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Carta de Isabel a la Virgen

“María, primavera de Galilea,


desprendiste el aroma de la esperanza,
en ti floreció la fragancia de la liberación
para todos los pobres y oprimidos de la
tierra. No tengas miedo de los días que
te esperan. No temas.
Mujer vigilante, centinela de la noche
del mundo, conserva tu lámpara
siempre encendida incluso en la
oscuridad más absoluta de las
incomprensiones con José, en la
oscuridad de la burla de la gente de
Nazaret, de la negativa de los hombres
biempensantes, de la persecución de
los poderosos de turno.
¡Sé el heraldo de la paz! Siempre.
Mantén encendida la lámpara de la
maravilla y la belleza a lo largo del
arduo camino a Belén. ¡Espera y vive el
hoy de Dios y el Señor vendrá pronto!
Estás viviendo los ardores de los
dolores de parto, pero en ti también
están los albores de la resurrección
para toda la humanidad. No estés
ansiosa por fijar las estacas y las
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señales del camino ya trazado, sino
sigue recorriendo el que el Espíritu te
hizo tomar y del que ni siquiera ves
ahora la sombra de su destino.
Deja el vestido viejo y desgastado de lo
ya dicho, de lo ya conocido, de lo que
ya está hecho, y ponte las vestiduras
más hermosas del esplendor y de la
utopía de un mundo diferente...”
(Fr. Giandomenico, citado en Abrazar el
futuro con esperanza, Amedeo Cencini,
p. 118)

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