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UNIDAD 6 CLASE 1no Podemos Abordar La Violencia de Género en El Campo Con Una Cabeza Urbana
UNIDAD 6 CLASE 1no Podemos Abordar La Violencia de Género en El Campo Con Una Cabeza Urbana
2 de julio de 2021
. Imagen:
Flor Guzzetti
La “cabeza urbana” es pensar que para acceder a un subsidio para víctimas de violencia
o un acompañamiento hay que tener Whatsapp o conexión a internet. Las violencias no
se producen solo en las casas y al interior de las familias, muchas veces, una mujer para
llegar a su trabajo en la finca, tiene que recorrer una hora por un camino de tierra, caminos
que quizás son intransitables, allí también sus vidas corren peligro. Las políticas de
prevención y erradicación de la violencia machista en territorio rural tienen que encontrar
una clave bien diferente a la que se aplica en las ciudades y en los barrios urbanos.
El debate entra en escena con más fuerza a partir de dos femicidios dentro de familias
campesinas de la UTT ocurridos en Santiago del Estero y Tucumán. El 14 de junio
pasado, Gabriela Nilvia Giménez fue asesinada por Jhonatan Molina, sereno de la finca
que arrendaba y a la que iba todos los días a trabajar la tierra. Después de su desaparición,
fue él mismo quien avisó al cuñado de Gabriela el lugar en donde se encontraba el cuerpo
de la joven campesina. Huyó de inmediato, aunque lo detuvieron a los pocos días.
Gabriela tenía 22 años, vivía en Benjamín Paz, departamento de Trancas, a 60 kilómetros
de la capital tucumana. Ella era parte de la UTT desde hacía algunos meses. Al enterarse
del femicidio, la Secretaría de Género de la organización emitió un comunicado en
coordinación con el Colectivo Ni Una Menos: “Nuevamente la violencia machista golpea
en las puertas de nuestras quintas y nuestros ranchos. Hoy fue encontrada sin vida nuestra
compañera Gabriela Nilvia Giménez, trabajadora de la tierra de Tucumán”, dijeron en un
hilo de Twitter que seguía así: “Hace un año sufrimos el femicidio de nuestra compañera
Lucía Correa Arenas, de La Plata, provincia de Buenos Aires. Hoy volvemos a sufrir las
violencias machistas en nuestra tierra. No hay #SoberaníaAlimentaria si las mujeres
campesinas que producimos alimentos y cuidamos de la tierra sufrimos violencias”.
Florencia explica que en la capital tucumana son 5 promotoras de género y que en el resto
de las localidades también se están sumando a las formaciones, sin embargo, no es
suficiente: “Yo lo que veo es mucho abandono por parte del Estado, nosotras seguimos
trabajando pero tiene que haber un participación activa estatal. Santiago y Tucumán son
dos provincias hermanadas, el duelo por los femicidios es conjunto y estamos en
comunicación permanente para seguir laburando” dice Florencia que estudia enfermería
en San Miguel de Tucumán pero fue criada en zona rural.
“Hoy por hoy, los feminismos interpelan por todos lados. En la ciudad se da mucho más,
en el campo todavía no. Pensemos que estamos hablando de comunidades campesinas en
donde hay familias detrás de un surco en una quinta. Cuando te hablo de estos territorios
rurales puede ser en las provincias pero también en el cinturón hortícola platense a 40
kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Son territorios en donde se reproduce y se
naturaliza un esquema de familia, de roles de varones y de mujeres super arcaicos:
estamos hablando de mujeres que tienen el rol de tener pibes, de cuidar la casa y de
realizar las tareas de cuidado. Y a eso se le suma que la resolución de los conflictos es la
violencia. Este esquema está absolutamente naturalizado” explica Rosalía Pelligrini en
diálogo con Las12. La Secretaría de Género de la UTT viene realizando un trabajo
pedagógico y de prevención muy necesario, sin embargo, la ausencia de la pata estatal
hace que el trabajo se vuelva sumamente empinado:
Otra de las provincias en estado de alerta es Jujuy, en donde hubo manifestaciones para
declarar la emergencia en materia de violencia por razones de género. La UTT trabaja en
la zona de las yungas, en Fraile Pintado, donde se produce tomate, tabaco y azúcar: “En
esa zona pasa mucho, compañeras que se trasladan a las chacras para trabajar y que en
ese trayecto corre peligro su vida” relata Rosalía y agrega: “Imagínense cómo repercuten
estos femicidios en el territorio, es muy crudo porque los medios también reproducen un
discurso que desconoce el camino de la violencia machista. Los niveles de naturalización
de la opresión son muy grandes y no es lo mismo que en los barrios del conurbano o de
la ciudad. Las pibas y las mujeres en la urbanidad se paran de otra manera”, explica
Rosalía, agricultora en la Provincia de Buenos Aires.
“El femicidio de Luciana nos impactó mucho. Además de estar en la organización, jugaba
al fútbol en un club que habían formado en Villa Atamisqui. Ella tenía muchas ganas de
formar parte de la Secretaría de Género de la UTT” cuenta María Zurita, Promotora de
Género de Santiago del Estero e integrante de la UTT, que está presente en la provincia
desde hace cuatro años. Ella destaca que no se trata de casos aislados, ya han tenido otros
casos de violencia y también femicidios. Son mujeres asesinadas por sus esposos o por
miembros de las familias que no llegan a tener la repercusión mediática y quedan en el
olvido: “En el pueblo y en el campo somos las primeras que estamos llevando a cabo
estas tareas de formación y de prevención, tratando de hacer visibles estas problemáticas
para que las instituciones se hagan eco “, dice María.
“Aquí está muy instaurado que son los hombres los que toman las decisiones, eso está
muy arraigado en este territorio. Desde la Secretaría de Género de la UTT estamos muy
abocadas a desterrar la idea de que la mujer es de la casa. Son los hombres quienes
siempre están tomando las decisiones” cuenta María. Las formas que tienen para construir
redes e intercambiar diálogos que desarmen estas estructuras patriarcales no sólo son
talleres de formación, también las une la tarea cotidiana: en la localidad de Atamisqui,
María y sus compañeras llevan adelante un proyecto de huerta comunitaria, además de
promover modos de producción alternativos a los hegemónicos, estos espacios son
lugares de encuentro en donde se abren las posibilidades para los pedidos de ayuda.
El extractivismo es patriarcal
El modelo productivo extractivista, de agrotóxicos, que arrasa con todos los bienes
naturales, que depreda y que muchas veces obliga a una migración forzada del
campesinado de sus territorios, tiene un vínculo férreo con el capitalismo pero también
con el sistema patriarcal: “El avance de estos extractivismos y de las fronteras
agropecuarias repercute directamente profundizando las desigualdades en nuestros
cuerpos y en los territorios. Y esto se agudiza aún más en las zonas rurales donde se ven
modificadas las dinámicas intrafamiliares. Esto se da porque los hombres deben migrar a
cosechas estacionales y nosotras, las mujeres, tenemos que migrar en busca de trabajo en
las ciudades. Los femicidios en las zonas rurales son una expresión de este
recrudecimiento y profundización del extractivismo” explica Victoria Escobar que tiene
24 años y que hace tres que es promotora en Santiago del Estero.
Ella también resalta que no se trata de hechos aislados y que desde su trabajo diario no
consideran las violencias machistas solo dentro de la estructura conyugal o de las familias:
“Esas violencias son las más visibles, pero nosotras como mujeres campesinas no
podemos acceder a la titularidad de la tierra, siendo nosotras las que producimos más del
80% del alimento que se lleva a las mesas. Eso también hace que no podamos asistir a
créditos para mejorar nuestras parcelas o poder invertir en desarrollo tecnológico. El
modelo productivo tiene cara de varón y desde la Secretaría de Género luchamos por
transformar estas relaciones, por eso nuestra propuesta es la agroecología como modelo
de vida, lo que implica repensar los vínculos entre los humanos, los animales y la
naturaleza” concluye.
Aparece aquí una dicotomía: de un lado los varones del agronegocio comprando
fertilizantes para que la verdura salga más rápido gastando mucho dinero, y por el otro,
las mujeres campesinas que desarrollan una economía para sobrevivir. Es por eso que
desde la Secretaría de Género consideran crucial que las mujeres comiencen a formar
parte de los espacios de toma de decisión sobre la producción: “Construir soberanía
alimentaria es integrarnos a nosotras con esa mirada acerca de la producción de alimentos,
que sean alimentos que nos alimenten y no una fábrica de verdura que nos envene. Cada
vez más las familias y los compañeros varones incorporan esa mirada y se construye un
proceso de transición hacia la agroecología con una perspectiva de cuidado fuertemente
feminista”, concluye Rosalía.
En la agroecología hay un pilar muy fundamental que son los bio-preparados, se trata de
preparaciones naturales que vienen a reemplazar a los agrotóxicos. Esos bio-preparados
tienen su base en la olla, elemento históricamente asignado a las mujeres. Es allí en donde
ellas vienen cocinando una experiencia, la de apropiarse de un que consideran que es la
clave de la transformación.
“La vuelta al campo” es un documental dirigido por Juan Pablo Lepore que expone voces
y experiencias sobre la recuperación de la tierra y sobre lo que implica producir alimentos
sanos. Yasmín Dávalos es trabajadora social y fue asistente de producción en el rodaje de
la película. Ha viajado por diversas provincias recopilando testimonios, acompañando
relatos cotidianos, íntimos y colectivos.
Si. En la película nos enfocamos en luchas colectivas por la tierra, y lo colectivo es lo que
coopera con las construcciones tanto de lo personal como de lo organizacional para dar
cuenta de procesos profundamente transformadores en estas mujeres. Las concepciones
de feminismos territoriales y comunitarios que se van tejiendo en las ruralidades tienen
en común entender la soberanía en los cuerpos, el agua desde los cuerpos, los cerros y los
ríos para quienes los habitan.
¿Eso sería pensar en los bienes naturales?
Es fuerte ver la exposición a las violencias, a los desalojos e inclemencias del clima.
Recuerdo un incendio intencional cerca de una toma en Córdoba, y una compañera
gestante diciéndome “lo de valor lo tengo adentro mío, pero este es el lugar donde quiero
parir a mi hija” (con el fuego cerca y el agua escasa). La lucha por la tierra se entrelaza
con luchas por otros derechos que también hacen a la vida en los campos, luchas
antiextractivistas, la defensa del ambiente sano, e incluso a habitar la propia cultura. Saber
que tras las fumigaciones las infancias presentan alergias en la piel o respiratorias también
influyen en la forma de producir los alimentos. Entendiendo que la agroecología no es
una moda, y que necesariamente incide en las formas de habitar la ruralidad y la
urbanidad, planteando circuitos mucho más cortos de comercialización de alimentos,
recuperando el aspecto ético de los alimentos como vital.
Las luchas en los pueblos que son fumigados, las compañeras que entran a los campos
para impedir fumigaciones ilegales, las que estudian, las que hacen experiencias de
epidemiología popular en sus comunidades, todas creen en otro mundo posible, en un
ambiente sano, con agua limpia y ríos libres. Mis compañeras que admiro creen que la
tierra es para quien la trabaja y la habita y lo están haciendo realidad.