban su vida, entre ellos, la falta de
esófago. Difícilmente, Susan durmió durante los cuatro primeros años de vida
de su hijo, porque tenía que vigilarlo toda la noche para asegurarse de que no
144
se ahogara o dejara de respirar. Pero, durante ese tiempo, esta joven madre
recurrió a la Palabra. Cuando alguien con toda razón podría haberse vuelto
loca por falta de sueño y demasiadas preocupaciones, Susan desarrolló una
mente sana y fundada en la Palabra, el carácter y los caminos de Dios. Allí
encontró perspectiva, aliento y fortaleza; el maná diario de la Palabra fue su
cordura y su sostén.
Años más tarde, cuando otra de sus hijas enfrentó una crisis de salud
prolongada con uno de sus hijos, Susan (ahora anciana) pudo acompañar a su
hija a través de esa difícil etapa de su vida con sabiduría y gracia, y llevó a la
joven mujer a la Palabra y la ayudó a cultivar una mente sófron. En la
providencia divina, Dios también usó a Susan para ministrar y ser mentora de
cientos de jóvenes madres, a quienes les transmitió lo que Dios le había
enseñado durante ese tiempo estresante que había vivido años antes.
Esta es la dinámica que Pablo tuvo en mente cuando escribió Tito 2.
Anciana: las mujeres jóvenes que te rodean necesitan tu ejemplo. Necesitan
tus palabras de aliento y tus oraciones. Y necesitan que las ayudes a recurrir a
la Palabra y que la Palabra penetre en sus corazones.
No hay sustituto
No hay atajos
Cuando permitimos que la Palabra renueve nuestro pensamiento y
reencauce nuestras decisiones, podemos convertirnos en mujeres sófron de
Dios.
Inspiradas en la eternidad
Un poco más adelante en Tito 2, Pablo nos da otra clave importante para
cultivar un estilo de vida sófron. Nos llama a que:
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la
esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo… (vv. 12-13).
En otras palabras, nuestra capacidad de ser mujeres prudentes y piadosas
en el aquí y ahora está ligada a nuestra esperanza futura. Aquellos que
esperan el regreso de Cristo pueden decir “no” a su carne ahora en
anticipación de las recompensas eternas que les esperan en gloria. Pueden
soportar la dificultad de una gratificación retrasada —pueden esperar a que
se cumplan sus anhelos— con la certeza de que (Aquel) que está por delante
145
es muchísimo mejor que cualquier cosa que “este tiempo presente” pueda
ofrecer.
El apóstol Pedro hace eco de esta verdad:
Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y
esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea
manifestado (1 P. 1:13).
La exhortación de Pedro a “[ceñir] los lomos de vuestro entendimiento” se
traduce en la Nueva Traducción Viviente como “preparen su mente para
actuar”. “Ceñir los lomos” hace referencia a la antigua práctica de juntar los
pliegues de las túnicas y amarrarlos con el cinturón o sujetarlos con el puño
cuando había necesidad de salir corriendo. Nadie que tuviera que huir del
peligro o correr a la batalla quería tropezarse con su túnica al hacerlo.
Aquellos que piensan con una mentalidad eterna vivirán de esta manera:
mentalmente preparados, con sus ojos puestos en lo que está adelante, listos
para ir. Cuanto más mantengamos nuestra mente “extendiéndose hacia lo que
está adelante” en lugar de agobiarnos por lo “terrenal” (Fil. 3:13, 19), menos
probabilidades tendremos de tropezar en el área de la prudencia. Nuestros
pensamientos y nuestro comportamiento se verán más influenciados por las
promesas esperanzadoras del cielo, que por los problemas apremiantes del
momento, sin importar cuán tentadores o perturbadores sean esos problemas.
Piénsalo de esta manera. En un momento de debilidad, podrías estar
tentada a tomar la próxima salida y pasar por el autoservicio de un
establecimiento de comida rápida para comprar una hamburguesa, que se veía
irresistiblemente grande y jugosa en la cartelera que acabas de pasar. Pero
después recuerdas que tienes reservaciones para la noche en un popular
restaurante de carne asada. Piensas en ese delicioso filete de carne que vas a
saborear en poco tiempo. Y, de repente, esa hamburguesa parece de baja
calidad, de fabricación masiva y sin sabor.
Puedes esperar. Puedes decir no a la comida rápida, porque dirás sí a un
exquisito festín más adelante.
Más adelante, en su primera epístola, Pedro enfatiza nuevamente la
importancia de ser prudentes en vista de lo que aún está por venir:
Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed pues prudentes y de espíritu
sobrio para la oración (1 P. 4:7, LBLA).
146
Si no tenemos una mente y una vida sana, sobria y prudente, nos resultará
difícil orar (¡doy fe de eso!) y no estaremos preparadas para ver cara a cara al
Señor cuando Él vuelva.
La realidad de dar cuentas de cada pensamiento, palabra o acción en ese
día solemne y la gozosa expectativa de pasar toda la eternidad con nuestro
Salvador son la causa y la motivación para cultivar un estilo de vida sófron
ahora.
¡Podemos esperar! Tenemos una maravillosa fiesta preparada para nosotras
por delante.
Solo en Cristo
Pensar en tener una “mente sana” —un estado mental sófron— me transporta
nuevamente a una escena tranquila del ministerio de Jesús, que es aún más
extraordinaria en vista de la intensa confusión que la había precedido.
Jesús acababa de salir de la barca de sus discípulos, después de calmar
milagrosamente su “espíritu de temor” al reprender a los vientos y las olas de
una severa tormenta que los estaba azotando en el mar. “¡Calla y enmudece!”,
había reprendido (Mr. 4:39). Y al hacerlo, con la certeza y rotundez de su
poder, permitió que Sus seguidores recuperaran su prudencia perdida.
No obstante, tan pronto como Jesús puso el pie en tierra seca, encontró a un
hombre poseído por una multitud de demonios. (El hombre se identificó
como “legión”, un término empleado para referirse a un gran contingente de
soldados).
Los tres relatos de los evangelios sobre este hecho (Mt. 8:28-34; Mr. 5:1-
20; Lc. 8:26-39) presentan un panorama inquietante de un lunático
desquiciado, cuya conducta extraña y errática incluía correr por allí desnudo
y merodear entre los cadáveres sepultados a la orilla del mar. Por su
naturaleza violenta, la gente trataba de controlar al pobre hombre con
cadenas, aunque solo fuera para que no se lastimara su piel desnuda contra
las rocas afiladas u otros elementos a su alcance con los que pudiera
flagelarse a sí mismo. Sin embargo, siempre había logrado romper los
grilletes que la gente le colocaba.
A menos que descansemos
en Jesús y en Su poder
147
para poder poner en
práctica estas verdades, no
tendremos una victoria
sostenible sobre nuestros
pensamientos y nuestras
emociones sin cordura.
Su estado era crónico (“muchas veces”… “día y noche”… “siempre”). Su
comportamiento era peligroso para sí mismo y para otros. Como resultado,
estaba aislado, solo, separado de toda relación. Allí había un hombre en
profunda angustia mental y emocional, extremadamente fuera de control. Y,
en mayor o menor grado, se parece a muchas personas de hoy día.
Pienso en mujeres que conozco, que viven con diversos grados de tormento
mental o emocional. Algunas de ellas (¡de nosotras!) actúan de manera que
ponen en peligro su propia vida y la de otros. Una mujer me escribió sobre la
frustración que sentía en un correo electrónico que me envió:
Acabo de perder la calma con mi hija que está en preescolar.
Últimamente, me cuesta controlar mi manera de hablar con ella o con
mis otros hijos.
Crecí en un hogar en el cual mi madre siempre me levantaba la voz
cuando se enojaba por las cosas que yo hacía. Me he dado cuenta de que
estoy haciendo lo mismo que detestaba de mi madre. Pero por alguna
razón me enojo mucho.
He leído sobre padres que maltratan a sus hijos y me pregunto si yo
soy capaz de eso. No quiero que mis hijos sientan como que siempre
deben “andar con pies de plomo” y preguntarse cuándo volverá a hacer
erupción el volcán.
Y este hombre escribió a nuestro ministerio para pedirnos que oráramos
por su esposa:
Los altibajos son característicos en ella: constantes ataques de pánico,
ansiedad, acciones y actitudes hirientes hacia sí misma, hacia mí y la
familia. A lo largo de nuestro matrimonio hemos tenido breves
momentos de paz; pero la mayoría de los años han estado llenos de
confusión y perturbación espiritual, como convivir con el enemigo, casi
148
como si tuviera que hablar todos los días con alguien que amenaza con
su propia muerte. Me rompe el corazón.
Sin duda, así se debía de sentir la familia del hombre endemoniado en los
días de Jesús. Con el corazón roto. Impotentes. Atemorizados.
Y así como nadie era capaz de amansar o ayudar al hombre, muchas
mujeres (y hombres) hoy día —incluso cristianas— están siendo sometidas a
diferentes métodos, pero sin resultado alguno. Sin un cambio.
Pero el hombre que Jesús encontró tuvo un cambio. Un cambio drástico.[6]
Al final de su dramática confrontación con Jesús, tenemos una descripción
completamente distinta de este hombre. En lugar de flagelarse y cortarse a sí
mismo y comportarse de una manera salvaje, que alejaba a la gente por
temor, este exlunático está sentado tranquilamente con Jesús, “vestido y en su
juicio cabal” (Mr. 5:15).
Con una mente sana. Sófron.
En ambos ejemplos bíblicos —los discípulos en la tormenta y el hombre
endemoniado a la orilla del mar— el denominador común en la recuperación
del buen juicio fue un encuentro personal con el Cristo vivo.
Él era su única esperanza.
Así como Él también es nuestra única esperanza.
Podemos hacer todo lo humanamente concebible para forzar una conducta
madura en nosotras. Podemos hacer promesas y tener buenas intenciones.
Podemos dormir ocho horas por la noche y mantener nuestra presión arterial
y nuestros niveles hormonales saludables. Incluso podemos sumergirnos
diariamente en las Escrituras. Pero a menos que descansemos en Jesús y en
Su poder para poder poner en práctica estas verdades, no tendremos una
victoria sostenible sobre nuestros pensamientos y nuestras emociones sin
cordura.
La prudencia que trae el Espíritu nos eludirá a menos que estemos
continuamente clamando a Él por el cambio que solo Él puede producir.
Cuando el hombre una vez conocido como “legión” —el que había perdido
todo vestigio de prudencia— vio a Jesús a la distancia, “corrió y se arrodilló
ante Él” y le pidió ayuda (Mr. 5:6). Poco tiempo antes, en su barca agitada
por la tormenta, los discípulos de Jesús habían hecho lo mismo cuando
clamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (Mt. 8:25).
En ambos casos, Jesús oyó su clamor e intervino en su grave situación. Y,
149
cuando todo acabó, volvió el orden. Paz y tranquilidad reemplazaron al
pánico y el caos. Donde una vez había esclavitud a una mente sin su sano
juicio, a emociones fuera de control, ahora había sófron. Como podrás
imaginar, ¡no pasó mucho tiempo antes que las noticias de la transformación
del hombre endemoniado se propagaran por toda la región!
El enemigo de nuestras almas está haciendo estragos en la mente de las
mujeres de hoy. Solo la presencia y el poder de Cristo pueden devolvernos el
sano juicio. Solo Él puede hacernos sófron. Y ser sófron es ser adornadas con
la mente de Cristo.
No por nosotras mismas
Decadencia, perversión, creciente abuso de sustancias e inmoralidad; esta era
la cultura prevalente del Imperio romano en el primer siglo, cuando Pablo
escribió a Tito. En medio de esa oscuridad, llamó a los seguidores de Cristo a
ser sófron: sobrios y prudentes. Y se destacaron. Marcaron la diferencia.
Reflejaron la belleza, el equilibrio y la estabilidad que el evangelio trae a la
mente, la vida y la cultura.
Es justo decir —a juzgar por la referencia recurrente a la prudencia en Tito
2— que esta característica en particular es una especie de centro desde el cual
fluyen todos los demás intereses y principios. Y, si es así, pocas cosas
deberían tener más alta prioridad para nosotras que el desarrollo de una mente
sana: un pensamiento claro, saturado del evangelio.
El cambio no siempre es tan drástico como el que tuvo lugar entre los
sepulcros en los días de Jesús. A menudo se produce en los espacios y los
lugares comunes y cotidianos de nuestra vida. Tal fue el caso de una mujer
que me escribió para contarme que el Señor había sacado a la luz su
pensamiento no sófron y que estaba en el proceso de reemplazarlo por una
mente y corazón sófron:
Mi esposo recibió un llamado de Dios al ministerio hace unos nueve
meses y, como familia, nos mudamos a otro estado. Tuvimos una
reducción de ingresos del 50%, una reducción de espacio del 50% y una
reducción de gozo del 50% o más.
Durante los últimos nueve meses me he estado quejando en mi
corazón y, muchas veces, en voz alta por las cosas que ya no tenemos o
que desearía tener. He codiciado casi todo lo imaginable y he sido
150
totalmente desdichada.
Usted me ha ayudado a darme cuenta de que mi espíritu de ingratitud y
queja en realidad es un ataque a la vida que Dios ha escogido para mí, y
que yo he estado detestando. Gracias por hacerme entrar en razón y
mostrarme nuevamente la bondad del Dios a quien servimos.
De ahora en adelante este pequeño apartamento estará lleno de gozo
cada día mientras le agradezco a Dios por todo lo que Él ha escogido
para mí.
¿No te encanta eso? Qué excelente descripción de lo hermoso que es ser
sófron: nuestra mente renovada por la verdad, libre de las cadenas de nuestro
“yo” molesto y demandante, una vida bajo el control del Espíritu de Dios. Y
el gozo que llena el espacio invadido por Su gracia.
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Qué ha sido de gran ayuda para ti en el aprendizaje del hábito de la
prudencia y una mente sana? ¿Qué no ha sido de ayuda?
2. ¿Qué ejemplos de “falta de buen juicio” tienes de tu propia
experiencia, que podrías contarle a una mujer joven para ayudarle a
controlar sus propios pensamientos?
Mujeres jóvenes
1. Piensa en un momento reciente en el cual tuviste “falta de buen
juicio”. ¿Cuál fue el resultado? ¿Cómo hubiera cambiado el resultado
si hubieras pensado con una mentalidad sófron?
2. Identifica un área de tu vida en la cual necesitas ser más sófron. ¿Qué
pasos prácticos podrías tomar (incluso pedirle consejo a una anciana) para
tener más prudencia en esta área?
151
Pero tú h ab la lo que está de acuerdo con la san a doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ,
152
CAPÍTULO 9
154
Tanto así que una de las principales asignaturas del plan de estudios de Tito
2 para las mujeres es “ser castas”. Junto a las demás asignaturas que Pablo
enumera, esta es fundamental si queremos adornar la doctrina de Dios. Es
una de las cosas “buenas” que las ancianas deben enseñar a las mujeres
jóvenes de la iglesia para que esta sea un faro del evangelio en el mundo y
para pasar el bastón de la fe de una generación a la otra.
Por supuesto, no solo las mujeres jóvenes necesitan ser puras. La santidad
es uno de los temas más importantes y recurrentes de las Escrituras, y un
llamado para cada creyente.
Este llamado a la pureza toca cada parte y cada partícula de nuestra vida: lo
que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos y nuestras actitudes y
motivaciones. “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu”,
nos insta Pablo en 2 Corintios 7:1. Ninguna clase de impureza es
insignificante: los pecados “respetables” y ocultos del espíritu no son menos
contaminantes que los pecados de la carne más obvios.
Corrompidos e incrédulos
La pureza cristiana tiene un marcado contraste con lo que caracteriza a los
incrédulos. Pablo describe a estos últimos en Tito 1:
Para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente
y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con
los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en
cuanto a toda buena obra (vv. 15-16).
Estos incrédulos —dice Pablo— son “esclavos de concupiscencias y
deleites diversos” (3:3). No son libres, sino que están obligados a cumplir los
deseos de su carne. Lo vemos en todas partes hoy día. Es difícil exagerar
cuando hablamos de lo predominante de la impureza en nuestra cultura.
Y yo me pregunto: ¿Acaso hemos perdido nuestra capacidad de
sorprendernos y contristarnos por el pecado? ¿Estamos tan acostumbradas a
la obscenidad, la inmundicia y la perversidad de las emisoras de radio
públicas, que nos hemos vuelto inmunes a los efectos hipnóticos en nuestro
propio corazón? ¿Nos hemos desensibilizado al lenguaje y las imágenes
profanas que pasan por la puerta de nuestros ojos o nuestros oídos a nuestra
mente y nuestro corazón? ¿Son nuestros héroes la clase de personas a quienes
155
David llamó los “santos que están en la tierra, y… los íntegros” (Sal. 16:3), o
nos atraen y enamoran más las mundanos y provocativos, los mejores
vestidos y los más fotografiados?
Después de compilar un documento de ochenta y dos páginas de
investigación relacionada con la impureza en nuestra cultura, una de mis
colegas me escribió: “Siento que necesito tomar un baño mental. ¡Cuánta
basura!”. Nuestro mundo está colmado de basura moral. Y no podemos
culpar de esto a “la cultura”. De una manera u otra, todos contribuimos a la
basura, que fluye de corazones contaminados. Todos necesitamos tomar un
baño mental y espiritual.
Y eso es exactamente lo que ofrece el cristianismo. Esta sí es una buena
noticia.
156
Y a la luz del precio que Él pagó para redimirnos, los creyentes deben ser
“irreprensibles” (1:6-7) y “renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, [vivir] en este siglo sobria, justa y piadosamente” (2:12). Una
vida pura.
Esto se aplica a todos los cristianos, por supuesto. Pero Pablo enfatiza
especialmente que las mujeres cristianas deben destacarse por ser “castas”
(2:5) o, como algunas versiones lo traducen, “puras” (NVI, DHH, LBLA).
Según un diccionario bíblico, el término griego original significa “puro de
toda falta, puro de corrupción, inmaculado… no contaminado”.[1] Otro lo
define como “sin defecto o mancha moral”.[2] Warren Wiersbe lo describe
como “puro de mente y corazón”.[3]
Este no es un llamado insignificante —¡o fácil!— para las mujeres de esta
cultura obscena que exalta a las “chicas salvajes” y la promiscuidad sexual.
Ahora bien, el tema de la pureza va más allá de la pureza sexual. Pero las
Escrituras ponen en claro que el pecado sexual tiene implicaciones
particularmente graves (1 Co. 6:12-19). Cuando el perfecto diseño de Dios
para el sexo se frustra y se distorsiona, el daño puede ser devastador. Por eso
cuando hablamos de la pureza debemos incluir este aspecto vital.
A pesar de ofrecer una
vía de escape y placer,
la vida impura no
satisface. De hecho, hace
exactamente lo opuesto.
Antes se pensaba que la inmoralidad era mayormente un problema de los
hombres. Sin embargo, esa idea ya no es válida (si alguna vez lo fue).
Tomemos, por ejemplo, el hecho de que una de cada seis mujeres ve
regularmente algún tipo de pornografía en línea y, la gran mayoría de estas
mujeres —alrededor del 80%, una proporción mucho mayor que la de los
hombres—, al final seguirá su actividad virtual en la realidad, cara a cara.[4]
(He leído de una consejera matrimonial con veinte años de práctica
profesional que, anteriormente, los hombres eran los que iniciaban casi el
90% de las infidelidades, pero hoy día es casi mitad y mitad).
Quiero exponer todo este asunto con pasión y compasión, porque soy
consciente de que mis palabras pueden tocar las partes delicadas y sensibles
157
del corazón de una mujer. Pueden suscitar viejos remordimientos. Pueden
sacar a la luz secretos escondidos. Pueden incluso ser usadas por el diablo
para instigar olas de culpabilidad y vergüenza, que pueden hundir a una
mujer en la depresión y el desaliento en vez de conducirla a la luz de la
libertad.
Pero el dolor y el quebrantamiento que he visto como resultado de
decisiones impuras, particularmente en el ámbito sexual, me obliga a hablar.
A pesar de ofrecer una vía de escape y placer, la vida impura no satisface.
De hecho, hace exactamente lo opuesto. Nuestras comunidades —sí, incluso
nuestras iglesias— están plagadas de corazones rotos que han sido devorados
y escupidos por el monstruo de la impureza. Desesperadamente, necesitan ver
mujeres cuyas vidas muestren la hermosura de la pureza y el amor de Dios, la
diferencia que Su gracia puede marcar.
Y hay una gran necesidad de ancianas que hayan visto o experimentado
este hecho y que obedezcan el llamado de Tito 2 de hablar a las mujeres
jóvenes, ya sea para ayudarlas a lidiar con las consecuencias de decisiones
pasadas o para ayudarlas a evitar más consecuencias en otra vida, otro
matrimonio, otra familia… una vez más.
El apóstol Pedro —que habla específicamente a las esposas en relación a
sus maridos y, sin embargo, establece un principio que tiene una aplicación
más amplia— dijo que otros pueden llegar a la verdad “sin palabra” cuando
ven una “conducta casta y respetuosa” (1 P. 3:1-2).
Cuanto más puras somos,
más hermoso parece nuestro
Salvador a los ojos de
aquellos que ven Su belleza
reflejada en nosotras.
Según un diccionario teológico, la palabra traducida como “casta”, tanto
aquí en Pedro 3 como en Tito 2:5, sugiere algo que “despierta asombro”,[5]
la clase de vida que atrae la mirada de otros y produce un impacto. Las
mujeres cristianas que tienen un corazón y una vida pura son como anuncios
publicitarios ambulantes de la verdad y el poder del evangelio. La gente
puede ver que el evangelio realmente cambia vidas. En un mundo oscuro e
impío, esas vidas transformadas exponen las tinieblas y atraen a los
158
pecadores a la luz de Cristo.
“Maestras del bien” —Pablo exhortó a las ancianas de la ciudad de Tito—
“que enseñen a las mujeres jóvenes… a ser castas”.
Sí, puras.
Y contrario a lo que el mundo quiere que creamos, esto es bueno.
Entonces, ancianas, si realmente creemos esto, ¿por qué no querríamos hacer
todo lo posible para ayudar a las mujeres jóvenes que nos rodean a ser puras?
Cuanto más puras somos, más hermosas somos… y más hermoso parece
nuestro Salvador a los ojos de aquellos que ven Su belleza reflejada en
nosotras.
159
Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad,
mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a
otros entrañablemente, de corazón puro… (1 P. 1:22).
Y repetidas veces nos llama a ser sexualmente puras:
Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre
vosotros… (Ef. 5:3).
Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los
fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios (He. 13:4).
Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de
fornicación… Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a
santificación (1 Ts. 4:3, 7).
160
la mujer más piadosa y bien intencionada es inmune a la tentación y el
fracaso. Necesitamos relaciones intencionales y mutuamente invasivas con
amigas que nos digan la verdad.
Y sí, quise decir invasivas en el sentido de permitir que estas amigas entren
en nuestra vida y que nosotras estemos dispuestas a entrar en sus vidas. Este
tipo de relaciones no se conforma con permanecer en la superficie donde todo
parece estar bien. No andan con rodeos o se contienen por temor al rechazo.
No nos abstenemos de hacer preguntas difíciles y de decir las cosas que hay
que decir.
Por supuesto, debemos hacer esto “con espíritu de mansedumbre…
[considerándonos] a [nosotras mismas], no sea que [nosotras] también
[seamos tentadas]” (Gá. 6:1). Desde luego, debemos actuar con verdadera
preocupación y humildad, no con celos ni juicios. Y, por lo general, esto
debería ocurrir en el contexto de relaciones establecidas, donde el amor y el
cuidado genuinos ya son un hecho.
Todas necesitamos personas en nuestra vida que nos amen lo suficiente
para sondear nuestro corazón y ante quienes podamos ser responsables de
caminar en la luz. Y necesitamos estar dispuestas a ser esa clase de amigas
para otras mujeres. Hay momentos cuando es necesario acercarnos y decir
cosas duras, no quedarnos calladas cuando una de nuestras hermanas está
fallando en su compromiso. De esta manera “[sobrellevamos las unas] las
cargas de [las otras], y [cumplimos] así la ley de Cristo” (v. 2). De esta forma
vivimos la belleza del evangelio… juntas.
En todo esto, debemos dejar que la Palabra de Dios revele y determine lo
que nuestro corazón debe amar, lo que nuestra mente debe pensar, cuáles
deben ser nuestras relaciones y qué hábitos debemos evitar. Podemos acudir a
Él para que, en Su gracia, nos transforme —no importa lo que hayamos
hecho, no importa dónde hayamos estado— hasta que nuestra vida finalmente
sea un reflejo de la blancura resplandeciente de Su pureza.
Señales y cercos
El nuestro no es el primer período de la historia que experimenta la intensa
batalla de mantener un corazón y proceder puros. De hecho, extensos pasajes
del libro de Proverbios hablan de esta batalla y nos advierten sobre las
consecuencias dañinas y mortales del pecado sexual (ver caps. 5—7).
Escucha a Pablo, en el primer siglo, cuando exhorta a los creyentes de
161
Tesalónica a tomar en serio estos asuntos, a caminar “más y más” en la
pureza que agrada a Dios, por obra y gracia del Espíritu Santo, para la salud
de su cuerpo y espíritu, de su familia y adoración (1 Ts. 4:1). Y en Efesios
5:3 advierte: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se
nombre entre vosotros…”.
¿“Ni aún se nombre”? ¿“Toda inmundicia”? A oídos modernos, podría
parecer anticuado, extremo, nada realista en el mundo de hoy. Pero considera
la ventaja de buscar un estilo de vida de pureza:
• El gozo que viene de estar totalmente rendida a Dios, satisfecha solo
en Él.
• La libertad que viene de vivir dentro de sus amorosos límites de
protección.
• La profundidad de la relación con otros, que es posible cuando se
quitan las barreras de la impureza y la falta de decoro.
• La unidad que se produce en los matrimonios cuando la sinceridad y la
transparencia reemplazan a los secretos.
• El impacto en la vida de hijos e hijas que ven a sus padres vivir lo que
dicen creer.
• La oportunidad de llevar a otros a Cristo y la pureza disponible a través
de Él.
Sin duda, vale la pena pagar cualquier precio para obtener y mantener una
vida pura e irreprochable. ¿Pero es realmente posible?
La pureza podría parecer un estándar inalcanzable. Y lo es, a menos que
tengamos la presencia y el poder del Espíritu Santo en nuestra vida. Pero el
hecho mismo que Pablo exhorta a las ancianas a enseñar a las mujeres
jóvenes a ser puras sugiere que la pureza puede aprenderse al observar el
ejemplo de estas mentoras y al escuchar lo que ellas han aprendido en su
búsqueda de la pureza.
En ese espíritu, permíteme darte algunas estrategias prácticas para el día a
día, que han sido útiles en mi propia vida, así como también en la vida de
otras mujeres para guardarnos en pureza sexual. Tengo la esperanza de que
estas ideas te resulten útiles y las puedas usar como un punto de partida para
conversar con otras mujeres en tus relaciones de Tito 2.
Considero estas prácticas y estos compromisos como “cercos”. Imagina las
162
hileras de arbustos podados que una persona podría colocar alrededor de su
propiedad, como un aro de privacidad, una barrera para intrusos indeseados.
Los vallados ayudan a mantener cosas afuera y a proteger las de adentro. Eso
es lo que estos hábitos pueden hacer en tu vida. Y aunque estas prácticas, por
sí mismas, no nos hacen santas ni mucho menos dependientes del Señor en el
deseo y el poder de ser puras, pueden ayudarnos a resistir la seducción del
mundo y los antojos de nuestra carne. Contribuyen a nuestra santificación
mientras el Espíritu Santo nos motiva y nos anima a practicar la pureza.
1. Escoge la discreción.
Ya no escuchamos mucho sobre discreción. Esta importante cualidad tiene
que ver con saber discernir y ser prudente en nuestras interacciones —nuestro
lenguaje y nuestra conducta— con otros.
La discreción es lo que impide a una mujer confiar sus problemas maritales
y personales a un amigo o colega masculino o tener conversaciones
profundas, privadas y espirituales con el marido de otra mujer. La lleva a
tener cuidado cuando mira a un hombre o responde a palabras o conductas
seductoras o inapropiadas de su parte. Le ayuda a evitar escenarios o
situaciones donde lo natural sería hacer algo malo.
2. Valora la modestia.
Vimos brevemente este tema en el capítulo 5 con respecto a la conducta
reverente, pero también se aplica a la pureza. No quiero minimizar la
responsabilidad de un hombre de mantener su propia pureza en sus
pensamientos y su mirada. Sin embargo, la manera de vestir y comportarse de
muchas mujeres y adolescentes hoy día no deja mucho a la imaginación, esto
puede causar que el termómetro de tentación de un hombre se dispare.
Los hombres piadosos que desean ser puros en sus pensamientos y su
conducta hacia las mujeres me han implorado que ayude a las mujeres a
comprender el poder que ejercen y cuánto necesitan nuestro apoyo y ayuda
en su batalla por la pureza.
Como cristianas, uno de nuestros principales compromisos debe ser no solo
preservar nuestra propia pureza, sino también proteger y honrar la pureza y la
moral de los demás. Y cuando nos comportamos o nos vemos de una manera
que compite con el afecto de un hombre por su esposa (presente o futura),
trabajamos contra la pureza de su corazón, así como del nuestro.[6]
163
3. Examina tu apego emocional.
Nunca deja de sorprenderme cuando oigo hablar de otra mujer (casada o
soltera) cuyo corazón y emociones se sintieron atraídos a un hombre, que es
marido de otra mujer. Sucede en el lugar de trabajo. Sucede en el gimnasio.
Sucede en las gradas de las competencias deportivas de sus hijos. A veces
sucede incluso en la iglesia y con los hombres en el liderazgo espiritual.
Tu vida le pertenece a
un Dios que levanta
a los muertos.
En muchos casos, la propia mujer está tan sorprendida como todos. No era
su intención llegar a ese punto. Pero llegó paso a paso —compromiso a
compromiso— sin ser consciente de ello. Pensamiento tras pensamiento que
ella alimentó y al que le dio rienda suelta en vez de llevar “todo pensamiento
cautivo a la obediencia de Cristo” (2 Co. 10:5).
Sin darse cuenta, se está hundiendo en medio de arenas movedizas
emocionales y morales.
La caída y las consecuencias no intencionales de haber probado el fruto
prohibido siempre son desagradables y dolorosas. Al final, el pecado —por
muy seductor que sea— nunca paga lo que promete. Nunca.
De modo que este debe ser un territorio de tolerancia cero. Cuando el
primero de estos pensamientos entra a la mente, debe ser el próximo en salir.
No hay que coquetear con él, no hay que jugar con él, ni por un segundo.
En cambio, debes hacer lo siguiente: si estás casada, decide poner esa
energía emocional en tu esposo y prodigar todo tu amor e interés en él,
aunque sientas que tu matrimonio está muerto. Tu vida le pertenece a un Dios
que levanta a los muertos.
Si no estás casada, dedica tu enfoque mental y emocional a cultivar una
relación más íntima con el Señor. Apenas sientas el más mínimo deseo
titilante de atracción a un círculo íntimo e imaginario con otro hombre —un
deseo que no tienes derecho a satisfacer o cumplir— redirige tu atención y
afecto hacia un objeto que estés en tu derecho de desear. De lo contrario, te
estarás buscando un grave problema y, cuanto más pase el tiempo, más difícil
será lidiar con él.
164
4. Vigila tus comunicaciones electrónicas.
Los mensajes de texto, los correos electrónicos y las redes sociales
constituyen un contexto fértil para desarrollar relaciones inapropiadas.
Aunque estés a miles de kilómetros de distancia y tu interacción parezca
completamente inofensiva, es increíble la rapidez con la que un intercambio
“inocente” en nuestros dispositivos electrónicos puede encender una chispa.
La falta de precaución en este frente es un factor que contribuye a la
ruptura de muchos matrimonios de hoy. Recientemente volví a escuchar a
una mujer que me abrió su corazón y me contó que su esposo está enredado
en una infidelidad emocional (por lo menos) con una antigua novia que
contactó a través de Facebook.
Los secretos y las comunicaciones clandestinas no deben tener lugar entre
hombres y mujeres casados (si no están casados entre sí) en forma electrónica
o de cualquier otra forma.
En las Escrituras, por supuesto, no se establecen reglas básicas específicas
para nuestra comunicación digital. Sin embargo, brindan principios
fundamentales que podemos usar para ayudarnos a tomar decisiones sabias y
guardar nuestro corazón.
Quiero honrar al Señor y tener un corazón y proceder puros. Sé que no soy
menos susceptible que nadie a ser engañada o seducida. De modo que, en lo
que respecta a las comunicaciones electrónicas, he decidido siempre errar por
el lado de la precaución.
Por ejemplo, cuando se trata de un mensaje de texto personal o intercambio
de correos electrónicos con un hombre casado, generalmente envío una copia
a su esposa o un amigo en común. Y ahora, como mujer casada, me he
propuesto no tener intercambios con otros hombres que no desearía que mi
esposo viera. Quiero estar alerta y proteger el matrimonio de mis amigos y
colegas, así como mi propio corazón y mi matrimonio.
5. No olvides apoyarte en tus relaciones femeninas confiables.
Como hemos visto, este es el punto central del mensaje de Tito 2. Vale la
pena mencionarlo nuevamente aquí, porque es una barrera muy importante
contra la impureza. El poder del pecado sexual a menudo se encuentra en el
secreto. Cuando somos sinceras con respecto a nuestras tentaciones y
nuestros fracasos ocultos —ya sean sexuales o en otras áreas— y los sacamos
a la luz, pierden su poder. Y cuando desarrollamos el hábito de hablarlo con
165
una bondadosa anciana que tiene un testimonio de fidelidad y obediencia,
Dios puede usarla para volver a mostrarnos el camino de la pureza.
Pero si no buscamos
deliberadamente ser puras,
la inclinación natural de
nuestro corazón y el ritmo
vertiginoso de la vida harán
que sea más fácil tomar
atajos y hacer concesiones
por conveniencia.
Y aquí hay otro beneficio de estas amistades de mujer a mujer. Muchas
mujeres, ya sean solteras o casadas, se sienten atraídas a tener relaciones
indebidas, porque están solas y carecen de relaciones que les brinden
satisfacción y cuidado. Las relaciones saludables y afectuosas entre las
mujeres pueden ser un medio de la gracia para ayudar a satisfacer esas
necesidades de manera legítima.
Y no olvides que el discipulado puede ir en ambos sentidos. Como anciana,
he descubierto que el desarrollo de este tipo de relaciones con mujeres más
jóvenes puede servir como una protección en sí misma, y proporcionar
recordatorios y un incentivo para perseverar en el camino de la pureza.
Reflexión personal
Ancianas
1. “Las mujeres cristianas que viven en pureza son como anuncios
publicitarios ambulantes de la verdad y el poder del evangelio”. ¿Te
ves en esta declaración? ¿Por qué sí o por qué no?
2. ¿Tienes alguna “relación intencional y mutuamente invasiva”? ¿Eres
una “amiga que dice la verdad”, o no te atreves a decirle “la dura
verdad” a alguien que está poniendo en riesgo su pureza? ¿Qué te
169
detiene? ¿Cómo puedes decir la verdad sin rodeos y al mismo tiempo
permanecer en amor y compasión?
Mujeres jóvenes
1. Katia llamó a Rebeca cuando estaba luchando con la tentación moral.
¿A quién llamarías si estuvieras en una situación similar? ¿Tienes
alguna “relación intencional y mutuamente invasiva con amigas que te
dicen la verdad”?
2. Los “cercos” personales y prácticos pueden ser un medio de la gracia
para ayudarte a caminar por la vida con libertad y gozo. ¿Cuáles has
puesto en tu vida para ayudarte a guardar tu corazón y protegerte de
decisiones insensatas e impuras? ¿Necesitas colocar algunos
adicionales?
170
171
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
172
CAPÍTULO 10
Pablo realmente dijo grandes verdades cuando delineó este currículum para
el “ministerio de las mujeres” de la iglesia de Creta hace aproximadamente
veinte siglos. Antes de sumergirnos en estas cualidades individuales, me
gustaría hacer algunas observaciones sobre esta lista en su conjunto.
Para empezar, creo que estarías de acuerdo en que esta lista desafía lo que
muchas personas piensan en estos días. Fue radicalmente contracultural en la
época de Pablo, y no lo es menos en nuestros días. Pero aquellas que confían
en la sabiduría de Dios y están dispuestas a nadar contra la corriente de la
cultura para aceptar este llamado eterno, lo verán como un camino de gran
belleza y gozo.
A continuación, merece la pena señalar lo que no incluye esta lista.
Observa, por ejemplo, que Pablo no menciona nada sobre la vida de oración
de las mujeres. No dice nada sobre su conocimiento de las Escrituras o su
fervor evangelístico.
Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento
separado de nuestra vida y
testimonio espiritual, es el
ámbito primordial donde
expresar el amor de Dios y
la belleza del evangelio.
Eso no quiere decir que estos aspectos no sean importantes. Todo creyente,
hombre o mujer por igual, debería procurar y practicar una vida de oración y
conocimiento bíblico, y Pablo lo enfatiza en otras cartas. Pero no son el punto
central de Pablo en este pasaje en particular. Tampoco incluye instrucciones
sobre la vida profesional de la mujer o sus actividades personales y
ministeriales.
174
También es interesante notar que, al parecer, Pablo supone que las
cualidades que está mencionando no vienen naturalmente. Dice que las
mujeres jóvenes necesitan aprender sobre estos importantes aspectos de la
vida. Son cualidades a enseñar y aprender, de una generación a la siguiente.
Y, finalmente, la lista de Pablo nos recuerda la prioridad que Dios le asigna
al hogar. Cuatro de estas instrucciones para las mujeres de la iglesia están
directamente relacionadas con la esfera doméstica:
• amar a nuestro esposo
• amar a nuestros hijos
• ser cuidadosas de nuestra casa
• sujetarnos a nuestro esposo
Y aunque el resto —pureza, bondad, dominio propio— son temas más
amplios, todos son vitales dentro del contexto del hogar y las relaciones
familiares.
Por lo tanto, el mensaje principal de este pasaje es que a Dios le importa lo
que ocurre dentro de las paredes de nuestra casa. Nuestra vida hogareña, lejos
de ser un compartimento separado de nuestra vida y testimonio espiritual, es
el ámbito primordial donde expresar el amor de Dios y la belleza del
evangelio.
El hogar, como Dios lo diseñó, no es una tradición cultural o una cuestión
de conveniencia pragmática. Su propósito es ser una parábola de la historia
redentora en la cual Su intención es restaurar el Paraíso, al establecer su
morada entre los hombres y convertir a los pródigos en hijos e hijas. Los
hogares cristianos están destinados a contar esa historia.
Con esto no quiero decir que aquellas que no se casan o no tienen hijos
están excluidas de esta historia o exentas de cumplir con las
responsabilidades y disfrutar de las bendiciones del hogar.
No, en cierto sentido, el currículum de Pablo basado en el hogar es para
todas nosotras.
Por lo tanto, si estás tentada a saltarte estos capítulos porque no perteneces
al grupo demográfico de “joven esposa y madre”, espero que te quedes
conmigo para ver cómo podemos vivir y adornar el evangelio de Cristo en
nuestro hogar.
No es suplementario
175
Si eres de mi edad, cuando lees la receta de Pablo para las mujeres jóvenes,
podrías imaginar a la generación de los años cincuenta. Y podrías verla como
una buena época: ¡Ah, qué días aquellos…! O podrías horrorizarte ante el
pensamiento: ¿Quedarme en casa para criar hijos, uno tras otro, sin parar?
Sin duda, sería un error idealizar ese período o tratar de volver a otra época.
También sería un error borrar esa porción de las Escrituras como algo
arcaico e irrelevante.
Toda la Palabra de Dios es inspirada y debe tomarse con seriedad.
Debemos esforzarnos por aplicar su verdad eterna a nuestra propia era y
contexto cultural; incluso esa pequeña frase de Tito 2:5: “cuidadosas de su
casa”.
La frase que Pablo usa aquí se traduce un poco diferente en otras versiones
bíblicas. Quienes crecimos con la versión Reina-Valera la recordamos como
“cuidosas de su casa”. Sin embargo, otras versiones dicen:
• “hacendosas en el hogar” [LBLA]
• “a trabajar en su hogar” [NTV]
• “buenas amas de casa” [RVA-2015]
La razón principal de tal diferencia es un desacuerdo en relación con la
palabra compuesta utilizada en el original griego. ¿Lista para una pequeña
lección de lengua? Los manuscritos griegos más antiguos usan la palabra
oikurgós, una palabra compuesta que combina oíkos (“hogar” o “casa”) con
ergos (“trabajo”); literalmente, “una persona no ociosa, que está ocupada en
el hogar y activa en la atención de las tareas domésticas”.
Sin embargo, otros manuscritos utilizan una palabra ligeramente distinta:
oikourós, de oíkos (“casa”) y oúros (“cuidador” o “guarda”).[1] De aquí
obtenemos la traducción “cuidadosas de su casa”, la cual sugiere que se trata
de alguien que cuida del hogar, que custodia los asuntos del hogar.
Algunos estudiosos prefieren la primera palabra como la interpretación más
exacta, mientras que otros se inclinan por la segunda. Felizmente, para
quienes no somos expertas en griego, no tiene mucha importancia. De hecho,
ambas palabras ponen en claro cuál es nuestra misión y nuestro llamado.
Cualquiera que sea el caso, el sentido general de la palabra es el de una
mujer dedicada a su hogar, que tiene devoción por el hogar. Una mujer que
participa activamente de la vida del hogar y cuya responsabilidad es su
176
máxima prioridad.
Hoy día es común que los hogares sean poco más que estructuras físicas
donde las personas descansan su cuerpo por la noche, toman una ducha por la
mañana y luego se dispersan en cientos de direcciones diferentes al comenzar
el día. El reloj marca la hora sobre la repisa de la chimenea, el termostato se
enciende y se apaga para regular la temperatura, el microondas suena
mientras los residentes corren para tomar una infusión y luego volver a salir
corriendo; pero se comparte muy poca vida allí.
Y ese es el mejor de los casos. En el peor de los casos, los hogares están en
absoluto desorden, caracterizados por una activa hostilidad y automática
negligencia. Podrían estar decorados a la última moda y obsesivamente
actualizados con accesorios para la puerta de entrada según cada estación del
año. Sin embargo, las relaciones dentro de las paredes del hogar se
encuentran gravemente fracturadas o, por lo menos, emocionalmente
distantes y poco sinceras.
Y esto —o algo parecido a esto— es lo que muchas mujeres conocen desde
niñas. Este es su concepto de “hogar”.
Entones aquí viene Tito 2 que, en medio de esta realidad desordenada, nos
recuerda que el hogar no es suplementario en nuestra vida “espiritual”. Es
parte inherente de nuestro discipulado y nuestro llamado como hijas de Dios.
Podemos conocer la Biblia de tapa a tapa. Podemos tener a mano toda una
gama de tonos de marcadores, listas para el estudio bíblico. Pero si no
estamos practicando la prudencia en nuestro hogar, si nuestros hijos o
nuestro esposo (o compañeras de cuarto o invitados) no nos describen como
mujeres buenas y amorosas, entonces algo no está bien.
No podemos separar nuestra vida hogareña de nuestra vida cristiana sin
perder algo que es crítico para nuestra relación con Dios y nuestra utilidad
para Su misión en el mundo. Cuando minimizamos el rol de una esposa y
madre o la importancia de establecer y mantener un hogar centrado en Cristo,
que sea un testimonio del evangelio —o aun cuando nuestro objetivo
principal es mantener todo bajo control y en buen funcionamiento—
disminuimos el enorme impacto que nuestra vida hogareña debería causar
para el reino de Dios.
¿Recuerdas la referencia de Pablo en Tito 1 a los falsos maestros que
estaban “[trastornando] casas enteras”? Él no dio detalles sobre lo que estas
personas estaban diciendo, pero sí indicó que lo estaban haciendo por
177
“ganancia deshonesta” (v. 11). Probablemente, eso significa que su
enseñanza era muy popular. Tenía gran aceptación. Así que es posible
imaginar, por lo que leemos, que algo de lo que estos individuos enseñaban
estaba subvirtiendo el diseño de Dios para las familias.
Vemos que hoy sucede lo mismo. A una mujer joven, cuyo principal
interés es ser una esposa y una madre piadosa —en oposición, por ejemplo, a
una terapeuta física o a una arquitecta— se la trata como si no tuviera cerebro
o ninguna ambición.
Hace varios años, el anuncio de que un seminario evangélico líder planeaba
ofrecer una licenciatura en humanidades con énfasis en el hogar no causó
mucho revuelo. Un pastor respondió a ese anuncio en su blog y caracterizó el
programa de grado como “frívolo y ridículo”. Este pastor escribió: “Un título
de seminario en la cocción de galletas es tan útil como una maestría en
divinidades con énfasis en la reparación de automóviles”.[2]
A la luz de tales actitudes y suposiciones, incluso entre las mujeres
cristianas, ¿qué debemos hacer con el hecho de que la Palabra incluye ser
“cuidadosas de su casa” en el currículum básico para la formación de mujeres
jóvenes? Una mirada retroactiva a la historia del trabajo y el hogar puede
arrojar luz sobre el tema.
Realidades antiguas y perspectivas modernas
Durante más tiempo del que tú y yo hemos estado vivas, por lo general, ha
habido una clara división entre lo que ocurre en el trabajo y lo que sucede en
casa. La mayoría de las personas que “trabaja” se levanta, sale de su casa y va
a otro lugar (la esfera pública) donde realiza las tareas por las cuales recibe
un pago antes de regresar a su hogar (la esfera privada), gasta su sueldo y
empieza el proceso otra vez.
Pero este modelo, ahora conocido, es relativamente nuevo. Antes de la
Revolución industrial, que abarcó los siglos XVIII y XIX, no existía tal
separación entre el trabajo y el hogar. El hogar era el motor económico de la
sociedad, un lugar de productividad. Las familias —hombres, mujeres y
niños— se unían para producir bienes que hicieran posible satisfacer sus
necesidades y les permitieran suplir otras necesidades. Ambos, el hogar y el
trabajo que se realizaba en él, se consideraban esenciales y de inmenso valor.
Lejos de degradar a las
178
mujeres, Pablo acogía
la participación y la
colaboración de estas
y otras mujeres en el
ministerio del evangelio.
Para el siglo XX, sin embargo, todo eso había cambiado. En lugar de ser un
lugar de productividad —donde todos ponían el hombro—, el hogar se
convirtió en un lugar de consumo. Hoy día decoramos nuestra casa de manera
que exprese nuestra personalidad y estilo únicos. La mostramos en Pinterest e
Instagram para que otros puedan admirarla. Pero, en su mayor parte, nuestro
“trabajo” y nuestro hogar tienden a correr por rieles separados. Y en general,
la esfera pública —el mercado donde se paga por las labores propias— se ha
convertido en un ámbito más valorado. La esfera privada —los hogares que
son los puestos de avanzada para cultivar matrimonios amorosos, para
disciplinar y educar a los hijos, para cuidar a los miembros discapacitados o
ancianos de la familia y para ofrecer hospitalidad y cuidado a amigos y
vecinos— ha sido devaluada.
Para el mundo, así como para las propias mujeres, el sentido de identidad y
estatus proviene del trabajo productivo que realizan fuera del hogar, trabajo
por el cual reciben una compensación financiera. Y se le confiere menos
estatus a la labor doméstica diaria, que no se recompensa monetariamente. La
división entre la esfera privada y la pública ha provocado un aumento de
debates acalorados (piensa en la “guerra de las madres”) sobre el lugar de las
mujeres y el significado del hogar.
Sin embargo, cuando Pablo exhortó a las ancianas a enseñar a las mujeres
jóvenes a ser “cuidadosas de su casa”, él estaba viviendo en un contexto
totalmente distinto a nuestra era posrevolución industrial. Es importante que
entendamos esto para evitar interpretar pasajes como Proverbios 31 y Tito 2
solo a través de la lente de nuestro contexto cultural moderno.[3]
A nuestra perspectiva del siglo XXI, podría parecer que, al instar a las
mujeres a ser hacendosas en su hogar, Pablo estaba rebajando su valor y
estaba dando a entender que eran menos importantes que los hombres porque,
después de todo, el “trabajo doméstico” no remunerado no es tan importante
como el trabajo realizado en el mercado laboral (la esfera pública).
Podríamos concluir que Pablo no estaba alentando a las mujeres a colaborar
179
con su iglesia, comunidad o cultura.
Pero eso sería malinterpretar la intención de este mandato.
Lejos de degradar a las mujeres, Pablo era realmente progresista para su
época y su cultura. Llamó a las mujeres cristianas a estar determinadas a
poner su cabeza, su corazón y sus manos al servicio del evangelio. El apóstol
trabajaba con Priscila y su marido en su negocio de fabricación de tiendas.
Recuerda que su ministerio en Filipos recibía el sostenimiento de los
prósperos negocios de Lidia. Pablo acogía la participación y la colaboración
de estas y otras mujeres en el ministerio del evangelio (ver Ro. 16:1-16) y
nunca menospreció su trabajo o sus contribuciones. Más bien, las alentó a
utilizar sus habilidades y maximizar sus bienes para el avance del reino de
Dios.
Al meditar y reflexionar en Tito 2 a la luz de las Escrituras, he llegado a
creer que, cuando Pablo instruye a las mujeres a ser “cuidadosas de su casa”,
no está implicando algunas de estas cosas:
• No estaba mandando a las mujeres a trabajar solo en casa o que el
hogar fuera su única esfera de influencia o inversión. No está diciendo
que sus actividades domésticas deben ser su único objetivo o que su
hogar requiere atención las veinte y cuatro horas del día, los siete días
de la semana, en todo momento.
• No está diciendo que las mujeres son las únicas responsables de hacer
todo el trabajo del hogar o que es inapropiado que los hijos, el marido
y otros la ayuden.
• No está prohibiendo que las mujeres realicen tareas fuera del hogar o
que reciban una compensación económica por ese trabajo.
• No está implicando que las mujeres no tienen lugar en la esfera pública
o que no deben colaborar con su iglesia, comunidad o cultura.
Entonces, ¿qué quiere decir Pablo en este pasaje, y qué implican sus
palabras para las mujeres cristianas?
Para comenzar, la frase “cuidadosas de su casa” pone en claro que las
mujeres deben trabajar. Deben estar productivamente ocupadas. No deben
ser como las jóvenes viudas de Éfeso a quienes Pablo se refirió en su carta a
Timoteo como: “ociosas… chismosas y entremetidas, hablando lo que no
debieran” (1 Ti. 5:13). En cambio, deben vivir honorablemente y ejecutar con
180
fidelidad cualquier tarea que Dios les haya encomendado.
Como hemos visto, el hogar en los días de Pablo (y en la mayoría de las
épocas previas a la nuestra) era un lugar de trabajo y una unidad de pequeños
negocios de la economía local. Y, dentro de este sistema, era importante que
las mujeres fueran productivas y no ociosas. Aunque nuestros hogares del
siglo XXI no son los centros de productividad que alguna vez fueron, toda
mujer que teme al Señor es aquella que:
Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde (Pr. 31:27).
184
de otros. Pero no podemos escapar del hecho de que hemos sido llamadas a
tener devoción por nuestro hogar, de reconocer el valor inestimable y la
importancia estratégica de la inversión eterna que estamos haciendo allí.
Insisto en que este funcionamiento podría cambiar según las diferentes
etapas y los cambios en la vida de una mujer. Puede haber etapas cuando la
mujer podría tener que hacer frente a actividades extensas fuera de su casa sin
descuidar la prioridad de su hogar. Ser “cuidadosa de su casa” es diferente
para mí hoy que durante mis décadas como mujer soltera. Será diferente para
una madre con preescolares que para una mujer, cuyos hijos ya se fueron del
hogar, o para una viuda mayor. Nuestras responsabilidades pueden cambiar,
nuestro control sobre nuestro tiempo y horario puede ser mayor o menor que
el que hayamos tenido en otras etapas de la vida.
Sin embargo, independientemente de las circunstancias o la etapa de la
vida, el hogar es importante para nosotras, las mujeres. Y disminuiremos el
impacto de nuestro ministerio como creyentes si permitimos que el hogar se
convierta en una idea secundaria o si resistimos el llamado de Dios a ser
trabajadoras y cuidadosas del hogar.
188
necesidades físicas, sino que también nos viste de Su justicia.
Esta relación puede no ser inmediatamente obvia para nuestra familia.
Podríamos no estar conscientes de ello tampoco. Pero lo que Dios puede
hacer en el corazón de nuestro esposo y nuestros hijos e incluso compañeras
de cuarto, al realizar las labores metódicas, gráciles, creativas y musculares
de nuestro hogar, es mucho más significativo de lo que parece a primera
vista.
El ambiente acogedor que ofrecemos a nuestros familiares y amigos, los
mandados que realizamos, las salidas que planificamos, el cuidado que
brindamos en tiempos de enfermedad y los esfuerzos que llevamos a cabo
para promover el bienestar, cada una de estas acciones cotidianas y miles de
otras revelan en minúscula escala un aspecto de la naturaleza de Dios. Las
tareas a menudo tediosas y triviales de los quehaceres domésticos se
convierten en actos de adoración, nuestras acciones comunes y corrientes son
obras de arte.
Este es el objetivo de todo nuestro “trabajo” y “cuidado” del hogar, una
probadita del cielo que podemos ofrecer a nuestro marido, nuestros hijos,
nuestros vecinos, nuestras compañeras de cuarto y nuestros invitados. Con
cada acto de planificación y cuidado demostramos una realidad superior y
definitiva. Ofrecemos un anticipo de las cosas de arriba. Así como Jesús
anunció su promesa de un hogar celestial como una manera de que nuestro
“corazón” no se “turbe” (Jn. 14:1), nuestro esfuerzo en crear un ambiente
hogareño agradable puede traer paz a los que viven allí o nos visitan incluso
como un anticipo de su hogar celestial eterno.
Mi amiga Jani Ortlund lo expresa de la siguiente manera:
Nuestros hogares, por más imperfectos que sean, deberían ser un reflejo
de nuestro hogar eterno, donde las almas turbadas encuentren paz, los
corazones cansados encuentren descanso, los cuerpos hambrientos
encuentren refrigerio, los peregrinos solitarios encuentren compañía y
los espíritus heridos encuentren compasión.[5]
El ministerio del hogar no es un llamado insignificante.
Y no, no estoy tratando de dar glamour al trabajo de fregar la unión de
cemento de los azulejos con un cepillo de dientes o de sacar un trozo de carne
de seis kilos de su envoltorio ensangrentado o de tratar de seleccionar una de
189
las doce variedades de destapa cañerías en la sección de plomería. ¡No creo
que haya algo que pueda añadir glamour a tareas como esas! En mi
experiencia, casi cualquier trabajo, no importa cuán impresionante sea su
título, requiere una medida de trabajo pesado, y el trabajo en el hogar no es la
excepción. Sin embargo, las tareas que conlleva ser “cuidadosas de su casa”
(¡incluso el trabajo pesado!) ofrecen importantes oportunidades de invitar la
realidad del cielo a la vida de aquellos que más nos importan.
La “mujer virtuosa” descrita en Proverbios 31 es quizás el ejemplo bíblico
más conocido de una mujer que ofrece una probadita del cielo en su hogar. Y
es bastante impresionante: se levanta antes del amanecer para dar de comer a
su familia, confecciona la ropa que su esposo y sus hijos necesitan, es un
ejemplo de diligencia y buena planificación, se ocupa de que su familia esté
preparada para hacer frente a las inclemencias del invierno. En resumen:
“Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde” (v. 27).
Esta mujer tiene corazón de sierva y atiende conscientemente las
necesidades prácticas de su familia y su hogar. No viene mal —sino que
ayuda— que además sea sabia en las finanzas y experta en los negocios que
administra. En definitiva, su vida proyecta una luz sobre el Dios a quien ella
teme y ama.
Mi propia madre personificaba este ideal de muchas maneras. Ella y mi
padre no solo eran padres primerizos cuando yo llegué como su primera hija
(¡nueve meses y cuatro días después de su boda!), sino que también eran
creyentes relativamente nuevos. Tenían mucho que aprender. Pero el Señor
les dio la sabiduría y la gracia que ellos necesitaban.
Fuimos siete hijos en total; los primeros seis nacieron en los primeros cinco
años de su matrimonio. De modo que la tarea de planear, administrar y
controlar el alboroto de la vida y el ministerio en el hogar de la familia
DeMoss no era para débiles. Y aun así, mi madre manejaba todo esto y más
con una gracia excepcional. Ella servía a su familia y a su Salvador gracias a
su devoción por nuestro hogar. Y un sinnúmero de personas encontraron a
Jesús en ese hogar, a través de la compasiva hospitalidad y el testimonio del
evangelio que mis padres ofrecían.
Mi madre trabajó esforzadamente para crear una atmósfera que reflejara la
belleza de Dios, Su orden y Su corazón misericordioso y acogedor en nuestro
hogar. Al hacerlo, nos permitió probar un poco del cielo en nuestro corazón.
Eso es lo que puede suceder cuando las mujeres se consagran a su
190
matrimonio, su familia y su hogar. Ese es el tipo de impacto que podemos
causar cuando nuestra vida refleja la importancia y el valor del hogar.
Volvamos al hogar
“Pero mi madre no me enseñó estas cosas —he oído a mujeres jóvenes
lamentarse—. No sé cómo hacer muchas de estas cosas”. Sí, y para nuestro
desconcierto, no hay un manual de entrenamiento que nos regalen cuando
cumplimos veintiún años, que de repente nos conceda el conocimiento
doméstico que las mujeres de este grupo demográfico deben tener.
Es precisamente por eso que Pablo sabiamente delegó esta instrucción de
ser “cuidadosas de su casa” a las ancianas con años de experiencia en el
hogar. Tales mentoras pueden acercarse a las mujeres más jóvenes y darles
lecciones prácticas para el cuidado de su hogar y, más importante, para
transformar su hogar en un refugio de paz, contentamiento y gozo, y una base
de operaciones para el crecimiento y la fructificación espiritual.
En manos de una mentora que le enseñe, la esposa joven puede aprender
que cuando se esfuerza en mantener su casa ordenada, fomenta una atmósfera
confortable que la bendice a ella y a los que viven allí.
A través del aporte gentil de una madre veterana, una joven madre que se
siente abrumada, desanimada o deprimida, incluso casi disfuncional, puede
recuperar su confianza inestable. Puede descubrir cómo servir a su familia sin
sucumbir al caos y las expectativas poco realistas.
Bajo la tutela de una mentora que infunde aliento, una chica universitaria
puede comenzar a ver su apartamento o su cuarto como un lugar de belleza
potencial y hospitalidad cristiana en vez de un lugar donde dormir o un cesto
de lavandería sofisticado.
Seguramente, esto es lo que Pablo estaba imaginando cuando instruyó
a las
ancianas a interesarse personalmente en sus hermanas e hijas más jóvenes en
la fe. Él quería ver una transferencia de habilidades para la vida cotidiana, así
como de una perspectiva espiritual, que pasara de una generación a la otra.
Quería abrir nuevas puertas de acceso donde el evangelio pudiera entrar y
tomar el control. Quería ver a la iglesia prosperar y dar testimonio de la
fuerza y la unidad que existe cuando el pueblo de Dios se une en la desafiante
carrera de la vida. Y, en pocos lugares (si los hay), la dinámica de Tito 2
produce un impacto más duradero que cuando se practica en los hogares y las
relaciones familiares.
191
Habiendo estado soltera por muchos años, quiero añadir que, dentro del
contexto de la familia de Dios, los límites del “hogar” incluyen más (no
menos) que los miembros biológicos de la familia. Esto significa que todas y
cada una de nosotras podemos compartir las responsabilidades y las
recompensas de integrar y cuidar un hogar.
Infinidad de veces he experimentado el gozo de ser invitada al hogar de
otras personas y de encontrar allí los dones de la amistad, la gracia, la paz, el
aliento, la edificación de mi cuerpo y alma, y toneladas de risas. He
encontrado dulce consuelo y oración en la sala de una amiga cuando me
sentía desalentada o llevaba una carga demasiado grande para soportarla sola.
He recibido el sabio consejo de mentoras piadosas. He encontrado una
familia.
También he tenido el gran gozo de abrir mi corazón y mi hogar a otras
personas durante la mayor parte de mi vida como mujer soltera:
• al hacer tartas de calabaza o decorando casas de jengibre en mi cocina
con niños cuyos padres tenían una cita.
• al ordenar pizza para una reunión espontánea de algunas familias
cercanas.
• sentada en el sofá, mientras escuchaba a una mujer abrirme su corazón
sobre un pecado secreto que nunca le había contado a nadie.
• al llorar arrodillada junto a una pareja que estaban echando a perder su
matrimonio por una infidelidad.
• como anfitriona de reuniones semanales de estudios bíblicos con café y
pasteles dulces.
• como anfitriona de recepciones de boda en el patio trasero de mi casa.
• con mi casa llena (realmente, llena) para festejar la llegada del Año
Nuevo con compañerismo, conversaciones, alabanza y adoración
• al abrir mi hogar durante una temporada para una pareja de recién
casados o una familia de misioneros en licencia o a una pareja de
ancianos cuyo aire acondicionado había dejado de funcionar en pleno
mes de julio.
Solo pensar en lo que han significado cada una de esas ocasiones a lo largo
de los años, dibuja una sonrisa en mi rostro.
¿Alguna vez ha significado estrés, cansancio y gasto adicional?
192
Desde luego.
¿Toda esa actividad e interacción alguna vez fue abrumadora para esta
mujer introvertida?
Sin duda.
¿En algunos momentos me ha molestado el desorden que otros
ocasionaron, así como el deterioro y los rayones en mis “cosas”?
A decir verdad, sí.
¿Pero valió la pena todo eso?
¡Mil veces, sí!
Allí es donde se han forjado amistades profundas y enriquecedoras. Allí es
donde las vidas —tanto la mía como la de mis invitados— han sido
moldeadas. Allí es donde he adquirido padres, hermanos, hijos y nietos
“adoptivos”. Allí es donde hemos crecido, compartido, llorado, arrepentido,
dado y recibido gracia, y nos hemos regocijado al celebrar a Cristo juntos.
En casa.
Algo santificador ocurre cuando estamos cumpliendo la misión que Dios
nos ha encomendado en cualquier etapa de la vida que estemos viviendo.
Cuando estamos enfocadas en el lugar y el rol que Él nos ha asignado,
nuestra mente está protegida del engaño, nuestro corazón está protegido de la
distracción, y nuestros pies, de descarriarnos.
Cuando el caos desorganizado es la norma, cuando estamos en demasiadas
ocupaciones a la vez y cuando siempre estamos furiosas, crónicamente
frustradas y de mal humor, algo está fuera de orden en nuestras prioridades.
A todas nos sucede. Pero no podemos seguir de esa manera indefinidamente
y esperar permanecer cuerdas y espiritualmente fuertes.
El apóstol Pablo no pudo habernos dicho eso hace tantos años.
¡Sin embargo, nos lo dijo!
En lugar de pensar
melancólicamente si tu
vida fuera diferente o si
estuvieras en otra etapa
de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado
como un don de Dios.
193
Entonces, ancianas, es tiempo de poner en buen uso toda esa sabiduría
adquirida con esfuerzo y la experiencia que has acumulado al atravesar esas
etapas desafiantes de la vida. Toma a una mujer más joven de la mano,
ayúdala gentilmente a hacer frente a las demandas contrapuestas de su vida;
ayúdale a ver el valor de cultivar una devoción por su hogar. Y, cuando se
sienta abrumada o fracasada, ayúdale a fijar sus ojos en Cristo y anímala a
escuchar Su voz en medio del fragor de la lucha. Procura estar dispuesta a
entrar en acción y enseñarle las habilidades prácticas que necesita para
edificar una casa que honre al Señor. Recuérdale que esas fastidiosas labores
interminables en su hogar realmente importan. Ayúdala a ver que lo que ella
está haciendo puede ofrecer a otros una probadita del cielo.
Y, mujer joven, agradécele a Dios por esa mujer que ha estado durante más
tiempo que tú en el camino. Deja que Dios la use para animarte, apoyarte y
enseñarte; y aprende bien, porque, cuando menos lo esperes, te llegará el
turno de tomar una mujer joven bajo tus alas para ayudarle a cultivar
devoción por su hogar. Mientras tanto, en lugar de pensar melancólicamente
si tu vida fuera diferente o si estuvieras en otra etapa de la vida, acepta tu
realidad actual y llamado como un don de Dios.
Así es como todas volvemos al hogar, a lo que importa.
Reflexión personal
Ancianas
1. Ser cuidadosa de tu casa o ama de casa puede ser diferente en las
distintas etapas de la vida. ¿Cómo es para ti en esta etapa de tu vida?
¿Cómo era para ti en años anteriores?
2. ¿Qué conocimientos y habilidades prácticas has aprendido en el
cuidado de tu hogar que podrías enseñar a una mujer joven para
animarla a hacer de su hogar un lugar de trabajo y ministerio
fructífero?
3. Pídele al Señor que ponga a una mujer joven en tu corazón que
necesite y desee recibir estímulo, enseñanza o ayuda práctica para su
hogar. Pídele que te ayude a estar alerta y sensible a las oportunidades
de servir de esta manera.
Mujeres jóvenes
194
1. ¿De qué maneras puedes manifestar el evangelio y el corazón de
Cristo a través de tu devoción por el hogar?
2. Ser un ama de casa piadosa no se trata de dar glamour a las tareas
triviales, sino de aprovechar cada oportunidad para “invitar a la
realidad del cielo” a la vida de nuestros seres queridos. ¿Qué observas
en Proverbios 31:10-31 que podría ayudarte a practicar tus propias
tareas diarias para la gloria de Dios?
3. ¿En qué áreas puedes recibir algún tipo de estímulo, enseñanza o
ayuda práctica de una anciana para ser una mujer cuidadosa de su casa
o ama de casa más eficaz? Pídele al Señor que te dirija hacia una
anciana que esté dispuesta y pueda enseñarte.
195
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
196
CAPÍTULO 11
¿QUÉ HICE?
Robert y yo habíamos estado casados menos de un mes cuando ese
pensamiento se cruzó con fuerza por mi mente. Una serie de circunstancias y
percances ocurridos poco después de nuestra boda me estaba afectando. Te
ahorraré los detalles, pero para darte una idea: debido a una pérdida de agua
tuvimos que reemplazar los pisos de madera del primer piso de nuestra casa,
motivo por el cual tuvimos que vivir y trabajar casi apiñados en un minúsculo
estudio durante tres semanas. (¿Mencioné que yo causé la pérdida de agua?).
Ese drama se agravó por falta de relación con algunos miembros de la
familia. Y a eso se sumaba el grave problema de la falta de sueño. (Digamos
que compartir la cama después de tantos años de dormir sola fue una difícil
adaptación para mí).
De todos modos, en un momento de pánico, ese hombre que dormía en la
cama junto a mí, ese hombre increíble que me adoraba y a quien yo adoraba,
de pronto me pareció un total extraño. Tuve que controlar mis emociones
desconcertadas, y me pregunté cómo haríamos para edificar un matrimonio
íntimo y amoroso.
Hace muchos años, cuando dirigí por primera vez un estudio bíblico para
mujeres sobre Tito 2, yo era una mujer soltera. Tales pensamientos y
sentimientos —que estoy bastante segura de que la mayoría de las mujeres
que alguna vez estuvieron casadas han experimentado en algún momento—
todavía eran desconocidos para mí.
Ahora, mientras escribo este capítulo, hace apenas diez meses que Robert y
yo estamos casados. Hemos soportado ese obstáculo en el camino al inicio de
nuestro matrimonio (gracias, en gran medida, a mi tierno y humilde esposo
lleno de gracia) y logramos salir airosos. De modo que ahora puedo ver el
197
matrimonio con una nueva perspectiva. Por supuesto, estoy ansiosa por
seguir aprendiendo a amar a mi marido. (¡Robert dice que le encanta vivir
con una mujer que está escribiendo un capítulo sobre cómo amar a su
marido!).
Y sí, “amar a sus maridos” encabeza la lista de cualidades que Tito 2
instruye a las ancianas a enseñar a las mujeres jóvenes (v. 4). Es vital que las
mujeres casadas y las madres vivan su compromiso con la sana doctrina de
esta manera. Así es como adornan el evangelio.
Tú y yo podemos tener un amplio conocimiento de la Biblia. Podemos
tener grandes dones de enseñanza, liderazgo, organización o servicio.
Podemos tener un desempeño estrella en nuestro lugar de trabajo y estar
activas en todo tipo de servicio en la iglesia y el ámbito social. Pero ninguna
de esas cosas tiene valor si dejamos de amar a quienes conforman nuestro
propio hogar.
Las novias radiantes, que se dirigen al altar, no pueden imaginar que el
amor que sienten en ese momento pueda llegar a desaparecer. Entonces,
¿cómo es que tantas mujeres, que alguna vez miraron embelesadas a su
príncipe azul, ahora lo ven con ojos de dolor, aspereza e incluso odio? ¿Qué
ocurre? Bueno, la vida ocurre. Los problemas, las presiones y las decepciones
ocurren. El pecado ocurre. Ningún matrimonio está exento.
Y es por eso que las mujeres jóvenes necesitan ser entrenadas para “amar a
sus maridos”.
No obstante, ¿no debería el amor ser una respuesta natural? Debería. Pero
no siempre es así, por varias razones. El pecado mata el amor en el
matrimonio. El egoísmo y el orgullo matan el amor. Y persistir en el amor
más allá de nuestras inclinaciones naturales, pero mortales, no fluye con
naturalidad. Sin embargo, por la gracia de Dios y la ayuda y sabiduría de
madres espirituales en la fe, se puede aprender
Y ten en cuenta que este tipo específico de entrenamiento no es solo para
mujeres casadas. Como una mujer que fui soltera durante muchos años,
puedo dar testimonio de su importancia para las mujeres solteras. Qué regalo
es para las mujeres que contemplan la posibilidad de contraer matrimonio
poder adquirir el conocimiento de mujeres que han navegado con éxito a
través de las aguas torrenciales de la vida matrimonial. Incluso aquellas que
nunca se casen o no esperan casarse pueden aprender a desarrollar una
relación apropiada con los hombres y bendecir y apoyar el matrimonio de sus
198
amigas y familiares.
Las divorciadas también necesitan este tipo de amistad afectiva mientras
tratan de recuperarse del dolor de sus sueños truncados, sanarse y volver a
sentirse plenas. Después de recibir la gracia de Dios, pueden convertirse en
instrumentos de Su gracia en la vida de otras mujeres. La irrupción del
divorcio en la historia de una mujer no necesariamente la descalifica de
enseñar a otras mujeres a amar a sus maridos. De hecho, lo que el Señor le ha
enseñado, mientras transitaba algunos de los caminos más traicioneros de la
vida, puede ser de incalculable valor en la vida de mujeres jóvenes que
quieren un matrimonio que perdure y que refleje el amor de pacto de Cristo.
De modo que, aunque en este capítulo hablo directamente a las mujeres
casadas, espero que las que no tienen marido también continúen leyendo.
Porque el amor es importante para todas las mujeres, y todas podemos usar la
enseñanza sobre la dinámica del amor que sana, alienta y redime.
202
para mostrar al mundo
en tecnicolor el carácter
fiel del Dios de pacto.
Ahora bien, no me malentiendas. Yo quiero felicidad, romance y
bendiciones para mi matrimonio, y deseo lo mismo para todas mis amigas
casadas. Pero una vida entera de felicidad, sonrisas, tomarse de las manos y
momentos románticos es una meta demasiado pequeña. Lo que más quiero
para mis amigas casadas —y para Robert y para mí— es una vida delimitada
por las preeminentes bendiciones de Dios y sus grandiosos propósitos
redentores.
El matrimonio, en su esencia, es un pacto sagrado entre un hombre y una
mujer, diseñado para mostrar al mundo en tecnicolor el carácter fiel del Dios
de pacto. Así como la Biblia es la historia del Esposo celestial que busca y
permanece fiel a su Esposa escogida, el matrimonio humano es una historia
destinada a atraer a las personas al evangelio y mostrarles el amor de Dios a
través de dos individuos imperfectos que llegan a ser uno en Él y que se
consagran uno al otro en las buenas y en las malas… para toda la vida.
204
Amar a tu marido no
significa barrer el pecado
de su comportamiento bajo
la alfombra. De hecho,
eso sería falta de amor.
Porque la verdad es que no es fácil estar casada con ningún hombre (¡con
ninguna mujer tampoco!). Tu esposo no es todo lo que él quiere ser, mucho
menos lo que tú quieres que sea.
Ruth Bell Graham, la difunta esposa de Billy Graham, comprendía esto.
Después de conocer de cerca las debilidades y las fallas de su marido, Ruth
concluyó: “Mi deber es amar a Billy, y el de Dios es cambiarlo”. Toda esposa
podría decir lo mismo en su propio matrimonio.
“Pero ¿y si no hay nada en él para amar?”, puedo escuchar a alguien
protestar y percibir la frustración y el dolor de esa protesta. Mi oración es que
este capítulo te anime a creer que incluso en ese caso, Dios puede poner
verdadero amor en tu corazón para que lo puedas amar como Él te ama.
Permíteme aclarar, no obstante, que amar a tu marido no significa barrer el
pecado de su comportamiento bajo la alfombra, o simplemente mantener todo
bajo reserva cuando hay problemas que tu esposo y tú no pueden resolver. De
hecho, eso sería falta de amor. Es apropiado y, a veces, vital confiar en una
anciana sabia y piadosa o un pastor o una consejera que pueda mostrarte una
perspectiva bíblica, darte apoyo emocional y espiritual y ayudarte a
determinar la mejor manera de proceder. El propósito no es encontrar a
alguien que se ponga de tu lado en contra de tu marido, sino que te ayude a
discernir cómo actuar y evaluar tu propio corazón y tus respuestas. Y si tu
esposo está violando la ley o tú o tus hijos están sufriendo lesiones físicas o
amenazas, por muy difícil que sea, debes comunicarte con las autoridades
civiles locales y pedir ayuda. Según las Escrituras, las autoridades son como
un “servidor de Dios para tu bien” (Ro. 13:4).
Ni los casos más difíciles escapan a la gracia y la redención de Dios.
Pueden convertirse en oportunidades para aprender a amar a los que no
merecen nuestro amor, como Dios nos ha amado. Pero la verdad es que la
mayoría de los matrimonios no cae en esta categoría. Para la mayoría de
nosotras, aprender a amar a nuestros maridos es más una cuestión de aprender
a superar los pequeños pecados cotidianos y el egoísmo que puede drenar el
205
amor y la intimidad de una relación. Y cosas sorprendentes pueden suceder
cuando dejamos que el amor de Dios fluya a través de nosotras.
Tu matrimonio realmente puede ser más de lo que es hoy. Puede ser mucho
más fuerte y más vibrante que la poesía sentimental y los suaves colores
pastel que encontramos en las clásicas tarjetas de boda o aniversario. Puede
ser un testimonio vivo del poder y la gracia de Dios. Eso puede suceder.
Todavía puede suceder. Y tu responsabilidad en edificar lo que Dios ha
destinado que tu unión sea es amar a tu marido.
Amar y ayudar a otras mujeres a amar de esa manera también.
Anciana, esta es tu oportunidad de hacer algo transformador con difíciles
lecciones que has aprendido como esposa desde hace muchos años, de
convertirlas en algo más que antiguos resentimientos a echar en cara en caso
de que alguna vez pierdas una discusión. Cuando transmites tu aprendizaje y
tu experiencia personal a una mujer más joven (casada, a punto de casarse o
que un día espera casarse), Dios puede usar tanto tus días buenos como tus
días malos para ayudar a crear mejores días para ti misma y para alguien que
tú quieras.
Mujer joven, debes anhelar este tipo de aporte, objetividad y sabiduría
comprobada a través de los años. Serás una mejor esposa para tu marido y lo
comprenderás más de lo que jamás imaginaste, si aprovechas la experiencia
de otra mujer. Basta pensar en los obstáculos y las dificultades que puedes
superar con el discipulado y la asistencia de alguien que ha atravesado este
camino antes que tú.
Enseñanza práctica
En una ocasión recibí la visita memorable de tres hermanas adultas y su
madre, y almorzamos juntas. Varias veces durante el almuerzo, sonó el
teléfono celular de una o de la otra. Llamada de las amigas, llamada del
trabajo, llamada de los hijos. En cada llamada, echaban un vistazo al teléfono,
se fijaban el nombre que aparecía en la pantalla y apagaban el sonido sin
interrumpir nuestra conversación.
—Tú sabes, mamá siempre nos ha dicho —una de las mujeres dijo
mientras nos reíamos de cuán invasivos pueden ser nuestros teléfonos
algunas veces—: si es tu marido el que te llama, mejor atiende esa llamada.
Otros pueden esperar, pero él siempre es el primero en la fila.
Ahora bien, esta es una buena recomendación práctica de una anciana, un
206
sabio consejo fácil de entender y empezar a poner en práctica. Un consejo
que seguramente enviará un mensaje a cualquier marido sobre el amor de su
esposa y su respeto por él.
Y esta es la clase de sabios consejos que se puede transferir y recibir
cuando las mujeres se sientan juntas, jóvenes y ancianas, se hacen preguntas
y se dan respuestas, con la intención de enseñar y ser enseñadas en el arte de
amar a un marido.
Imagina si las mujeres tuvieran este tipo de conversaciones en lugar de
hablar mal de sus maridos y compadecerse unas de otras por sus problemas
matrimoniales. Piensa cuántos conflictos podrían resolverse o evitarse por
completo y cuánto espacio para el amor hallarían las mujeres en su mente y
corazón si los encuentros para quejarse se reemplazaran por el apoyo
verdadero y la sabiduría de mujer a mujer.
Tal sabiduría ha sido de incalculable valor para mí en mi posición poco
común de ser una anciana y, a la vez, una esposa bastante nueva. Durante
años, he estado animando a otras mujeres a amar a sus maridos.
Ahora estoy aprendiendo a amar a mi marido. Y me alienta el ejemplo de
muchas mujeres que he conocido y de quienes he aprendido a lo largo de los
años.
Me gustaría transmitir una muestra de las ideas prácticas que he adquirido
de estas mujeres, muchas de las cuales estoy descubriendo que son útiles en
mi propio matrimonio. Si eres una anciana, probablemente no hay nada aquí
que no hayas escuchado antes, pero estas son las cosas que solemos descuidar
—incluso aquellas de nosotras que sabemos más— cuando la vida se vuelve
difícil.
1. Pon la relación con tu marido delante de la relación con tus hijos.
No es una coincidencia que “amar a sus maridos” preceda a amar “a sus
hijos” en Tito 2:4. He visto mujeres que lo entienden al revés y terminan por
tener un matrimonio sin vida o por perder su matrimonio.
Por supuesto, los hijos exigen mucho tiempo, atención y esfuerzo. Si no
tienes cuidado, atenderlos puede absorber la mayor parte de tu concentración
y energía, y eso haría crecer la distancia entre tú y tu marido. De modo que en
medio de la agotadora etapa de la crianza de los hijos —incluso cuando tus
hijos sean adultos— es importante ser intencional a la hora de priorizar tu
matrimonio. Eso significa cosas como:
207
• Sacar temas de conversación con tu esposo sobre asuntos que no
tengan que ver con los niños.
• Contratar a una niñera o intercambiar con otras mujeres el cuidado de
los niños para que tú y tu marido puedan tener un tiempo juntos, solo
para ustedes. (Confía en mí, esto es importante para ti y tu esposo,
aunque pienses que no es factible).
• Apoyar a tu esposo cuando los niños desafían sus instrucciones o tratan
de poner división entre ustedes. (¡Seguro que lo harán!).
• Honrar a tu esposo y hablar con él en privado además de mantenerse
unidos frente a los niños cuando tienen una diferencia de opinión.
• Apartar tiempo para orar juntos y asegurarse de que ambos tengan el
mismo sentir sobre cada aspecto de la familia.
Mantener tu matrimonio fuerte y próspero es realmente uno de los mejores
regalos que les puede dar a tus hijos; esto es proporcionarle un entorno
seguro y estable, y un ejemplo de un amor sano. Y si tú y tu marido
mantienen sus corazones unidos en esa etapa tan ocupada de la vida, será
mucho más probable que tengas una relación sólida y agradable con él una
vez que los hijos ya no estén en casa.
2. Busca maneras de mantener tu relación fresca y próspera.
La vida cotidiana puede ser tediosa y monótona, pero le harás un gran
favor a tu matrimonio si buscas maneras nuevas y creativas de amar a tu
marido, disfrutar con él, ser su amiga y su amante.
¿Recuerdas los primeros días de la relación?
• Siempre buscabas oportunidades de bendecirlo o sorprenderlo con
sencillos actos de bondad.
• Si te hacía una llamada de último momento y te decía: “¿Salimos a
cenar esta noche?”, seguramente no respondías: “¿Tenemos que
hacerlo? Estoy realmente cansada”. Probablemente le respondías: “¡Me
encantaría!”. Entonces dejabas todo lo que estabas haciendo y te
preparabas en tiempo récord.
• Si él te compraba algo, seguramente no protestabas: “¡No podemos
hacer estos gastos!” o “Ya tengo dos iguales”. Probablemente, te
deleitabas y le agradecías por su consideración.
208
• Si él dejaba su abrigo sobre una silla cuando llegaba a casa, no le
hacías una escena ni lo sermoneabas para que entendiera que tenía que
madurar y ser más responsable con sus pertenencias. Estabas feliz de
colgarlo en el perchero sin decir ni una palabra. Entonces, ¿por qué
hacer un escándalo sobre esas cosas ahora?
Eso no quiere decir que nunca se deba hablar de ese tipo de cosas. Pero
reavivar algunas actitudes y prácticas que tenían al inicio de la relación puede
ayudar a mantener tu matrimonio fresco. Entonces, busquen la manera de
disfrutar de estar juntos, crear momentos para el recuerdo y mantenerse
unidos. (Incluso después de muchos años juntos, podrías sorprenderte de lo
que pueden aprender el uno del otro).
Así que en medio de la rutina y las tareas interminables de cada uno,
tómense tiempo para divertirse juntos. Servir a los demás juntos. Cortejarse el
uno al otro y ser románticos. Ser espontáneos y también hacer planes para
una ocasión especial. Desarrollar nuevos intereses y experiencias
compartidas. Estas son solo algunas ideas:
• Pregúntale a tu marido cómo fue su día y escucha su respuesta.
• Lean un libro juntos y comenten sus pensamientos.
• Deja de lado tu lista de quehaceres (y la de él) por un tiempo suficiente
para acurrucarse y ver un partido de fútbol o una película con él.
• Invierte en un nuevo camisón o un bonito conjunto para la noche; algo
que sabes que le gustará.
• Envíale un mensaje de texto con una nota de amor —incluso cómico—
en la mitad del día.
• Aprendan una nueva destreza juntos (¿golf?, ¿un nuevo idioma?,
¿guitarra?).
• Deja de hacer lo que estás haciendo para despedirlo o recibirlo en la
puerta.
• Sorpréndelo con boletos para un concierto o actividad que ambos
disfruten.
3. Estudia a tu marido. Muestra interés en las cosas que a él le interesan.
Robert ha sido fan de los Chicago Cubs toda su vida. Convertirme en un
fan de los Cubs (¡lo cual primero significó aprender las reglas de béisbol!) ha
209
sido una manera práctica de amar a mi marido. Mi interés en el “equipo
local” nos ha dado un nuevo interés común.
Mostrar interés en los proyectos de Robert en la construcción de casas de
bricolaje es otra manera de expresar mi amor por él. De hecho, esta semana
Robert está construyendo una terraza cubierta en nuestra casa, y estoy
haciendo pausas periódicas en la composición de este libro para felicitarlo
sobre el progreso del trabajo, animarlo y servirle bebidas frías y algún
bocadillo. Es una manera de decirle: Estamos juntos en esto. Estoy pensando
en ti. Me importan las cosas que tú disfrutas.
Es bueno recordar que las
fortalezas de tu marido
y sus debilidades son
exactamente lo que tú
necesitas para convertirte
en la mujer que Dios quiere
que seas. Y viceversa.
Un importante principio del corazón está en juego aquí. Jesús enseñó:
“donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Si
inviertes tiempo, esfuerzo y atención en tu trabajo o pasatiempo, tu corazón
se sentirá atraído en esa dirección. Y cuando inviertes tu “tesoro” en tu
esposo, tu corazón se sentirá atraído hacia él. Pero si decides invertir en otra
persona —un compañero de trabajo o un antiguo novio en Facebook, por
ejemplo— pronto comenzarás a sentir cosas por él que no has sentido por tu
marido en mucho tiempo.
Así es como puede comenzar una infidelidad o como tú y tu esposo pueden
“alejarse”; porque has estado invirtiendo tu energía fuera de tu matrimonio.
Pero si tomas la decisión deliberada de concentrar tu tiempo, atención e
interés en tu marido, finalmente descubrirás que tu amor por él crecerá.
Decide actuar en amor hacia él, y tu corazón te seguirá.
4. Recuerda que ambos son pecadores.
Puede ser tentador a veces comparar mentalmente a tu marido con algún
otro hombre que parece tener más madurez y fe, o con algún marido “ideal”
imaginario. Te convences de que tu vida sería mucho más fácil si estuvieras
210
casada con alguien así. Pero no lo estás. Él tampoco está casado con una
mujer perfecta.
Ambos son humanos de carne y hueso con capacidad de amar, odiar,
apoyar y traicionar. Ambos cometen errores, a veces graves. Ambos
necesitan dosis diarias de gracia solo para atravesar cada día. Y, cuanto más
tengan esto en mente, más libres serán ambos de crecer en amor el uno hacia
el otro. La verdad es que incluso el mejor de los matrimonios está compuesto
por dos pecadores que deben humillarse constantemente delante de Cristo,
recibir Su gracia y dispensarla a otros.
Las palabras de Charles Spurgeon pueden ser acertadas para el matrimonio:
El que crece en la gracia recuerda que no es más que polvo, y por lo
tanto no espera que sus compañeros cristianos sean algo más que eso;
pasa por alto diez mil de sus faltas, porque sabe que su Dios pasa por
alto veinte mil en su propia vida. No espera la perfección en la criatura,
y, por lo tanto, no se desilusiona cuando no la encuentra.[4]
215
deformado hasta convertirse en un resentimiento y desprecio absoluto,
puedes reavivarlo. Puedes aprender a amar de nuevo… ante la cruz. De
rodillas. Con las ancianas que se acercan a ti para animarte y mostrarte cómo
se hace y con las mujeres jóvenes que te recuerdan aquel tiempo cuando tu
amor por tu marido era fresco y puro.
Cuando hablo con mujeres que están luchando por perseverar en un
matrimonio sin amor, con frecuencia les cito este verso poco conocido de un
himno escrito por Fanny Crosby:
En el fondo del corazón humano, aplastado por el genio,
los sentimientos enterrados, restaurados por la gracia son.
Tocados por un corazón amoroso, despertados por la bondad,
cuerdas que estaban rotas vuelven a vibrar.[6]
218
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancian os sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
219
CAPÍTULO 12
Hipótesis fundamentales
Entonces, ¿qué debemos hacer con la sujeción?
Comencemos con dos hipótesis fundamentales:
1. La sujeción fue idea de Dios.
No es una idea que maquinaron algunos tipos machistas para reprimir a las
mujeres. No, está fundada sobre el plan original de nuestro soberano Creador
que estableció las relaciones de autoridad y sujeción en la propia estructura
del universo.
Así diseñó Dios el funcionamiento de todo.
Con estructura. Con orden.
En la iglesia. En el lugar de trabajo. En el tribunal. En la Casa Blanca.
Y sí, en nuestra casa.
Los caminos de Dios no
solo son verdaderos y
correctos, sino también
magníficos y buenos.
222
Hay quienes hacen ejercicio teológico para concluir que, en realidad, la
Palabra no llama a las esposas a sujetarse a sus maridos. Pero una simple
lectura del texto, tanto de Tito 2 como de otros pasajes de las Escrituras (ver,
p. ej., 1 Co. 11:3, Ef. 5:22-33, Col. 3:18 y 1 P. 3:1-6), nos muestra claramente
el principio de la autoridad y la sujeción en la relación matrimonial.
La Biblia es la revelación pura y autorizada de Dios y Su voluntad. Es el
manual de instrucciones para nuestras vidas. No podemos escoger solo las
partes que nos gustan. Y estas son buenas noticias: ¿Quién conoce mejor
cómo debería funcionar la vida sino el propio Creador y Diseñador de la
vida?
2. Los caminos de Dios son buenos.
Los caminos de Dios no solo son verdaderos y correctos, sino también
magníficos y buenos. Él se deleita en las criaturas que formó con Sus propias
manos, en las cuales sopló aliento de vida. Y quiere que ellas se deleiten en
Él y experimenten todas las bendiciones posibles.
Nuestro buen, sabio y amoroso Dios nunca nos pediría algo que no fuera
para nuestro máximo beneficio. Si abandonamos o rechazamos Su plan
bueno, lo hacemos para nuestro propio mal, así como también para el mal de
otros y el propio evangelio.
No estoy diciendo que la sujeción es fácil. Puede ser extremadamente
difícil.
No estoy diciendo que nos fluye con naturalidad. No nos fluye. Todas
hemos nacido con un espíritu rebelde (o, como frecuentemente digo, con
ganas de patalear). A no ser por tener un nuevo espíritu impartido por Cristo,
naturalmente nos resistimos a someternos a la autoridad de otra persona, ya
sea divina o humana.
Independientemente de cómo nos podamos sentir a veces, la sujeción
bíblica es un don de la gracia del Señor. Algo bueno. Algo hermoso. Es una
actitud del corazón y una forma de vida que debemos aceptar no solo para la
gloria de Dios, sino también para nuestro propio bien y el bien de los demás.
En el principio
Para encontrar las raíces de la sujeción bíblica necesitamos regresar al huerto
del Edén, donde Dios reveló por primera vez Sus principios trascendentales
para la experiencia humana. Uno de ellos es la relación entre marido y mujer
223
que, como el resto de la creación, tenía el propósito de mostrar la gloria de
Dios y darle la alabanza y la adoración que Él merece.
El primer capítulo de Génesis describe el momento cuando Dios culminó la
obra maestra de Su creación:
Y creó Dios al hombre a su imagen… varón y hembra los creó… y he
aquí que era bueno en gran manera (Gn. 1:27-31).
Para una esposa, la sujeción es aceptar el orden bueno de Dios para su vida,
así como el esposo se somete a Dios y acepta el orden de Dios para su vida.
La mujer tiene el privilegio de representar el misterio y la belleza de la
sujeción del Hijo al Padre. Porque, incluso dentro de la Trinidad, vemos una
disposición paradójica: unidad total con roles e identidades individuales y
perfecta igualdad con total sujeción.
Sabemos que ambos, el Padre y el Hijo, son igualmente Dios. Y sin
embargo, el Hijo escoge someterse a la voluntad del Padre:
Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió (Jn. 6:38).
La sujeción de las esposas cristianas a sus maridos es un cuadro atractivo y
poderoso de la sujeción del Hijo al Padre y de la sujeción de la Iglesia a
Cristo. Estas esposas, junto a sus maridos que las aman desinteresada y
sacrificialmente, manifiestan la historia del evangelio de una manera vívida y
convincente.
Qué no es sujeción
Seamos prácticas aquí. ¿Qué significa sujeción bíblica en el contexto de
nuestra vida cotidiana, en medio de los roces inevitables de toda relación?
Estoy convencida de que gran parte de la resistencia a esta idea proviene de
una comprensión errónea de su significado. Es sumamente importante para
aquellas de nosotras que somos mujeres mayores estar preparadas para lidiar
con los conceptos erróneos que existen con respecto a este tema si queremos
llevar a cabo nuestro mandato de enseñar a las mujeres jóvenes a estar
“sujetas a sus maridos”.
Aquí presento algunos aspectos básicos que todas necesitamos
comprender:
1. La sujeción de una mujer no es a todos los hombres en general.
225
Cada persona —hombre o mujer, joven o anciana— forma parte de
relaciones que requieren sujeción, ya sea a padres, jefes, autoridades civiles o
líderes espirituales en la iglesia. Y todos, como creyentes, debemos tener una
actitud humilde y sumisa hacia el otro en el cuerpo de Cristo (Ef. 5:21). Sin
embargo, cuando en las Escrituras se instruye a las esposas a sujetarse, se
refiere específicamente a “sus maridos”, a quienes Dios ha puesto como
cabeza de sus esposas para amarlas y dar la vida por ellas.
2. La sujeción no significa que una esposa es inferior a su marido.
En las Escrituras se afirma claramente que los hombres y las mujeres
fueron creados a imagen de Dios y, por lo tanto, son de igual valor. Tienen el
mismo acceso al Padre y son igualmente coherederos con Cristo, comparten
al Espíritu Santo por igual, son igualmente redimidos y bautizados en Cristo,
igualmente partícipes de Sus dones espirituales y Dios los ama y valora por
igual.
3. La sujeción no somete a la esposa a una vida de conformidad forzada.
La palabra usada en el Nuevo Testamento para “sujeción” —en referencia
a la manera ordenada de seguir a un líder— habla de un acto voluntario. En
una comprensión adecuada de lo que es el matrimonio, ningún marido
debería obligar a su esposa a sujetarse a él por la fuerza o manipulación. La
sujeción es la decisión voluntaria no solo de someterse a él, sino,
fundamental y principalmente, de someterse en obediencia al Señor.
4. La sujeción no equivale a esclavitud, humillación y servilismo.
Una esposa no es una sirvienta. Tampoco una empleada. Ni una niña ni una
ciudadana de segunda clase que se inclina a los pies de su superior. Por el
contrario, la sujeción es una respuesta alegre, placentera, inteligente y
amorosa a la posición que Dios le ha otorgado al marido como su cabeza
espiritual (ver Ef. 5:22-23). Y esa autoridad no significa que tu marido tiene
autoridad absoluta sobre ti. Los esposos no son la autoridad suprema sobre
sus esposas. Dios es la autoridad. Dios les ha delegado autoridad a los
esposos y ellos darán cuentas a Él de ejercerla de una manera humilde,
sacrificial y amorosa.
5. La sujeción no rebaja a la esposa a alguien incapaz de pensar.
Estar sujeta a tu marido no te condena a un destino de obediencia ciega e
226
incondicional. Sigues siendo una persona con opiniones válidas y tienes
derecho a expresarlas de una manera humilde y amable. De hecho, como
ayuda idónea de tu marido estarías faltando a tu deber si no le haces ver las
cosas que él no ve o no parece entender.
6. La sujeción no significa que los maridos siempre tienen la razón.
Tu marido no es Dios. (Ya lo sabes). Él es tan pecador como tú. (También
lo sabes). De modo que la sujeción bíblica no se puede basar en lo sabio,
piadoso o capaz que sea tu marido ni en que te guste su forma de ser, su
comportamiento o su personalidad. En pocas palabras: no es tu marido el que
hace que este patrón funcione en el matrimonio. Es Dios. Y Dios es Aquel a
quien tú y yo finalmente nos sometemos en nuestro matrimonio.
7. La sujeción nunca requiere que una esposa obedezca a su marido a
pecar.
Tu más grande lealtad y fidelidad es a Cristo. Si tu marido abusa de la
autoridad que Dios le ha dado y te exige algo que es contrario a la Palabra y
la voluntad de Dios, debes obedecer a Dios antes que a tu marido.
Cada vez que en las
Escrituras se exhorta a
las mujeres a sujetarse a
sus maridos, se instruye
respectivamente a
los maridos a amar y
apreciar a sus esposas.
Sin embargo, lo que he notado al escuchar a muchas esposas en
matrimonios difíciles es que, frecuentemente, su lucha es a someterse a la
voluntad de sus maridos cuando a ellas no les gusta o piensan que no es lo
mejor, no porque sea algo que la Biblia y la conciencia prohíben. Es
importante distinguir entre ambos pensamientos a la hora de cumplir la
voluntad del marido.
8. Finalmente, la sujeción de una esposa nunca da licencia a su marido
para abusar de ella.
Jamás. Cada vez que en las Escrituras se exhorta a las mujeres a sujetarse a
227
sus maridos, se instruye respectivamente a los maridos a amar y apreciar a
sus esposas. No hay justificación posible para que un marido abuse de su
esposa, ya sea de manera física o verbal, o con medios de manipulación e
intimidación más “respetables”; lo que un pastor llama “abuso amable”.[3]
Si eres víctima de abuso (o sospechas que lo eres), debes buscar ayuda. La
enseñanza bíblica sobre la sujeción no contempla ninguna licencia para el
maltrato. Si tú (o tus hijos) están sufriendo lesiones físicas o amenazas, debes
buscar un lugar seguro y contactar a las autoridades civiles y espirituales para
que te protejan.
Dondequiera que las personas abusan del orden que Dios ha establecido
para cualquier esfera, el problema no deriva de fallas en el plan de Dios, sino
de las distorsiones pecaminosas de la humanidad. Por lo tanto, la solución a
los problemas que surgen cuando se aplica este principio en el matrimonio no
es descartar la sujeción, sino alinear nuestra comprensión y práctica de la
sujeción con lo que dicen realmente las Escrituras. Cuando el sistema
funciona conforme al diseño de Dios, fluyen las bendiciones del cielo que
manifiestan la belleza de Su carácter y sus caminos en nuestra vida y a través
de nuestra vida.
El costo de la sujeción
Sin embargo, eso no quiere decir que la sujeción bíblica —entendida
correctamente, obedecida fielmente, sin la tergiversación del abuso— sea
fácil. Como ya hemos visto, no lo es. Incluso quienes están de acuerdo con el
principio de la sujeción encuentran su práctica a veces difícil.
Como prueba de su dificultad —si necesitas alguna—, vayamos a la
epístola de 1 Pedro. El tema que prevalece en esta carta del Nuevo
Testamento es cómo mantener la esperanza y la perseverancia gozosa a pesar
del sufrimiento. El apóstol Pedro escribió a los cristianos de la iglesia
primitiva perseguida y los instó a recordar el ejemplo de Cristo, a mantener
sus ojos en su recompensa celestial venidera y a no a avergonzarse de su fe,
incluso cuando parecía que estaban solos en medio de sus fuertes pruebas.
Este tema del sufrimiento está implícito en los capítulos 1 y 2 de Primera
de Pedro. También es prominente en todo el capítulo 4 y otra vez en el
capítulo 5. Y no creo que sea casual que Pedro abordara el tema del
matrimonio (en el cap. 3) justo en medio de estos capítulos.
El último párrafo del capítulo 2 (vv. 21-25), que implanta la enseñanza
228
sobre el matrimonio, es un poderoso testimonio de cómo Cristo se sometió a
la voluntad de su Padre, aun cuando implicara sufrimiento. Mientras tanto, en
vez de amenazar o reprender a los pecadores, Jesús se “encomendaba” a
Dios, con la certeza de que su Padre sabio y amoroso, al final, lo vindicaría.
Hizo todo esto por nosotros y nos dejó un ejemplo “para que [sigamos] sus
pisadas”. Como resultado de Su obediencia y Su confianza en Dios, nos trajo
la sanidad espiritual y atrajo nuestros corazones descarriados al Pastor de
nuestras almas.
El siguiente párrafo, a partir del capítulo 3, versículo 1, dice: “Asimismo
[de la misma manera] vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos” y
prosigue en dar algunos ejemplos y razones (vv. 2-6). El versículo 7
continúa: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando
honor”. Y luego el resto del capítulo se centra en el tema del sufrimiento por
causa de la justicia, como Jesús lo hizo por nosotros.
Al vincular el sufrimiento redentor de Cristo al matrimonio, Pedro quería
que entendiéramos que tanto los maridos como las esposas a veces tienen que
sufrir para cumplir el rol y la responsabilidad que Dios les ha encomendado
con su cónyuge. Nos recuerda que podemos confiar nuestra situación y el
resultado de nuestra obediencia a Dios, y que nuestra voluntad de seguir las
pisadas de Jesús (2:21), incluso cuando es difícil, puede traer sanidad y
restauración a la vida de otros.
En sus palabras a las esposas, Pedro se dirige específicamente a las mujeres
cuyos maridos no son creyentes; una situación que era común en la iglesia
primitiva. Para una esposa cristiana cuyo marido no comparte su fe —que tal
vez resiste o ridiculiza las cosas que más le importan— la sujeción y el
respeto puede ser muy difícil. Y sin embargo, para estas mujeres, como para
aquellas que perseveran en medio de cualquier aflicción con dignidad y fe en
Dios, la experiencia solo sirve para hacer que su fe y su carácter brillen más
fuerte.
Según Pedro, la “conducta casta y respetuosa” y el “espíritu afable y
apacible” son el “incorruptible ornato” de las mujeres (1 P. 3:2, 4). Así es
como adornan la doctrina que dicen creer. Mucho más eficaz que cualquier
táctica de manipulación, reproches o enojo, la sujeción de una esposa a Cristo
—expresada en la sujeción respetuosa a su marido— es el medio más
probable de alcanzar el corazón de su marido y hacer que se convierta en un
obediente seguidor de Cristo.
229
Y este principio puede aplicarse a cualquier mujer cuyo marido no esté
siendo obediente a la Palabra de Dios. Cuando una mujer reprime el impulso
natural de resentirse con su marido o de tomar represalias contra él, cuando
corre a la cruz en vez de dar rienda suelta a su lengua, cuando mantiene un
espíritu afable y apacible y espera con firmeza en Dios, independientemente
del comportamiento de su marido, no hay lugar para la condición débil,
cobarde y caprichosa de la feminidad dominada. Esta es una mujer de poder.
La difícil respuesta, que honra a Dios, de una esposa que se sujeta puede
ser la manera de atraer al marido más resistente a someterse a Dios. Este tipo
de sujeción no es una señal de servilismo, sino de grandeza.
Las mujeres que hacen estas y otras preguntas difíciles necesitan más que
una respuesta común de una consejera, una escritora o una maestra remota
que no conoce su vida ni su situación. Necesitan alguien que camine con
ellas, ore con ellas, llore con ellas, las desafíe o abogue por ellas cuando sea
necesario, que permanezca continuamente a su lado y le ayude a discernir
paso a paso la mejor manera de proceder.
Eso, por supuesto, es exactamente lo que Tito 2 ofrece a estas mujeres. Y
es por eso que las relaciones continuas, de una vida a otra, entre mujeres
jóvenes y ancianas experimentadas —en el contexto de la iglesia local, donde
se puede consultar a los líderes pastorales si es necesario— son tan
importantes y pueden ser una gran fuente de sabiduría práctica y aliento.
Dicho esto, existen algunos principios generales que he encontrado útiles
para las mujeres que atraviesan situaciones donde sus maridos les piden que
se sometan a decisiones que ellas consideran que no son sabias ni bíblicas.
1. Pregúntate: ¿Soy generalmente sumisa?
La sujeción bíblica es primero una actitud del corazón: una inclinación o
predisposición a seguir a otro. La esposa sumisa tiene un patrón general de
ceder a la autoridad de su marido en lugar de resistirse a sus ideas y
liderazgo. Sin duda, la sujeción de una esposa implica sus acciones y su
conducta. Pero lo que ella hace (sujetarse) fluye de lo que ella es (una mujer
de espíritu afable, obediente, dócil).
Cuando la autoridad y la sujeción bíblicas funcionan de la manera que Dios
ordenó, el esposo y la esposa pueden trabajar juntos para lograr un objetivo
común en lugar de estar enfrentados. Juegan en el mismo equipo. Y, al igual
que con los equipos deportivos, cuando cada uno juega en la posición que le
corresponde, el equipo gana el partido.
Para cambiar la metáfora, es como el baile de salón. Para que el baile
funcione, alguien tiene que guiar y alguien tiene que seguir; pero ambos
compañeros deben inspirar al otro a hacerlo mejor. Cuando las esposas se
sujetan al liderazgo de sus esposos, es más fácil para los maridos amar y
guiar. Y cuando los hombres aman y lideran, es más fácil que sus esposas se
231
sujeten a ellos.
Eso es algo a considerar cuando te encuentras en un forcejeo matrimonial.
Haz un alto y evalúa el patrón normal en tus respuestas a tu esposo. ¿Son tus
respuestas a tu marido generalmente obedientes y dóciles? ¿O tiendes
automáticamente a rebelarte y resistirte, lo cual hace difícil que tu marido
haga sugerencias o tome decisiones sin prepararse para tus inevitables
objeciones?
Tarde una noche, mientras escribía este capítulo, Robert me habló de mi
necesidad de ser una mejor administradora de mi tiempo frente a la inminente
fecha de publicación de mi libro. Me sugirió amablemente hacer algunos
cambios prácticos que él creía que me ayudarían a ser más eficaz.
Mi reacción refleja fue defender mi manera de hacer las cosas y explicarle
que Dios nos hizo diferentes (lo cual es verdad). Pero el Espíritu me recordó
que esa era una oportunidad para humillarme y seguir el consejo de mi
marido, de reconocer que él tiene la responsabilidad de ejercer la autoridad en
nuestro matrimonio y de confiar que Dios lo está usando para ayudarme a ser
más semejante a Jesús.
Así que me tragué el orgullo, agradecí a Robert por su aporte, y me
propuse tomarlo en serio. Durante los días siguientes, entendí con más
claridad la sabiduría de lo que había dicho. Además, al responder a su
liderazgo, comencé a experimentar una dulce infusión de la gracia de Dios en
mi vida.
Este ejemplo puede parecer trivial en comparación con los problemas
mucho más graves que enfrentas en tu matrimonio en este momento, pero
nuestra respuesta a estos intercambios cotidianos realmente afecta la manera
en que nuestros maridos nos responden a nosotras. He observado que los
hombres tienden a elegir una de dos alternativas erróneas cuando se enfrentan
a la resistencia de su esposa. O se vuelven dominantes —se adueñan de la
pelota y corren con ella— o bien se vuelven pasivos. Ninguna de esas
respuestas, por supuesto, contribuye a buenas decisiones o a una relación
saludable, pero la segunda —la pasividad— puede ser la más molesta para
una esposa. De hecho, una de las frustraciones más comunes que he
escuchado de las mujeres cristianas es la lentitud de su marido para asumir su
posición de autoridad y líder.
Una amiga me dijo: “A mi marido no le gusta el conflicto o la
confrontación, así que prefiere no dar indicaciones que sospeche que no voy a
232
querer seguir”. Un tiempo después, cuando le pregunté su opinión sobre el
tema a este hombre, me explicó: “Si un marido siente que su liderazgo puede
amenazar la relación, prefiere proteger la relación y no liderar”.
Otro esposo me dijo: “Si mi esposa desafía y cuestiona todo, es más difícil
liderar que no hacer nada. Así que los hombres pueden optar por no hacer
nada en lugar de arriesgarse al fracaso”.
La cuestión es que cuando un marido desarrolla un patrón arraigado de
evitar los conflictos, prefiere dejar que su esposa tome las decisiones en lugar
de arriesgarse a dañar su orgullo o invitar a más peleas en la relación.
Y, para una esposa, esa no es una buena posición. Te deja expuesta y
desprotegida, sobrecargada de responsabilidades. Además, te hace sentir sola
y sin apoyo, porque tu pareja ha optado por no involucrarse en los asuntos
importantes.
Por lo tanto, es útil tener en cuenta… ¿Cuál es tu inclinación?
¿Sujetarte o resistirte?
Este es un buen punto de partida.
2. Asegúrate de querer la voluntad de Dios y Su gloria más que tu propia
voluntad.
Sé que el mandamiento de sujetarnos a nuestro marido puede parecer una
terrible injusticia. A veces, la sensación de vulnerabilidad y pérdida de
control puede provocar miedo. Pero es útil recordar que lo más importante no
es nuestra sumisión al liderazgo humano —a nuestro marido— sino más bien
a Dios. Cuando lo piensas, pedirnos que nos sometamos a una autoridad que
Dios ha establecido, en realidad es pedirnos que seamos como Jesús.
“Mi comida es que haga la voluntad del que me envió”, dijo Jesús (Jn.
4:34), con lo cual indicó que Su más grande satisfacción era hacer lo que Su
Padre le pedía. Esta decisión, obviamente, fue costosa para Él, que “estando
en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). Pero como resultado de la
sujeción de Jesús, el Padre lo “exaltó hasta lo sumo” (v. 9) y lo favoreció con
una bendición mucho más sublime que el alto precio de Su rendición.
Las batallas que enfrentas en casa a veces pueden ponerte en una posición
que te parece imposible de sobrellevar. Pero, si llegaras a la raíz de tu lucha,
te sorprenderías de lo que podrías llegar a encontrar. ¿Podría ser que tienes
miedo de que aquello que honra a Dios en esta situación sea diferente de lo
233
que tú quieres?
He descubierto que una vez que realmente nos sometemos a la voluntad de
Dios, a menudo se nos hace más fácil someternos a las autoridades humanas.
3. Dile lo que te preocupa, pero cuida tu actitud.
Hay una manera de decir que no, y hay otra manera de decir que no. ¿Sabes
a qué me refiero? Una manera puede ser acusatoria y amenazante,
quejumbrosa y rezongona, degradante y exigente. Pero la otra viene de un
corazón que es humilde, tierno, respetuoso y consciente de que es probable
que tenga en sus manos la posibilidad de producir un choque de voluntades o
un diálogo pacífico entre adultos.
La actitud es muy importante.
Y la actitud, obviamente, comienza en tu corazón. Puedes controlar tu
lengua y tus expresiones faciales por pura fuerza de tu voluntad… a veces.
Pero solo puedes hacerlo constantemente cuando la sujeción viene de
adentro, no como un mero sometimiento externo.
Esta es otra razón por la cual el llamado de Dios a la sujeción es una
bendición, porque adiestra nuestro corazón a resistir lo que nuestras
emociones desenfrenadas demandan. Entonces, cuanto más profundamente
cede una esposa —primero a Dios y, por ende, a su marido— más probable
es que broten de ella amabilidad y suave verdad en lugar de aspereza y
argumentos displicentes.
Cuando hay un cambio en ti, la sujeción puede producir un cambio en
cómo se resuelven los problemas en tu matrimonio (o en cualquier otro lugar,
en el trabajo o en la iglesia).
4. Si sigues estando en desacuerdo, apela gentilmente.
Ábrele tu corazón, en oración, con amabilidad, con palabras
cuidadosamente escogidas y en el momento apropiado. A veces esto significa
esperar hasta que tus emociones se hayan calmado y tu marido esté en mejor
estado de ánimo para escuchar realmente lo que hay en tu corazón.
Un buen ejemplo de alguien que apeló a la autoridad es el de la reina Ester,
una joven judía huérfana que terminó casada con el rey de Persia. El rey
Asuero era un hombre impaciente, colérico e inestable, conocido en la
historia por su crueldad y sus horribles arrebatos de ira. Si estás familiarizada
con este relato del Antiguo Testamento (en el libro de Ester), sabes que el
234
principal funcionario del rey, Amán, manipuló a Asuero para que decretara el
exterminio del pueblo judío.
El tutor de Ester, Mardoqueo, le rogó a ella que le pidiera a su marido que
detuviera estos planes malvados. Y no es de extrañarse que Ester vacilara y
temiera por su propia seguridad. Al final, ella reunió el coraje para arriesgarse
al posible rechazo del rey… o a algo peor. Pero tuvo la prudencia de resistir
la tentación de presentar todo su alegato de una vez. Hacerlo así hubiera
hecho que Asuero se sintiera confrontado o tomado por sorpresa. En su lugar,
ella invitó al rey y a Amán —dos veces— a una suntuosa fiesta que había
preparado. Solo entonces, cuando el rey estaba relajado y con un buen estado
de ánimo, ella le hizo su petición. Y su estrategia demostró ser sabia. La
traición de Amán quedó expuesta, y el pueblo de Ester se salvó.
Con frecuencia he pensado en este relato cuando he tenido la tentación de
abrirle mi corazón a mi marido o a otra persona en autoridad en lugar de
ejercer control, buscar el momento más oportuno y la estrategia más sensata.
Podrías comparar tus tácticas con las de una mujer que dice: “Cariño, hay
algo que realmente necesito hablar contigo. ¿Qué momento te parece bien
para que nos sentemos y te pueda contar lo que hay en mi corazón?”.
Ahora bien, Ester no tenía ninguna garantía de que el rey cambiara sus
órdenes y detuviera a los escuadrones de la muerte, como tampoco la
apelación amable de una esposa garantiza que su marido acepte su objeción.
El ejemplo de la apelación de Ester a su malvado marido ilustra que el
momento y el tacto en la apelación de una mujer pueden predisponer mejor a
un hombre a escuchar y a considerar su punto de vista.
No es una cuestión de ser falsamente modesta o manipuladora para lograr
tu cometido, sino de usar la dulzura y el tacto para plantear tu punto de vista.
Por supuesto, la línea entre las dos puede ser fina. Y desde luego, el
matrimonio de Ester y Asuero no es un ejemplo digno de imitar. Sin
embargo, creo que su ejemplo puede ser instructivo cuando se trata de hablar
con un marido (o cualquier otra figura de autoridad) sobre un asunto difícil o
un desacuerdo.
5. Una vez que haya hecho tu petición, espera que Dios intervenga.
Una vez tuve un jefe que con sabiduría y amabilidad me dijo: “Nancy, está
bien que pongas tus cartas sobre la mesa, pero una vez que las pongas, quita
tus manos. No sigas insistiendo”.
235
Mi temperamento natural de hija primogénita, lo confieso, es más como un
pitbull que como un labrador. Puedo hundir mis dientes en algo y no dejarlo
hasta que quienquiera que sea que esté del otro lado finalmente diga: “Está
bien, de acuerdo, tú ganas”.
¡Qué alivio es saber que
no somos responsables de
producir obediencia en
nuestros maridos! Solo
el Señor puede hacerlo.
Sin embargo, estoy aprendiendo que tales tendencias de pitbull son
raramente efectivas o productivas en un matrimonio… o en cualquier otra
relación. He notado que cuando le abro mi corazón a Robert con un espíritu
manso, y luego dejo el asunto en sus manos, las cosas van mucho mejor.
Cuando él sabe que confío que Dios obrará a través de su liderazgo, se
muestra más dispuesto a escuchar lo que le estoy diciendo. Siente un mayor
sentido de la responsabilidad y un mayor deseo de buscar al Señor y amarme.
¡Qué alivio es saber que no somos responsables de producir obediencia en
nuestros maridos! Solo el Señor puede hacerlo. Lo que tú y yo necesitamos
hacer es orar por el hombre de nuestra vida y por nuestros desacuerdos
también. Si es sabio lo que le pedimos reconsiderar a nuestro marido, y él no
parece dispuesto a escucharnos, entonces la mejor manera de llegar a él es
pasar por “sobre él”, a Aquel que puede tocar su corazón para que haga lo
correcto.
Este proceso requiere paciencia, pero demostrará si realmente creemos que
Dios es grande y si confiamos en que Él es poderoso, soberano y bueno. En
estos momentos de la vida, las palabras del salmista son precisamente lo que
necesitamos:
Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová
(Sal. 27:14).
Desde luego, a medida que pasan los días podemos descubrir que Dios
cambió nuestro corazón, no el de nuestro marido. O tal vez descubramos una
combinación dulce de las dos cosas. Pero sea como sea que el Señor actúe,
habremos decidido caminar en el lugar donde habita Su paz y donde Él puede
236
hacer una obra profunda y santificadora en nuestra vida y en nuestro
matrimonio.
Una vez, una mujer me contó que ella y su marido habían llegado a un
callejón sin salida sobre un asunto particularmente polémico. Ella tenía una
postura firme sobre lo que se debía hacer y seguía insistiendo en su opinión.
La opinión de él era igual de firme, y no estaba dispuesto a transigir. Las
tensiones aumentaron. La división entre ellos también. Su marido no cedía y,
desde luego, ella no sería la primera en hacerlo.
Un día, después de otra acalorada discusión, el Señor contristó el corazón
de mi amiga por algunas cosas que había dicho y por la actitud que estaba
mostrando. Entonces se dirigió a su marido con una humilde disculpa y le
explicó que Dios le había hecho ver el daño que estaba causando y que estaba
totalmente dispuesta —aunque aún no estaba de acuerdo con él— a sujetarse
a él y a su decisión. “Estoy orando por ti, cariño —dijo—, y seguiré orando
por este asunto. Pero te respaldaré sea lo que sea que decidas”.
Cuando esta esposa tomó su lugar bajo la autoridad de su marido, él no lo
tomó como una rotunda victoria. En cambio, empezó a sentir el peso de lo
que estaba en juego y la necesidad de escuchar al Señor y seguir su dirección.
Todo lo que este marido quería hacer ahora —con el apoyo de la confianza
de su esposa— era asegurarse de tomar el camino correcto, aunque ese
camino fuera el que ella le había mostrado desde un principio.
Esta mujer pudo haber dicho: “Perdí. Me rendí. Él ganó. Dejé que él se
saliera con la suya”.
Pero no, ella no perdió.
Ella ganó, igual que él.
Ellos ganaron, porque su confianza en el Señor motivó a su marido a llegar
a un nuevo nivel de discernimiento y obediencia y a un deseo de hacer lo que
era verdaderamente mejor para su matrimonio y su familia.
La promesa de la gracia
Lo que necesitamos recordar —y lo que es tan fácil pasar por alto o
minimizar— es que el rol de nuestro marido es difícil. No, no todos los
esposos lo toman tan en serio como deberían, y muchos contribuyen a hacer
el deber de su esposa aún más difícil de cumplir, al igual que muchas mujeres
hacen las cosas más difíciles para sus maridos. Pero ¿sabes qué? Sea que tu
esposo lo sepa o no, Dios le ha delegado la responsabilidad de la condición
237
de su matrimonio y su familia. Y tendrá que comparecer ante el Señor para
dar cuenta de cómo manejó esta mayordomía.
Dios no nos hace responsables de cumplir el rol de nuestro esposo. Nos
hace responsables de cumplir nuestro rol, no solo de someternos a nuestro
marido, sino de apoyarlo y sostenerlo en oración. Y sí, las cosas pueden salir
mal, aunque obedezcamos. Pero, aun entonces, Dios promete darnos (y nunca
deja de hacerlo) la gracia suficiente para cada desafío.
Cuando esperamos en Dios, como lo hizo Jesús cuando sufrió injustamente
(1 P. 2:23), podemos experimentar libertad del temor. Y nuestra sujeción y
confianza en el Señor mostrará la belleza del evangelio:
Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres
que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara
obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis
venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza (1 P.
3:5-6).
En el primer capítulo de este libro mencioné algunos momentos privados
que pasé con mi amiga de toda la vida, Vonette Bright, justo antes de caminar
hacia el altar para convertirme en la señora de Robert Wolgemuth. De una
manera verdaderamente maternal, ella quería asegurarse de que yo estuviera
adecuadamente preparada para esta nueva vida que estaba por comenzar. Al
final de nuestra breve conversación, Vonette dijo algo que jamás olvidaré; un
sabio consejo que ha demostrado ser uno de los regalos de boda más dulces
que he recibido.
“Sométete a cualquier cosa que le traiga placer a él… en todo —dijo ella
con una sonrisa—, ¡y te irá bien!”.
He dudado en dar este consejo, porque sé que podría malinterpretarse. De
ninguna manera me estaba animando a satisfacer cualquier deseo pecaminoso
que mi marido pudiera tener. Y no estaba diciendo que yo sería esclava de mi
marido, que solo estaría con él para cumplir todos sus caprichos. Pero esta
preciosa viuda, que había disfrutado de un amoroso matrimonio de cincuenta
y cuatro años, conocía por experiencia propia el gozo de tener una
disposición —una inclinación— a seguir y obedecer el liderazgo de su
marido.
Las palabras de Vonette me han venido a la mente muchas veces desde el
238
día de mi boda. Mi inclinación natural es insistir en lo que quiero, lo que me
trae placer. Pero en esos momentos cuando he sentido renuencia a ceder o a
hacer el sacrificio de servir y bendecir a mi esposo, este consejo oportuno de
una anciana me ha ayudado a rectificar mi pensamiento. Y en la medida que
trato de elegir el camino de la sumisión, veo a mi amable y tierno marido
reconsiderar sus decisiones a fin de servirme y complacerme.
Comprendo que no todos los maridos responderán de la misma manera y
que algunas esposas no verán el fruto de su obediencia a la Palabra de Dios
en corto plazo.
También comprendo que demasiado a menudo el concepto de la sujeción
se ha utilizado como una excusa y un pretexto para el abuso o para una pasiva
aceptación. No debemos hacer la vista gorda a tales situaciones. Según la
naturaleza y severidad de las circunstancias, se debe confrontar y
responsabilizar a los culpables por su comportamiento, y aquellas que han
sido perjudicadas necesitan recibir un consejo piadoso y un alivio práctico.
Pero no podemos permitir que esas distorsiones y perversiones de la sujeción
nos hagan perder lo verdadero.
Esperamos ansiosamente el día cuando nuestro gran Dios reparará todos
los males y recompensará la fidelidad de aquellos que han soportado
pacientemente bajo las autoridades impías, ya sean gobernantes tiránicos o
maridos egoístas y dominadores.
Mientras tanto, Él nos llama a seguir los pasos de nuestro Salvador, a
esperar en Dios y a adiestrarnos mutuamente en esta verdad bíblica, con
nuestra confianza en Su sabiduría, bondad y amor, y la experiencia de la
sorprendente belleza y poder de la humilde sujeción.
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Cuáles han sido tus luchas (o todavía lo son) con la sujeción bíblica
en tu propia vida y tu matrimonio? ¿Qué has aprendido? ¿Cómo
podrían tus experiencias ser una fuente de aliento para una mujer
joven que conozcas?
2. ¿Cómo puedes modelar y enseñar la sujeción a mujeres jóvenes de tal
manera que les ayude a verla como una bendición y no como una
carga?
239
3. ¿Qué puedes hacer para acompañar a una mujer que está luchando por
obedecer las decisiones de su esposo? ¿Cómo puedes ofrecerle apoyo
y aliento y, al mismo tiempo, retarla a pensar bíblicamente?
Mujeres jóvenes
1. ¿Te consideras una mujer bíblicamente sumisa? ¿Qué es la sujeción
para ti? ¿Tiendes a ser dócil o resistente a la autoridad?
2. ¿Sueles desear salirte con la tuya en lugar de buscar honrar al Señor y
seguir Su dirección a través de tu esposo u otras autoridades? ¿Cómo
podría ayudarte comprender adecuadamente la sujeción a la voluntad
de Dios? ¿Cómo te inspira el ejemplo de Cristo?
3. ¿A qué anciana madura o mentora podrías buscar para pedirle que te
aliente y te aconseje si te resulta difícil responder a la autoridad de una
manera bíblica?
240
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
241
CAPÍTULO 13
TAL VEZ HAYAS VISTO UN SEGMENTO DE HUMOR EN INTERNET que propone una
serie de “pruebas” para las personas que están considerando tener hijos. Las
actividades, que el autor describe, son intentos de simular cómo es la vida
con los niños y de experimentar la vivencia de la maternidad antes de
comprometerse a tener hijos. Las pruebas incluyen cosas como ir a dormir a
las 2:45 de la madrugada y levantarse quince minutos después cuando suena
la alarma a las 3:00, darle cucharadas de cereal de maíz a un pastoso melón
que oscila suspendido del techo, insertar una moneda en el reproductor de CD
del coche e intentar meter un pulpo vivo en una bolsa de red sin que se salgan
ninguno de sus brazos.[1]
Todos podemos reírnos (o, probablemente, asentir con un suspiro) de estas
simulaciones improvisadas sobre los malabares y la pirotecnia que componen
el día típico de una madre con hijos pequeños. Pero la parodia solo es eficaz
hasta cierto punto. Tomada demasiado en serio, puede revelar una mentalidad
que temo que muchas mujeres jóvenes traen consigo al matrimonio: la idea
de que la crianza de los hijos, a pesar de sus fantasiosos ideales y las fotos en
Facebook, es mayormente un trabajo pesado y absorbente.
Mientras tratamos de obtener la perspectiva de Dios sobre el llamado y el
don de la maternidad, necesitamos preguntarnos qué influencias pueden
haber moldeado nuestras creencias subyacentes sobre este tema (y otros
tratados en Tito 2):
• ¿Estamos imitando lo que experimentamos desde niñas sin detenernos
a evaluar si esas costumbres son acertadas, buenas y sabias?
• ¿Aceptamos sin evaluar las filosofías promovidas a través de la cultura
popular: revistas, medios de comunicación o blogs para madres?
242
• O… ¿estamos leyendo la Palabra de Dios para determinar Sus
propósitos para nosotras en nuestro rol y llamado como mujeres,
esposas, amigas, miembros de la iglesia, trabajadoras, hermanas y sí,
madres?
Karina era una mamá de unos treinta y cinco años cuando asistió a una de
las primeras conferencias de Mujer Verdadera auspiciada por Aviva Nuestros
Corazones. Habíamos preparado un stand donde las personas podían grabar
un testimonio en video de cómo el Señor les había hablado durante la
conferencia. En su video, Karina contó que había recibido a Cristo poco
después del nacimiento de su primer hijo y que ella y su esposo habían
recibido a siete niños en su casa durante los siguientes doce años. Era una
madre dedicada, que obviamente valoraba a los niños. Y, sin embargo,
durante ese fin de semana, el Señor había expuesto el enojo y la frustración
que había estado acumulando en su corazón durante mucho tiempo. Sin
siquiera darse cuenta de ello, había tenido la sensación persistente de que su
marido, sus hijos, su vida, Dios, en realidad, todos, se habían aprovechado de
ella, le habían robado, la habían privado de oportunidades y libertades.
La voz de Karina se quebró y empezó a llorar mientras testificaba con la
voz entrecortada lo que le había sucedido en la conferencia ese fin de semana.
A través de la enseñanza de Su Palabra, Dios había renovado su pasión por la
maternidad. Ahora, el gozo de lo que Él le había encomendado llenaba su
corazón. Estaba ansiosa por llegar a casa y estar con sus pequeños hijos,
disfrutar del privilegio de ser madre, hablarles de Jesús y enseñarles a
caminar con Él.
Publicamos el video de Karina en nuestro blog de Mujer Verdadera a la
semana siguiente, y el sitio se inundó inmediatamente con respuestas de
madres que se identificaban con su historia. Muchas de ellas comentaron que
también se habían resentido con Dios y con sus maridos por la carga de
responsabilidad que se les había impuesto; que a menudo habían lamentado la
pérdida de deseos y planes que habían dejado de lado para cuidar de sus
familias; que estaban hartas de no poder ir al supermercado cuando lo
deseaban o incluso ir al baño solas. Dieron testimonio de que las filosofías no
bíblicas que circulan tan libremente en nuestra cultura habían invadido
sutilmente (y a veces no tan sutilmente) sus pensamientos y les habían
transmitido un sentimiento perpetuo de privación y agotamiento. No obstante,
243
también revelaron que Dios estaba volviendo a cautivar su mente y corazón y
reavivando su celo por el sublime y santo llamado a la maternidad.
Él puede hacer lo mismo por ti.
No, el aire puro de la verdad no impedirá que tu hijo pequeño vomite la
mañana que estás saliendo de vacaciones. No evitará que tu estudiante de
secundaria te informe en el coche de camino a la escuela que hoy es el plazo
de entrega de cuarenta dólares y un permiso firmado para el viaje de la banda
de música del próximo mes. Probablemente, no calmará el enojo de un
hijastro ni hará volver en sí de inmediato a un hijo pródigo después de años
de estar descarriado.
La vida sigue. Los costos suben. La crianza de los hijos es exigente y
compleja, y está desprovista de recompensas inmediatas, no importa cuánta
pasión sientas por la maternidad.
Sin embargo, si eres madre —una madre biológica, una madrastra, una
madre adoptiva o de crianza, o cualquier otra persona que participe
activamente en la crianza de los hijos—, Tito 2 puede ayudarte a recordar que
tienes una vocación y un ministerio vital allí, en tu propia casa; un ministerio
que no es necesariamente ir a la iglesia o hacer un viaje misionero a Kenia. Y
te asegurará que tus esfuerzos en criar a esos pequeños para Su gloria no son
—y no serán— en vano.
Para empezar, quiero reconocer que no soy madre, al menos no en el
sentido tradicional. Ahora tengo el privilegio de adoptar a las dos hijas de
Robert y sus maridos y a cinco nietos adolescentes y jóvenes adultos como
“familia”, un regalo inesperado en esta etapa de mi vida.
Sin embargo, Dios, en Su providencia, ha decidido no darme hijos propios.
Por lo tanto, lo que leerás en este capítulo no es la voz de mi experiencia
personal, sino la voz de mi gran cantidad de amigas que son madres. He
caminado junto a estas mujeres y las he animado durante varias etapas de
maternidad. Estas madres me han ayudado a entender mejor lo que significa
amar a los hijos: pequeños, adolescentes y adultos; a aquellos que aman y
siguen a Cristo y a los que se han alejado de Él; hijos e hijas que adoptan los
valores de sus padres, y otros cuyas elecciones han roto el corazón de sus
padres.
Una cosa sé con certeza: Dios cuida de los niños. Por eso Él quiere que
nosotras también lo hagamos. Todas.
244
Deleitosamente tuyos
Tengo una novedad: no tienes que ser madre para comprender que la
maternidad es difícil.
Siempre ha sido difícil, y las expectativas de las supermamás de hoy —
motivadas por los medios de comunicación y el espíritu competitivo de la
cultura actual— pueden hacerla aún más difícil. Con razón tantas mujeres
jóvenes hoy día están posponiendo tener hijos o incluso deciden no tenerlos.
Con razón, si tienen hijos, se sienten presionadas a convertir a la familia en
una competencia y superar a sus amigas y vecinas; un reflejo de su estilo de
vida.
La mayoría de las personas
nunca verá los sacrificios
que haces para criar a
tus hijos, y nadie te dará
una bonificación a fin
de año para reconocer y
recompensar tus esfuerzos.
Y, con demasiada frecuencia, sienten la presión. Las madres atrapadas
dentro de este constante ajetreo de actividades pueden pasar menos tiempo
con sus hijos, que alrededor de ellos. Incluso cuando logran mantener todo
en sincronía (la mayoría de los días, en la mayoría de los casos), a menudo se
olvidan de la luz que deberían ver al final del túnel.
Al volver a Tito 2, recordamos que Pablo instruyó a las ancianas a enseñar
“a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos”. El tipo de amor
del que estaba hablando, como recordarás, era de cariño y afecto, amistad y
deleite, disfrutar de los objetos de nuestro amor y encontrar placer en su
compañía.
Si en este momento estás atravesando la etapa de crianza de tus hijos,
entonces sabrás que encontrar deleite en tus hijos a menudo es fundamental
para satisfacer sus demandas. Y, sin eso, la alegría de amar a los hijos puede
convertirse en nada más que una serie interminable de deberes repetitivos e
ingratos para cumplir día tras día.
La Biblia siempre
245
describe a los hijos como
regalos de Dios.
No serías humana si no te desgastaras a veces bajo la presión. Y la mayoría
de las personas nunca verá los sacrificios que haces para criar a tus hijos, y
nadie te hará una evaluación de rendimiento o te dará una bonificación a fin
de año para reconocer y recompensar tus esfuerzos.
Sin embargo, si no tienes cuidado, si no oras, si dejas pasar los días sin
determinarte a usarlos para los más altos y mejores propósitos de Dios —
recordar la verdadera razón por la que estás haciendo todo esto— entonces
puedes perder las bendiciones que Él ha destinado para ti en esta etapa de la
vida. Y tus hijos podrían perder la oportunidad de ver la imagen del amor de
Dios a través de ti.
Entonces, ¿cómo mantener esta tarea imposible en equilibrio?
¡Con ayuda! Y no solo con la ayuda de Dios, aunque por supuesto está
disponible para ti, sino que Dios ha escogido obrar en tu vida a través de
otras mujeres: las mujeres de Tito 2. Mujeres que ya han atravesado esta
etapa, que pueden enseñarte las lecciones de vida que han aprendido a lo
largo del camino y pueden darte apoyo y aliento para atravesar los días
interminables de la crianza de los hijos. Ayudarte a recordar…
Disfruta de tus hijos
Si eres madre, sabes, mejor que yo, que los meses, por momentos,
incómodos del embarazo y las horas del trabajo de parto son solo el comienzo
de muchos desafíos por delante: privación del sueño, maratones de llanto por
cólicos, temperamentos obstinados, momentos de ansiedad. Y aquellas que
están viendo a sus hijos mayores —incluso hijos adultos— luchar y
retroceder, tropezar y caer, podrían contar historias que harían parecer
sencilla, en comparación, la primera etapa de los niños cuando empiezan a
caminar.
Sí, la maternidad es difícil. El entusiasmo inicial en esta etapa a menudo se
ve eclipsado por el agotamiento, y el deleite, por el trabajo monótono.
Pero los hijos —como sabes o tal vez necesites que te lo recuerde— son
bendiciones. La Biblia siempre describe a los hijos como regalos de Dios.
Como una herencia. Como una recompensa. Como una esperanza para el
futuro. Como algo para estar agradecidas y disfrutar.
246
“Y la bendeciré —Dios dijo a Abraham cuando le prometió un hijo a Sara
—. La bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán
de ella” (Gn. 17:16).
La bendición de Isaac para Jacob incluyó la oración: “Que Dios… te
bendiga, y te haga fructificar y te multiplique” (Gn. 28:3).
Cuando Esaú se encontró con su hermano, años después, en campo abierto,
asombrado por el tamaño del séquito que se acercaba, preguntó: “¿Quiénes
son éstos?”. Y Jacob respondió: “Son los niños que Dios ha dado a tu siervo”
(Gn. 33:5).
Y el salmista exclamó:
Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la
juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos… (Sal. 127:4-5).
Jesús reconoció que los niños eran una bendición y reprendió a aquellos de
Sus seguidores que trataron de rechazarlos y dejarlos fuera como una
molestia e inconveniencia. “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo
impidáis”, dijo (Mt. 19:14).
Jesús estaba expresando lo que la mayoría de los padres saben, pero pueden
olvidar fácilmente en medio de las presiones de la vida cotidiana: que los
pequeños son bendiciones.
Cuando amamos a los
niños, reflejamos el
corazón de nuestro Padre
celestial, cuyo amor por
Sus hijos nunca falla.
Una vez le pregunté a una mujer que tenía muchos hijos si ella y su esposo
siempre habían querido una gran familia. “No, al principio no queríamos —
dijo—. Pero cuando Dios comenzó a darnos hijos, empecé a notar lo que Él
dice de los hijos en las Escrituras. Su perspectiva es que son una bendición y
una recompensa. Y pensé: bueno, si Dios quisiera darme algún otro tipo de
bendición, como… ¡cheques de miles de dólares! Yo no le diría: ‘¡No más
bendiciones! Ya no tenemos espacio para todas esas bendiciones que estás
tratando de darnos’”.
247
¡Qué gran verdad! Y los días cuando no sabes si podrás untar de
mantequilla otra tostada o resolver otra rencilla o leer otra historia o sentarte
a mirar otro partido de fútbol con temperaturas bajo cero, recuerda que esos
niños están en tu hogar por un período de tiempo relativamente corto. Y
debajo de todo el desorden, los pañales y las visitas al médico, incluso las
dificultades implican la presencia de la bendición, que muchos cambiarían
por toda la fortuna que poseen.
Así que respira hondo. En medio del bullicio, pídele al Señor que frene tu
corazón acelerado y silencie las voces de las expectativas de los demás que
resuenan en tu cabeza. Mira a tu alrededor, a la vida que está transcurriendo
en este momento.
Y dale gracias a Dios por tus hijos, sea cual sea su edad. Pídele que te
ayude a disfrutarlos. Disfrútalos cuando sean adorables y te fluya -
naturalmente. Y cuando sean insoportables, demandantes o irrespetuosos, no
pierdas de vista el hecho de que todavía son un regalo de Dios. Una
bendición. Una sagrada mayordomía.
Y si no tienes hijos propios, disfruta los hijos de los demás. Hazlo por amor
a Jesús. Hazlo por amor a los niños y para la extensión del reino de Dios a la
siguiente generación.
Cuando amamos a los niños, reflejamos el corazón de nuestro Padre
celestial, cuyo amor por Sus hijos nunca falla.
Expresa afecto
Una amiga estaba limpiando su bolso un día y encontró un pequeño pedazo
de papel. (¡Quién sabe desde cuando estaba allí! Las mujeres podemos pasar
períodos presidenciales sin revisar los bolsillos de nuestras carteras).
La nota simplemente decía: “Gracias, mamá, por venir a mi partido esta
noche”.
¿Puedes imaginar el gozo que esta madre sintió cuando volvió a leer esas
palabras? En medio de una arrugada colección de recibos de tiendas,
recordatorios de citas y envoltorios de caramelos para la tos, había
encontrado un tesoro.
Y si los adultos nos conmovemos por expresiones de afecto tan tiernas,
imagina cuánto necesitan tus hijos —y un día recordarán— tus expresiones
verbales de amor y afecto.
Esto me trae a la mente el bautismo de Jesús, cuando el Espíritu Santo
248
descendió visiblemente en forma de paloma y la voz del Padre resonó desde
el cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17).
Fue un momento épico, con la participación activa de los tres miembros de la
Trinidad. Pero también fue un momento increíblemente tierno, un Padre que
le declaró a un Hijo (y al mundo) que lo amaba y estaba complacido con Él.
Nuestro Padre celestial dio un ejemplo a todos los padres y a aquellos que
aman y cuidan a hijos de todas las edades cuando pronunció estas palabras de
afecto, afirmación y aprobación.
Sé que podría parecer elemental, pero exprésales palabras afectivas
reiteradas veces. Hazlo en voz alta. Por escrito. En mensajes de texto. En
privado. En público.
• “Te amo”.
• “Le agradezco a Dios por haberte traído a nuestra familia”.
• “¡Te aplaudo!”.
• “Me siendo muy bendecida de ser tu mamá”.
• “¡Eres una bendición, un tesoro!”.
Siempre que sea posible, enfatiza tus palabras con una demostración física
de cariño. Nunca está de más. Nunca es demasiado. Y, aunque a veces tus
hijos puedan evadir tus besos o escabullirse de tus abrazos, nunca olvidarán
esas expresiones de afecto. Cada palabra tierna, cada beso y cada abrazo, es
una inversión que traerá una rica herencia de amor en años y generaciones
futuras.
Cuando el apóstol Pablo quiso expresar a sus hijos en la fe cuánto los
amaba, comparó sus sentimientos con el amor de una madre por sus hijos:
Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con
ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros,
que hubiéramos querido entregaros no solo el evangelio de Dios, sino
también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy
queridos (1 Ts. 2:7-8).
251
Y algunas de las relaciones más cercanas que disfruto hoy son con estos
hijos, ya adultos, a quienes les dediqué tiempo a mis veinte o treinta años.
Tuve la bendición de participar de muchas de sus bodas. Y ahora tienen
hijos propios, algunos de los cuales me llaman Yaya (término griego para
abuela). Así que mi vida como anciana continúa siendo enriquecida y
multiplicada por estas relaciones cariñosas con niños, adolescentes y adultos
jóvenes. Sin prever que algún día me casaría, he dicho durante años que no
temía envejecer solo porque todos estos hijos, que han sido una parte tan
preciosa de mi vida, ¡se preocuparían por mí cuando yo no pudiera cuidarme!
En verdad, el Señor “hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser
madre de hijos” (Sal. 113:9).
Todos nos beneficiamos cuando nos unimos para hacer de “amar a…
[nuestros] hijos” una prioridad y para pasar el bastón de la fe a la próxima
generación.
Pero no pongas a tus hijos en primer lugar…
Sé que esto puede parecer contradictorio con la exhortación a dar prioridad
a los hijos. Sin duda, es una paradoja, pero aceptar esta paradoja puede ser la
clave para amar a tus hijos.
Dios te ha encomendado exclusivamente la tarea de transmitir el evangelio
—día tras día, año tras año, experiencia tras experiencia— a los niños
pequeños que tienes el privilegio de criar y educar. Esto sucede —dice Pablo
—, cuando “amas” a tus hijos y les muestras el afecto que Dios tiene por Sus
hijos. De modo que mostrarles este amor debe ser una prioridad para ti, pero
no tu máxima prioridad.
Esto es lo que quiero decir.
Las madres pueden estar tan abrumadas por el desgaste mental, físico y
emocional de la crianza de los hijos —en combinación con otras
responsabilidades necesarias— que renuncian a su tiempo con el Señor a
cambio de lo que sienten que son mejores maneras de recargarse de energía.
Como resultado, simplemente no tienen la capacidad de dar a sus hijos el
amor que necesitan. Sin darse cuenta se han distanciado de la verdadera
Fuente de amor para sus hijos.
En ciertas etapas de la crianza de los hijos, por supuesto, resulta difícil
apartar un tiempo regular para la oración y la lectura de la Palabra. No
obstante, incluso en esos momentos tan ocupados y estresantes, para amar a
252
los hijos es imprescindible beber de la fuente de la gracia y el amor de Dios.
Me encanta una anécdota que una de mis amigas me contó sobre una
mañana cuando su teléfono comenzó a sonar. Ella estaba en su habitación
tratando de tener un tiempo muy necesario a solas con el Señor cuando uno
de sus pequeños atendió la llamada y, después de un breve “Hola”, le dijo a la
persona que llamaba: “Lo siento, pero mi mami está reunida con Dios ahora.
Así que tendrá que llamar más tarde”.
De modo que a veces, irónicamente, la mejor manera de dar prioridad a los
hijos es dar aún mayor prioridad al tiempo personal con Dios. Esto podría
significar la eliminación de otras actividades buenas, pero no esenciales
durante una etapa. Podría significar reducir el número de actividades en las
que tus hijos participan. Pero al final, el tiempo que le dedicas a la lectura de
la Palabra y la oración —sola y con tus hijos— dará paz a tu corazón, te
fortalecerá y te permitirá dar más amor a tus pequeños y verlos por la
bendición que son. En el proceso, les estarás mostrando la vida de Cristo y
cómo buscar Su amor también.
253
Eva” (Gn. 3:20).
Pero… Eva. ¿Por qué Eva?
Adán no buscó en un libro de nombres y eligió el de Eva al azar; no cerró
los ojos, empezó a hacer círculos con su dedo al aire, luego abrió cualquier
página y puso el dedo sobre un nombre al azar.
No, el nombre Eva tenía (y sigue teniendo) un enorme significado, no solo
en el plan de Dios para la mujer y la maternidad, sino también en Su gran
destino de redención. Porque cuando Adán le puso nombre a su esposa, los
dos acababan de tomar una decisión fatal. Al violar el mandato de Dios de no
comer del único árbol prohibido en el huerto, habían traído sobre sí mismos y
futuras generaciones la justificada maldición de la muerte.
Y, sin embargo, fue en ese momento, cuando la muerte merodeaba, que
Adán llamó a su mujer Eva, que deriva de la palabra hebrea que significa:
“que da vida”.
El nombre mismo de Eva, en otras palabras, en realidad es una declaración
de fe en las promesas y el amor redentor de Dios. La mujer cuyas acciones
habían traído la muerte a la raza humana ahora se convertiría, por la acción
restauradora de un Dios de gracia, en aquella cuyo cuerpo produciría vida
física para la raza humana.
Este legado se puede ver en las manos, el corazón y la capacidad física que
Dios dio a generaciones de mujeres que han dado —y siguen dando— vida a
través de la concepción y la crianza de los hijos. Y deberíamos maravillarnos
ante esto.
La maternidad es un
privilegio, pero inherente
a este precioso privilegio
está también el potencial
para el dolor.
No, no todas tenemos el privilegio de dar a luz hijos físicos. Algunas jamás
tendremos la oportunidad de criar a nuestros propios hijos, y algunas son
llamadas a criar hijos que otra mujer dio a luz. Y no tenemos menos valor
para Dios que aquellas que tienen dos, cuatro, seis, ocho, diez hijos
biológicos y exhiben sus retratos en las paredes de sus hogares. Pero el
tremendo valor y responsabilidad que Dios nos da a las mujeres, como
254
aquellas que tienen la capacidad única de ser portadoras de vida, significa que
todas participamos de Su propósito eterno. Todas participamos del legado de
Eva como dadoras de vida. Y cuando amamos a los niños, como Él nos ha
encomendado —nuestros hijos, sus hijos, tus hijos, todos los hijos— el
evangelio crece y produce el fruto de la vida eterna.
Privilegio, dolor, promesa… y Fares
La maternidad es realmente un privilegio. Tener hijos en nuestra vida es un
privilegio. Todo es parte de la bendición de ser mujer y dadora de vida, pero
inherente a este precioso privilegio —de este lado de la caída— está también
el potencial para el dolor, porque cualquiera que acepta el llamado a la
maternidad se arriesga a sufrir como resultado.
María de Nazaret experimentó este dolor más profundamente que cualquier
madre que haya vivido. Cuando ella y José llevaron a su pequeño Hijo al
templo cuarenta días después de Su nacimiento, el anciano Simeón habló
divinamente inspirado y preparó a la joven madre para lo que enfrentaría:
Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto
para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que
será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que
sean revelados los pensamientos de muchos corazones (Lc. 2:34-35).
Sí, María recibió la bendición excepcional de ser la madre del Hijo de Dios.
Y sí, este llamamiento le traería un gozo superlativo, pero con el privilegio
vendría un dolor insoportable. No un dolor causado por el pecado de su hijo
—algo que experimenta alguna que otra madre—, sino el doloroso precio que
su Hijo pagaría por el pecado del mundo.
Tú no eres María, por supuesto. Su papel en la historia —y en la
maternidad— es único, pero ninguna madre escapa por completo al dolor de
la maternidad, y tampoco tú.
Tus hijos te decepcionarán a veces, así como te decepcionarás de ti misma
como madre; algo que sucede casi todos los días en pequeña o gran medida.
Cederás a sus súplicas y los alimentarás con comida chatarra. Reaccionarás
exageradamente. Perderás la paciencia. O te distraerás un día cuando pierdas
de vista a uno de tus hijos y, sin querer, se pondrá en peligro; una experiencia
aterradora, aunque todo termine bien.
255
Incluso en los mejores días, el trabajo de una madre puede estar lleno de
preocupación, miedo y culpa, lo cual significa que las madres deben
reconocer su total dependencia de la gracia de Dios, tanto para ellas como
para sus hijos. Cuando los errores y los defectos asoman, cuando la crisis de
ayer se ve más claramente a la luz de una nueva mañana, pueden volver a
experimentar la verdad del evangelio que las invita a volverse a Cristo,
recibir Su misericordia y su perdón, y caminar en esperanza renovada.
La maternidad es, sin duda, un medio de santificación, destinado a
profundizar nuestra confianza en Aquel que puede concedernos Su gracia a
través del Espíritu de Cristo que mora en nosotras. Eso es real cuando los
problemas que enfrentas son “comunes” y relativamente menores. Pero ¿qué
pasa cuando los problemas con tus hijos son graves?
• Cuando tu matrimonio ha fracasado o tu esposo ha muerto o estás
luchando como madre sola para superar el dolor y criar a tus hijos.
• Cuando sospechas —o sabes— que tu hijo está bebiendo o
consumiendo drogas.
• Cuando expulsan a tu hijo de seis años de la escuela por pelear… ¡otra
vez! o tu hijo de dieciséis años tiene malas calificaciones en una clase
tras otra.
• Cuando las necesidades especiales de un hijo amenazan con sabotear tu
matrimonio.
• Cuando un hijo, o una hija, ha adoptado un estilo de vida inmoral.
• Cuando un hijo rechaza la verdad de la Palabra de Dios, que tanto has
tratado de implantar en su vida.
• O cuando el teléfono suena y te dan la noticia de que ha ocurrido un
terrible accidente.
257
Basta con saber que toda la historia fue un intrincado desorden disfuncional.
Sucedieron cosas malas y luego empeoraron. Pero el corazón de Dios
siempre late al ritmo de la redención. Y a través de este nacimiento ilegítimo,
casi incestuoso, la línea de Fares se extendería a Booz, el esposo de Rut… A
David, el bisnieto de Booz… Y, finalmente, a José, el esposo de María, la
madre de Jesús (ver Mt. 1).
Y esa es la promesa de la casa de Fares.
Tenemos un Dios redentor, que continuamente se ocupa de hacer nuevas
todas las cosas y que siempre está obrando —aun a través de nuestras vidas e
historias desordenadas— para escribir Su historia y mostrar Su gloria.
259
las unas a las otras, así como también a los hijos que Él ha confiado a nuestro
cuidado. Cuando los días son difíciles, como muchas veces lo serán —o
incluso cuando son simples días normales y corrientes y parece que vivimos
todo el día por inercia—, las madres pueden encontrar fortaleza, valor y
sabiduría al caminar junto a otras mujeres con el mismo sentir.
Si las ancianas enseñan y animan a las mujeres jóvenes a amar a sus hijos,
la próxima generación experimentará la belleza del amor de Cristo y sus
corazones serán cautivados por ellas… las mujeres de Tito 2.
Reflexión personal
Ancianas
1. ¿Conoces a una joven madre de tu iglesia o tu comunidad que está
enojada o frustrada con la maternidad? ¿Qué puedes hacer para
alentarla y ganarte su confianza para que puedas empezar a
transmitirle poco a poco la sabiduría de Dios sobre la maternidad?
2. ¿Tienes devoción por cuidar a los niños? ¿Cómo lo expresas? ¿Cómo
puede tu vida ser ejemplo de la maternidad bíblica de manera positiva
y estimulante para las jóvenes madres que te rodean?
3. Ya sea que te llamen “mamá”, “tía”, “abuela” o “amiga”, tu vida
puede ejercer una gran influencia en la vida de mujeres más jóvenes.
Examina tus relaciones actuales. ¿Cómo puedes intensificar tu
influencia con enseñanza o discipulado en sus vidas? ¿Cómo puedes
amarlas y animarlas u ofrecerles un poco de alivio práctico?
Mujeres jóvenes
1. La crianza que has recibido de niña, ¿cómo ha influido en tu
perspectiva y tus sentimientos con respecto a la maternidad? ¿Hasta
qué punto esos sentimientos y pensamientos están en línea con la
perspectiva de Dios sobre la maternidad?
2. Dios usa a otras mujeres —mujeres de Tito 2— en nuestras vidas para
ayudarnos a estar preparadas para nuestro llamado. ¿A qué mujeres
puedes llamar para pedirles consejo y palabras de aliento? ¿Cómo
podría una o muchas de ellas ayudarte a lidiar con la “tarea imposible”
de la maternidad?
260
3. ¿Cómo podría el conocimiento, la oración o la ayuda práctica de una
anciana animarte en este momento? ¿Cómo podrían tus pedidos de
ayuda ser de bendición para ellas?
261
Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la paciencia.
que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,
262
CAPÍTULO 14
Instrumentos de gracia
Mostrando una clase de bondad más profunda
La bondad pura fluye de la gracia salvadora de Dios y da color a nuestras vidas con un gozo
que es cautivantemente contagioso.
MARY BEEKE
POR LA MIRADA EN EL ROSTRO DE LAS MUJERES cada vez que surge el tema de la
feminidad de Tito 2, parece que muchas de ellas se sienten atraídas a este
ideal. Respetan y desean el tipo de carácter que este pasaje presenta, y están
intrigadas por lo que Dios podría hacer en y a través de ellas si participaran
de las amistades intergeneracionales que Pablo describe en este pasaje.
Creo que por eso tú y yo seguimos aquí, ahondando en la Palabra, para
descubrir cómo es la mujer de Tito 2, qué clase de principios ella encarna y
qué hace para adornar el evangelio… para ver si realmente podemos
parecernos a ella.
Sin embargo, Dios no solo está interesado en lo que hacemos. Él está
igualmente preocupado con cómo hacemos lo que hacemos… el espíritu que
impulsa nuestras acciones.
Por eso creo que Pablo incluyó una exhortación a ser buenas justo en
medio de su currículum básico para las mujeres en la iglesia (Tit. 2:5). De
hecho, “buenas” viene inmediatamente después de “cuidadosas de su casa”;
se incluye en el contexto de nuestras relaciones familiares más íntimas. Creo
que Pablo está diciendo que no es suficiente cumplir con las tareas y atender
a las personas que están bajo nuestro cuidado. A Dios también le importan
nuestras motivaciones y nuestra disposición: cómo hacemos este servicio,
cómo tratamos y respondemos a nuestra familia, nuestras amistades y otras
personas.
Recuerda que Pablo escribió: “Si yo hablase lenguas humanas y
angélicas… si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda
ciencia… Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si
entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1
Co. 13:1-3).
263
Nada.
De la misma manera, podría haber dicho en referencia a las mujeres que
sirven a sus familias y cuidan sus hogares: “Si tengo una casa tan impecable
que la gente pueda comer del piso de la cocina… Y si puedo improvisar
comidas increíblemente deliciosas con poco presupuesto... Y si transformo
mi hogar en una muestra ejemplar para una revista de primera calidad… pero
no lo hago con bondad, de nada me sirve”.
Porque, sí, los demás pueden ver y adorar a Jesús a través de cosas tan
comunes como una camisa de vestir bien planchada, una cama bien hecha, el
llevar a los niños a la práctica de fútbol, incluso una bandeja de galletas con
chispas de chocolate recién horneadas. Sin embargo, no cuando se hacen sin
bondad.
Sin esa cualidad, esas cosas “buenas” que hacemos por otros solo son como
metal que resuena o címbalo que retiñe (nuevamente, palabras de Pablo). Y
nadie puede escuchar o sentir nuestro amor por ellos en medio del escándalo
que estamos haciendo por estar cansadas, exasperadas y frustradas.
Al igual que Marta, la amiga de Jesús, muchas veces estamos “preocupadas
con muchos quehaceres” (Lc. 10:40), “afanadas y turbadas con muchas
cosas” (v. 41). Nos sentimos exigidas al máximo, al límite de nuestras fuerzas
y enardecidas, fastidiadas e irritadas.
Y, con demasiada frecuencia, sin ninguna bondad.
Sin embargo, pienso que hay a menudo algo más que apenas tensión detrás
del tono agudo o de la actitud impaciente que a veces se desborda y se
manifiesta como falta de bondad en nuestras relaciones. Es algo que ya
hemos visto en este libro: la falta de una “mente sana”. Una mente prudente:
sófron.
Porque cuando no somos sófron, solo podemos ver lo que nos frustra;
entonces comenzamos a resentirnos con las mismas personas a las que Dios
nos ha llamado a servir.
Cuando no somos sófron, nos dejamos abrumar por nuestros horarios y
nuestras agendas en vez de concentrarnos en esa única “cosa” que Jesús dijo
que era “necesaria” (Lc. 10:42): experimentar la vida en Su presencia.
Cuando no somos sófron, no tenemos ningún margen o corazón para la
bondad.
Entonces, por qué no nos detenemos aquí por un momento y visitamos a
Marta en su casa de Betania. Veamos qué causó la falta de sófron en la mente
264
de esta mujer en particular.
267
sentimiento simpático y amistoso. Agathós es bondad dirigida a un receptor.
Es una disposición benevolente que cobra vida y se convierte en bondad
activa.
La bondad que hay en nosotras, en otras palabras, se convierte en la bondad
que otros reciben de nosotras. Es un proceso que comienza en el interior e
inevitablemente sale hacia afuera. No se trata solo de querer ser buena o de
tener pensamientos y sentimientos buenos, sino de ser buena.
El autor Jerry Bridges nos recuerda que esta clase de bondad está enraizada
en ser humildes y en pensar en los demás; un desafío nada pequeño si
consideramos que nuestra inclinación natural es hacer justamente lo
contrario:
Sin la gracia de Dios, la mayoría de nosotros, por naturaleza, tendemos a
preocuparnos por nuestras responsabilidades, nuestros problemas,
nuestros planes. Pero el individuo que ha crecido en la gracia de la
bondad ha dejado de pensar en sí mismo y en sus intereses y ha
desarrollado un genuino interés en la felicidad y el bienestar de aquellos
que lo rodean.[5]
¿Soy una mujer buena? ¿En las actitudes del corazón, así como en las
acciones externas? Esta es una pregunta que nos penetra cuando la Palabra de
Dios sirve de espejo en nuestras salas, cocinas y pasillos, en nuestros
automóviles y minivanes y nuestros lugares de trabajo. A veces, en lugar de
bondad, lo que vemos reflejado es aspereza y crítica. Descortesía y
recriminaciones. Susceptibilidad y mal humor.
Podemos tratar de justificarnos. Después de todo, ¿no somos nosotras las
que nos aseguramos de que todos tengan sus comidas y que su ropa esté
limpia?
Sí.
¿Nos iremos de la oficina temprano hoy y dejaremos que los demás hagan
nuestro trabajo?
No.
¿Faltaremos cuando nos convoquen para colaborar en nuestra iglesia?
Por supuesto que no.
¿Llegaremos más tarde, si es necesario, para disculparnos si reaccionamos
bruscamente en contra de alguien en otro momento del día?
268
Tal vez; aunque podríamos estar tentadas a señalar las circunstancias que
nos provocaron.
Las personas que nos rodean saben que pueden contar con que estaremos a
su lado cuando nos necesiten. Y si nuestro espíritu no siempre es bueno en lo
que hacemos por otros, ¿importa realmente? ¿No deberían estar agradecidos
solo por todo lo que hacemos por ellos?
De modo que nos preocupamos por cumplir con cada cosa de nuestra lista
de quehaceres. Ejecutamos tareas que otros nos exigen o esperan de nosotras.
¿Pero las estamos haciendo con un corazón bondadoso?
Y si no, entonces ¿qué bien estamos haciendo realmente y cómo está
afectando eso nuestras relaciones?
Canales de bendición
Me encanta el relato del Nuevo Testamento de una seguidora de Cristo más
comúnmente llamada Dorcas (el equivalente griego de su nombre hebreo
Tabita). El libro de Hechos dice que ella “abundaba en buenas [agathós]
obras y en limosnas que hacía” (9:36).
Allí había una mujer cuya relación con Cristo la impulsó a derramar su
vida en actos prácticos de bondad hacia los necesitados. Su vida era una
imagen de verdadera bondad en acción. Y la frase “abundaba” [“llena de”]
implica que no cumplía sus actos de caridad con resentimiento o por mero
sentido del deber. Eso se hizo aún más evidente cuando llegó la tragedia, y la
vida de esta mujer de corazón generoso se apagó:
Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió. Después de lavada,
la pusieron en una sala. Y como Lida estaba cerca de Jope, los
discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres, a
rogarle: No tardes en venir a nosotros. Levantándose entonces Pedro,
fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon
todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que
Dorcas hacía cuando estaba con ellas (vv. 37-39).
278
Bondad centrada en Cristo
“Sed benignos unos con otros”, escribe Pablo en Efesios 4:32.
“Maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a… ser buenas”,
añade Tito 2:3.
Agathós —bondad de corazón, bondad en acción— es una parte
indispensable del currículum de Tito 2 tanto para las ancianas como para las
mujeres jóvenes.
Nuestra bondad puede ser
la ventana a través de la
cual aquellos que nos rodean
pueden ver Su belleza.
Tal bondad puede ser costosa… para nuestro tiempo, nuestros planes,
nuestra comodidad, nuestra privacidad. Sin embargo, cuando la ejercemos en
el nombre de Jesús, la bondad puede brindarnos algunas de las mejores
oportunidades de hacer lo que hemos venido a hacer a la tierra: dar gloria a
Dios y dar a conocer el evangelio de Cristo, que da y transforma la vida.
Nuestra bondad puede ser la ventana a través de la cual aquellos que nos
rodean pueden ver Su belleza. Porque las mujeres buenas —jóvenes y
ancianas juntas— representan una maravillosa imagen del evangelio.
Nuestras vidas manifiestan “las riquezas de su bondad… la bondad de Dios
que [nos] guía al arrepentimiento” (Ro. 2:4, LBLA). La bondad que puede
producir transformación en aquellos que la experimentan a través de nosotras.
La bondad que adorna tanto nuestra vida como el evangelio que
proclamamos.
Reflexión personal
Ancianas
1. Dorcas manifestó la bondad de Cristo al ayudar a los pobres y
necesitados que la rodeaban. ¿Cómo podrías tú usar tus habilidades
para manifestar bondad? ¿Cómo podrías tú discipular o animar a una
mujer joven en el proceso?
2. Muchas mujeres jóvenes se sienten cansadas y abrumadas y pueden
sentirse frustradas cuando su servicio y su sacrificio parecen pasar
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desapercibidos. ¿Qué aprendiste en esa etapa de tu vida que podría ser
útil transmitir a una mujer joven que está luchando?
3. ¿Cómo podrías transmitir bondad a una mujer joven de una manera
que la anime y le ayude a levantar su carga?
Mujeres jóvenes
1. ¿Quién te viene a la mente cuando piensas en una Dorcas, una mujer
que ama a Jesús y es un modelo de bondad y de servicio a las
necesidades prácticas de la gente? ¿Qué puedes aprender de su
ejemplo?
2. ¿Te consideran una mujer buena quienes viven en tu hogar y trabajan
contigo? ¿Por qué sí o por qué no?
3. Cuando nos sentimos estresadas y excesivamente ocupadas con
nuestros quehaceres, es más fácil ser malhumorada que amable
(piensa en Marta). ¿Cómo podría el hecho de meditar sobre la bondad
de Cristo ser un estímulo y una motivación para manifestar bondad en
esa situación?
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Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina…
maestras del bien; que enseñen a las mu jeres jóvenes a amar a sus maridos y
a sus hijos , a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas , su jetas a
sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.
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EPÍLOGO
Dolores de crecimiento
A medida que escudriñábamos estos versículos de Tito 2, podrías haberte
sentido —como yo— penosamente imperfecta, convencida de cuánto te falta.
Te recuerdo que la finalidad de exponer nuestro pecado e imperfección no es
la de cargar con nuestro fracaso. Más bien, el objetivo es llevarnos a Cristo,
cuya misericordia y gracia son nuestra única esperanza, y que comprendamos
nuestra absoluta dependencia de Él para cualquier cosa que se asemeje al
carácter cristiano en nuestras vidas.
Si eres una creyente en Cristo, Él ya te atribuyó Su justicia. No podrías ser
más aceptable para el Señor, aunque lo intentes, porque ninguna partícula de
tu posición personal con Él está basada en tu esfuerzo personal. Su pacto de
amor está basado en Su desempeño, no en el nuestro. Y es Su amor y
fidelidad lo que te motiva y te permite caminar de una manera que lo honra.
También hay días cuando
nos sentimos más parecidas
a trabajadoras confinadas
a la tierra que a peregrinas
rumbo al cielo. Sin
embargo, perseveramos
en nuestra misión.
La convicción que sientes, por lo tanto, no tiene el propósito de inducirte a
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esforzarte más, como si de alguna manera pudieras hacer más para conseguir
el favor de Dios. No, su propósito es que el verdadero arrepentimiento te
lleve de regreso a la verdadera Fuente de amor, bondad y prudencia, al Único
que puede hacer de ti una mujer hermosa y adornada, como se describe en
Tito 2.
Sin embargo, aunque hayas tomado en serio la gracia de Dios, sospecho
que algo de lo que hemos visto en este libro todavía parece un poco —o
bastante— abrumador. Ningún libro puede cambiar nuestras vidas en piezas
totalmente dominables, fáciles de manejar. Mientras vivamos aquí, como
seres caídos, en un planeta caído, las piezas del rompecabezas nunca se verán
como la imagen de la caja. Habrá días —muchos— cuando todo parecerá un
revoltijo incompleto, y solo la obra del Espíritu de Cristo en nuestra vida, que
fortalezca nuestra obediencia, podrá seguir moviéndonos en la dirección
correcta.
¡Pero todo esto es parte de la belleza de Tito 2, que trae a estas realidades
desordenadas la promesa de refuerzos para la lucha y la recuperación de
nuestro llamado y propósito divino!
Mujer joven, esto viene en la forma de un cuidado maternal, práctico y
espiritual, que suple tu inexperiencia y tu necesidad de entrenamiento. Este
regalo de compañerismo y relación intergeneracional reconforta tu corazón y
te coloca en la senda correcta para el futuro; sin mencionar la provisión de
otro par de manos que te ayudará a llegar allí. Y aunque tus preguntas
parezcan no tener respuesta, por lo menos ahora tienes una compañera de
oración que se preocupa por ti y una confidente que camina a tu lado y te
alienta durante los tiempos de espera.
Y anciana, tienes la oportunidad de ver el fruto crecer nuevamente en las
ramas curtidas y quizás hace tiempo adormecidas; no solo para escribir otro
cheque o comprometerte a orar (aunque estas cosas sean importantes y
valiosas), sino también para invertir tiempo una a una, cara a cara en la vida
de mujeres jóvenes que, quizás para tu sorpresa, están ansiosas de recibir lo
que tienes para ofrecerles. El vacío de los hijos que se fueron del hogar o de
estar parcialmente jubilada se llena cuando tienes un sentido de misión que te
impulsa a salir de la cama por la mañana.
Y así, en la vida, incluso con el complicado laberinto de obligaciones,
decepciones, anhelos e incertidumbres, nuevos temores de salud, tensión
financiera, pérdidas dolorosas y cansancio hasta los huesos, Dios establece y
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estabiliza nuestros corazones al mismo tiempo que nos extiende más allá de
nosotras mismas y nuestras propias preocupaciones personales. Nos coloca
en relaciones cercanas y centradas en Cristo, a través de las cuales podemos
experimentar y expresar más de Su amor. Nos hace sentir en casa en el hogar
de otras mujeres —y otras se sienten en casa en nuestro hogar— para unirnos
entre generaciones y protegernos de nuestras tendencias a la inseguridad y el
aislamiento.
Para darnos amistad.
Para darnos crecimiento.
Para darnos esperanza.
Para darnos…
Gozo.
Sí, nos sentiremos abrumadas en ciertos momentos. La decisión de invertir
tiempo en otras mujeres o de recibir el consejo y cuidado de otra mujer
implica un costo y sacrificio. Pero nada puede compararse con el
fortalecimiento, el vínculo y la alegría que recibimos de estas relaciones, sin
mencionar el más grande gozo de glorificar a Dios a través de vidas
fructíferas.
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La historia ha preservado una carta escrita por Clemente de Roma, uno de los
primeros padres de la iglesia primitiva, a los creyentes de Corinto, que
estaban al otro lado de las aguas del Mediterráneo, desde la isla de Creta. Esta
epístola, fechada alrededor del año 96 d.C., fue escrita para expresar su
preocupación por la condición de retroceso y división de la iglesia; una
situación que él les recordaba era “altamente incompatible con el pueblo
escogido de Dios” y que había llevado su buen nombre “a un grave
desprestigio”. Clemente también les recordó a estos creyentes una época
anterior, cuando su comportamiento había adornado hermosamente el
evangelio que profesaban. Notó la profunda influencia que el evangelio había
tenido en la vida de las personas con la mención específica de las mujeres:
Nadie podría pasar ni un rato entre ustedes sin notar la excelencia y
constancia de vuestra fe… Vuestras mujeres recibieron la instrucción de
cumplir sus deberes con una devoción y pureza de conciencia
irreprochables y mostrar el debido afecto a sus maridos; se les enseñó a
hacer de la obediencia la regla de sus vidas, a manejar sus hogares
decorosamente y a ser patrones de discreción en todos los sentidos.[3]
Clemente recordó con claridad haber visto una manifestación visible y
apasionante del evangelio en el estilo de vida cotidiano de las mujeres
cristianas de Corinto, y estaba ansioso por volverlo a ver allí. Al leer esta
descripción del evangelio, que obra en y a través de la vida de las mujeres, no
puedo sino creer que si esto pudo ocurrir en una cultura tan profana y
depravada como la del Imperio romano del primer siglo, entonces también
puede ocurrir hoy.
Y creo que ocurre. De hecho, he presenciado y participado en esta
dinámica: mujeres que viven la belleza del evangelio juntas… una y otra vez.
Lo he visto transformar adolescentes rebeldes y huidizas en modelos
deslumbrantes de fe y belleza cristiana.
He visto reencauzarse a las esposas y madres jóvenes, que querían
renunciar a sus matrimonios y alejarse de todo conflicto estresante.
He observado a las ancianas atreverse a salir del letargo y volver a la
carrera, al descubrir que lo que las mujeres jóvenes realmente quieren y
necesitan de ellas no es una personalidad y una hoja de vida impresionantes,
sino simplemente un corazón que verdaderamente desea a Cristo y está
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buscando obedecerlo.
Mi propia vida ha sido moldeada y cambiada de una manera preciosa —
tanto como una mujer joven y ahora como una anciana— por este regalo de
la amistad, el compañerismo y el discipulado intencional de una vida a otra.
Voy a admitir que llegué a un punto, cuando tenía alrededor de cincuenta
años, donde mi corazón y mi cuerpo solo querían dejar de esforzarse. Estaba
cansada. Y estuve tentada a creer que ya había hecho bastante, que a partir de
ese momento podía permitirme el lujo de tomar las cosas con calma.
Pero esto es lo que mi corazón sabe que es realmente cierto, incluso
cuando mis pies y mi espalda me gritan lo contrario: no puedo vivir para
Cristo y vivir para mí al mismo tiempo. Si me elijo a mí misma, estoy
eligiendo perder algo mucho más valioso que mis deseos y comodidad
egoístas. Y puedo atestiguar que, como he elegido a Cristo, Él me ha estado
sorprendiendo continuamente con Su fidelidad y gozo perennes.
El Señor me ha permitido estar lo suficientemente cerca de la acción
cuando cautiva el corazón de una mujer joven de tal manera que la
abundancia que Él derrama sobre ella se desborda y refresca mi propio
espíritu.
Y, cada vez que mi corazón se cansa, me pone cerca de ancianas, que me
continúan inspirando con la vida que emana de su caminar con Dios.
A lo largo de este libro te he hablado de la influencia de ancianas como
Vonette Bright, Leta Fischer y mi propia madre. Quiero que conozcas a otra
mujer de Tito 2, una querida amiga que tocó mi vida de una manera hermosa.
Joyce Johnson —conocida por muchas de nosotras, cuyas vidas han sido
bendecidas por su influencia, simplemente como mamá J.— ejemplificó el
gozo que las ancianas pueden experimentar cuando invierten su vida en
mujeres más jóvenes.
Joyce murió menos de tres meses después de la muerte de su marido, con
quien había estado casada por casi sesenta y cinco años. Había
experimentado grandes pérdidas a lo largo de su vida, incluso la trágica
muerte de su hija de diecisiete años, la mayor de sus cinco hijos, menos de un
mes antes de graduarse de la escuela secundaria. Sin embargo, la resiliencia
de mamá J. y la confianza en la soberanía de Dios solo se profundizaron y
crecieron a través de tales experiencias, guardando su corazón de la
autocompasión y el resentimiento.
Conocí por primera vez a Joyce cuando ella y su marido, amigos de mis
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padres, me invitaron a vivir con ellos en el sur de California mientras
terminaba mis dos últimos años en la universidad. Ella tenía unos sesenta
años en ese momento, y la marca que dejó en mi vida fue indeleble. Yo no
era la primera persona joven que ella y papá J. habían recibido en su casa, ni
sería la última. Su ministerio como mentora continuaría hasta la meta final de
su carrera.
Una de las últimas veces que hablé con ella, de hecho, me contó
emocionada sobre una muchacha soltera de veinte años con la que se estaba
reuniendo regularmente para discipularla. ¡A los noventa y dos años! Y
amaba hacerlo.
Mamá J. nunca dejó de bendecirme con su cuidado y amor. Como dije casi
en serio cuando hablaba en su funeral, no sabía si sería capaz de escribir más
libros después que ella se fuera; no sin saber que mamá J. los estaba
empapando con sus fieles oraciones. Recuerdo la pasión que Dios le dio por
la santidad cuando oraba por mí mientras yo escribía un libro sobre ese tema.
[4] Empezó a marcar con entusiasmo en su Biblia todas las referencias a la
santidad que podía encontrar. Durante la mayor parte del año me escribió
reiteradas veces, eufórica y convencida por lo que Dios le estaba mostrando
en ese sentido.
Nunca dejó de crecer y aprender. Y cualquier cosa que Dios le enseñaba,
ella lo transmitía a otras: de una vida a otra.
Yo quiero ser una mamá J.
Y quiero ver levantarse una generación entera de mamás J.
Cada vislumbre que veo de ese acontecimiento hace que mi corazón se
regocije. Cuando estaba en las etapas finales de la escritura de este libro, una
amiga querida —una madre con el nido vacío y abuela— me escribió:
Cuando era una joven adulta, no veía a nadie en mi iglesia o en mi
esfera de influencia que enseñara o modelara estas cosas. Tomar en
serio Tito 2 cambió todo el curso de mi vida. Ahora tomo en serio la
necesidad de dejar un legado y ser una mentora. El deseo de mi corazón
es ser una de esas ancianas.
¿Cuán diferentes podrían ser nuestros hogares y nuestras iglesias si
estuvieran repletos de tales mujeres?
¿Qué tipo de influencia podrían ejercer estas mujeres entre las personas no
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creyentes de nuestras familias y nuestras comunidades?
Las mujeres que te
rodean, abrumadas por la
contracorriente de la vida,
necesitan más que un libro
para leer o clases a las cuales
asistir. Te necesitan a ti.
Y, ¿cómo sería ver un genuino avivamiento encendido por Dios, que se
propagara como un incendio a través de los brazos y los corazones
entrelazados de mujeres (y hombres) que tienen pasión por adornar el
evangelio de Cristo? Esta es la visión que Pablo tuvo para ese grupo de
creyentes de la isla de Creta en los días de Tito. Y esta es la visión que el
Señor ha puesto en mi corazón para nuestros días.
Nuestra meta sobre lo que estamos viendo aquí es tan grande como la
gloria y la majestad de Dios. Pero el método que Él nos ha señalado es tan
simple como mujeres que se juntan, abren sus vidas y la Palabra, reciben y
pasan a otras el bastón de la fe y el carácter de Cristo.
Las mujeres que te rodean, abrumadas por la contracorriente de la vida,
pero con el anhelo de ser hermosas —estar adornadas— necesitan más que
un libro para leer o clases a las cuales asistir o más música de adoración para
escuchar.
Te necesitan a ti.
Necesitan tu presencia, tu preocupación, tus oraciones.
Mientras vivimos la belleza del evangelio —mujeres jóvenes y ancianas
juntas— seremos embellecidas y bendecidas y, sí, rebosaremos de alegría.
Esa belleza se rebalsará y salpicará nuestros hogares, nuestras iglesias,
nuestros lugares de trabajo y comunidades y, finalmente, nuestro mundo.
Y, al final, Cristo será “glorificado en sus santos y [será] admirado en todos
los que creyeron” (2 Ts. 1:10).
Esa belleza pura. Ese gozo eterno.
Vayamos en pos de ese gozo —en pos de Él— juntas.
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