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El alto medioevo en la Península Ibérica: la invasión musulmana, la reconquista y la

repoblación

El alto medioevo en la Península Ibérica es un período marcado principalmente por


la conquista musulmana de Hispania, un proceso político y militar que a principios de siglo
VIII explica la formación y consolidación de Al-Ándalus musulmán, así como la génesis de
los principales reinos cristianos medievales de la Península Ibérica.

La conquista del Reino visigodo fue un proceso que duró quince años, del 711 al
726, en el que se llegó a tomar todo el actual territorio de la Península Ibérica y parte del
sur de Francia. La duración del proceso de conquista del Reino visigodo se debió a varios
motivos: lo poco numeroso de las fuerzas militares musulmanas, las constantes luchas y
levantamientos de sus aliados visigodos, el poco control de la geografía del territorio y la
fuerte base social del anterior Reino visigodo. Sin embargo, la gran centralización política
del reino, el empobrecimiento de la hacienda real y la pérdida de poder del rey frente a los
nobles y otros sectores de la población, así como el uso de la densa red de calzadas
romanas, que aún existían y facilitaban los desplazamientos de los ejércitos invasores,
fueron elementos que facilitaron la acción de los conquistadores musulmanes.

Pero, quizás, el factor más importante para la caída visigoda fue la grave crisis
demográfica del reino, que en los últimos veinticinco años anteriores a la invasión había
perdido más de un tercio de su población. Esto fue debido a las epidemias de peste y los
años de sequía y hambre de finales del siglo VII, especialmente durante el reinado de
Ervigio, y que se repitieron también con gran dureza bajo el de Witiza, el antecesor de
Rodrigo.

Además, existía una fractura política importante entre dos grandes clanes político-
familiares visigodos en su lucha por el trono, y que llevaba varios decenios dividiendo
políticamente el reino y generando constantes problemas. De una parte estaba el clan
gentilicio de Wamba-Égica, al que perteneció o al que estaba vinculado Witiza, y de otra el
clan de Chindasvinto-Recesvinto, al que pertenecía Rodrigo. Esta situación dividió al
estamento aristocrático-militar en dos facciones cada vez más irreconciliables; hasta el
punto de que se considera a los witizanos como instigadores e incluso aliados, explícitos u
oportunistas, de los musulmanes.

Los conquistadores musulmanes también contaron con el apoyo de parte de la


población judía, muy numerosa en la Bética, en la Galia Narbonense y en toda la cuenca
mediterránea. El apoyo judío, que estaba presente principalmente asentado en los centros
urbanos, se debió principalmente a su pérdida de influencia y su minusvaloración como
consecuencia de la decadencia de la actividad mercantil que se vivía en el Reino visigodo,
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lo que generó que ellos vieran como una ventaja replicar, en la Península Ibérica, la
situación de las minorías hebreas amparada por la jurisdicción islámica.

Después de la invasión, se inicia la resistencia cristiana que, con el tiempo, se


convertirá en un proceso de reconquista de toda la Península Ibérica.

La Reconquista

La Reconquista fue el proceso de expansión y recuperación – principalmente por vía


militar – del territorio de la Península Ibérica, ocupado por los musulmanes, y que fue
realizado por los cristianos, entre los siglos VIII y XV. Tuvo un doble sentido pues fue
visto como una empresa religiosa contra los infieles musulmanes y como la construcción
del Reino de Asturias como sucesor político del Reino visigótico de Toledo. En este último
caso, desde el reinado de Alfonso II, se intentó poner en práctica dicha ficción jurídica
imponiendo el Liber Iudiciorum como texto legal del reino y sirvió de justificación para
apropiarse y distribuir los territorio de Al-Ándalus, incluso antes de haberlo conquistado.

Etapas

1.- Los primeros núcleos de resistencia

Después de la invasión musulmana, la resistencia cristiana se centró en dos puntos:

a) En el área asturiana
En el año 718, se sublevó un noble de nombre Pelayo, quien tras su fracaso, fue
hecho prisionero y enviado a Córdoba. Luego de conseguir escapar, organizó una segunda
revuelta en los montes de Asturias, que empezó con la batalla – quizás escaramuza – de
Covadonga de 722. Esta batalla se considera el comienzo de la Reconquista.

El reino de Asturias era inicialmente de carácter astur y fue sometido a una sucesiva
gotificación debido a la llegada de inmigrantes de cultura hispano-goda que huían del
dominio musulmán. Con Alfonso I, la capital del reino se estableció en Cangas de Onís, y
el Reino astur amplía su ámbito de influencia hacia el este: Cantabria, Vizcaya, Álava. La
llegada de Alfonso II (791-842) imprime una fundamentación política y jurídica al proceso
de Reconquista al intentar convertir a su reino en el legítimo heredero del Reino visigodo, y
para ello, restablece la vigencia del Liber Iudiciorum y establece la corte real en Oviedo.
Asimismo, durante su reinado se descubre la supuesta tumba del apóstol Santiago, lo cual
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luego se convertirá en un foco de peregrinación y de propaganda que consiguió vincular a


la Europa cristiana con el pequeño reino del norte que resistía frente a un sur islamizado.

En el siglo IX se continúa con la expansión hacia el sur. En el 900, bajo el reinado


de Alfonso III se llega hasta el río Duero. Esta zona era ocupada por labriegos, monjes y
mozárabes del sur, que huían de la persecución religiosa que, por períodos, se manifestaba
en Al-Ándalus. La ocupación de la tierra se realizaba mediante la presura y los habitantes
se agrupaban en aldeas.

b) En el área pirenaica
Después de la conquista musulmana de la Península Ibérica, los musulmanes
intentan avanzar hacia el interior del Reino franco pero son detenidos por el caudillo franco
Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732). A partir de esta derrota musulmana, se
establece sobre la zona de los Pirineos, una zona bajo protección franca. En el año 778,
Carlomagno, rey de los francos, intenta controlar el valle del Ebro, intento que fue
rechazado por los vascones en Roncesvalles.

La intervención franca y musulmana sobre el territorio de los Pirineos dio origen a


la formación de diversas estructuras políticas:

- Reino de Pamplona. Gracias al esfuerzo de los Arista, caudillos locales, consiguen


asegurar la independencia de este territorio aprovechando, según sean las
circunstancias, el apoyo de Carlomagno o de los musulmanes. En los primeros años del
siglo X, con la dinastía Jimena, logran extenderse hasta el Ebro, y a mediados del
mismo siglo, Aragón quedó unido a este reino. En el siglo XI, con Sancho III se alcanza
el máximo apogeo con el control de Sobrarbe y Ribagorza.
- Aragón. A principios del siglo IX, se crean los condados Aragón, Sobrarbe y
Ribagorza, que son controlados por los francos. Con el tiempo estos condados se
independizan en el marco de la desintegración del Imperio Carolingio.
- Condados catalanes. En el 801 los francos conquistan Barcelona, dando lugar a la
creación de la Marca Hispánica. Con Wifredo el Velloso se produjo un proceso de
colonización de la Plana de Vic similar al de la Meseta norte hasta el río Duero. En el
988, el conde Borrel II se independizó completamente de los francos.

2.- La ofensiva cristiana de los siglos XI y XII: de Toledo a Zaragoza

En 1031, desaparece el Califato de Córdoba y con ello surgen una serie de reinos
musulmanes en Al- Ándalus (Reinos de Taifas). Este debilitamiento del poder musulmán,
revitalizará la ofensiva cristiana. Así es como desde la zona astur-leonesa, Alfonso VI de
Castilla y León entra en Toledo en 1085 y se inicia la colonización de las “Extremaduras”
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(territorio comprendido entre el Duero y el Sistema Central); mientras que por el otro
frente, los reyes de Aragón conquistan Huesca en 1096 y, luego, en 1118, Alfonso I, el
batallador conquista Zaragoza. La consecuencia inmediata de estas dos ofensivas cristianas
va a ser la presencia en los valles del Ebro y del Tajo de un numeroso contingente de
mudéjares.

Pero la ofensiva cristiana será detenida por la invasión de los almorávides


(confederación de tribus bereberes del norte del África), quienes durante medio siglo (entre
fines del siglo XI y mediados del siglo XII), revitalizarán el control musulmán sobre Al-
Ándalus y sus fronteras, frenando los avances cristianos.

La decadencia del poder los almorávides se debió a la derrota frente a los almohádes
(dinastía de origen bereber del norte del África que surge como reacción ante la relajación
religiosa de los almorávides) así como a su implantación militar en la Península Ibérica y a
su fanatismo religioso, que destruyó la heterogeneidad poblacional del Al-Ándalus,
motivando la emigración de mozárabes y judíos hacia las tierras cristianas del norte.

Luego de esta breve presencia en la Península, se reanudará la Reconquista. Así,


Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona y rey de Aragón, conquista Tortosa (1148) y
Lérida (1149), mientras que los castellanos ocupan Cuenca (1177).

A partir del siglo XII, la repoblación se encomienda a las órdenes militares.

3.- La expansión cristiana del siglo XIII: Baleares, Valencia, Andalucía y Murcia

La caída de los almohades, derrotados en la batalla de Navas de Tolosa en 1212, dio


lugar a la mayor expansión cristiana en el siglo XIII.

Las fuerzas catalano-aragonesas de Jaime I conquistaron Baleares en 1229 y


Valencia en 1238, lo que dio lugar a repartimientos de tierras en Mallorca, principalmente
entre catalanes, y en Valencia, entre catalanes y aragoneses. En Valencia se produjo una
fuerte presencia de mudéjares por dos motivos: la negativa de los nobles aragoneses a dejar
salir a sus campesinos, por la escasa población del reino, y porque Jaime I quiso limitar el
protagonismo de los nobles en esta repoblación.

Fernando III, el santo conquistó el valle andaluz del Guadalquivir (Córdoba en 1236
y Sevilla en 1248) y el reino de Murcia (1245). Además, Alfonso X, el sabio conquistó
Cádiz en 1262. Estas conquistas también dieron lugar a la ocupación mediante el sistema de
repartimientos, es decir, entrega que los reyes hacían, a sus compañeros de armas y a los
soldados, de tierras e inmuebles arrebatados a los musulmanes. En el sur surgirá así un
grupo numeroso de terratenientes y medianos propietarios.
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La Repoblación

La Repoblación fue el proceso de instalación de nuevos pobladores para ocupar y


conseguir el dominio definitivo del territorio reconquistado, al encargarse de su defensa, el
cultivo de las tierras y la integración de la población conquistada.

Modelos de repoblación

1.- La repoblación privada: Siglos VIII-XI

La sociedad de los primeros núcleos cristianos del norte era principalmente rural,
con algunas pequeñas ciudades. Eran pueblos montañeses, pastores y poco romanizados.
Estaban aislados de Europa.

Desde estas zonas montañosas repoblaron las llanuras. Al principio el proceso fue
lento y centrado en la Meseta Norte hasta el Duero y el interior de Cataluña (Plana de Vic).
Esta repoblación no consiste sólo en la llegada de nuevos pobladores, sino en la
organización administrativa de estos territorios que lleva a cabo el rey con la ayuda de los
nobles y la Iglesia. Hasta el siglo XI, la repoblación fue espontánea, y en muchos casos sin
conocimiento de los gobernantes, aunque se preferían áreas protegidas por fortificaciones y
guarniciones militares. La tierra se ocupaba mediante la aprisio o presura.

La aprisio (Aragón) o presura (Castilla) es una figura basada en el derecho romano


por la cual el rey concedía alodios o tierras en propiedad, con o sin documento escrito, al
primero que las roturase, es decir, a campesinos que de esta manera mantenían su condición
jurídica de libres, con la condición de que las cultivasen y se mantuviesen bajo su mandato.
Tanto el término presura como aprisio derivan de presa (tomar posesión), apprehensio o
aprisio (apropiación).

La simple repoblación popular fue realizada por personas libres que formaron aldeas
en las que pastos, agua y bosques eran bienes colectivos. Poco después los más poderosos o
la Iglesia tomaron control del proceso ampliando sus posesiones y haciendo a los colonos
depender de ellos aunque, a veces, eran los propios colonos los que pedían protección de
nobles y monasterios.

En el caso de la repoblación privada monacal, el ocupante de las tierras es un monje


que levanta un cenobio, alrededor del cual se agrupan otros repobladores.
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2.- La repoblación concejil: Siglos XI-XII

A finales del siglo XI, la repoblación había sufrido un retroceso a causa de las
campañas de los almorávides. En Castilla, la necesidad de repoblación obligó a la Corona a
dar importantes privilegios a los colonos a través de fueros y cartas pueblas, que
garantizaban la libertad y la tierra a quienes se trasladasen a las peligrosas tierras de
frontera. Así se repuebla la zona entre el Duero y el Tajo, que se organiza en concejos o
municipios, con amplias libertades y territorios a su alrededor – los alfoces –. Los colonos
tienen que defender sus tierras y sus ciudades y esto origina que cobre importancia el rol
ejercido por los hombres de armas. En este período se emplearon una serie de privilegios y
fueros para atraer colonos para la repoblación de tierras de frontera. Había distintos tipos de
privilegios con el mismo objetivo:

- Las cartas pueblas que eran contratos colectivos que fijaban las condiciones para el
cultivo de las tierras.
- Los fueros que determinaban los derechos de una ciudad o villa.
- Las cartas de franquicia que concedían ciertos privilegios, libertades o exenciones de
impuestos y cargas a los colonos.

3.- La repoblación a cargo de las órdenes militares: Finales del siglo XII y principios
del XIII

Para asegurar la repoblación de estas regiones (sobre todo en las tierras al sur del
Duero) y proteger las fronteras, las órdenes militares desarrollaron una amplia labor de
custodia, siendo recompensadas con propiedades, castillos y derechos sobre localidades
enteras.

Se repueblan las cuencas del Guadiana medio, Guadalupe y Turia. Asimismo, el rey
les concede grandes extensiones de tierra en Extremadura y La Mancha, donde ellos
construyen fuertes castillos y donde asientan a campesinos como repobladores otorgándoles
ciertos derechos, pero reservándose los privilegios señoriales.

En muchas ocasiones, las poblaciones locales pactaban su rendición por medio de


capitulaciones, es decir, acuerdos por los que las poblaciones sometidas (musulmanes,
judíos y mozárabes) se incorporaban al dominio cristiano a condición que se les respetara
sus leyes, religión, costumbres y parte de sus propiedades. En varios casos, en estos
acuerdos se fomentaba la partida de los musulmanes, que habían de vender sus tierras antes
de marchar a territorio musulmán o al norte de África; en el caso de los más modestos, que
no podían marchar por falta de medios, debían vivir en barrios separados o morerías.
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4.- Modos simultáneos de repoblación: concejil, de órdenes militares, y señorial


(nobiliaria)

Andalucía, en el sur de la Península Ibérica, se repobló por medio de repartimientos.


Este mecanismo consistía en la distribución de bienes y tierras en lotes que efectuaba el rey
entre los conquistadores de un determinado lugar. Se aplicaron sobre todo en el siglo XIII,
a costa de los mudéjares que, en muchos casos, se sublevaron y acabaron expulsados o
convertidos en siervos.

Este método de colonización dio lugar a pequeñas o medianas propiedades en las


tierras próximas a los ríos, con agricultura intensiva, y en la costa mediterránea. En
principio, debido a la escasa población repobladora, la población musulmana permaneció
en los campos, hasta la sublevación mudéjar de 1264, que obligó a las autoridades a
expulsarlos de Andalucía, medida que produjo grandes despoblados y un aumento de las
grandes propiedades. En Andalucía occidental surgieron grandes latifundios propiedad de
la nobleza y órdenes militares.

En el núcleo oriental también existió la repoblación concejil. La del valle del Ebro
presenta dos novedades: una, que se hace mediante repartimientos, y otra, que la población
musulmana (los mudéjares) permanecen en sus tierras, iniciándose así una etapa de
convivencia religiosa.

La naturaleza del derecho altomedioeval hispano

La originalidad del ordenamiento jurídico altomedioeval español respecto al del


resto de los derechos europeos llevó a plantear explicaciones o hipótesis que permitieran
explicar su naturaleza.

Durante el siglo XIX, la presencia de situaciones de cierta similitud con la


legislación de los pueblos germánicos y desconocidas por el Liber Iudiciorum llevó a los
historiadores a plantear la existencia de un derecho consuetudinario de origen germánico
que había sobrevivido de manera restringida en ámbitos rurales, al margen de la
romanizada legislación del Liber. Se supuso que tras la invasión musulmana y la caída de la
monarquía visigoda y del derecho oficial del Liber, la población visigoda, refugiada en el
norte de la Península, había comenzado a aplicar abiertamente el derecho consuetudinario
fijándolo posteriormente por escrito en cartas pueblas y fueros municipales.

Las objeciones a esta teoría, denominada germanista, se basan fundamentalmente en


la poca probabilidad de que una minoría de visigodos consiguiera mantener un derecho
consuetudinario frente al resto de la población que aplicaba el derecho romano contenido
principalmente en el Liber. Esto se refuerza con las evidencias de las fuentes documentales
que muestran que entre los siglos VIII y XI hay una frecuente aplicación del Liber y una
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mínima presencia de “germanismos” en comparación con los siglos XII y XIII, lo cual
cuestiona el supuesto auge del derecho consuetudinario a lo largo del período medioeval.

Al ser cuestionada la tesis que explicaba la originalidad del ordenamiento jurídico


medioeval español basándose en su origen germánico, surgió otra hipótesis que explicaba
este carácter en la influencia ejercida por los usos y costumbres de los pueblos del norte
peninsular sobre los refugiados hispano-godos que luego repoblarían las zonas
reconquistadas a los musulmanes. García Gallo sugirió esta explicación aunque luego la
matizó aceptando que junto a este factor había que tener en cuenta también el derecho
consuetudinario originado por las necesidades de la práctica.

No existen muchas informaciones sobre las características de los derechos de los


pueblos del norte de la Península Ibérica entre los siglos IX y XI. La teoría prerromanista o
celtista se basa en la relativa independencia mantenida por estos pueblos frente a los
romanos y los visigodos, y a la romanización jurídica representada por el Liber. Sorprende
que pese a la aversión de estos pueblos a los hispano-godos, no se haya presentado un
manifiesto rechazo a que éstos se refugiaran en sus tierras huyendo de los musulmanes, y
que, al contrario, los pueblos del norte aceptaran ser integrados en la tradición romano-
visigoda del Liber.

Una tercera explicación romanista considera el derecho altomedieval como una


prolongación de la tradición jurídica romana que, tras la caída del Imperio Romano en
Occidente, continuó a partir de la monarquía visigoda y después de ella de manera
autónoma. Según esta interpretación, la legislación del Liber tuvo una aplicación
generalizada en el Reino visigodo y los desfases entre el derecho oficial y el de la práctica
se debieron fundamentalmente al creciente grado de feudalización de la sociedad visigoda,
pero no a un divorcio entre la supuesta legislación romanizante y un derecho
consuetudinario germánico. Durante los siglos X y XIII, el Liber seguiría aplicándose como
un derecho general o subsidiario respecto a los fueros municipales, que sería un derecho
especial surgido para dar respuesta a las nuevas necesidades de la práctica.

Las tres hipótesis pecan de un excesivo reduccionismo, pero permiten concluir que
se debe entender el derecho altomedioeval español como una evolución de la tradición
jurídica visigoda creada en torno al Liber Iudiciorum, que al ir quedándose paulatinamente
desfasado originó la aparición de un derecho nuevo basado en los usos y costumbres, en la
práctica.
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Los sistemas jurídicos en la España altomedieval

1.- El régimen visigodo

Los partidarios de la tesis germanista afirman que la caída de la monarquía visigoda


supuso también la desaparición de la maquinaria administrativa que imponía un derecho
romanizado (el Liber) ajeno a la realidad jurídica de la mayoría de los habitante de áreas
rurales, y con ello, el florecimiento y revitalización del derecho consuetudinario de raíz
germánica.

Pero la documentación jurídica procedente del Reino astur refleja una aplicación del
derecho coherente con el Liber Iudiciorum. La ausencia de ejemplares del Liber y la crisis
política condicionaron decisivamente la posibilidad evolutiva del derecho. Es significativo
que muchas de las nuevas prácticas jurídicas nacieron a la sombra de la ley gótica, es decir,
para completar, adaptar, matizar o reformar, el Liber. Otras prácticas sin respaldo en la ley
goda buscan esa legitimidad invocando una falsa ubicación en el texto. Las menciones
expresas a preceptos del Liber sólo aparecen después de la segunda mitad del siglo X,
posiblemente acompañando a la entrada de población mozárabe. Hasta ese momento, las
referencias a la ley son todas genéricas, unas veces citando de memoria el texto visigodo,
otras inspirándose en él, algunas siguiendo colecciones de fórmulas de época visigoda.

Es probable que el derecho consuetudinario procediera de la tradición jurídica


romano-visigoda, es decir, de una mezcla costumbres romanas y germánicas, pero ante la
escasez de fuentes, también puede atribuirse el origen de estas fuentes a la influencia de los
usos y costumbres de los pueblos del norte de la península. Pero está aceptado que la
mayoría de los preceptos consuetudinarios procedían de la necesaria adaptación del derecho
del Liber a una realidad social porque, al contrario que en la época visigoda, la debilidad
del poder monárquico imposibilitaba crear y aplicar su propia normativa, y porque hasta la
primera mitad del siglo XI, la presencia del derecho germánico ajeno al Liber es mínima.

A partir de la documentación, los historiadores han determinado que entre los años
718 al 910, no puede hablarse en sentido estricto de vigencia procesal del Liber Iudiciorum
en el Reino astur, sino de costumbres inspiradas en el derecho visigodo; este fenómeno fue
originado por la existencia de un derecho consuetudinario anterior y por la ausencia de
ejemplares del Liber, lo que obligó a aplicar el derecho siguiendo fórmulas de época
visigoda o la tradición oral basada en dicho texto legal. En el período comprendido entre
los años 910 y 1065, hay numerosas citas al Liber e invocaciones concretas a determinados
preceptos. Esta mayor precisión de las citas podría deberse a la entrada de ejemplares del
Liber en el Reino astur-leonés acompañando a la afluencia de población mozárabe.
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En conclusión, las investigaciones históricas demuestran la vigencia y extensa


aplicación de las leyes del Liber Iudiciorum, así como la poca probabilidad de la existencia
de un ordenamiento consuetudinario germánico puesto que de haber existido tal
ordenamiento jurídico en el período comprendido entre el 711 (invasión musulmana) al
1065 (muerte de Fernando I de León, el Grande) habían sido suficientes para que se
documentara la existencia de dicho derecho popular.

En Cataluña, la sustitución del poder político visigodo por el franco o musulmán no


supuso la desaparición del Liber, puesto que tanto los musulmanes (por motivos religiosos)
como los francos (por aplicación del principio de personalidad del derecho) permitieron que
los hispani continuaran rigiéndose por sus leyes. Es decir, el Liber mantuvo su aplicación
con algunas particularidades o modificaciones introducidas por los reyes francos llamadas
Capitulares (decretos u ordenanzas que trataban un amplio ámbito de asuntos, desde
cuestiones jurídicas y militares hasta cuestiones relativas a los monasterios, a la educación
y a la gestión de los dominios imperiales francos).

El argumento para decir que el Liber Iudiciorum se aplicó en esta zona está fundado
en el hecho que el códice más antiguo que existe de éste proviene de la localidad de Seu
d'Urgell en Cataluña. Así, para algunos historiadores, “el derecho visigodo subsistió como
legislación general en todo el territorio de Cataluña hasta fines del siglo XII, al lado de los
usatges (usos consuetudinarios) que los suplían especialmente en lo referente a las
relaciones feudales”.

En León, el Liber fue recibido en el siglo X, traído por los mozárabes que huían de
la llegada de nuevas oleadas musulmanas (de los almorávides, primero, y de los almohades,
después) que generaron cambios en la política de tolerancia hacia los cristianos. El Liber
Iudiciorum adquirió mayor relevancia a partir del establecimiento del Tribunal del Libro,
en la ciudad de León, que se encargó de su aplicación. En el siglo XI, las partes podían
acordar voluntariamente someterse al Liber, situación conocida como Juicio del Libro. Para
el siglo XII, ya era un texto de uso común.

Antes de la llegada del Liber, en León se aplicó un derecho consuetudinario.


Posteriormente, y coexistiendo con el sistema del Liber Iudiciorum, se aplicó el Fuero de
León, marco normativo que Alfonso V concedió a la ciudad de León con la finalidad de
repoblar la zona.

En Toledo, la antigua capital visigoda, con una importante población cristiana y que
fue recuperada en 1085, el régimen tradicional fue el Liber Iudiciorum. Posteriormente, y
para consolidar la reconquista cristiana, se fomentó la repoblación de la zona incentivando
el establecimiento de pobladores francos y cristianos, quienes conservaron sus propias
normas, hasta que en siglo XII se impuso el Liber Iudiciorum.
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Entre los siglos X y XII, el Liber amplió su ámbito de aplicación llegando a


Navarra y Aragón, en donde se realizaron traducciones a lengua romance para que facilitar
su uso. En los documentos del período aparecer las expresiones: “como la ley manda” o
“como la ley ordena”, que harían referencia al Liber Iudiciorum.

2.- El régimen de las fazañas

Durante el medioevo español, los jueces solucionaban los conflictos y dictaban


sentencias ya sea aplicando el derecho del lugar, inspirándose en la tradición jurídico
romano-visigoda, o siguiendo su propio criterio (juicio o fuero de albedrío). A estas
resoluciones judiciales se las llamó fazañas. Las fazañas se caracterizaban por recoger un
derecho arcaico formalista y rudimentario, que con el tiempo conformaría el derecho
consuetudinario del territorio. En su acepción amplia, dicho conjunto normativo también
fue denominado fuero o fueros.

Las fazañas florecieron sobre todo en Castilla, debido a la escasa implantación que
allí tuvo el Liber Iudiciorum. Según la tradición, los castellanos se resistían a concurrir a
León para solucionar sus conflictos conforme al Liber Iudiciorum, debido a la lejanía de
ésta y la complejidad del texto. Por dicha razón, decidieron nombrar jueces propios para
que resolver sus pleitos. A mediados del siglo X, tras la separación de Castilla de la
autoridad leonés, los castellanos quemaron los ejemplares del Liber Iudiciorum en Burgos y
designaron alcaldes en las diversas comarcas para que juzgaran conforme al sistema del
albedrío.

Con el paso del tiempo, se elaboraron diversas colecciones de fazañas, donde se


recopilaba fundamentalmente la parte resolutiva – el precepto abstracto – y no la expositiva
– los antecedentes de hecho del caso –, con el fin de permitir utilizarlas como precedente.
Asimismo, también fueron incorporadas al texto de las primitivas cartas de fuero, junto a
disposiciones de los concejos, ciertas costumbres fijadas por escrito y otros privilegios
concedidos, en el proceso de reformulación de los derechos locales, que dio origen a textos
refundidos conocidos en aquel tiempo como libro del fuero o padrón. Posteriormente,
algunas fazañas fueron recogidas en colecciones o añadidos a cartas de población o a fueros
municipales. Por lo tanto, el derecho de las fazañas refleja la costumbre del territorio
surgida de la práctica jurídica, bien adaptando a las nuevas necesidades la tradición jurídica
del Liber Iudiciorum, bien creando derecho nuevo.

Frente a los que sostienen que el nombramiento de jueces en Castilla para dictar
fazañas se debió a la revitalización de la asamblea judicial de tipo germánico, parece más
bien que el origen del fuero de albedrío y de las fazañas estaría en el arbitrio judicial
practicado desde época visigoda al amparo del Liber Iudiciorum. Durante el período
medioeval hispano, librar por albedrío sería inicialmente juzgar por arbitraje, sometiéndose
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a la decisión de “hombres buenos” libremente aceptados por las partes. Este juicio de
albedrío hay que entenderlo de la siguiente forma: el juez ha de aplicar el derecho de la
comarca, y en ausencia de norma, actuar con justicia y equidad.

3.- El régimen de fueros

El derecho municipal o local nace, principalmente, como un instrumento jurídico


para favorecer la repoblación, buscando incentivar el asentamiento de poblaciones
cristianas en zonas fronterizas con los musulmanes otorgando a los pobladores privilegios
económicos, sociales y políticos inexistentes en zonas más seguras.

El contenido de los fueros municipales se concede como un privilegio. A las


personas acogidas al fuero se les otorgaba el goce de determinadas ventajas (exenciones de
trabajo personal, fiscal, concesión de tierras, etc.). Cuando estos documentos tenían por
finalidad contribuir a la repoblación solían denominarse cartas de población o cartas
pueblas.

El contenido de los primeros fueros municipales destaca por su simplicidad y


brevedad, con grandes lagunas normativas. Ello hace sospechar la existencia de otro
derecho paralelo al contenido en la carta de población, que sería el creado a través de la
práctica del Liber Iudiciorum, y que constituiría el régimen jurídico general, frente al
especial o privilegiado de las cartas pueblas o fueros.

Los fueros municipales son redacciones del derecho vigente en una localidad o
territorio que reúnen normas de origen diverso: la carta puebla, las fazañas del lugar, los
privilegios fiscales, penales y procesales otorgados a esa localidad por el monarca u otras
autoridades, el derecho consuetudinario de la comarca, etc. Asimismo, se añadían algunos
preceptos penales ya existentes en el Liber Iudiciorum, pero alternado el reparto de las
penas económicas (caloñas) para ceder parte de las mismas a favor del Concejo.

Algunos fueros, debido al estatuto ventajoso que dispensaban a sus pobladores


vecinos, fueron utilizados como modelo para otras localidades reconquistadas, lo que se ha
denominado “familia de fueros”. La monarquía favoreció esta política de concesión de un
mismo texto como fuero municipal para varias localidades con la finalidad de unificar el
derecho dentro de su territorio creando amplias zonas regidas por una normativa semejante,
por ejemplo, la familia de fueros surgida a partir del Fuero de Sepúlveda (1076) y Cuenca
(1190), entre los más antiguos.

Por la diversidad de contenidos y materias tratadas en los fueros, estos se clasifican


en:

- Fueros breves y fueros extensos.


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Los fueros breves eran aquellos que contenían disposiciones sobre puntos concretos,
generalmente de derecho público, como el de León de 1017, mientras que los fueros
extensos contenían amplias regulaciones de la vida de la local y municipal, como el de
Cuenca (Castilla), de fines del siglo XII.

- Fueros locales y fueros territoriales.

Los fueros locales eran aquellos que no prevalecían más allá de la localidad en que
fueron otorgados a diferencia de los fueros territoriales que fueron entregados a varias
localidades de una misma zona, partiendo de un modelo común (padrón), lo que generó una
“familia de fueros”, como el caso del fuero de Cuenca y, en general, los fueros de Castilla.

- Fueros agrarios y fueros de privilegios.

Los fueros agrarios tuvieron sus orígenes en dos documentos de carácter privado: el
contrato agrario-colectivo, que era celebrado entre un señor laico o eclesiástico y los
cultivadores de la tierra, y que dieron origen a los señoríos; y la carta de población, que
tenía por finalidad repoblar un lugar (desértico o con hundimiento de la actividad
administrativa).

Los fueros de privilegios provenían de un monarca o un noble que tenía cierta


autonomía del rey, y dirigidos a villas y monasterios, otorgándoles ciertas exenciones o
privilegios de carácter económico, y, fundamentalmente, con la finalidad de fundar o
revitalizar determinadas localidades. Se podría entender que son especie de cartas de
población de naturaleza pública.

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