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Aspectos humanos para la convivencia pacífica en “El Discurso del Método” de

Descartes, “El Segundo tratado para el gobierno civil” de Locke


y “El príncipe” de Maquiavelo

Los seres humanos somos seres sociales, pues desde la vulnerabilidad física que nos
caracteriza con respecto a otras especies, se evidencia necesaria la interacción con otros,
tanto para conseguir recursos como para desarrollarnos y poder sobrevivir. De lo anterior se
desprende que la convivencia grupal deba ser lo más amena posible, esto con el objetivo de
habitar un lugar seguro, en donde la relación con los demás pueda ser constructiva y
contribuir así al avance de la humanidad.

Se hace necesario por tanto, identificar aquellas características humanas esenciales para
vivir pacíficamente en sociedad, y definir a su vez, el rol que juegan los gobiernos en dicha
tarea. Con este propósito, a continuación se plantean algunos de los aspectos humanos que
aportan a una sociedad pacífica, según el diálogo con tres posturas filosóficas que proponen
dinámicas sociales edificantes.

Criterio

Parte fundamental de los aspectos que debe tener una persona para poder convivir de forma
provechosa para con la sociedad corresponde al criterio o racionalidad, puesto que desde
esta característica se desprenden las decisiones, así como las acciones en la interacción con
los otros.

Según las ideas de Descartes, la racionalidad es el elemento más importante de las


personas, pues en esencia es lo que nos singulariza de otras especies, así lo señala por lo
menos cuando escribe que “La razón o el juicio es la única cosa que nos hace hombres y
nos distingue de los animales” (Descartes, Discurso del Método, p. 33). Sin embargo, el
autor también reflexiona al respecto que no basta con tenerla, sino también es importante
saber utilizarla. En este sentido, el uso de la racionalidad se distingue en la acepción de
prudencia, pues sería la herramienta capaz de transformar las experiencias en conocimiento.
Y el conocimiento lidera las decisiones.
Por otro lado, Maquiavelo, en “El Príncipe”, también realiza observaciones con respecto al
uso del criterio, por ejemplo cuando aconseja a Lorenzo de Médici que un buen gobernante
debe ser capaz de conocer la naturaleza humana de sus súbditos, al distinguir las
intenciones de quienes lo rodean. En este sentido, manifiesta que las personas tienen un
lado bueno y un lado malo, y que dependerá del criterio del gobernador la decisión de
adaptarse para mantenerse en el poder: “Un hombre que en todas partes quiera hacer
profesión de bueno es inevitable que pierda entre tantos que no lo son, por lo cual es
necesario que todo príncipe que quiera mantenerse (en el poder), aprenda a no ser bueno y a
practicarlo o no de acuerdo con la necesidad” (Maquiavelo, El príncipe, p. 79). De lo
anterior es posible inferir que para Maquiavelo, ser un buen gobernante, no significa
necesariamente ser un gobernante bueno, lo cual también sugiere que existen más factores
al momento de querer dilucidar las características humanas que abogan por una sociedad
pacífica, puesto que desde la racionalidad también es posible decidir obrar de manera
perjudicial para con los demás, anteponiendo los intereses particulares frente a lo social.

De Locke también es posible inferir la importancia que le otorga al uso de la razón, puesto
que esta es la herramienta principal que permite distinguir y determinar el adecuado actuar
en situaciones de conflicto como en aquellas de prosperidad. En el “Segundo tratado para el
gobierno civil”, el autor distingue el Estado natural de la Sociedad civil, donde la primera
se rige por una ley natural que gobierna a todas las personas antes de pertenecer a un
Estado constituido, y donde la razón se corresponde con esa ley, que “enseña a cuantos
seres humanos quieren consultarla que, siendo iguales e independientes, nadie debe dañar a
otro en su vida, salud, libertad o posesiones” (Locke, Segundo tratado para el gobierno
civil, p. 3). Se hace posible inferir, que contrario a las ideas antes planteadas a raíz de la
lectura de Maquiavelo, aquí la razón en el Estado natural logra direccionar innatamente a
las personas hacia la paz. En el Estado de la guerra, entendido como un espacio de
perturbación del Estado natural, a razón de la violación de las libertades de terceros,
existiría para Locke, una ausencia de racionalidad, pues el odio es la pasión que aquí
conduce las acciones.

Otra característica de la razón valorada por Locke, es que esta puede justificar la
apropiación material de objetos y tierras, fundamentada en el trabajo que significa
recolectar, cazar o producir con las materias primas naturales, porque “Cualquier cosa que
él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y
añade algo a ella que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya” (Locke,
Segundo tratado para el gobierno civil, p. 10). Justifica el valor de la propiedad privada,
porque la razón indica que el trabajo representa la adición del propio ser trabajador al
objeto material que se pretende consumir.

También para Locke, la razón materializada en la decisión de un juez, es la única forma


legítima de justicia, debido a que se gesta de manera imparcial, con conciencia y sin
ninguna emoción de por medio. Teniendo lo anterior en consideración emerge el siguiente
aspecto.

Justicia

Las ideas de justicia de Locke se derivan de su concepción sobre el Estado natural, pues
afirma que en estas condiciones, y acorde a la razón innata, todas las personas son libres e
independientes y que por lo tanto, toda persona puede ejercer poder. No obstante, con
respecto a esto, considera también que el ejercicio de ese poder no puede ser absoluto ni
arbitrario, cuestión en la que se fundamenta la transición a la Sociedad Civil, donde las
decisiones, generadas a partir de un conflicto, deben ser resueltas por una entidad sin
intereses personales en las resoluciones; y donde una monarquía absoluta no puede tener
lugar, en consideración de que por principio, los miembros de esa forma de gobierno no
pueden ser juzgados bajo los mismos parámetros que el resto de las personas.

Por otro lado, el sentido de justicia que desarrolla Maquiavelo en “El príncipe”, se ajusta
primordialmente a los intereses del gobernador, no obstante, también señala que es
importante evaluar en qué medida hace uso de sus fuerzas, de modo que el poblado no lo
perciba como injusto cuando éste se vea en la necesidad de imponer castigos ejemplares
para mantener el orden en un contexto de rebelión.

El sentido de justicia se constituye por tanto desde una doble dimensionalidad, puesto que
hace que respetemos mutuamente nuestros derechos y al mismo tiempo cumplamos con
nuestros deberes. Se establece como una fortaleza cívica que favorece y promueve una vida
en comunidad saludable.

Acuerdos

Del mismo modo en que la justicia es indispensable, los acuerdos entre la comunidad se
hacen absolutamente imprescindibles, sobre todo si se considera que las sociedades
funcionan bajo reglamentaciones que regulan la conducta de sus miembros en el interés del
bienestar de la mayoría.

Asimismo lo sostiene Locke en su “Segundo tratado para el gobierno civil”, al afirmar que
para pasar desde el Estado natural a la Sociedad civil, es necesario regirse bajo las leyes
que aprueba la mayoría en la comunidad, transitando por consiguiente desde un espacio
donde cada persona es libre de hacer lo que prefiera mientras no intervenga con la vida,
salud, libertad o posesiones de terceros, a una suerte de libertad civil, donde es posible
realizar todo lo que no esté prohibido: “podrá haber sociedad política allí donde cada uno
de sus miembros haya renunciado a su poder natural y lo haya entregado en manos de la
comunidad” (Locke, Segundo tratado para el gobierno civil, p. 20). Cuando el autor refiere
a la renuncia del poder natural, implica acordar con la comunidad que las penas por un
crimen no serán decididas ni ejecutadas por la persona agraviada, si no en cambio, será
realizado un debido proceso obedeciendo los acuerdos colectivos.

Locke insiste en que el estado de la naturaleza lleva a cabo la buena voluntad, la paz, la
asistencia mutua y la colaboración de la humanidad, cuestiones que a pesar de que no son
concebidas como acuerdos explícitos, responden a las lógicas de la razón. Por el contrario,
el Estado de guerra, implica desavenencias con estos acuerdos, situación por la que prima
la enemistad, la malicia y la mutua destrucción (Locke, Segundo tratado para el gobierno
civil, p. 7). Vale la pena, sin embargo, destacar que el Estado de guerra busca aliviar los
conflictos cuando no hay un poder superior ni un consenso para resolverlos.

Respecto a los acuerdos, Descartes estipula que él maneja ciertas consideraciones morales
surgidas a partir de su método, sin embargo, también menciona que así como toda su obra,
es una sugerencia de procedimiento a seguir, más no una verdad inamovible, pues reconoce
que él también se puede equivocar: “Como los hombres se suelen equivocar en las sencillas
cuestiones de geometría, consideré que yo también estaba sujeto a error” (Descartes,
Discurso del método, p. 59). No obstante, dichas consideraciones implican: Seguir las leyes
y costumbres de su país; ser firme en sus acciones; alterar sus deseos antes que el orden del
mundo; acostumbrarse a la idea de que lo único que está en su poder son sus propios
pensamientos; y que el razonamiento es una guía para poder vivir bien a la vez que se
puede acercar a la verdad de todas las cosas.

Maquiavelo, por otra parte, señala que las reglas de una comunidad responden netamente a
las decisiones de los gobernantes, y que se constituyen bajo el manto de la manipulación
mediante el espectáculo. En “El príncipe”, ejemplifica lo dicho con el monarca español
Fernando de Aragón, quien “siempre meditó y realizó hazañas extraordinarias que
provocaron el constante estupor de los súbditos y mantuvieron su pensamiento ocupado por
entero en el éxito de sus aventuras” (p. 113). Es factible asumir, por lo tanto, que desde esta
perspectiva se prescinde de los acuerdos.

Libertad

Locke comprende este concepto desde dos perspectivas, primero desde el Estado natural,
como la perfecta libertad de hacer y disponer de las posesiones dentro de los límites de la
ley natural, y segundo desde la Sociedad civil, donde se es libre de hacer todo lo que no esté
prohibido por las normas comunitarias. Asegura, no obstante, que como el hombre
comprende la ley natural, es viable la confianza. Y desde la perspectiva del Estado de
guerra, sostiene que “Un hombre que quiera poner bajo su poder a otro le está poniendo en
estado de guerra contra él, porque le arrebata la libertad” (Locke, Segundo tratado para el
gobierno civil, p. 8). Se distingue por tanto que, para el autor, la libertad es el fundamento
de todas las cosas.

Maquiavelo, por el contrario, presume necesario arrebatar la libertad de los territorios


conquistados en favor de anexar las poblaciones a la corona, manipulando a la población
para que ella misma se regule imaginando que las cosas no han cambiado: “Porque nada
hay mejor para conservar una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por
sus mismos ciudadanos” (Maquiavelo, El príncipe, p. 24). Se desprende de su obra que para
este autor, la única libertad importante es la del príncipe.

Desarrollo de vínculos que aporten a la deliberación

Por otro lado, Maquiavelo hace un aporte significativo en tanto sugiere la utilidad de
rodearse de consejeros inteligentes. Desde su perspectiva esto funcionaría bien, siempre
que se pida consejo cuando él lo considere conveniente, y no cuando lo consideren
conveniente los demás: “Es conveniente que los buenos consejos (…) nazcan de la
prudencia del príncipe, y no la prudencia del príncipe de los buenos consejos” (Maquiavelo,
El príncipe, p.123). Instala entonces la idea de que la conversación es importante para la
toma de decisiones y finalmente la construcción de una sociedad.

Al contrario se encuentra la visión de Descartes, pues el apuesta por la meditación reflexiva


personal, a razón de que esta aproxima más a la verdad que la interacción con otros.

Ahora bien, una vez reconocidos los aspectos humanos que interceden por la convivencia
pacífica, se hace menester pensar en el rol de los gobiernos al respecto. Desde un punto de
vista teórico es posible argumentar que como las autoridades también son personas, estas
tienen integradas en su propia identidad aquellos aspectos característicos, e inevitablemente
velaran por su protección e implementación en políticas públicas, sobre todo en los
gobiernos democráticos, llevando a cabo acuerdos con los ciudadanos, haciendo valer la
justicia sin distinción de clase, protegiendo la libertad en todas sus facetas, e incluso
intervendrán en las dimensiones educativas, dirigiendo programas curriculares apoyen el
pensamiento crítico, así como el trabajo en equipo con la finalidad de suscitar la discusión
propositiva.

En definitiva y según lo observado, es posible establecer que existen formas de gobierno


mejores que otras. Cuando se habla de democracia se incluyen de manera efectiva todas
estas nociones características de los seres humanos, pero cuando se refieren las monarquías,
se evidencia la desigualdad entre los valores de las personas, puesto que así como se juzgan
distinto, también se les concede a los monarcas más libertades en detrimento de la
privación de acuerdos u opciones a los ciudadanos comunes.
En síntesis, los aspectos humanos que promueven la convivencia pacífica, recuperados de
la lectura de Descartes, Locke y Maquiavelo, sin duda alguna representan valores
significativos para el desarrollo de la vida en comunidad, y la efectividad de la democracia
es evidencia de ello. Por el contrario, las visiones monárquicas al reducir de ese modo las
libertades de acción intrínsecas de los seres humanos, y con ello las capacidades de
desarrollo social, están condenadas a originar conflictos gatillados desde el descontento
popular.
Bibliografía

Descartes, R. (2010). Discurso del método. Madrid: Espasa.

Locke, J. (2005). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Madrid: Alianza.

Maquiavelo, N. (1999). El príncipe. Madrid: Elaleph.

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