desprendiste el aroma de la esperanza, en ti floreció la fragancia de la liberación para todos los pobres y oprimidos de la tierra. No tengas miedo de los días que te esperan. No temas. Mujer vigilante, centinela de la noche del mundo, conserva tu lámpara siempre encendida incluso en la oscuridad más absoluta de las incomprensiones con José, en la oscuridad de la burla de la gente de Nazaret, de la negativa de los hombres biempensantes, de la persecución de los poderosos de turno. ¡Sé el heraldo de la paz! Siempre. Mantén encendida la lámpara de la maravilla y la belleza a lo largo del arduo camino a Belén. ¡Espera y vive el hoy de Dios y el Señor vendrá pronto! Estás viviendo los ardores de los dolores de parto, pero en ti también están los albores de la resurrección para toda la humanidad. No estés ansiosa por fijar las estacas y las 1 señales del camino ya trazado, sino sigue recorriendo el que el Espíritu te hizo tomar y del que ni siquiera ves ahora la sombra de su destino. Deja el vestido viejo y desgastado de lo ya dicho, de lo ya conocido, de lo que ya está hecho, y ponte las vestiduras más hermosas del esplendor y de la utopía de un mundo diferente...” (Fr. Giandomenico, citado en Abrazar el futuro con esperanza, Amedeo Cencini, p. 118)