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Una pareja de esposos jóvenes recibe una noticia que esperaban muchísimo: la mujer está

embarazada. Están esperando un bebé y nacerá nueve meses después.


Pero antes de que nazca esa niña, ya hace mucho nació en el corazón del padre un gran amor
hacia ella. Incluso mucho antes de la concepción, antes de que existiese esa niña, el objeto de su
amor.

¿Por qué la amaba tanto así? Por sus éxitos, por su belleza, por su inteligencia. Nada de eso cuenta
para él. Aún no la ha visto a los ojos, no sabe que estudiará o qué vida tendrá.
El amor que tiene a su hija se basa simplemente en eso, en que es “su” hija. Es suya, le
pertenece.

Y naturalmente la ama tanto, pero tanto, que quisiera que su hija no tenga defectos; que sea
perfecta.
Pero se da con la sorpresa, de que no tiene una hija perfecta. De que tiene defectos.
Y que, por más amor que le tenga, él no puede hacer nada para remediarlos.

¿Qué hacemos con este papá?


Opción 1: Lo llevamos al hogar de caridad y pedimos a nuestros niños que simplemente les den la
bienvenida. Luego del primer impacto al verlos, de la natural e inevitable repugnancia inicial, y del
posterior sentimiento de compasión. Naturalmente compararán, y se darán cuenta que los defectos
de sus hijos no eran tan graves.
Opción 2: Le recordamos ese amor inicial a su hija, y que, a pesar de sus defectos, sigue siendo suya.

Sal 27:10 Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recogerá.

Esto se lo debemos recordar a muchos papás y a muchas hijas. Pero no a Dios Padre.
“Somos pues obra suya” (Ef 2), “Él nos hizo y somos suyos” (Sal 99).

Somos suyos, le pertenecemos.

Y luego, más importante, ¿qué hacemos con la hija?

Por eso es tan difícil para nuestros niños en los hogares de caridad

Cuando un papá se da cuenta de los defetos de


¿Qué papá no quisiera tener un hijo perfecto?
Hay casos en que los papás o mamás quieren que sus hijos sean perfectos. Hacen lo posible para que
sea así.
Siempre están comparándolos, aun inconscientemente.

El lugar con niños más imperfectos es un hogar con niños discapacitados.


Fueron abandonados, en muchos casos, porque no eran perfectos.
No tenían un papá o una mamá, sentían que no pertenecían a nadie.
Hasta que toman a Dios como su padre.
Entonces todo cambia.

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