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y sabiduría clínica
Fonagy, Petter; Rott, Anthony y Higgit, Anna.
Palabras clave
Este artículo se basa en una revisión exhaustiva de la literatura sobre los resultados de la
psicoterapia, emprendida originalmente a instancias del departamento británico de salud
por Roth y Fonagy (Departamento de Salud, 1995). Hemos puesto al día recientemente
esta revisión (Fonagy, Target, Cottrell, Phillips, y Kurtz, 2002; Roth y Fonagy, 2004) y la
hemos ampliado para identificar todos los estudios de psicoterapia psicoanalítica. Se
emplearon los métodos usuales para identificar estudios (Fonagy, Target, y otros., 2002;
Roth y Fonagy, en prensa). Las preguntas clave que se deberían hacer sobre esta
literatura dado el estado actual de la investigación en esta área (ver también Westen,
Morrison, y Thompson-Brenner, 2004) son: ¿Hay trastornos para los cuales la psicoterapia
psicodinámica a corto plazo (PPCP) se pueda considerar basada en la evidencia? ¿Hay
trastornos para los cuales la PPCP sea lo único eficaz bien por ser el único tratamiento
basado en la evidencia o por ser un tratamiento más eficaz que los alternativos? ¿Hay
alguna base de evidencia para la psicoterapia psicodinámica a largo plazo (PPLP) sea en
términos de lograr efectos no asociados normalmente con el tratamiento a corto plazo o de
abordar los problemas que no han sido tratados por PPCP? En este contexto, la terapia a
corto plazo se concibe como un tratamiento de unas 20 sesiones con una frecuencia,
generalmente, semanal. (Boletín de la Clínica Menninger, 69 [1], 1-58)
Consideraciones metodológicas
Aunque coincidimos totalmente con la perspectiva de Jeremy Holmes, aun cuando nuestro
trabajo con Tony Roth forme parte del objetivo de su crítica, es justo exponer los puntos
flacos de su comunicación. Nick Terrier (2002), en un comentario sobre el trabajo de
Holmes, escribe con pasión:
Tom Sensky y Jan Scout (2002) se mostraron igualmente indignados, tanto por la revisión
selectiva que Holmes hacía de las evidencias como por sus alegaciones de que algunos
los terapeutas cognitivos están empezando a cuestionar aspectos de su disciplina. El
mensaje del campo de la TCC es este: si los clínicos psicodinámicos van a abordar la
cuestión de la práctica basada en la evidencia, tendrían que hacer algo más que quejarse y
unirse a la tarea general de recolectar datos.
Por supuesto, los clínicos psicodinámicos están en desventaja, no sólo porque han
empezado más tarde (después de todo, muchos nuevos tratamientos encuentran un lugar
en la mesa de la práctica basada en la evidencia). Existen profundas incompatibilidades
entre el psicoanálisis y la ciencia natural moderna. Paul Whittle (2000) ha señalado la
incompatibilidad fundamental de un enfoque que pretende rellenar las lagunas de la
narrativa del self con el compromiso de la psicología cognitiva de la mínima elaboración de
las observaciones, una especie de ascetismo cognitivo wittgensteniano. El crear un
significado en torno a una narrativa vital es fundamental a la naturaleza humana. Por tanto
es inconcebible que el psicoanálisis (o un proceso muy parecido a él) no forme parte nunca
de la gama de enfoques que desean las personas con problemas de salud mental. Sin
embargo, en este contexto, el éxito se mide como elocuencia (significación), no que no es
reducible al síntoma o el sufrimiento. Es más, las explicaciones psicoanalíticas invocan la
historia personal, pero la genética de la conducta ha desacreditado las explicaciones en
base al entorno. Aunque la terapia cognitiva conductual también tiene entre sus
fundamentos la teoría del aprendizaje social ambientalista, ha sido más eficaz en alejarse
de una posición ambientalista ingenua. Para empeorar las cosas, dentro del psicoanálisis
ha existido la tradición de considerar a los no iniciados con desdén, ahuyentando a la
mayoría de los investigadores de mente abierta. El compromiso de los clínicos
psicoanalíticos en programas de investigación es un objetivo deseable.
Los psicoanalistas están ahora más comprometidos que nunca, aunque todavía no
plenamente, en recolectar datos sistemáticamente con el potencial de desafiar y
contradecir así como de confirmar las ideas más asentadas. El peligro que debe evitarse a
cualquier coste es que la investigación sea aceptada selectivamente sólo cuando confirme
las ideas que previamente se tenían. Este puede ser un resultado peor que el total rechazo
de la empresa de buscar pruebas, puesto que inmuniza frente al impacto de los hallazgos
al mismo tiempo que crea una ilusión de participación en el ciclo de explorar, testar,
modificar y volver a explorar las ideas.
El alcance de la tarea
Las PAC sólo cubren un número limitado de tratamientos, y muchos otros permanecen sin
evaluar en relación con muchas condiciones. Puesto que hay al menos 200 trastornos de
salud mental del niño y el adulto y cientos de diferentes formas de intervención, la mayoría
de las cuales tienen muchos componentes y muchos patrones de expresión
característicos, es inconcebible que una matriz de tipos de terapia para tipos de trastorno
pueda ser respaldada por estudios apropiados (Goldfried y Wolfe, 1996). Esta no es una
cuestión trivial. Los estudios que intentan identificar qué componente de un programa de
tratamiento es esencial para su éxito suelen encontrar que aparentemente la mayoría de
las capas de la cebolla pueden ser eliminadas y el efecto sigue ahí. Puesto que los
estudios sobre resultados raramente identifican los elementos efectivos de los tratamientos
o el proceso de cambio que da lugar a la mejoría, muchos partidarios influyentes de las
investigaciones de los resultados están pidiendo menos estudios de resultados en lugar de
más. Alan Kazdin (1998), por ejemplo, recomendaba una estrategia de “desmantelamiento”
que elimine uno por uno los componentes potenciales del cambio hasta que se identifique
el componente efectivo genuino. Algunos han sugerido que los metaanálisis pueden
ofrecer una solución directa a este problema (p. ej. Borkovec y Rucio, 2001) pero esto no
es en absoluto una tarea sencilla. Un metaanálisis reciente de Wilson McDermut y sus
colegas (2001) identificó la terapia de grupo como eficaz para la depresión con un efecto
de tamaño medio de 1,06. Sin embargo, los tratamientos de grupo implicaban enseñar un
amplio rango de distintas estrategias en diferentes estudios (técnicas de autocontrol,
habilidades para resolver problemas, habilidades de relajación, debate del pensamiento
negativo). ¿Era verdaderamente la enseñanza de una habilidad para abordar un déficit
relacionado con la depresión? Hacer encajar a los pacientes con tratamientos que
enfatizan los déficits específicos que presentaban no incrementó la medición del efecto e,
incluso, los grupos de control de atención dieron como resultado una reducción de los
síntomas. Yalom (1995) esbozó 11 factores terapéuticos en la terapia de grupo, pero
ninguno de los estudios revisados por McDermut y col. discutieron ninguno de ellos.
Simplemente no sabemos qué aspecto de los tratamientos de grupo para la depresión los
hacen tan efectivos.
Más allá de estas cuestiones bastante publicitadas, surge la cuestión de si los tratamientos
manualizados o los paquetes de tratamientos son el nivel apropiado de análisis en nuestra
búsqueda de intervenciones efectivas. Por ejemplo, un estudio de Olfson y colegas (1998)
hizo un seguimiento a pacientes esquizofrénicos dados de alta del hospital y halló que los
pacientes que tuvieron contacto con el clínico responsable de pacientes externos
previamente a haber sido dados de alta mostraban una mayor reducción de síntomas que
aquellos que no tuvieron comunicación con el personal de pacientes externos. De forma
similar, los parámetros de cuidado del proceso, aparentemente menores, pueden ser
mucho más importantes a la hora de determinar el resultado que los paquetes de
tratamiento totales. Es difícil imaginar que pudiera llevarse a cabo un número suficiente de
PACs como para evaluar todos esos parámetros de cuidado potencialmente claves. La
práctica basada en la evidencia necesita mirar más allá de la base de datos actual y fijarse
en la evidencia basada en la práctica para establecer abarcativamente una práctica basada
en la evidencia.
Alan Kazdin (1998) propuso el programa ideal de investigación de resultados hace más de
cuatro años, pero puesto que requeriría que repensásemos todo nuestro enfoque acerca
de los estudios de resultados y la práctica basada en la evidencia, no es probable que
llegue a implantarse nunca. Básicamente, sugiere que la investigación del tratamiento
debería comenzar con la identificación de lasdisfunciones claves asociadas con un
trastorno y la demostración empírica de estas disfunciones en una proporción considerable
del grupo clínico. Es más, debe establecerse un vínculo conceptual entre un método de
tratamiento propuesto y el mecanismo disfuncional del que se tiene la hipótesis que
apuntala el trastorno. Sólo cuando se haya hecho esto puede comenzar la manualización,
seguida por la recolección de la jerarquía de evidencias que forma el cuerpo de las
revisiones sistemáticas. Los estudios de proceso-resultado pueden ser entonces
implementados para establecer componentes clave del tratamiento y la duración necesaria
del mismo. Son necesarios estudios experimentales de los procesos y mecanismos que
constituyen hipótesis para confirmar los hallazgos correlativos de las investigaciones de
proceso-resultado. Finalmente, es necesario establecer las condiciones límites para el
tratamiento en términos de características del paciente y el entorno para favorecer o
debilitar la efectividad de la terapia. Notarán que este es un enfoque radicalmente diferente
del que normalmente se adopta cuando el punto de partida es la evaluación de un
tratamiento indicado. Actualmente, la identificación de procesos psicológicos claves es, en
el mejor de los casos, post hoc. No es extraño que existan tantas modalidades distintas de
tratamiento. No es extraño que conozcamos tan poco sobre por qué funciona alguna de
ellas. Revertir este proceso sería un logro notable de la administración científica.
Pruebas pragmáticas
Las pruebas pragmáticas podrían ser una línea adicional clave de información para la
práctica basada en la evidencia. En combinación con PACs más rigurosas (particularmente
relevantes para los nuevos tratamientos) y el uso racional de los datos procedentes de la
observación, ofrecerán evidencia de riqueza suficiente como para que los estándares de
cuidado en salud mental avancen significativamente. El establecimiento y el apoyo de una
metodología interprofesional para las pruebas pragmáticas debería considerarse una tarea
adicional importante de las iniciativas de psicoterapia con práctica basada en la evidencia.
Directrices clínicas
Cubrir la distancia entre la práctica y la evidencia nos lleva a otro salto cuantitativo en la
sofisticación con que se considera la evidencia para los servicios psicológicos clínicos
psicoterapéuticos. Cada vez se reconoce más que la evidencia no habla por sí misma y
que para ser aplicada con utilidad necesita ser revisada y estar integrada por un grupo de
expertos sin prejuicios, incluidos individuos con experiencia como usuarios y cuidadores.
Las directrices clínicas que integran la evidencia y la experiencia de primera línea aportada
por muchos paneles multidisciplinarios es que, dado que una serie de individuos tienen
plena conciencia de las limitaciones de la práctica clínica diaria, es un paso clave que con
demasiada frecuencia se ha omitido en el pasado cuando la única experiencia aplicada a la
interpretación de la evidencia era la de quien la dirigía.
El cerebro y la mente
La cuestión no es “¿Sigue siendo relevante la psicoterapia en los días del Prozac?”, sino
cómo podemos hacer que realmente pese contra un trasfondo de sistemas de apoyo social
cada vez más fragmentados, y cómo podemos usarla eficientemente cuando la medicación
no es suficiente. Tanto la medicación como la psicoterapia funcionan en la medida en que
lo hacen porque afectan al funcionamiento del cerebro. ¿De qué otro modo podía ser,
puesto que el cerebro es el órgano de la mente? Y las enfermedades de la mente son
inequívocamente enfermedades del cerebro. El resultado de la psicoterapia, por tanto,
debería ser tan fácil (o más) de medir en términos de función cerebral como en términos de
conducta o informes subjetivos.
Ciencia y cientificismo
Depresión mayor
Revisiones
Esta conclusión refleja el lamentable hecho de que existen menos estudios controlados de
terapia psicodinámica para la depresión de los que uno podría esperar dado el amplio uso
de este tratamiento para este problema. De hecho, la mayoría de los investigadores usan
la PPCP como contraste para una terapia alternativa a que son fieles. No es de sorprender
que la terapia dinámica se considere generalmente menos efectiva (Covi y Lipman, 1987;
Kornblith, Rehm, O’Hara y Lamparski, 1983; Malean y Hakstian, 1979; Steuer y col., 1984).
La falta de inversión de los investigadores en el tratamiento de “control” significa que los
hallazgos de estas investigaciones deberían ser tratados con gran cautela. Estudios mejor
diseñados e implementados no hallaron diferencia entre la TCC y la PPCP (Bellack,
Hersen y Himmelhoch, 1981; Thompson y col., 1987). Sin embargo, el escaso tamaño de
la muestra y la debilidad de su diseño no hablan a favor de basar en estas investigaciones
ninguna conclusión relativa a la terapia psicodinámica para la depresión. Dos importantes
estudios sobresalen como sólidas comparaciones de un enfoque cognitivo-conductual y
uno psicodinámico al tratamiento de la depresión a causa de su tamaño, la cualidad de la
aleatoriedad, el cuidado en la implementación, la evaluación de las líneas de fondo y la
medición del resultado, y la claridad de las intervenciones terapéuticas evaluadas. Éstas
son: (1): el Proyecto de Psicoterapia de Sheffield, y (2) el Estudio de Psicoterapia de
Helsinki.
La TFS es un enfoque relativamente novedoso (Lambert, 1998) que enfatiza los esfuerzos
colaboradores de paciente y terapeuta para identificar un problema y hallar soluciones al
mismo. Se administra una vez cada dos o tres semanas hasta un máximo de 12 sesiones
(el número real de sesiones en la prueba era de 10 durante unos siete meses y medio). La
PPCP siguiendo el enfoque de Malan (1976) fue establecida en unas 20 sesiones
semanales durante 5 ó 6 meses (el número real de sesiones en la prueba fue de 15
durante un periodo de 6 meses). Los datos se recogieron en tratamientos auxiliares como
la medicación psicotrópica y el uso adicional de servicios de psicoterapia. Una gama
inusualmente amplia de evaluaciones se administran en varios momentos (cinco
evaluaciones en el primer año) hasta 60 meses después de la medición de partida para
obtener los cambios a largo plazo y “meta-sintomáticos” que se consideran asociados a la
PPCP.
Un total de 638 pacientes fueron referidos de los servicios clínicos (no reclutados para el
estudio mediante un anuncio ni medios parecidos), de los cuales 381 se eligieron y
aceptaron participar en el estudio. De estos, 97 pacientes fueron asignados a la TFS, 101
a la PPCP y 128 a la PPLP. Más del 82% de la muestra cumplía los criterios del DSM para
el trastorno depresivo y el 43% para algún tipo de trastorno de ansiedad; el 57% tenía sólo
un trastorno del humor y el 14% tenía sólo un trastorno de ansiedad. La muestra parece
moderadamente severa (la puntuación GAF media fue de 55 y el GSI SCL-90 fue de 1,29),
ligeramente menos severa que la muestra de Sheffield. La puntuación HAM-D media fue
de 15.7. Curiosamente, sólo la cuarta parte de los pacientes tomaba algún tipo de
medicación psicotrópica.
La ausencia de un grupo de control sin tratamiento en este estudio hace difícil valorar la
proporción de reducciones observadas en los síntomas que no era debida a la
psicoterapia. Sin embargo, puesto que existen tratamientos efectivos para la depresión, la
asignación aleatoria de pacientes a una rama de placebo no sería ética: los estudios
adecuadamente diseñados carecerán inevitablemente de una rama de control sin
tratamiento. El tratamiento estaba bien descrito pero no plenamente manualizado. No hay
informes de la adherencia.
Resumen
En líneas generales, en 4-6 meses de terapia, en torno a la mitad de los tratados tienen
probabilidades de remitir. En torno a la mitad de éstos experimentarán una remisión en los
siguientes 12 meses. Como observan Roth y Fonagy (en prensa), los datos son
consistentes con la suposición de que una proporción de pacientes en cualquier muestra
de investigación responderá a una intervención terapéutica de cualquier tipo. Una
estrategia futura adecuada para la investigación de la psicoterapia psicodinámica en la
depresión puede ser comparar la efectividad de la psicoterapia psicodinámica a
relativamente largo plazo con formas alternativas de intervención en pacientes que no
responden en pruebas de TCC, PTI, o farmacoterapia. Otro punto flaco de la base de
evidencia para los estudios de depresión con tratamiento psicodinámico es que ninguna
PPCP fue testada dos veces por grupos de investigación independientes (Chambless y
Hollín, 1998). La mayoría de los manuales sujetos a una investigación sistemática son
idiosincrásicos y su testeo se restringe a la situación en que se desarrollaron.
Trastornos de ansiedad
Una limitación importante de esta prueba, pero también un indicador útil, fue la naturaleza
de la terapia psicoanalítica ofrecida. Los dos terapeutas, si bien ambos experimentados
psiquiatras, estaban formándose en psicoanálisis y no han reportado tener una formación
especial en métodos terapéuticos breves, ni manual que seguir. Bajo estas circunstancias,
es altamente probable que la terapia suministrada no fuera una versión efectiva de PPCP.
Si la efectividad de la terapia cognitiva fuera evaluada sobre la base de dos individuos
formados en TCC genérica sin más formación específica de la prueba, generalmente sería
considerada inaceptable. Es posible, puesto que las técnicas usadas no se especifican en
el informe, que estos terapeutas usaran técnicas inadecuadas tomadas de la terapia a
largo plazo en la que estaban formados y que las aplicaran inútilmente en un contexto de
duración temporal limitada.
Trastorno de pánico
Como sucede con el TAG, las terapias “psicodinámicas” no directivas se han usado como
tratamientos de control en numerosas pruebas de TCC (p. ej. Beck, Sokol, Clark, Berchick
y Wright, 1992; Craske, Maidenberg y Bystritsky, 1995). La ausencia relativa de equilibrio
terapéutico hace sospechosas a estas pruebas, y la evidencia obtenida a partir de las
mismas puede tener pocas implicaciones para la efectividad de los tratamientos
psicodinámicos a corto plazo. Cuando se hace más esfuerzo por crear un placebo creíble,
las diferencias entre los grupos en tratamiento y de control se reducen o desaparecen
completamente. Por ejemplo, un estudio adjudicó aleatoriamente 45 pacientes con
trastorno de pánico a 15 sesiones de TCC o a una terapia descrita como “no prescriptiva”
en la que se animaba al terapeuta a ofrecer una escucha reflexiva (Shear, Pilkonis, Cloitre
y Leon, 1994). No se hallaron diferencias significativas ni el período posterior a la terapia ni
el seguimiento a los 6 meses. En una reproducción parcial, el mismo grupo (Shear, Houck,
Greeno y Masters, 2001) halló una diferencia entre la TCC y su forma de terapia no
prescriptiva, pero la diferencia es pequeña en relación con las intervenciones de control
menos creíbles. En el meta-análisis de Nordhus y Pallesen (2003) de los tratamientos
psicológicos para la angustia de la fase final de la vida, se apuntan numerosos estudios en
los cuales la efectividad de la TCC es reducida o incluso invertida cuando la condición de
control es un placebo psicoterapéutico altamente creíble (p. ej. Wetherell, Gatz y Craske,
2003).
Hay pocas pruebas de terapia psicodinámica breve para el pánico y ninguna aborda
inequívocamente la efectividad de este enfoque. Milrod y sus colegas han trabajado
durante muchos años para establecer la base de evidencia para una psicoterapia
psicoanalítica manualizada focalizada en el pánico (Busch, Milrod, Cooper y Shapiro, 1996;
Busch, Milrod y Singer, 2000; Milrod, Busch, Cooper y Shapiro, 1997). Este equipo informa
de una prueba abierta de psicoterapia psicoanalítica con 21 pacientes a los que se ve dos
veces por semana durante 12 semanas con un seguimiento de 6 meses (Milrod, Busch y
col., 2001; Milrod y col., 2000). Dieciséis de los 21 participantes mostraron remisión
(definida como una reducción en cuanto al punto de partida del más del 50% en la escala
de gravedad del trastorno de pánico). Los resultados se probaron estables en un período
de seguimiento inusualmente prolongado de 40 semanas. De aquellos que completaron el
tratamiento, se consideró que en el 93% había remitido al final del tratamiento y en el 90%
en el seguimiento.
Scarvalone y colegas (1995) contrastaron una terapia psicodinámica grupal con un grupo
de control de lista de espera. Todos los participantes (N= 40) tenían historias de abuso
sexual, aunque no todos tenían síntomas de TEPT en la actualidad. Tras el tratamiento, el
39% de aquellos que estuvieron en el grupo psicodinámico, en oposición al 83% de los que
estuvieron en el grupo de control, encajaban con los criterios diagnósticos. (RRDPTSD=
.47; 95% CI: .27, .83).
Una PAC relativamente amplia de Holland (Brom, Kleber y Defares, 1989) contrastaba la
terapia psicodinámica, la hipnoterapia y la desensibilización al trauma en el tratamiento de
114 individuos con un diagnóstico de TEPT. Muchos estaban desolados y sólo en torno al
20% informó haber vivido un suceso traumático. También había un grupo de control de
lista de espera. La duración media del tratamiento variaba según las condiciones
(desensibilización al trauma= 15 semanas, hipnoterapia= 14,4 semanas, PPCP= 18.8
semanas). El estudio informó que todos los tratamientos eran superiores al grupo de
control de lista de espera, con mejoras clínicamente significativas en torno al 60% de los
pacientes tratados y el 26% de los no tratados (RRDPTSD= 2.28; 95% CI: 1.12, 4.64). En
el postratamiento, la terapia psicodinámica pareció tener los efectos más débiles, pero los
cambios terapéuticos continuaron en este grupo y en el seguimiento coincidieron o
superaron a los de otras terapias. Curiosamente, la desensibilización al trauma tuvo una
mayor influencia en las intrusiones y la terapia psicodinámica tuvo más influencia en la
evitación.
La reacción de sufrimiento complejo fue el foco de una PAC posterior de psicoterapia
individual breve en contraste con una terapia grupal llevada a cabo por voluntarios no
clínicos expertos por su experiencia (Marmar, Horowitz, Weiss, Wilner y Kaltreider, 1988).
La terapia estaba basada en el modelo de Horowitz de dolor patológico y fue realizada por
terapeutas experimentados. Sesenta y un pacientes fueron adjudicados aleatoriamente, y
los resultados se evaluaron al final del tratamiento, a los 4 meses, y al año de haber
finalizado. Los pacientes recibieron 12 sesiones de terapia en cada grupo. La superioridad
del grupo de psicoterapia fue principalmente en cuanto a reducir el sentimiento de pesar en
las fases tempranas y al final del tratamiento. Casi un tercio de aquellos que estaban en
tratamiento grupal terminaron en el primer tercio del tratamiento (RRDROPOUT= .42; 95%
CI: .24, .73). Los resultados del auto-reporte ofrecieron evidencias de la superioridad de la
psicoterapia a los 4 meses y al año en el índice de severidad general (ISG) del SCL-90
(SMDSCL90= .6; 95% CI: -1.1, -0.8). Aparte del ISG, los índices del observador y las
diferencias del auto-reporte favorecieron a la psicoterapia de grupo pero no fueron
estadísticamente significativos. Lo más probable es que esto fuera porque el grupo de
autoayuda fue sorprendentemente efectivo, al menos para aquellos que asistieron a él.
Esta prueba fue diseñada antes del reconocimiento más amplio del valor de los grupos de
autoayuda; de otro modo tal vez los investigadores podían haber elegido una comparación
menos desafiante.
Un programa impresionante de trabajo realizado por William Piper y colegas (Piper y col.,
1991; Piper, Joyce, McCallum y Azim, 1998) examinaba los efectos de la terapia
interpretativa limitada en el tiempo, tanto en un contexto individual como de hospitalización
parcial (Piper, 1996). Sin embargo, estos estudios fueron realizados con muestras
heterogéneas de pacientes psiquiátricos externos y por lo tanto no son relevantes para una
revisión basada en el diagnóstico. Una prueba importante exploraba el valor de la terapia
de grupo interpretativa versus la de apoyo para individuos con reacciones complicadas de
sufrimiento (Ogrodniczuk, Piper, McCallum, Joyce y Rosie, 2002; Piper, McCallum, Joyce,
Rosie y Ogrodniczuk, 2001). Ambas terapias se modificaron para que fueran apropiadas
para el tratamiento grupal del dolor, pero mientras que la terapia interpretativa estaba
encaminada a fomentar el insight en cuanto a los conflictos repetitivos asociados con las
pérdidas, la terapia de apoyo incluía el elogio y la gratificación. Los tratamientos eran
manualizados, las sesiones se grabaron en video, y los grupos se reunieron 12 veces
durante 90 minutos una vez por semana. Ambos tratamientos fueron efectivos en cuanto a
una gama excepcionalmente amplia de mediciones de resultados que abarca síntomas
generales, síntomas de sufrimiento y problemas que constituyen objetivos. El hallazgo más
informativo que se extrae de este estudio fue la interacción entre el tipo de terapia y la
medición de la relación de objeto. La capacidad de introspección psicológica se asoció con
la mejora tanto en la terapia interpretativa como en la de apoyo. Se halló que una curiosa y
compleja medición, basada en la entrevista, de la cualidad de las relaciones de objeto, la
QOR (Piper y col., 1991) interactuaba con estos modos de terapia en un modo
significativamente relacionado con las formulaciones psicodinámicas. Las relaciones de
objeto de calidad o maduras según el QOR parecen predecir un mayor beneficio a partir de
la terapia interpretativa, mientras que aquellas relaciones consideradas más primitivas, de
búsqueda, o controladoras, tenían más probabilidad de beneficiarse de la terapia de apoyo.
Una investigación posterior (Piper, Ogrodniczuk, McCallum, Joyce y Rosie, 2003) sugería
que el equilibrio de expresiones de afecto positivo y negativo durante la terapia era el
mediador importante de esta asociación. Este programa sugiere que la PPCP puede ser un
tratamiento relativamente efectivo para las reacciones de sufrimiento complejo y que los
individuos con representaciones más maduras de las relaciones interpersonales tienen
más probabilidad de beneficiarse de él.
Resumen
La investigación del tratamiento de la ansiedad representa la “home base” [N. de T.: home
base es un término que alude, en el juego de béisbol, al lugar donde el bateador recibe la
bola] de los enfoques cognitivo-conductuales. El TAG representa su desafío más
importante. Una prueba no controlada sugería que la PPCP podía tener algo que ofrecer a
estos pacientes. Una prueba controlada comparando una forma no específica de PPCP
con la terapia cognitiva mostró que esta última era sustancialmente más efectiva a corto y
medio plazo. Los resultados decepcionantes de la rama psicodinámica de la prueba
pueden relacionarse con la no especificidad y la naturaleza no estructurada de esta
terapia.
Es llamativo que se haya realizado tan poca investigación para establecer la pertinencia de
los enfoques psicodinámicos respecto a la ansiedad, que es tan central tanto para la teoría
como para la práctica psicoanalítica. Posiblemente los terapeutas psicodinámicos no
consideren los síntomas de la ansiedad lo suficientemente importantes, como puede
sugerir el término de Freud angustia señal. Pasando por alto el problema superficial de los
síntomas de la angustia, intentan lograr el cambio en las estructuras subyacentes incluso
en las terapias breves. Perdiendo el foco, encuentran relativamente difícil provocar el
cambio. Es preciso un enfoque como el de Milrod, que retiene el foco en el síntoma al
tiempo que explora los determinantes inconscientes, para lograr el cambio rápido. La
importancia de los problemas relacionados con la angustia demanda que se inicien más
estudios.
Trastornos de alimentación
Anorexia nerviosa
La mayoría de los tratamientos actuales para la anorexia nerviosa (terapia conductual [TC],
TCC, terapia familiar, psicoterapia psicodinámica) reconocen la importancia de establecer
un régimen dietético adecuado que es común a todos los tratamientos. Un primer estudio
(Hall y Crisp, 1987) asignó 30 pacientes anoréxicos bien a consulta dietética bien a
psicoterapia. La psicoterapia era psicodinámica, impartida bien individualmente o
implicando a toda la familia durante 12 sesiones con intervalos de dos semanas. El grupo
de orientación dietética suponía 15 sesiones de una hora a intervalos semanales o
quincenales con un dietista. No hubo diferencia entre los grupos en cuanto al peso corporal
en el postratamiento ni en el seguimiento al año de finalizarlo. Aquellos que recibieron
psicoterapia mostraron mejores puntuaciones de ajuste social y sexual. Los tamaños de la
muestra hicieron difícil interpretar estos resultados, porque la mayoría de los participantes
en la rama de la anorexia mostraron un aumento de peso sustancial y el promedio inferior
en cuanto a los grupos de control fue debido a tres individuos que mostraron una pérdida
de peso sustancial. No es necesario decir que en este primer estudio la psicoterapia
(PPCP) no estaba manualizada.
La prueba más amplia que implicaba a la PPCP fue la de Dare y colegas (2001). Ochenta y
cuatro pacientes fueron reclutados para PPCP basada en el enfoque de Malan, terapia
familiar (Dare y Eisler, 1997) y terapia analítica cognitiva (Ryle, 1990). El grupo de control
recibió atención psiquiátrica estándar (por parte de psiquiatras en formación). Esta prueba
fue desarrollada en un marco de cuidado terciario; la mayoría de los pacientes había tenido
uno o más fracasos en sus tratamientos. No era de extrañar que los resultados fueran
pobres (los incrementos medios de peso fueron pequeños y hubo pacientes que llegaron a
la desnutrición) pero ofrecieron evidencia para los tres enfoques de tratamiento. Tras un
año de tratamiento, en torno a la tercera parte de los pacientes en cada una de las
especialidades psicoterapéuticas ya no cumplía los criterios del DSM para la anorexia
nerviosa, en comparación con sólo el 5% de los que recibían tratamiento rutinario (RRDAN:
7.0; 95% CI: 1.0, 48.9). No fue posible diferenciar claramente entre las tres psicoterapias
especializadas en cuanto una mejora basada en la ganancia de peso, menstruación y
síntomas bulímicos, aunque el ratio de probabilidades de mejora en PPCP y terapia
familiar fue mejor y significativamente diferente del del tratamiento de rutina (RRFOCAL:
1.99; 95% CI: .85, 4.68) (RRFAMTHER: 1.55; 95% CI: .63, 3.84). El estudio fue poco
impulsado, sin embargo, y el seguimiento fue parcial.
Crisp y colegas (1991) informan de una PAC con 20 pacientes ubicados en una de las
cuatro ramas de tratamiento: tratamiento interno, psicoterapia externa individual y familiar
(12 sesiones durante 10 meses), 10 sesiones de terapia de grupo y evaluación inicial junto
con tratamiento como suele ser normal en la atención social. El grupo de terapia individual
fue significativamente mejor al final del tratamiento que los de pacientes internos y el grupo
de tratamiento mínimo. La psicoterapia individual fue estructurada, en cierto modo ecléctica
en cuanto a orientación, y realizada por psicoterapeutas con experiencia. El grupo de
pacientes internos recibió una serie de tratamientos basados en técnicas conductuales
junto con tratamientos del medio y terapia individual y familiar. Gowers y colegas (1994)
elaboraron un informe sobre el resultado del grupo de pacientes externos en comparación
con el grupo de tratamiento mínimo dos años después de haber finalizado el tratamiento.
Los miembros del grupo de externos mantuvieron y siguieron mejorando su ganancia de
peso, que era más del doble que la del grupo de control. Mientras que se juzgó que el 60%
del grupo de psicoterapia estaba bien (dentro del 15% del peso de la población media
[PPM], menstruación y hábitos alimenticios normales) o casi bien (dentro del 15% del PPM,
menstruación casi normal y/o hábitos alimenticios anormales), sólo se consideró así el 20%
del grupo de control (RRDAN: 3.0; 95% CI: 1.16, 7.73). A pesar del reducido tamaño de la
muestra, el estudio sugiere que se producen sustanciales beneficios para los pacientes
anoréxicos a partir de la terapia psicodinámica apoyada por terapia familiar. Sin embargo,
la forma de terapia ofrecida fue ecléctica en lugar de ser una forma pura de PPCP; por
tanto, los elementos efectivos pueden estar en realidad asociados con los elementos
estratégicos o directivos.
Bulimia nerviosa
Obesidad
Beutel y colegas (2001) informaron de una prueba inusual que implicaba el tratamiento de
la obesidad en pacientes internos (BMI > 35 kg/m2). Noventa y ocho pacientes
consecutivos fueron aleatoriamente ubicados en un tratamiento conductual de 6 semanas
en régimen interno (n= 46) o psicodinámico (n= 52) que suponían trabajo individual y de
grupo en ambos enfoques. Medían la pérdida de peso, la conducta alimentaria, la imagen
corporal y la satisfacción de vida. Aunque ambas intervenciones se asociaron con
beneficios sustanciales, no hubo diferencias entre los dos programas en cuanto a la
pérdida de peso o los cambios en la conducta alimentaria.
Resumen
La PPCP no funciona tan bien en el tratamiento de la bulimia. Una prueba indicaba que la
PPCP era en cierto modo menos efectiva que la TCC, mientras que en otro estudio la
superioridad de la PPCP está basada en una reducida muestra y en una implementación
poco usual de la terapia cognitiva. En una prueba que exploraba los tratamientos
farmacológicos y psicosocial combinados, la PPCP de apoyo no específica resultó ser
menos efectiva que la TCC a la hora de fomentar el efecto de la medicación.
En general, como sucede en otros contextos, cuando la PPCP se ve modificada para un
problema clínico específico, tiene muchas más probabilidades de ser efectiva. Es
comparable a un enfoque cognitivo-conductual refinado de manera similar. Como
tratamiento de apoyo genérico, no es probable que sea una recomendación adecuada para
ninguno de los trastornos alimentarios aquí considerados, pero como enfoque específico,
tal vez tiene más probabilidades de ser beneficioso.
Abuso de sustancias
Las terapias psicoanalíticas no tienen una tradición fuerte en el tratamiento del abuso de
sustancias. Han existido investigaciones teóricas y clínicas de los problemas pero pocos
estudios de casos substanciales (Hopper, 1995; Jonson, 1999; Radford, Wiseberger y
Yorke, 1972). Sin embargo, a la luz de los datos que van emergiendo sobre los índices de
prevalencia de la dependencia del alcohol y las drogas, tal vez con un aumento del 7%
(Hickman y col., 1999; Kessler y col., 1994; Kraus y col., 2003), parece importante
establecer si la psicoterapia psicoanalítica tiene algo en lo que contribuir a este importante
problema de salud pública.
Si nos fijamos en psicoterapias dinámicas más específicas, encontramos que hay algunos
estudios de terapia dinámica que muestran superioridad frente a un grupo de control sin
tratamiento (Brandsma, Maultsby y Welsh, 1980; Kissin y Gross, 1968). Sin embargo,
cuando el contraste es con enfoques de intervención mínima, parece obtenerse un escaso
beneficio demostrable del tratamiento psicoterapéutico dinámico (Crumbach y Carr, 1979;
Zimberg, 1974). Los estudios que sugieren diferencias se caracterizan por una
metodología pobre (Miller y Hester, 1986). Sólo una prueba (entre las 381 listadas en la
base de datos de Miller) apoya un enfoque psicodinámico (Sandahl, Herlittz, Ahlin y
Rönnberg, 1998). Los investigadores adjudicaron aleatoriamente 49 pacientes que
cumplían los criterios para la dependencia del alcohol a terapia psicodinámica de grupo o a
terapia de grupo cognitivo-conductual Todos los pacientes habían completado el
tratamiento como internos. No había diferencias estadísticamente significativas entre los
grupos, pero en la pos-terapia y, lo que es más importante, en el seguimiento a los 15
meses, ambos grupos habían mejorado. Aunque no era estadísticamente significativa, la
tendencia era que el grupo de psicoterapia psicodinámica mostraba un mejor
mantenimiento de los beneficios.
Dependencia de la cocaína
Kang y colegas (1991) informaron de una importante prueba para estudiar la eficacia de la
psicoterapia semanal o familiar contrastada con la terapia grupal dirigida por un para-
profesional entre pacientes con trastornos por consumo de cocaína. Los participantes
fueron reclutados entre aquellos que buscaban tratamiento externo, y 168 consintieron con
una de las tres ramas de la prueba. De aquellos que participaron en la prueba, 122 fueron
entrevistados 6 y 12 meses después, y se compararon los índices de gravedad de la
adicción. El desgaste fue extremadamente alto, con sólo el 50% acudiendo a más de una
sesión y el 22% a más de seis. El 19% de los 122 sujetos ya no consumían cocaína en el
momento del seguimiento. Había una fuerte relación entre el logro de la abstinencia y las
mejoras en los síntomas psiquiátricos y los problemas familiares. No había relación entre el
acudir a las sesiones de terapia y el resultado. Los autores consideraron que los resultados
de la prueba indicaban que la psicoterapia semanal de pacientes externos es un
tratamiento insuficiente para el trastorno de consumo de cocaína. Los resultados indican
que se requiere el tratamiento con pacientes internos o un tratamiento más intensivo en el
caso de pacientes externos.
Una segunda prueba, el National Institute of Drug Abuse Collaborative Cocaine Treatment
Study (Crits-Cristoph y col., 1997; Crits Cristoph y col., 1999; Crits-Cristoph y col, 2001),
adjudicaba aleatoriamente 487 pacientes con una grave dependencia de la cocaína que
cumplían los criterios de abuso de la cocaína, de los cuales el 75% fumaba crack y el 33%
también cumplía los criterios de dependencia del alcohol, a uno de estos cuatro
tratamientos: consulta grupal de drogas (CGD) siguiendo el modelo de 12 pasos; CGD
combinada con consulta individual de drogas (CID); CGD combinada con TCC, o CGD
combinada con PPCP. Se ofrecieron los tratamientos a lo largo de 6 meses, durante los
cuales los participantes tuvieron 24 sesiones grupales y un máximo de 36 individuales. El
tratamiento careció de aceptación. Al mes, el 3,50% de los participantes había abandonado
el tratamiento, y en total sólo lo completó el 28%. Todos los tratamientos mostraban
mejoras importantes desde el punto de partida hasta el momento de finalización del mismo
en cuanto al consumo de cocaína (en los últimos 30 días). La mejora más importante fue
con la CID. Al sexto mes, aproximadamente el 40% de los pacientes del grupo de CID
informaban de consumo de cocaína en comparación con el 58% en TCC, el 50% en PPCP
y el 52% en CGD (RRCIDvsPPCP@6meses: 1.24; 95% CI: .94, 1.64)
(RRCIDvsTCC@6meses: 1.35; 95% CI: 1.03, 1.77). En el seguimiento a los 12 meses,
estos porcentajes eran del 40%, 46% 48% y 47%. La diferencia entre CID y los otros
tratamientos era estadísticamente significativa. La TCC y la PPCP retuvieron mejor a los
pacientes, pero la CID produjo una mayor mejora en términos de abstinencia.
Curiosamente los niveles más altos de alianza se asociaron con una mejor retención en la
COID y la PPCP pero con una peor retención en la TCC (Crits-Christoph y col., 2001) No
hubo diferencia entre los tratamientos en cuanto a mediciones psicológicas, sociales e
interpersonales asociadas (Crits-Christoph y col., 2001). Debería notarse que, aunque este
es uno de los tests más sofisticados del valor de la PPCP, hay algunos defectos cruciales
en el diseño. En la evaluación ampliada (2 semanas) de los participantes iniciales (aquellos
con un mayor nivel de necesidades de dependencia) fueron descartados para la prueba, y
los pacientes con medicación psicotrópica, que más podían haberse beneficiado de la
PPCP o la TCC fueron excluidos.
Dependencia de opiáceos
Woody y colegas (Woody, McLellan, Luborsky y O’Brien, 1987; Woody y col., 1983;
Woody, McLellan, Luborsky y O’Brien, 1990, 1995) desarrollaron un estudio crucial
aleatorio de la terapia expresiva de apoyo contrastada con la TCC en individuos con
metadona dependientes de opiáceos. Estas dos formas de terapia se comparaban con 24
semanas de consejería de droga. El número de sesiones para las tres condiciones no era
el mismo: 17 para la consejería de droga, 12 para la PPCP, y 10 para la TCC. De 305
pacientes que cumplían los criterios, 185 estuvieron de acuerdo en formar parte pero sólo
110 se comprometieron en la prueba. Los pacientes de los tres grupos mostraron mejorías
en cuanto a disminución del consumo de drogas, reducción de conductas criminales y
mejor funcionamiento psicológico en el seguimiento a los 7 meses. Hubo ventajas para el
grupo de PPCP en cuando a los problemas psicológicos, los días de trabajo, el dinero
ganado legalmente y el consumo de drogas y ventajas para los de TCC en cuanto a
enfrentarse a problemas legales. A ambos grupos de terapia les fue mejor que al grupo de
sólo consulta de drogas. En el seguimiento a los 12 meses, se disponía de datos de 93
participantes, de los que aquellos en los dos grupos de psicoterapia mostraban una mayor
mejoría. La TCC mostró el mismo tipo de ventajas que la PPCP en la mayoría de
mediciones. Sin embargo, el 44% de los que hicieron PPCP versus el 26% de los de TCC y
el 18% de los de consulta de drogas estaban con metadona a los 12 meses (RRCPPCP vs
TCC METADONA: 1.71; 95% CI: .88, 3.31) (RRCPPCP vs CONTROLMETADONA: 2.44;
95% CI: 1.12, 5.3).
Una duplicación parcial de este estudio (Woody y col., 1995) en un marco comunitario
abordaba una limitación del estudio previo: que los participantes en psicoterapia tenían un
consejero de drogas y un psicoterapeuta. En el segundo estudio, los clientes adjudicados a
sólo consejería de drogas (n= 41) tuvieron acceso a dos consejeros de drogas,
coincidiendo con el grupo de psicoterapia (n= 82). El número de sesiones de una y otra
rama también se equiparó en este segundo estudio. No hubo diferencias entre los grupos
en cuanto a las muestras de orina con resultados positivos de opiáceos, pero hubo una
diferencia en cuanto a cocaína en los análisis de orina (22% en la PPCP y 36% en la
consejería de drogas, RRCOCAINAPPCPvsCD: .6; 95% CI: .34, 1.06). El patrón de
resultados a través del tiempo indicó consistentemente que aunque los grupos eran
equivalentes al final del tratamiento, el grupo de consejería de drogas empeoró durante el
seguimiento mientras que el grupo de PPCP mejoró durante el mismo periodo. Este
estudio, sin embargo, encontró que los problemas que se enfrentan a la efectividad como
opuestos a los estudios de eficacia (rápidos cambios en el personal, protocolos clínicos por
debajo del nivel óptimo, falta de cooperación entre centros clínicos). Así que el grado de
cambio observado es aún más impresionante.
Resumen
De nuevo, para bajos niveles de dependencia de la cocaína, los tratamientos más breves
parecen ser los adecuados. Pero para individuos con problemas más severos, parece
problemático tanto el comprometerse con el tratamiento como el mantener el compromiso
con una psicoterapia formal. La psicoterapia expresiva de apoyo parece de escaso valor en
el contexto del abuso de la cocaína. De hecho, los tratamientos que no se implican con los
clientes en el contexto comunitario parecen ser de limitada relevancia. Es una cuestión
obvia si la PPCP podría ser modificada para incorporar la implicación comunitaria.
Un cuadro diferente emerge en el contexto del abuso de los opiáceos, donde el tratamiento
psicodinámico demostró ser eficaz en las dos pruebas, desgraciadamente (desde el punto
de vista de los criterios EST) llevadas a cabo por el mismo equipo. Sin embargo, en este
contexto, hay un caso prima facie para la efectividad inapelable de la terapia expresiva de
apoyo puesto que ni la PTI (Rounsaville, Glazer, Wilber, Weissman y Kleber, 1983) ni
ciertas terapias cognitivas (Dawe y col., 1993; Kasvikis, Bradley, Powell, Marks y Gray,
1991) parecen haber tenido el mismo impacto. Sin embargo, la consulta genérica o ciertos
tipos de intervenciones basadas en la familia pueden fomentar la efectividad del
tratamiento con metadona al igual que parece hacerlo la PPCP. En esta área, hay una
necesidad urgente de duplicación por un grupo independiente de trabajadores que deseen
implementar la estrategia terapéutica expresiva de apoyo.
Trastornos de personalidad
Los trastornos de personalidad representan un desafío especial para la investigación de
resultados a causa del alto nivel de comorbilidad entre los diagnósticos del Eje I y el Eje II y
entre los diagnósticos del propio Eje II (Swartz, Blazer y Winfield, 1990; Zimmerman y
Coryell, 1990). La investigación del tratamiento es en cierto modo limitada, pero ha sido
fuertemente fomentada por la actividad reciente en los nuevos enfoques de la terapia
cognitiva-conductual (Blue, Pfohl, John, Monahan y Black, 2002; Koons y col., 2001;
Linehan y col., 1999) y de los tratamientos psicodinámicos (Bateman y Fonagy, 2004;
Clarkin y col., 2001; Clarkin, Levy, Lenzenweger y Kernberg, 2004b; Ryle y Golynkina,
2000).
Hay más estudios sobre el trastorno borderline de la personalidad (TBP) que sobre otros
trastornos de personalidad. Se han hecho numerosas pruebas abiertas no controladas del
tratamiento psicodinámico del TBP. El estudio Menninger de 42 pacientes llevado a cabo
en los años 50 es históricamente importante como el primer intento serio, relativamente
sólido metodológicamente, de evaluar el resultado de cualquier tipo de terapia psicológica
(Wallerstein, 1986, 1989). Fue un estudio del psicoanálisis y la psicoterapia psicodinámica
expresiva de apoyo. Uno puede preguntarse ¿qué pasó con este espíritu pionero? Los
hallazgos del estudio son complejos pero en general implican que las personalidades más
maduras con mejores relaciones interpersonales responden bien a la terapia expresiva-
interpretativa, mientras que aquellas con una escasa fuerza del yo responden mejor a las
intervenciones de apoyo. Se han realizado numerosos estudios naturalistas (Antikainen,
Hintikka, Lethonen, Koponen y Arstila, 1995; Karterud y col., 1992; Monsen, Odland,
Faugli, Daae y Eilertsen, 1995; Tucker, Bauer, Wagner, Harlam y Sher, 1987; Waldinger y
Gunderson, 1984; Wilberg y col., 1998). Estos estudios con muestras de varios tamaños
hablan de la relativa eficacia de varias formas de terapia psicodinámica pero tenían muy
poco en común en términos de protocolos de tratamiento como para permitir sacar
conclusiones en torno a la efectividad de este enfoque.
Una prueba australiana sin control llama la atención en cuanto a su rigor metodológico
(Meares, Stevenson y Comerford, 1999; Stevenson y Meares, 1992, 1999). En esta prueba
abierta, 48 pacientes recibieron terapia externa interpersonal desde la psicología del yo
dos veces por semana durante 12 meses. El contraste se realizaba con pacientes de una
lista de espera de 12 meses. Desgraciadamente, la adjudicación no era aleatoria y la
gravedad del grupo de lista de espera era relativamente menor. El 30% del grupo de
tratamiento dejó de cumplir los criterios del TBP al final del primer año. Hubo poca señal de
cambio en el grupo de control. Sin embargo, los cálculos del intento de tratamiento sólo
estimaron un índice de remisión del 19%, lo que es comparable al cambio espontáneo en
los estudios de seguimiento. Un grupo de control de lista de espera es problemático y a
veces se refieren a él como grupo “nocebo” a causa de las contingencias implícitas de que
estar en una lista de espera no implica cambios.
El grupo de Cornell (Clarkin y col., 2001) reportó los resultados de 23 pacientes femeninas
tratadas en psicoterapia centrada en la transferencia. La prueba, un estudio piloto para el
Instituto de Trastornos de Personalidad, Fundación para la Investigación del Trastorno
Borderline de Personalidad RCT (Clarkin y col., 2004b), fue un estudio cuidadosamente
dirigido de 23 pacientes femeninas. Tras un año de tratamiento, la conducta suicida
disminuyó sustancialmente y la comparación de los días previos y posteriores de los
pacientes internos sugirió una reducción de costes significativa.
Chiesa y colegas (Chiesa y Fonagy, 2000, 2003; Chiesa, Fonagy, Holmes y Drahorad,
2004; Chiesa, Fonagy, Holmes, Drahorad y Harrison-Hall, 2002) informaron de una prueba
controlada pero no aleatoria de tratamiento psicodinámico de pacientes internos. Se
contrastaron dos formas de tratamiento con base hospitalaria con un modelo de
tratamiento psiquiátrico general con base social. En el primer protocolo, los pacientes eran
admitidos durante unos 12 meses sin atención posterior. En el segundo, los pacientes eran
admitidos sólo durante 6 meses, pero a esto le seguía 12 meses de terapia externa con
apoyo de la asistencia social. La tercera rama recibió atención psiquiátrica comunicativa
(medicación y breve internamientos hospitalarios en caso de ser necesarios). Doscientos
diez pacientes con al menos un diagnóstico de trastorno de personalidad fueron ubicados
en tres grupos según criterios geográficos. El resultado fue evaluado a los 6, 12 y 24
meses en cuanto a los intentos de autolesión y suicidio y en cuanto a los auto-reportes de
severidad de síntomas y adaptación social. A los 24 meses, sólo la condición por fases o
reducida mostraba mejorías, mientras que los pacientes en el modelo residencia de larga
duración no mostraron mejoría en cuanto a autolesión, intento de suicidio y número de
readmisiones. Hubo reducciones significativas en la gravedad de los síntomas, y mejoras
en la adaptación social y el funcionamiento global. Los pacientes en el grupo psiquiátrico
no mostraron mejoría en estas variables, excepto en autolesión. El 47% del grupo de
pacientes internos y el 73% y el 71% de los grupos psiquiátricos reducido y general,
respectivamente, no mostraron autolesión en los 12 meses previos
(RRINPvsTAU@24MONTHS: .66; 95% CI: .47, .93; RRSDPvs TAU@24MONTHS: 1.03;
95% CI: .81, 1.32). A los 24 meses, hubo más miembros del grupo de pacientes internos
que tuvieron internamientos hospitalarios en los 12 meses previos (el 49% del grupo de
pacientes internos comparado con el 11% para el grupo de cuidado reducido y el 33% para
el grupo de atención psiquiátrica general; RRINPvsTAU@24MONTHS: 1.5; 95% CI: .92,
2.45; RRSDPvsTAU@24MONTHS: .34; 95% CI: .14, .85). Así, en términos de resultado
clínico, el grupo de tratamiento psiquiátrico general fue en cierto modo inferior al grupo
reducido y superior al grupo interno. Los hallazgos indican que la terapia de larga duración
con pacientes internos puede ser iatrogénica y socavar algunos de los componentes
efectivos de un modo de tratamiento que ofrece resultados positivos sustanciales en dosis
más moderadas. Sólo en torno al 10-12% del grupo psiquiátrico general mostró un cambio
clínicamente significativo en la sintomatología y el ajuste social, comparado con más de la
mitad en el grupo reducido y sólo una cuarta parte del grupo de internos. Las puntuaciones
GSI quedaron más o menos inalteradas en el grupo psiquiátrico general. Se redujeron por
la mitad de una desviación estándar en el grupo de pacientes internos y por una desviación
estándar total en el grupo reducido.
Sólo hay disponible un estudio aleatorio y controlado. Bateman y Fonagy (1999, 2001,
2003) informaron de un estudio de 38 pacientes asignados a hospitalización especialista
parcial o a atención rutinaria. A los 18 meses, los de hospitalización parcial mostraban
beneficios significativos en los controles de mediciones de índice de suicidio, autolesión y
permanencia interna. Estos beneficios se hacían obvios a los 6-12 meses de tratamiento y
se incrementaban con el tiempo. El seguimiento a los 18 meses, que incluía un análisis del
intento de tratamiento, demostró que los pacientes en el programa no sólo mantenían sus
beneficios, sino que mejoraron más aún. Al final del tratamiento, el 84% de los pacientes
del tratamiento usual y el 36% de los pacientes de hospitalización parcial habían mostrado
conductas autolesionantes en los 6 meses previos (RRSH@18MONTHS: .43; 95% CI: .24,
.75). A los 36 meses, el 58% de los controles y el 8% de los pacientes con hospitalización
parcial se habían autolesionado en los 6 meses previos (RRSH@36MONTHS: .14; 95% CI:
.03, .55). Un análisis coste-beneficios sugirió que en el curso del tratamiento, los costes
adicionales del programa se veían eclipsados por las reducciones en los costes de
atención interna y de urgencias, así como de la medicación. La diferencia en los costes por
paciente se hizo obvia en el período de seguimiento. El coste medio anual de la utilización
de los servicios fue de 15.500 $ para el grupo de tratamiento usual y de 3.200 $ para el
grupo de hospitalización parcial.
Conocemos sólo una prueba abierta de terapia psicodinámica que focaliza explícitamente
en el trastorno evitativo de personalidad (Barber, Morse, Krakauer, Chittams y Crits-
Christoph, 1997). Los investigadores usaron psicoterapia expresiva de apoyo en el
tratamiento de 38 individuos, de los cuales dos terceras partes tenían trastorno evitativo de
la personalidad y una tercera parte trastorno obsesivo-compulsivo. La aflicción fue alta, y el
50% de los que tenían trastorno evitativo de la personalidad dejaron la terapia
prematuramente. El 40% de los que tenían trastorno evitativo de la personalidad y
permanecieron en terapia mantuvieron su diagnóstico. Aquellos con trastorno obsesivo-
compulsivo tuvieron mejores índices de permanencia y mejores resultados.
Una pequeña prueba noruega (Svartberg, Stiles y Seltzer, 2004) compararon la PPCP con
la terapia cognitiva para pacientes externos con trastorno de la personalidad del grupo C.
Cincuenta y un pacientes se ubicaron aleatoriamente para recibir 40 sesiones semanales
de terapia dinámica (según el enfoque de Malan) o terapia cognitiva (según el enfoque de
Beck). Las sesiones se grabaron en video, y se llevaron a cabo controles de adherencia e
integridad en ambas terapias. Sólo dos pacientes no asistieron a las evaluaciones de
seguimiento a los 6, 12 y 24 meses. Ambos grupos mejoraron y continuaron mejorando
después del tratamiento, tanto sintomatológicamente como en cuanto a su perfil de
personalidad (Inventario Clínico Multieje de Millon). En la SCL-90, el 38% y el 17%
respectivamente, para la PPCP y la terapia cognitiva se recuperaron a un estado
asintomático (por debajo del punto de corte clínico) al final del tratamiento (RRSCL-
90@12MONTHS: 2.6; 95% CI: .94, 7.22) y en el seguimiento a los dos años, se había
aumentado al 54% y 4l 42% respectivamente (RRSCL-90@24MONTHS: 1.46; 95% CI: .8,
2.65). Estas cifras fueron en cierto modo más bajas para el cambio de personalidad en el
inventario de Millon (el 63% del grupo de PPCP y el 48% del grupo de TCC cambió en esta
medición; RRMILLON@24MONTHS: 1.39; 95% CI: .83, 2.31). Los resultados del test de
equivalencia clínica (dentro de un intervalo del 20% de una diferencia cero) sugieren que
las diferencias entre grupos en el Millon probablemente son triviales pero que las
diferencias en el SCL-90 pueden ser de importancia clínica. Tristemente, el estudio no está
lo suficientemente potenciado como para detectar más que un gran tamaño del efecto, lo
que no es probable que se observe en este tipo de contexto.
Una prueba aleatoria comparó la PPCP para los individuos con trastornos de personalidad
predominantemente del grupo C según las líneas desarrolladas por Malan y Davanloo
(n=31) con la psicoterapia breve adaptativa (PBA) desarrollada por los autores (Winston y
col., 1994) (n=32). También hubo un grupo de control de lista de espera (n=26). Los
autores consideran la primera forma de PPCP como más confrontadora, pero ambas
parecen abordar la conducta defensiva y provocar el afecto en contextos interpersonales.
Treinta y dos pacientes fueron aleatoriamente ubicados en PBA y 31 en PPCP más
tradicional. Veinticinco completaron la PPCP y 30 completaron la PBA. La duración media
del tratamiento fue de 40 sesiones, pero el grupo de control de lista de espera duró sólo 15
semanas. Participó un alto número de terapeutas. Se utilizaron los manuales de
tratamiento y la grabación en video para revisar la adherencia. Aproximadamente dos
tercios del grupo tratado tuvieron un seguimiento de longitud variable. Los dos grupos
tratados mostraron un cambio significativo en la GSI de la SCL-90 de aproximadamente
una desviación estándar y cierto cambio en la Escala de Ajuste Social (EAS). No hubo
diferencias significativas entre los dos grupos tratados, lo cual no es sorprendente dada la
semejanza de los enfoques. Hubo algunas diferencias entre los grupos en cuanto al género
y diagnósticos del Eje I y heterogeneidad respecto a los diagnósticos del Eje II. El estudio
no estaba lo suficientemente potenciado como para fijarse en los beneficios concretos de
cada terapia en relación con los tipos particulares de trastornos de personalidad. Un primer
estudio realizado por el mismo grupo (Winston y col., 1991) contrastando las mismas
terapias, informó esencialmente de los mismos resultados con tamaños de efecto similares
en el GSI y el SAS. Un seguimiento más sólido de este estudio a los 18 meses (Winston y
col., 1994) indicó que los beneficios se mantenían.
Uno de los estudios más interesantes que han surgido recientemente fue el Resultado de
Estocolmo del Proyecto en Psicoterapia y Psicoanálisis (Stockholm Outcome of
Psychotherapy and Psychoanalysis Project) (Blomberg, Lazar y Sandell, 2001; Grant y
Sandell, 2004; Sandell y col., 2000). El estudio siguió a 756 personas que recibieron
tratamiento subvencionado con fondos estatales durante 3 años en psicoanálisis o
psicoterapia psicoanalítica. Los grupos fueron confeccionados ateniéndose a muchas
variables clínicas. El análisis con cuatro o cinco sesiones semanales tuvo resultados
similares en el momento de la terminación comparado con la psicoterapia de una o dos
sesiones semanales. Durante el período de seguimiento, los pacientes de psicoterapia no
cambiaron, pero aquellos que habían tenido psicoanálisis continuaron mejorando, casi
hasta un punto en que sus puntuaciones no se distinguían de las obtenidas de una
muestra sueca no clínica. Aunque los resultados del estudio son positivos para el
psicoanálisis, ciertos hallazgos son muy desafiantes. Por ejemplo, los terapeutas cuya
actitud hacia el proceso clínico recordaba más a la del “analista clásico” (neutralidad,
orientación exclusiva al insight) tuvieron los pacientes de psicoterapia con los peores
resultados, generalmente negativos.
Otra visión general (Gabbard, Gunderson y Fonagy, 2002) sugería que los tratamientos
psicoanalíticos pueden ser necesarios cuando otros tratamientos demuestran ser
ineficaces. Los autores concluían que el psicoanálisis parece consistentemente útil para
pacientes con trastornos más moderados y en cierto modo útil con aquellos con trastornos
más severos. Son necesarios estudios más controlados para confirmar estas impresiones.
Se están desarrollando numerosos estudios que testan el psicoanálisis con la metodología
del estado-del-arte y es probable que produzcan evidencias más convincentes en los años
venideros. A pesar de las limitaciones de los estudios completados, la evidencia a través
de un número significativo de pre y post investigaciones del pre y el post sugiere que el
psicoanálisis parece ser consistentemente útil para pacientes con trastornos más suaves
(neuróticos) y en cierto modo menos consistentemente para otros grupos más severos. A
través de una gama de estudios no controlados o escasamente controlados, la mayoría de
ellos llevados a cabo en Europa, los tratamientos intensivos más largos tendieron a tener
mejores resultados que los tratamientos no intensivos más breves (demostración de una
relación dosis-efecto). El impacto del psicoanálisis fue obvio más allá de la sintomatología
en las mediciones de rendimiento en el trabajo y reducciones en los costes de atención
médica.
Conclusiones
Puede haber pocas excusas válidas para la base de evidencia, actualmente débil, para el
tratamiento psicoanalítico. Al mismo tiempo que nosotros, como psicoanalistas, a menudo
afirmamos estar en el origen intelectual de otras curas verbales (p. ej. la terapia sistémica,
la terapia cognitivo-conductual), también buscamos refugiarnos tras la inmadurez relativa
de la disciplina para explicar la ausencia de evidencia investigadora para su eficacia. Sin
embargo, la base de evidencia de estos “derivados” de la terapia psicoanalítica se ha
establecido mucho más firmemente que la evidencia para el enfoque que se encuentra en
la raíz del movimiento de la psicoterapia (Holmes, 2002).
Por supuesto, hay razones para esto: razones como la naturaleza de larga duración de la
terapia, la sutileza y complejidad de sus procedimientos, el carácter esquivo de los
objetivos de resultado que manifiesta, y la incompatibilidad de la observación directa y la
necesidad de total confidencialidad. Ninguna de estas razones puede resistir el escrutinio
cuidadoso. En los últimos años, el método científico se ha ampliado a un amplio rango de
fenómenos altamente complejos, y nuestra comprensión de los procesos psicológicos que
funcionan en los trastornos mentales y su terapia psicosocial es un foco de intensa
investigación desde numerosas perspectivas. Ni el tema en cuestión ni las dificultades
inherentes a su investigación sistemática explican la relativa falta de apoyo para estudios
cualitativos empíricos y sistemáticos del proceso y el resultado de las terapias
psicoanalíticas. Actualmente, las consideraciones políticas hacen difícil la investigación
subvencionada en este campo, pero históricamente no ha sido siempre así. Una razón más
probable para la ausencia de investigación de resultados psicoanalíticos reside en las
incompatibilidades fundamentales entre las perspectivas del mundo propugnadas por el
psicoanálisis y las de la mayoría de la ciencia social actual (Whittle, 2000). Esto requerirá
un cambio en la epistemología por parte de los psicoterapeutas psicoanalíticos.
Hay varios componentes para este cambio de actitud: (1) incorporar métodos de
recolección de datos más allá de lo anecdótico, métodos que ahora están ampliamente
disponibles en la ciencia social y biológica; (2) trasladar los constructos psicoanalíticos de
lo global a lo específico, lo cual facilitará la recolección acumulativa de datos y la
identificación de los mecanismos psicológicos involucrados en el cambio en la terapia
psicodinámica; (3) considerar las explicaciones alternativas para las observaciones
conductuales del cambio; (4) incrementar la sofisticación psicoanalítica relativa a las
influencias sociales y contextuales en la conducta patológica y su respuesta al tratamiento;
(5) acabar con el espléndido aislamiento del psicoanálisis emprendiendo la colaboración
activa con otras disciplinas científicas y clínicas; (6) usar la base de conocimiento del
psicoanálisis para generar enfoques de tratamiento innovadores para las condiciones
actualmente resistentes al tratamiento; (7) integrar manipulaciones psicoterapéuticas
exitosas de otras disciplinas en un enfoque psicodinámico; (8) identificar grupos clínicos
para los cuales el método psicodinámico sea particularmente efectivo; y (9) adoptar una
actitud científica que celebre el valor de la duplicación de observaciones en lugar de su
unicidad. En lugar de temer que los campos adyacentes al psicoanálisis puedan destruir
los insights únicos ofrecidos por la terapia individual intensiva de larga duración, los
psicoanalistas deben abrazar la “cadena de conocimiento” en rápida evolución focalizada
en diferentes niveles del estudio de las relaciones cerebro-conducta. Como apuntaba
Kandel (1998; 1999), ésta puede ser la única vía para la preservación de los insights que
con tanto esfuerzo ha logrado el psicoanálisis.
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