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Book - PROFESOR.

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¿Profesor?

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Fabián Sanabria

¿Profesor?

Taller de Edición • Rocca®


n o v e l a

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© Taller de Edición • Rocca® S. A.
Bogotá, D. C., Colombia
Primera edición, 2013
ISBN: 978-958-8545-32-5

© Fabián Sanabria

Imagen de cubierta: Matrioshka - ¿Profesor?, Edgar Guzmanruiz, 2012.


Concepto: Fabián Sanabria.
Fotografía: Santiago Mateus.

Edición y producción editorial: Taller de Edición • Rocca® S. A.


Carrera 4aA No. 26A-91, oficina 203
Teléfonos/Fax.: 243 2862 - 243 8591
taller@tallerdeedicion.com
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mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el
permiso previo por escrito del autor y del editor, Taller de Edición.

Impreso y hecho en Colombia • Printed and Made in Colombia

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Igual que escribir, leer es protestar
contra las insuficiencias de la vida.
M ario Vargas L losa

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Para Felipe Borràs
A quien le debo estos delirios…

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PREÁMBULO

Ni confesión, ni autobiografía. El presente


es un nuevo ejercicio de ficción, otra suerte de desdo-
blamiento. En este relato transcribo y adapto la voz
de un narrador, construyendo quizás una realidad pa-
ralela. Aquí vuelvo a delirar en primera persona para
descubrirme como «otro». En ese sentido, la mayor
parte de mis ecos constituye un alegato sin pausa ni
receso. Por eso, en los capítulos que siguen, tampoco
habrá comas sino vacíos que generan una letra Ma-
yúscula. De algún modo, trato de encontrarme con
alguien que quiere huir para acercarme a él sin alivio.
¿Cómo ha ocurrido eso?
Hace un tiempo enfermé gravemente, tuvie-
ron que hospitalizarme y enviarme durante varios
días a una Unidad de Cuidados Intensivos. Estuve en
«coma inducido» y no podía respirar autónomamente.
Si se quiere, entré en un profundo letargo. La falta
de aire me permitió recrear —sin censuras— buena
parte de mi vida. De repente, surgieron personajes
que desde la más temprana infancia han influido en
este trayecto: mis padres, algunos maestros, ciertos

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amigos, colegas a quienes evoco con el apodo que


mi memoria identifica. Independientemente de lo que
son o fueron, algo de su ego me contagió, estoy hecho
de sus voces y gestos. En dos palabras: soy ellos.
En la clínica me aterraba repasar el montón de
«manías de profesor» que durante cuarenta años he
adquirido. Todas esas minucias y protocolos que sin
darme cuenta persigo: hacer listas, ordenar cosas,
clasificar simétricamente objetos, evocar alumnos
imaginarios, preparar intervenciones y planificar el
futuro. Pero en medio de un juego: un ensayo serio,
muy serio, tan serio que no quiero tomarlo en serio.
El relato que sigue a dos tiempos trata de eso.
De «jugar a ser profesor» mientras los médicos me
curan, de la pretensión de «enseñar» en la que defi-
nitivamente No creo. ¿Acaso alguien enseña? ¿Quién
soy yo para enseñar? ¿No debería decirse errar y apre-
hender? En buena medida, el «juego de profesar» es un
oficio exhibicionista y no necesariamente «ejemplar»
que desde niño practico.
En esa dirección, no aspiro a que el lector se iden-
tifique conmigo. Simplemente le pido que observe a
través de las gafas que me he puesto lo que «veo», y
que trate de percibir mediante las líneas transcritas lo
que «invento». Un ambiente que en cuatro décadas
me ha conformado, al que particularmente por medio
de la ficción reconozco. Obviamente cabe la posibi-
lidad de que las voces y gestos, descritas y narrados
desde la clínica y la escuela, sean sólo un delirio.

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¿Profesor?

¿Es una especie de burla o ironía? Normalmente


los profesores somos tan sofisticados… Proclama-
mos en calidad de «expertos» lo que se debe, incluso
pontificamos sobre lo bueno, lo recto, lo justo y lo
bello. Mas ¿aquello que decimos saber no es justa-
mente un creer, una búsqueda, un deseo? Algo nos
falta… He ahí el dilema. «Ser profesor» para mí con-
siste en desear con todas las ganas del mundo, porque
nunca es suficiente y siempre seremos incompletos.
Por supuesto que a lo largo de las páginas que pre-
sento aflorarán numerosos complejos de «gran señor»
y frases de «autor incomprendido». A eso no le temo
y —pese a los nombres que fugazmente trastoco—
quisiera no resultar ofensivo. En buena medida sigo
siendo un niño y, aunque los adultos me «censuren»
por jugar con un credo, dejo en las manos del lector
este acto fallido: con el intento que sigue quise con-
vertirme en «titular» de la institución a la que simbó-
licamente pertenezco. Como sabía que mi Alma Mater
concedía ese título —igual que el de doctor Honoris
Causa— en términos generales, me atreví a indicar la
cátedra que tras mi retorno quería orientar… Eviden-
temente esa insolencia del modo más burocrático me
fue negada. Por eso bautizo aquí la serie que desde
El tramoyero había anunciado: «Autoficciones»… Así
puede llamarse.

Bogotá, veintinueve de enero de 2013

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I

Neumonía Neuralgia Neurisma Neumología


Neura… ¿Tienen que ver con los pulmones o provie-
nen del cerebro? Entre espíritu y alma me toca deba-
tirme. Amanezco con un dolor en el brazo izquierdo
y una opresión en el pecho que me aterran. Espero
no sean síntomas cardiacos ni el preámbulo de algu-
na complicación respiratoria. No pude dormir hasta
que se me ocurrió en la madrugada llenar la bañe-
ra con agua hirviendo y recostar allí mi hombro. Ar-
día Iba amaneciendo y de a poco me fui aliviando.
Tal vez acumulé sin darme cuenta otro resfrío. Detes-
to tener que decirle a mi mano ¡Muévete! para que lo
haga. No sé cómo logré vestirme cuando en esas se
soltó el aguacero… Para colmos Gaucho escondido:
¡Gauchito Gauchito Gauchito! No responde el con-
denado gato… Tiene miedo de que lo regañe porque
últimamente no hace sino orinarse por todo el apar-
tamento Además lo echaron del colegio y voy a tener
que educarlo sin escuela. Tras la muerte de Mitzuko
apareció como Pedro por su casa peleándose con un
mastodonte grisáceo por culpa de una chocolatosa.

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Llegó bostezando con su oreja izquierda carcomida y


así se quedó: Gaucho con [au] que se lee [o] por puro
afrancesamiento. En seguida engulló media libra de
carne y se bebió un tazón de agua quedándose pro-
fundo. Más tarde se volvió callejero: lo atropelló una
moto y tras tres días errante regresó arrastrando una
pata. En la Universidad Nacional lo operaron Guardó
reposo tercamente hasta que compré piso y tuvo que
adaptarse a su nueva morada: aquí es el emperador de
Palacio. Está bien No voy al Café Pasaje Me quedo.
Relamiéndose mi felino sale de su escondite. Estaba
detrás del sofá Lo atrapo y acaricio mientras bate la
cola. Me quito el abrigo y pongo en el lavaplatos los
trastos del desayuno sacudiendo las carpetas de tanta
miga Avanzo a la biblioteca donde tomo los cuader-
nos destinados a mi propósito Vuelvo a la mesa del
comedor y los despliego. Será un relato dieciséis se-
siones o Mejor dicho Una trama de XVI capítulos.

De niño jugué cuatro clases de juegos pero sólo


uno me quedó gustando. Al principio quise ser astro-
nauta y recuerdo que saltaba descalzo en una colcho-
neta. Los fines de semana comprábamos pollo asado
en Kokoriko Restaurante que distribuía sus domici-
lios en cajas de cartón similares a caretas. Un buen
día tomé una de la cocina La limpié cuidadosamente
y en seguida la lucí como máscara. Mamá observaba y
acolitaba secretamente aquella escena. Si mis cuentas

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¿Profesor?

no fallan Por aquella época ajustaba mi primer cua-


trienio. Al verme con vocación de astronauta Ella me
adaptó un overol azul para que contara con traje espa-
cial y empezó a hablarme de la llegada del hombre a la
Luna. Mi padre me llevaba de paseo queriendo apar-
tarme de ese juego.

Más acá de planear empiezo a sudar frío. La cosa


es como de fiebre Otra gripe que debí haber incu-
bado. Toca suspender el proyecto. Apenas garabatea-
dos recojo y guardo los cuadernos. Me pongo una
ruana No resisto la congestión Tengo que acostarme
un rato: —¡Vamos Gauchito! Otra vez a la cama…
¡A escalar montañas entre las cobijas para que no
nos coma el zorro! Detesto a los médicos y si la cosa
se complica tendré que visitar alguno. Benditos los
remedios caseros Empecemos por ellos: aguapanela
con limón Tres ramas de hierbabuena y dos pastillas
de acetaminofén —a ver si con esa combinación los
síntomas cesan. Antes de explorar volcanes y nevados
llamo a Pilar para que me consiga una cita en unisa-
lud confiando en que ninguna excursión de urgen-
cias resulte necesaria.

Mis padres solían hacer diligencias en los juzga-


dos de la Jiménez y para ser más eficaces se separaban
y reunían a lo largo de una jornada Yo me quedaba

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con ella. Les encantaba encontrarse en dos iglesias:


en San Francisco y Saltándose la pálida Veracruz En
La Tercera. El primer santuario por su oscuridad me
encantaba. Lo asimilaba a un templo oriental pintado
por Rembrandt hasta que de la noche a la mañana
los mezquinos curas se lo tiraron: cambiaron las vela-
doras que derramaban parafina por lámparas artifi-
ciales y los pabilos amarillos que le daban ese aire
de misterio por enroscados tubos ahorradores el día
en que los conventos franciscanos se taquearon de
paisas que impusieron sin cesar su tacañería. La Ter-
cera —por el contrario— era muy clara: su construc-
ción en madera lacada aterraba. Hoy apenas miro al
San Francisco que pisa el mundo para patearlo y uno
cree que se desprende de Cristo cayendo encima del
público. ¡Eso sería fantástico! De resto esos dos tem-
plos están en completa decadencia. Mis padres allí
se daban cita y cada vez que nos atrapaban los ser-
mones Papá sonreía ante la ignorancia de los frailes
mirando hacia los altares laterales Mamá fruncía el
ceño y pedía que nos retiráramos Ella se persignaba y
los tres salíamos. Esas entradas y salidas a iglesias en
buena medida eran deleites estéticos Especialmente
porque mi padre no era creyente y jamás quiso que me
bautizaran. Para calmar los ánimos Mamá proponía
que almorzáramos peto en el Tía y de buena gana lo
hacíamos. Todos esos trazos de encuentros y despe-
didas se repiten como una cinta en blanco y negro…
El color surge una tarde soleada en la que estoy con

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mamá Voy con ella en un trolebús por la carrera die-


cisiete a la altura de la calle sesenta y tres rumbo a La
Porciúncula —donde tenemos cita con papá— Pero
algo trastoca mi primer juego: la careta que uso desde
hace una semana se deshace con el calor de la tarde y
cual juguete que ya no sirve la desecho.

Una cobija El cobertor La ruana de lana…


Aparto las sábanas y agrupo las almohadas. ¡A sudar
toda la fiebre del mundo estoy dispuesto! Tirito y
golpeo mis dientes como si estuviera en un congela-
dor Tambaleo cual avioncito destartalado aterrizando
en un gran aeropuerto. Ojalá que no vaya a entrar
en delirio: —¡Gauchito Gauchito Quédese aquí Gau-
chito! Si mamá estuviera conmigo Lo primero que
haría sería destaparme. Yo en cambio hago lo con-
trario: me cubro cuanto puedo para que transpirando
la enfermedad se vaya. En esas suena el teléfono. Es
Pilar que con el doctor Bahamón acaba de conse-
guirme una cita. Me dice que si quiero envía a don
Benicio con su auto para que a las cuatro en punto me
recoja Ni modo. A las mamás así no queramos termi-
namos haciéndoles caso.

Los trolebuses eran enormes Rojos Rusos. Una


cabina separaba al conductor de los pasajeros. Al
exterior llevaban un par de poleas que gracias a la

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electricidad les permitía rodar suavemente. Iban de sur


a norte No muy acelerados porque corrían el riesgo de
desengancharse. Cuando eso ocurría El chofer debía
detener el autobús Descender y arreglar el problema.
Las varadas de un trole ¡Todo un espectáculo! Curio-
sos y usuarios queriendo ayudar hasta que la situación
se arreglaba. Así íbamos mamá y yo la tarde de mi
nuevo juego cuando en un giro del trolebús las poleas
se zafaron. El conductor frenó y descendió precipi-
tado Trató de acomodarlas Los pasajeros se agolparon
en las ventanas (sin querer estábamos encerrados)…
Como pudo el chofer separó con fuerza los cables
enredados pero algo le falló: por un azar que los adul-
tos me impidieron ver chispazos lo alcanzaron Y no
sé qué más pasó porque alguien logró abrir la puerta
y mamá me alzó y sin pensarlo dos veces abandonó el
vehículo Detuvo un taxi y le pidió que nos llevara a
toda máquina hacia La Porciúncula.

Con abrigo negro Bufanda de lana Guantes y


sombrero que me hacen ver cual rabino Llego a la
bendita cita con el doctor Bahamón. Felizmente no
me hace esperar Me saluda haciendo un gesto de
cortesía y pregunta qué me aqueja. Le sintetizo mi
malestar mientras él se dedica a llenar formatos en un
computador para dar cuenta de su atención al público.
Luego me pide quedar semidesnudo Recostarme en la
camilla Respirar y toser hondo. Él escucha a través

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del fonendoscopio Vuelve al escritorio y prescribe.


Me ordena tomar Naproxeno cada ocho horas Lora-
tadina cada doce Acetilcisteina disuelta en agua cada
seis y Salbutamol haciendo puff con un inhalador cada
cuatro. Me despide Paso a la farmacia Me entregan
los medicamentos y con resignación busco el auto de
don Benicio para que me devuelva a casa.

Aunque papá no era creyente sostenía amistad


con ciertos clérigos. Entre ellos figuraba fray Severo
Velásquez: un franciscano de hábito caoba grueso y
sandalias relucientes cuyos sermones en otro tiempo
contribuyeron a la caída del dictador Gustavo Rojas-
Pinilla. Varias veces nos paseamos por los pasillos del
antiguo colegio Virrey Solís: mi padre con él discu-
tiendo y yo saboreando uvas. La tarde del trolebús
fue particularmente significativa. Era la víspera de
mi cumpleaños y fray Severo me tenía un regalo: un
busecito de juguete rojo que para un niño le pareció
adecuado. Con mi padre salí de allí saltando Me gus-
taba. No obstante le faltaba algo. Al llegar a casa no
jugué con el obsequio prefiriendo dejarlo en la sala
de adorno. Fui directo al cuarto donde estaba la col-
choneta y tomando un cojín Un platón de plástico
La bomba del baño Un espejo y un par de planti-
llas de no sé qué zapatos Me convertí en conductor
de trolebús —eso era lo que realmente quería. Mamá
lo supo de inmediato. Como a la media hora trajo

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un cartón gigante para aislarme a modo de cabina y


agregó sonriendo: —Tenga cuidado Señor con estos
buses porque son muy peligrosos.

Pese a seguir la prescripción médica paso una


noche de perros. No debí haber ido donde el tal Baha-
món que ni siquiera me examinó completo. Doy mil
vueltas en la cama La fiebre aumenta No sé si volver
a los remedios caseros. Ya está: otra aguapanela con
todos los limones que encuentro. Terrible sufrir y peor
aún padecer insomnios. Mejor recitar muero porque no
muero… ¿Qué tal que fuéramos eternos? Toda una
desgracia aunque la gente anhela eso. Con la noche
helada me calmo Amanezco empapado en sudor Sigo
con más remedios. Tomo mi baño habitual Lenta-
mente me visto Leo un rato También garabateo Desa-
yuno. Hacia el medio día llega Felipe (El Infantino).
Me percibe enfermo Dice que me toca ir al médico Le
digo que ya fui Se calma. Trato de disimular mi males-
tar El teléfono suena Contesto y es Pilar para pregun-
tarme cómo me encuentro… Le digo que peor y ella
inmediatamente agrega: —No se preocupe profesor
que ahora mismo le busco otra cita para las cuatro de
la tarde con el doctor Páez que es buenísimo.

Conductor de trolebús fue pues mi segundo


juego. No sólo quería hacerlo en grande sino también

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en muñequero. Amanecía mi cumpleaños y bien sabía


que podía pedir un deseo. Enloquecí a todos dicién-
doles que quería una sombrilla Pero nadie me hizo
caso. El día transcurrió normal Hubo ponqué Cyrano
recién horneado donde los franceses del Samper
Mendoza Me dieron arroz con leche y uvas pasas.
¡Delicioso! Al final de la tarde Papá debía entrevis-
tarse con la dueña de una librería alemana al norte de
la ciudad para recoger un libro que había encargado
Le pedí que me llevara y así lo hizo. Cuál no sería su
sorpresa cuando saludando a la Matrona sin vacilar le
dije: —Señora: ¿me regala su sombrilla? Salí de aquel
local con un paraguas negro entre manos. Todos cre-
yeron que lo estrenaría en el siguiente aguacero y no
fue así: esa misma noche lo desbaraté y le quité las
poleas Sólo necesitaba dos para completar mi juego.
Las pegué con plastilina al techo del busecito que me
había obsequiado fray Severo E instalé con piola de
cometa todo un circuito eléctrico hasta que al fin: no
sólo era conductor de un trole grande sino también
de otro pequeño.

En Casa Vieja almuerzo un exquisito ajiaco


con El Infantino. Cual terco que él es jura que no
lo descresta A mí me descoyunta. Saliendo vemos
de pasada algunos títulos en las vitrinas de la Lerner
que me hacen exclamar: —¡Cómo será la cubierta de
El tramoyero! En seguida nos disponemos a obedecer:

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tomamos un taxi rumbo a unisalud para cumplirle


la cita al doctor que según Pilar es buenísimo. Tras
mil trancones llegamos a las instalaciones del Uriel
Gutiérrez y Felipe me ayuda a caminar pues parezco
un abuelito. Viene ahora otra espera El lugar está ati-
borrado de pacientes. Entre ellos reconozco a dos
colegas: Florence Thomas y Bruno Mazzoldi. Tími-
damente saludo y ellos me preguntan qué padezco.
Les digo que gripa esperando que no sea la porcina.
Observo que se apartan unos pasos pero luego se
acercan y al unísono repiten: —Esos son puros cuen-
tos. En seguida me desean pronta recuperación y pro-
sigue la espera.

Papá continuaba frecuentando a fray Severo y


casi siempre me llevaba consigo. Muchas veces nos
tocaba esperarlo hasta que acabara de celebrar misa.
Rodaban las frases de sus sermones: ¿De qué sirve la fe
sin obras? Dios no se demuestra sino que se muestra… Poco
a poco me fui habituando a ver al cura en el altar
vestido de distintas maneras Quiero decir con diver-
sas estolas y capas según la ceremonia. Esa estética
me fascinaba. Más que su prédica: sus formas de con-
sagrar inequívocas. Los feligreses veíamos en esos
gestos pases mágicos perfectos Jamás se distraía. Un
día —finalizando otra charla con papá— me regaló
una ruana terracota con capucha Precisamente de mi
talla. Recuerdo que en casa mamá tenía dos copones

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de madera y los viernes fritaba hojuelas… Con los


días me aburrí de ser conductor de trolebús del mismo
modo que me ocurrió siendo astronauta. Esta vez
quería ser fraile franciscano Mejor dicho Sacerdote
como Severo Velásquez porque su carisma me encan-
taba. Ahora me doy cuenta de que mamá tomó muchas
precauciones para acolitarme ese nuevo juego: sólo lo
permitía si papá no estaba en casa. Generalmente los
viernes en la tarde cuando amasaba la comunión para
mis fieles imaginarios. Entonces me preparaba: pri-
mero salía a la calle y golpeaba en un poste metá-
lico durante tres momentos distintos con la piedra del
lavadero (aquella era mi campana) Luego me ponía
la ruana franciscana más una bufanda que me dejaba
listo para la Eucaristía. Al cabo de los años aprendí
de memoria cánones y prefacios y aunque de adulto
decidí bautizarme por cuenta propia Ya no frecuento
monasterio alguno salvo si es benedictino: desgracia-
damente los curas que conozco muestran más fervor
tomándose un tinto que postrados de rodillas ante el
Santísimo Sacramento.

Por fin llega mi turno en el consultorio tres con


el doctor Páez que me espera en la puerta Saluda e
invita a quedar semidesnudo para pasar a la cami-
lla donde me examina. Me pide respirar y toser una
y otra vez Abrir la boca para ver mis ganglios con
una linterna Luego observa mis pupilas y orejas Me

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palpa el vientre hasta que dice ¡Vístase! En seguida


escribe en su computador Me interroga sobre los sín-
tomas que padezco Le cuento aproximadamente lo
mismo que al doctor Bahamón… Entonces ordena
una radiografía de tórax.

Sinteticemos: astronauta Conductor de trolebús


y fraile franciscano hasta un diez de febrero Día en
que me llevaron por primera vez a la escuela. Pese
a que Severo Velásquez había conseguido una beca
para que estudiara en el Virrey Solís Mi padre sólo
creía en la educación pública. Y no en cualquiera: bien
sabía que las escuelas del Centro eran de baja cali-
dad Por eso se inventó una dirección en Chapinero
prefiriendo recorrer conmigo todos los días más de
setenta cuadras: desde La Candelaria hasta la Concen-
tración Distrital Modelo del Norte: una edificación
de ladrillo lacado Ubicada en la calle 64 No. 20-21.
Allí comenzaría —sin darme cuenta con el tiempo—
la pulsión fervorosa de mi cuarto juego.

Mientras sale el resultado de la radiografía En


la Sala de Urgencias me aplican nebulizaciones. El
Infantino me acompaña y tranquiliza. Como sos-
pecho que la cosa va para largo Le entrego a Felipe
las claves de mis cuentas con instrucciones precisas
en caso extremo: una misa presidida por alguno de

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mis amigos sacerdotes es posible Siempre y cuando


se celebre en la capilla de la Ciudad Universitaria y
Mauricio Nasi toque el órgano. No quiero que me
entierren porque aún no soy famoso: prefiero que me
cremen y a la orilla del mar esparzan mis cenizas. El
negativo de mis pulmones es catastrófico: toca hospi-
talizarme de inmediato. Entre tanto me toman varias
muestras de sangre para que esté preparado. Una hora
después consiguen cupo en la Clínica Nueva de Nues-
tra Señora de la Magdalena y llega una ambulancia en
la que lentamente me transportan. Horrorizado con-
templo el bendito lugar donde supuestamente han de
curarme Un doctor de apellido Chaparro me examina
Dice que la cosa es delicada y tiene que enviarme a
la Unidad de Cuidados Intensivos… No sé si en ese
momento me sedan y pierdo el conocimiento Lo
cierto es que hasta allí recuerdo.

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II

Desde que me cortó la teta Mamá se convirtió


en mi maestra. Ocurrió cuando cumplí los cinco años.
¡Increíble! Durante un cuatrienio me amamantaron.
Había que detener semejante aberración ¡Tocaba qui-
tármela! Además hacía tiempos que comía de sal y me
encantaban las hojuelas. Con la entrada a la escuela
mis primeros juegos fueron reemplazados El mundo
cambiado: ya no tenía caretas Trolebuses ni altares.
Mi único pasatiempo serían los cuadernos Tocaba lle-
narlos. Primero de planas repitiendo frases de Coqui-
to: Yo amo a mi mamá y mi mamá me mima El león atrapa
al conejo pero este le hace cosquillas escapando de sus fauces fe-
linas. Luego debía realizar centenares de sumas Res-
tas Multiplicaciones y divisiones: el fascinante juego
de los números. Todo eso lo sabía cuando me lo en-
señaron en la escuela… Por eso generalmente ocupa-
ba los primeros puestos.

En la clínica van a tener que entubarme y a pesar


del sedante sigo despierto. Trato de levantarme de la

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Fabián Sanabria

camilla porque tengo ganas de ahorcar a una enfer-


mera. Varias manos me detienen y doblegan Vuelven
a inyectarme y esta vez lo logran. A Cuidados Intensi-
vos hay que ingresar como vinimos al mundo. Brazos
expertos me ponen una bata e inmediatamente me
acuestan y conectan casi inerte a un montón de apara-
tos. Los paramédicos prestan especial atención a dos
tubos: al de respirar y al de suministrar alimento. Aun
inconsciente me dejan bien atado.

Vayamos despacio: la directora de la Concentra-


ción Distrital Modelo del Norte Doña Vitalia de Célis
—una maestra gorda y de cachetes rosados que par-
queaba en el patio de la escuela un escarabajo cuyo
azul oscuro sabiamente pintado representaba el color
de su partido— Se dio cuenta de que nosotros no
éramos del barrio. Lo digo en plural porque aunque
parezca hijo único yo tenía un hermano… De él des-
pués hablo. Lo cierto es que con condiciones la ilustre
dama permitió que a los niños Sanabria los matricu-
laran. Algo quizás vio o simplemente le faltaba llenar
dos cupos. En todo caso Muy recomendados Alfredo
y yo ingresamos a primaria. La entrada principal era
una gigantesca puerta metálica que conducía a un
patio rectangular donde al fondo se veía una estatua
de la Virgen y en la parte central una tarima con su atril
para las izadas de bandera. Girando hacia las monta-
ñas estaban cafetería más baños y aulas de clase. Todo

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en ladrillo caoba lacado que le daba un aire de casita


de chocolate. ¡Ah! Lo olvidaba: en el segundo piso de
la edificación había una puerta enrejada que condu-
cía a una torre inclinada donde nadie iba pues Según
decía la aseadora poniendo cara de horror Poco des-
pués de construida decidieron clausurarla.

¡Aquí experimentan conmigo! Quiero zafarme


de estos aparatos y tubos a los que me tienen conec-
tado. Los paramédicos me atan más fuerte y entro
en delirio: no muy lejos escucho el estallido de una
bomba… Médicos y enfermeras se retiran Parten agi-
tados pues les interesa el afuera dejándome a la deriva.
En medio de reflectores veo micrófonos y cámaras de
televisión Oigo sirenas de ambulancias Mentalmente
cuento varios heridos que ingresan en camillas des-
tartaladas. ¡Un ambiente apocalíptico! De pronto sos-
pecho que van a retratarme A tomarme quizás otra
radiografía. ¡Seguro les conviene hacerme pasar por
víctima del atentado! Al cabo de unos minutos llega
un colega: es Carlos Uribe que ha visto mi rostro en
el noticiero y por eso ha venido. Le pido que busque
a Jaime González Trata de calmarme diciendo que
no me preocupe Que en un hospital la salud depende
de las enfermeras. Al poco tiempo vislumbro en la
penumbra a tres amigos: Edgarinos Jaime y Felipe.
No puedo comunicarme con ellos. Al Infantino se
le ocurre que anote lo que deseo en un cuaderno Me

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Fabián Sanabria

alcanza un estilógrafo y antes de desfallecer escribo:


Hablen con la doctora Wiesnner o busquen a Hernando Sal-
cedo… Pero se me agotan las fuerzas para decirles lo
que más temo: Por favor No permitan que me trasla-
den al desierto.

Alfredo era dos años mayor que yo y de niño


papá lo prefería. Mamá fue cómplice de mis juegos
hasta mediados de la primaria. Después volqué mi
afecto hacia el viejo y como era un alumno ejemplar
fui su mayor orgullo. A mi hermano le iba regular en
el estudio Cosa que significaba fallas en el primogé-
nito. Papá se volvió con mi hermano mayor muy duro
Mamá lo complacía en todo. Pero antes de alcanzar
ese punto acabábamos de ingresar a La Modelo. Nos
pusieron en cursos separados Aunque claro está en los
recreos y a la salida nos encontrábamos. Sobre todo
al terminar cada jornada porque maestros y alumnos
partían: nosotros éramos los únicos que quedába-
mos. A veces nos tocaba esperar hasta bien entrada la
noche cuando papá nos recogía. Entre tanto La pro-
fesora Isabel —una maestra costeña que desde hacía
décadas cuidaba la escuela— nos permitía jugar en el
edificio. Le hacíamos compañía a Tránsito —la asea-
dora— mientras volteaba pupitres y limpiaba salo-
nes. Mi hermano nos contaba historias de terror para
infundirnos miedo. Decía que a media noche por
la reja de la torre aparecía un monje sin cabeza que

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¿Profesor?

deambulaba en pena… Eso me hacía retorcer y gritar


de espanto Hasta que felizmente doña Isabel nos lla-
maba a tomar chocolate y asunto concluido. Después
llegaba papá y con él partíamos. Iniciábamos otra tra-
vesía. Primero tomábamos un bus rumbo a la calle
Veinticuatro con Décima… Caminábamos dos cua-
dras hacia el restaurante La Posada del Gordo donde
el generoso humorista había dado instrucciones para
que gentilmente nos atendieran. Allí reclamábamos la
cena que en casa calentábamos: cada noche una carne
distinta acompañada de arroz con papas fritas y ensa-
lada —me encantaban las chatas exquisitamente pre-
paradas— Luego hacíamos fila india en la estación
de San Victorino para tomar un colectivo rumbo a
La Candelaria Llegábamos hacia las once y saludába-
mos a mamá Comíamos y bebíamos Reposábamos
diez minutos y contábamos con media hora para ter-
minar las tareas.

Mi delirio es consistente: lo que más temía ha


pasado. Estoy postrado en un catre semidesnudo
Amarrado y custodiado por personajes extraños.
Constato que mi cuarto es una carpa cuyo telón per-
mite ver a contraluz el resplandor de la mañana: me
albergan en una ranchería. Afuera presiento que todo
tiene aire de internado Debe ser Nazaret en la Alta
Guajira. Alguna vez se instalaron por aquí los capu-
chinos y más tarde unos doctores quisieron cambiarle

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Fabián Sanabria

la medicina a los indios. En seguida corroboro mis


miedos: una enfermera regorda se acerca con una
jeringa. Primero me toma los signos Después anota
algunos números en su planilla No habla Me inyecta
sin compasión Dice a quienes me guardan que deben
vigilarme muy atentos Que ante cualquier movi-
miento no duden en tocar la campanilla. El pánico
me embarga Me retuerzo Quiero zafarme No puedo.
La mujer que acaba de pincharme da media vuelta
y sentencia: —Toca reforzarle el tratamiento porque
necesita otra dosis de Claritromicina.

Sin perder tiempo en la escuela conquisté las


miradas de mis maestras: de Lucía Rincón-Gómez
De Martha de Ramírez De Betty de Morales y de
Elizabeth Beltrán-Trujillo. La señorita Lucía en pri-
mero y segundo elemental fue mi profesora. Era una
paisa sonriente de gafas carey redondas que sin des-
canso quería que leyéramos. Recuerdo su acento sim-
pático y espíritu vanguardista recitándonos cuentos
y poesías hasta que una tarde descubrí que le gusta-
ban los recortes de hostia: durante el recreo la alcancé
para decirle que yo no entendía por qué en la comu-
nión los sacerdotes distribuían pedazos de pan insí-
pidos Que al menos en Navidad deberían cambiar el
Cuerpo de Cristo por el Dulce Jesús Mío: un buen
trozo de oblea untado de arequipe. Ella se echó a reír
y me confesó que unas monjitas en la calle Sesenta

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¿Profesor?

con carrera Séptima vendían recortes de las sagra-


das formas que ella regularmente les compraba Que
seguro valía la pena hacer ese experimento: probar
todo ese trigo acompañado de manjar blanco. Con
semejante secreto no tuve más remedio que conven-
cer a mis papás de que fuéramos Y dicho y hecho: a
la semana volví a clase con un regalo que al finalizar
la jornada orgullosamente deposité en sus manos: una
bolsa transparente repleta de recortes más un pote
de arequipe. Esas dos cosas muy bien acompasadas
en una suerte de cofre. Por supuesto me la gané con
el obsequio. Aquella tarde fui muy feliz observando
desde un escondite cómo mi maestra compartía parte
del regalo con su colega Isabel Sánchez de Ariza que
exclamaba: —¡Hum Qué delicia! Así sí vale la pena ir
a misa.

Mi cuerpo se resiste a obedecer como un cadáver


Eso es para jesuitas. Quiero encogerme Acurrucarme
en posición fetal Dar media vuelta Envolverme en
las sábanas Enrollarlas y apartarlas Tomar una almo-
hada y abrazarla… No me dejan. ¿Cómo decirles que
no me voy a rebelar ni a escapar de aquí arrancándo-
les mi vida? Tan sólo deseo algo de calidez Un poco
de comodidad para soportar el tratamiento. ¿Dema-
siado pedir? Hablar no puedo. Tampoco alcanzo a
renegar Maldecirlos deseo. Debo conformarme con
estas imágenes que camuflan el inclemente sol del

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Fabián Sanabria

desierto a medio día: adentro objetos opacos Afuera


las cosas deben brillar encegueciendo. Ellos quieren
a toda costa separar Clasificar Analizar Establecer
pros y contras. Si lo juzgaran necesario me dejarían
morir pues sólo les interesa saber cómo reacciono
Jamás acertarán con el diagnóstico: ignoran lo inútil
de pelar una cebolla.

Durante mis primeros años de escuela todos


los bimestres ocupé el primer puesto. Eso signifi-
caba que en las izadas de bandera me imponían una
medalla tricolor en el pecho tras recitar fragmentos
de fábulas disfrazado de Juan Matachín (¡Mírenle la
estampa! Parece un ratón Que han cogido en trampa con ese
morrión… Fusil Cartuchera Tambor y morral Tiene cuanto
quiera Nuestro General…) Hasta que cometí mi primera
falta: una tarde Lucía nos pidió dibujar en un papel
en blanco la imagen de Dios Pero al cabo de media
hora no pude resistir la tentación de entregárselo tal
cual lo había recibido: sin una línea. Ese gesto la des-
concertó tanto que me puso cero en religión y por
supuesto semejante nota me bajó el promedio. En la
siguiente ceremonia obtuve apenas una medalla roja
que correspondía al segundo puesto. Con los días
enfermé y llegué a tener una fiebre tan alta que me
incapacitaron y durante dos semanas me quedé en
casa. Pese a todos los remedios Mis padres tuvieron
que pedirle cita a la profesora. Ella muy amablemente

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¿Profesor?

me mandó una esquela que todavía conservo: «Que-


rido Fabián: Eres un alumno brillante y tienes un
futuro promisorio. El único problema puede ser ilu-
minar demasiado: eso encandila todo. Por lo tanto
es prudente descender alguna vez a la penumbra.
Allí se contempla el mundo de otro modo. En sus
casas tradicionales los japoneses tienen un lugar som-
brío donde colocan los objetos más preciados… Ese
sitio les permite admirar lo que cualquier resplandor
malograría. Ahora debes saber que la enfermedad se
parece a esa especie de limbo. Espero estés de vuelta
muy pronto restablecido Lucía».

Los días son eternos en el desierto. Las noches


curiosamente las olvido. Cada vez que abro los ojos
descubro las siluetas de tres niños vestidos con
mantas guajiras Un tanto tristes observándome. A
veces el más alto me cuenta historias de sus ancestros
Pero no logro escucharlo Un zumbido impide con-
centrarme. De repente tiemblo y siento pánico No
es para menos: un doctor impecablemente vestido se
acerca Me desata y levanta mis manos Me incorpora
y pide que tome aire por la nariz y lo bote por la boca
Luego toso y desespero Él me calma. En seguida
ingresa una enfermera que aprieta mi cuello advir-
tiendo que ya me dieron otra dosis de antibiótico
Veo que los niños se han ido y estornudo El médico
dice que es buen signo La mujer indelicadamente me

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Fabián Sanabria

inyecta El doctor lo admite Lentamente me acuesto y


quedo profundo.

Pasado un fin de semana me alivié y reconci-


lié con Lucía. Aprobé el segundo año y nuevamente
ocupé el primer puesto. Pero algo no quedó resuelto:
la idea de que las acciones humanas sólo pudieran ser
buenas o malas… En los siguientes cursos esa cuadrí-
cula la percibí en mis maestras: se esforzaban tanto en
formarnos para que correctamente extendiéramos las
manos (Izquierda Derecha Izquierda Adelante Detrás
Un Dos Tres)… Secretamente detestaba la manera
como evaluaban: si el alumno respondía —aunque
fuera hipócritamente— según las expectativas… Su
calificación era Aprobado. Mas ¡ay del que cuestio-
nara! No sólo era un indisciplinado sino que merecía
una nota roja de censura. Por supuesto no me refiero
al desacierto en la información Eso que los burócra-
tas llaman competencias. Lo que más me molestaba
y propulsó a iniciar un nuevo juego fue el rollo de las
calificaciones. En mi tercer año odiaba que las notas
en letras resultaran arbitrarias y nunca correspondie-
ran con los números. Definitivamente el bien y el mal
empecé a juzgarlos bastante relativos: ¿un vaso de
agua era bueno o malo? Si se le ofrecía a un sediento
¡Magnífico! Pero si se le daba a un ahogado… Repen-
tinamente comencé a rayar las páginas de los direc-
torios telefónicos: aquellas serían las previas de mis

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¿Profesor?

discípulos imaginarios. No estaba contento con la


B de bueno Ni con la R de regular y menos con la
M de malo. Tenía que haber otra forma de evaluar a
los alumnos. Paulatinamente se me ocurrió que las
respuestas de un estudiante podían corresponder o
no a lo que se le exigía Dependiendo del momento
y del contexto. Así llegué a inventar al final de pri-
maria un sistema que tuviera en cuenta varios mati-
ces: un examen podía ser Excelente Sobresaliente
Coherente Aceptable Regular Deficiente Incoherente
Lamentable Nulo o Vacío… Teniendo cada una de
esas expresiones su correspondencia numérica: 5.0-
4.5-4.0-3.5-3.0-2.5-2.0-1.5-1.0 o cero. En ese sentido
Lucía había sido justa conmigo: haberle entregado
un dibujo de Dios en blanco siendo ella tan católica
Representaba una insolencia. En cuanto a mi cuarto
juego Debo subrayar que lo perfeccioné para com-
petir con mis maestras. Como no soportaba su nor-
malidad Me convertí en un impostor: en público fui
modelo de lo correcto y en privado un transgresor
que osaría controvertir todo aquello que me enseña-
ran a repetir como loro.

Un sueño dentro del sueño La lección sobre la


lección El juguete en el juguete Mi matrioska rusa. Por
virtud del sedante deliro y en el delirio también me
inyectan para que no sufra y descienda a lo profundo.
La verdad es que entro en coma: estado ideal para

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Fabián Sanabria

fantasear Donde no hay túnel ni juego de luces o cosa


que se le parezca. Mis amigos angustiados se asus-
tan No puedo verlos. Ni siquiera a los indiecitos arro-
pados con mantas guajiras que me vigilaban atentos.
Estoy sumido en un estadio de casi nada y si sigo por
esta vía puedo perderme Pero un condenado ruido me
detiene. No sé en qué dimensión alguien grita: ¡Se nos
está yendo la abuela…! Siento que piernas ajenas corre-
tean Una voz femenina las frena pidiendo respeto por
los demás pacientes Mientras avanza la noche. Súbi-
tamente algunas imágenes quieren conducirme de
nuevo a la Alta Guajira: veo a un misionero ataviado
de blanco atravesando conmigo el desierto: junto a un
oasis me muestra unos cultivos hidropónicos e invita
a beber limonada y a cenar pescado fresco. Prosegui-
mos. De repente un muchachito nos alcanza. Toca
despertar: —Desde El Cabo hasta Nazareth todos los
caminos yacen inundados. Nos devolvemos. Escucho
el eco de un llanto lejano. ¡Silencio! El teatro está a
oscuras y mi carne descansa serena: ha perdido todas
sus ansias de amores inflamada.

En medio de la escuela mi padre quiso acercarme


a la música. Desde los seis años empezó a llevarme
todos los sábados a un auditorio cuyas sillas de cuero
mostaza me impresionaban. Aquel mundo despierta
otros fantasmas. Allí escuché por primera vez la melo-
día de una ópera bufa que aún resuena en mi cabeza: Pa

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¿Profesor?

Pa Pa —Pa Pa Pa… Pa pa Pa pa —Pa pa Pa pa… Pa pa pa


pa pa pa pa Pa —Pa pa pa pa pa pa pa Pa… Papa Papa Pa
—Papa Papa Pa… Es el último dueto de La flauta mágica
donde Papageno no se suicida pues su amada aparece
y lo arrastra en una especie de alfombra voladora. El
caza-pájaros salta sobre su mujer y ambos rodeados de
niños que los golpean con almohadas se elevan felices
cual cometa. Al final de la pieza supe que nunca ten-
dría el idilio de fundar una familia.

Queda el eco de aplausos que partieron Asien-


tos desocupados Luces apagadas Telón caído y esce-
nario vacío. ¡Cuando se cierran las puertas Nadie
más ingresa! Hay que regresar al otro día. Mejor no
preocuparse y tratar de dormir. ¡Mañana despertarán
quienes tengan que estar vivos!

A Martha de Ramírez la recuerdo como a la


maestra más rezandera: era una dama gorda y morena
que usaba faldas largas con sandalias y medias de lana.
En tercero elemental nos despachaba casi todas las
tardes con un buen trozo de Biblia. Parecía Testigo de
Jehová obligándonos a aprender de memoria capítu-
los y versículos del Antiguo Testamento: Génesis I: 26-27
Éxodo XX: 3-17 El Salmo 139 y casi todo el Libro de Job
acompañado del Eclesiastés más el Cantar de los Cantares.
Fue gracias a ella que empecé a descubrir un enorme

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Fabián Sanabria

parecido entre los cuentos que nos leía Lucía y las


Sagradas Escrituras. Años después —cuando por
puro rayón estudié teología— al enterarme de que los
evangelios se basaron en narraciones posteriores a la
muerte del Nazareno… Constaté que el cristianismo
no podía ser más que otro idilio: idéntico al legado
del coronel Aureliano Buendía o a las versiones de
Guarini El indio del Amazonas disparándose a través
de su propia cerbatana.

En la Unidad de Cuidados Intensivos las visi-


tas sólo son permitidas durante dos horas: de dos a
cuatro de la tarde. Antes de ingresar es obligatorio
observar estrictas medidas higiénicas. Los acudientes
deben lavarse las manos y el antebrazo con un jabón
especial Secarse con una servilleta de papel dispuesta
para ello Tomar una bata protectora y ponérsela Usar
tapabocas desechable y Una vez en la sala circular
Acudir sin hacer ruido al cubículo específico para ver
al paciente que por lo general se encuentra en pro-
fundo letargo. Si los familiares o amigos del enfermo
consideran prudente hablarle Pueden hacerlo. A la
salida normalmente hay un encargado dispuesto a
entregar los últimos reportes de los estados clínicos.

Betty de Morales era la profesora más veterana.


Usaba unas enormes gafas redondas que se quitaba

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¿Profesor?

para juzgar a los estudiantes dejando al descubierto


sus ojos claros que traslucían una mirada lejana. Su
tono de voz suave ocultaba un cierto cansancio: había
perdido la cuenta de sus años enseñando. Según me
enteré —en cuarto de primaria cuando fue mi maes-
tra— acababa de ser abuela. Sus colegas comen-
taban que se sentía dichosa tras haber logrado que
su hijo contrajera matrimonio. De ella aprendí algo
de geografía (nos ponía a competir adivinando las
capitales de distintos países del mundo) Un poco
de historia (contada como si el Todopoderoso cada
acontecimiento milimétricamente lo dispusiera) Y tal
vez la necesidad de lo que en ese entonces se llamaba
civismo. En sus clases nos explicaba por qué eran
importantes las maneras. No hablaba obviamente de
su arbitrariedad Simplemente subrayaba que gracias
a ellas podríamos acceder a varios círculos. En rea-
lidad doña Beatriz cumplía a cabalidad la función de
institutriz: con toda dulzura lograba que sus educan-
dos aprendiéramos a comportarnos correctamente
en sociedad —labor que desde que se creó la escuela
Naturalmente fue encomendada a los maestros.

El cielo yace negro y a esta hora irrumpe un


torrencial aguacero. En los países tropicales no caen
copos de nieve sino pepitas de granizo que golpean
los tejados. Los capitalinos duermen y quienes deam-
bulan por ahí deben ir bien abrigados. Nuestros

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Fabián Sanabria

cerros orientales que alguna vez pintara Rogelio Sal-


mona están cubiertos como hace cientos de años.
¿Alguien los imagina volcánicos? Monserrate Gua-
dalupe La Viga Diego largo El Verjón y Cruz Verde
hace doscientos años eran bastante temidos. Hoy su
vegetación foránea podría despertarlos Hacer que se
rasquen Reacomodarlos y de paso generarle una tra-
gedia a los bogotanos. El sistema de salud jamás daría
abasto: si se cuentan clínicas y hospitales Nuestra
ciudad —de ocho millones— apenas puede atender
diez mil heridos. ¿Vislumbramos ese caos?

Elizabeth Beltrán-Trujillo sí que era distinta: ele-


gante Blanca Alta Delgada Muy fina y de ojos celes-
tes enamorados de un joven arquitecto. Sus colegas
se retorcían cuando su prometido la recogía en un
automóvil rojo Deportivo. Si era tan de alta alcur-
nia ¿Qué hacía enseñando en una escuela? En aquel
tiempo estaba de moda una serie de televisión llamada
La mujer biónica Así la apodábamos. Era licenciada en
Ciencias Sociales y en mi último año de primaria con-
cluía su carrera de Periodismo. Con ella aprendí a leer
artículos de prensa y a no tragar entera la informa-
ción que suministraban los medios. Nos preparó de
la mejor manera para los Exámenes de Estado: era
el momento de escoger un tipo de bachillerato De
optar por un buen colegio. De ella no puedo afir-
mar que con sus alumnos pretendiese ser mamá

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¿Profesor?

como las demás maestras Al contrario: sospecho que


la proposición sólo las mujeres se realizan siendo madres le
repugnaba. Para mí fue una gran cómplice que en su
profunda discreción me permitió cualificar mi juego:
el maestro no podía ser un inquisidor que se las sabía
todas sino un guía que a lo sumo facilitaba encuen-
tros. En sus clases le gustaba que fabricáramos his-
torias para entender por medio de metáforas lo inútil
de las teorías. De algún modo era lo opuesto a Lucía:
más que inducirnos a repetir lo que otros hacían Eli-
zabeth quería que reinventáramos el mundo. Hoy
recuerdo sus palabras durante mi primera ceremo-
nia de clausura. Fue una tarde soleada y espléndida
cuando todos estábamos en el patio: profesoras Estu-
diantes Graduandos Invitados de honor y padres de
familia… En nombre de la directora nos felicitó por
conquistar la educación básica agregando en seguida:
—Quienes sigan jugando este juego se darán cuenta
de que acaban de ingresar a un laberinto.

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III

Concluida la visita a un paciente en Cuida-


dos Intensivos sus familiares casi siempre formulan
las mismas preguntas: ¿Será que se recupera? ¿Cómo
es su estado de ánimo? ¿Él sí escucha cuando se le
habla? ¿Ya salió el último examen? ¿Hasta cuándo lo
van a tener conectado? ¿Cuál es al fin la enfermedad
que padece? Obviamente los médicos responden se-
gún su especie con toda serenidad y asepsia. Al tercer
día de hospitalización mis amigos me encuentran in-
consciente e hinchado. No pueden ocultar su tristeza
ante el aspecto vegetativo y amarillento que presento
La única proposición que escuchan se resume en dos
palabras: pronóstico reservado. El Infantino se desespera
y viendo pasar al doctor Chaparro lo detiene en el pa-
sillo. El galeno amablemente le dice: —Tranquilo…
En este momento su amigo tiene dos opciones: o se
recupera O se muere. Hay que tener paciencia.

Afortunadamente en mi formación elemental


no pasé por Kínder ni Transición Ni el montón de

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Fabián Sanabria

idioteces que los comerciantes de la pedagogía se han


inventado. Aclaro eso subrayando que habiendo cum-
plido cinco años ingresé a primaria y Bueno Al completar
diez me matricularon en el República de Colombia:
un liceo público y mixto que quedaba a pocas cuadras
del Jardín Botánico. Mi hermano entró al Jorge-Elié-
cer Gaitán y desde entonces nos separamos. Ante mis
ojos surgieron dos bloques que multiplicaban el área
de la escuela. El colegio contaba también con patio y
tarima donde todos los días formábamos y cada fin
de mes extrañamente aparecía un cura Muy dispuesto
a celebrar la misa que precedía nuestras izadas de ban-
dera. —Imagínense el horror: ¿un instituto laico con
cura y misa? (alegaba furibundo papá como si viviera
en Francia o Alemania). —Pero si así es aquí (contes-
taba mamá tratando de calmarlo).

En el campo de la salud hay que aprender a dis-


tinguir las jerarquías. Del mismo modo que sotana
negra de simple cura se diferencia de la de trazos mora-
dos de obispo y éstos a su vez se distinguen del escar-
lata cardenalicio… Una cosa es un paramédico y otra
muy distinta un auxiliar de enfermería: ambos llevan
bajo el blanco un enterizo: verdoso el primero y medio
caqui el segundo. Y nada tienen que ver con terapistas
y jefes de piso que normalmente usan overoles celestes
los unos y azul rey espantoso los otros. Los doctores de
verdad son caso aparte: simplemente se ponen una bata

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¿Profesor?

tras quitarse la chaqueta. Hay que juzgarlos por la cor-


bata. El doctor Chaparro —por ejemplo— la tarde en
que me internaron lucía una tira tan elegante que debió
comprarla en Suiza. Toca fijarse bien para no emba-
rrarla y decirle como las presentadoras de televisión
Doctor a cualquier pelagato. ¿Cuándo aprenderemos
a llamar a cada quien por el título que le corresponde?

En el colegio mixto el aprendizaje se diversifi-


caba. Ya no había una sola profesora para el mismo
nivel sino un montón de maestros: el de Matemáticas
La de Biología El de Religión El de Inglés El de Lite-
ratura Las de Geografía e Historia El de Civismo y
Educación Física. A medida que avanzábamos nuevos
cuadernos y libros que correspondían a diferentes
materias engrosaban mi biblioteca: Química-Física-
Álgebra-Trigonometría-Cálculo-Filosofía-Francés y
no sé por qué diablos una asignatura llamada Com-
portamiento. Sin darme cuenta me fui inclinando
por las humanidades y las letras Seguramente por
ser las áreas que más repasaba. Ahora lo veo: como
seguía enseñándole a un montón de alumnos imagi-
narios Mis cursos también evolucionaron: contaba
con un excelente sistema de calificaciones Pero las
clases debían ser más dinámicas. Fue cuando empecé
a robarme las tizas y decidí inaugurar como tablero
la puerta de mi cuarto que cada noche con una almo-
hadilla untada de alcohol limpiaba. Así me parecía a

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Fabián Sanabria

mis maestros: laborando en varios niveles y hasta en


distintos establecimientos. ¿Cómo era eso? Muy sen-
cillo: para ajustarse un mejor sueldo la mayoría de mis
profesores trabajaba en diferentes colegios Incluso las
tres jornadas: mañana Tarde y noche. Conversando
con ellos aprendí a conocer otros institutos Especial-
mente los de religiosos. Me contaban que al inicio de
cada clase tocaba rezar un padrenuestro con su res-
pectiva avemaría porque en el San Carlos la misa en
inglés era obligatoria y el padre Francis se mostraba
muy estricto con la segunda lengua… Que los Herma-
nos de la Salle controlaban cada movimiento del pro-
fesorado para que los maestros de universidad pública
no contaminaran a los alumnos con ideas marxianas
Que los franciscanos trasladados a la Ciento setenta
se volvieron unos mercaderes de la pedagogía Que las
madres del Sacré-Coeur aplicaban la misma regla de
los jesuitas cambiando de clase a ese par de adoles-
centes si de pronto los pillaban de mucho pipí cogido
Que las niñas del Alvernia aprendían muy temprano
a volárseles a las monjitas con sus novios afrancesa-
dos del Liceo Pasteur Que era un asco pensar que en
Colombia el monopolio de la educación desde la Colo-
nia lo había ejercido la Iglesia so pretexto de formar a
los dirigentes sin explicarle a la sociedad por qué dia-
blos de lo engendrado y no creado de su misma natu-
raleza había surgido una manada de pícaros… Para
muestra nuestros Honorables Parlamentarios o Dicho
en plata blanca Los políticos.

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¿Profesor?

Unos suben y otros bajan Algunos indiferen-


tes Los demás indolentes. ¿Qué les vamos a pedir?
Ellos ordenan y las mujeres cumplen su tarea: están
acostumbradas. Yo sigo aquí empotrado entre cables
y tubos sufriendo como Cristo manda en esta Unidad
de Cuidados Intensivos. A cada rato las enfermeras
supervisan mis signos Me vigilan Voltean y observan.
Me inyectan antibióticos y suero controlando riguro-
samente los medicamentos Puntualmente me asean.
Mi conciencia despierta en la noche cuando la mayo-
ría duerme y varios personajes suben a escena: un
hombre Cabeza de Manzana Una pequeña banda de
músicos Un tramoyista (El director de la Orquesta
de la Ciudad Universitaria de París: Adrian MacDo-
nald) y cinco grandes amigos disfrazados de creyentes
(Edgarinos Jaime y Felipe acompañados de Leonor y
Carlos-Guillermo) Más un par de maestros ataviados
con hábitos religiosos: Michel Maffesoli y Fernando
Vallejo.

El República de Colombia era un colegio con


capacidad para dos mil alumnos y ciento veinte pro-
fesionales Entre maestros y auxiliares sumado el per-
sonal administrativo: la rectora y los coordinadores
de disciplina El orientador vocacional y las secretarias
Más un par de celadores junto a los diez empleados

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Fabián Sanabria

de la cafetería y los prestadores de servicios de aseo.


Inés-Marina Vizcaíno de Cubillos era la jefe de todos.
Una dama alta de calzado amplio y voz ronca que
hacía una década había ingresado al magisterio tras
concluir en la Universidad Militar Nueva Granada
su carrera de abogacía. Cinco aspectos la caracteri-
zaban: una excelente capacidad ejecutiva Su lucidez a
la hora de tomar decisiones Cierta aureola de autori-
dad que nadie cuestionaba Y dos elementos indispen-
sables: una libreta forrada en cuero de hojas doradas
Acompañada de un estilógrafo exclusivo para estam-
par su firma o escribir los borradores de esquelas de
llamada de atención o felicitación a sus subordinados.
Todas las tardes llegaba a las dos en punto cuando los
alumnos habíamos ingresado. Conchita Rodríguez
de Perdomo y Carlos González (los coordinadores
de disciplina) le entregaban el parte de cada jornada
Luego se entrevistaba con el psicólogo Mario Her-
nández de quien de algún modo desconfiaba Y en
seguida atendía innumerables asuntos. Nosotros sólo
la veíamos en las ceremonias mensuales o caminando
de prisa rumbo al Consejo de profesores. Tal vez por
no mostrarse tanto supo mantener el respeto que
infundía y Gracias a su labor Nuestro colegio figu-
raba entre los mejores del Distrito.

Observando a Maffesoli y a Vallejo constato


que se comportan cual franciscano y jesuita. El uno

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¿Profesor?

pro-positivo y ecléctico al elogiar lo que ocurre en el


instante eterno de incontables momentos efímeros…
El otro pesimista y austero lanzando trallazos de des-
esperación a quienes repasan las verdades mortales
de su reiterado Don de la vida. Ambos se encuen-
tran en mi estado cataléptico. Los acabo de ver y sé
que son mis vecinos. ¿Debo presentarlos para que al
oírlos discutir los lectores saquen provecho?

De sexto a noveno cierta uniformidad Los dos


últimos grados marcaban otro ritmo. Algo debe
quedar de la labor docente… Sin revisar apuntes
Simplemente recordando. ¿Y si olvido los nombres?
Vacíos sus aportes. ¿Y si son rostros los que desapa-
recen? Hay que suprimir tales fantasmas. En los pri-
meros niveles la novedad impactante. Profesores de
dos clases: controladores aterrorizando a estudian-
tes Versus magníficos conversadores. Los unos gene-
ralmente mediocres Los otros ejemplares. Por pudor
señalaré lo que me quedó de algunos: aquel rasgo
Quizá un gesto Una manera de leer que me obliga
a descolgar los íconos. ¿Enseñar? ¡Cuánta impostura!
¿Quién te crees tú para declararte maestro? Si apenas
eres aprendiz de mago Cultivador de quimeras. ¿Pre-
tendes iluminar faros y profesar verdades cuando en
realidad erramos?

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Fabián Sanabria

Mente y corazón se oponen en mí y cuando


éste afirma consolándome Aquella duda con escep-
ticismo. Sentimientos franciscanos y razonamientos
jesuíticos: no sé si escribir verdades mortales o seguir
inventando mentiras vitales. A veces prefiero un sayal
de publicista medieval con cordón y capa curtidos.
En ocasiones me pongo la sotana negra de cien boto-
nes que los seguidores de Ignacio de Loyola desu-
san. Me petrifica el control de Quinta Columna que
todavía ejerce la Policía Secreta del Catolicismo: se
vigilan mutuamente para denunciar los errores del
hermano a fin de reprenderlo fraternalmente con la
Regla Interna de la Caridad. ¡Ambas órdenes con el
paso de los siglos tan cambiadas! A Pedro Arrupe lo
sucedió un lingüista holandés que según cuentan sus
acólitos detestaba viajar en primera clase porque al
Ministro General de los franciscanos cada vez que
venía a Santiago de Cali lo transportaban sus meno-
res en autos blindados repletos de vigoréxicos. De
esas jaulas de locas merecerían ser azotadas en bola
—junto al reloj donado por los suizos en pleno
Parque Nacional— dos madrastras emblemáticas: en
cruz de San Andrés contra Oriente: Juana Córdoba
(designada por mayoría porcina Secretaria Episcopal
de Colombia) Y dándole el rabo a Occidente: Luisa
Uribe (antigua directora espiritual de los Barco seve-
ramente amonestada por catequizar soldados entre
frondosos árboles de la San Buenaventura). Cierto
No hay que mirar la paja en el ojo del vecino sino la

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¿Profesor?

viga en el propio. Fue exactamente lo que le dije a la


primera dama en un debate radial sobre la pederas-
tia de los curas Pues si queriendo hacer el bien que
quiero hago el mal que no quiero ¿Quién nos librará
de este cuerpo temerario?

Da urticaria precisar pero toca entrar en minu-


cias. Una semana de treinta y cinco horas (de cua-
renta y cinco minutos cada una) Entre lunes y viernes
de a siete por día. Ingresábamos a las doce y cuarto
Luego de doce y media a dos de la tarde las dos pri-
meras clases Sumadas a otro par hasta las tres y media
conformando el siguiente bloque. Después un des-
canso (recreo) hasta las cuatro y cuarto y las tres
siguientes sesiones ocupando hasta las seis y media
de la tarde No cuadra. Recortemos la duración de las
horas: pongámoslas de cuarenta minutos y que las
clases empiecen a las doce y veinte El recreo sería
a las tres en punto con una hora sagrada jugando el
segundo tiempo de veinte para las tres hasta las die-
ciocho horas… ¿Tal vez así marchaban las cosas?
Ahora sobra. Volvamos a los cuarenta y cinco minu-
tos por hora. Ya veo: entrábamos a las doce en punto
y los cursos iniciaban a las doce y cuarto yendo la pri-
mera ronda de a dos bloques hasta las tres y cuarto A
fin de salir a recreo que sólo duraba treinta minutos
para que el segundo conteo de tres horas fuera hasta
las seis en punto. ¡Perfecto! Cada cuarenta alumnos

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Fabián Sanabria

conformaban un curso que tenía un director de


grupo encargado de entregar juiciosamente el reporte
de calificaciones ante los padres de familia todos los
bimestres. En aquel tiempo no existía el adefesio de
la promoción automática Al contrario: durante el
primer periodo se evaluaba lo visto en ese lapso Y
en el segundo lo del primero más el siguiente acumu-
lando puntos para el tercero Hasta que en el cuarto
momento se recapitulaba todo —consignando rigu-
rosamente las notas en planillas que automatizaban el
promedio— Luego del colegio público salíamos muy
bien preparados. Los profesores rasos debían dictar
veinticuatro horas semanales pero si eran directores
Veinte. Recuerdo que también había jefes de área pri-
vilegiados porque sólo respondían por doce horas de
clase a la semana Obvio: debían reunirse cientos de
veces con sus colegas de Matemáticas o Sociales y
Literatura En fin La paridad que llaman. De sexto a
noveno había seis cursos por cada nivel sumando cin-
cuenta y cuatro aulas ubicadas en el Edificio A Mien-
tras que los últimos grados se reducían a cuatro por
dos en el conjunto B para totalizar sesenta y dos salo-
nes de los cuales cómodamente disponía el colegio.
Los alumnos del República de Colombia usábamos
dos tipos de uniformes: los muchachos llevábamos
jeans azules y saco escote en V del mismo color com-
binado con camisa blanca Más zapatos negros de
amarrar lustrados. Las niñas lucían faldas a cuadros
con medias blancas y saco también escotado en V

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¿Profesor?

con blusas impecables para dejar el nombre de la ins-


titución en alto. El atuendo de educación física nos
igualaba: pantaloneta más medias y tenis blancos con
camiseta azul larga que practicando voleibol arreman-
gábamos. ¿Qué otra prenda usábamos? Por suerte en
los liceos oficiales no exigían uniforme de gala.

¿Aún sedado vallejiando? ¡Y pensar que todavía no


hablo de mis colegas! No todo es perverso cuando a
jesuitas o a franciscanos me refiero. En otro capítulo
casi condecoro con la Orden de las Palmas Académicas
al fraile amigo de papá que de niño me inspiró un mag-
nífico juego. La Compañía de Jesús en Colombia tam-
bién podía exaltar su propio Pájaro Espino: años atrás
dirigía el Centro de Investigación Popular ubicado en
un barrio de invasión aunque cada mes desayunara
con el Presidente roscón en la Casa de Nariño. Para
ponerlo a prueba sus compañeros de orden al Magda-
lena Medio lo desterraron Cuando con el tiempo ¡Oh
sorpresa! Pacho regresó restablecido: el lingüista holan-
dés lo designó superior provincial y desde entonces no
hizo otra cosa que despotricar de los cínicos. Contra-
diciendo a los nostálgicos de lo absoluto despidamos el
fatídico dilema de lo uno o lo otro proclamando a los
cuatro vientos Esto y aquello. ¿Acaso no puedo tener
corazón franciscano y mente jesuítica?

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Fabián Sanabria

Lunes Miércoles y viernes una cierta clase de


cursos Martes y jueves otra. Ya dije que estudiaba
en las tardes Sin madrugar a lo para-bestia desde las
cuatro de la mañana. Mi colegio jamás tuvo rutas de
buses Luego nunca hubo policías desde casa: profe-
sores y alumnos llegábamos por cuenta propia. Las
asignaturas duras De sexto a noveno eran tres veces
por semana: Matemáticas y Biología. Después de a
dos las Sociales con un poco de Religión y Educa-
ción Física. Olvidaba lo esencial: Español y Litera-
tura Y ahora sí pongámonos de pie Cosa que según
los ilustres pedagogos había que hacer por respeto a
las clases y no tanto para recibir a los maestros. Que
pase Hilda Carreño de Castañeda fumando Pielrojas
entre líneas y círculos con su voz delgada y tipluda
haciendo tambalear a los distraídos: —Jovencito Ese
ángulo no está bien dividido. ¿Qué me quedó de ella?
Sus bellos signos. No la recuerdo vestida de faldas: me
encantaban los pantalones cuadriculados de pura geo-
metría que usaba. Sonaba dándole paso al siguiente
bloque una sirena (Huuuu Huuuu Huuuu) y ella: Nos
vemos el miércoles y no olviden los ejercicios de Arit-
mética… Entraba sin saludar a su colega Blanca-Ceci-
lia Suescún de Castro con un vozarrón repitiendo:
—¿Cambiamos de clase? Extendía su abrigo azul apa-
nado en el pupitre y empezaba a hablarnos de Darwin.
De ella me quedaron algunas divisiones taxonómicas:
reino-philum-clase-orden-familia-género y especie que
para divertirme de vez en cuando utilizo. Salíamos a

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¿Profesor?

recreo y en la cooperativa compraba mantecada con


Pony Malta. ¿Se me acababa la plata? Cuando al final
de alguna jornada quedaba varado Retacaba. ¿Cómo?
Subiendo por la calle Sesenta y ocho le pedía a los
transeúntes colaboración para mi pasaje y si resulta-
ban tacaños Caminaba. En tiempos del colegio nos
habíamos mudado al barrio Gaitán. Si de amnesia no
padezco Cada miércoles las tres últimas horas eran de
gimnasia y como en paseo bugueño a niños y niñas nos
separaban. En el patio central con Chucho Sandoval
practicábamos los pelaos baloncesto además de saltar
lazo porque nuestro entrenador detestaba el fútbol. Su
truco para que hiciéramos correctamente los ejercicios
consistía en amenazarnos con darnos correa. Supongo
que esa sentencia nos excitaba al máximo puesto que
fallábamos… Entonces ponía al capitán del equipo a
corregirnos. Así jugábamos inocentes antes de nues-
tros primeros frotamientos. ¿De eso para qué hablo?
Pasemos a las Ciencias Sociales: muy similar a Paloma
San Basilio doña Irma Sierra nos contaba secretos de
la Historia alternando con Berta Hernández el relleno
de numerosos cuadernos de Geografía. ¡Cómo olvidar
las enormes cordilleras y los distantes océanos! De la
clase de Religión recuerdo las enormes corbatas pasa-
das de moda de Víctor-J Parra-Castro que me obli-
gan a exaltar un título: Seamos mensajeros de la educación
Porque en cada curso se la pasaba promocionando ese
libro. ¡Que siga más bien Gilberto Romero con sus
trajes impecables y la barba de pirata correctamente

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Fabián Sanabria

alineada haciéndonos poner de pie para que lo salu-


demos! (A él le debo no decir como Julito Sánchez
delante del doctor Casas habían diez libros sino había).
Nos obligaba a llenar cientos de fichas de autores y
obras de la literatura universal No sólo para memori-
zar sino a fin de saborear distintas prosas y a leer se
dijo. La poesía le parecía dulzona salvo los versos que
él mismo traducía: Por un delirio idiota veo a tu doble puro
/ ¡Amor Canción Mi reina! / ¿Es un espectro macho entrevisto
en el juego de la pupila pálida / Quién me examina así sobre el
yeso del muro? / No seas inclemente y deja cantar maitines a tu
corazón bohemio / Guárdame un solo beso ¡Dios mío! porque
voy a morir sin poderte apurar / En mi vida de nuevo sobre mi
corazón y mi verga.

Entre pretextos clericales me hallo suspendido.


¿Se agota acaso la escritura? Ocurre cuando estoy
dibujando pues justamente el esbozo patina y aunque
en esta clínica me atrapa el tedio Resisto. Graves
voces me asedian: No olvides comprar el soporte para el
proyector de diapositivas y pedir que algún obrero venga a insta-
lártelo. Tengo que taparme los oídos Ensordecer esos
ecos para perseverar en mi absurdo.

Los idiomas extranjeros por sus sonoros ruidos


me encantaban. Mi profesor de inglés era un sindica-
lista curtido en asambleas: Adolfo Cruz que siempre

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¿Profesor?

usaba vestido gris y boticas desgastadas debido a las


innumerables marchas donde le enseñaban frases de
cajón para nunca levantar sospechas. Fue él quien nos
repetía que cuando nos preguntaran con You se res-
pondía con I y si la cuestión era en plural debía utili-
zarse We: —Are you at home? —No We are in the park.
En cambio Jorge Gómez-Latorre… Ese flaco e his-
triónico señor sí que nos enseñó —más allá de sus
trajes oscuros y buzos cuello de tortuga explicándo-
nos su teoría de la E— a volvernos afrancesados: —
Je ne trouve pas la clé qui peut ouvrir la porte de mon coeur et
de mes sentiments Parce qu’elle est cachée dans un autre coeur.
En décimo y once el bachillerato era a otro precio:
junto a las clases de Filosofía aparecieron los cocos de
Trigonometría y Cálculo Más los astros de Química
y Física. Además tocaba presentar nuevos Exámenes
de Estado y se acercaba el instante de partir Llegaba
el momento de elegir una carrera.

La frase del párrafo antepenúltimo sobre el pro-


yector corresponde a un video-beam que encendido a
pocos metros de un telón deslizado al fondo de mi
sala permitía disfrutar de buen cine sin salir de casa.
Para ocultar el cableado necesitaba comprar una espe-
cie de palanca que con la ayuda de algún operario
debía empotrar en el techo. He ahí la tarea pendiente
la tarde del aguacero cuando acudí por segunda vez al
médico sin saber que me hospitalizaban…

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Fabián Sanabria

El reflejo de mis maestras de primaria durante


el bachillerato con toda lucidez recayó sobre María-
Clara Segura: la profesora de Filosofía que a todos
nos decía doctores para que así mismo le correspon-
diéramos. Sin lugar a dudas una dama elegante y culta
con quien aprendí varias curiosidades de los presocrá-
ticos levantando sospechas contra el idealismo plató-
nico Bastante cobarde por cierto en lo concerniente
al cuerpo pues lo convirtió en carcelero de la nebu-
losidad del alma trazando de ese modo el puente que
siglos más tarde conduciría al patetismo morboso
de la cruz. Los cocos Panesso y Acosta De Trigo-
nometría y Cálculo respectivamente Eran unos gri-
tones: aunque buenos matemáticos y sabelotodos en
ecuaciones diferenciales Se la pasaban atemorizando
a los estudiantes con las notas. De ellos recuerdo sus
pintas: combinaban mal zapatos y vestidos: prefe-
rían los colores zapote y aunque el primero era alto
y el segundo estadísticamente enano… Parecían un
par de gnomos sacados de alguna tira cómica. Final-
mente sobre los duchos en Química y Física Jamás
olvidaré el acento español de José-Manuel Plata-Fer-
nández enseñándonos los dibujos de tantos alcanos y
alquinos manchando generalmente su bata en el labo-
ratorio Ni la rigidez de Marta Arévalo mordiéndose
los labios para que repitiéramos las más elementales
nociones de dinámica hasta que al fin memorizáramos

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¿Profesor?

sin saber cómo aplicar en la vida real el concepto de


Movimiento Rectilíneo Uniforme.

Desde la cima de mi delirio en esta Unidad de


Cuidados Intensivos quisiera repentinamente arro-
jarme al vacío Despojarme de todos los hábitos entre-
gándoselos a los comerciantes de Eros…

Mis fratellos de adolescencia jamás fueron del


colegio Los encontré afuera. No sé qué me movió
un domingo En vísperas de graduarme de bachiller a
regresar a La Porciúncula. Pasé por allí —supongo—
y me dio por entrar a misa. Junto al altar divisé —
poco antes de la comunión pues el rito concluía— a
un grupo de jóvenes muy apuestos que cantaban
mientras la gente se daba la mano. Al final de la cere-
monia pasé al frente y sin ruborizarme les dije que
quería formar parte de la banda Ellos gustosamente
me aceptaron. En seguida nos dirigimos a un salón
que quedaba saliendo de la iglesia hacia el interior de
un edificio enmarmolado Cuando súbitamente resur-
gió mi infancia: aquel era el mismo terreno que de
niño recorría con papá y fray Severo… Los curas
lo habían vendido a la empresa Granahorrar trasla-
dando a la Ciento setenta con Autopista el antiguo
liceo: ahora sólo quedaba un centro comercial en
esos predios. Trastabillando ingresé al teatro de ese

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Fabián Sanabria

grupo medio ecologista Donde con los meses con-


seguí novia e inolvidables amigos En cuya compañía
descubrí mis primeros frotamientos.

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre Aunque es


de noche Y con ella despertar no puedo. Sigo recluido
delirando la comedia que otros representan. ¡Que se
levante de nuevo el telón y mis amigos desempeñen
sus roles! A mi lado continúan los dos maestros (fran-
ciscano y jesuita) Maffesoli y Vallejo: —Me da mucho
gusto que hayan venido… ¿Les provoca tomar algo?
Bueno… Sólo puedo ofrecerles Dextrosa al cinco por
ciento que es más agradable bebida que inyectada.
¡Cómo duelen las malditas agujas! Por favor Siéntense
Pónganse cómodos Maestros Porque en el próximo
capítulo ustedes serán los protagonistas.

Un veintiocho de noviembre En el Club de Ofi-


ciales de la Policía —donde solían graduarse los del
República de Colombia— Me otorgaron el título de
Bachiller Académico. En calidad de representante
del Bienestar Estudiantil —cosa que no había dicho
y pretendía omitir pues para mis compañeros signi-
ficaba ser un regalado— fui quien dio el discurso
de graduandos recibiendo de manos de Inés-Marina
Vizcaíno de Cubillos una placa que todavía conservo:
Al alumno FS en reconocimiento a su magnífico desempeño

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¿Profesor?

como presidente del BE La comunidad educativa agradecida.


¡Casi olvido a Antonio Mariño! El eterno profesor
de Música Apodado por mis camaradas Beethoven
Quien tocaba en su acordeón una vez concluida la
marcha triunfal de Aída: Juventud-Juventud colombiana…
Castos hijos de raza valiente Que lleváis con virtud en la frente
un laurel de luz y honor… ¡Cuán fervientes se volve-
rían para mí las ceremonias de grados! Con el paso
de los años se convirtieron en espectáculos coloridos
viendo hacer fila a los cansados viejos Junto a las tías
fumadoras y a las hermanas lobas entre vestidos apre-
tados fucsia sosteniendo a la pobre nona envuelta en
un montón de chales que no sé por qué diablos la tra-
jeron Salvo por los hermosos conjuntos de machitos
nunca antes vestidos de paño combinando lustrosos
mocasines con impecables medias deportivas.

A Michel Maffesoli le encantan los sombreros


de ala ancha cardenalicios que hacen juego con su
hábito café oscuro y capa de cachemira. Fernando
Vallejo prefiere usar sotana negra aunque aborrece a
sus compañeros de orden. Ambos están El uno a mi
diestra y el otro a la siniestra. Nos separa una colga-
dura blanca que lo transparenta todo. Los dos pare-
cen ilustres visitantes Escépticos confesores. ¿Si uno
de ellos fuera rabino? Felizmente no son directo-
res de conciencia. Espontáneamente han aparecido
Están aquí y debo saludarlos. Han venido a compartir

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Fabián Sanabria

deliciosas dosis de humor e ironía para que persevere.


Ellos por éstas ya pasaron: a Michel hace tiempos que
en el Hôtel-Dieu le practicaron una biopsia Y a Fer-
nando en la Barraquer recientemente lo operaron de
cataratas… —¿Cómo van los hermanos? ¡Pónganse
cómodos!

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IV

¡Ay! Los años maravillosos que nunca volverán


No vuelven. Caída una tarde abandonada del colegio
En la esquina nororiental Bajo el techo de una case-
ta de lata devoraba pasteles de queso o arepas de hue-
vo con Pony Malta. Hoy esos sabores refritos ni me
provocan. La matrona con su delantal tiznado freía en
el mismo aceite los envueltos de la semana. A veces
me topaba con los hermanos Pacheco —de ellos me
acuerdo— Y al menor (Óscar) casi siempre lo invitaba:
sus marfiles sonreían en un rostro moreno Redondo
Bien formado. Se suponía que eran mormones: Santos
de los Últimos días. Siguiendo sus pasos A semejante
secta casi me convierto: por puro ardor fraterno y cul-
pa de sus misioneros gringos que de alegre inocencia
me colmaban. Los soñaba cual vaqueros en alguna ca-
baña Muy pronto semidesnudos cortando leña Trans-
formándose en nuevos ídolos de mi cinematógrafo.

Aún profundo y envuelto entre sábanas todo


resulta representación Pieza de teatro. Mi cuarto se

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Fabián Sanabria

transforma en el de otro tiempo pues no sólo en el


delirio detesto las clínicas nuevas Ésta tiene algo de
antigua: la administran monjas Dominicas del Buen
Pastor que asocian dolor con pecado. ¡Ecco! En medio
de la penumbra veo al Infantino tratando de quitar
de la pared una estatuilla muy fea: es la de un cruci-
ficado Imposible de arrancar porque está empotrado
en los muros. He ahí el ejemplo del cristianismo: un
hombre torturado que nos salva. Odio los hospitales
que carecen de techos altos. Los pisos en que figuro
mi reposo son baldosas pretéritas e importadas de
La Habana: similares a las del Hotel Inglés donde
Hemingway se inventó los primeros mojitos. Las
cortinas que me separan de los vecinos ahora están
hechas de una lona blanca Pesada. ¿Estoy en el último
piso o me tienen recluido en los sótanos? Por razones
solares anhelo una terraza pero lo sé No me han ele-
vado: en vez de Unidad de Cuidados Intensivos este
lugar parece anfiteatro. Hace más de medio siglo lo
construyeron para tuberculosos. ¿Será esa la enfer-
medad que padezco? Se supone que hace décadas del
mundo la erradicaron. Aunque pensándolo bien aquí
estoy por una crisis respiratoria.

A Óscar Pacheco un incandescente viernes de


fin de año me lo topé desnudo haciendo cola a mi
lado. Estábamos en un corredor del Batallón Pri-
mero en la calle Cien con Autopista: aguardábamos

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¿Profesor?

a que los milicos nos revisaran. Cientos de mucha-


chos de todos los colegios y pelambres Allí parquea-
dos: empelotos y sin rubor contando chistes Mientras
pasábamos al patio principal y luego a la carpa ver-
dosa de aquella tarde intrépida en que nos llamaron.
Desde las cuatro de la madrugada Cual modelos para
un casting renegando habíamos llegado. El concurso
tenía que ver con el maldito Servicio Militar Obli-
gatorio. Lo maldecíamos porque sólo era y seguirá
siendo para los de ruana: los señoritos de cuello
blanco ya habían comprado sus libretas. ¿Y nosotros?
Pues ahí Montando guardia. Hacia las tres de la tarde
la voz de un comandante exclamó ¡Pacheco Óscar!
Y yo quedé estupefacto. Al cabo de diez minutos lo
vi salir de aquel circo estirando trompa: al Guardia
Presidencial lo destinaban. No tuve tiempo de conso-
larlo y sin darme cuenta lo ayudé a vestir pasándole
mis pantaloncillos En esas me llamaron… Una vez
al interior Dos chanchos vestidos de médico y cape-
llán Haciendo señas me pidieron pararme al frente y
sacar de una urna de cristal otra balota: —¡Amarilla!
Exclamó el más cerdo. Sobrante el señor ¡Qué lás-
tima! A la salida encontré al niño Óscar desesperado
porque había perdido sus zapatillas y entre apuros me
estiraba sus calzoncillos: —¿Entonces qué? Ponqué.
—Creo que de ésta me acabo de salvar Pero no
importa Hermanito Póngase también mis tenis que
así sea descalzo Le juro que el año entrante no habrá
domingo que me impida venir a verlo.

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Fabián Sanabria

El teatro continúa. Ahora sí que pasen los


amigos. Es media noche y parece que extendieron
el horario de visitas… —Felipe: corre esas corti-
nas y saluda de mi parte a los hermanos Maffesoli
y Vallejo. Que sigan los demás sin miedo pues la
pieza está a punto de empezar: ustedes son los acto-
res. Si pudiera los ayudaría soplándoles los diálogos
Pero como ven me tienen entubado Les toca solitos.
¡Vamos! Únanse: a mi diestra o a mi siniestra Hay que
tomar partido. Michel es optimista Franciscano Pro-
positivo: le encantan Orfeo y Dionisio… Escojan.
Fernando es pesimista Jesuita Negativo: le fascinan
Lázaro y Sísifo… ¿Quién se les une? Espontánea-
mente los demás fieles laicos comienzan a ligárseles:
con el hermano Maffesoli van Jaime y Leonor Y del
lado de Vallejo Felipe y Edgarinos. Ya veo: acaban de
entrar Carlos-Guillermo y Rose-Marie… ¡Que el uno
se vista de negro y la señorita lleve un hábito terra-
cota! Los demás compinches si llegan tarde pueden
ser músicos: Adrian MacDonald (el director de este
elenco que pensándolo bien es otro tramoyero) los
necesita para que toquen cuerdas y vientos… Percu-
sión no debe haber porque se despiertan los demás
enfermos.

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¿Profesor?

De las inolvidables visitas al Guardia Presiden-


cial religiosamente cada semana Debo contar que
fueron espléndidas Mucho más gratas de lo imagi-
nado. Primero: los amigos de los soldaditos no tenía-
mos que empelotarnos como para ver a un preso.
Segundo: sospechaba que los demás acudientes de los
guardianes del Presidente también habían intercam-
biado prendas con aquellos. Todos tan similares sin
ser forzosamente retratos de familia. Así El primer
domingo del nuevo año había llegado y ante la sor-
presa de todos Se asomó el primer mandatario con
su caminado roscón acompañado de un jesuita: era el
Pájaro Espino a quien perseguían las católicas por el
derecho a decidir que ante semejante horror se había
atrevido a acompañar al jefe de Estado en sus faenas:
a contemplar desde el palco presidencial tan sucu-
lento banquete de mamíferos.

¿Quién empieza primero? Te toca a ti Michel.


Habla en francés si así te sientes cómodo que aquí
todos entendemos y por escrito yo te traduzco. Una
luz se concentra en el franciscano —emérito profesor
de la Sorbona— que al instante cuelga su sombrero
de ala ancha y capa de cachemira. En seguida saca
una pipa que carga Enciende Aspira el humo y lanza
hacia el público una Dos Tres bocanadas… —C’est
bon! Dije que traduciría y está bien A partir de este ins-
tante lo hago: No sé por qué los izquierdistas hablan

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Book - PROFESOR.indb 71 1/17/13 2:42 PM


Fabián Sanabria

de crisis cuando todo el mundo se la pasa comprando


Además la gente recibe compensaciones Aguinaldos
Primas… Miren un rato hacia las calles repletas de
transeúntes: yo no necesito hacerme el gringo para
ignorar el mercado. Al lado opuesto se oyen murmu-
llos Sonrisas Un eructo. Michel Maffesoli prosigue:
Hay que descubrir el mundo tal cual es No como los
inquisidores pretenden. Toca exorcizar el condenado
deber ser de los moralistas Dejar tanto porqué dedicán-
donos mejor a los cómo… La fuerza de lo cotidiano
supera los racionalismos Vivimos nuevamente en el
tiempo de las tribus. ¿Alguien tiene un poco de calva-
dos? Del bando contrario se lo alcanzan (Este francis-
cano es todo un buena vida —susurran)… —Claro que sí.
¡Qué tal no disfrutar las delicias de la naturaleza! Con
otro trago de éstos se hace el hueco normando para
seguir bebiendo. Mejor gozar que sufrir contagiando
a los demás de culposos sentimientos. —En eso tiene
usted razón Profesor. De paso déjeme decirle que me
da mucho gusto (irrumpe el hermano Vallejo) ¿Pro-
seguimos? —Sí Decía que la razón sólo conduce a un
callejón sin salida: desde la Ilustración nos mantuvo
obnubilados Acabó con la mística cambiándola por
política Reemplazó la orgía por el contrato y trans-
formó los dones que invitan al despilfarro en meros
intercambios. Despreció toda clase de sensualidad
eliminando el erotismo.

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¿Profesor?

Al finalizar el primer domingo de mi nuevo año


de desocupado Acabé celebrando con mis amigos del
grupo ecológico La fiesta de los Reyes Magos. Fue
una ocasión espléndida: en el barrio Egipto de la capi-
tal dramatizaban el relato de tres hombres que viaja-
ban desde los más recónditos extremos de la tierra
para entregarle sus presentes a un niño recostado en
un pesebre Envuelto entre pobres y humildes pajas.
Lo cierto es que no muy lejos de allí En el Teatro
de La Candelaria Representaban esa misma noche un
cuento más rayado: la historia del cuarto rey mago.
Otro monarca que abandonó su reino desde muy
joven En busca de un muchachito prometido y mal
llamado Mesías A quien desgraciadamente nunca
encontró pues cuando decenios después llegó a Jeru-
salén Recién desembarcado se topó con un hermoso
pescador que huía llorando porque acababan de cru-
cificar a su maestro… Allí volví a corroborar lo que
más tarde aprendí del Nuevo Testamento: que los evan-
gelios eran puro cuento o si se quiere retazos de oídas
Dichos que se propagaron.

¡Silencio! Luces tenues hacia el jesuita. Él son-


riendo: —Yo ya ni sé… Lo único que creo es que
nadie da puntada sin dedal. —¡Lo ven! (el francis-
cano exclama). —Cuando a mí alguien me va a rega-
lar algo Casi siempre me pregunto: ¿Qué querrá a
cambio? A menos que sólo me de El don de la vida que

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Fabián Sanabria

es pura muerte. Lo único que se puede dar… ¡Y eso!


—Se dan cuenta… Ahí tienen un claro ejemplo de lo
dado contra lo cambiado: nos falta quietismo (nueva-
mente irrumpe el franciscano Esta vez hacia los músi-
cos y demás extras que van ingresando: el bostoniano
MacDonald que a la entrada del anfiteatro estira su
brazo derecho hasta que aparece el último visitante:
Nico Morales con una especie de oboe. Yo no sabía
que al hijo de la feminista le gustara soplar algo. Se
sienta de último y ahora sí el señor director avanza
a pasos largos marchando cual tramoyero No hay
aplausos. Al compás de una varita mágica una melo-
día resuena: es el allegretto de la Séptima que reconozco
porque desde la mitad alguien introdujo clandestina-
mente las percusiones).

El único empleo para bachiller de colegio


público —en mi época— consistía en encontrar
puesto de mensajero. ¡Al menos eso! Dirían los cíni-
cos de la Protección Social para quienes sólo cuentan
las estadísticas. Por azares del destino terminé enro-
lado en una asociación cultural «sin ánimo de lucro»:
la Nueva Ágora se llamaba. Pero resulta que aquella
organización resultó ser una secta neofascista. Su fun-
dador —un hijo de italianos Natural de Buenos Aires
a quien llamaban JAL: Jorge-Ángel Livraña— En los
años setenta se había cansado de su condición obrera:
poco a poco reclutaría a los mejores ejemplares de

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¿Profesor?

la protesta estudiantil que pese a tantas noches de


lápices seguían haciendo ruido. Con retórica clásica
los convenció hasta que tras años de intensas prue-
bas los ordenó Guardianes de los Nuevos Sellos para
enviarlos en misión al mundo a fin de conquistarlo.
De aquellos era Fernando Gilardi: un arqueólogo
de la Universidad de San Marcos Representante de
esa secta en Bogotá Quien además administraba una
firma francesa que le vendía repuestos de avión a la
Aeronáutica Civil Colombiana. Dicho señor sería mi
jefe. El puesto exigía ser mensajero de ambas empre-
sas Con la obligación de hablar francés o al menos
estar dispuesto a aprenderlo. Semejante anzuelo era
perfecto: obviamente allí laboraría y aunque en ade-
lante tuviera que madrugar sin parar Ese sacrificio
no importaba. Desde el primero de febrero me con-
trataron. De siete a nueve de la mañana Todos los
días hábiles acudía sin falta a clases de francés en la
Alianza del centro Gracias a una beca que por gene-
rosidad del embajador Parfait mi puesto incluía. En
seguida Hasta la una de la tarde reclamaba y entregaba
correspondencia haciendo consignaciones y regis-
trando despachos de un extremo a otro de la ciudad
Luego contaba con una hora de almuerzo Y de las
catorce a las dieciocho continuaba con la mensajería
asegurándome de separar bien los documentos finan-
cieros de los asuntos culturales de la Nueva Ágora.
Posteriormente tenía otra hora de receso e inmedia-
tamente ingresaba de siete a diez de la noche a clases

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Fabián Sanabria

de Filosofía Esotérica Con el ánimo de aprender sin


descanso la gloriosa filiación que a puerta cerrada me
acogía: después de la Doctrina Secreta de Madame
Blavatsky Pasando por rosacrucistas y masones Eran
ellos los portadores de la antorcha.

Afuera debe haber un bosque de otoño como


el de la Ciudad Universitaria de París Donde a fina-
les del siglo pasado escuchaba en mi walkman ese alle-
gretto: buscaba algo entre los árboles y no lo hallaba
hasta que el estruendo se calmaba Y nada. Oprimía
una tecla y repetía el movimiento. —No más nada
No me pregunten quién soy ni por qué me he inven-
tado Además yo ya pasé por esas. Alguna vez dije
Me morí tras hacer maroma y media y punto. De
momento sigo entre ustedes oliendo seguramente
a Lázaro porque el mundo se ha vuelto putrefacto
(¿Quién habla aquí? —Vallejo).

De los neomasones ¿Qué más digo? Con esos


colegas empecé a sentir mis primeros impulsos por
la antropología Así para ellos el verdadero conoci-
miento jamás pudiera errar entre las universidades.
No obstante gracias a mis cursos de francés conocí al
mejor profesor de esa lengua y con él empecé a pur-
garme de tanto fanatismo: aprendí párrafos que con
el tiempo desencadenarían mis pulsiones literarias.

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¿Profesor?

De Jaime González —le professeur— jamás olvidaré


sus clases de Fonética: aquellas donde nos hacía dife-
renciar los dieciséis ruidos de las vocales galas Recor-
dándonos que nos era menester adquirir once Pues
en nuestro castísimo español apenas manejábamos
cinco. Así la [é] castellana tan sólo era un fonema y
teníamos que abrir la boca para lograr la [ai] o la [ei]
y entubarla a fin de pronunciar correctamente la casi
muda [e] Alargándola luego en forma de flauta para
adquirir el vocablo [eu] que no se debe confundir
con la [au] o la [eau] Las cuales suenan como nues-
tra [o] E inmediatamente disponernos a dar un beso
para conquistar la [u] Completamente distinta a la de
nuestra lengua materna que en francés se escribe [ou]
Haciendo varias veces el ejercicio de abrir y cerrar
pronunciando ese sonido hasta alcanzar la [i] que se
dobla sin cesar al volverse [y] Y bueno… De las nasa-
lizaciones nos repetía que la [un] podía asimilarse a
una pastilla sostenida con los labios La [on] a una
papa criolla también sostenida con los labios Las [en]
y [an] a un dado asegurado entre los dientes Y la [in]
a una mina de Kilométrico —la marca preferida de
los estilógrafos escolares de la época— detenida con
mucha pereza entre incisivos y caninos.

La Séptima sinfonía calla mientras los seguidores


del hermano Maffesoli (Rose-Marie Jaime y Leonor
—esta última no ha hecho otra cosa que marcar

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Fabián Sanabria

cincuenta veces al día el conmutador de la Secreta-


ría de Salud para que envíen cuanto antes los resulta-
dos de mis exámenes de la gripa cochona Mal llamada
H1N1) empiezan a encender veladoras alrededor de
mi cama. Michel continúa: —Hay que reconocer
nuestra parte del diablo y regocijarnos con los placeres
de la carne aunque ustedes no lo crean… —¡No me
diga Distinguidísimo profesor Que ahora va a cele-
brar con nosotros otro Oficio de Tinieblas! (vuelve a
irrumpir el jesuita). ¿Acaso no basta con los sermones
del plagiario José Cela? ¿Profundidad de la piel? Pre-
fiero el instinto de los animales con sistema nervioso
complejo: Zoología en vez de Sociología. ¿Por qué no
me dediqué a eso?

Faltaban más lecciones de Fonética. Nuevamente


la teoría de las [é]. Inminente saber que en francés esa
bendita vocal resultaba muy importante Pues el éxito
de pronunciarla bien equivalía a ganarse el beneplá-
cito de los malditos parisinos que sólo miran a quien
correctamente la articula Porque las consonantes
finales casi nunca suenan y hay que saber que la [e] sin
acento es casi muda pero puede convertirse fonética-
mente en [é] cuando en algunos casos va seguida de
dos consonantes. Por ejemplo En el término expression
Las dos vocales [e] van seguidas de dos o más con-
sonantes… Pues bien Mi querido profesor de fran-
cés me enseñó a tildar mentalmente miles de vocales

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¿Profesor?

similares hasta que aprendiera que sonaban como


nuestra [é]. ¿Y bien? Además tuve que saber que todas
las consonantes finales valían por dos Salvo doña ese
en polisílabos. Ejemplos: manger que sin tildar se lee
como si estuviera escrito mangér (obviamente no pro-
nunciando la consonante final según acabo de pres-
cribirlo) y les que sin el acento gráfico se pronuncia
lé. ¿Más ejercicios? Sí Nuevamente que la [y] nuestra
en francés equivalía a dos [ii] suficientemente abier-
tas Mientras su sonido en español se asemejaba a las
consonantes francesas [g] o [j]. También que la s entre
vocales es muy distinta de la doble esse pues así la pri-
mera sonara como el zumbido de una mosca zzzz
La segunda es nuestra s que igualmente puede escri-
birse con c cedilla [ç] Siendo preciso distinguirlas
para no confundir cojín con primo (coussin con cousin)
Ni desierto con postre (désert con dessert) o pescado
con veneno ( poisson con poison). ¿Alguna inquietud?
Sí Que la [oi] suena como [ua] y la mejor manera de
adquirir la [r] que nunca perdió la feminista Florence
Thomas se alcanzaba repitiendo: Ergre con ergre cigargro
Ergre con ergre bargril Rgrápido rgruedan los cargros cargrga-
dos de azúcargr al fergrocargril…

Como por arte de magia en mi pieza de teatro


irrumpen dos felinos: el difunto Mitzuko —primo-
génito de mis gatos— y Gauchito Cointreau (que se
lee cuantró) Apodado así porque desde que su lengua

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Fabián Sanabria

descubrió tan suculento licor de naranjas amargas tuve


que apartarle la jeta de ese jarabe. Helos aquí El uno
junto al fan de Sísifo y el otro acompañando al predi-
cador de Dionisio. —¿Se dan cuenta? La animalidad
en nosotros abunda y más vale jugar con ella evitando
que se bestialice. Por eso dice usted oler a Lázaro
Estimado novelista (prosigue el hermano Maffesoli)
¡Benditos sean los humores Más aún los hedores que
sabiamente combinados producen deliciosos perfu-
mes! —Perdone profesor pero esta comedia parece
un show de televisión ¿Acaso actuar de otro modo
no nos dejan? (¿Quién dijo eso? —Leonor Aguilar
haciendo gala de su apellido). —Puede ser Distin-
guidísima dama Mas es la mentalidad del momento:
construir leyendas moralmente edificantes… Por eso
la invito a usted y a todos a dejar el virtuosismo en la
puerta Vislumbremos de otro modo la apariencia y
¡qué viva el instante eterno!

Las demás clases con Jaime González fueron


pura literatura. Al cabo de los meses sus lecturas
influyeron para que acabara con la idiotez de la secta
neofascista y presentara el examen de ingreso a la
Pontificia Universidad Nacional de Colombia. Como
mis padres jodían tanto con la abogacía Me dio por
estudiar Derecho. Presenté la prueba No pasé Sentí
una ira tremenda. ¿Quería ser otro leguleyo engro-
sando las filas de los desempleados? Mi mentor me

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¿Profesor?

vio tan desesperado que creyó necesario ayudarme a


conseguir una beca. Por aquellos días me presentó a
una amiga suya —María-Paulina Riveros— Bastante
cercana al doctor Hinestrosa. Una mañana reluciente
me concedieron audiencia en su despacho. Sofocado
llegué hasta la Rectoría del Externado: era una mesa
inmensa y lacada en cuyo centro se sentaba el gran car-
pintero: —¿Por qué quieres ser abogado? (me inquirió
ese señor a quemarropa). No sabiendo qué respon-
derle al Honorable Doctor de la Sorbona Tosí y tras
tres segundos sin poder respirar le dije: —Para guar-
dar la hipocresía colectiva… Mi respuesta no debió
gustarle un ápice: me despachó sin beca para estudiar
en ese santuario del Derecho. ¡Alabado sea Mahoma!

Momentos efímeros son los tan mentados ins-


tantes eternos. ¿Para qué tanto eufemismo? (¿Quién
habla aquí? Imagínenlo). —De acuerdo Profesor No
hay que desaprovechar el instinto. En cada bolsillo
de mi chaqueta llevo una libreta: la una está al lado
del corazón celebrando a Eros La otra a la derecha
sabiendo que la maldita muerte siempre triunfa. Pero
fíjese: mientras en la de la siniestra aparecen crono-
lógicamente los nombres de los muchachos con los
que incesantemente me he frotado En la bravucona
de la diestra fosilizo alfabéticamente a mis muertos.
¿Por qué no sigue mi ejemplo? —Opto por la pri-
mera Por la del corazón La que representa el gozo y la

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Fabián Sanabria

exuberancia Eppur si muove… Por favor No la cambie


por la del remordimiento. —¡Cuánto quisiera no
tener que hacerlo Pero en la de los muertos he tenido
que inscribir a varios Hijos de Eros!

Entre mensajero y militante de una secta trans-


currió mi primer sabático. Un año se esfumó sin
saber qué hacer con el futuro. Por aquella época
conocí —gracias al grupo de La Porciúncula— a
un capuchino extraordinario: consejero de primoro-
sos machitos que con inagotable fervor lo acompa-
ñaban: Álvaro Díaz-Zorro Director de la Juventud
Franciscana. Acompañado de los más bellos ecolo-
gistas que de centro a norte y de norte a sur pasando
por los costados del país con él viajaban. A ellos me
apegué Me uní a sus travesías. Renuncié a la Nueva
Ágora para recorrer con mis nuevos amigos selvas y
montañas Valles y desiertos. Conocí todas las misio-
nes de los capuchinos: en la Alta Guajira y Puerto
Nariño En los llanos Orientales y la Sierra Nevada
de Santa Marta En las islas de San Andrés y Provi-
dencia. Meses después regresé a Bogotá sin un peso:
la experiencia había sido magnífica Pero yo no quería
ser misionero. Entonces conocí a un compañero del
padre Zorro (como lo llamábamos): a otro jesuita de
apellido Córdoba que años después se convertiría en
una auténtica madrastra. Ese cura me invitó a realizar
ejercicios espirituales con el ánimo de discernir mi

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¿Profesor?

vocación futura Y gracias a las artimañas del Caba-


llero de Loyola decidí convertirme al catolicismo.
Inicié los trámites burocráticos para demostrarle a la
Santa Madre Iglesia que de niño nunca me bautiza-
ron: pedí que me dejaran profundizar en los miste-
rios de la fe cursando un semestre de teología. Así
llegué a las Facultades eclesiásticas de la Javeriana
donde estudié Cristología y Eclesiología Introducción
al Antiguo y Nuevo Testamento Además de Histo-
ria de los sacramentos Creo. Con eso me bastó para
entender que el cristianismo era otro mito: los evan-
gelios habían sido escritos decenios después de haber
muerto El Nazareno… Pero siguiendo la casuística
ignaciana Sin dudarlo declaré aceptar los Misterios de
la revelación a sabiendas de que sólo me interesaba la
liturgia. De esa forma me dispuse a recibir tres sacra-
mentos en uno: bautismo Primera comunión y con-
firmación en la misma ceremonia. Elegí pues a mis
padrinos: Carlos-Guillermo Zárrate (mi mejor amigo
del grupo de La Porciúncula) y Jaime González (mi
profesor de francés ateo). Con ellos y el cura Cór-
doba Viajamos un sábado santo hacia las ocho de la
noche Rumbo al cerro de Cruz Verde: allí había una
casa de los jesuitas. Al cabo de no sé cuánto tiempo
y en medio de un aguacero llegamos a la loma. Era
una especie de ermita el lugar donde me bautizaron.
Hasta ese punto subió en seguida el obispo para cele-
brar en medio de peregrinos una turbulenta Vigilia
de Pascua. Al final de la ceremonia El muy panzón

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Fabián Sanabria

me entregó un pedazo de pan y un poco de vino al


tiempo que me daba una cachetada. Recuerdo que lle-
vaba en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta un libro
que me habían regalado: Aurora De Nietzsche. Con
los años —releyendo las proposiciones del filósofo
que acusara a Saulo de Tarso de inventor del cristia-
nismo— nunca supe si arrepentirme de aquel des-
varío… Sólo sé que así como nadie me entregó el
diploma de mi primera comunión Me quedé con las
ganas de recibir de las corroídas manos de monseñor
Rubiano el título de excomulgado.

Sin lamentos hay que aceptar que todo pasa y


muy poco queda: las ilusiones sólo son para retener-
las Forman parte de la vida. Si no Pregúntenle a los
que nunca destetaron. ¡Y de la loca no me hablen! No
me obliguen a desparramar más improperios. ¿Acaso
no ven que los progenitores son unos criminales? Los
suyos y los míos: los de todos. Sacarnos voluptuosa-
mente del vacío de la nada para arrastrarnos a la per-
dición de la muerte… ¡Asesinos! —Bueno maestro
¿Por qué no paramos un momento? Déjeme tocar
una melodía para alegrar el rato (Quien habló aquí
fue Edgarinos —sacando un acordeón dispuesto a
interpretar Senderito de amor— aguándonos los ojos).

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¿Profesor?

Convertido en católico les pedí plata a mis padri-


nos para comprar otra vez el formulario de la Nacional
e intentarlo de nuevo. De inmediato me puse a repasar
los apuntes del colegio desempolvando los cuadernos
de Sociales y Literatura: esta vez le aposté a Antropo-
logía y en octubre lo logré. Al mes de haber presentado
el examen hallé el código de mi tarjeta de inscripción
pegado en la Oficina de Admisiones Subrayado con
tinta china. Entonces a alistar papeles: certificados de
calificaciones del bachillerato Copia del diploma y del
acta de grado Igualmente de la Cédula de Ciudadanía
o la Tarjeta de Identidad en su defecto Así como de
la Libreta Militar de segunda clase en mi caso ¡Ben-
dito el que viene en nombre del Señor! Certificado
médico expedido por la Secretaría de Salud estudian-
til de la Nacho Copia de la Declaración juramentada
de mis padres como No-Declarantes ni poseedores de
bienes superiores a cinco millones de pesos Fotoco-
pia del Contrato de arrendamiento de la última casa
donde residíamos pues desde que nací jamás tuvimos
rancho propio ¡Hosanna en el cielo! Constancias labo-
rales de los padres Es decir Nada porque papá y mamá
siempre fueron trabajadores independientes y en aquel
tiempo hasta cierto rango de ingresos no se necesitaba
la firma de un contador público Copias de los últimos
recibos de agua y luz del predio donde habitábamos
para poder liquidar el valor semestral de la matrícula.
Recuerdo que todos esos papeles entre una carpeta de
cartón los llevé por triplicado.

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Fabián Sanabria

¿Seguimos hablando de Eros? Eso lo digo segu-


ramente con los ojos encharcados mientras Felipe
trata en vano de limpiármelos. —No es gratuito que
al orgasmo lo apoden Pequeña muerte (continúa el
hermano Maffesoli). Tal vez morir sea el supremo
acto de la vida y ésta no valga la pena Pero nada vale
tanto como la vida. —No me venga con buenas inten-
ciones Querido profesor… ¿No ve que según nuestro
paciente yo soy el jesuita? —No lo decía casuística-
mente: me refería al vientre y a la tierra… —De esa sí
que no espero nada. ¡Desde que unos hijueputas ven-
dieron a menos precio la finca de mi abuela! —Por
favor Hagamos otra pausa (creo que vuelvo a susu-
rrar sin articular sílaba)… Siento que me mareo y me
dan ganas de vomitar porque una maldita enfermera
comienza a expulsar a mis amigos Incluidos los dos
felinos que a los pies de mi catre estaban echados. Sin
avisar ha entrado al cubículo Dizque para tomarme
los signos y cual bruja mortecina me ha pinchado sin
clemencia Supuestamente porque no encontraba la
venita.

El día del alumbrado Es decir un siete de diciem-


bre Salió mi recibo. Debía pagar cinco mil pesos por
concepto de matrícula Más otro tanto que olvidé en
virtud del Servicio médico y el Bienestar estudiantil

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¿Profesor?

que según supe después se había inventado Marquito


Palacio. Consigné esas cifras y listo Todo listo para
presentarme el año entrante Un cuatro de febrero.
Primero en la mañana para recibir la clase de mi tutor
Y después en la tarde acudiendo al segundo piso del
Auditorio León de Greiff donde gustosamente nos
daría la bienvenida el vicerrector académico.

¡Increíble! Así de repente nos rompen los juguetes


y todo da al traste Incluidos los amigos. Nuevamente
me dejan profundo mirando al vacío. ¿Cómo voy a
volver a contactarlos? Me siento como si frotándome
(digámoslo en castizo: pajeándome) Una puta monja
me hubiera pillado. Millón de veces más frustrante que
no poder estornudar es el coitus interruptus. ¡Maldita sea!
¿Y ahora qué hago? ¿Qué gesto mágico he de adquirir
para que regrese la tropa Mi pequeña banda de teatro?
Es casi media noche y todas las puertas están cerradas
Curioso: tengo sed y frío Me siento cagado y de eso sí
ninguna condenada trabajadora de la salud se entera.
Debe llover afuera pues aquí caen goteras. Este negro
escenario Más que anfiteatro se parece a una cápsula
ciega: sigo en la maldita Unidad de Cuidados Intensi-
vos. No hay Dios que valga u Orfeo o Sísifo y mucho
menos Dionisio o Lázaro Ni franciscano o jesuita. No
hay quien me devuelva al océano. Toca serenar mi des-
esperación: en un minuto tan cruel como la eternidad
me han despertado. Todo sigue en tinieblas Nadie me

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Fabián Sanabria

ve ni oye Sólo intuyo en la penumbra una silueta bur-


lona: —¿Quién eres tú Maldita momia? Es el hombre
Cabeza de Manzana que baja con un maletín ataviado
de luto. ¿Es un cura o un levita? Más bien parece
rabino: acaba de ponerse el sombrero… ¿Alguien cer-
cano a mí —me refiero a este espacio— está a punto
de ser finado? Ni siquiera puedo morderme los labios
o la lengua: no debo tener tanta conciencia porque me
arranco el tubo que me conecta a la vida.

Antes de alcanzar mi primer día de universitario


Otra Navidad y por supuesto el Año Nuevo… Últimos
villancicos tarareados al compás de varias novenas El
pesebre gigante de La Porciúncula Las procesiones
de cada noche paseando al Divino Niño Más vino
y galletas Éstos y aquellos festejos. El grupo juvenil
se disolvía: casi todos partíamos a estudiar profesio-
nes distintas Los restantes a trabajar porque en medio
de la emoción habían metido las patas… ¿Qué digo?
La picha una y otra vez sin preservativo. Entonces
a responder por cada criatura imposible de abortar
por culpa del catolicismo: inicialmente hembras por
negarse mis machitos cabríos a los fervores insopor-
tables Luego más princesas. ¿Cuáles? Si tenían cara
de gaminas… Hasta que por fin un varoncito en suce-
sión indefinida Y así cada cual improvisando su vida
porque el tiempo de las tribus para nosotros jamás
volvería.

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¿Profesor?

¿Muerte al yo para conquistar un ser más vasto?


¡Cacorradas! Don Miguel de Unamuno decía: ¡Mi yo
Que me asesinan el yo! Tal es la única ilusión que
tenemos mientras todo se convierte en polvo: porque
allá volvemos. Me siento de nuevo en el limbo. ¿Lo
sabían? Según decía mamá —para supuestamente
asustar a papá— Éste era una especie de cueva a la
que caían los no bautizados Cuya única esperanza
consistía en aguardar la visita de la Virgen cada ocho
días con una lucecita por toda la eternidad a fin de
consolarnos. ¡Qué tal el terrorismo católico! Me he
vuelto a dormir y esta vez percibo dos veladoras
encendidas junto a los pies de mi cama… Ahora sólo
me acompañan las sombras de los hermanos Maffe-
soli y Vallejo que han cambiado de sitio. El Infantino
me susurra que don Fernando (en lugar de la impo-
sible voz de Cristo diciéndole ¡Levántate Lázaro!)
prefiere a Orfeo por desafiar a la muerte cantándole
versos. —¡De acuerdo! Sigo con ustedes Pero ¿dónde
están los otros? —Los echaron. Sólo pudo camu-
flarse mi niño pues los demás la orden temeraria de
la puta enfermera obedecieron.

Mamá se sintió muy orgullosa porque pasa-


mos a la Nacional: la Universidad de ella. También
mi hermano había logrado ingresar a la carrera de

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Fabián Sanabria

Artes Plásticas. De él no he hablado ni hablaré más


porque cometió el crimen de dejar hijos regados por
el mundo. Pese a nuestro triunfo continuamos dis-
tanciados. Cada cual en lo suyo El destino seguía
ordenándolo. Días antes de nuestro ingreso a la U
festejamos mis dieciocho años. En la mañana papá
se dio cuenta de que tropecé en una escalera y por
pura precaución me llevó donde el doctor Spitz: un
amigo suyo que de tiempo atrás había fundado en el
centro de Bogotá la Óptica Alemana. Dicho señor
delicadamente me examinó y obsequió unas hermo-
sas gafas que en seguida estrené cual nuevo ciuda-
dano. Recuerdo que aquella noche cenamos pavo y
descorchamos una botella de Casillero del Diablo.

Mostrándonos Exhibiéndonos Retratándonos:


ustedes sentados cual par de madrastras y a los pies de
la cama del moribundo Un pastorcillo… ¿No estamos
muy posudos? ¡Eso Michel! Vuelve a fumar y tú Fer-
nando: ¿Por qué no te tomas un tequila? ¿En dónde
quedamos? Ya sé: escuchábamos Senderito de amor tara-
reado en el acordeón de Edgarinos: mis ojos estaban
llorosos Pero además quedó en puntos suspensivos la
libreta de los muchachos… ¿Era verdad tanta belleza?
—¡Para qué recordarla si a los machitos cabríos los
sacrificaron! En Taormina no había sino viejos Lo
mismo que en Roma y en Medellín e igualito que en
el Terraza Pasteur de Bogotá cuando desterraron a los

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¿Profesor?

putos. ¡Sólo quedan en Barcelona y Cartagena a pre-


cios astronómicos! Los restantes se volvieron mode-
litos de pantalla y la otra mitad la pasaron al papayo.
¿Les leo los nombres de mi cuaderno? —No maes-
tro Más bien díganos si se va a instalar en Colom-
bia (pregunta El Infantino). —Pues tampoco sé…
Hace meses que busco casa pero todas las tumbaron.
Ahora hacen edificios detestables Multifamiliares que
aborrezco Torres de cartón Cajas de fósforos. ¡Mejor
pidamos la cremación! —Ssh Ssh Por favor… Si segui-
mos así le vamos a provocar un ataque de risa y no
queremos eso Fíjese: Dos veces han tenido que entu-
barlo (comenta el hermano Maffesoli)… A mí hace
años me hicieron una biopsia y ¡qué cosa más horri-
ble! Mejor lo dejamos. ¿Qué tal que estando aquí nos
hagan un chequeo? Eso ni de riesgos: uno acude a un
simple control y resulta que al par de horas nos inter-
nan. ¡Por nada del mundo! —Cálmense maestros que
aquí yo soy el único clandestino (advierte Felipe). ¡Voy
a esconderme porque vienen las brujas!

Sueños y más sueños ¡Pesadillas! Semanas antes


de mi ingreso a la Universidad acababan de estre-
nar Indiana Jones y el templo de la perdición. Ahora debía
cuadrar el horario. Para los primíparos todo era muy
simple: asignaturas y salones estaban prescritos. Los
cinco cursos que debía seguir parecían pan comido:
1) Introducción a la Antropología con mi tutor Roque

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Fabián Sanabria

Páramo 2) Biología Integral asumida por el profe


Alvis 3) Arqueología del Viejo Mundo dizque con
Ignacio Calderón 4) Geografía Humana con el maes-
tro Henry González y 5) Lógica de las Ciencias dic-
tada por Carlos-Eduardo Vasco.

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V

Mis hermanos visitantes especiales —como


por arte de magia— Muy pacientes. Maffesoli y Va-
llejo aparecidos de sopetón para consolarme y de un
chequeo a otro Ahora tendidos a mi lado Sedados.
Ambos en mecedoras porque a la seguridad social co-
lombiana desde que se la inventaron le faltaban ca-
mas. La cosa empezó complicándose pues una vez
se fundó la capital lejos del mar fuimos hostiles con
los extranjeros: —El profesor francés ya tendrá quien
lo atienda cuando por estos pasillos circulen los di-
plomáticos de su gobierno… Y al maestro escritor
¿Quién lo mandó a cambiar de nacionalidad por ca-
pricho? ¡Que pague las consecuencias! El Infantino la
última vez se escondió bajo mi lecho y así se quedó y
nadie lo molesta. Al fondo de este anfiteatro hay una
especie de sofá que de noche él despliega y cual ángel
de la guarda allí se acuesta. ¿Quién se atreve a joder
a mis fantasmas si sólo yo los veo? Mientras el uno
delira El otro interpela y así en lo sucesivo. Los dur-
mientes escuchamos a los despiertos por pura asocia-
ción libre Para matar el tiempo. Técnicas Americanas

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Fabián Sanabria

de Estudio que con los meses se llamarán Cursos de


Meditación Trascendental autografiados por David
Lynch ¡Aprenda a inventar ficciones mientras duer-
me! Acaba de salir el resultado de la segunda radiogra-
fía que me tomaron poco antes de enviarme a la Alta
Guajira Por favor que alguien la lea. «Proyección úni-
ca frontal en decúbito que comparada con el control
previo a hospitalización no muestra cambios signifi-
cativos. Persiste externo infiltrado mixto de predo-
minio alveolar difuso bilateral La silueta cardiaca se
encuentra magnificada por proyección y el patrón
de vascularización pulmonar no puede ser adecuada-
mente evaluado en la imagen disponible del tubo en-
dotraqueal externo proyectado a cuatro centímetros
de la carina con catéter subclavio derecho ensombre-
cido en la unión cabo arterial… Las estructuras óseas
y los tejidos blandos no presentan alteraciones».

¿Mi primera clase en la Nacional? Nada del otro


mundo. Tras recorrer desde muy temprano esa ciu-
dadela blanca (acababa de ingresar a otro edificio
descascarado por la humedad Similar a los de la Anti-
gua Cortina de Hierro: toda la Ciudad Universitaria
de Bogotá podría ser un gran parque turístico para
recordar el comunismo que nunca fue y jamás será
con sus grafitis kitsch que la asemejan a una secta)…
Me hallaba en un salón en el primer piso de un bloque
curtido cuyo único atractivo consistía en huir por las

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¿Profesor?

ventanas. Mis compañeros no cesaban de hacer ruido


cuando al cabo de unos minutos se parquearon ante
nuestros ojos un par de vacas: habían escapado de
la Facultad de Veterinaria y aunque un auxiliar ves-
tido de overol trataba de apartarlas Las muy tercas
parecían ir de vitral en vitral Seguramente buscando
la lección menos aburrida. Nuestro profesor había
ingresado quedándose en completo silencio Miraba
al horizonte lejano. Numerosos estudiantes reían a
carcajadas y sus malditos ecos espantaron el ganado.
¡Qué lástima! Luego nos saludó el maestro presen-
tándose como Roque Páramo Y en seguida dijo que
estudiar Antropología tal vez podía ayudarnos a com-
prender mejor a las demás especies. Era muy curioso
su vestuario: parecía un contador público De esos que
llevan vestido de paño oscuro con chaleco de lana
y corbata azul de rayas muy juiciosamente anudada
Calzando además zapatos de amarrar recién lustra-
dos. Nada qué ver con el Indiana Jones de mis idi-
lios cinematográficos. Pero algo había en él: tal vez su
pausado tono de voz o algunos tics cuando de un lado
a otro se desplazaba dando la impresión de conversar
con alguien de afuera Quizá con su alter ego. Tras cua-
renta minutos de idas y venidas poniendo ejemplos
agronómicos Aterrizó en la palabra cultura. Subrayó
que Colombia no era suelo propicio para producir
buen vino Salvo la tierra de Villa de Leyva. Senten-
ció que en este país dentro de unos pocos años sería
imposible cultivar porque desde que nacimos como

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Fabián Sanabria

República Independiente empezamos a acabar con


los campesinos. Yo me sentí perdido en la lejanía de
su mirada hasta que las horas pasaron y concluyó la
clase sin mayor impacto. ¡Qué extraño! ¿Los profeso-
res de Antropología eran así de esotéricos?

Toda obsesión ayuda a entrever más allá del


cuerpo las enfermedades del alma. ¿Por qué diablos
nos olvidamos de ella? Ah Señor No señor Usted
aquí esta noche se queda. Eso le pasó a mis fantas-
mas que sin querer los internaron. ¿Creyeron estar
de vacaciones? Para nada. Fíjense: viajando desde
París y México con el ánimo de visitar a un enfermo
en Bogotá… Pasión era el inicio de un nuevo trata-
miento. Desde comprar pasaje a tiempo y además por
pinchados acudir a alguna palanca para obtener cupo
inmediato en clase de negocios Debieron madrugar
con dos horas de anticipación al aeropuerto Llegar
muy juiciosos vestidos de sport para no parecer eje-
cutivos Pasar controles de seguridad y atravesar los
puestos de inmigración tomando el avión de Taca
y de Air France no pudiendo dormir ni ver pelícu-
las horrendas Entonces a releer los bosquejos de sus
últimos libros (El tiempo que vuelve Más San Rufino-
José Cuervo). ¡He ahí lo que cuestan los amigos! Pero
bueno A tratar de descansar mientras el cohete seguía
su ritmo disfrutando al menos el almuerzo: —¿Otra
copa de champagne? —Está bien señorita. Cada viaje

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¿Profesor?

cual espectáculo de ballet sabiendo que los pasos de


todo bailarín para nada son sencillos Hasta que de
repente: Estamos próximos a aterrizar Sírvanse abrochar los
cinturones de seguridad Abrir completamente las persianas de
las ventanillas Recoger la mesa individual y mantener su silla
en posición vertical… Y ahora sí a chirriar las ruedas en
la única pista internacional de El Dorado habilitada
e inmediatamente a pasar nuevos controles de seguri-
dad Esta vez ante el das (la sigla que identificará para
siempre las chuzadas de Topogigio. ¿Dónde lo leye-
ron?) En seguida otros pasillos brillantes que todavía
anunciaban réplicas de piezas precolombinas Y mis
hermanos mirando al fondo con desdén todos esos
rodachines eléctricos donde los demás pasajeros se
aglutinaban para recoger las maletas que felizmente
ustedes no cargan pues desde muy jóvenes aprendie-
ron a viajar ligeros Cuando por fin sofocados atra-
vesaron la pasarela de los curiosos Y un taxi y otro
amistándolos de una para ir al mismo hotel que por
culpa del nieto de nuestro único dictador (¿será eso
cierto?) se encontraba rodeado de escombros (¡quién
lo viera!) Y en este preciso instante los tengo junto a
mí pues por pura recocha le dije al doctor que a Cui-
dados Intensivos me envió: —¿Por qué no les hace
un chequeo? Uno nunca sabe… Y él ni corto ni pere-
zoso: —¡Por supuesto! Qué pena me da Carísimos…
Los invito a que se abriguen con suficientes mantas
y bufandas Más guantes y gorros de lana para salir
con gafas oscuras En esta noche clara de inquieto

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Fabián Sanabria

lucero A la terraza de mi sanatorio idílico a fin de res-


pirar el frío que todo lo cura mientras se despierta el
naciente… ¡Que Philippus Infantinus nos asista!

Concluida mi primera clase comparé inevitable-


mente al profesor Páramo con el arqueólogo Gilardi.
Pronto supe que mientras el uno era todo un huma-
nista Mi antiguo jefe sólo podía ser un arqueólogo de
pacotilla. Mejor dicho el segundo sí se aproximaba
a la versión criolla del famoso Indiana Jones Proba-
blemente al de Cazadores del arca perdida. Con los días
entendí que la arqueología nada tenía que ver con las
zagas gringas y menos con los especiales de Discovery
patrocinados por judíos. Poco a poco fui siguiendo
la lógica de mi carrera: con el padre Vasco —en ese
entonces jesuita— aprendí matemáticas observando
simetrías de frisos entre tejidos y ecuaciones diferen-
ciales que reemplazaban mentalmente cientos de bal-
dosas. Así enseñaba él con su ingenio: recuerdo que
nos hacía ensayos de previas hasta que al fin Sin rajar-
nos Acertábamos en las respuestas. Con su estilo sen-
cillo y sereno Carlos-Eduardo se convertiría en el
paradigma de mi profesor de matemáticas: llegaba
muy puntual a clase cargando bajo su brazo mon-
tones de carpetas Casi siempre luciendo los mismos
mocasines Pues quienes lo conocían aseguraban que
en las mañanas laboraba en una escuela pública En
las tardes alternaba nuestros cursos con otros en

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¿Profesor?

el Colegio San Bartolomé de la Merced Y cada seis


meses interrumpía su labor pastoral porque también
era profesor invitado de la Universidad de Harvard.

Con franqueza definida lo afirmo: ¡nuestra enfer-


medad no se encuentra en los pulmones sino que radica
en el alma! Vivimos mezclando pasado con presente
Trastocando el tiempo. Lo que fue ha de ser —nos ase-
guraba Michel— consolándonos con el mito del eterno
retorno. Pero el pasado ya se fue y siquiera se murieron
los abuelos —tristemente agregaba Fernando. Los días
azules no vuelven El encanto de la juventud ha des-
aparecido Nuestros semblantes emergen barnizados de
amarillo. Felipe lentamente ayuda a cubrirnos mientras
en mi terraza fantasiosa un alero nos protege del viento.
El frío de la montaña con un calentador a gas se aísla
¡Bebamos un poco de cognac Brindemos por esta pérdida
de tiempo! ¿De qué conversan los enfermos del alma
cuando los azares los asocian? De banalidades: Maffe-
soli ha regresado de los Alpes con un nuevo manus-
crito: El tiempo que vuelve (ya estaba escrito) y Vallejo
revive la curiosidad de niño tras su último periplo
europeo (bien sabía que se robaría el show en el Teatro
del Odeón cuando las bellezas extranjeras lo aplaudie-
ran recordando a don Rufino). Yo añoro mi próxima
estadía en París cuando homenajeando a Georges
Bataille establezca una asociación entre la maldad y lo
arcangélico. Hablar entre nos es un monólogo ¿Acaso

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Fabián Sanabria

escuchamos? El Infantino bien sabe que conversarnos


es como hablarle a felinos: así ellos ronroneen No hay
que presentarlos en público. Y eso tiene su lógica: la de
la enfermedad amplificada entre delirios. Henos aquí
pues al borde del amanecer sublimando nuestros res-
fríos Olvidando tomar nuestro vaso de leche caliente
con bocadillo Prefiriendo el brandy francés para aumen-
tar el hueco normando. Abajo hemos dejado la bochor-
nosa ciudad porque entre cómplices nos entendemos.
¿Castigo es nuestra pena? En modo alguno. ¡Benditos
nuestros impulsos junto a las sombras juguetonas de este
exilio! Aquí somos dichosos vagabundos que a ningún
reino pertenecemos. ¿Cuál es nuestra ciudadanía? La de
la diosa ambigüedad Esa sabia que mejor emponzoña.
¿Qué crees tú de los que sin reparo alegan: Por algo será
Bien lo merecen…? Mejor no juzgar a los que nos con-
denan Allá ellos. Estos estertores respirando amanecer
son sólo cauterizaciones Nuestras heridas yacen en lo
profundo. ¿Por inspirar tanta desconfianza los demás
nos odian? Padecemos una enfermedad extraña: unos
la ven cual justo karma Otros como bendición inspira-
dora. Desde este balcón meciéndonos ¡Cuánto quisiéra-
mos exorcizar nuestro desasosiego!

En la Universidad no sólo se alteraba el tiempo


También cambiábamos de espacio. Las clases de Bio-
logía las tomábamos en un salón oscuro del antiguo
Edificio de Ciencias. El profesor que nos las dictaba

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¿Profesor?

—de quien sólo supe alguna vez su apellido— era


un tipo calvo Mal vestido y despistado que hablaba
enredadísimo. Mis compañeros lo apodaban el «Bac-
teriólogo». Capaba clase como ninguno y con él ni
repasamos las taxonomías que en el colegio aprendí
con Blanca-Cecilia Suescún de Castro. ¡Una lástima!
Lo mismo que las arqueologías de la carrera: la del
Viejo Mundo junto a la de América y la de Colom-
bia. La primera Por culpa de Ignacio Calderón que
ni siquiera nos enseñó los más elementales trazos de
Egipto Grecia o Roma… Siempre alardeaba con reta-
zos de culturas indígenas vomitando ecologismos.
La segunda Por maldición del destino con el mismo
profe tacaño de pañoletas compradas en mercados de
pulgas que se la pasaba humillando a los estudiantes
y exigiéndonos reverencias hacia el Estado que afor-
tunadamente nos brindaba educación pública Cuyas
clases eran a las siete de la mañana en un edificio
carcomido por la humedad a las afueras del campus
llamado Centro de Estudios Sociales… Lo cierto
es que a la Arqueología de ese individuo la aborrecí
como a ninguna por culpa de las lecturas que jac-
tanciosamente nos obligaba a memorizar en spanglish
para enrostrarnos su ascenso social pues lo acababan
de recibir como alumno de un doctorado que jamás
concluyó en la Universidad de Kentucky Y alguna
vez el susodicho arqueólogo me amenazó con perder
su curso por aseverar que la antropología era una
aventura. Entonces tuve que acudir con todos mis

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Fabián Sanabria

exámenes ante otro profesor experto en la cultura


de San Agustín —de apellido Llanos— buscando
un segundo evaluador para que con mejor gusto los
calificara. Ya de colegas con Ignacio Calderón nos
reconciliamos Pero de estudiante no quise sopor-
tar su presencia cuando supe que también dictaría
en tercer semestre Arqueología de Colombia. Decidí
aprovechar sin reparos el convenio existente entre la
Universidad Nacional y la de los Andes para que los
estudiantes de una y otra institución intercambiára-
mos conocimientos. Fue así como conocí a la Toya
Uribe con quien inscribí la bendita Arqueología de
mi país y un semestre después Métodos cualitativos
aprendiendo en poco tiempo las tramoyas más ele-
mentales para elaborar proyectos exitosos de modo
que las instituciones patrocinadoras de investigación
los aprobaran. Igualmente seguí los cursos de Deya-
nira Rivera quien me dictó Antropología de la Salud
junto con Roberto Pineda que era profesor en las dos
instituciones —enseñando en la privada Historia de
la Antropología en Colombia— Y también recibí las
inolvidables lecciones de Isabelina Reichel con quien
—pese a la cobarde envidia que hacia ella destilaban
sus colegas— aprendí buena parte de las mal llama-
das Escuelas Antropológicas.

Tomando la pócima y respirando la cura El


Infantino nos mira sonriendo. ¿En verdad está aquí

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¿Profesor?

con nosotros o es un joven practicante que visita


tuberculosos? No estoy seguro y aunque apenas
lo intuyo saludando con gestos budistas Su presen-
cia es una bendición y en ella creo. Mejor así pues
más vale sentir e intuir este amanecer lluvioso que
nos obliga a guarecernos Seguramente caerá granizo.
—¡Ven Felipe Ayúdanos! Nuevamente al cuarto y a
juntar las sillas que apenas he mencionado (Debía-
mos estar acostados en algo así como chaises longues
pero en Colombia no hay y por eso tienen que ser
objetos de mimbre que en el Caribe llaman mecedo-
ras). ¡Vamos al anfiteatro Al otro escenario donde sin
parar seguimos este ensayo! Ojalá que regresen los
músicos junto con los gatos. ¿Adónde habrán huido
aquellos que sonaban tan claro? Ruego a los dioses
que cuando amanezca les concedan un recreo a fin de
que jugando con el absurdo deliciosamente se froten.
Ha empezado a llover ¡Lo sabía! Quizá sea bueno
para ti Mi prometido Sal pues de tu escondite y cuén-
tamelo todo No seas tan hermético y dime si crees
que algún día recuperaré la salud del alma contagiada.

Estudiar en los Andes era cuento aparte. Una


gran libertad y supuesta amplitud moral Eso decían.
Todo poéticamente correcto. Allí hice nuevos amigos:
entre el cacorrismo mágico de los estudiantes de
Ciencia Política que tomaban clases de Antropología
Me amisté con el hijo de la feminista francesa Nico

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Fabián Sanabria

Morales Y junto a los despistados de arquitectura que


soñaban con espacios más profanos Digamos que me
fraternicé con Edgarinos. Hoy no aprovecharía ese
convenio porque The Andes University está muy trasto-
cada: tras el ingreso de los hamponcitos de Topogigio
a ese claustro Las cosas bellas se putearon. Más fácil
cruzar los controles del Departamento de Estado
Norteamericano que atravesar las palancas mágicas
del Stanford bogotano. Pero bueno Allí aprendí algu-
nas manías: con la Toya de nalgas gigantescas y voz
de acento mexicano A clasificar tiestos tecomate y
a diseñar proyectos de investigación para conseguir
recursos en un par de horas (dicho y hecho). Con
Deyanira la «Ortodoncista» —así la apodaban— Una
historia imborrable referente a un paciente anémico
que juraba en la Clínica del Bosque que se había tra-
gado un ratón por dormir con la boca abierta Y gra-
cias a la ayuda de la antropóloga de la salud lograron
formularle hierro al enfermo de modo que defecara
color sangre y así creyera que paulatinamente cagaba
al roedor Hasta curarlo de la anemia. Con Pinedita
que era tan bueno y llevaba casi siempre los botones
de la camisa desabrochados exhibiendo sin querer la
barriga Repasé todo el rollo de cómo llegó a trans-
formarse el Instituto Etnológico Nacional en Cató-
lico de Antropología contando desde su fundación
con puros egresados uniandinos —a excepción de
un antropólogo de la Nacional de apellido Villa que
tan sólo duraría a la cabeza de tan inmaculado centro

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¿Profesor?

humanístico tres meses Debido a que los militan-


tes de la tolerancia y abanderados de la diversidad le
declararon la guerra. Y con Isabelina Reichel —la hija
del ario fundador de la Antropología en Colombia—
incontables nociones porque en fe de la verdad Ella
merece párrafo aparte.

¿Han huido mis fantasmas? Una enfermera inopor-


tuna los ha espantado Tal vez no vuelvan. Un pin-
chazo me saca abruptamente del teatro arrastrándome
sin querer a este lado: la sala multifamiliar de Cuida-
dos Intensivos. ¿Es Era? Las condenadas auxiliares de
salud preocupadas por las inyecciones y las pastillas Por
el suero y los antibióticos temiendo a cada rato no sé qué
contagio Son unas chismosas. Les interesa saber quién
visita a quién y ruborizadas comentan qué paciente tiene
la verga más gruesa y en seguida ríen y callan. Ellas
toman mis signos vitales de manera mecánica. Cada
vez que me asean y encuentran cagado miran para otro
lado. ¿Por qué estudiaron enfermería? Inmediatamente
me zarandean y así secretamente se vengan Entonces
desde mi coma inducido les frunzo el ceño: ¡Malpari-
das! Sin previo aviso han cortado el cordón umbilical
que me ligaba a un bello sanatorio. Quiero llorar pero
no puedo pues los fármacos me lo impiden Estas hijas
de María vuelven a sedarme dejándome de nuevo en el
limbo: el auditorio vacío. Ni siquiera sombras Sólo un
sonido: gotas que golpean contra los vitrales Granizo en

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Fabián Sanabria

los tejados. Acaba de caer un rayo y nada Sigo entubado


vomitando el dolor de mi alma en medio de este vacío.

La hija de don Gerardo y doña Alicia: Isabelina


o «Kika Reichel» —como cariñosamente le decía-
mos— destilaba literatura. Primero Por seguir al igual
que su hermana Inés la misma profesión de su padre.
Segundo Porque ese complejo jamás lo superaría: ser
hija del ario fundador de la sacrosanta disciplina la
obligó para siempre a ser la mejor Así se arrepintiera.
¡Y pensar que estaba entre mediocres donde el dicho
que reza en tierra de ciegos el tuerto es rey No se cumplía!
Ajustando cuentas con su padre Más de un colega
con ella se vengaría: entre esos Fabricio Micolta
(un mediocre bonito Casado con una archimillona-
ria que desde que lo conoció prometió a los cuatro
vientos civilizarlo). Aquel también dictaba clases en
la Nacional mirando a los hijos de la pública con des-
precio pues su verdadero nicho se hallaba en el club
de los Uniandinos. ¿Qué le pasaba a Kika con Fabri-
cio? Según ella Él la perseguía de mil maneras: ante
sus colegas se burlaba de las dos maestrías (en Ingla-
terra y Francia) que ostentaba Pues juraba y mordía
tierra apostando a que la loca esa jamás concluiría su
doctorado en Cornell estudiando a los Tanimuca. A
los estudiantes les decía que las interpretaciones de
la señora Reichel eran demasiado subjetivas Medio
esotéricas. ¿Se imaginan las calumnias? Mas ella ni

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¿Profesor?

corta ni perezosa revirándole en todos los escena-


rios posibles Especialmente cuando se lo encontraba
con su mujer en Pomona de Rosales haciendo mer-
cado: —¡Este sitio apesta porque acaba de colarse una
rata de alcantarilla! (gritaba Kika ante las cajeras)…
Señorita Hay que revisar quien repta por aquí porque
¡Uf ! (respiraba hacia la jeta de Fabricio) Huele a carne
podrida… Y las cosas allí no paraban. En el Depar-
tamento de Antropología tapizado de madera carco-
mida Kika también despotricaba de sus demás colegas:
de la doctora Uprimy junto con la Toya famosa por ex
reina de belleza tras publicar el libro Matar Rematar
y Contramatar llamándolas Mujeres de vientre estéril.
A Alberto Uribe lo calificaba de arqueólogo de las
multinacionales Del boyacense Moralitos afirmaba
que jamás comprendería lo que significaba etnobotá-
nica Y hasta a Roberto Pineda lo llamaba pervertido
porque dizque su mujer lo arañaba. El punto es que
Kika en los Andes además de ser una excelente pro-
fesora tenía contrato indefinido y no podían botarla.
Semestre a semestre las agujas giraban hasta que de
buenas a primeras el Presidente de caminado roscón
quiso conformar como primicia de su gobierno una
Misión de Diez Sabios para reformar la educación
colombiana. Entre éstos se contaban el matemá-
tico Vasco junto al historiador Marquito Palacio y el
escritor don Gabo al lado de Rudy Llinás: un neuró-
logo que se la pasaba estudiando el cerebro humano.
Éste último llamó a Isabelina Reichel como asistente

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Fabián Sanabria

profesional Ella lo pensó durante tres días pues tenía


que pedirle a la condenada Universidad una comisión
renunciando a su contrato indefinido Hasta que al
fin aceptó y bueno Se consagró a trabajar con Llinás
entre Bogotá y Nueva York sin duda alguna. La tarea
de Kika consistía en complementar los aportes de
Rudy Llinás al Sistema Educativo Nacional a partir
de las cosmovisiones indígenas que ella había estu-
diado. Pero las cosas se complicaron: aunque tras mil
vueltas y revueltas en el informe final Isabelina Rei-
chel debía figurar como autora ¡Anatema! Su nombre
en ninguna parte aparecía: ni siquiera en los agrade-
cimientos. Y ¿quién dijo mío? La cosa fue que Kika
denunció al ladrón del Llinás a diestra y siniestra mos-
trando cómo apenas le había pagado un avance irriso-
rio de infames mil dólares por su trabajo. Mas como
el canoso ese era lo suficientemente famoso Bastaba
con que dijera Esa vieja está loca y le creyeran… Sólo
le quedaba a Kika Reichel contarle a medio mundo
la clase de tramoyero que era ese frustrado director
de orquesta: un sadomasoquista misógino que odiaba
por igual a jesuitas y a judíos Pues además de taita
incestuoso —igualito a su papá que le había infun-
dido semejante rayón por el cerebro— sus valiosísi-
mos aportes a duras penas consistían en cacorradas
tales como que los sentimientos más profundos esta-
ban en el hemisferio izquierdo y el complejo de culpa
en el derecho junto al enigma de Dios en el centro.
Así eran más o menos mis tertulias con La Reichel

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¿Profesor?

alcanzando tal familiaridad que durante horas tomá-


bamos té y comíamos prójimo. Con el tiempo la fui
perdiendo de vista hasta que años después me enteré
de que ad portas de ingresar a otra carrera profesoral
—esta vez en la Pontificia Universidad Nacional de
Colombia— El flemático semiólogo Normando Silva
la había perseguido ensañándose con ella Al punto
de que la acababa de obligar a optar por un exilio en
Ginebra donde a un retiro ajeno a las mezquindades
de los académicos ingresaría. Hace meses un amigo
suizo me consiguió sus coordenadas y desde entonces
no cesamos de hablar por Skype pues pese a lo que
rajen de ella Sus ecos literarios me embriagan: Kika
de mi corazón Gracias a ti aprendí a no tomarme en serio el
desierto de la antropología.

¿Enfermedad extraña decía Maffesoli? Este


aire aséptico me roba la vida. No puedo evadirme y
hace poco tenía mucha euforia Casi no dejo hablar
a mis amigos. Aún sedado eso pasa. ¿Y ahora? No
están aquí A nadie le predico. Adiós a la carnalidad
Mi cuerpo parece etéreo Dicen que vivo húmedo
Que a cada rato me encuentran empapado. ¿Dónde
me habré mojado? La fiebre aumenta y creo que toso
mientras mi brazo izquierdo no lo puedo mover pues
sigue atado. Esta enfermedad es como una pasión que
me devora No da tregua Debo tener el rostro pálido.
¿Habrá mañana? ¡Cómo saberlo! Sin personajes me he

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Fabián Sanabria

quedado huérfano. ¿Estarán descansando en alguna


suite del Tequendama? Y El Infantino dorado… ¿Me
habrá abandonado? En pocas horas Cuando vuel-
van los músicos Les diré sin parpadear: Acérquense
No teman Tóquenme. ¡Fíjense que no huelo a carne
podrida! ¿Los dejarán? Algunos sólo se asomarán a
la vitrina Otros entrarán secándose los ojos y luego
saldrán a llorar como Norita y Pilar diciendo: Pobre
profe… Pero en seguida se calmarán cuando un nuevo
visitante irrumpa. ¿Se contendrán? ¿De qué forma?
Amaneceré sin lágrimas y las enfermeras no lo nota-
rán ¡Qué va! Me siento tan deprimido que ni aliento
tengo de arrancarme estos cables. ¡Cómo quisiera
huir Viajar Partir Volar! Aspirar nuevos aires Reco-
rrer sitios más bellos Retornar al mar y caminar des-
calzo por la arena… Escaparme de la multitud y errar
sin tregua Encontrar una roca a lo lejos Tomar una
siesta sobre ella y de pronto constatar que ha subido la
marea. ¿Y la playa? Borrada. Entonces a chapucear y a
batirme como pueda porque no voy a dejarme ahogar
y debo nadar incansablemente hasta la orilla. ¿Van a
seguir aislándome? Soy un apasionado pero me con-
tengo Necesito curar mi alma para luego sanar el
espíritu. ¿Y el cuerpo? ¡Maldita religiosidad la de estas
monjas! La fiebre habla de mí pues así lo he pedido
Odio las luces claras. ¡Por favor No jueguen con-
migo! ¿Adónde me llevan? Siento que de madrugada
me desvisten y revisten Me sacan de la celda y trans-
portan por un pabellón Ahora me aíslan e ingresan a

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¿Profesor?

un cuarto oscuro. Aquí cual presidiario me retratan:


una placa y otra Dos más para asegurarse ellos. Inme-
diatamente me sueltan y otra vez de regreso: pasillos
Azulejos Espejos cóncavos Pacientes sin rostro (En
una esquina el hombre Cabeza de Manzana)… Rueda
la camilla: —Ahora sí no olvides atarlo (dice una voz
grave Incauta). ¿Ya es de día? ¡En este frasco todo
es tan oscuro! He tosido ronco Muy ronco No doy
cuenta de mí pues esa tarea recae en el infierno de los
otros. ¡Signos vitales en peligro: hay que estabilizar-
los! Me inyectan más medicamentos y tras sujetarme
cual bestia salvaje me conectan al tubo.

Vuelvo a la Nacional. Durante mi carrera fui un


estudiante serio ¡Lástima! Aclaro esa palabra: asistía
regularmente a clases y casi todos los días frecuentaba
la biblioteca. Leía Indagaba Combinaba mis deberes
con una vida cultural ajetreadísima: no capaba expo-
sición novedosa en el Museo de Arte Moderno. Los
miércoles en la noche acudía a la Sala de Conciertos
de la Luis-Ángel Arango Compraba una boleta para
alcanzar la exclusiva silla K1 a fin de escuchar desde
allí lo mejor de la música de cámara que el Banco de
la República sin reparar en gastos a Bogotá traía. Y
claro Seguía yendo sin falta todos los sábados a las
cuatro de la tarde a contemplar los compases clási-
cos de tres directores inolvidables: Dimitar Manolov
Carmen Moral y Francisco Rettig.

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Fabián Sanabria

Esta vez sin carpa ni ranchería en la Alta Gua-


jira Veo a los indiecitos de mi primer delirio sollo-
zando. El más alto disimula un nudo en la garganta y
aprovechando un descuido de la enfermera Se quita
el tapabocas y acerca para susurrarme algo. Canta en
portugués el relato de un sueño difícil de contar pero
hace esfuerzos por reconstruirlo: Eu sonhei um sonho
com amor E uma janela e uma flor Uma fonte de água e o meu
amigo E não havia mais nada Só nós a luz e mais nada…
Luego me cuenta la historia de un príncipe travieso
llamado Loki que en la mitología nórdica acaban de
condenar a vivir en el pesado cuerpo de un árbol
hasta que alguien derrame una lágrima por él… En
seguida me dice que Loki se las arregla para sacudirse
cuando un bello guerrero se sienta a descansar bajo
sus ramas Entonces una hoja cae en los párpados del
mancebo y éste llorando sin saber libera al monarca
de su cautiverio. En ese momento entra un médico
que pregunta a mis amigos: —¿Nada que resucita?
Ellos sonríen con tristeza mientras una corazonada
me dice que el indiecito que acaba de contarme seme-
jante sueño es El Infantino. Mi cuerpo parece tan
pesado que en alguna dimensión me siento árbol: hay
un guerrero que reposa bajo mi sombra y en este pre-
ciso instante sé que debo sacudirme.

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¿Profesor?

Continúo con mis clases de Antropología.


Durante mi formación hubo otros maestros de los que
inevitablemente aprendí el oficio. En primer lugar de
Jaime Arocha Quien con sus largas barbas de abuelo
y buzos de lana de ovejo nos enseñó a llevar diarios
intensivos de campo Acostumbrándonos a citar en el
maldito formato apa a numerosos autores de la teoría
antropológica. Inolvidable su histrionismo enros-
trándonos sus rollos de investigación que siguiendo a
Saturnina Sánchez tenían que ver con las negritudes:
las huellas de africanía —como él bien las llamaba. En
segundo lugar Debo mencionar a Roberto Pineda —
esta vez en la Nacional— Quien dictándonos Teoría
Funcionalista con sus gestos complacientes cada vez
que los estudiantes le pedíamos cacao por no haberle
entregado a tiempo un ensayo: —Lo traíamos Profe-
sor Acabábamos de imprimirlo cuando se nos cayó
en un charco… Nos reconciliaba diciéndonos: —No
importa Me lo entregan la próxima semana. Siempre
tan buena gente y cortés hablando de las caucherías
del Amazonas Desapuntadas eso sí sus chaquetas que
traslucían camisas mal abotonadas excepto cuando lo
nombraron director del Instituto Católico de Antropo-
logía: allí aplicaría sin pestañear el funcionalismo que
nos enseñaba. En tercer lugar Toca invocar al profesor
Henry González —todo un papá— de Geografía. Con
él viajamos por varios sitios de Colombia: recuerdo
cuando alguna vez acampamos en La Macarena. En
aquel entonces esa montaña no era un lugar prohibido

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Fabián Sanabria

y los estudiantes podíamos apreciar las riquezas de la


zona. ¡Muy chéveres las salidas de campo! Tan pronto
llegábamos a un pueblo la gente nos acogía: El bus de la
Nacho ¡Bienvenidos! Aquellos sí eran gratos tiempos pues
hasta viáticos la Rectoría nos daba. Con una amiga nos
los gastábamos llevándole la contraria a la tropa que
se hospedaba en residencias —vale decir en pichade-
ros— para beberse casi todo en guaro mientras noso-
tros al mejor hotelito del pueblo nos dirigíamos. Y en
cuarto lugar Tras salvarme de la vagancia congénita
del yerbatero Pinzón No puedo olvidar al profesor
que aunque haciéndose pasar por especialista en mitos
y ritos me enseñó Parentesco y Etnología: Francisco
Correa. ¿Qué era eso? Pues pura organización social
para saber quién se casaba con quién y por qué moti-
vos estratégicos se aliaban las tribus Más un inventario
general de los usos y costumbres de las distintas etnias
de Colombia: qué clase de lengua hablaban Qué sem-
braban y cosechaban Dónde vivían Cómo se vestían
Cuáles eran sus principales rituales En qué creían los
indígenas que para tantos antropólogos parecían ser
el único objeto de estudio. En cuanto a Mimí Jimeno
jamás tomé clases con ella Evitando sin querer su
Teoría del Conflicto y ¡loado sea Belcebú! que me libró
de Lucy Zambrano y las memorias hegemónicas de
su tutor y primo bastante lejano del jesuita Vasco. Por
razones estéticas me libré de ese par de dicharacheros.

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¿Profesor?

Tras la historia del guerrero bello llorando por


mi vida vegetativa Las visitas se calman. Súbitamente
conversan de política. Hablan —creo— del hampón
de Uribito que tenía que rechazar la embajada de
Italia porque ya casi lo tenían pillado y el Gran Inqui-
sidor no podía alcahuetearlo. Contaban que como
aún no habían llegado los resultados de mi prueba
de H1N1 Leonor Aguilar se parqueó en persona ante
un funcionario de la Secretaría de Salud para expli-
carle la gravedad de mi caso: que ella le había dra-
matizado al bendito tipo que mi situación no era la
de un paciente mal sentado con dolor en la pierna y
el brazo izquierdos sino el asunto de vida o muerte
de un profesor eminentísimo que llevaba una semana
en Cuidados Intensivos en la Clínica Nueva de Nues-
tra Señora de la Magdalena Y sin ese resultado los
médicos no sabían a ciencia cierta lo que en realidad
padecía. Parece que el afectado funcionario le juró
y perjuró que ya venían los resultados en camino…
Mas en este segundo tiempo Nanái Naranjas.

Obviamente sin aprender un ápice y por ser


alumno de Antropología Social en la Nacional pasé
por las malditas clases de Marx dictadas por el eterno
secretario del Partido Comunista Colombiano: el
tipejo Caycedo de chaquetas de cuero mostaza com-
binadas con corbatas y zapatos zapote que feliz-
mente terminó de concejal de Bogotá pues sí que

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Fabián Sanabria

era irresponsable… A clase llegaba en «burbuja blin-


dada» con par de escoltas que le vigilaban hasta el
culo cuando debía ir al baño y no hacía otra cosa que
despotricar del capitalismo exhibiendo claro está su
chequera del Citybank Subrayando en seguida que las
contradicciones sociales por supuesto se reflejaban en
la universidad pública. Pero ¡Ay! Se me olvidaban los
profes de Lingüística: además del descarriado Piero
Marín que enviaba al indio Eudoxio a que nos distra-
jera enseñándonos Úrue du nai munúe en uitoto Merece
especial renombre por ser toda una aristócrata la maes-
tra Genoveva Esguerra Ella sí que nos aplanchaba.
No tanto por sus carreras cuando era directora de
la Oficina Nacional de Programas Curriculares sino
por sus compromisos de familia: con decir que su tío
Domingo fue quien suscribió a nombre del Gobierno
colombiano —hace ya bastantes años— el Tratado
Esguerra-Bárcenas que nos dio potestad sobre las
islas de San Andrés y Providencia. Lo que pasaba era
que a la profesora Esguerra la añorábamos como a
Madonna y de repente cancelaba todo Hasta que al
fin Un buen día llegaba y ¡Oh júbilo inmortal! Nos
sentíamos avergonzados de haber desconfiado de tan
bella dama al punto de creer que no merecíamos sus
enseñanzas. Le tocaba pues romper el hielo y descen-
der de su pedestal de mármol florentino al andén de
ladrillo y concreto: —¿Cuánto vale una buseta? (excla-
maba refiriéndose al valor del pasaje que los estu-
diantes pagábamos por el transporte público) Pero el

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¿Profesor?

ejemplo le fallaba… Entonces un compañero de ape-


llido Ciappe y origen italiano la salvaba: —Quinien-
tos pesos Profesora. Y ella con mucho ingenio retraía
de esa insignificante cifra todo su contenido lingüís-
tico. Con el tiempo aprendí que Genoveva practicaba
meditación trascendental para que su clase social no
se le notara logrando pasar desapercibida en medio de
sus colegas que al verla sonreír se revolcaban de envi-
dia Y al cabo de los años ella se convertiría en la inol-
vidable curadora del Instituto Caro y Cuervo que por
culpa de ciertos viejitos semiólogos que olían a naf-
talina más valía clausurarlo. Así pasarían dos déca-
das desde que por primera vez la vi descender de un
escarabajo blanco para disimular el magnífico gusto
que en mi época de estudiante vaticinaba el destino
de convertirla en contertulia de Su Majestad la Reina
de España.

¿Cómo se llama la enfermedad que padezco?


Todo es evasivo. Sólo sospechan que viajo y de repente
doy muestras de tremenda vitalidad Pero en seguida
recaigo. Ignoran que incluso postrado mi fantasía
vuela y nadie puede domeñarla. Aunque perezca en
mis delirios Desde ahora maquillo la hora postrera.
Tengo conciencia de fenecer y no temo. ¿Qué otra
cosa sospecharán de mí? ¡Confiésenlo! Con la auto-
rización de Felipe (mi único familiar pues Gauchito
está enclaustrado en el apartamento y El Infantino

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Fabián Sanabria

ahora lo educa) Van a sacarme más sangre para una


prueba severa. Esta vez con total parsimonia buscan
la venita y cual cáliz de la Nueva Alianza se llevan la
muestra. Mi rostro sigue pálido con los ojos vidriosos
y estas fosas nasales no pueden ni respirar el aire de
la montaña. Contrastes violentos dicen los médicos:
—Casi vuelve en sí Lo escuchamos gemir Tal vez
toser cuando le tomamos las placas y Nada. ¿Querrá
el paciente…? Puntos suspensivos de silencio pues
el diagnóstico no es conclusivo. Días después leen el
resultado de la prueba de elisa: negativo. Extraños
interrogantes mi cuerpo les genera: Vamos a suspen-
derle temporalmente el antibiótico a ver si se reanima
—dice el doctor Chaparro que ha pasado dando
ronda. ¡Santo remedio! Si me quitaran aunque fuera
por un par de horas el maldito veneno… Tal vez
lograrían sacarme de este túnel oscuro. Permitirían
que mis amigos sin ser masones serenamente conju-
guen post tenebras spero lucem.

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VI

A las dos en punto de la tarde de mi primer día


de universitario debía acudir a una charla de bienve-
nida que dictaba el vicerrector académico: un mate-
mático de estatura regular que vestido de traje oscuro
parecía muy entusiasmado de encontrarse con los úl-
timos primíparos de la Pontificia Universidad Nacio-
nal de Colombia. Nos saludamos levantando el brazo
derecho En la escalera que conducía al salón de con-
ferencias del auditorio donde tiempo después ese
mismo profesor incumpliera una promesa al Presi-
dente de la República. De reojo lo observé sacudir
uno de sus zapatos Gambinelli para librarse de algu-
na piedrita que seguramente había atrapado desde el
parqueadero de la torre de Enfermería —donde lo
había dejado el viejo Ford amarillo que saltando de
hueco en hueco servía como vehículo a los vicerrec-
tores académicos— hasta el escenario repleto de de-
butantes. Al iniciar su charla se quitó la chaqueta y la
corbata Manifestó que se sentía cansado con el uni-
forme que debía llevar para no incomodar al doctor
Mosquera Quien andaba todo el tiempo ocupado en

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Fabián Sanabria

juntas muy importantes con sus asesores de imagen


preparando el lema de su campaña política para el Se-
nado. De inmediato afirmó que en su lugar prefería
burlarse del poder pues sencillamente no le interesa-
ba Que cuán ingenuos eran los hombres dispuestos a
hacer cuanto fuera por un pedacito de prestigio Que
era necesario esquivar esa trampa de la que muy po-
cos participantes se salvan Pero que ese no era el tema
y mejor iba a hablarnos de la Universidad en tanto
institución comunitaria matriz de conservación y de
cambio. Entonces nos echó el rollo de la Acción Co-
municativa de Habermas proclamando que en medio
del desacuerdo tocaba mantener una actitud coope-
rativa compartiendo un presupuesto de confianza ra-
dical para que la discusión fuera conducente Afirmó
que quien se compromete con la tradición escrita está
obligado a reconocer que la obra de la humanidad
desborda de lejos los logros de los individuos aislados
y debe estar dispuesto a considerarse a la luz de esa
obra Nos leyó un fragmento del Testamento de Ga-
lileo argumentando que la informática no suprimía la
escritura sino que por el contrario desarrollaba al infi-
nito sus posibilidades de disponer y controlar muchos
procesos reales Exhibió su nueva agenda electróni-
ca agregando que en Colombia no sólo subsistía sino
predominaba en casi todas las profesiones un amplio
sector académico que no lograba convertirse en pro-
ductor de investigación sino en consumidor asiduo
de los resultados de la misma… Se puso a inflar un

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¿Profesor?

muñeco de plástico subrayando que reconocía en su


exposición un exacerbado voluntarismo pedagógico
pero le parecía razonable proponer un mínimo de ho-
nestidad para no propagar la mentira cotidiana (des-
infló el muñeco y lo escondió entre las mangas)…
Aclaró que el mundo académico debía tratar de multi-
plicar las posibilidades críticas y transformadoras del
discurso a través del cultivo de criterios y tradiciones
desde las cuales pudiera orientar una permanente am-
pliación de lo posible apoyando el cambio en sus prin-
cipios de solidaridad para producir una intelectualidad
diferenciada de otros sectores sociales. Por último se
puso a jugar con una perinola que lanzó al aire y se
bebió toda la botella de Colombiana que le habían
puesto para que no pasara saliva concluyendo sofoca-
do que la misión de la Universidad y sus hijos consis-
tía en saber ser fieles a sí mismos. Una vez desenrollada la
carreta los asistentes lo aplaudimos El exótico orador
preguntó si alguien tenía algún comentario u objeción
a su discurso Que para eso estábamos: para reflexio-
nar y dialogar hasta saciarnos. Todos aguardamos
atentos y anonadados mientras el profesor se anudó
nuevamente la corbata y se puso la chaqueta Se dirigió
hacia la puerta y vaciló algunos instantes… Entonces
solemnemente dijo: —Bienvenidos a la Academia.

Ensayo y error Ensayo y error Así es la ciencia.


Experimentan con el paciente reduciéndole las dosis

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Fabián Sanabria

de antibiótico Aumentándoselas Suprimiéndoselas.


Entre tanto mi pobre cuerpo postrado va divagando
por territorios desconocidos Supone una existencia del
alma: añora pasiones Emociones Pulsiones casi mís-
ticas. Sedado y profundo En una especie de estado
hipnótico vuelvo a soñar con mi antiguo sanatorio:
construido por órdenes de don Carlos Restrepo hace
más de medio siglo para imitar a ciertos auspicios
europeos Sólo para tuberculosos. Alguna vez cuando
tras varios años de cierre liquidaban sus instalaciones
En visita oficial fui a conocerlo y en secreto dije: Esta
clínica —cueste lo que cueste— la Universidad Nacional tiene
que comprarla. Si por azares de la vida he de enfermarme Aquí
quisiera entregarme al santo oficio de la cura. Y bueno Con el
tiempo mi gloriosa Universidad adquirió este espectro
para restaurarlo. ¡Pésimo negocio! Resultó más caro el
caldo que los huevos… Pero la estética no tiene precio.
Un bosque todavía rodea el antiguo hospital San Carlos
con sus instalaciones de piedra y ladrillo que le dan
ese aire de amplitud Ese aspecto de retiro. Sus espa-
ciosos pasillos de techos altos llegan hasta el séptimo
piso donde quedan las terrazas para que los pacien-
tes tomen baños de sol deslumbrantes. Los expertos
en finanzas afirmaban que costaba menos tumbarlo y
hacerlo de nuevo. Obviamente ignoraban lo que sig-
nifica el patrimonio: toda una tradición Un reino de
costumbres Horas y signos que condicionan palabras
y acciones para enfrentar el misterio del tiempo —
la vida que paulatinamente fenece. Es aquí donde en

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¿Profesor?

mi delirio estaba cuando los pinchazos de las torpes


enfermeras me aislaron. Del anfiteatro mágicamente
ascendí al último piso con mis hermanos Maffesoli
y Vallejo Íbamos a tomar el aire fresco del amanecer
asistidos por El Infantino… Hablábamos de la vida y
de la muerte De las libretas para no olvidar los nom-
bres de Tánatos y de Eros. En medio de esa dicha cor-
taron otra vez la cinta y qué amargura volver a la cruda
realidad para escuchar Vamos a suspenderle el antibiótico
a ver si se reanima. Sin sanatorio ¿Para qué quiero estar
enfermo? Debo aguardar hasta la noche a ver si mis
fantasmas regresan… Durante el día —aunque pasean
por aquí— lamentablemente no los veo.

Años atrás Atanasio Moskus era un filósofo ico-


noclasta que a pesar de transportarse en una bicicleta
destartalada y usar casi siempre los mismos pantalo-
nes de pana combinados con chaquetas de paño cru-
zadas Sus discípulos lo veneraban como al maestro
más lúcido de la Pontificia Universidad Nacional de
Colombia. Con los años se convertiría en un polí-
tico postmoderno Virtualmente encantador gracias a
las ficciones legales de la democracia. ¿Cuál sería su
transmutación alquímica?

En el brazo izquierdo Sobre todo en el izquierdo


es donde pinchan. De tanta tortura no puedo moverlo.

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Fabián Sanabria

Para colmos Si estuviera aquí mi gato En él se frotaría:


es el recodo que más le gusta. No sé por qué Rara vez
prefiere al diestro. Mi felino es todo un tramoyero:
primero se acerca y ronronea Luego lame mi mano
Después me muerde en la muñeca dejando marca-
dos sus colmillos en el puño de la camisa En seguida
se acomoda simulándolo todo cual criatura inofen-
siva E inmediatamente como una bestia se frota. De
repente noto un líquido pegajoso: no es propiamente
saliva. Gauchito acaba de gozar pero una sola vez no
le basta Quiere otra y muchas más Similar a las mal-
ditas enfermeras que exclaman: —¡Tengo que volver
a pincharlo porque no le encuentro la venita! ¿La
venita? Pues de tanto machacar ya ni se nota. Enton-
ces haciendo un torniquete me aprietan Amarran el
músculo y dan tres palmaditas hasta que la sangre
brota. ¿Nuevamente más muestras? ¿Para qué verga-
jos las desean?

En la última década los logros del profesor


Moskus desembocaban en una inminente aspira-
ción a la Presidencia de la República. Poco antes de
ser elegido por votación popular dos veces alcalde
de la capital Se había desempeñado como vicerrec-
tor académico y rector del primer claustro educativo
nacional. Acababa de impulsar una propuesta peda-
gógica para implantar la discusión racional a través
de la reorientación de la acción multiplicada con la

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¿Profesor?

consigna de educar anfibios culturales y parteras del


futuro Fervientes promotores todos de la participa-
ción ciudadana. A su capital político debía adicionár-
sele el chisme de orinar desde la ventana de un edificio
a un grupo de estudiantes para saludar días después
con una espada de plástico al Presidente de caminado
roscón en su Casa de Nariño. El mismo profesor
declararía que venía de prometer no volver a desabro-
charse los pantalones en público Aunque incumpliera
esa promesa cuando se atrevió a mostrarle las nalgas
a los colombianos desde el Auditorio León de Greiff
de la Ciudad Universitaria Tras obtener sin querer el
favor de ciertos mamertos e idiotas útiles que al acu-
sarlo de inmoral promovieron sin querer su campaña.
De nuevo invicto No se aguantaría las ganas de elevar
su fama al mayor exponente: contraería matrimonio
en un circo para que lo conocieran a través de la tele-
visión y el periodismo cuantos aún no lo conocían Y
se rasgaran las vestiduras quienes todavía no se las
habían rasgado ante los gamonales que desde las gue-
rras independentistas se adueñaron de los destinos de
Colombia.

Las radiografías que interrumpiéndome el sueño


me tomaron acaban de arrojar el siguiente resultado:
«Se encuentran opacidades en los campos pulmo-
nares Distribuidas especialmente hacia las regiones
periféricas y basales de ambos hemitórax Asociadas

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Fabián Sanabria

a pequeñas bandas de atelectasia que deben ser eva-


luadas. Comparativamente con el control previo No
hay mayor modificación en la posición del tubo endo-
traqueal que se encuentra adecuadamente colocado.
El catéter subclavio derecho se halla con su extremo
diestro a nivel de la vena cava superior. Persiste acu-
mulación de estructuras vasculares en forma bilateral
con áreas parchadas escasas y sin mayores cambios.
Ángulos costo y cardiodiafragmáticos libres Silueta
cardiomediastínica central y magnificada Densidad
ósea y tejidos blandos sin alteraciones».

Desde mi primera tarde de universitario me


topé indefinidamente con la sombra de Atanasio.
En el orinal de la Cinemateca Distrital cuando le gri-
taba en lituano a la autora de sus días que le apu-
rara porque se había equivocado de baño Haciendo
una cola tan distraídos que ingresamos de últimos
al estreno de la Quinta sinfonía de Mahler en el anti-
guo Camarín del Carmen Devorando entusiasmados
varias noches de viernes las lasañas del restaurante
¡Oh Sole Mio! hasta que lo cerraron Saltando atrevidos
un balconcito del Teatro Colón para disfrutar mejor
de La Bohemia —él en compañía de la agregada cultu-
ral de la embajada francesa y yo rozándole las piernas
al pelao que en ese momento me enfervoraba— Men-
tándole a dos voces la madre a un hideputa taxista
que salpicaba de barro a los peatones que esperaban el

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¿Profesor?

colectivo en la Avenida Caracas con Cincuenta y En


fin La tarde en que medio Bogotá escuchó a través de
la emisora run-run que se acababan de quebrar los
vidrios del quinto piso del Uriel Gutiérrez por culpa
de los gritos de doña Irma: —Profesor Moskus ¡Apú-
rele! No suelte el agua del inodoro que desde ayer no
sirve la palanca ¡Venga! ¡Tome! Límpiese rápido que lo
espera en el teléfono el Presidente de la República…
Mi jefecito no es más mi jefe pues tiró la toalla y se
nos largó para el Senado… Póngale cuidado y verá
que usted es el nuevo rector de la Pontificia Universi-
dad Nacional de Colombia.

En medio de este retiro vislumbro una abadía.


Cuando preparaba la defensa de mi tesis doctoral en
Francia Pernocté allí un par de semanas. Es Saint-
Pierre de Solesmes: una imponente construcción de
piedra en el Valle de La Sarta que acaba de cumplir
mil años. Cual monje ataviado de cuervo me veo reco-
rriendo sus pasillos rumbo al comedor Bordeando una
inmensa chimenea. Allí caben doscientos benedicti-
nos distribuidos en mesas rectangulares y perfecta-
mente alineadas. En el centro se encuentra sentado
el abad Philipe Dupont que nos observa a todos
desde una pantalla pequeña Instalada en su puesto
para controlar hasta el más mínimo movimiento. De
pronto con su anillo episcopal suavemente golpea en
la madera y automáticamente todos nos ponemos de

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Fabián Sanabria

pie entonando un himno para bendecir los alimentos.


En seguida nos sentamos y los hermanos encargados
del servicio van alcanzando jarrones de agua fresca y
vino tinto Además de charolas repletas de ensaladas
para cada mesa. Un novicio desde un atril lateral lee
como si recitara los salmos El relato de la conversión
de Saulo —yo imagino que son las páginas de Aurora
donde Nietzsche acusa al soberbio apóstol de inventor
del cristianismo— Después nos pasan cestos de pan
y sopa caliente de lentejas Luego viene la poteca y el
puré más un trozo de carne bastante jugosa —lenta-
mente saboreamos esas delicias— Por último llegamos
al postre que son duraznos en su almíbar cuando el
abad vuelve a golpear con su anillo en la mesa Enton-
ces nuevamente de pie cantamos Laudamoste Deo y en
silencio cada quien se retira a cumplir otros oficios.

Dicho y hecho. Al profesor Moskus lo nom-


braron patrón de doña Irma para que la moderni-
zara sacándola a dar vueltas en el Mercedes café con
leche mientras el desquiciado rector volvía a despla-
zarse en bicicleta. Ella con un nudo en la garganta
suplicándole: —Por favor No me dicte en estas con-
diciones el memorando para el decano de Derecho
pues en una de esas se me cae Y esta noche no me
vaya a hacer saltar las rejas de la Rectoría si encontra-
mos a los celadores durmiendo ¡Qué diablos! Los des-
pertamos así piensen lo que se les antoje… De todas

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¿Profesor?

maneras Dios sabe que nos quedamos trabajando


hasta media noche para poner en marcha la reforma
académica Además hay que aumentar las matrículas
porque lo que pagan los muchachitos de Ciencias es
una vagabundería comparado con lo que despilfarran
en materiales y equipos Debemos salvar la imagen
que no pudo recuperar Marquito Palacio Toca bregar
a ver cómo acabamos con las pedreas pues de lo con-
trario nos cierran el claustro Tenemos que hacer una
tregua con los guardias rojos para que acaben con
los jíbaros que se adueñaron del Jardín de Freud y
acaban de sembrar una parcela de marihuana y ya la
tienen lista para traficarla… ¡Ay! Pasemos por donde
el doctor Páramo a ver si acepta ser el nuevo vicerrec-
tor académico.

Mi realidad es bien distinta: por la manguera que


me alimentan va deslizándose muy espesa la maldita
soya que ni siquiera sabe a vainilla Mi única bebida
es suero intravenoso. Como un astronauta encerrado
en su cápsula me siento dopado con grageas. Des-
graciadamente de niño renuncié a los viajes espacia-
les sin tocar madera cuando me deshice de mi careta
Ahora me toca beber de estas aguas amargas. ¿Cuánto
tiempo más me tendrán así? Hasta que sea necesario.
¿Quién determina eso? El neumólogo.

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Fabián Sanabria

Mientras cursaba mi carrera de Antropología


transcurrieron tres años al cabo de los cuales en la
Universidad Nacional se implantó una reforma aca-
démica. Cual obreros de una gran colmena Repen-
tinamente se clarificaron las reglas: se renovó el
currículo en todas las formaciones de pregrado
abriendo cuarenta nuevos postgrados Los estudiantes
pagaban algo más que cifras simbólicas al firmar sus
matrículas La Universidad había concentrado el cin-
cuenta por ciento de la investigación científica nacio-
nal y Gracias a las excentricidades del señor rector El
primer centro educativo del país recuperó su presti-
gio. Por aquella época el profesor Moskus declaró a
la prensa hablada y escrita que aunque se sentía exte-
nuado de modernizar aquel claustro Estaba dispuesto
a realizar cuanto estuviera a su alcance para mante-
ner el fruto de sus reformas. Fue cuando cayó en sus
manos una entrevista concedida por Umberto Eco
a la revista francesa Nouvel Observateur en la cual el
ilustre semiólogo italiano daba un consejo para todo
político postmoderno: Si mañana usted quiere ver su foto
en la primera página de los periódicos Hay un medio muy
simple: preséntese ante una multitud que tenga una cámara
de televisión y bájese los pantalones. Por supuesto Atana-
sio no era la primera vez que en público lo hacía y
aquellas palabras influyeron en el acto que lo con-
dujo a incumplir su promesa al señor Presidente de
caminado roscón (como ya lo dije y todos lo sabe-
mos)… Se desató un escándalo de La Madonna que

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¿Profesor?

lo obligó a renunciar a la Rectoría y tuvo que impro-


visar durante tres meses un curso de contracultura que
también abandonó a mitad de camino pues ya estaba
untado de la exquisita mierda de la gloria… Entonces
tras mucho meditar siguiendo el consejo de un amigo
Se atrevió a hacerle mamola a quienes lo acusaron de
inmoral a ver si no era capaz de llegar con todo y nada
a la Alcaldía Mayor de la Capital de la República.

En vez de conferencias sobre enfermedades del


alma En esta clínica despiertan todas las mañanas a los
pacientes con misa Afortunadamente sigo profundo.
¡Qué tal que en un amanecer de éstos Haciéndose las
ingenuas las condenadas monjas Hacia la capilla me
conduzcan! No quiero bendiciones de ningún clérigo
pues me basta con los gestos sacerdotales de El Infan-
tino. Además por culpa de no sé qué supervisión han
expulsado a mis amigos: ellos estaban anoche aquí
conmigo y ahora no sé si vuelvan Pónganme mejor
más antibiótico pues si a mis fantasmas no los veo
Tampoco quiero oír a los vecinos.

La más emblemática imagen que quedaría con-


densada en el tiempo de Atanasio Moskus como
alcalde de Bogotá sería la de casarse en un circo. Ante
cientos de cámaras de televisión El Alcalde Mayor de
la Capital de Colombia contrajo matrimonio encima

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Fabián Sanabria

de un elefante. Con la complicidad de un futuro Pro-


vincial de la Compañía de Jesús más un grupo de inte-
lectuales Aquella noticia le daría la vuelta al mundo.
El burgomaestre contaba con un gabinete encargado
no sólo de difundir esa novedad sino de explicarla
para transformar lo que él inmediatamente denomi-
naría cultura ciudadana. De manera que con los pasos
de su Administración también habría que resaltar las
setenta y siete veces que apareció dando cartilla en la
primera página de los periódicos o en la portada de
alguna revista Las ciento cuarenta y cuatro entrevistas
que concedió a la televisión para dar respuestas tara-
das en rap a los genios del Espejo de Narciso —en las
que le preguntaban desde si usaba o no preservativo
pasando por el tipo de prácticas sexuales que a lo largo
de su vida había experimentado Hasta qué fue lo que
pasó con la represa de Chingaza que los bogotanos se
quedaron sin agua— Y por supuesto el truco de los
mimos a los que su gobierno contrató para enseñar al
pueblo a caminar por donde se debe logrando que los
conductores portaran el cinturón de seguridad a fin
de evitar mayores accidentes de tránsito… La vaina
de las tarjetas rojas y blancas cuya mano era evidente-
mente la suya felicitando o madreando cívicamente a
los que se las mostraran después de sus heroísmos o
metidas de pata El famoso Súper-cívico de sudadera
amarilla y calzoncillos rojos para desarmar a Bogotá
gracias a la loca ocurrencia del señor arzobispo La
suspensión de la pólvora en época navideña y la ley

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¿Profesor?

zanahoria durante el resto del año… ¿Qué otra cosa


recuerdo? Los concursos recreativos de ¡a ver quién
encuentra la sombra más larga y tapa el hueco más
grande! ¡A ver qué barrio del sur presenta su mejor
disfraz en el aniversario del seis de agosto de mil qui-
nientos treinta y ocho! ¡A ver qué casa se atreve a
pintar mejor su fachada! En fin ¡A ver si acabamos
con los chupas y ponemos en su lugar a los soldaditos
bachilleres para que los choferes obedezcan mejor las
señales de la carne fresca y no le mamen a la autoridad
tanto gallo! ¡Qué carajo! En ese momento le tocaba
renunciar al cargo si quería conquistar la tercera etapa
de su carrera política Pues podía darse el lujo de
perder las elecciones ya que de todos modos el man-
darín de turno del próximo gobierno tendría que con-
tratarlo como asesor en temas de cultura ciudadana.

¡Que no vuelvan Que no regresen mis amigos


a este sanatorio! Prefiero morir mientras ellos huyen
y divagan en el país llano. Allá los necesitan para
purgar incautos: el uno con su franciscanismo dio-
nisiaco El otro seduciendo incrédulos. Porque hay
que fundar una nueva orden de misioneros vestidos
con jeans y suéteres de capucha Consagrar modernos
frailes para que calcen en vez de sandalias zapatillas
deportivas y enrollen en sus cuellos a modo de esto-
las enormes bufandas. Porque vale la pena fomen-
tar en la llanura encuentros donde belleza y virilidad

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Fabián Sanabria

salten a flor de piel a fin de superar toda clase de


pruebas iniciáticas. ¿Dónde se patentizan las mejores
facciones? En la cara. Particularmente en ojos aten-
tos y labios carnosos. Colombia ¡Maldita sea! Debería
mejorar su estirpe… ¡El colmo que nuestros solda-
dos sean tan patéticos! Necesitamos varones ague-
rridos que con verdadera sensualidad defiendan esa
cosa llamada «patria». En nuestro idealismo vencido
Por culpa de tantas montañas Sólo existen atrofiados.
Se me ocurre otra idea: que a los muchachos bellos
los críen las abuelas en vez de las madres porque éstas
fomentan el machismo: —¿Acaso no le vas a res-
ponder? (le dicen al pelao…) Entonces el parcerito se
viene con su estaca a meterme veinte puñaladas. Se
dan cuenta lo que logran ¡Resentidas! Pero tú Niño
divino No escuches a las acomplejadas… Mejor ven a
ungirme con tu aceite y revístete de sacerdote Alista
tu matraca redoblándola para darme la comunión
que otorga el Sacro Viático Ilumina esta oscuridad
Señor de los abismos ¡Descarga con todo tu vigor ese
Cuerpo de Cristo Consagrado!

De modo que Atanasio Moskus se lanzó a la Pre-


sidencia de la República. Empezó cobrando por las
entrevistas que concedía Se volvió periodista del noti-
ciero más popular de la televisión Armó un simpático
equipo de gobierno con sus colaboradores de alcal-
día y —desde el taller surrealista de su madre— se

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¿Profesor?

dispuso a ejecutar una cruzada nacional meta-política


jugando al cazador y la liebre con la peligrosa com-
plicidad de los medios masivos de comunicación. En
esa campaña de dignidad y vergüenza Prometió no
hacer manifestaciones publicitarias tratando de cam-
biar más bien las costumbres políticas. Ante la pre-
caria situación del país por culpa del Proceso Ocho Mil
que acusara al nuevo mandatario de los colombianos
de haber recibido dineros del narcotráfico para finan-
ciar su campaña Moskus propuso un modelo de reac-
tivación de la economía a través de la racionalización
de los recursos y la flexibilidad productiva del empleo
Planteó la idea de indultar a guerrilleros y paramili-
tares fusionando a semejantes actores del conflicto
en un solo ejército para que todos lucháramos por
la paz de la patria Extraditar a los narcotraficantes
con retroactividad y sin contemplaciones Desafiar a
la clase dirigente obligándola a abandonar sus anti-
guas dinastías anquilosadas Salvar a Colombia de
la crisis Recuperar la soberanía nacional ejerciendo
el poder como misión y no como carrera Renun-
ciar a las ideologías comunes y a las representacio-
nes convencionales Realizar grandes sacrificios que
por fuerza afectaran intereses e hirieran vanidades
acarreando reacciones… Porque el espíritu patrió-
tico necesitaba de nuevos líderes capaces de pactar un
acuerdo con las banderas del pluralismo y de la tole-
rancia De la fraternidad y la justicia Del fervor y la
esperanza… ¡Hermano dame tu mano que también

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Fabián Sanabria

los colombianos nacimos libres e iguales en digni-


dad y derechos! Mejor dicho a entonar todos juntos al
unísono esta buena noticia: ¡Proclamación del Santo
Evangelio de la Cultura Ciudadana! Vamos a jurar ser
caballeros andantes de la nueva política A unir nues-
tros esfuerzos por la modernización del Estado ¡Ben-
dito el que viene en nombre del Señor! He aquí que
habrá sin falta durante nuestro gobierno mayor pro-
ductividad para redistribuir la riqueza ¡Hosanna en
el Cielo! Recreación y deporte para todos ¡Aleluya y
Amén!

Nada que despierto. De golpe sueño un deli-


cioso delirio y quisiera salir de él para contárselo a
mis amigos No puedo. ¿Es este un estado catalép-
tico? Mi enfermedad mayor es un amor desvirtuado
Prohibido Una pasión que me consume sin remedio.
Las monjas dirán que es mi maldad. ¡Bendito pecado!
¿Adónde huyó mi niño adorado? La gracia se escapa
sin avisarnos. Paulatinamente —palabra que le cuesta
pronunciar a Jean-Michel Marlaud— voy aclimatán-
dome Ya ni protesto. Me tienen encerrado Dopado
Atado Desnudo Vigilado. ¿Qué más quieren de mí?
¡Díganlo! Esta mañana quise acabar y me halaron
hacia acá para que contemplara la luna Me prohibie-
ron jugar con mis amigos. En el pasillo percibo una
voz dando explicaciones: —Cuando uno hace carrizo
así y se redobla el dolor… Puede ser la gripa porcina.

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¿Profesor?

Es Leonor Aguilar que resuena en mi subconsciente


contándole a mis amigos sus explicaciones ante el
funcionario de la Secretaría de Salud. ¿No se dan
cuenta distinguidos doctores? Mis labios se mueven
y cual gato que acaba de cenar me saboreo Sonrío
a solas y suelto sin que ustedes se den cuenta tralla-
zos de pedos… En seguida recuerdo el sueño con-
tado por El Infantino: entre risas y lágrimas en otra
dimensión suelto una hoja que cae en los párpados de
mi guerrero obligándolo a llorar por mí y él me libera
Inmediatamente el telón se levanta y retorno por fin
al anfiteatro donde reaparecen los hermanos Maffe-
soli y Vallejo meciéndose sonrientes y acariciando a
mis felinos… Poco a poco ingresan todos mis amigos
vestidos de músicos: Leonor Jaime y Edgarinos…
Carlos-Guillermo y Rose-Marie… Nico Pablo y Este-
ban… Nora Pilar y Gabriela… ¡Dios de los abismos
No permitas que sigan mis colegas! No quiero que
me consuelen las siervas del doctor Mesa ni que recen
por mí los sociólogos Tampoco que los católicos
comunistas me compadezcan Vade Retro Homo Acade-
micus Más bien ábranle calle de honor a Adrian Mac-
Donald (ese otro tramoyero) y que Hernando Salcedo
dejando a un lado sus juntas de médicos le entregue
a cada quien su partitura. Que ingrese como solista
e invitado de honor Philippus Infantinus: Tú tocarás el
cello mágico ¡Eso! Todos listos Un Dos Tres Vamos:
Al compás del chachachá Del chachachá del tren ¡Qué gusto da
viajar Cuando se va en Express! / Pues parece que el amor

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Fabián Sanabria

Con su dulzón vaivén Produce más calor Que el chachachá del


tren… Sigamos en fila india conformando los vago-
nes de este tren imaginario ¡Magnífico! Al compás del
chachachá Del chachachá del tren ¡Qué gusto da viajar Cuando
se va en Express! / Pues parece que el amor Con su dulzón
vaivén Produce más calor Que el chachachá del tren… Ahora
mismo médicos y enfermeras vengan a quitarse las
batas Más palmas amigos ¡Afuera máscaras! Muy
bien doctores ¡Eso! Por favor Sigan dando vueltas y
no teman reírse conmigo de la maldita enfermedad
que en este precioso instante conjuro.

El profesor Moskus fue derrotado en las elec-


ciones. Pese a su unión de última hora con la can-
didata más conservadora de Colombia —ante quien
aceptó ser tan sólo su fórmula vicepresidencial— No
tenía otro remedio que reconquistar la Alcaldía. Más
acá de algunos obstáculos para inscribir de nuevo su
nombre Sumergido en la fuente construida en honor
a Rafael Uribe en pleno Parque Nacional… Atana-
sio Moskus pidió solemne perdón —dejándose azotar
con el látigo de un chamán— por haber abandonado
el cargo de Alcalde Mayor antes de concluir su man-
dato. En adelante la imagen que proyectaría sería la
de un ejecutivo: el aspirante se puso serio Contrata-
ría a un diseñador exclusivo y los medios de comuni-
cación respaldarían su anhelo de repetir alcaldía. De
vuelta gobernando trabajaría mostrando resultados y

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¿Profesor?

—ante la demanda autoritaria de la época que boste-


zaban millones de colombianos— concluiría su ges-
tión portando un chaleco antibalas roto a la altura del
pecho para desafiar con su corazón a los violentos.

¿Ataque de tos o de risa? Las enfermeras asegu-


ran lo primero. En todo caso Regreso. Ellas ignoran
por culpa de tanta asepsia los humores de sus pacien-
tes: casi me ahogo de tanto divertimento. Las explica-
ciones de Leonor ante el funcionario de la Secretaría
de Salud para que la condenada entidad enviara los
resultados de mi prueba de H1N1 Sumada a la histo-
ria de Felipe Me despertaron. Empecé a sacudirme
de risa creyéndome un árbol que dejaba caer sobre
los párpados de un caballero que se abrigaba bajo su
sombra una hoja para que éste llorara por mí y me
liberara… Lenta y mágicamente lo hice hasta que
todos empezamos a ser hechizados al compás del
chachachá y ahora he vuelto. En adelante no volve-
rán a sedarme pues así como a los muchachos que
se frotan conmigo les exijo la conciencia ¡Con mayor
razón a los médicos! No puedo perder estos sueños
para recrear al menos un par de delirios: mi estadía
en la Alta Guajira y el reposo feliz en un sanatorio
desconocido. ¿Dónde era? Debió ser probablemente
en la Clínica Lleras. Cierto: aunque nos estafaron
con ese negocio He ahí nuestra más bella adquisición
académica.

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Fabián Sanabria

Tras su segundo gobierno de Alcalde Mayor


Atanasio Moskus sería invitado como profesor de
la Universidad de la Sorbona. Su magisterio incluía
visitar diversos auditorios Entre otros el del Insti-
tuto Parisino de Estudios Políticos. Fue allí cuando a
vuelta de los años y por azares del destino nos reen-
contramos. Días antes me había topado con un aviso
de Le Monde anunciando una liturgia que me com-
petía: «Doctorado Honoris Causa para antiguo alcalde
bogotano». En aquel tiempo también yo laboraba en
la Ciudad Luz de Soledades y gracias al ruido de la
prensa reconstruiría nuevamente sus pasos. Una vez
en la ceremonia Escuchando su discurso de agrade-
cimiento —en el que paradójicamente insinuaba una
absurda aspiración a la Presidencia de Colombia—
Vislumbraba esa aventura política como una trágica
apuesta. Ingenuamente creía que su pedagógico juego
había sido sólo una broma.

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VII

Despertar es aburrido y no sé si quiero. ¿Con-


ciencia de la realidad? ¿De qué sirve eso? Constatar
que tengo patas y barriga hinchadas Que hace días lle-
vo el culo cagado y la piel descascarada Que mi sa-
natorio apenas es una clínica nueva y sus techos no
son altos Ni los pisos azulejos traídos de La Habana…
Que ni siquiera en este cuarto hay un escritorio de ma-
dera… Prefiero entregarme al absurdo: la rosa no tiene
por qué y eso es todo Mi pobre verga está entumida y
presiento que tiene una gigantesca costra por culpa de
la sonda. ¿Cuándo podré limpiarla? El doctor Chapa-
rro súbitamente aparece: —Acaba de resucitar Lázaro
(afirma sonriendo). Ahora nos toca pasarlo a Cuidados
Intermedios (le dice a una enfermera). ¡Qué curioso! A
ella no la había visto: es bella y morena De rostro bien
formado O quizás sí Tal vez en sueños… ¿No fue a la
que quise ahorcar la tarde en que me internaron?

La pasión por Atanasio Moskus me ha llevado


demasiado lejos Retrocedamos. Hay un maestro del

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Fabián Sanabria

que sin duda aprendí el oficio de antropólogo: todo


lo que creo saber de la palabra cultura se lo debo a
Roque Páramo. Curiosamente él sucedería a Atana-
sio en la Rectoría de la Nacional y Gracias a su apoyo
Lograría una beca para doctorarme al otro lado del
Atlántico. Pero vayamos despacio. Cuatro clases de
mi tutor merecen ser mencionadas: su aproximación
a los mitos Algunos restos de Pureza y peligro El rollo
del arca de Noé en afinidad electiva con la teoría del
Big-Bang Más los restos de dos películas. Siguiendo las
huellas de un texto de Borges contenido en la Zoología
fantástica Una tarde Roque Páramo nos habló de dos
animales extraños: del Goofus Bird y del Goofang. El
primero era un pájaro que volaba hacia atrás porque
no le interesaba saber adónde iba sino de dónde venía
y justamente por eso construía sus nidos a la inversa.
El segundo conformaba una especie de pez aparte
pues no nadaba hacia adelante ya que le molestaba
que le cayera agua en los ojos Era del mismo tamaño
que el pez rueda sólo que un poco más grande. La
forma típica de los mitos estaba condensada en uno
de esos dos modelos: en el del pájaro que volaba hacia
atrás o en el del pez que no nadaba hacia adelante.
El problema radicaba en que el segundo tipo impli-
caba una contradicción: se suponía que el Goofang
era del mismo tamaño que el pez rueda Salvo que
un poco más grande. ¿Cómo era posible tener un
cierto tamaño y al mismo tiempo superarlo? Según
Páramo Alguien podía referirse a un ángel sentado

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¿Profesor?

sobre la raíz cuadrada del color verde y dicha propo-


sición en lógica era consistente. Mas hablar de que
se es y no se es al mismo tiempo resultaba tan pro-
blemático como declarar que Dios es uno y trino en
este instante Que existe una Virgen-Madre del Salva-
dor de los hombres Que un elefante blanco fecunda a
una mujer dejándola preñada de una criatura llamada
Siddartha Gautama Que sin ton ni son alguien resu-
cita de entre los muertos o que Guarini (El indio del
Amazonas) se dispara a través de su propia cerbatana.
He ahí entonces una característica fundamental de
los mitos: conviven con contradicciones lógicas. Por
esa vía don Roque Páramo nos demostraba que la cul-
tura debía entenderse como un «juego de máscaras»
Donde los humanos representamos numerosos roles
relativamente bien fundados. Así evocaba en otra de
sus clases a los Pergoleros de Nueva Guinea: unas
aves que realizan la mejor revista militar de todos los
tiempos coqueteándoles los machos a las hembras
Aunque ningún animal de sistema nervioso com-
plejo hasta ese día enterrara o le rindiera culto a sus
muertos. De ese modo nuestro profesor nos hablaba
de una dimensión ritual de las culturas y de la nece-
sidad de asumir litúrgicamente nuestras máscaras.
Claro está Nos traía a colación incontables ejemplos
de cómo en todas las sociedades existen comporta-
mientos permitidos Conductas prohibidas y acciones
obligatorias… Releía con gran gusto numerosas pági-
nas del libro más conocido de doña Mary Douglas

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Fabián Sanabria

para ilustrarnos de muchas formas en qué consiste


la noción de tabú y En fin Señalaba que más acá
de toda trascendencia los ritos se los han inventado
los hombres para recordar que no estamos comple-
tamente solos. En cuanto a la tercera gran clase del
maestro Páramo Basta recordar sus ejercicios especu-
lativos a partir de la obra del etnólogo francés Lévi-
Strauss llevando hasta sus últimas consecuencias la
noción de estructura: muy apasionado Roque Páramo
nos recreaba parsimoniosamente el mito del Arca de
Noé comparándolo punto a punto con la concepción
científica del Big-Bang en cuanto a que el mito tiene su
ciencia y la ciencia su mito… Ambas teorías partici-
paban matemáticamente del mismo principio: de un
origen común de las especies o del universo —repetía
dejando escapar su mirada. Y la otra gran charla del
maestro tenía que ver con lo que él llamaba consonan-
cias y disonancias cognoscitivas. Sirviéndose de una com-
paración entre la personalidad del genio de Mozart
y su obra (ilustrando sus contradicciones por medio
de la cinta Amadeus de Milos Forman) Con el artista
absolutamente consistente que sería el Señor de
Sainte-Colombe (representado en la película de Alain
Corneau Tous les matins du monde) Don Roque Páramo
sacaba todas las consecuencias de esos dos modelos
señalándonos cómo desde su fundación la Univer-
sidad oscilaba entre consistencias e inconsistencias
entre conocimiento y vida. Gracias a esas lecciones
Poco a poco me fui encaminando hacia el estudio

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¿Profesor?

de las religiones hasta que por azares del destino La


mañana de mis primeros veinte años encontraría un
campo propicio para explorar ese universo.

Condicionalmente sueltan mi brazo izquierdo


porque lo tengo morado. Con un gesto de asenti-
miento prometo no hacer tonterías como quitarme
los tubos o la mascarilla de oxígeno. ¡Alabados sean
los doctores! ¿Sabían que me muero por rasgar esta
torpe bata y empeloto asfixiarme entre las cobijas?
Estaría feliz en posición fetal para luego estirarme en
un bosque magnífico… Me figuraría acostado al lado
de algún Niño y Señor de mis anhelos al que le pedi-
ría soplar sobre mí su aliento y abrazarme con todas
sus fuerzas… Más tarde le suplicaría que me permi-
tiera besar sus pies inmaculados en señal de agrade-
cimiento por todos los favores recibidos. ¿Por qué
quiero eso? No me lo pregunten y déjenme seguir
fantaseando. Finalmente le imploraría a mi compañe-
rito de juegos que partiéramos de exploradores hacia
alguna isla desierta o no sé Si a él le da la gana Podría-
mos ir al Amazonas. Entre tanto —junto a nuestra
maloka de delirio— numerosos guerreros prepara-
rían una fogata donde asarían un pargo que diligen-
temente nos alcanzarían para que cual cautivos de
ardor devorásemos Y entonces mucha sed pero no
quisiera beber limonada sino la dulce saliva de mi
amado Con ella me basta. ¡Maldición! Esas imágenes

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Fabián Sanabria

pasan. Sospecho que afuera hace un calor de medio


día mientras en esta cama de hospital tirito de frío.
En estos centros asistenciales debería haber calefac-
ción para los enfermos No quiero silencio para mono-
logar conmigo Necesito música Más música porque a
pesar de tanta mierda deseo proclamar ¡Viva la vida!
Si alguien se topa en los pasillos con El Infantino
Pídale que por favor me traiga el iPod.

La mañana de mi vigésimo aniversario me sor-


prendió con un embotellamiento del tráfico. Via-
jando entre Manizales y Pereira una procesión de
vehículos me detuvo durante horas dejándome a la
deriva. Al constatar que el tiempo transcurría y la
situación no mejoraba Decidí abandonar el automóvil
que me transportaba para saber lo que ocurría. Atra-
vesé cientos de buses y camiones preguntando a toda
clase de personas que nunca supe si me respondieron
Hasta que un muchachito me explicó lo que pasaba:
la Virgen se estaba apareciendo en el jardín que se le
había construido. Al escuchar semejante respuesta —
no pudiendo creerla— solté una carcajada. Entonces
el jovencito me invitó a conocer el Paraíso de María.

¡Buenos días! Dos paramédicos atléticos ingre-


san a mi urna de cristal y en par de minutos me des-
visten y revisten —al primero de ellos lo ordenaría

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¿Profesor?

caballero. Inmediatamente posan mi cuerpo sobre


una especie de lona como cuando —si mal no
recuerdo— se burlaba el populacho de Sancho Panza
en la venta. Ahora me balancean a la cuenta de tres
y listo. Ya está Amarran el montón de cables y tubos
más la pipeta de oxígeno a una camilla para trans-
portarme y esto sí que parece un sueño: dos herma-
nitos mayores jugando conmigo cual Cristóforos que
en sus espaldas llevan al Niño. ¿Con cuál de ellos
me quedo? En este preciso instante abandonamos
el lugar que en mi delirio ciego tenía cara de anfi-
teatro y vamos rumbo a un ascensor gigantesco que
se abre y sólo el paciente con sus edecanes ingresa
Transcurren algunos segundos mientras el más alto
de mis guardianes se quita el tapabocas para inhalar
aire puro. Veo su figura radiante cuando en esas la
canasta se detiene y prosigue el viaje dejando atrás a
otros enfermos esperando su turno Yo tengo privile-
gios. Tras oprimir un botón el auxiliar que me mues-
tra sin querer su divino rostro abre otra compuerta
y ¡Bienvenido a la Unidad de Cuidados
Intermedios! Subraya una enfermera. Los legiona-
rios del Altísimo tras depositarme cual mueble viejo
que requiere nuevamente de reparación ni se despi-
den Al frente apostaría a que tengo una vecina judía
porque veo junto a su mesita de noche una botella de
colonia que me transporta a otro tiempo: es agua de
Jean-Marie Farina. Ah ¡Cuánta falta me hace un poco
de verbena! Necesito que me aseen con otra clase de

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Fabián Sanabria

perfumes… Cuando vea a Felipe le pediré que me


compre eso.

Abriéndonos paso entre la multitud logramos


abandonar la ruta principal hasta encontrar un cami-
nito polvoriento que nos condujo a una especie de
laberinto que recorrimos saltando entre los pere-
grinos amontonados en los escalones demarcados
por catorce cruces de madera correspondientes a
las estaciones del Vía-crucis. Al fondo divisamos un
campo colmado de personas que se arrojaban al suelo
pidiendo perdón por sus pecados Mientras los curio-
sos trataban de enfocar mejor sus cámaras fotográficas
para captar los reflejos del sol que según muchos dan-
zaba. El bendito jardín tenía la forma de un triángulo
surcado por una malla metálica a cuyos lados había
doce banderas izadas que según mi guía representa-
ban algunos de los países donde simultáneamente se
estaba apareciendo la Virgen: cuatro países latinoa-
mericanos Cuatro países europeos Estados Unidos y
tres naciones restantes. En el centro del triángulo se
destacaba una roca enmarcada por un arco ligado a
una barra rectangular a través de la silueta de algu-
nos pececillos de plástico Sobre la cual descansaban
dos imágenes: la del Corazón Inmaculado de María
y —un poco más alta— la del Sagrado Corazón de
Jesús junto a una cruz de concreto. En ese escenario
sobresalía un altar consagrado para celebrar misa y a

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¿Profesor?

los lados se percibían dos sectores claramente defini-


dos: uno de ellos con una cruz de madera suficiente-
mente alta como para crucificar a un hombre El otro
repleto de flores y veladoras que aportaban regular-
mente los peregrinos. Junto al altar estaba arrodillada
una muchacha cuyo rostro se dirigía al firmamento
Tenía las manos a la altura del pecho y las yemas de
los dedos enfrentadas unas contra otras en señal de
oración Hablaba de espaldas a la multitud utilizando
un tono de voz terriblemente agudo mientras la gente
se recogía para escuchar lo que su eco de ultratumba
repetía… Ella callaba y los asistentes lloraban hasta
que la noche nos envolvía y el viento comenzaba a
mover las ramas de los árboles como si la tierra tem-
blara Entonces las personas empezaban a mover sus
manos al cielo en señal de despedida y yo comprendí
que algo acababa… En ese instante decidí quedarme
sin imaginar cuánto tiempo a fin de reconstruir lo
que presenciaba.

Aterrizando en Cuidados Intermedios se me


cruza una escena de La naranja mecánica. No sé qué
crimen cometí —tal vez azoté sin piedad a algún
alumno— Porque sigo creyendo que experimentan
conmigo. ¿Me han vuelto bueno? Quiero escuchar
a Beethoven para comprobarlo: debo saber qué me
pasa ante los portentosos compases de la Novena sin-
fonía. Pero antes quisiera oír la Pasión según San Mateo

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Fabián Sanabria

en versión de Gustav Leonhardt: así despediré esta


semana que desde lo profundo he vivido.

Para comprender lo ocurrido conseguí hos-


pedarme durante un par de meses en la casa de mi
guía Y desde allí comencé a entrevistar a las perso-
nas más cercanas a lo acontecido. Al principio todos
me respondían lo mismo Me decían que la aparición
se originó el último día de las brujas cuando la joven
Lucila Valencia convenció a su madre Fabiola de
haber tenido una extraña experiencia en la mañana
mientras se dirigía en un bus urbano a su colegio:
una señora se sentó a su lado y llamándola por el
nombre le hizo varias preguntas dándole a entender
que sabía dónde vivía y que conocía personalmente
a su mamá. Posteriormente entraron en un diálogo y
la señora le hizo recomendaciones acerca de no usar
minifalda ni ropas inmodestas. En seguida la dama
le advirtió que una vez se bajara del bus encontra-
ría una imagen y que si esa imagen la impresionaba
Ésa sería Ella. Me repetían que Lucila se bajó del
bus como atontada —anonadada— Que al entrar al
colegio miraba alrededor porque tenía la impresión
de que alguien la observaba De pronto se fijó en la
entrada donde tradicionalmente había una imagen
de la Virgen descubriendo que la mirada provenía
de allí Entonces al acercarse recordó todo lo que le
había ocurrido Se postró de rodillas ante esa imagen

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¿Profesor?

Rezó tres avemarías y brotaron algunas lágrimas de


sus ojos. Después me contaron que durante los dos
miércoles siguientes Lucila volvió a tener la misma
visión en su casa —junto al lavadero— y que a prin-
cipios de noviembre varios niños afirmaron que tam-
bién habían visto la imagen de la Virgen en los ojos
de Lucila. Todo eso obligó a los familiares de la ele-
gida a construir un altar en su casa y a transformar la
modesta residencia en una especie de centro mariano
o Como tantas veces me aclararon En un santuario
para que la Madre del Cielo los siguiera acompañando
hasta que le construyeran el jardín que Ella pediría
para permanecer más tiempo entre los pereiranos.

Primero ingresas triunfante y luego te vituperan


Las personas que hoy te alaban mañana te critican.
Aquí las enfermeras me entretienen con placebos:
frente a ti alabanzas Tras tu puerta un asco. Prefiero
a los paramédicos. ¿Por qué demonios en las clíni-
cas no abundan enfermeros? ¡No me digan que por
la paridad de las aerolíneas! Bien sé que curarse es
un viaje Pero son más eficaces los del mismo género.
Cuando me recupere voy a crear un hospital-monaste-
rio para los sacrosantos fervores insoportables: todos
los padres de familia —arrepentidos— podrán ingre-
sar tranquilos. A curarse del matrimonio sin preocu-
parse por sus hijas: ellas lo saben de sobra. ¿No se
han dado cuenta de cuánto los compadecen? En el

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Fabián Sanabria

fondo quisieran acostarlos con sus novios Mas ese es


un tabú malparido. Entonces frescos y a disfrutar de
los intensos masajes de un monje-novicio. Les garan-
tizo pensión completa y cura segura: mi personal ha
sido altamente seleccionado. ¿Quiénes lo integran?
Soldaditos y policías Futbolistas y rockeros. Antes de
su conversión muchos fueron sicarios Otros Bandi-
dos. Ahora todos llevan la cabeza rapada en señal de
entrega Aunque claro está disfrutan a más no poder
practicando los santos ardores. Qué pena tener que
decirlo pero mi sanatorio es una guarnición Mil
veces mejor que la de cualquier brigada. El personal
se encarga de todo: desde el diagnóstico previo —
pasando por el riguroso tratamiento— Hasta la inevi-
table cura. El único problema es ponerle punto final
al retiro: suele haber penitentes que deciden ingresar
para siempre a mi monasterio También es eso posi-
ble. El único sacrificio que se exige consiste en donar
todos los bienes a la Venerable Orden de los Legiona-
rios del Altísimo.

Al dialogar con los testigos de lo sucedido Me


aseguraron haber visto también el reflejo de la Virgen
en los ojos de Lucila De forma muy similar a la imagen
de la Medalla Milagrosa. Allí descubrí que esas perso-
nas constituían un grupo importante de actores: los
miembros de la Junta administradora de las Aparicio-
nes Marianas. —Pero ¿cómo se organizó esa junta?

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¿Profesor?

—Las personas situadas alrededor del altar le formu-


laban preguntas a María y Ella les daba las respues-
tas correspondientes a través de Lucila. Así Nuestra
Señora llamó una noche a un grupo de once luego
de una vigilia de veinte horas para que conformaran
un comité encargado de todo lo referente a sus mani-
festaciones. Y en efecto esas personas —todas reco-
nocidas de la comunidad— integraban la junta que
organizaba y difundía lo referente al complejo culto
mariano acaecido en Pereira.

¿De qué cosas hablan? Como para preparar un


paso de Semana Santa entra el cortejo de enfermeras
a mi cuarto: jefe de piso más tres auxiliares Dizque a
tomarme los signos y aunque me felicitan por haber
resucitado A renglón seguido lamentan que en mi
cuarto no haya televisión y no pueda ver la boda del
príncipe. ¿De cuál príncipe? Del británico. Bueno
Siquiera no tengo ese aparato Ustedes me contarán
el libreto. ¿Quiénes acudirán a la fiesta? Supongo que
los poderosos del mundo y de vez en cuando hay que
perdérselos. Además ¿para qué quiero enterarme de la
boda de Guillermo? Que la madre superiora permi-
tió excepcionalmente en la Clínica Nueva de Nuestra
Señora de la Magdalena que a los pacientes dispuestos
a las tres de la madrugada los despertaran… ¡Maldi-
tas dinastías que recrean a Disneylandia! La boda del
año: Will & Kate / Kate & Will —la pareja perfecta

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Fabián Sanabria

saliendo del palacio en carroza rumbo a la abadía—


Que los invitados a la ceremonia no necesariamente
serán los mismos de la recepción y al embajador de
Túnez le anularon su tarjeta sellada porque la monar-
quía inglesa respeta la democracia. ¡Con lo cara que
cuesta! Pero tranquilas Distinguidísimas damas ata-
viadas de blanco: no hay de qué inquietarse pues los
gastos de representación los pagan los contribuyentes.
¡Ojalá que al príncipe encantado se lo coma el zorro!

¿Cómo continuaron las apariciones? —Teresita


Mejía (una de las integrantes de la Junta de la Virgen
que viajaba continuamente a Quito en busca de libros
para difundir los mensajes que según decía impartía
María en sus eventos…) Visitó a Lucila poco antes
de partir de nuevo. Entonces la vidente pereirana le
agradeció su presencia contándole que desde hacía
varios días la Virgen le había pedido que fuera a otro
sitio donde también se estuviera apareciendo. Así
improvisaron una peregrinación que llegó el Miérco-
les de Ceniza siguiente a la región de El Cajas (junto a
Cuenca) Donde encontraron una multitud dispuesta a
iniciar el rezo del ángelus. Durante su estadía en Ecua-
dor Lucila entendió mejor las devociones de tantos
peregrinos y se acercó a la vidente de ese lugar para
confesarle sus secretos.

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¿Profesor?

¡No puedo ver a mis discípulos! Quisiera estar


revestido de abad para lavarles los pies y lentamente
descalzarlos Quitarles sus zapatillas y calcetines depor-
tivos Sentarlos a la mesa de mi última cena. ¿Con quié-
nes la celebraría? Con los alumnos de mis delirios. ¿Y
dónde? Si estuviera en París En la iglesia de San Eusta-
che. ¡Con semejante órgano! ¿Qué más se le puede pedir
a la vida? Inmediatamente les distribuiría la sagrada
comunión y luego los santos óleos. Cierto En el ponti-
ficado anterior los anularon: ya no hay extremaunción
sino simple bendición de los enfermos… ¡Si lo impor-
tante es la agonía! No importa. A cada uno lo revestiría
de colegial con uniforme de educación física y arrodi-
llándome ante sus pies pasaría besándoselos. De reojo
los observaría consagrando el pan de sus braguetas. Y
si estoy en Bogotá Pues no sé… ¡Me pido la iglesia de
San Francisco! Con la oscuridad de mi infancia resulta-
ría un excelente antro. ¡No entiendo cómo los cacorros
obispos hasta el casting de los jueves santos lo tienen
descuidado! Además no puede faltar el buen vino en
mi banquete Ya no regateo: cajas de Saint-Émilion de
dieciocho años —aclarándole a la senadora verdosa
que no confundo pederastia con efebofilia— ¡Y que
se embriaguen conmigo! Ay Las orgías de mi juven-
tud ¡Cuánto las echo de menos! Felizmente a Colombia
no le llegaron tan rápido los protestantes: nos hubieran
quitado el poco paganismo que escondíamos.

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Fabián Sanabria

Al regreso de Cuenca los peregrinos de Pereira


empezaron a pedirle a la Virgen que se comunicara como
lo hacía en Ecuador puesto que querían escuchar su voz
y que la vidente alcanzara estados de éxtasis. Entonces
Lucila empezó a salir ante el público vestida de novia
e inmediatamente caía de rodillas: su columna verte-
bral alcanzaba a formar un ángulo mayor de noventa
grados con respecto al plano vertical y empleaba una
voz muy suave —de acento español y extremadamente
agudo— para de manera pausada dirigirse a los fieles.
Los llamaba de diversas maneras: hijitos Pequeños y
aun bebés. Parece que en sus sermones la Virgen pedía
a través de su vidente el rezo diario del rosario y ayunar
todos los domingos a pan y agua. Además exigía a las
señoritas el uso de la camándula en el pecho y a los
muchachos el escapulario en el tobillo rechazando enfá-
ticamente el porte de pantalonetas deportivas al tiempo
que recomendaba la invocación permanente a los arcán-
geles San Miguel y San Rafael para proteger a los pere-
grinos bajo su manto y no permitir que Satanás reinara
en el mundo Ni dejar que la música rock y las prendas
excitantes se apoderaran de los adolescentes. Según me
aseguraron Todos los mensajes de María fueron cons-
tantes: desde fines de marzo del noventa y uno hasta el
veintinueve de enero del noventa y tres cuando María
anunciaba su retirada física Y aunque buena parte de
las alocuciones la Virgen supuestamente las señaló con
día y hora precisos Hubo muchas que se dieron en los
momentos menos esperados.

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¿Profesor?

¡Lo que faltaba! Las enfermeras me cuentan que


el Domingo de Pascua también van a beatificar a
Wojtyla… ¡Era de esperar! La monarquía decadente
de la Santa Ciudad del Vaticano no podía quedarse
rezagada. Si los dueños del mundo estaban en Londres
el viernes ¿Por qué no desenguayabarse el sábado y
durante la noche volar bañados en champagne rumbo a
Roma? Así se purificarían el domingo contemplando
los coágulos sacros. Si no estoy mal En eso consiste el
rito: en exhibir ante la multitud las muestras de sangre
del beato. ¡Qué barbaridad! Los católicos siempre tan
morbosos: como en este país conservando al Inma-
culado Corazón de Jesús en un frasco de formol lla-
mado Colombia Pasión. ¡Qué asco! Pero que viva el
Voto Nacional carcomido por los chulos y bien putre-
facta esté la tumba de don Laureano… Reverenda
Madre Ore por mí que no soy digno de ver semejante
espectáculo por televisión y más bien déjeme descan-
sar también este domingo a las tres de la madrugada.

¿Cómo evolucionaron las apariciones? —La Virgen


definió su nombre como Llave espiritual de la fe Porque
nadie llega al Padre sino por El Hijo y nadie llega al Hijo
sino por Ella. Los pereiranos para recordarla acudie-
ron a una pintora conocida de dos de los miembros de
la junta (que ya había realizado retratos hablados de la

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Fabián Sanabria

Virgen en otros contextos) Con el fin de que les dibujara


un cuadro aproximado de La Niña. Entonces la Virgen
pidió que se le construyera un jardín similar al de sus
tres últimas manifestaciones: al de Cuenca (Ecuador)
Al de San Nicolás (Argentina) Y al de Betania (Vene-
zuela). De suerte que encontraron un terreno con un
arroyito milagroso en el kilómetro diez de la vía hacia
Armenia Perteneciente a la vereda El Jordán que regaló
su propietario con tal de que lo bautizaran Paraíso de
María. —¿Y mucha gente acudía a ese sitio? —Dele-
gaciones enteras de otras ciudades venían entusiasma-
das al Jardín de María. Al principio venía mucha gente
de Manizales y de Bogotá: abogados Médicos Profesio-
nales… Eso era por lo alto. Gente humilde ni se veía
porque la clase se le notaba especialmente a los maniza-
litas… Ahora es cuando se ven muchachos humildes Al
campesinito y a personas de la vereda que comienzan a
ir al jardín… Pero eso sí Todo se va saneando y se sigue
desterrando a Satanás. —Algunas personas observa-
ron ciertos «juegos luminosos» ocurridos en el jardín…
¿Cómo era eso? —Toda esa multitud de personas que
cada ocho días venía se sentía atraída por la danza del
sol que al principio se opacaba y luego resplandecía
empezando a rebotar como un balón que se lanzaba y
volvía. Entonces la gente tomaba fotografías y empe-
zaba a llorar de arrepentimiento y a gritar «La Virgen
La Virgen…» Hasta que al fin… —Y ¿Qué pasaba el
último veintinueve de enero? —Ese fue el mensaje
final de Nuestra Señora. Gracias a Dios acudió el mayor

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¿Profesor?

número de personas jamás visto. En esa oportunidad


María nos motivó a seguir practicando las instruccio-
nes que hasta ese momento había impartido aclarando
que si bien el Padre Celestial le pedía su retirada física
de Pereira Ella seguiría presente en su jardín todos los
miércoles hacia el medio día y los últimos sábados de
cada mes De ocho de la mañana a cuatro de la tarde
Para recibir las tristezas y alegrías de sus hijos a fin de
derramar gracias abundantes sobre los peregrinos.

Me he dejado conducir Bien lo sé Así fue como


me atraparon. Me despojaron de ropa y calzado…
¿Quién tendrá mis pertenencias? Ridículas las batas
que te ponen en la clínica ¡Si al menos fueran cami-
sas de fuerza! ¿Qué creerá Gauchito de mi ausencia?
Debe asomarse cada rato a la ventana Disimular su
dolor siguiendo con la mirada a una mirla perdida…
¿Sabrá que no la puede cazar? Entonces de nuevo.
Cierto La comida Mejor dicho El cuido y Por qué
no Un poco de agua… ¿Estará rebosante el lavadero?
Sólo allí se trepa y Cual monje del desierto Bebe sin
remedio Tal es su oasis. ¿Qué más pedirle a la vida?
Que vuelva pronto su amo. Ahora que he despertado
¿Cuándo me sacarán de aquí? ¡Maldita sea: carajo!

Hasta el momento contaba con un conjunto de


testimonios que si bien me situaba ante el complejo

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Fabián Sanabria

proceso de apariciones Desafortunadamente me


impedía comprender las prácticas que fueron imple-
mentadas. De manera que debí esquivar las explica-
ciones de los informantes que trataban de justificar
a toda costa lo ocurrido. En consecuencia empecé a
definir algunos tipos de actores que ya había iden-
tificado y traté de caracterizarlos mejor. El primero
de éstos lo conformaban la vidente y sus familiares
Incluyendo allí a un personaje que estaba en todo sin
estar y controlaba todo sin notarse: el director espiri-
tual de Lucila. Se trataba de un franciscano renovado
—procedente de La Calabria (Italia)— que vivía a las
afueras de Pereira en medio de la austeridad de una
comunidad de autosubsistencia construida con mate-
riales reciclados. El lugar era tan desprovisto que en
vez de convento parecía tugurio Pero era limpio y
agradable y había cabras y cabritos Gallinas y perros
guardianes. La presencia de fray Carmelo descon-
certaba: parecía un ser traído del medioevo por la
máquina del tiempo Con el hábito tosco y sus largas y
ralas barbas de chivo Los pies descalzos en contacto
con la tierra La tonsura radical de la que sólo se sal-
vaba un aro de pelo Y el don de hablar con naturali-
dad de lo sobrenatural. Lo único que me dijo cuando
traté de entrevistarlo fue sencillamente que prefe-
ría no hablar del asunto pues bien sabía cuán difícil
era de creer Que me invitaba sin embargo a compro-
bar cómo decenas de familias separadas se reunían
Muchos viejos descreídos se confesaban y cientos de

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¿Profesor?

jóvenes abandonaban la droga. Aquel religioso fue el


único representante de la Iglesia que le creyó a Lucila
cuando ella buscaba un sacerdote para confesarle que
se le había aparecido el hada madrina en el bus Que
sabía todo de ella Que qué haría si de veras era la
Virgen como le decía su mamá. Desde que Lucila fue
a verlo por primera vez —a pesar de que ella estaba
muy asustada— Se convirtió sin más motivos en su
inseparable padre espiritual.

Adiós a ti Señor Cabeza de Manzana. Ya sé que


eres un espectro La sombra del tramoyero. A ti ya
te sepulté describiendo tu juego. ¿No lo has leído?
¿Acaso no recuerdas cuando hui de tu silueta vién-
dote llegar junto a la Boca del Puente en Cartagena?
Ibas a casarte y obviamente no lo hiciste Bien sé que
eres padre de familia… ¿Ejerces esa función pública?
Yo estaba allí Tan lejos Tan cerca… ¿Te percataste de
mi presencia? ¿Acaso no me enseñaste a viajar por el
ciberespacio? No pretendas volver a seducirme pues
no me he muerto y además he adoptado un Infantino.
De modo que sigue huyendo pues acabas de pasar
como yo la mitad de la vida. Ya no me asustas ni tor-
turas ¡Enfrenta tu soledad suicida!

Lucila me pareció una muchacha sencilla y alegre:


proveniente de una familia humilde integrada por sus

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Fabián Sanabria

padres Dos hermanos menores y su abuela materna.


A pesar de haber recibido una educación católica ase-
guraba no distinguirse por su piedad antes de haber
visto a la Virgen Aunque la preocupaban —me lo
repitió varias veces— los ritos satánicos que practica-
ban algunos jóvenes del barrio convocándose a través
del rock a todo volumen para reunirse a meter mari-
huana y después frotarse entre ellos: —Sobre todo los
de la esquina que por allá no hay ni que asomarse…
Es mejor mantenerse a distancia portando el escapu-
lario al cuello Si no uno se labra su propia condena-
ción practicando tanto sexo. Comprobé que la vidente
se sometió a los exámenes psicológicos solicitados por
el obispo de la diócesis poco antes de que Su Santidad
lo ordenara Prefecto de la Congregación del Clero en
el Vaticano. El diagnóstico clínico advertía un peli-
gro de esquizofrenia a causa de los contenidos repre-
sentados en éxtasis Especialmente por contarles a los
doctores sus visiones dantescas del infierno Por des-
cribir las maldades de las sectas satánicas Por hablar
de orgías y bacanales De prácticas de canibalismo y
sacrificios de bebés así como de profanaciones de hos-
tias por parte de pelaos que se desarrollaban en ellas.
La última noticia que supe de Lucila fue que ingresó
a un convento de clausura presionada por familiares
y amigos Por las damas voluntarias de la Llave espi-
ritual de la fe Por su director de conciencia Por los
rockeros del barrio quienes al cabo de tres años com-
ponían villancicos navideños Por los monseñores de

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¿Profesor?

la Conferencia Episcopal cuya travestida secretaria


sudaba grasa cada vez que dictaba instrucciones pas-
torales al pueblo de Colombia… Por la Sagrada Con-
gregación del Rito para que los cardenales de Roma le
pararan bolas al asunto Por los arcángeles San Miguel
y San Rafael Por las almas de Santa Teresita y Santa
Bernardita sufrientes Por la tradición de los Santos
Padres de la Iglesia Por la historia universal y la sal-
vación del mundo Especialmente de los muchachos
impíos.

Me internaron De acuerdo. Arrastré una pipeta


de oxígeno tropezando con ella en cada pasillo y por
querer escaparme me amordazaron Luego me pusie-
ron en un cuarto helado En una especie de cápsula
donde frente a un crucifijo que Felipe nunca pudo
arrancar porque estaba empotrado Me sedaron. ¿Por
qué tenían que torturarme? En estos días de rabia
quisiera volver a grabar para la radio de la Pontifi-
cia Universidad Nacional de Colombia un programa
que se transmita a todo el país el próximo Viernes
Santo: Siete palabras paganas para que las madrastras
de la Conferencia Episcopal que por esta época con
gestos roscones absuelven a todos los hampones de
Colombia se queden mamando. Padre Perdónalos porque
no saben lo que hacen…

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Fabián Sanabria

El segundo tipo de actores lo constituían los


miembros de la Junta Administradora de las Apa-
riciones de Pereira De cuyos once integrantes logré
entrevistar a todos excepto a la presidenta Una dama
de la clase alta pereirana Doña Gladys del Opus que
me dijo: —Tan pispo entrevistándonos pero ahora
no puedo responderte porque me deja el avión de
Miami… Si de algo te sirve decíme dónde te firmo
Dónde testifico que me curé de un cáncer en el seno
visitando el Paraíso de María… Por eso acepté que
la Virgen me postulara en su Junta Porque había que
agradecérselo ya que Ella es muy buena y hay que
pedirle la paz para Colombia. Los demás miembros
eran comerciantes y hacendados de Pereira entre los
cuales estaban Teresita Mejía (la dama que compraba y
vendía libros de toda clase de apariciones) En seguida
los esposos Lizcano (economistas que enviaban a su
único hijo a estudiar donde los gringos para librarlo
de ser arrabalero) Luego los antioqueños Giraldo
(tesoreros de la junta y propietarios de doce plantacio-
nes de café) Después los profesores Trejos (carismá-
ticos publicistas del fenómeno) Y no podían faltar las
hermanitas Duque con su exótica tienda de unifor-
mes militares «para que los jóvenes pereiranos apren-
dieran a vestirse como machos y por ningún motivo
se volvieran roscones…» ¡Ah! Y por supuesto toca
nombrar a los industriales Jaramillo (propietarios de
Papeles de Antioquia «un tanto arrepentidos de haber
sido mormones y vendido a menos precio sus fincas

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¿Profesor?

cafeteras por culpa de las revelaciones del profeta»)


Y por último la viuda millonaria Adela Mesa que no
sabía qué hacer con sus hijos descarriados hasta que a
cada uno se le fue apareciendo la Virgen.

¿A qué ladrón bueno he de decirle Hoy mismo


estarás conmigo en El Paraíso? Porque los hay buenos y
sobre todo preciosos: completamente opuestos a los
hampones de cuello blanco. A esos habría que azo-
tarlos empelotos junto a las madrastras episcopales en
plena Plaza de Bolívar Arrastrándolos desde el Capi-
tolio. Cuando vivía en Medellín —en la Calle Junín
junto al Parque Bolívar— descubrí cuatro clases de
putos: aquellos que se vendían por necesidad —des-
graciadamente los más feos— Los que pichaban por
placer —lamentablemente muy locas— Los pelaos de
ocasión —allí empezaba lo grato— Y los raqueteros:
esos eran machitos muy hermosos que se dedicaban
a seducir para robar y apalear a sus clientes… Alguna
vez me enamoré de alguno. Recuerdo que incluso le
escribí un poema: Llévate cuánto quieras Ladrón de mis
sueños… A uno de esos delincuentes lo alojaría Me
entregaría sin dudar a su compañía.

Los otros actores —del tercero al cuarto olvi-


dando mejor al quinto tipo como solía decir a mis cole-
gas— Eran los peregrinos-creyentes en las apariciones

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Fabián Sanabria

Entre los cuales había que incluir al pelao que fuera mi


principal guía en semejante aventura Los peregrinos-
foráneos provenientes de otras ciudades de Colombia
y de países vecinos Y la población variable dividida
entre turistas Visitantes esporádicos y espectadores
de todas las profesiones que por ser hombres de poca
fe no merecen ser mencionados. Buena parte de los
peregrinos locales y extranjeros eran de estrato popu-
lar y clase media Cuyas familias se caracterizaban por
la ausencia de la figura paterna y un fuerte rol materno
en su estructura interna Lo cual permitió la conver-
sión de los hijos y el retorno del padre a los hogares
Al tiempo que todos se sentían bastante preocupados
por la descomposición moral de la sociedad y horro-
rizados con la idea del juicio final retratada en el Apo-
calipsis. En cuanto a los últimos actores Siempre me
pareció preferible ignorarlos pues una intención poco
ortodoxa los condujo a aproximarse a los creyentes A
encararlos e indagar en sus secretos olvidando que sus
testimonios mientras más veraces eran más simples
Porque entre más simples tenían que ser más comu-
nes y entre más comunes parecían más naturales pues
así suele ocultarse de acuerdo con los místicos la sabi-
duría divina.

Ahora me encuentro con el homoerotismo:


Mujer Ahí tienes a tu hijo… Hijo Ahí tienes a tu madre…
Esa debería ser la consigna para las próximas Gay

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¿Profesor?

Pride latinoamericanas: que los muchachos marchen


con sus madres y amantes porque el padre desde su
nacimiento los ha aborrecido. Que le digan a todo el
que se topen por el camino Mamá lo sabe y no se acabó el
mundo Al contrario: ella me lo alcahuetea y Allá usted mijo.
Además mi amiga feminista Florence Thomas —a
ella sí la nombro porque las otras géneras son dema-
siado mamertas— podría hacer desde Carrefour una
campaña diciendo ¡Chévere que adoptes hijos! ¿Para qué
traer más criaturas al mundo? Con los que hay basta y
sobra y mejor desarrollarse con los hermanitos.

Después de caracterizar a los actores identifi-


qué tres instituciones que alteraban bruscamente las
prácticas sociales de las personas relacionadas con lo
sucedido: la familia La Iglesia y la comunidad. Los
entrevistados aseguraron un fortalecimiento de los
lazos de solidaridad al interior de sus familias: —Gra-
cias al liderazgo de las madres que en la mayoría de
los casos fueron las difusoras de la noticia mostrando
a sus hijos buena parte de las fotografías que espon-
táneamente habían tomado para dar testimonio de
semejante milagro Se instituyó el rezo del Rosario en
los hogares donde se renovó el altar familiar con las
paredes repletas de imágenes de santos y advocacio-
nes de todos las especialidades en las cuales se volvió
a depositar la fe como resolutoria a las necesidades…
Las mamás se encargaron de que sus hijos no volvieran

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Fabián Sanabria

a usar tangas ni pantalonetas estrechas Les colgaron el


escapulario en el tobillo y la camándula en el pecho
Les cosieron calzoncillos largos para guardarlos castos
hasta el día del santo matrimonio… A las jovencitas
les bordaron enaguas y tejieron mantillas para que se
presentaran en el templo cubiertas por respeto al San-
tísimo Sacramento… Y a los hombres les prohibieron
salir de noche a las discotecas y lugares donde ¡Dios
mío! Nuestros ancestros por quienes Doña Adela
Mesa aún no acaba de pagar misas pasaban los fines de
semana sinvergüenciando y ¡el Ángel de la Guarda nos
ampare si alguna vez no se desordenaron entre ellos!

Elí Elí ¿Lama sabactaní? ¿Quién no se siente aban-


donado ante la inseguridad demográfica de un país
que se dedicó a cazar guerrilleros? Colombia es un
desastre sin remedio —lo dijo hace tiempos Vallejo y
yo aquí en este instante lo reitero. Hasta que no des-
cendamos a los profundos abismos de nuestra historia
atando en cada uno de los círculos del Infierno a los
traidores y hampones que so pretexto de gobernarnos
nos sumieron en este desbarrancadero Remontando
inmediatamente cual penitentes la Montaña del Pur-
gatorio para exorcizar terraza tras terraza a cada uno
de los asesinos de la Nación… Nuestro país de paco-
tilla jamás podrá contemplar un amanecer de nuevo.

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¿Profesor?

El fenómeno ocurrido le planteó un serio reto a


las jerarquías eclesiásticas pues los fieles estaban tras-
ladando el culto del domingo en la catedral al sábado
en el potrero: —Monseñor no pudo apresurarse a
desvirtuar ni a prohibir la liturgia en ese lugar ¡Ima-
gínese! Tuvo que nombrar más bien una comisión de
expertos para que estudiara el caso con toda serie-
dad llamando a medianoche a los párrocos para que
expresáramos nuestra prudencia por medio de ser-
mones y avisos aclaratorios que básicamente dijeran
que sólo los señores obispos después de una minu-
ciosa investigación de los acontecimientos eran los
únicos autorizados para dar aprobación canónica a
las apariciones y mensajes de origen sobrenatural…
Subrayando que la aprobación episcopal fundamen-
talmente significaba el acuerdo de esas revelaciones
con la recta doctrina de la fe y las buenas costumbres
Además de autorizar el culto público y las peregrina-
ciones oficiales a los lugares reconocidos.

¡Tengo sed! He ahí la esencial palabra y aquí no me


dan ni suero. ¡Cuánto quisiera un sorbo de agua! Que
alguien empape mis labios para calmar este aliento
infernal con el que se sale de Cuidados Intensivos.
Hace días que no enjuago mi boca y siento que la
garganta me arde Las enfermeras tampoco se per-
catan de ello. El procedimiento es muy sencillo: se
toma el cepillo de dientes del paciente y se envuelve

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Fabián Sanabria

en un poco de algodón —un trozo de gasa sirve— Se


empapa esa estopa con enjuague bucal y suavemente
¡Oigan bien Trabajadoras de la salud! Con total deli-
cadeza se pasa por la lengua y el paladar del enfermo.
¿Mucho pedir? ¡Supongo que a ustedes no les pagan
por eso! Siempre he sufrido de sed y sólo mamá se
percataba de ello. Cuando me den de alta voy a llenar
una jarra todas las noches junto a mi cama para no
volver a vivir este suplicio.

La comunidad de Pereira no había respondido


suficientemente a la difusión que se había hecho de
tamaño acontecimiento a través de todos los medios
de comunicación Hasta que de pronto el Jardín de
la Virgen empezó a convertirse en un parque turís-
tico donde una multitud de gente extraña acudía sin
razón cada ocho días. Entonces varias voces qui-
sieron hacerse escuchar: habló el gobernador por
la cadena uno y el alcalde por la cadena dos Pero
nadie sintonizó esas intervenciones porque en Señal
Colombia estaba entrevistando Bernardo Hoyos al
Mago Blanco: ¡Figúrese! Era una entrevista en vivo y
en directo desde la piscina del Hotel Rialto en la que
el señor Cadena le mostraba al país su colección de
títulos académicos… Declaraba que en Pereira había
un trastorno social grave Que toda la culpa era del
Brujo Negro y sus satánicos Que ya no podían per-
vertir más a los futbolistas con pensamientos sucios

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¿Profesor?

Que las misas negras del Papa Negro no funcionaban


porque los jesuitas modernizaron los ejercicios igna-
cianos Que apenas las sombras del demonio podían
colarse entre los sueños con una amarga nostalgia de
la juventud (de ese momento tan triste de la condición
humana en el que se queman los últimos cartuchos)…
Y ahí fue cuando el director de la Policía interrum-
pió el programa de su vida para pedirle al doctor una
declaración de sólo quince minutos ¡Como usted diga
Mi General! Porque habían descubierto varios cen-
tros satánicos donde adultos corrompidos recluta-
ban jóvenes sicarios sirviéndose de la droga y de toda
clase de perversiones para iniciar pelaos en las oscuras
sendas de la delincuencia.

Todo está consumado y cual saldos de invierno y


verano el maldito consumo nos consume. Como
multitud —que somos todos y no los demás Así lo
nieguen los sociólogos— seguimos comprando…
¿Quién da más? ¿Cuánto vale ese foulard? ¿Puedo pro-
barme el pantalón? ¿Qué me dice de aquellas zapati-
llas? El artista de las sopitas enlatadas —que cuando
estoy en sano juicio recaliento— decía que el mayor
placer de nuestra sociedad bien podía consistir en
subastar el mundo. ¡Claro que sí! ¿Cuánto cuestas?
El Infantino dorado en uno de sus mundos fantás-
ticos sueña con congelar al Papa para que en el año
dos mil cincuenta las eminencias reverendísimas de la

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Fabián Sanabria

Santa Madre Iglesia simplemente paseen en una basí-


lica móvil a un muñeco por el ciberespacio a fin de
solucionar con costosísimas bendiciones los conflic-
tos de nuestra galaxia: ¡Bendita sea Su Santidad Gelatta!
¡Qué le vamos a hacer si de semejante patetismo no
tenemos escapatoria!

Finalmente llegó el último día de mi estadía en


Pereira y aunque quise concluir debí continuar con mi
expedición mariana. Conocí a una familia de Bogotá
que como tantas otras cumplía la promesa de viajar
a los principales santuarios de apariciones simultá-
neas de la Virgen en Suramérica: a Pereira (Colombia)
A Cuenca (Ecuador) A San Nicolás (Argentina) Y a
Betania (Venezuela). Se trataba de un paquete turís-
tico organizado por el universitario Andrés González
que también aseguraba ver de un momento a otro a la
Virgen Y reunía en su casa del norte de Bogotá a una
centena de los mejores ejemplares de niños y niñas
bien de la capital que se cogían de la mano y se roza-
ban las piernas durante las letanías para sentirse en
comunión fraterna. Gracias a esa familia Integrada
por el papá profesional La madre ama de casa y el
tocayo del apóstol Logré aproximarme durante tres
meses más a tres nuevos jardines virginales Camu-
flando mi mirada escéptica entre ecuato-argentinos y
venezolanos… Pero ese relato francamente lo quedo
debiendo.

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¿Profesor?

Antes de que se rasgue el velo del templo Justo


cuando se remuevan las lápidas de los cementerios
pues un montón de Lázaros comenzarán a desenro-
llarse en este mundo putrefacto —¡ya viene a escala
planetaria la rebelión de los Muñecos de palo!—
Corresponde decir con todo fervor postrados de rodi-
llas ante el Santísimo expuesto: Padre ¡En tus manos
encomiendo mi miembro!

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VIII

Las Apariciones de la Virgen me obligaron a in-


terrumpir durante un semestre la carrera. En agosto
de mis veinte años pedí reingreso y como un des-
quiciado empecé a seguir los últimos cursos Quería
agotar los que me faltaban: Antropología física (con
Vicente Rodríguez) Indicadores sociales (a cargo de
Anita Rico de Alonso) Estructuralismo (con Fabri-
cio Micolta) Una electiva sobre Pensamiento sartrea-
no (dictada por Bernardo Correa) y Esta vez con toda
seriedad Taller de técnicas etnográficas. A esa altura
del partido no me explicaba por qué había aplazado
una asignatura tan apasionante como Paleontología.
En realidad se llamaba de otro modo: consistía en re-
constituir la identidad de hombres desaparecidos a
partir de sus cráneos. Recuerdo que por aquella época
la Fiscalía le había entregado a la Universidad Nacio-
nal un montón de esqueletos de víctimas del Palacio
de Justicia en calidad de comodato… La verdad es
que en el laboratorio dirigido por el profesor Rodrí-
guez Todas las tardes a las cuatro en punto Se asoma-
ba un espectro de magistrado (alto y robusto) Vestido

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Fabián Sanabria

con gabardina Quien con el paso de los días empezó


a asustarnos. Nosotros quedábamos petrificados ante
la serenidad objetiva de nuestro profesor y reputado
científico formado en Rusia que nos llamaba: «¡Co-
bardes!». Él argumentaba que en el oficio de antropó-
logo era menester aprender a convivir con fantasmas.
Anita Rico —omitiendo el apellido de su marido—
no era una cuchilla sino todo lo contrario: nos enseñó
a hacer buenas estadísticas hablándonos de esoteris-
mo y leyéndonos el Tarot sabiamente camuflado entre
sus trajes imitación Chanel… ¡Qué dirían sus colegas!
Sobre todo cuando no se cansaba de repetir enrollan-
do sus largas bufandas de seda que algún día en el De-
partamento de Sociología se cumpliría el acertijo que
ella profetizaba: Hésper Pérez Serás. Fabricio Micolta
por contraste era muy aburrido. Pese a lucir magnífi-
cos trajes de pana y excelentes zapatos de cuero minu-
ciosamente combinados con sus anteojos tipo Joyce
Debía sentir placer humillando a sus alumnos —ya
dije que su verdadero sitio estaba en el Stanford bo-
gotano Donde apenas ganaba la mitad de lo que le pa-
gaban por capar clases en la universidad pública. ¡Pero
qué va! Con la esposa millonaria que tenía Eso no le
hacía mella. Me acuerdo que el muy hideputa expli-
cándonos un capítulo del Pensamiento salvaje ridiculiza-
ba a los estudiantes haciéndolos pasar al frente para
que expusieran sus puntos de vista y en seguida cor-
tarlos: —No entiendo ese detalle esotérico… Segura-
mente estaba traumatizado con su colega Kika Reichel

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¿Profesor?

de los Andes a quien casi siempre descalificaba. De él


lo único que aprendí fue que más valía leer por cuen-
ta propia las Mitológicas pues la pedantería de ese señor
era diametralmente opuesta a la simplicidad conteni-
da en la metáfora levistraussiana de La miel y las cenizas.
Bernardo Correa en cambio ¡Sí que era un maestro!
Hombre de baja estatura y voz suave que preparaba
con todo rigor sus seminarios. Era imposible entrar
a clase sin haber leído los capítulos correspondientes
al libro de Lo imaginario. Gracias a él entendí aspectos
capitales de la disputa feroz entre Sartre y Camus Es-
pecialmente porque el autor de El extranjero no pre-
tendía formar sistema Salvo el de sus frases sonoras
cortejando estéticamente el absurdo. Y ¡Ay! Las Téc-
nicas etnográficas resultaron una pesadilla: lamenté
no haber validado por suficiencia el curso que tiem-
po atrás había tomado con el abuelo Arocha. Aquí se
trataba de contemplar y aplaudir en un curso tipo pa-
sarela Sin poder criticar las supuestas hazañas de los
más connotados etnólogos y arqueólogos colombia-
nos… ¿Qué cabía anotar de eso? Que los maestros
con toda conmiseración enseñaban mil modos de rei-
vindicar los derechos de indígenas y afrodescendien-
tes —más desplazados y antisociales— llenándonos
de mesianismo para que una vez profesionales fundá-
ramos una ong a fin de captar excelentes ayudas de la
cooperación internacional en nombre de los pobres.

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Fabián Sanabria

Dicen que como el Nazareno me he levantado


de entre los muertos. En verdad sólo veo en la resu-
rrección un efecto cinematográfico de los evangelios.
Prefiero la literatura. Aquí el sudor es mi único rego-
cijo: vivo nadando en él y así siento que la enfermedad
se evade. También la diarrea me despierta Sobre todo
cuando es explosiva. ¡Qué pena adorables enfermeras
pero ustedes no llegaron a tiempo con el pato! Sí Con
el bicho ese metálico que le alcanzan a uno cuando
se toca el timbre diciendo Popó: te lo meten bajo las
cobijas descubriéndote la bata Y ahora sí ¡Bienvenido!
El problema es que cuando viene la corriente Ella no
da espera. ¡Lo lamento!

Un semestre después de adelantar las materias


restantes Varios estudiantes con afinidades similares
convencimos al maestro Páramo de que nos dictara
Laboratorio de investigación en Antropología social
La última asignatura del pénsum. Pese a ser el vice-
rrector académico Bien sabíamos que nuestros temas
monográficos eran inéditos y sólo él podía orientarlos:
las novelas de ciencia ficción Los sitios de lectura del
Tarot en Bogotá El cuerpo en la ciudad y la ciudad en
el cuerpo Expomoda Los juegos de rol Las prácticas
mágicas del cementerio del Sur de Bogotá Los grupos
alternativos del rock Las apariciones contemporáneas
de la Virgen. Roque Páramo con todo gusto aceptó la
propuesta y Manos a la obra: durante cuatro meses que

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¿Profesor?

duraba el semestre nos la pasamos visitando iglesias y


museos Además de leer el célebre texto de Las estructu-
ras antropológicas de lo imaginario. Desde aquella época me
estrené como docente auxiliar o monitor académico.
Mi trabajo consistía en preparar minuciosamente cada
salida de campo así como en alistar todas las lecturas.
De vez en cuando reemplazaba al maestro en alguna
discusión a la que él no podía asistir y también califi-
caba en primera instancia las previas. Fue así como se
me ocurrió al final del semestre que nos retiráramos
de la ciudad varios días En una suerte de salida espiri-
tual para concluir el laboratorio. Y listo. Me encargué
de reservar durante una semana el Monasterio aban-
donado del Ecce Homo en Villa de Leyva que resultó
ni mandado a hacer para nuestro propósito. Allí nos
apropiamos de las instalaciones con el ánimo de dis-
cutir los avances temáticos de cada uno. Visitamos el
desierto de La Candelaria y un buen número de tem-
plos coloniales Descubrimos un sitio donde no muy
lejos del decadente convento la gente del pueblo prac-
ticaba brujería Recorrimos el mercado el sábado y reli-
giosamente todas las noches el profesor Páramo nos
dictaba una conferencia en el refectorio. Al regresar
a la capital con todo fervor nos despedimos un tanto
tristes dándole un abrazo al maestro De algún modo
presentíamos que jamás volveríamos a tenerlo en clase
Él en cambio muy sonriente se declaraba satisfecho.

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Fabián Sanabria

En esta clínica hay dos clases de enfermeras:


veteranas y aprendices. Las unas son madres rega-
ñonas Las otras hermanas consentidoras —prove-
nientes de Pasto o del Eje Cafetero. Me siento en
un ambiente almodovarezco: de reojo las veo cuchi-
chear Hoy una jovencita quería ponerme desodorante
Debían podrirla mis axilas. Felizmente la matrona le
dijo que se fuera acostumbrando Que en los hospi-
tales así se lave a los pacientes Ellos transpiran. Y
cierto Yo lo hago a borbotones y quien me quiere lo
hace a sabiendas: con sudor Aliento y todo. Además
suele ser bastante erótico Bueno Ciertas axilas —no
todas— Por supuesto. Una vez Al otro lado del mar
olí las de un jovencito que me enloquecía… De sólo
dormir junto a su costilla amanecí lavado Completa-
mente bañado Íntegro. Aquí la gente se escandaliza ¡Y
de los franceses ni hablar! Torpemente dicen que son
sucios ¡Si supieran! ¿Qué resulta más cochino: tener
troncos de mierda en el culo o padecer de chucha o
pecueca? Pues bien Los franchutes se inventaron el bidé
hace tiempos Y no es para las mujeres como creen
los machistas. En absoluto: sirve para limpiarse muy
bien el hoyito: con agua y jabón después de evacuada
la mierda. A los machitos cariocas les molesta —igual
que a numerosos caleños— el sudor rebosante en los
pies hermosos. A mí fundamentalmente me excita:
¡Ah Cuántas veces no he suspirado por mis bellos
machitos en uniforme de educación física! Ahora
miro hacia el suelo No veo gran cosa Ni siquiera los

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¿Profesor?

azulejos de La Habana Así es la vida Se enrosca como


virus y bacterias.

Al regresar de Villa de Leyva nos enteramos por


televisión de que Atanasio Moskus se había bajado
los pantalones en el Auditorio León de Greiff y ante
la presión de la godarria colombiana no le quedó otro
remedio que renunciar a su cargo. Dos días después
debíamos encontrarnos nuevamente en clase con el
maestro Páramo. Fue una tarde lluviosa en la que
como de costumbre sus alumnos lo esperábamos y
Nada Él no daba rastro. En la noche reportó Cara-
col que la ministra de Educación lo había nombrado
rector encargado Y a la semana siguiente me llamó
doña Irma para que fuera a la Rectoría a fin de recibir
instrucciones de cómo concluir el laboratorio. Desde
esa época comencé a enterarme de las funciones recto-
rales o presidenciales de universidad Como las llaman
en Europa. De algún modo los directores de mis tesis
han pasado por esos menesteres Lo cual me enorgu-
llece tras constatar que por más de que el sistema los
atosigó Nunca fueron burócratas. Pero volvamos al
despacho del señor rector de la Pontificia Universidad
Nacional de Colombia ( punc). Primero En la sala de
recibo del quinto piso del Uriel Gutiérrez había tres
gorilas que luego comprendí eran los guardaespaldas
Segundo Doña Irma no dejaba pasar a nadie y con
todo cariño su función consistía en negar al doctor

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Fabián Sanabria

Páramo: —Mi amor ¿Sabía usted que mi jefe no es de


escritorio? Escriba una notica en esta libreta que yo se
la paso… Ah Sí Ya veo Usted es el alumno del curso
Mire Por aquí le dejó este sobre con las notas finales
Hay que pasarlas en limpio. Tercero Los deslumbran-
tes muebles de cuero a todo el mundo descrestaban…
Cuarto El rector tenía una puerta secreta que tiempo
atrás había mandado construir Marquito Palacio para
aparecer y desaparecer a su gusto. Los gajes del poder
—dirían algunos— Sí De algún modo… Aunque de
la punc ocupando el puesto de rector se podía salir
damnificado: después detallaré eso.

Entre todas las enfermeras de la clínica En Cui-


dados Intermedios existe esta morena extraordinaria:
Marlene. Me cuenta que al principio la ataqué Que
la quería ahorcar no sé por qué diablos. Parece que
acaban de trasladarla y ahora la tengo a mi cargo…
Ah Sí Lo recuerdo: traté de matarla porque estaba
dispuesta a entubarme Fue cuando me sedaron. Sentí
que varios gorilas me hicieron un torniquete. ¡Qué
pena! No sé cómo disculparme con ella pues admiro
su profesionalismo. Primero No me trata en diminu-
tivo ni como a un niño Segundo Dice lo necesario
con cortesía Tercero Cuando me asea lo hace deli-
cadamente y sin escrúpulos —sabe ponerle la dosis
exacta de crema a mis nalgas— ¿Quién hace eso?
Cuarto Me conversa de cosas cotidianas reconociendo

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¿Profesor?

que no soy un idiota… En fin No creo que practi-


que ninguna ideología y espero que tenga a un churro
de novio porque es bellísima. Si es así Se lo merece.
¡Ojalá que no sea un baboso y sepa corresponderle!
Porque los novios ¡Dios mío! Si son hermosos Mejor
que se callen. Cuando abren la jeta sólo dicen tonte-
rías Y los feos pues ni modo. Si al menos tuvieran
buena verga… Tampoco. Marlene querida: aunque
mi reino no es de este mundo De ti me acuerdo grata-
mente cada día. Jamás podré olvidar tus castos cuida-
dos: en las noches cuando cambian de turno te llamo
y ahora Desde este punto ¡Tan lejos Tan cerca! Siento
que vas a aparecer cual hada madrina. En mis sueños
creo que me traes compañía: ¡ya veo! Llegas con un
muchacho hermoso para que me haga la visita… Tú
no eres moralista y sabes lo que necesito: todo un
varón que me alimente la hombría.

Con rector a bordo de un buque simbólico llegó


el día de defender mi trabajo de grado frente a dos
payasos: ante el yerbatero de Alberto Pinzón y junto
al arribista de Fabricio Micolta. Bueno Todo ocurrió
muy bien La Virgen se había aparecido Les eché el
rollo de las estructuras antropológicas de lo imagi-
nario. Ellos ni comprendieron Pero en todo caso me
formularon varias preguntas: que cómo me sentí en el
terreno Que qué tal la vidente y el guía que me llevó
hacia su santuario Que qué pensaba de la danza del

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Fabián Sanabria

sol y los demás reflejos extraordinarios Que si a mí sí


se me había aparecido la Virgen o al menos concedido
algún deseo Que cómo había construido semejante
teoría de los milagros Que qué maravilla tantas fotos.
Hasta que al ingenioso del Micolta le dio por formu-
lar una última duda: —¿Es usted católico? ¡Qué tal
el malparido! Pasaron diez segundos infernales hasta
que le dije: —¿Usted cree Profesor? Abandonando la
escena juré olvidarme de la Virgen y dedicar el resto
de mis días a la búsqueda del Divino Niño.

Una enfermera cómplice ¡Sabor de cerezas! De


las chilenas que venden en París todos los veranos
¡A precios astronómicos! Pero deliciosas y sin reparo.
Quisiera una copa de Chablis con aceitunas negras.
¿Quién me concede eso? Dicen que aún no puedo
probar bocado. Cuando lo autoricen volveré a ser un
bebé y tocará empezar por las compotas: las de pera
siguen siendo mis favoritas Bueno También las de
Gauchito —lo admito. Tengo mucha hambre y ruego
a Mahoma que los torturadores lo comprendan Que
dejen la asepsia porque no estoy en Guantánamo.
Imploro a todos los budas que les hagan entender a
mis distinguidos doctores que no quiero más tubos
que vomitan soya insípida Ni siquiera bienestarina.
¡Por amor a Cristo Rey que no me inyecten más suero!
De niño papá me lo daba como limonada. Quiero
un verdadero desayuno y nada de avena Si gustan les

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¿Profesor?

admito un caldo de costilla Eso: el pot-au-feu nues-


tro. ¡Lástima que no lo acompañemos con pepinillos!
Delirios y más anhelos gastronómicos: si el enfermo
pide comida es un excelente signo: ¡Quiero vivir!
¿Acaso no se dan cuenta? ¡Condenados!

Recuerdo mi grado de científico social en el


León de Greiff hace ya veinte años. Una tarde de
sol que encandilaba Yo estrenando un traje de paño
azul marino con bota italiana Zapatos negros y no
tan brillantes de amarrar Más un buso gris cuello de
tortuga —en aquella época odiaba las corbatas. Y la
misma escena La de siempre y todas las veces con los
familiares y amigos en fila india felices y a regaña-
dientes Aunque eso sí miles de machitos hermosa-
mente ataviados con trajes oscuros y medias blancas
exquisitamente calzadas entre mocasines. ¡Bendito
sea el Amado! Atropellado con mis padres ingresa-
mos al gran auditorio cuando ¡Oh sorpresa! El teatro
de solemnidad estaba revestido: apareció el rector
con el Consejo Superior Universitario… Se acomo-
daron los distinguidos miembros en la mesa prin-
cipal y Después de los himnos de rigor El profesor
Roque Páramo proclamó un discurso sobre los ritos
de paso —uno que por cierto también he memori-
zado— Eso fue todo. En seguida tocaba pasar a las
facultades: en mi caso a la de Ciencias Humanas. Allí
En el Auditorio Camilo Torres doña Rocío Botero

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Fabián Sanabria

—la decana— me entregó el título de antropólogo.


¡Quién lo iba a imaginar! Veinte años después fui yo
desempeñando esa misma función quien la graduaría
de doctora universitaria.

Vueltas y más vueltas Me revuelco. Ensopado en


sudor ya no me atan. Gracias a Marlene La enfermera
jefe autorizó una tregua. ¡Bendita entre las ataviadas
de blanco! Cada movimiento es como un nuevo ama-
necer El sueño de una noche de verano. ¿Cuántos
ruiseñores? He perdido la cuenta. Como cada desas-
tre de los amores estudiantiles que pasan de largo.
Empero Todo es distinto y las ganas de renegar me
aburrieron. Me he vuelto tan paciente que estoy sor-
prendido Ni siquiera pido que vuelvan mis fantasmas
Bueno ¡Salvo mis gatos! Gauchito Mitzuko Igorino
Ambrosio y los que faltan. Benditos los que acudan al
llamado de su amo. ¡Hosanna en las alturas! Escucho
voces que cuchichean Algunos ríen… ¿Quiénes están
ahí? ¡Respondan!

Tras graduarme de antropólogo me sobraron


los empleos. Primero Otro religioso amigo de papá
qepd —a quien por su humildad y sabiduría no nece-
sito elogiar— El Hermano Martín Carlos (Fundador
de la Universidad de la Salle) Me nombró profesor
en la Facultad de Filosofía y Letras de ese claustro.

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¿Profesor?

Segundo Un colega me presentó a Fernando Álva-


rez quien me invitó a dictar clases de Antropología
y Sociología en una facultad recién creada de la Fun-
dación Universidad Central de ese entonces. Tercero
Roberto Pineda —mi antiguo profesor de Historia
de la Antropología en Colombia— a quien el director
de Colcultura acababa de nombrar jefe del Instituto
Católico de Antropología Me llamó para que creara
la primera red colombiana de investigadores socia-
les. Cuarto El cura Córdoba que me había bautizado
Me pidió que dictara un seminario sobre espacios de
lo sagrado en la Facultad de Artes de la Universidad
Javeriana. Y dicho y hecho: le aposté a todos. Ahora sí
sería feliz gracias a Dios: mis alumnos ya no eran ima-
ginarios. Empecé a elaborar los programas A sedu-
cir con mis cursos y Claro Descubrí sin pronunciarlo
en tono muy alto que mis pulsiones estaban allí con-
centradas: quería jugar a las escondidas con los estu-
diantes y que ellos conmigo gozaran. Fue así como
conocí a los mejores ejemplares de mi vida Al punto
de que a uno de ellos —hoy futbolista famoso— de
vez en cuando le acariciaba las piernas explicándole
por qué la masturbación es todo un rito si se rea-
liza bien acompañado. La cosa de la investigación en
cambio me pareció aburrida: entender que la ciencia
—en todo caso la social— consistía en una enreda-
dísima telaraña… Desde entonces jamás he podido
tomarla en serio: ni las indexaciones Ni las propues-
tas Ni los proyectos y menos las metodologías que

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Fabián Sanabria

pontifican a-b-c-d o los parámetros que los nostálgi-


cos de lo absoluto establecen predicando la sacramen-
tal fórmula de tesis-antítesis-síntesis… Ni siquiera lo
que los nerdos llaman Bibliometría. ¡Imagínense! Hay
gente tan amargada en la vida que se dedica a eso: a
medir citas de autores y obras.

Ahora reconozco a los tres indiecitos: Jaime


Edgarinos y El Infantino. Esas eran las siluetas que
me vigilaban en la Alta Guajira. ¿Todo era un deli-
rio? Como tantas cosas que creemos. El más alto —
Felipe— Luego El más amplio —Edgarinos— Y
el más nervioso Jaime: mi profesor de francés ateo.
¡Dios mío! No le pasan los años… Además la barba le
luce. ¿Realmente eran ustedes mis ángeles custodios?
Pues muchas gracias porque no sé cómo me salva-
ron. Hospitalizándome los doctores querían hacer lo
que se les venía en gana: buscaba el medicucho Vive-
ros por todos lados un tal «neumococo pulmonar»
Indagando a escondidas de los tuberculosos del Santa
Clara así tuviera que mentirle al ministro de Agri-
cultura recién inscrito entre sus protocolos. Para ese
doctorcito todo valía por la ciencia o Mejor dicho Por
el prestigio de seguir ascendiendo como jefe de Cui-
dados Intensivos de La Marly… ¿De quién hablo? No
me hagan caso. ¿No ven que estoy reconstruyendo
un delirio? Así se llamaba el malparido que me inyec-
taba en el desierto. Ahora lo recuerdo: ¿Viveros o

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¿Profesor?

De Viveros? Un apellido tipo supermercado aunque


en todo caso jamás pudo ser Carulla porque aque-
llos sí son de buena familia. En este instante necesito
música Por favor Un poco de música. Creo que me
hice entender o ya lo habían adivinado Afortunada-
mente me alcanzan el aparato y está bien Hagámosle
publicidad al difunto Steve Jobs: ¡Bendito sea el iPod!

Un semestre después la felicidad de enseñar


se iba disipando. Las enormes minucias de la dicta-
dura de clases sumadas al moralismo administrativo
me aburrían. Si continuaba así Terminaría espe-
rando una pensión cual taxista-profesor a los setenta
años Y eso ni amarrado: tenía que huir de Colombia
No cabía duda. Entonces a conseguirlo. Fue en ese
punto cuando acudí a una magnífica colega del pro-
fesor Roque Páramo La bellísima historiadora uru-
guaya Ana-María Urán que de tiempo atrás el rector
me había presentado. Con ella y otros profesores nos
reuníamos todos los jueves al caer la tarde en el apar-
tamento de un cura incapaz de confesar abiertamente
sus fervores insoportables para estudiar religiones
comparadas. Allí me enteré de que ella viajaba y la
invitaban de todo el mundo Supuse que con su expe-
riencia internacional podía orientarme para conseguir
una beca. Ni corto ni perezoso se lo dije y ella son-
riente no me inculpó por el atrevimiento. Al contra-
rio Gracias al profesor Páramo Ana-María conocía mi

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Fabián Sanabria

trabajo de grado. Entonces me invitó a formar parte


del Instituto Colombiano para el Estudio de las Reli-
giones que en ese momento estaba fundando. ¡Qué
grata noticia! La historiadora uruguaya se convirtió
desde entonces en una especie de madrina: con ella
desarrollé numerosos proyectos y me seguí formando
hasta que meses después consideró que ya estaba listo
para partir al extranjero. El francés impecable apren-
dido con Jaime González me ayudó cuando llegó el
momento de llenar un formulario y presentar una
candidatura. Yo quería estudiar una maestría en Filo-
sofía A ella la acababan de nombrar profesora invi-
tada en la Facultad de Humanidades de la Católica de
Lovaina. Partió pues con el propósito de hallar para
mí algo. A los quince días recibí un fax del Departa-
mento de Filosofía de la ucl: el profesor Emmanuel
Lévinas estaba dispuesto a dirigirme. Yo no cabía de
alegría. Mi proyecto de estudios guardaba una enorme
afinidad electiva con el pensamiento del célebre filó-
sofo. Comencé a hacer los trámites para poder sufra-
gar mis estudios Decidí presentarme a las dos becas
más importantes de la época: a la de colfuturo y a
la de colciencias. Así las semanas pasaron cuando
de repente ¡Oh sorpresa! Por la prensa supe que al
profesor Lévinas lo acaban de internar en un hospital
parisino… Ana-María me llamó para confirmarme la
noticia Me dijo que también iría durante unos días a la
Ciudad Luz a dictar un ciclo de conferencias. Sin pen-
sarlo dos veces le pedí que retirara mis documentos

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¿Profesor?

de Lovaina y se los llevara para La Sorbona Ella así


lo hizo. Entonces —cuando se cerraban las inscrip-
ciones oficiales ante Colciencias— recibí otro fax fir-
mado por un latinoamericanista amigo de Ana-María
que me aceptaba en una maestría en Antropología y
Sociología de lo Político En la Universidad de París
viii. Así presenté los papeles y Bueno Me gané la
beca.

Con gestos y gemidos convertidos lentamente


en palabras saludo a mis amigos que sin asco se acer-
can Quieren besarme pero no los dejan: no se pueden
quitar los tapabocas Así es la asepsia. Sus rostros me
contagian de alegría. —¿Tan mal estuve? Ahora com-
prendo por qué dicen que regresé de ultratumba: sin-
tieron que me perdían y se equivocaron Supongo que
seguiré dando lora. Por ahora no tengo cómo agra-
decerlo: ustedes son lo máximo Bien saben que los
amo ¡Figúrense! Aún delirando estaban conmigo.
¡Ah Gracias por el bicho! Felipe ¿Puedes encen-
derlo en el último de La novena y ponerlo justo en
mis orejas? Apenas voy recuperando el movimiento.
¡Uf: qué magia! Un equívoco No importa Ya mismo
me pierdo… Es la marcha militar de mis soldados
veraniegos: ellos van dando vueltas cual pergoleros
de la Nueva Guinea. ¿A quién le coquetean? Franca-
mente espero que a su superior pues me doy cuenta
de que no estoy completamente curado… ¡Aleluya:

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Fabián Sanabria

sigo siendo el mismo! Ya sé Voy a tratar de cambiar


el cursor Mejor dicho No tan rápido… ¿Tan contento
estoy con el juguete? Empiezo a jugar al director de
orquesta Hasta luego Medellín y ahora sí pongamos
el cuarto movimiento La alegría de todos mis feli-
nos. De una vez voy al coro que luego repararé en las
voces de los solistas No aguanto Es como una eya-
culación que nadie puede detener ¡Viva la vida! Jamás
me pidas que cambie el gozo por el remordimiento.

Antes de cruzar por primera vez el Atlántico


me habían invitado —gracias al instituto creado por
Ana-María Urán— a un Congreso Internacional de
Historia de las Religiones En México. Un profesor
muy amable y distinguido Que siempre usaba gomina
en el cabello —llamado Roberto Maxferrer— De la
Escuela Nacional de Antropología Sería el anfitrión
del encuentro. El certamen estuvo muy bien organi-
zado en el fantástico Claustro de Sor Juana: durante
cinco días pude compartir con investigadores sociales
de casi todas las religiones del mundo. Coincidíamos
en la vitalidad de nuestro campo de estudio frente a
la fragmentación inevitable del catolicismo y la emer-
gencia de incontables protestantismos —no tanto de
los históricos sino de los pentecostalismos— a escala
planetaria. Algunos colegas dibujaron los árboles
religiosos de sus respectivos países Otros prefirie-
ron hablar cual iluminados de las múltiples clases de

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¿Profesor?

espiritualidades prehispánicas y afroamericanas De la


guerra espiritual y los tele-evangelismos De la Nueva
era y la nebulosa místico-esotérica reinante De los
problemas planteados por la laicidad y la seculariza-
ción De las implicaciones político-culturales del Islam
Del no proselitismo de los judíos junto a lo difícil
de tratar como religión al budismo De las relaciones
entre poesía sufí y homoerotismo Del fútbol y el rock
en tanto manifestaciones de las emociones más pro-
fundas Del declive de las iglesias frente al creer inter-
subjetivo En fin Del culto a los santos y del miedo a
los ovnis así como de las apariciones contemporáneas
de la Virgen. En medio de tanto rollo Conocí a un
profesor de La Sorbona experto en sociedades secre-
tas: el historiador Pierre-Antoine Fèvre Quien me
aseguró que cuando estuviera en París con todo gusto
podríamos conversar en profundidad de mis inves-
tigaciones. En medio del congreso nuestro anfitrión
del modo más simpático nos hizo una visita guiada
del centro histórico de Ciudad de México: nos llevó
a una magnífica exposición de pinturas del barroco
en el Palacio de Iturbide que por lo visto a él no lo
impactó lo suficiente Luego fuimos al Zócalo y a la
Catedral Recorrimos íntegra la sede del gobierno. Allí
mi sorpresa fue constatar cómo aquel hombre que se
preciaba de laico y liberal nos detuvo ante una esca-
lera gigantesca donde había un enorme grabado de
Diego Rivera que cuenta fabulosamente la historia
de México. Detalle a detalle El caballero ejemplar se

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Fabián Sanabria

transformaba: sin pensarlo dos veces nos enseñaba el


catecismo de su pueblo. Concluida la visita nos llevó
a cenar a Coyoacán Ese lindo barrio me encantó y allí
probé el más grato mezcal de mi vida… Pero como
lo bello es efímero En la madrugada debía partir…
Al día siguiente —una vez llegara a Bogotá— ten-
dría que hacer volando las maletas para abordar el
tubo que me conduciría por primera vez a mi eterna
Ciudad Luz de Soledades.

Tras cuatro conciertos seguidos o escuchas con-


secutivas Un enfermero alto Muy bello y fornido Con
su cráneo rapado interrumpe mi fabuloso orgasmo.
Entra a mi cuarto con un monstruo: la máquina de
placas ambulante. Dice que debe tomarme una para
que los doctores sepan lo que en adelante harán con-
migo. Lo autorizo sin reparo Él anuncia que me va a
prestar ayuda y cierto Él hace casi todo: me quita la
bata Acerca mi pecho a las plaquetas heladas Me sujeta
con fuerza y consuela con palabras y gestos para que
soporte el brevísimo martirio. Listo. En esas entra
una enfermera dizque con mi almuerzo: una espe-
cie de sopa. ¿Es para mí? ¿No se habrá equivocado?
¡Cómo! Si hasta ahora no he probado bocado. El
enfermero sin más comprende y Sin ser su responsa-
bilidad De puro chévere vuelve a incorporarme y no
permite que la tonta que ha ingresado con la comida
deje la bandeja tirada. Él la toma y cuidadosamente

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¿Profesor?

la coloca a la altura de mi pecho Realmente me auxi-


lia. Paso a paso me permite recordar cómo se toman
los alimentos: coloca una cuchara en mi mano dere-
cha Luego un poco de caldo Lo pruebo El siguiente
sorbo y los diez o veinte que restan —el enfermero
acaricia mi cabeza y sonríe— Ahora la bebida: un
jugo de lulo que me transporta al Paraíso.

Todo un tumulto en El Dorado No voy a hablar


en esta ocasión de eso. Sólo subrayo que no tendrán
perdón de Alá los usureros que a punta de terror —para
supuestamente impedir que en las aerolíneas a los pasajeros les
camuflen coca— convencen a los ingenuos de forrar sus male-
tas con plástico. Evoco el costado siniestro del segundo
piso del terminal aéreo: las terribles escenas de despe-
didas de familiares y amigos llorando: —¡Llámanos
tan pronto aterrices y cuídate mucho! Hasta luego. Un
tres de octubre —vísperas de San Francisco— Pre-
senté mis documentos y pasé a la fila respectiva para
que los amables detectives del das en mi pasaporte
pusieran un sello: —¿Adónde viaja? —A Francia.
—¿Viaje de placer o de negocios? —Voy a estudiar
—¿Y eso? —Voy a hacer un doctorado. —Siga. Ni
siquiera me desearon Buen viaje. Inmediatamente me
topé con un montón de tiendas donde vendían café
y arequipe Perfumes y gafas de sol más toda clase
de baratijas que sin necesidad de pagar impuestos se
llevaban como obsequios al otro lado del Atlántico.

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Fabián Sanabria

Luego otra fila y nuevos controles hasta llegar a


la puerta sexta donde faltaba la última requisa. En
seguida una espera turbia —como de quince minu-
tos— y al final empezaban a llamar a las mujeres y
a los niños. Más tarde por orden de asiento ingre-
saba observando que los pasajeros de clase ejecutiva
podían presentarse en cualquier momento. A mí me
tocó una ventana como a la mitad de la nave y al lado
un señor que se descalzaba. ¡Lástima que no fuera un
pelao! Los demás protocolos todos los sabíamos y si
no era así De malas. Tras el cierre de la puerta prin-
cipal y con el cinturón bien abrochado Las azafatas
de Air France empezaban a pasar fumigando Puri-
ficando el aire antes de que el avión arrancara. Diez
horas de vuelo nos aguardaban y entonces a leer lo
que pudiera o a ver las películas de las que evidente-
mente jamás me acordaría Ni modos. Muchos años
después pude constatar que tomar un vuelo trasatlán-
tico en clase económica era bastante similar a ingre-
sar a un hospital en estado de emergencia.

A la hora postrera Cuando la tarde se convierte


en noche Me embarga una terrible tristeza. El Infan-
tino llega para saber qué más necesito. Me cuenta que
todos al mediodía se fueron muy contentos Cambio
entonces de cara Le sonrío y digo que también yo
estoy muy feliz de verlo. Le hago señas de querer escri-
bir y él me alcanza una tabla con papel y marcador y

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¿Profesor?

allí dibujo: primero La última imagen de El principito


que se la dedico Después lo pinto a él Luego a Edga-
rinos En seguida a Jaime con Carlos-Guillermo y a
Leonor Más tarde al abuelo Lerner En seguida a la
profesora Beatriz y a otros colegas… Así sigo garaba-
teando y rayando hojas Como cuando calificaba los
exámenes de mis alumnos imaginarios. Recuerdo que
soy profesor y ya no me desvela ese oficio Vuelvo a
jugar sin más Como si fuera un niño. Hacemos una
pausa y Felipe pregunta si me puedo levantar Le digo
que aún no lo he intentado Que tengo una sonda Él
dice que no importa Que si quiero me ayuda. Tras
evadir el reto hablando un montón de veces del agua
de colonia de la vecina De los jabones de verbena y
las lociones que me tienen alucinando… A la cuenta
de diez me atrevo. Establezco contacto con el piso y
lentamente reconozco desde otro ángulo el mundo
que me marea.

Once horas en Francia y para mí eran las cinco


de la madrugada. El airbus AF840 (procedente de
Bogotá) aterrizó en el Aeropuerto Internacional Char-
les de Gaulle También conocido como Roissy. En esa
época los aviones que venían de países de quinta no
contaban con autorización para parquear en una de
las ramas del terminal aéreo. Dejaban a los pasaje-
ros perdidos entre la niebla A kilómetros de distan-
cia. Un busesito llegaba a recoger primero a los de

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Fabián Sanabria

clase ejecutiva Minutos después al resto de la manada.


Así alcancé a reclamar mi equipaje al medio día y en
seguida tuve que mostrárselo a los agentes de seguri-
dad que empeñados en buscar cocaína revisaron mis
maletas. Finalmente atravesé la última compuerta y
¡Aleluya! A continuar con el martirio. Tocaba cam-
biar dólares por francos para pagar el autobús que
me llevaría hasta el Arco del Triunfo —aún no se
habían inventado el euro ni establecido la comedia
del Indisociable Espacio Económico Europeo. En la
calle haciendo fila Por primera vez supe lo que era
el viento helado Un gorila guardó mi equipaje en el
maletero y subí al pullman aturdido Trataba de soñar
desde la ventana. ¡Qué día más gris! Quise decirle a
mi reflejo. Tras una hora desperté del embrujo Junto
al arco del que mi padre sin conocerlo De niño me
había pintado: lo admiré como pude arrastrando todo
mi peso hasta un acopio de taxis donde abordé uno
que me llevó al Distrito xiv Hacia un convento fran-
ciscano El lugar de mi hospedería. A dos cuadras de
la Calle Alésia estacionamos frente a una iglesia de
ladrillo Y ante el único portón establecido toqué una
campana. Al cabo de algunos segundos un anciano
se asomó y me dio la bienvenida: —Ah ¿Usted es el
joven recomendado por el padre Lugo de Colom-
bia? Siga ¡Bienvenido! Pase por aquí y tenga cuidado
con la escalera. ¡Eso! El último al fondo es su cuarto
Aquí tiene la llave y apúrese porque ya casi se acaba
el almuerzo… Hoy es el día de nuestro Patrono. Dejé

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¿Profesor?

arrumadas como pude las maletas y volé al refec-


torio. En efecto los monjes estaban culminando su
regocijo cuando el mismo anciano que me atendió en
la entrada me invitó a la mesa y me sirvió comida:
budin noir aux pommes Mi primer plato parisino. Sabía
a gloria. Más tarde acompañé a los frailes al ritual de
lavar la loza y casi cayéndome estreché las manos de
algunos: —Hasta mañana.

Mientras converso con Felipe Otro enfermero


amable vestido de overol caqui ingresa Saluda y anun-
cia que mañana me trasladarán por fin a un cuarto
exclusivo. ¡Te das cuenta Señor! Al fin me hiciste
un milagro y del mismo modo me sacarán de aquí
mañana Así lo presiento. Continúo observando a
mi alrededor el mundo: la cama elástica Una mesa
de noche A la derecha un crucifijo empotrado y aquí
una silla incómoda que se pliega junto a otra metá-
lica —las monjas tacañas no compran los muebles de
madera. Repentinamente me acuerdo de Gauchito y
le pregunto por él al Infantino: —Está muy bien y
bastante gordo. De él ya hablaremos.

Cuatro días de retiro ¡Suficientes! Yo no había


venido a París para encerrarme en un convento. Al
cabo de ese tiempo me propuse averiguar qué había
pasado con un dossier que meses atrás había llenado

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Fabián Sanabria

desde Colombia para obtener cupo en una de las casas


de la Ciudad Universitaria. Recuerdo que toda una
tarde me la pasé marcando y nada. Entre tanto me
propuse buscar a un amigo trompetista de la Filar-
mónica que en otro tiempo tomaba clases de fran-
cés con Jaime González y era muy amigo del artista
Luis Caballero. Él muy amable me dijo que si quería
podíamos compartir su taller bastante espacioso Que
allí yo podía quedarme Y dicho y hecho: cambié el
sagrado monasterio por cuatro días más de desen-
frenos. Al cabo de ese lapso me arrepentí pues mi
nuevo anfitrión era un adicto: una tarde de vagabun-
deo Llegando al apartamento cercano a La Bastilla
Observé de lejos una patrulla de la Policía… Resulta
que al bendito trompetista le gustaba mambear coca
Cosa complicada en París para un extranjero. Me dije
que en cuanto el chico lo arreglara su protector Al día
siguiente partiría de allí así tuviera que dormir a la
intemperie. Y obvio El pintor de pastorcillos enfer-
mos salvó a su mancebo. Aquella noche tuve el honor
de conocer a Luis Caballero: era de muy mal genio
y detestaba a los colombianos. Debí caerle muy bien
porque al final de la velada me regaló una serigrafía.
No obstante mi decisión estaba tomada: a la mañana
siguiente lo primero que hice fue volver a llamar a
la Ciudad Universitaria cuando ¡Sorpresa! En una
de sus casas —en la Maison des Provinces de France—
había un cupo a nombre de Monsieur Sanabria y Si
no lo tomaba se lo asignarían a otro. Inmediatamente

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¿Profesor?

partí con mis maletas hacia el 55 Boulevard Jourdan


Y desde entonces me instalé en un estudio con balcón
exclusivo.

Todo lo juntan: los chécheres que caben en dos


bolsas ¡Ah! También hay un pequeño maletín donde
guardan mis atuendos. ¿Qué se llevan? Los imple-
mentos de aseo: jabón-dentífrico-champú-desodo-
rante-cremas Cepillos y seda dental más cortaúñas.
Todas esas cosas que a uno le llevan al hospital y
dejan en manos de las enfermeras. Marlene aparece
y le sonríe al Infantino: contrario a las demás no le
pregunta si es mi hijo De sobra sabe nuestro paren-
tesco. Le sugiere que ahora sí vale la pena que me
traiga piyamas Levantadoras Un par de sandalias Y
si puede cuadernos y estilógrafos para que escriba.
¿Por qué no un computador? Eso sí valdría la pena.
Este procedimiento sencillamente es un trasteo. Mi
estadía en Cuidados Intermedios ha sido cosa de un
día. ¡Siquiera! Ya estoy listo Cuando digan doctores.
¡Fíjense que ya no opongo resistencia!

Desde la tarde del 12 de octubre de 1995 Día


en que ingresé a la Cité-U Me dispuse a conocer la
Universidad de París viii donde el latinoamerica-
nista amigo de Ana-María Urán me había recibido.
El alcalde Chirac acababa de trasladar ese campus

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Fabián Sanabria

por revoltoso: ahora quedaba confinado en un subur-


bio cuyo único atractivo era que muy cerca se encon-
traban enterrados los restos de los reyes de Francia.
Emprendí pues la odisea. Tras una hora en tren y
luego media en autobús (aún el metro no llegaba hasta
el sitio) Las instalaciones parecían locales comerciales
para vender artículos de contrabando. La única dife-
rencia era que todo estaba envuelto en un completo
desorden y las paredes vomitaban afiches con con-
signas revolucionarias. Lo inevitable había ocurrido:
a los intelectuales bochornosos los habían expulsado
del hermoso bosque de Vincennes y nunca más vol-
verían a tener una torre de marfil sino semejante
castillo de terror para sus discusiones filosóficas.
Tratando de hallar el lado amable busqué el Depar-
tamento de Antropología y Sociología… La secreta-
ria gentilmente me dijo: —Las clases comienzan en
tres semanas Pero si quiere inscriba ahora mismo sus
cursos para que no pierda la venida. Así lo hice: tras
detallar uno a uno los programas Matriculé las asig-
naturas obligatorias de todo el año. Se suponía que las
electivas las podía ver en algún lugar más civilizado.
Decidí tomar los cursos de Sylvain Lazarus sobre
Antropología y Sociología urbanas De Emmanuel
Méndez-Argot en torno a Problemas de Ética y Esté-
tica El de mi bendito director (José González-Díaz
que lo dictaba en París y se apodaba: Religión y Polí-
tica en América Latina) Y el de Cornelius Castoriadis
llamado Institución imaginaria de las sociedades.

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¿Profesor?

¿Para qué resistirse si el viento paráclito me


transporta? Simplemente me dejo conducir Acabo
de escribirlo. Voy a hacer de cuenta que estamos en
agosto y es tiempo de salir a una manga sin amarras
No quiero cubrirme el pecho. Abandono pues abrigo
y bufanda Y en camisa quiero salir a la explanada.
Ya no tengo padres o maestros que me lo prohíban
Incluso ellos mismos —pese a mi tos— lo admiti-
rían: —Doctores Por favor No teman Quiero ser ese
niño elevando una cometa…

Hacía ocho semanas que de la Cité-U rumbo a


Saint-Denis y otras veces al centro de París cual cole-
gial entusiasta seguía varios cursos. Pese a las difi-
cultades de tener que viajar hasta el otro extremo
del mundo Los maestros resultaron ingeniosos. Las
clases de Lazarus y su calva de San Antonio eran todo
un acontecimiento: en cada nueva sesión acababa de
regresar de la China o de la India Y con pasión nos
hablaba de ciudades extraordinarias. De Méndez-
Argot me fascinó su tono de voz grave y el rigor con
el que estudiamos la Ética de Spinoza: dedicamos
semanas enteras a desentrañar una frase: ¿Qué puede
un cuerpo? En cuanto a Castoriadis Él era un psicoana-
lista atípico y bastante neura que sólo hablaba y nunca
escuchaba pues en sus clases deliraba peleándose con

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Fabián Sanabria

Lacan por culpa de tres términos: lo real Lo simbólico


y lo imaginario. Nosotros cual discípulos indignos A
duras penas tomábamos nota. Y de mi bendito tutor
González-Díaz ¿Qué me cabe recordar? Su curso aún
no arrancaba Él estaba en misión en Guatemala y el
seminario sobre Religión y Política era en el segundo
semestre. Así me atrapó entusiasta mi primera Noche
Buena lejos de casa. Al medio día del veinticuatro de
diciembre de mi primer año en Europa Recibí una
llamada del superior del convento donde el día de
San Francisco había llegado. El padre Luc Mathieu
me invitaba a que —si no tenía plan alternativo—
acudiera desde las veinte horas a la Rue d’Alésia para
pasar Navidad con los fratellos. Por supuesto que fui
y gocé mucho: eché de menos la vida que precipita-
damente había abandonado tras mis primeros días
parisinos. Asistí a la misa de gallo Cantamos y cena-
mos exquisito cuando Al despuntar el veinticinco El
anciano de la portería nos sobresaltó a todos: en la clí-
nica de la esquina acababa de fallecer el gran filósofo
lituano Emmanuel Lévinas y quienes quisiéramos
podíamos darle el pésame a su hermano. Inmediata-
mente en compañía del padre Mathieu y otros frailes
me dirigí hacia el hospital vecino Recorrimos algunos
pasillos Subimos por una escalera hasta que al final
llegamos a un cuarto enorme e ¡Increíble! Desde el
estupor contemplé durante algunos instantes al maes-
tro que tiempo atrás para dirigirme una tesis con toda
gentileza me había escrito.

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IX

Tras otro paseo en camilla ambulante Nueva-


mente el ascensor y más recovecos. Heme aquí re-
costado en la habitación 506 de la Clínica Nueva de
Nuestra Señora de la Magdalena Donde muy pronto
recibiré visitas. Ahora sí me siento en un confortable
cuarto de hotel para reposar tras una larga agonía. La
habitación es espaciosa y posee un gigantesco venta-
nal que transparenta las torres y el campanario de una
vieja iglesia También observo que algunos árboles ro-
dean mi nuevo cautiverio. ¡Qué bueno! Al menos un
cuadro de naturaleza muerta me hará compañía. Me
alcanzan un control remoto para la televisión que sin
mayor desdén me niego a usar porque en todos los
canales hablan de lo mismo: de la boda de Guiller-
mo y de la beatificación de Wojtyla. Al fondo me di-
cen que hay un baño para mis necesidades Que si lo
deseo puedo ducharme. ¡Vaya! Por fin reconocen que
soy mayor de edad ¡Quién lo hubiera imaginado! Y
una excelente noticia: a mi diestra hay un sofá y varias
sillas confortables para los amigos. Si tú quieres Pue-
des quedarte esta noche conmigo.

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Fabián Sanabria

La Cité Internationale Universitaire de Paris quedó


grabada en mi inconsciente como el sitio ideal para
tener un cuarto propio. La Maison des Provinces de
France (mpf) me acogió como huésped durante cuatro
largos años Durante los cuales no hice otra cosa que
disfrutar del paisaje y escribir ante un balcón que me
abría una ondeante cortina roja De cara a un her-
moso bosque. Cientos de veladas literarias Cinema-
tográficas Teatrales Musicales o simples rumbas que
los estudiantes de todo el mundo hacían cada fin
de semana marcaron el compás de mi estadía. Y un
excelente restaurante —donde cada día había cinco
menús distintos de comida internacional— recreó el
ambiente perfecto para perseverar en mis estudios sin
necesidad de creer que la vida estaba en otra parte.
Allí hice inolvidables amigos: el machito más tierno
de mis tiempos parisinos Loïc Dumont —oriundo
de Aix en Province que estudiaba Ingeniería en la
Escuela de Artes y Oficios— Marc Wagner —un
sin igual londinense amante de la ópera con quien
durante largas veladas escuché magníficas arias— La
argentina Peñalva —apodada con todo cariño Susana
de los Espíritus— Y el primer novio oficial que tuve
en la vida: el matemático y actor Vincent Delhaye A
quien desde la primera ocasión que abracé llamé sin
vacilar «Gamín de ruda belleza». Con ellos viajé por
casi toda Europa y aprendí un montón de recetas para

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¿Profesor?

hacer la vida más amable Descubrí el Mediterráneo y


el Mar del Norte valorando aquellos imponderables
que pasando por olores y sabores me permiten aún
proclamar: ¡Viva la vida!

Un amigo es aquel que te acompaña en medio


de la soledad El punto capital radica en no pregun-
tar gran cosa En poderse quedar cual par de amantes
en silencio. Hablar y hablar es una necedad Basta con
mirarse a los ojos. Cuando escribía los primeros párra-
fos de esta ficción —justo antes de que me enfermara
e internaran— Gauchito Cointreau Mi gato adorado
Trataba de juguetear conmigo. En seguida compren-
dió que este rollo del fervor iba en serio y simple-
mente se ponía ante el balcón durante horas mirando
al horizonte lejano… Luego se cansaba y volvía a ron-
ronearme para que le prestara atención Yo hacía una
pausa y era todo. Jugábamos con sus pelotas de caucho
Él correteaba hasta que nuevamente debía regresar a
la mesa Pero la fiebre lo impidió y tuve que meterme
con el felino entre las cobijas para que no nos comiera
el zorro. Ahora yo estoy aquí esperando al Infantino
dorado y mi gato con él se halla. ¿Me habrá olvidado?
Una vez abandone este sitio nos tomará algunos días
readaptarnos Todo volverá a ser como antes Y tú
Amigo desconocido: ¡acompáñame a estar solo!

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Fabián Sanabria

Concluyendo la maestría en la Universidad de


Saint-Denis (no le digo más París viii) Tras el por-
tentoso ajetreo de ir casi todos los días de París hacia
allá y del suburbio hacia acá Una noche Loïc Dumont
me invitó a un acontecimiento especialísimo: el más
prestigioso sociólogo del momento lanzaba su último
libro en la Casa de Alemania. Pese al cansancio de
la jornada e impulsado por el ardor que indiscutible-
mente Loïc me inspiraba Acudí precipitado a la cita. A
la entrada encontré al machito de mis sueños Bastante
tímido excusándose de tener que partir esa misma
noche hacia Aix en Provence Pero con una invitación
que había obtenido para que yo ingresara al evento.
Se lo agradecí y con un inolvidable beso en el cuello
que superaba la simple cortesía nos despedimos. En
el auditorio tomé asiento y al cabo de unos minutos
aparecieron en el escenario dos eminentes profesores:
Michael Löwy con una sencilla chaqueta de cuero y
Pietro Bourdeo luciendo un combinado de blazer y
camisa azul a cuadros más pantalón gris con zapa-
tos de amarrar marrón Redondos. El primero elogió
sin preámbulos la obra del segundo: Las reglas del arte.
Génesis y estructura del campo literario. Señaló que valerse
de La educación sentimental para dar cuenta del origen de
la novela era la mejor metáfora que en materia roman-
cesca hasta ese momento se había producido. Inme-
diatamente Pietro Bourdeo tomó la palabra y con un
tono de voz bastante suave habló de disposiciones
para ocupar posiciones que a su vez corresponden a

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¿Profesor?

tomas de posición en un campo de juego. En seguida


se refirió al ojo del Quattrocento y a la pintura de Piero
de La Francesca En particular a la Virgen de la Miseri-
cordia Y a la manera como paulatinamente los pinto-
res empezaron a adquirir autonomía frente al poder
del dinero y los mecenas. Recuerdo que al final de su
intervención la gente aplaudió entusiasmada El profe-
sor Löwy se despidió y Pietro Bourdeo se quedó para
compartir un vaso de cerveza que le ofrecían. Aunque
no supe si por temor nadie se atrevía a hablarle —
esa noche nevaba— Yo veía desde mi rincón al emi-
nente sociólogo saboreando la espuma Cuando sin
pensarlo dos veces me acerqué a su lado Lo saludé y
empezamos a conversar surgiendo al cabo de medio
minuto el nombre de García-Márquez. Así fue como
el Papa de la Sociología (con ese apodo lo recono-
cían) me invitó a su laboratorio y a entrevistarme con
una colega suya de apellido Saint-Martin para que me
trasladara una vez concluida mi maestría a la presti-
giosa escuela donde él enseñaba.

Al fin puedo comer por mis propios medios Ya


no hay enfermero que me dé ánimo. Me toca a mí
solito tomar la cuchara Probar la sopa tratando de
no quemarme la lengua y así continuar con el seco:
cortar lentamente el pollo Saborear las verduras No
dejar caer el arroz e ir bebiendo leves sorbos de jugo.
Aunque al comienzo todo es una sorpresa La comida

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Fabián Sanabria

de hospital se va volviendo insípida: nada de sal ni


azúcar y mucho menos condimentos En fin Tengo
que acostumbrarme Supongo.

¿Usted habló con Bourdeo? Me preguntaba entre


incrédula y escéptica la señora Saint-Martin Cuando
meses después del lanzamiento de Las reglas del arte
me presenté en su despacho. —Sí Profesora Y justa-
mente él me pidió que la buscara tan pronto aprobara
mi maestría. ¡Si quiere puede verificarlo! —No hay
necesidad… El problema es que los traslados entre
instituciones no son tan fáciles. No sé si usted se da
cuenta de eso. Sin embargo Su director de París viii
también trabaja en los laboratorios de Armand Augé
y de Daniela Ligera… Si quiere Déjeme su dossier a ver
si en uno de esos dos sitios lo reciben. Obviamente
le entregué a Madonna Saint-Martin mi montón de
papeles y al cabo de dos semanas de suspenso me
convocaron. Resulta que el profesor González-Díaz
—asociado a París viii— En la Escuela de Altos
Estudios Sociales (o ehes en lengua franca) podía y
no podía dirigirme… Me explico: aunque era director
de investigaciones del Centro Nacional de la Rebús-
queda Científica (cnrs) Todo maestro externo para
dirigir a un doctorando en la ehes Necesitaba una
habilitación especial concedida por el Consejo Aca-
démico. No obstante El presidente Armand Augé En
él confiaba plenamente. Podía entonces inscribirme

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¿Profesor?

bajo su tutela Aunque en realidad fuera el latinoame-


ricanista quien de mí se ocuparía. Empero había otro
inconveniente: a esa altura del partido En el Docto-
rado en Antropología no había cupos… Luego tocaba
en el de Sociología Siempre y cuando la directora del
laboratorio que estudiaba los Hechos Religiosos —
Daniela Ligera— así lo autorizara. Pese a la burocra-
cia La cosa se dio sin mayor contratiempo: tras varios
bamboleos terminé inscrito en el doctorado en Socio-
logía de la ehes Adscrito al laboratorio de la señora
Ligera Bajo la dirección de Armand Augé y la super-
visión de José González-Díaz Comprometiéndome
en tomar un curso de actualización en método socio-
lógico con un profesor de apellido Mauget porque
supuestamente cambiaba de disciplina.

En la tarde recibo visitas. Inicialmente de Jaime


y Leonor que con estupefacción me hablan del susto
que vivieron… ¿Cuál susto? Pues el que les di porque
según ellos Casi me muero. Que de la última noche
no pasaba Que los resultados de la gripa porcina
apenas llegaban Que los médicos no sabían lo que
padecía Que las únicas respuestas eran Paciencia y
paciencia. Me encuentran ya «de este lado» y a ren-
glón seguido agregan que Magnífico. En últimas me
dan una especie de bienvenida. Yo les pregunto por
ellos y los veo sonreír Aseguran que lo importante
soy yo Me congratulan por El Infantino. Según ellos

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Fabián Sanabria

De no ser por ese angelito aún no hubiera resucitado.


Por supuesto que lo sé. ¿No ven que a él le dedico
estos escalofríos? Y no es un pago a la manera de don
y contra-don o cosa por el estilo Simplemente una
sonrisa de esas que le gustan cuando pregunta si lo
quiero. Un novio ejemplar Sí señores. ¿Novio? Pues
sí: aunque a los cuarenta no debería usar esa palabra y
menos delante del señor Procurador. ¡Qué va! ¿Suena
raro? El vocablo más adecuado sería compañero. ¿Me
gusta? No tanto… Los demás términos que se usan
suelen ser tan lobos… Prefiero llamarlo Infantino
porque a Felipe desde que lo conocí supe que sería mi
púber aeternus.

Los cursos y seminarios de la ehes arrancaron.


Durante tres años acudí muy puntual a los altares de
Pietro Bourdeo De Armand Augé De Daniela Ligera
y de vez en cuando me asomé a las clases de los poli-
tólogos Ariel Pécaut y Aladin Touraine. Obviamente
seguí el famoso curso del señor Mauget para ponerme
al día en cuestiones de método y Claro está No pude
huir de los sermones de mi bendito supervisor Alter-
nados cada quince días con los discursos de Michael
Löwy y Patrick Michel sobre religión y política. ¿Qué
me quedó de eso? La grisácea silueta de un campo.
El Papa Bourdeo por medio de sus acólitos —algu-
nos jueves en la mejor sala de la Maison des Sciences de
l’Homme y a las once horas precisas— Secretamente

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¿Profesor?

nos convocaba… Hablaba muy bajo esbozando los


capítulos que luego aparecían en sus encíclicas o los
temas de los artículos que en compañía de sus dis-
cípulos figurarían en Los hechos de los científicos sociales.
Siempre llevaba a un prestigioso invitado: desde Su
Eminencia El cardenal Le Goff ataviado de escar-
lata y quien alguna vez nos habló de la invención del
Purgatorio Pasando por Jacques Dubois vestido com-
pletamente de negro para que clarificara con su eru-
dición el sentido de lo social en la Búsqueda del tiempo
perdido Hasta Günter Grass con quien preparaba una
emisión televisiva sobre la tradición de abrir la jeta.
En los años en que lo conocí jamás lo vi usar cor-
bata ni vestido completo Pañoletas y gafas enormes
de vez en cuando. Escribía detrás de las hojas raya-
das con estilógrafos poco costosos y bellos Recono-
cía con pequeños gestos a cada uno de sus discípulos.
Entre sus espaciados seminarios viajaba por todo el
mundo: contribuyó a la caída de un Primer Ministro
que pretendió privatizar la seguridad social en Fran-
cia Aparecía a diestra y siniestra sosteniendo nume-
rosos movimientos sociales Practicando lo que él
denominaba un deporte de combate. Alguna vez al final
de una clase volví a abordarlo en privado Se acordaba
de nuestra charla en la Casa de Alemania sobre Gar-
cía-Márquez Me dijo que acababa de conocerlo. Así
como aparecía tan modesto frente a sus estudiantes
Era feroz con sus adversarios: a ningún colega des-
viado del camino que él de antemano había trazado

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Fabián Sanabria

lo perdonaba. Durante su pontificado en el Ateneo de


Francia —de cuyos cursos sólo diré que eran multitu-
dinarios y había que llegar con dos horas de anticipa-
ción para encontrar silla— aumentó geométricamente
la lista de excomulgados. Armand Augé en cambio
fue todo un abad dirigiendo la Escuela: desde su pre-
sidencia logró una apertura indiscutible hacia Europa
del Este Asia África y América Latina. Nunca dejó de
enseñar pese a convertirse en un gran viajero: dictaba
su seminario de Lógica Simbólica e Ideología acom-
pañado de Emmanuel Terray: un etnólogo desencan-
tado del comunismo y altamente comprometido con
los indocumentados. De Augé retuve su acento ele-
gante y franco Su sentido del humor leyendo lo coti-
diano Su agudeza mental frente a los ideólogos de
la transparencia Su sencillez invitándonos a interve-
nir en sus clases Sus giros hacia la ficción que mar-
carían en mí nuevos desafíos. Daniela Ligera —con
gran voluntarismo pedagógico— tras los pasos de un
historiador acabaría como presidenta Sería toda una
Dama de Hierro. Casi nunca hablaba bajo Levantaba
la voz a fin de recitar los conceptos fundamentales de
los clásicos Exigía claridad y precisión en sus alumnos
Tomaba atenta nota de cada una de las investigaciones
en curso exhibiendo sus estilógrafos Monte Blanco…
Su inteligencia adaptando conceptos le había valido
un altísimo reconocimiento Definió sociológicamente
la religión para constituir una «caja de herramientas».
Desafortunadamente en numerosas oportunidades

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¿Profesor?

afirmaba su catolicismo militante con rostro inquisi-


torial disfrazado de solidario. Según Pietro Bourdeo
había ingresado a la Escuela por intrigas de Aladin
Touraine Quien en aquel tiempo confesaba al pre-
sidente Cardoso de Brasil y dirigía espiritualmente
al impostor de Ariel Pécaut. ¡Obvio! En la ehes
había seminarios excelentes Sobresalientes Coheren-
tes Aceptables Regulares Deficientes Incoherentes
Lamentables Nulos Vacíos y los de Pécaut. De resto
ese par de ramplones sólo proyectaban torsiones de
envidia: el uno hacia Su Santidad Bourdeo por no
haber alcanzado nunca la cátedra de Sociología en el
Ateneo de Francia ni la presidencia de la ehes. El otro
haciéndose invitar a Bogotá y Medellín con toda clase
de lujos cada semestre Gracias a los mamertos del Ins-
tituto de Estudios Políticos para explayar jactanciosa-
mente sus hipótesis sobre la violencia en Colombia.
Recordando esos trazos Mejor clausuro este párrafo
elogiando la cultura alemana de Michael Löwy y la
aproximación a los cambios políticos de Europa del
Este por parte del inolvidable colega y amigo Patrick
Michel… En cuanto a mi profe González-Díaz Sim-
plemente lo llamaré Courtial de Pereiras para que para-
fraseando ese nombre tú tengas siempre presente las
imposturas académicas.

Conforme van llegando las visitas toca prepa-


rarse. Por eso llamo a Marlene para pedirle que unte

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el cepillo de dientes de enjuague bucal y me calme


este aliento amargo Ella comprende. Las demás con-
denadas se hacen las indiferentes: —Para qué Si los
familiares entienden… ¡Gonorreas! No ven que el
pudor existe. Aun al borde de la tumba toca aparen-
tar Maquillarse. ¿Por qué creen que hay expertos en
decorar cadáveres? No será para luego pasar su hoja
de vida a alguna empresa de Hollywood. La mayor
desgracia de un profesor es tener mal aliento. ¿Quién
escuchará sus clases? Toca seducir a los alumnos para
que se acerquen y sientan ganas de besar su jeta dizque
sabia. Por eso existen pastillas de todo tipo: última-
mente las mejores acaban de fabricarlas los judíos de
adams: Halls Mentho-Lyptus —sin azúcar— En
empaque especial de treinta unidades y a muy buen
precio. Francamente ¡las recomiendo!

Las clases en la ehes eran insuficientes. Pese al


rigor destilado por los maestros para convertirnos en
investigadores de los hechos sociales Faltaba amplitud
de espíritu Si se quiere vida. De modo que una tarde
decidí acudir a La Sorbona Con el fin de asistir a una
clase del historiador que con gran alegría durante mi
Primer Congreso Internacional de Religiones había
conocido en México. Me dirigí con mucho entusiasmo
al anfiteatro Durkheim para minutos antes de que Pie-
rre-Antoine Fèvre hiciera su aparición Instalarme en
alguna silla. Durante un par de horas lo escuché muy

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¿Profesor?

atento… ¡Todo lo que decía resultaba tan esotérico!


La mayoría de sus alumnos eran damas emperifolla-
das Forradas de pulseras y collares hasta el cogote. Al
final observé cómo el profesor descendiendo de su
altar y haciendo una mueca entre despótica y sober-
bia daba la mano a algunas de sus predilectas. Dis-
cretamente me acerqué a la fila Pero ¡Oh sorpresa!
Su Eminencia Reverendísima me negó la mano para
que le besara el anillo. ¡Cómo! ¿En su Sede apostó-
lica ni siquiera me reconocía? Ante tanta paraferna-
lia abandoné el recinto deprimido. En la puerta me
detuve No podía creer tanto engreimiento. En esos
momentos se acercó un profesor empavado de abrigo
de cachemira y sombrero de ala ancha cardenalicio
que fumando pipa lanzaba enormes bocanadas Me
preguntó si la clase ya había terminado pues a él le
tocaba el turno. Efectivamente numerosos estudian-
tes comenzaban a tropezarse con los que salían del
sagrado recinto. Sin saber a quién trataba debí hacer
algún comentario odioso sobre la arrogancia parisina
Mi interlocutor me miró con ternura. De algún modo
sentí sus avances… Con un gesto noble me invitó a su
clase Me dijo que si quería podía escuchar algo dife-
rente: un curso sobre el imaginario humano. En esas
recordé Las estructuras antropológicas de Gilbert Durand…
El refinado profesor afirmaba que semejante autor
era su maestro. A los dos minutos todo el mundo
había ingresado y supongo que alguien desde adentro
le hacía señas porque él se despidió dándome un par

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de palmadas en el hombro Yo lo seguí sin más obser-


vando cómo descargaba su maletín quitándose abrigo
y sombrero… Al personaje le sentaba muy bien el
corbatín de seda Se llamaba Michel Maffesoli y desde
aquel día nos volvimos amigos.

Trato de levantarme y de repente se me van las


ganas. Esta cama es como volar en primera clase: se
endereza Voltea y hasta proporciona sensuales masa-
jes. Obviamente aprendiendo a oprimir los botones
Hay que entrenarse para no recibir el estímulo inade-
cuado. Felipe dijo que las fabrican en el Estado de
Israel… Con razón están tan bien hechas. Entonces
una y otra vez pruebo a enderezarme y recostarme
Luego a la derecha Ahora a la izquierda Un masaje en
la espalda Otro en las nalgas ¡Qué delicia! Supongo
que numerosos pacientes practican estos ejercicios
constantes: desde este momento que entre ellos me
cuenten. Nuevamente vuelvo a jugar Esta vez de lado
Un Dos Tres Me ayudo dando breves movimientos
como si fuera un atleta Es todo lo que las fuerzas
me permiten. Creo que ya no estoy tan hinchado.
Tengo mucha sed y eso me aterra. ¿Llamo a la enfer-
mera? No. ¡Para qué molestar a Marlene! A mi lado
hay una mesa de noche con una jarra de agua fresca
Voy a tratar de alcanzarla haciendo equilibrio a ver si
no fallo. ¡Eso! Nada. Vuelvo a intentarlo Tampoco.
Una tercera vez ¿De acuerdo? ¡Uf ! Listo. Casi se cae

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¿Profesor?

y rompe… Eso hubiese sido fatal: las condenadas


monjas me habrían regañado.

Gracias a Michel Maffesoli conocí el Espacio


Paul Ricard donde cada mes en horario vespertino
él invitaba a un intelectual postmoderno. En ese sitio
vi por primera vez a Gilbert Durand vestido con una
chaqueta militar de incontables botones Conversé en
medio de la audiencia que acudía al lanzamiento del
Intercambio imposible con Jean Baudrillard Y en par de
ocasiones crucé algunas palabras pese a su sordera
con Edgar Morin. Constaté que la Academia oficial
era bastante estrecha descalificando a esos pensadores
por no seguir los protocolos oficiales. Los llamaban
impostores Astrólogos poco serios Prestidigitado-
res de las ciencias sociales Reaccionarios incapaces
de explorar un solo terreno. Olvidando los adjeti-
vos que irresponsablemente los descalificaban Con el
tiempo preferí aquellas tertulias. Por una razón sen-
sible: simple y llanamente Michel y su séquito desti-
laba humanidad Compartían sin complot Intuían sin
mayor preámbulo lo actual y lo cotidiano.

Tres golpecitos dan a la puerta y ésta se abre.


¡Oh sorpresa! Aparecen Porfirio Ruiz —mi exdirec-
tor de Filosofía— y Andreus Rubiano: un antiguo
asistente que el Arcángel Gabriel me destinó cuando

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Fabián Sanabria

fui decano. Les pido tomar asiento y que me cuen-


ten novedades No saben qué decir Sonríen. Andreus
como de costumbre todo lo dice con sus ojos. Veo
que se preocupó por mí ¡Qué bueno! Al menos
para algo le sirvo. Porfirio en cambio Muy orondo
empieza a despacharse contra el sistema de control de
visitas. ¡Mentiras! Sólo lo hace para romper el hielo.
Dice: —Uy ¡Qué chévere este cuarto! ¿No cierto? Y
a renglón seguido añade: Usted nos pegó un susto
tremendo. ¡Dios mío! La cosa fue tan seria que por
todas partes en la Facultad circulaba el chisme de
que te morías… Incluso tus enemigos cuchichea-
ban que era de sida… ¡Qué pena contar eso pero es
que en la Universidad hay un manojo de malparidos!
Por eso Todos los días las secretarias establecieron
un reporte de tu caso para el que quisiera enterarse
Eso sí pidiendo explícitamente por órdenes del pro-
fesor Bolaño que no pasáramos por la clínica pues
estabas inconsciente. —¡Bendito sea! ¿Qué tal yo a
punto de cruzar el túnel que entre otras cosas nunca
vi y aquí Sor Teresa con la Hermana Clementina…?
¡Por Cristo! Eso sí que me hubiera matado. Feliz-
mente Sergio (el decano que me sucedió) tomó cartas
en el asunto y bueno Les cuento que dicen que he
vuelto a vivir y Nada Gracias por la visita. A propó-
sito Querido Andreus Este cuarto me transporta a
una Abadía… Ya leerás si alguna vez cuento esta his-
toria por qué los hospitales guardan celosamente el
tiempo benedictino Como el del padre Francis de tu

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¿Profesor?

colegio. Todo tan puntual y pulcro Aún educando a


pelaítos ricos como tú Figúrate. ¡Cómo quisiera fundar
mi propio monasterio! Pero no les cuento más si no
Andreusito va a pensar que quiero convertirlo… ¿A
qué secta quisiera? Pues a la de mis fervores insopor-
tables. No Mejor le cambio ese nombre por Orden de
los Legionarios del Altísimo. Un abrazo Amigos No
puedo besarlos como quisiera Gracias por venir a oír
los ecos de mis delirios.

Meses y estaciones pasaron cambiando mi casa


de colores mientras escribía la famosa tesis sobre las
apariciones de la Virgen. Una vez procesados los res-
tantes terrenos que años atrás había descubierto Con-
taba con una cartografía a escala latinoamericana del
fenómeno. Durante los veranos venía a Colombia
para ver a mis viejos y compartir con los amigos de al
lado Luego atravesaba de nuevo el Atlántico y entre
vacaciones de Pascua y demás fiestas que en Fran-
cia se volvieron seculares Partía en auto-stop acom-
pañado del inglesito Marc Wagner De Loïc Dumont
o del Gamín de ruda belleza. Con ellos conocí casi
toda Italia Llegué a la tierra de Orán Pamuk Descu-
brí con eterno fervor la Acrópolis de Atenas abor-
dando el transporte público que antes de la crisis
griega estaba repleto de metáforas. Lo más grato de
éstas y aquellas escapadas consistió en aprender que
el mundo era grande y hermoso Que la vida podía

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Fabián Sanabria

ser más gratificante si ésta se asumía sin censuras:


me refiero específicamente a la posibilidad de besar y
acariciar el cuerpo desnudo de un amigo Al concretí-
simo hecho de poder revolcarse con otro machito sin
negación culposa A la magnífica experiencia de no
sólo frotar el ardiente tallo de un colega sino al feliz
episodio de dejarse taladrar por la rugosa tranca de
un compañero.

Mis amados visitantes parten y yo me quedo


pensando en la abadía milenaria de Saint-Pierre de
Solesmes y en Roma. Nuevamente aparecen las som-
bras de Philipe Dupont y de Michel Maffesoli: ellos
son mis superiores. Los veo ataviados de abades con
sendos báculos y anillos cardenalicios Muy prestos
a revestirse para celebrar no sé qué rito: Eminen-
cias Reverendísimas que a todas estas se parecen.
Recuerdo también a Sor Giovanna Mi amiga la monja
de Casarsa Con quien conocí el castillo del Papa en
calidad de representante de las Juventudes Católi-
cas Latinoamericanas. ¿Qué será de ella? La última
vez que la pregunté en Saint-Gervais me dijeron que
monseñor Pierre-Marie la había trasladado a Floren-
cia… ¿Se acordará de nuestro vagabundeo? Yo a ella
no puedo olvidarla. ¿Cómo perder el recuerdo de un
tren donde recitábamos cual adolescentes —en com-
pañía de un amado clandestino— poesías en forma
de rosa? Non rinuncio a la gioia che con troppa Facilità

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¿Profesor?

discioglie nel segreto / Delle mie intimissime manovre Il giaccio


dei sudori e delle prove Mancate / Questo gioco mi è consueto:
Non cambio la gioia col rimorso !

De todos mis viajes hay uno que jamás podré


olvidar debido a mis transgresiones. La primera vez
que desembarqué en Roma acompañado de una monja
benedictina. ¿Cómo ocurrió eso? Resulta que aún en
París con todo y mi agnosticismo Yo seguía soste-
niendo amistades clericales. Desde niño —como ya
lo escribí en otro lado— lo único que me interesó de
la Iglesia fue su liturgia Lo demás ni me resbalaba.
De modo que viviendo en la Ciudad Luz de Soleda-
des Cuando me cansaba de pichar en los antros donde
Michel Foucault se hacía fuetear de hermosos tuneci-
nos… Acudía de paso a una iglesia cuyos ritos me chi-
flaban: la Comunidad Mística de los Hijos de Jerusalén
en el céntrico templo de San Gervasio y San Protasio.
Allí me enamoré —fíjense amigas géneras que no soy
misógino— de una monja italiana llamada Giovanna
Oriunda de Casarsa: la tierra de Pier-Paolo. Alguna
vez dándome un saludo de Pax et Bonum la sorella me
invitó a que después de misa la acompañara con otros
monjes al convento. Y ni mandado hacer: me amisté
con varios novicios y Claro está con ella Pues su voz
me hechizaba. Además recitaba de memoria nume-
rosos versos de Las cenizas de Gramsci… Hasta que al
fin el destino una alianza sellaba: resulta que pocos

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Fabián Sanabria

meses después El Papa Wojtyla vendría a París a inau-


gurar las no sé qué Jornadas Mundiales de la Juventud
y Bueno Los hermanos de Jerusalén eran los encarga-
dos de organizar el evento teniendo que acudir pres-
tos a Roma con delegados de todo el mundo para
planear el asunto. Fue así como Giovanna una tarde
me propuso ante su superior como representante de
las Juventudes de América Latina. Monseñor Pierre-
Marie con cuerpo y rostro de madrastra simpatizó
conmigo aceptando la postulación de modo que con
ellos viajara. Todo eso se lo dije a mi adorado Gamín
de ruda belleza para que reservara cupo en el mismo
tren donde cual peregrinos iríamos a la Ciudad Santa.
Y dicho y hecho: camuflándose en otro vagón supi-
mos volarnos en el momento en que los ensotana-
dos ya se habían acostado Simple y llanamente con el
ánimo de frotarnos. ¡Quién lo creyera! Arribando a
Castelgandolfo Giovanna nos pilló y se hizo la de la
vista gorda. Más aún Se las ingenió para que su supe-
rior aceptara al machito de mis sueños en la comitiva:
con él compartí entonces celda y cena en pleno Cas-
tillo del Papa Frotándonos y recitando con la compli-
cidad de una monja poemas de Pasolini… ¡Dime si
aquella experiencia no encierra el ideal postmoderno:
católico y pagano!

Anochece y llueve. ¿Se han ido mis fantas-


mas? En modo alguno. Ellos continúan por ahí

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¿Profesor?

parqueados Escondidos. Ser profesor consiste en eso:


en jugar a las escondidas con ellos —supongo que
ya lo dije— Pasemos. Esta llovizna odiosa sólo da
ganas de retozar De viajar a través de mundos subte-
rráneos enrollándome entre las cobijas. ¿Cómo estará
Monserrate? Cubierto de bruma. ¡Lástima que a esa
montaña no le caiga nieve! Sería hermoso observarla
manchada desde mi ventana. Me alegraría saber que el
clima de Bogotá se transforma en veraniego con una
punta al Oriente cubierta de helado. ¿De qué sabor la
quiero? De pistacho. Toda una crema Berthillon que
exportaríamos. ¡Qué va! Las faldas de ese santuario
son un atracadero. Incluso hasta la cúspide entrando
a patadas al San Isidro una pequeña banda de hampo-
nes Cual Pedro por su casa a medianoche se atrevió
y frescos: pura impunidad tras el robo porque ¡quién
manda a llevar turistas a ese cerro! Y yo que días antes
de este retiro entre frailejones festejé el cumpleaños
de El Infantino… Por chupar frío me enfermé. ¿Qué
otra cosa iba a dejarme el sereno?

Antes de que estallara mi cuarto verano en París


La tesis estaba lista. ¿Prematura? Sin razón alguna
Pero producto de la no lectura de mi supervisor
quien contrario a Armand Augé la creía inconclusa.
Tuve que acatar el chantaje de José González-Díaz y
viajar a Guatemala para dictar un curso intensivo en
una maestría que él supuestamente dirigía y con la

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Fabián Sanabria

cual engatusaba a medio mundo. Lo hice sin escrú-


pulos y partí sin novedad al país de los pigmeos. De
ese par de meses sólo diré que me fastidió la manera
como el condenado latinoamericanista embaucaba a
los pobres indígenas: cual OeNeGero experto sabía
captar millones de la cooperación internacional para
capacitar en liderazgo comunitario a madres y huér-
fanos cabezas de familia. Yo los trabuqué como pude
para que el profe José me firmara los papeles. A rega-
ñadientes lo hizo. No obstante gracias a esa autoriza-
ción ya podía imprimir mi tesis y pedirle a Daniela
Ligera que en calidad de coordinadora de escolaridad
nombrara el jurado. Le supliqué al gaminchito de mis
desvelos que le allegara un ejemplar a cada miembro.
Yo entre tanto pasaría un par de semanas en Colom-
bia Nuevamente con mis viejos. Y bueno Todo salió
de perlas Los jurados contentos Nada qué hacer ¡Mag-
nífico! Había que fijar un día para la defensa cuando
¡Oh sorpresa! El malnacido de González-Díaz des-
apareció y tocaba esperar a que se asomara. ¡Cómo!
Si apenas era un simple supervisor y para nada mi
tutor pero por respeto a la otredad del campo acadé-
mico ese argumento no valía. Así pasaron septiem-
bre y octubre hasta que a fines de noviembre Ante
una increpación de la señora Ligera Mi bendito Cour-
tial de Pereiras dijo que sí Que bueno Que como todos
los demás estaban de acuerdo El veinte de diciembre
hiciéramos la defensa. Con esa fecha partí en compa-
ñía de Susana de los Espíritus y del adorado Gamín

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¿Profesor?

de ruda belleza rumbo a Moscú para conseguir varias


latas de caviar que por pura gratuidad quería ofrecer
con champagne el día de mi consagración como doctor
en Sociología. Y listo: quince días después de tomar
de ida y vuelta el transiberiano regresamos del infra-
mundo. En la capital rusa nevaba como un demonio:
habíamos rentado un apartaestudio en pleno centro
a un tipo apodado Stanislavsky Al que Susana quería
exorcizar mientras con Vincent Delhaye conseguía el
caviar de contrabando. Recuerdo que durante siete
noches recalentamos comida muy picante y Más allá
de atravesar la Plaza Roja patinando Ante mis ojos
sólo aparecían interminables kilómetros de subterrá-
neo. De éstos y aquellos gestos tomando a pico de
botella varias botellas de vodka no me olvido Tam-
poco de las dificultades para pajearme con el Gamín
debido al pudor que nos inspiraba la dama de los
Espíritus. Contrahechos regresamos a París una
semana antes del evento. ¿Estaba preparado para el
matadero? Sin objetar esa duda Al día siguiente partí
rumbo al Valle de La Sarta a fin de refugiarme en
Saint-Pierre de Solesmes: la abadía milenaria donde
prepararía debidamente la celebración del rito.

Felipe decide quedarse conmigo. Las enferme-


ras le ayudan a extender el sofá-cama Le alcanzan
sábanas Cobijas y almohadas Apagan la luz y supues-
tamente se despiden. Al cabo de quince minutos una

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comitiva ingresa: es la madre superiora para pregun-


tarme cómo voy y qué clase de parentesco tiene el
joven con el enfermo. Casi que le digo que no es mi
hijo Ni mi primo Ni mi hermano sino mi amante
Pero me muerdo la lengua y le contesto que somos
amigos. Debí decirle Hermana Él es mi prometido
Tan pronto salga de esta jaula nos vamos a casar en
La Procuraduría. Torpemente guardé silencio y ahora
me arrepiento. ¡Vaya! A la cuenta de tres con las demás
sorellas nos deseó Buena noche y felices sueños Mas…
¡Krishna Krishna! Apenas pasadas dos horas Nueva-
mente otras cuatro emisarias: esta vez el séquito de
enfermeras. Que dizque para tomarme la tensión y
los signos vitales Que para saber si necesitaba algún
calmante Si no tenía muy hinchada la venita debido
a los pinchazos Que tocaba comprenderlas. ¡Conde-
nadas! ¿Acaso sospechaban que en semejante estado
iba a mamársela al Infantino? Debí hacerlo pese a mis
pobres alientos.

Tras otra semana de encierro salí de Saint-Pierre


de Solesmes para mostrarle al mundo los resultados
de las apariciones contemporáneas de la Virgen. Era
un viernes y almorcé cuscús con el Gamín en la Mez-
quita de París Recorrimos todo el Distrito Quinto
haciendo escalas en numerosas esquinas del Barrio
Latino. Por puro placer quise atravesar el Luxemburgo
recordando al eminente antropólogo que presidiría

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¿Profesor?

mi jurado Sabía que defender una tesis era toda una


salada. Te preguntan que cómo hiciste Que por qué
no citaste a Fulano y en cambio sí a Zutano Que la
contextualización histórica frente al marco teórico
resultaba bastante compleja Pero el problema era que
tanta brillantez obnubilaba Mas ese no era el lío… En
realidad lo imperdonable era ser tan suficiente. ¡Qué
pena! Eso era lo que de ellos había aprendido. Enton-
ces tocaba que abandonáramos el sacro recinto donde
Jacques Derrida dictaba sus seminarios y al cabo de
cinco minutos nos llamaron. Me pidieron pasar al
frente para que con toda solemnidad Armand Augé
Doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios Socia-
les por unanimidad me consagrara. Todos aplaudie-
ron y ¡Felicitaciones! En seguida dije algunas palabras
de agradecimiento invitando al coctel que con tanto
esmero el Gamín de ruda belleza había preparado:
diez latas de caviar estaban abiertas El pan de poîlane
debidamente cortado y varios corchos de champagne
yacían por el suelo. Supongo que ante tanto lujo mis
invitados creyeron que yo era hijo de algún mafioso.
¡No señores: se equivocaron! Olvidé contarles que
para la ocasión mi amigo Edgarinos vino desde Ale-
mania: él era el fotógrafo oficial al que le pedí que Sin
ninguna clase de escrúpulos Disparara.

Amanece y muy pronto nos despiertan Corren


cortinas y saludan las monjas con la Santa Comunión…

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¡Qué desgracia! El feliz momento en que me estaba


quedando dormido Abruptamente lo interrumpen:
—Muchas gracias hermanas Nosotros no tenemos la
fe que ustedes profesan Más bien recen por nuestros
cuerpos… Felipe angustiado se despierta: —¿Qué fue
Qué pasa? —Nada Infantino Nada. Felipe da varias
vueltas en el sofá de cuero y sigue profundo. Yo me
quedo meditando sobre el maldito rollo de embutirle
pedazos de pan insípidos a los enfermos. Deberían
preguntar por puro pudor si alguien quiere eso Mos-
trar un poco de respeto para no agredir con tanto
proselitismo. ¿Para qué quieren salvar si nadie puede
redimirse? En esas aparece una enfermera con el
desayuno. Con horror contemplo lo que trae: un jugo
de caja congelado Un café con leche bastante negro
Un pan duro y dulce de guayaba en un empaque de
plástico. Tengo tanta ira que deseo tirarlo todo Me
contengo. Echo de menos la merienda de la Abadía
de Saint-Pierre de Solesmes: hierba de Earl Grey para
someter a infusión en una tetera Leche recién orde-
ñada Pan de centeno bien cortado y un sabor que me
hace agua la boca: mermelada de fresas en un tazón
de cerámica.

Un viernes 20 de diciembre Cuando me consa-


graron doctor en París Antes de media noche debía
remitir un montón de papeles al otro lado del Atlán-
tico. Resulta que en la sede Medellín de la Pontificia

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¿Profesor?

Universidad Nacional de Colombia había un concurso


para ocupar un puesto de profesor de tiempo com-
pleto. A las dieciocho horas de la Ciudad Luz de Sole-
dades todos los requisitos los cumplía. Me llamaba la
atención el azar de establecerme en otra ciudad dis-
tinta a Bogotá para crear allí una Escuela de Cien-
cia Política. Ahora era un antropólogo doctorado en
Sociología. ¿Acaso no había estudiado suficientes teo-
rías del poder y del creer como para asumir ese reto?
Desde el hielo de Moscú y en la Abadía de Saint-Pie-
rre de Solesmes había esbozado un proyecto de tra-
bajo que bebiendo la última copa de champagne tomé la
decisión de enviar junto con los documentos que exi-
gían. El compromiso de retorno a la Patria Boba cual
botella lanzada al mar lo estaba cumpliendo.

Por pura promiscuidad asexuada en este


momento cambio de abadía. Me sueño acampando
en los prados de la Comunidad Ecuménica de Taizé
Rodeado de cientos de hermosos machitos Todos
ellos rebosantes de fervor entonando al unísono: Can-
tate Domino canticum novum… Cantate Domino ominis terra
/ Cantate Domino et benedicte nomini eius Annuntiate de die
in diem salutare eius / Annuntiate inter gentes gloriam eius In
ominbus populis mirabilia eius / Quoniam magnus Dominus
et laudabilis nimis Terribilis est super omnes deos…

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X

Presentándome a la convocatoria de Medellín


me atravesé sin querer en el camino de un eminente
politólogo paisa Para quien estaba destinado el pues-
to de «profesor asociado» en esa sede de la Pontifi-
cia Universidad Nacional de Colombia. Yo entonces
creía que los concursos académicos eran absoluta-
mente transparentes. En mi caso así resultó por pura
coincidencia. Después comprendí que las plazas do-
centes —hasta en la institución más prestigiosa del
mundo— suelen estar reservadas para un candidato.
¡Qué le íbamos a hacer: son gajes del oficio! Pues bien
Los caciques de la Capital de la Montaña ya habían
vislumbrado al colega Alberto Patiño para que fuera
aclamado victorioso. Desafortunadamente no conta-
ban con la candidatura de un antropólogo recién doc-
torado en París Ni con el elogio de mi proyecto que
haría el profesor Alejo Vargas —en aquel tiempo vi-
cerrector general— fungiendo como jurado externo.
Resulté ser el ganador y aunque poco después Alber-
to Patiño impugnara el concurso con el argumento
de que yo había enviado los papeles pasada la hora

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Book - PROFESOR.indb 233 1/17/13 2:42 PM


Fabián Sanabria

oficial del último veinte de diciembre… Me favore-


ció el hecho de que París estaba seis horas adelan-
te de Medellín Si lo que contaba era la hora oficial de
Colombia. De modo que no hubo caso. Un mes des-
pués me declararon vencedor y punto. A la semana
tuve que desembarcar en una ciudad extraña Y en par
de días instalarme en un apartamento bastante central
con la ayuda del colega Alonso Hoyos. Así fue como
llegué a ocupar todo un piso en el Edificio Santa Cla-
ra que lindaba con el mágico Parque Bolívar en Me-
dellín Justo el día en que en plena catedral el director
alemán Barbet Schröder concluía de grabar las últi-
mas escenas de La Virgen de los sicarios. Recuerdo que
esa tarde haciendo una pausa en mi trasteo Me dio
por visitar la enorme iglesia de ladrillo. A lo lejos vi
a un par de personajes vestidos de blanco: en coro le
daban instrucciones a un muchacho para que se qui-
tara la camisa… Eran realizador y autor del guión que
precisamente filmaban. Atrevidamente me acerqué y
los saludé como si desde siempre los conociera. El es-
critor Fernando Vallejo me invitó a que los acompa-
ñara a tomar café a un sitio cercano llamado Versalles
y desde aquel día empecé a seguirle la pista al novelis-
ta que años después influyera considerablemente en
estos delirios.

Marlene me cuenta que acaba de fallecer la


paciente más antigua de la clínica. Ahora soy su

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¿Profesor?

reemplazo. Afirma que era una noble dama judía Por


eso veía bajar continuamente a un rabino. ¿Sería mi
hombre Cabeza de Manzana? No: aquel era el Tra-
moyero. Una viejita de lo más tranquila —prosigue—
y para nada daba lidia. En cambio yo ¡Cuánto jodo!
Necesito una bata para poderme levantar Se la pediré
al Infantino. Lentamente me la pondré e incorpo-
raré Me arrastraré dando tumbos a través del cuarto
Luego me sentaré en el sofá durante horas hasta que
caiga del cielo una nueva visita. Así mis amigos me
verán animado Con ganas de dejar la clínica. Dirán
que es buen signo pues eso es lo que quiero. Y de
zapatos ¿Cuáles? Los de playa son los que necesito.
Sobre todo para exultar mis humores como lo suelo
hacer en la Costa.

Un auténtico retozadero fue lo que encontré en


el Edificio Santa Clara. Mis amigos decían que era un
potrero al mejor precio del mundo: ciento cincuenta
metros cuadrados Con una terraza para asolearme y
secar la ropa Además de escuchar cual privilegiado
todos los domingos a la Banda Sinfónica de Antio-
quia por sólo quinientos mil pesos. Cada tarde que
podía me asomaba a la catedral de ladrillo: desde mi
primer día en Medellín me sorprendió gratamente el
hervidero de bellezas. Después supe que eran putos
de pueblo: eso no me importó Seguí acudiendo a
la santa misa. Pero volvamos a mi apartamento.

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Fabián Sanabria

Constaba de una sala comedor inmensa Más un estu-


dio desde el que contemplaba un jardín interior en
cuyo centro había un árbol gigantesco Dos cuartos
enormes Un baño excelente con su respectiva tina —
toca decir bañera porque los montañeros confunden
esa palabra— y una antigua cocina con todas las de
la ley conservando el piso original de baldosa y los
techos magníficos. Una tarde incandescente conocí
a doña Rosa: toda una matrona oriunda de Copaca-
bana Ella sería durante mi larga estadía en Medellín
mi ama de llaves. Me sobreprotegía Dejaba la ropa
impecable En particular mis camisas… Todo el reto-
zadero quedaba oliendo a lavanda cada miércoles que
venía y preparaba los mejores platos para calentar De
modo que también convidara a los vecinos. No pro-
piamente a los del edificio sino a los machitos que
cual mangos tomaba del jardín frutal llamado Parque
Bolívar. Ellos devoraban las delicias de mi casa y en
seguida con todas las ganas del mundo A pichar se
dijo: sin piedad nos rompíamos el culo. Recuerdo
que entre tantos pelaos —y por eso le creo a Vallejo
que haya completado miles de nombres en su diestra
libreta— conocí a un hermoso sicario llamado Raúl
del que perdidamente me enamoré Hasta que eviden-
temente lo borraron. No voy a relatar aquí ese episo-
dio… Para esa gracia invito a releer La Virgen… de
Fernando y listo. Sólo diré que los mayores placeres
carnales que en mi vida he probado Gratuitamente
me los propició ese angelito. ¡Que Jehová lo tenga en

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¿Profesor?

su santa gloria revolcándose con viriles mensajeros!


Debido a él comencé un libro de poemas llamado Ple-
garias inútiles Que aún no me he atrevido a publicar
evocando los nombres de los numerosos muchachos
que han nutrido durante décadas mis fervores insopor-
tables. Cuando concluya de armar este rompecabezas
le entregaré el manuscrito a algún editor dispuesto
a perder plata conmigo. ¡Dios proveerá! dijo Abra-
ham antes de disponerse a sacrificar —obedeciendo
las voces oscuras de Yahvé— al Niño de la promesa.

Un bello sol aparece por la ventana y me encan-


dila. Trato de contemplarlo directamente No puedo.
Ya sé También necesito mis gafas oscuras. Así me
sentiré cual turista: como si recorriera súbitamente
la isla de Saint-Louis o más bien el Boulevard Saint-
Germain para buscar el Pasaje del Odeón ¡Cierto!
La última vez que fui al Procope estaba cerrado: lo
tenían en restauración y me dejaron con las ganas de
probar las mejores papas al vapor del mundo Siga-
mos. ¿Dónde almorzaré? Voy a tener que subir hasta
El Polidor a ver si esta tarde han preparado la Blan-
quette de veau ¡Qué resequedad! Dejemos ese delirio.
Ahora veo nuevamente las miniaturas Aclaro: los
crucifijos empotrados que en vano quiso arrancar El
Infantino. También los cuadros sin perspectiva Pin-
tados por no sé qué monja desocupada La Hermana
Florinda Creo. ¡Increíble que hayan adornado todos

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Fabián Sanabria

estos cuartos con los bodegones y naturalezas muer-


tas de semejante religiosa!

El día en que conocí la sede Medellín de la


Nacho me dio una terrible depresión al contemplar
el bloque Cuarenta y Seis donde supuestamente dic-
taría mis clases. Un pedazo de edificio ochentero
Pegado con ladrillos a medio acabar Oscuro y sinies-
tro Apenas para cocinarse a medio día. En aquella
época los profesores nuevos no teníamos oficina sino
casilleros para guardar lo que quisiéramos Afortuna-
damente porque con el tiempo aprendí que los cole-
gas de allá (que entre otras cosas se comunicaban a
los gritos: ¡Oíste…!) recurrentemente usaban la frase
Toca hacer presencia Es decir Calentar silla no impor-
tando lo que se hiciera. ¡Una desgracia el moralismo
ramplón del que estaba untada la Academia paisa!
Felizmente no todos los profesores eran así y con los
días descubrí a excelentes cómplices: de un lado un
mundo de amigos discretos que se habían refugiado
en la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas
fundando un Departamento de Estética: me refiero a
Aníbal Córdoba A Jorge Carvajal Al profesor Palau A
Iván Márquez y a Darío Castrillón que para reconci-
liarse con la sociedad terminaron casados Así como a
Beethoven Zuleta y varios arquitectos. Del otro lado
encontré toda la alcahuetería de La Mona La Blanca
La Negra Cata-Catá y la eminente María-Claudia.

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¿Profesor?

Todas ellas se transformaron en madres putativas dis-


puestas a educarme… ¡Y yo que venía huyendo de la
mía! Haciéndose las que no Empezaron a regalarme
muebles y enseres para mi apartamento. Cada ocho
días me invitaban a sus fincas Me presentaron a los
burgueses y pequeño burgueses con los que se roza-
ban Me aconsejaron Me cuidaron Querían que tan
pronto y se cumpliera el contrato de seis meses en el
Santa Clara huyera del centro porque ¡Qué peligro!
En medio de esos muchachos de mala vida que cir-
culaban por allá… ¡Qué iba a decir la buena socie-
dad medellinense del profesor que nos cayó del otro
lado del Atlántico! Obviamente me tocó empezar a
tomar todo lo que ellas decían y hacían con beneficio
de inventario. De lo contrario entre doña Rosa y ellas
terminarían oliéndome los calzoncillos ¡Y eso jamás!
Si algo había conquistado en Europa eran mis pul-
siones y no estaba dispuesto a renunciar a ellas: tras
cinco años en París descubrí que yo no era un marica
culposo ni tampoco un cacorro vergonzante al que
le tocaba casarse y tener una hija para aparentar que
no le gustaban los pelaos No: desde adolescente intuí
algo que explícitamente no he escrito y Bueno Aquí
viene: jugar a ser profesor me quedó gustando porque
gracias a esta magna labor se pueden seducir miles
de machitos cabríos Voilà le truc He ahí mi soberana
razón para seguir perseverando en este oficio ingrato.

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Fabián Sanabria

En medio de cavilaciones entra El Infantino.


Sigilosamente cierra la puerta Se quita el delantal más
el tapabocas que lo obligan a llevar y susurra: —En
este sitio están obsesionados con la salvación A toda
hora usan esa palabra. —¿Y salvar de qué o a quién
Y además para qué? ¡Qué martirio! —¿Acaso no ves
que son monjas? —Sí Madres sufrientes que nunca
lo fueron. —Yo por eso prefiero el budismo. —No
digas… —Pues porque la vía de Siddartha no busca
salvar a nadie y además no hay proselitismo. ¡Si vieras
las bellezas de budas que en estos días he encontrado!
Al contrario de estos crucifijos son unos jóvenes dan-
zantes que sólo de sensualidad viven. Ayer vi uno en
particular que parecía aprendiz de capoeira Todo de
blanco y hermoso Sin ninguna pretensión Simple-
mente estirado. —¿Dónde lo viste? —En Google.
Cuando te traiga el computador te lo muestro. —
Por favor Lo necesito. Recuerda que si me ponen a
ver televisión en este sitio me muero. —Mañana te
lo traigo. ¿Hoy quién más ha venido? —Aparte de ti
Nadie: Marlene está muy pendiente de todas las visi-
tas… —Siquiera. Ella no es como las demás: para
nada una madre culposa. En esas alguien toca imper-
ceptiblemente a la puerta: —¿Quién llama? —Diles
que dejen la timidez y ¡adelante!

Con los días mi fama aumentó entre los machi-


tos cabríos de Medallo. Ahora no sólo probaba mangos

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¿Profesor?

de los frondosos árboles del Parque Bolívar sino que


descubría mejores ejemplares. En mis cursos de Polí-
ticas de la amistad De Creer y poder hoy Del amor
en los tiempos del sida De Antropología de la fic-
ción contemporánea De Arqueología de lo frívolo De
Espacios de lo profano y lo sagrado en Medellín De
Cuestiones de Historia y Literatura… Porque eso sí:
para que me amañara en la Capital de la Montaña mis
amados colegas me dejaron dictar lo que se me diera
la gana. Así Un buen día me prestaron —gracias a las
gestiones del Hermano sol Diego Herrera— al Depar-
tamento de Antropología de la Universidad de Antio-
quia. Y ¿quién dijo Gracias? Ante los bostezos que
me provocaba tanta hermosura de muchachitos que
venían a clases en pantaloncitos calientes ¡No podía
dar abasto! Buda me concedió magníficas reencarna-
ciones de la mitología griega. Fue así como cayeron a
mis brazos los estudiantes más apuestos e inteligen-
tes para que les dirigiera sus tesis: David Machado
Nicolás Diazgranados Marcos Osorio Sergio Sala-
zar Andrés García Fernando Mesa —mis mejores
alumnos. La Nacho tampoco se quedaba atrás con los
niños de Arquitectura e Historia y alguno que otro de
Ciencia Política. Así también se unieron a la pequeña
banda Daniel Restrepo Esteban Giraldo Pablo Cuar-
tas Ariel Castaño Lukas Jaramillo y Julián Sepúlveda.
Respecto a la hombría de mis alumnos simplemente
aclararé que como ellos juraban que preferían
a las mujeres Por consiguiente todos los miércoles

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Fabián Sanabria

disfruté en su compañía de muy castas tertulias com-


plicando hasta el amanecer los argumentos de gran-
des pensadores que inexplicablemente nunca supimos
por qué no se consagraron a la Literatura.

Acaba de ingresar Edgarinos con Nico Morales.


El Infantino se sale para que no venga una enfermera
a decir que hay demasiadas personas en el cuarto. ¡Fal-
taba más Qué bueno! Nico Morales hace cara de estu-
pefacción ante mi restablecimiento. Felipe me contó
que cuando me vio en Cuidados Intensivos apenas se
asomó y salió al pasillo a llorar… ¡Tan mal me habrá
visto! En seguida Edgarinos rompe el hielo: —Siquiera
regresaste Fabianchito Porque estabas al otro lado…
Ambos sonríen y me cuentan que afuera sigue el mismo
caos: las calles imposibles debido al montón de obras
que la Alcaldía ha emprendido Dizque para mejorarle la
movilidad a los bogotanos. ¡Con tal de que no se roben
el presupuesto! Cosa imposible: ya van varios encarce-
lados por el Carrusel de la Contratación y al alcalde lo
han suspendido: parece que fingió ceder un contrato
por cuarenta mil millones de pesos y si le comprue-
ban eso… ¡Que se pudra el malparido! El colmo que
semejante robo lo haya cometido un niño rico. —Esos
son los mayores hampones (interrumpe Nico). No ves
que como tienen de todo Juran que pueden pasar por
encima del mundo: que nadie los puede atrapar porque
cuentan con inmunidad de apellido.

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¿Profesor?

En medio de los doce apóstoles No podía faltar


la Virgen María. Lina Villegas: una inolvidable dama
alta y bella De voz fascinante a quien jamás olvidaré
pues con toda sutileza logró atraer mi atención para
que sin titubear le dirigiera su monografía en Socio-
logía. Me conquistó con sus apreciaciones cotidianas
y especialmente con su sentido práctico. Me sedujo
cual hermanita incestuosa pues no temía que a su fra-
tello le atrajeran los primos. Recuerdo que con mis días
en Medellín ella se convertiría en total confidente.
¡Disfrutaba tanto de su compañía! ¿Por qué será así
la sublimación de los instintos? Distanciado de Lina
que hoy vive en Nueva York me pregunto cómo habrá
procesado mis afectos… Alguna vez quisiera escri-
bir una novela sobre eso: allí agruparía a todas mis
amigas bajo el título de Susana de los espíritus Conti-
nuemos. Lo cierto es que no sé cómo Lina intuyó que
a mí me faltaba algo Seguramente un hijo. Ella sabía
que por puro pudor jamás traería bebés a este mundo
Entonces tras unas vacaciones —sin excusa alguna—
un 29 de enero me regaló un hermoso felino. Era un
cachorro ínfimo de manchas blanco-negruzcas que
con todas sus fuerzas gruñía. En El tramoyero expli-
qué cómo fui domesticándolo hasta convertirlo en un
principito aferrado para siempre a su padre putativo.
Lo bauticé Mitzú con zeta porque con ese se llamaba
el gato del pequeño Balthus que luego sería famoso.

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Fabián Sanabria

Yo acababa de regresar de Venecia tras ver la mayor


retrospectiva de semejante pintor Entendiendo con
un nudo en la garganta por qué los gatos suplen de
algún modo nuestros deseos: a punta de bostezos.

Nuevamente golpean a la puerta Me despido de


Nico y Edgarinos Pasan pues otras tres momias —
lo digo por los delantales y tapabocas que llevan—
Son los colegas Sergio Bolaño y Germán Gutiérrez
acompañados de Esteban Giraldo. Afectuosamente
me saludan e igualmente les respondo. Se sientan en
el sofá Sonríen Exclaman: —¡Uf qué salvada! Sergio
empieza a contarme novedades de la U: que todos
en la Facultad muy preocupados Que el rector me
mandaba muchas saludes Del mismo modo la profe-
sora Beatriz y que Gabrielita todas las tardes sacaba
un reporte de mi estado de salud pues él en calidad
de decano les pidió a mis colegas que no vinieran a
verme porque estaba inconsciente… Justamente es
lo que más le agradezco: —¡Que tal más mojigatas
viniendo a consolarme para juagarse las culpas con
la generosidad que las caracteriza! No señores ¡Líbra-
nos Krishna de semejante suplicio! En ese instante
Germán suelta una carcajada y dice que el comenta-
rio que acabo de hacer es fiel prueba de mi restable-
cimiento. ¡Claro! Cuando se recuerda con ganas a los
enemigos Ése es un signo de mejoría. Esteban agrega
que maravilloso Que siquiera resucité para volver

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¿Profesor?

a la Facultad a seguir dando lora. Yo le digo que sí


Pero que para eso todavía falta tiempo Luego pre-
gunto a Sergio cómo le va en los consejos académi-
cos. Él hace una pausa Toma aire y agrega: —Pues el
último fue insoportable… Me salí porque no resistí
la inmadurez de la tonta vicerrectora. Figúrate que
se puso a proyectarnos imágenes de Mickey Mouse
y del Pato Donald para mostrarnos lo que es la pla-
neación institucional por medio de tiras cómicas. Y
el séquito de decanos de Medellín ¡Fascinados! Como
si la idiota esa que sólo estudia bacterias contara la
mayor novedad del mundo. —Vaya Vaya Así es la vida
(les digo)… La pobre U hace tiempos que quemó sus
últimos cartuchos. Ahora sólo le quedan mediocres
entretenimientos. En esas vuelven a dar tres golpe-
citos en la puerta ¡Qué maravilla! Veo que hay gente
que me quiere: ¡Sigan Bienvenidas! Son Gabriela Pilar
y Nora.

La felicidad nunca es completa y las mamás sin


querer queriendo nos la dañan. Seis meses de desorden
en el Parque Bolívar eran intolerables. Terminaron La
Mona La Blanca La Negra Cata-Catá y hasta María-
Claudia convenciéndome de dejar el centro e insta-
larme en unas Torres miamescas del barrio Carlos E.
Restrepo Mal llamadas de Agua Marina. No sé cómo
diablos pude hacerles caso. Lo cierto es que allí fui a
parar y una de ellas —creo que Blanca Melo— con

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Fabián Sanabria

todo el gusto del mundo fue mi fiadora. Mis madres


putativas se pusieron tan contentas que no se cam-
biaban por ninguna: sentían que paulatinamente al
hijo bastardo lo iban domesticando. ¡Una desgracia!
Sobre todo porque ahora vivía más cerca de ellas y sin
saberlo era controlado por los malditos porteros que
les informaban con quiénes entraba y salía. Además
en ese condenado sitio no podía invitar sino a estu-
diantes Nada de sicarios y mucho menos a parceros del
Bolívar. Un nuevo semestre seguía su curso y entre
cambios de clases alguna de mis madres —digamos
María-Claudia— me presentó a un séquito extraño:
a sus amigos lacanianos. Los miembros de esa secta
pronto quisieron raptarme: me invitaron a sus reunio-
nes donde luego reconocí a dos colegas: al viejo Toño
Restrepo que les mamaba gallo por sectarios y a su
esposa Gloria que sin más Creía en ellos. Paseando
por ahí nos encontramos con otro lacaniano Medio
renegado: con Jaime Cardona quien acababa de ser
nombrado director de un programa de Psicología
Social en la Fundación Universitaria Luis Amigó
Muy cerca de la Nacional Por cierto. Ese señor me
invitó a que si quería le llevara la hoja de vida para
que en el horario nocturno les dictara algunos cursos.
Su oferta no la eché en saco roto y al día siguiente
fui a verlo y sin mayor rollo me nombró profesor
de la asignatura Problemas Sociales Contemporá-
neos. Era una dicha No puedo negarlo. Pese a que
esa especie de politécnico estaba repleto de lolitos y

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¿Profesor?

yayitas Jamás me aburrieron. Al contrario: allí conocí


a nuevos ejemplares para invitar a las Torres de Agua
Marina. Si con los de la Nacional o con los parceros de
La de Antioquia me aburría A lo hecho Pecho. Llegué
inclusive a transformar mi curso con la autorización
del psicólogo Cardona en una suerte de reality show
para motivar a los alumnos. Pajita en boca lo llamé y yo
era el feliz animador enseñando conceptos adaptados
de Su Santidad Bourdeo. ¡Qué días aquellos Cuánto
los echo de menos! Dictar clases en medio de anoche-
ceres calurosos era fantástico Espléndido sobre todo
cada vez que podía rozarles y acariciarles las piernas a
semejantes mancebos.

Mismo protocolo que con Nico y Edgarinos


y otro relevo. Esta vez ingresan con cara de felici-
dad Gabriela Pilar y Nora (mis ojos Manos y orejas
administrativas de cuando fui decano). Pilar se aba-
lanza a darme un beso y una enfermera en el acto
la detiene: —¡Todavía no Señora! ¿No ve que hasta
ahora se está recuperando? Ella con humildad acepta
el regaño Se sienta al fondo y escurre un montón de
lágrimas. Hijas de Jerusalén No lloréis por mí… Casi les
digo. Norita y Gabriela desempacan el mundo de
regalos que me traen: manzanas Uvas Fresas Uchuvas
Galletas Quesos Peras… ¡Los sabores que me hacían
falta! Luego se alegran infinitamente de verme tan
alentado Me cuentan otros pormenores y transmiten

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Fabián Sanabria

los saludos de varios colegas. Yo les agradezco tanto


cariño. Gabrielita me pregunta si no es hora de cerrar
la cortina Le digo que todavía no Que me gusta ver
cómo cae la tarde y al hermano sol acostándose. En
esas entra Felipe: —¿Interrumpo? —Para nada (en
coro le dicen). Entonces él sigue sin más Mis tres
amigas continúan contando detalles de mi hospitali-
zación De lo que les decían los doctores De las angus-
tias que pasaron y las cadenas de oración que en sus
parroquias convocaron a fin de que me recuperara…
Mejor dicho De así yo no lo creyera De cómo se fue
gestando el milagro. El Infantino se ríe y ellas se son-
rojan. Entonces él les explica —No es por eso… ¡Es
que me aterra tanto sufrimiento! Pero bueno Así son
casi todas las madres y toca aceptarlas.

¡Me cansé de vivir en esa especie de Miami! Sin


consultárselo a nadie cancelé el contrato en las Torres
de Agua Marina y me devolví para el centro. A otro
potrero en el cuarto piso del Santa Clara. ¡Ese sí que
era un retozadero! El mismo día de mi regreso fui casi
de rodillas a la catedral para entregarle mi ofrenda
floral a algún angelito. En medio de la ansiedad Me
topé con un cabo del Ejército. ¡Dios mío: alabado
seas por permitirme este encuentro! Casi sin palabras
lo llevé a mi apartamento. Me ayudó a desempacar y
como se iba haciendo noche en una estera nos tira-
mos dispuestos a manchar el piso. A ese soldadito de

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¿Profesor?

nombre Rubén de vez en cuando le daban salidas y


sagradamente me visitaba. Nos emborrachábamos
y en ocasiones hasta con compañeros de cuartel lle-
gaba… ¡Qué instantes tan eternos Jamás regresarán
porque fueron efímeros! Alá quiera que mi poeta de la
catedral no pierda esas dulces compañías. Entre tanto
me amisté más intensamente con el colega Beetho-
ven Zuleta. Él acababa de trasladarse a la Facultad
de Arquitectura porque no soportaba el cacorrismo de
los estéticos. Con Beethoven —que también se llama
Fabián— nos la pasábamos en cine en El Colombo.
Un buen día Saliendo de la penumbra Junto al cajero
de Bancolombia nos abordó un machito: —Yo a usted
lo conozco Profesor Necesito trabajo. Su belleza era
tal que durante casi un minuto quedamos exhaustos.
Le respondí que con todo gusto Que si quería bajara
con nosotros a mi apartamento Que estábamos ensa-
yando el guión de una película. En ese preciso ins-
tante se me ocurrió el cortometraje Raqueteo. Resulta
que en el Pasaje Junín que conducía al Parque Bolívar
se parchaban tres clases de putos: los de pura necesidad
Los de mediano placer y los raqueteros. Supongo que
eso ya lo dije y ahora lo estoy repitiendo No importa.
En todo caso a mí sólo me interesaban los raquete-
ros. Porque atracaban a los señores cacorros que les
coqueteaban Aunque eso sí Eran los más hermosos.
Sin permitir evasiva alguna Entusiasmé a Beetho-
ven y al pelao Llamé a media noche a César Tapias
—que para ese entonces era novio de Lina— a fin

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Fabián Sanabria

de que al día siguiente —domingo— viniera con su


cámara. Supongo que aquella vez no dormimos pues
todo el tiempo nos la pasamos cuadrando el guión
Mejor dicho Ensayando. El pelao debía dejarse sedu-
cir por mi colega —quien lo traería a su apartamento
Es decir al mío— Y allí Cuando tratara de frotarlo
Ni mierda: raqueteo. Pese a la paliza que sin extras el
machito debía darle a mi colega (—¿Cómo se lla-
maba? —Ya sé Terroncito de azúcar)… Meses des-
pués el profesor Zuleta se lo volvería a encontrar y
Bueno Reincidiría. Pero cosa curiosa: esta vez el pelao
se dejaría enfervorar y frotar sin miramientos. El corto
concluía con algunas imágenes de la travesti Danny
que todos los sábados hacia las veinte horas presen-
taba su show junto al atrio de la catedral de ladrillo
en pleno Parque Bolívar Todo en memoria de Raúl
Echeverri —quien para la época estaba enterrado en
Jardines de Paz— y al compás del introito de la Pasión
según San Mateo.

Me quedo nuevamente a solas con El Infantino.


Las madres sí Ellas Las locas esas que con su egoísmo
cual lobas defienden a sus críos y luego se entrometen
hasta en el detalle más ínfimo Nos huelen los calzon-
cillos a ver con quien nos pajeamos… Toca sobrelle-
varlas Comprenderlas. Tal es su deber Para eso las
forman. De algún modo somos fruto de sus vientres:
todos esos complejos y ambiciones los arrastramos.

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¿Profesor?

La mía —ya lo dije— fue mi primera maestra y la


tuya también Y vivimos peleando con ellas. Más
tarde vienen los pactos Los acuerdos: —¿Cómo es
que se llama su amigo? —Felipe Mamá y no es sólo
un amigo Es mi novio. Entre tanto toca seguirles la
cuerda y eso sí Regalarles objetos Bolsos y carteras
para que los guarden y nunca los usen. Porque jamás
llega la ocasión propicia. ¿Cuál de tantas? Ninguna.
Ellas ahorran y economizan No sé con qué propó-
sito Son así y punto. Critican todo Los demás nada
bueno tienen Toca señalar siempre el agujero negro
El lunar que con sarcasmo convierten en verruga. De
momento que sufran Que sigan sacrificándose Hay
que quererlas pues de no ser por una de ellas —por
Pilar de todos los Ángeles— no estaría contando
estos asuntos.

Ay ¡La Ciencia Política: tan cerca del poder y tan


lejos de ser una disciplina! Decía el Papa Bourdeo.
En Medellín me tenían prestado en la de Antioquia:
dictaba clases en la Escuela de Historia de la punc
y ¿acaso no había ganado un concurso para dirigir
el Departamento de Ciencia Política? Dos semes-
tres después no pude esquivar esas responsabilidades.
A Alberto Patiño —quien hubiera impugnado mi
puesto y seis meses después de mi llegada había ingre-
sado— me tocaba sustituirlo. Gratamente nos hici-
mos amigos Él estaba mamado de los moncayistas.

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Fabián Sanabria

Debí asumir ese cargo haciéndome el marica pues


jamás imaginé encontrar semejante manada de
mamertos: Rigobertos Gilbertos Egbertos y Robertos
del pc Seguidores del rector izquierdoso que suce-
dió al maestro Páramo. Profes que a duras penas
calentaban silla sacándole plata al municipio Eso sí
vendiendo proyectos de liderazgo y participación ciu-
dadana cual tesos. Victorino Moncayo había multi-
plicado la burocracia y aumentado los salarios para
los más altos cargos administrativos Ahora valía la
pena ser vicerrector o decano. Ni siquiera por simple
cortesía había invitado a su predecesor a la inaugu-
ración de la Seccional Caribe Sin mayor escrúpulo
decidió poner en cada sede a fichas del Partido. Su
tremendo vozarrón predicaba una defensa acérrima
de los Derechos Humanos. La verdad a mí nunca me
cayó bien su estilo politiquero Ni el de sus colabora-
dores semejantes al panzón que dándoselas de Pava-
rotti administraba la sede Bogotá como se le regalaba
la gana. Felizmente yo estaba refugiado en Medellín
Lejos de las Sor Teresas de Mantillas o las Clemen-
tinas Tejeiros —en algún momento volveré sobre
ellas por asuntos estéticos. En la provincia las cosas
marchaban a otro ritmo Aunque por todas partes se
veía la decadencia: en investigación y extensión pues
por culpa de la decana dizque humanista de Bogotá
La Universidad no podía ser colaboracionista de la
empresa privada. En cuestión de Bienestar los pro-
gramas implementados eran mero asistencialismo Y

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Book - PROFESOR.indb 252 1/17/13 2:42 PM


¿Profesor?

en docencia ni hablar: pese a los pres y los prie la


mediocridad pululaba. Quizá el único incentivo era
que la administración contaba con un excelente vice-
rrector general que sin falta redactaba las demandas
presupuestales contra el Gobierno. La cosa no pin-
taba bien cuando al bando contrario a los del poder
le dio por unirme a sus filas: conocí a Horacio Marín
y a Argemiro Cano. Ellos le habían escrito a Mar-
quito Palacio un telegrama al Colegio de México:
—¿Por qué no te presentas a las próximas eleccio-
nes de rector a ver si levantamos el claustro? Palacio
ya había pasado por esas y una pausa no le caía nada
mal… Además a él le encantaba contar los siete días
de la semana y veinticuatro horas al día con chofer
privado y escoltas.

Dejando de lado a las madres Ingresa un médico


terriblemente comestible. Muy joven y hermoso el
hideputa Todo un machito de acento samario. Viene
a practicarme las terapias respiratorias A adminis-
trarme nebulizaciones. —Lo que usted quiera doctor
Dígame cómo me pongo Qué debo hacer… ¡Lástima
que usted no sea el que introduce los supositorios!
Felipe debe retirarse Aguardar afuera. Yo me quedo
con este magnífico ejemplar que con una máscara de
oxígeno me ahoga Me mira con total serenidad Sos-
pecha que mis ojos ven más allá de su rostro. No se
incomoda Al contrario Se aprovecha: hace algunos

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Fabián Sanabria

movimientos quitándome y poniéndome la máscara


para que sienta la falta de oxígeno y huela. Al cabo de
veinte minutos se acaba la fiesta. ¡Quiero más Otro
poquito Señor de la Alhambra No se vaya Quédese
otro rato! Inútil. Deber ordena y el moro se retira:
con su piel tiznada de hindú o de pakistaní y esos ojos
claros cuya mezcla sólo he visto en Río de Janeiro.

De director de Ciencia Política duré cerca de tres


meses porque el decano del momento me consideró
para otro cargo más amistoso: vicedecano de Bien-
estar —cosa que le agradecí mucho. Ahora cuadraba
mi horario Tenía una grata oficina Mis amigos del
otro bando me observaban cautelosos. Pese a que me
seguían invitando Traté de mantenerme al margen de
cualquier Partido. Cumplía a cabalidad con el oficio
Mis clases seguían siendo famosas Incluso me lla-
maron de la lujosa Universidad eafit para que los
sábados les dictara un seminario: Antropología de la
Organización a administradores de negocios. Pese a
andar tan atareado La felicidad de jugar a ser pro-
fesor seguía acompañándome. En esas conocí a un
alumno acomodado que era piloto. Tratando de ocul-
tarlo me enamoré de su sonrisa Se llamaba Eduardo
Cárdenas y trabajaba en Servientrega: una empresa de
correos con la que volaría todos los viernes a la capital
de la República. Dominaba perfectamente el inglés
Le encantaba el buen cine y aunque su único defecto

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¿Profesor?

era que años atrás había renunciado por culpa de un


amigo a cualquier clase de frotamiento… Amistosa-
mente me ofreció llevarme cada ocho días de con-
trabando en su avioneta rumbo a Bogotá para que
pudiera ver a mis viejos. Las hazañas volando con
Eduardo fueron inolvidables: recuerdo una vez en
que atravesando las montañas casi chocamos Fue la
única ocasión en que sin pedirle permiso me atreví
a palpar su verga —la tenía bastante erguida a causa
de los nervios. Al aterrizar le dije: —Perdóneme
Eduardo Pero si alguna vez el avión en que vuelo va
en picada… Antes de que muera Con un compañero
quisiera hacerme la paja.

Vuelve a entrar El Infantino. Su mirada me cen-


sura. Sabe que me quedé babeando por el médico.
¡Qué puedo hacer arcángel de mis ojos! ¿No ves que
ese tipo está buenísimo? Él lo sabe Nada dice Calla.
Alguna vez me autorizó a conseguir amantes Eso sí
Avisándole para a su vez él hacer lo mismo. Ante esas
proposiciones uno simplemente se hace el pendejo y
deja constancia en el inconsciente Obviamente por
si acaso. Con ese divague vuelve a abrirse la puerta
Es el doctor Chaparro (mi elegante neumólogo) que
quiere conversar sobre mi recuperación. Delante de
Felipe asevera que la salud retorna a buen ritmo Que
después me hará tomar otra radiografía de tórax Que
tengo que cuidarme de las visitas pues todas —sin

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Fabián Sanabria

excepción y mira al Infantino— deben usar tapabocas


porque es por mi bien No tanto por el de ellos: nadie
me puede pegar ningún virus Ni siquiera las monjas
repartiendo el Cuerpo de Cristo. Debido a una razón
elemental: en una clínica los pacientes ingresan con
una enfermedad y suelen salir con numerosas.

Desde que conocí a Eduardo con él viajaba casi


todos los viernes a Bogotá y no sólo yo También
empacaba en un guacal a mi gato. Grata aventura
presentarme en una puerta secreta del Aeropuerto
Olaya-Herrera No tener que hacer fila y volar de
copiloto con un amigo en cuya compañía haciendo
bromas le poníamos a la caja de Mitzú un letrero que
decía: Servientrega es entrega segura. El animalito al prin-
cipio se asustaba pero después hasta pedía que volára-
mos maullando cual bebé degollado. Aterrizábamos
cerca a un hangar del Puente Aéreo Me despedía de
Eduardo y tras atravesar montón de bodegas tomaba
un taxi que me conducía directo a la casa de los abue-
los. Mis papás felices Especialmente mamá que cui-
daba como un tesoro al condenado gato. Era muy
especial compartir cada fin de semana con ellos Salir
por ahí Hacer mercado De pronto ir a cine y sobre
todo disfrutar de las Hamburguesas del Corral que
son las que me amarran la lengua cada vez que reniego
de Colombia. Así pasaron varios meses Cuando de
repente mis papás enfermaron: mamá no daba abasto

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¿Profesor?

teniendo que llevar a papá a unisalud para que a


duras penas se tomara la pastilla que contra la diabe-
tes le recetaban. Ella padecía dolores en la vesícula
y sólo cuando eran graves se quejaba. En general no
les gustaba el rollo de las consultas Concretamente
pedir que les diagnosticaran enfermedades teniendo
que salir con montón de órdenes para practicarse can-
tidad de exámenes hasta saber lo que padecían. Fue
así como mamá pidió en la Caja de Previsión Social
que la autorizaran con papá a frecuentar mejor la
homeopatía.

Cae la noche y todos huyen Me he quedado solo.


No tengo sueño Toca ver televisión. ¡Qué remedio!
Detesto tanto este maldito aparato que daría lo que
fuera por hacerlo estallar en mil pedazos No puedo.
Empiezo a canalear y nada La misma mierda: retazos
del último partido de fútbol Noticias de aquí y allá en
inglés y en español Programas deportivos Concursos
donde los asistentes humillados salen premiados El
Desafío 2011 Telenovelas venezolanas Los chismosos
Unos tipos buenones que cocinan Películas de acción
Más sentimentalismos Rayitas de suspenso porque
obviamente en la Clínica de la Magdalena está ter-
minantemente prohibida la pornografía. ¡Lástima: el
único consuelo! En seguida una monja capuchina y
otras cuantas religiosas Su Eminencia Reverendísima
acompañando a Su Santidad Benedicta —esa loca

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Fabián Sanabria

que cuando se baja de su jet privado ni amarrada besa


el piso— Otros divertimentos Más comedias. Prosi-
guen los chefs que enseñan a preparar bistec a caba-
llo Un documental de Discovery Channel No aguanto
cinco segundos ¡Voy a apagar esta cosa infernal! Sigo
metiendo el dedo —en cincuenta años los humanos
tendremos deformaciones en las manos— ¿Qué veo?
Un programa llamado El Radar en el que la madrastra
de Josefina Vargas anuncia a dos invitados: monseñor
Castro quien con escepticismo comentará los resulta-
dos de la Comisión Nacional de Reparación y después
de comerciales mi amigo César López exhibirá sus
nuevas escopetarras. No todo es una mierda Me quedo
pensando. Además del Pájaro Espino —provincial de
los jesuitas— monseñor Castro es de los pocos sacer-
dotes decentes que no sudan grasa ni tienen acento
roscón cuando hablan. Su cruz no es como la de Sor
Juana Córdoba (enchapada en oro macizo) y sus hábi-
tos son de tela sencilla Como hace años los usaban
ciertos curas obreros. Cada respuesta de él es pausada
y concreta Plantea un buen número de interrogan-
tes a la Ley de Víctimas Reconoce los esfuerzos del
Gobierno por ir más allá de un simple show mediático
en la restitución de tierras. No mete a Dios donde
no cabe Ni concluye con una oración o invocando
su nombre Se despide con un sencillo Hasta pronto.
César López es todo un artista. Pasan varios videos
de todo lo que en los últimos años ha hecho transfor-
mando escopetas en especies de guitarras Celebran la

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¿Profesor?

convocatoria que en compañía del cinep —no voy


a traducir la sigla— él ha conquistado Simplemente
proyecta su sensibilidad y desde esta cama de hospital
fabricada en el Estado de Israel dando deliciosas vuel-
tas le creo: los muertos de Colombia a él y a mí me
duelen Se humedecen mis ojos… Soy hijo de un con-
denado país cuya desgracia consiste en que ni quiero
ni puedo cambiarlo por otro.

De aquí para allá y de allá para acá seguía yendo


y viniendo de Medellín a Bogotá y a la inversa cuando
Un domingo después del fatídico once de septiem-
bre en que no viajé Me di cuenta de algo horrendo.
No tenía comida en la nevera. Tuve que acudir a un
supermercado desde siempre aborrecido Llamado
Éxito. Tras llenar la canasta de alimentos hice una fila
espantosa y para distraerme tomé una de las revistas
que por puro divertimento colocaban en las cajas. Se
trataba de un Libro de oro de Coné —no de Condorito
Aclaro— En cuyo interior había una historieta que
me deprimió para el resto de mis días: resulta que en
una ocasión el tío Condorito acompañado de su novia
Yayita le pregunta al sobrino Coné por qué acostum-
braba a llamar a sus maestros profes... Entonces el
pequeño pajarraco le responde de una: —Porque no
son hombres de negocios Porque en realidad los veo
como muy poquita cosa Porque no están hechos para
ganar plata… Por eso les digo profes. En retrovisor me

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Fabián Sanabria

quedo aterrado Más aún estupefacto constatando que


a mi alrededor hay decenas Quizá cientos de abuelas
Madres Hijas y nietas junto a mí comprando víve-
res Pero disfrazadas todas de Yayitas. Me explico: las
mujeres que frecuentaban aquel supermercado eran
como la novia de Condorito: ese personaje feme-
nino que muestra las tetas porque se acaba de implan-
tar varios kilos de silicona y además se siente muy
orgullosa de medir 90-60-90. En seguida comprendí
que todas esas damas eran las mismas Que sólo les
interesaba la reproducción pues tan pronto abando-
naban aquel almacén Especies de Pepes Cortisonas
—o sea enanos empaquetados con cadenas de oro
en el pecho— las recogían. Entonces sin pensarlo
dos veces prometí solemnemente: en adelante voy a
hacerme respetar y ningún estudiante va a volver a
llamarme Profe… Tengo que abandonar este yayismo
trágico No puedo seguir viviendo en una ciudad tan
mafiosa Debo decirle hasta luego a Medellín Y ¡de
malas si se ofenden los traquetos!

Pensando en mi desgraciado país reitero que el


nombre de nuestra tragicomedia debe ser Colombia
Pasión. Hasta no descender a los círculos de nuestros
profundos infiernos Colocando allí a los hampones
Asesinos Corruptos y traidores que durante doscien-
tos años han desbarrancado a nuestra Pobre Patria
Boba para inmediatamente ascender por la Montaña

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¿Profesor?

del Purgatorio Ubicando en cada terraza correspon-


diente a los nuevos hampones Asesinos Corruptos y
traidores —enumerando apenas unas cuántas cate-
gorías— Sólo hasta entonces nuestros tataranietos
—ese ejercicio como mínimo tarda cuatro generacio-
nes— podrán contemplar un nuevo cielo donde brille
el sol y las demás estrellas…

El lunes siguiente a mi atroz descubrimiento del


Yayismo mágico En una carta firmada por Anne Pater-
sen La embajadora de los usa me comunicaba que
por recomendación del director general del Centro
Colombo Americano El Departamento de Estado
Norteamericano me invitaba durante un mes a cono-
cer varias ciudades de Estados Unidos En calidad de
profesor visitante de un Programa de Intercambio
llamado Foreign Policy Decision Making Processes… Que
además me concederían una visa especial y todos los
gastos correrían por cuenta de su Gobierno. Entonces
decidí mejorar mi inglés con Eduardo Cárdenas Y pre-
parar algunas intervenciones porque con excelentes
colegas de diversas disciplinas del mundo durante un
mes compartiría. Básicamente estuvimos en Texas En
Boston Nueva York y Washington. ¿Cuál fue el obje-
tivo? Escuchar el sermón impartido por numerosos
asesores del gobierno de Mickey Mouse —corrijo: de
George Bush Jr— en compañía de diecinueve politólo-
gos y sociólogos del mundo para que nos enteráramos

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Fabián Sanabria

de cómo los Estados Unidos eran perseguidos por


las fuerzas más oscuras del Planeta Y entonces cons-
tatar que resultaba inminente y contra todo su amor
por la paz declararle la guerra al terrorismo e inva-
dir a Irak Simplemente porque los hermanos ameri-
canos debían seguir propagando la democracia en el
mundo. Mejor dicho Volví a sentirme en Castelgan-
dolfo Salvo que aquí no había cardenales ni inqui-
sidores que buscaran salvarle el alma a los impíos
transmitiéndoles —después de abjurar y no tener que
entregarlos al brazo secular— la Buena Nueva de los
Evangelios sino ciudadanos de valor dispuestos a pro-
pagar la verdad revelada de la menos peor de todas las
formas de gobierno. Vaya Vaya… ¿Qué me quedó de
aquel periplo? Además de ser alojado en costosísimos
hoteles y de cenar en lujosos restaurantes De cono-
cer el horrendo pueblo derechoso-petrolero de Texas
Donde todo estaba hecho artificialmente para proyec-
tar la imagen de un paraíso disneylandesco… De darle
la vuelta a hermosas mansiones en Boston y conocer
las instalaciones del mit que para exhibir lo política-
mente correcto de sus recursos tiene a Chomsky…
Paseando en seguida por la hermosa Facultad de
Divinity School en la Universidad de Harvard —en
cuyo frente se halla la más completa tienda de tabaco
que nunca antes habían contemplado mis ojos— y
poder claro está visitar la New School for Social Research
de Nueva York y reconocer que en aquel lugar debía
cursar su doctorado mi amiga Lina Villegas Poco

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¿Profesor?

antes de ingresar al legendario Edificio de las Nacio-


nes Unidas Volando en seguida a la Capital del Tesoro
donde a pesar de la tronera que acababan de borrar
del Pentágono —cosa que no habían podido hacer
en el hueco de las Torres Gemelas— Saber que los
gringos se pueden dividir entre los millones de idiotas
útiles que creen y pujan y siguen creyendo y pujando Y
unos cuantos hideputas patentados que espían al orbe
a través de sus agencias diplomáticas.

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XI

¡Tome aire Bótelo… Tome aire Bótelo! Repite


sin cesar el doctor samario que me practica terapias
respiratorias. Lo que más me gusta es cuando me pal-
pa: lo hace delicada y bruscamente hasta que sus movi-
mientos me resultan sensuales. Esto en un profesional
de la salud es imperdonable —imagino que murmu-
lla. No obstante con suma paciencia vuelve a tocar-
me Después pasa ligeramente el fonendoscopio por
mi pecho Luego me examina la espalda Me pide toser
fuerte Una Dos Tres veces: ¡Eso! Aclama victorioso y
ordena que dé media vuelta para con cuidado estirar
mis piernas rozando indiferente mis pies a fin de que
ese gesto no lo malinterprete. Yo agradezco sus bue-
nos oficios Él sonríe Dice que siga como voy Pregunta
si ya me trajeron la levantadora Le digo que creo que
con Marlene me la dejaron Nuevamente veo sus mar-
files… ¿Será que semejante semental es el novio de mi
enfermera? De ser así digo adiós a cualquier insinua-
ción Ella se lo merece todo: renuncio a mis instintos.

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Fabián Sanabria

Marco-Antonio Palacio-Rudas (un abogado de la


Libre que se volvió historiador en Inglaterra) Veinte
años atrás había sido rector de la Academia. Deste-
rrado por sus enemigos disfrutaba de una grata dis-
pensa como profesor de Historia Colonial en el Colegio
de México. Era recordado por sus astucias políticas:
durante año y medio en otra época la Universidad
estuvo clausurada Él con su casuística logró la reaper-
tura. Para sentirse cómodo evitando el bullicio de los
revoltosos Con el primer decreto de su administración
trasladó la Rectoría: la instaló definitivamente en las
viejas residencias estudiantiles adaptándolas como ofi-
cinas. Hizo construir una entrada secreta A la que le
quedó faltando un ascensor para él y quien lo suce-
diera. Esta vez sin embargo las cosas eran distintas:
debía enfrentar a la masa fortalecida. Horacio Marín
viajó a México para convencerlo y logró su cometido. A
vuelta de una semana En el auditorio de la ciudad uni-
versitaria un inesperado candidato argüía: —Esta casa
no puede seguir siendo decimonónica Sin el impulso
a la investigación nuestra misión fracasa Con el pre-
supuesto estatal nos basta y sobra Hemos perdido el
contacto con el mundo. Necesitamos mejores biblio-
tecas Proyectarnos a la sociedad y adaptarnos a las cir-
cunstancias modernas: carreras largas son una proeza
Quizá estemos enseñando demasiado… Mi apuesta va
por los postgrados La participación universitaria no
tiene por qué ser populista La próxima administra-
ción debe realizar una gran reforma… Sin rubores el

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¿Profesor?

público lo abucheó Estudiantes contestatarios lo acu-


saron de vendido Algunos casi lo linchan. El doctor
Moncayo ni siquiera se inmutó Pasó al atril a exponer
su Nuevo Plan de Desarrollo Lanzó arengas contra
el neo-liberalismo. Luego tomó la palabra una candi-
data persistente: la antropóloga Jimeno. Como nadie
la escuchó se puso una barba protestando contra el
machismo Entonces la gente se calmó a carcajadas.
Semejante espectáculo se multiplicó en las seccio-
nales de Medellín Manizales y Palmira Las sedes de
frontera reprodujeron los debates por medio de tele-
conferencias. ¡Cosa complicada fue la designación del
nuevo rector de La Nacho! Para evitar mayor alboroto
los consejeros se reunieron a media cuadra de la Casa
de Nariño y en el Observatorio Astronómico pacien-
temente ponderaron datos. Tras vueltas y revueltas
llegó el momento anhelado: la ministra de Educación
Los emisarios del Gobierno El delegado de otras uni-
versidades y el comisionado de los decanos respal-
daron a Marco Palacio. El vocero de los ex rectores
y el líder estudiantil apoyaron a Moncayo El repre-
sentante profesoral con sofisticadas explicaciones se
abstuvo. Era pues rector Marquito Palacio. Pero la
historia no podía detenerse en ese punto. A la nueva
cabeza visible de la U el bando opuesto le haría la vida
imposible: le tocó despachar durante su primer mes
desde el Ministerio Jamás los estudiantes le permitie-
ron ingresar libremente al campus universitario Él les
pidió que no lo quisieran pero sí que lo respetaran.

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Fabián Sanabria

Firmas y contrafirmas Tutelas y alegatos Bloqueos y


protestas fueron el pan de cada día. En síntesis No lo
dejaron gobernar y lo poco que logró tampoco ayu-
daba. Entonces cada semana el historiador toreaba el
avispero: Contestatarios Izquierdosos Mamertos… Con mil
decretos descalificaba a sus contradictores. En cierta
ocasión cuando estuve en su despacho para pedirle
que me trasladara a Bogotá en virtud de la salud de
mis viejos Los gritos de la multitud nos aturdían. Sin
agüero el rector Marco-Antonio llamó a la Fuerza
Pública y una vez frente al comandante de la Policía
dijo: —Por favor Mi capitán ¡Riéguelos con tinta! Al
cabo de los meses publicó para gobernar una cartilla
titulada: Plan de innovación institucional. Más o menos
su pretensión era Borrón y cuenta nueva. Había que
jubilar a los improductivos Cambiar los estatutos
Lanzar un súper-concurso para vincular verdaderos
doctores Reducir las carreras a cuatro años Multipli-
car geométricamente los postgrados Crear una Vice-
rrectoría de Investigaciones Recuperar el control de
la prensa universitaria Nombrar nuevos decanos. En
últimas transformar completamente la misión y visión
de la Pontificia Universidad Nacional de Colombia.
Obviamente esas acciones a sus enemigos enardecie-
ron. Con más ahínco le armaron corrillos: el repre-
sentante profesoral lo insultaba cada vez que lo veía
descender de su automóvil blindado: lo saludaba con
el brazo en alto exclamando ¡Heil Hitler! Los muros de
la Ciudad Universitaria debieron ser cientos de veces

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¿Profesor?

repintados Por todas partes aparecían grafitis procla-


mando «¡Fuera Marco Paraco!» Pedreas iban y venían.
Los consejos académicos se tornaron insoportables
Toda propuesta suya resultaba neoliberal cuando no
fascista… Su séquito de aduladores hacía lo que él
exigía Nadie refutaba a Palacito porque implacable-
mente los regañaba: tocaba sacar las reformas a raja
tabla.

Es un nuevo día que vuelvo a reconocer tras


echar de menos otra vez el desayuno de Solesmes. Sin
darse por vencidas tres monjas vuelven a insistir irrum-
piendo con falsa ternura en mi cuarto. Quieren que
reciba el pan insípido o Sagrada Comunión Y como
tengo hambre les digo ¡Amén y Aleluya! Devoro des-
esperado el Cuerpo de Cristo. Inmediatamente aparece
una enfermera para ponerme otro antibiótico: asegura
que el doctor samario a quien creía un príncipe así lo
ha prescrito. ¿Por qué no me lo dijo? También observo
que la dama de blanco quiere instalarme otro cable Le
pregunto para qué y ella simplemente comenta: —Es
el potasio. Parece que lo tengo bajísimo y la falta de
ese condenado duele. Tienen que inyectármelo pues
resulta esencial para aumentar las defensas. El suero
sigue goteando y ahora siento un ardor terrible en los
brazos Parezco un crucificado de esos que tienen las
religiosas empotrados a los muros. Todo mi cuerpo
pesa y espontáneamente bostezo: —¿Qué habrá pasado

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Fabián Sanabria

con el desayuno? —Ya viene (dice la enfermera). Con


mucha ansiedad lo aguardo al punto de que cuando me
lo dejan me abalanzo sobre él y con todas las ganas del
mundo mojo el pan en la taza del café con leche. De
inmediato veo el espectro de la esposa de Topogigio excla-
mando en Santa Helena: —¡Pobre la Colombia que le
tocó gobernar a mi marido! Al tiempo que empapa un
delicioso pedazo de croissant en su capuchino.

Atravesando zonas de turbulencia llegó mi tras-


lado a Bogotá Al Departamento de Sociología que
en aquel tiempo era otro foco de la crisis. Por estos
días miro de soslayo a un personaje que tembloro-
samente dos colegas echan de menos. En su rostro
aparece un luto permanente: trazos que ante todo
infunden temor como principio de reconocimiento.
Ellas lo describían sentado en su cátedra —hablando
con tono muy pausado— después de llamar a lista.
Nadie podía interrumpir aquel culto viviente pues
sólo estaba permitido el canto de los pájaros. Ese
señor recitaba párrafos inéditos de la Fenomenología del
espíritu. Cada semana contaba la última novedad de
los periódicos Obligaba a leer con profunda devoción
a los padres fundadores de su disciplina Entrenaba
adeptos para que nunca fueran más allá de sus méto-
dos Convidaba temerariamente al resentimiento —a
la mecánica de tan sólo repetirlo. Los hijos de ese
hombre andan dispersos. Muchos lo odian y otros lo

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¿Profesor?

veneran. Mis dos colegas —fruto del fanatismo— le


eran incondicionales. Ellas De izquierda a derecha y
sin pudor cuando por primera vez las tuve al frente
exclamaron: —Si usted hubiera conocido al doctor
Mesa… El apologético. Aquél que terminó expul-
sando de sus dominios al verdadero maestro. Pero
¿acaso en la Academia existen profetas? Al princi-
pio todos fuimos impostores Empezando porque el
bendito doctor nunca se doctoró ni lo doctoraron.
Se refugió en Bogotá huyendo de Abejorral su pue-
blito natal refundido. Para él sólo existía la capital Lo
demás era tierra caliente. Por eso aprendió alemán
como lengua alterna Porque odiaba su infancia. Así
se convirtió en el inefable formador de militantes de
la tolerancia… ¡Lástima que sus discípulos con las
reformas de Palacio también debían jubilarse!

Rondando el mediodía me confirman que


acaban de llegar los resultados de la prueba de H1N1:
negativos. ¿Y entonces qué carajos padezco? Una
neumonía atípica Es lo que incansablemente repiten.
—¿Y con qué se cura? —Con el tratamiento que jus-
tamente le estamos impartiendo (aclara otro médico).
¡Dios! ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Ahora
apuesto a que van a seguir experimentando conmigo.
Mi cuerpo es una pobre máquina a la que hay que
medirle el aceite pues Si me acelero Le cortan los
frenos. Perfectamente los doctores son comparables

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Fabián Sanabria

a mecánicos Destacando entre ellos —claro está— al


robusto samario. ¡Con un overol engrasado qué bien
se vería! De acuerdo: detengo las rosconiandades. Conti-
núo juicioso agradeciendo cada vez que me mueven y
pinchan porque lo hacen por mi bien como los gori-
las que en los aeropuertos requisándote dicen: —Es
por su seguridad ¡Compréndalo! Por favor Acompá-
ñeme al cuarto de atrás y sáquese todo lo que lleva.

Lo de las jubilaciones resultó cosa seria. Así


como en el Liceo de tiempo atrás no había campo
para tantos En la Academia sí que menos. Marquito
Palacio conocía esa sentencia mucho antes de que lo
llamaran. Su tarea no podía ser fácil: eso de marcar
con una equis a los improductivos De rociar con tinta
roja a los mamertos De arrasar con los de la vieja guar-
dia… Por supuesto sus decretos resultaron imbéci-
les. Por más patrono que se declarara o intelectual
reconocido en el círculo del doctor Melo y de doña
Márgara Garrido tenía que transar Debía negociar
y eso jamás: prefirió tirar la toalla enemistándonos.
Porque en el gremio de los docentes no había profe-
sor que careciera de celos Y la envidia crecía como
levadura: si alguien se creía de mejor familia ¡Pobre-
cito el soberbio! Más le valía no haber nacido. Porque
eso sí Entre colegas mutuamente nos vigilábamos…
Tú ganas esto y yo aquello Usted acaba de llegar y yo
aquí llevo cuarenta años ¡Respete! A pagar servicio

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¿Profesor?

militar obligatorio y a rendirle pleitesía a los mayores.


De esa forma días después de mi llegada los colegas
se agarraron. La solución que resultó Tras el apoyo
decidido de Carlos Uribe y Arturo Laguado Consis-
tió en nombrarme director del Departamento. Lo
que pasaba era que en la Academia —a pesar de los
paraísos sapienciales— los recelos se multiplicaban: si
no se sublimaban Se reprimían y luego emergían en
cualquier momento Especialmente cuando preten-
dían reformarnos. Ahí sí se armaba la de «Cristo es
Dios» Y eso era lo que pasaba durante la Rectoría del
historiador Marco-Antonio.

Voy a tratar de orinar y cagar por mí mismo.


Me acaban de quitar la sonda y esta vez a la cuenta
de tres Me levanto porque me levanto. Uno Dos Tres
¡Arriba! Cosa difícil incorporarse cuando han pasado
más de dos semanas en la cama. Las piernas no res-
ponden Toca darles la orden: a ver Queridas: ¡Leván-
tense! Muy bien Ahora vamos a salir de este encierro.
Apoyo mi pie derecho buscando las zapatillas menu-
das —esas que en el Caribe se usan sin medias—
Listo. En seguida el otro pie Muy bien Continuemos.
¿Podré dar un paso adelante? Ensayemos. ¡Uf: qué
maravilla! Paralítico no estoy y sin Cristo le he dicho a
mi camaján ¡Levántate y anda! Pero qué vaina: no me
había dado cuenta de todos los cables que llevo. Estoy
conectado al oxígeno —puedo respirar sin él— ¿Dejo

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Fabián Sanabria

también el suero y el potasio? Me desconecto del que


más me duele y cual astronauta que en otra atmós-
fera se desplaza voy con el tubo hacia el baño. No
puedo levantar las patas Parezco un abuelito… ¡Qué
desgracia! Tengo que alcanzar esa maldita puerta sin
necesidad de llamar a las de blanco. Ya está Perfecto.
Dejémosla entreabierta por si algo grave ocurre o en
esta travesía me caigo Orinemos sentado. ¡Uy Qué
pedo! No Es la corriente que pasa: pura diarrea.

El primer gesto que realicé como director del


Departamento de Sociología consistió en crear la
Cátedra Inter-Universitaria Orlando Fals-Borda. Al
abuelo fundador de esa disciplina en Colombia lo
acababa de conocer gracias a María-Mercedes Araújo.
Ella era una dama alta y muy distinguida que tan
pronto supo que yo era el profesor más joven en diri-
gir la Sociología de la Nacional me invitó a que for-
mara parte de su grupo de tertulias Todos los jueves
en su casa de Santa Ana. Por allí habían pasado desde
hacía décadas los más destacados intelectuales y artis-
tas a quienes de algún modo ella les servía de mece-
nas. Recuerdo que una noche María-Mercedes nos
habló de un libro que con todo empeño estaba escri-
biendo: El país que no quiero que hereden mis nietos. Fue
en esa oportunidad cuando por primera vez estreché
la mano de Orlando Fals-Borda. Con él viajaría poco
después a Valledupar pues la Universidad Popular del

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¿Profesor?

Cesar nos invitó a que en su auditorio principal dictá-


ramos un par de conferencias. Aquella sería una oca-
sión reveladora. Tras habernos contado el maestro
Fals numerosas anécdotas sobre el origen de su teoría
de la Investigación y Acción Participativa Un conjunto
de hermosos acordeoneros nos invitó a acompañar-
los al río Guatapurí para que cantáramos vallenatos y
luego nos laváramos los pies prometiendo que regre-
saríamos. En esas descubrí que con el abuelo Fals-
Borda compartíamos un mismo gusto: nuestro fervor
por los pelaos. Entonces entendí por qué la godarria
incondicional del séquito del doctor Mesa años atrás
al venerable maestro había expulsado. Por una razón
elemental y pacata: como la mayoría de esos fanáticos
eran católicos y mamertos Nunca pudieron aceptar que
Orlandito Fals no hubiese consumado su matrimo-
nio. ¡Aquel era el horror El anatema! Por eso el paisa
de Abejorral que debió ser un cacorro culposo Tan
pronto acaparó el poder de la tienda sociológica le
hizo la vida imposible a quien alguna vez con ampli-
tud de espíritu lo acogiera. He ahí la historia de los
gobernadores de una ínsula que como la de Barataria
creyó servir de consejera a duques que con desdén la
ignoraban. Salvo en una ocasión nuestra carrera tuvo
una escasa incidencia: cuando el presidente Betancur
nombró al colega Gabriel Restrepo subdirector de
la Oficina de Planeación Nacional… De resto a los
mandatarios de turno de cada Gobierno les importó
un soberano rábano que existiera o no una escuela

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Fabián Sanabria

consagrada en el país a la cuestión social Fundada


por dos religiosos (un cura guerrillero —el padre
Camilo Torres— y un pastor protestante: Orlando
Fals-Borda).

Bien limpiado Cual fanático del bidé vuelvo a


la cama. Mi reposo será corto Me preocupa tener el
culo pelao. Las cremas son inútiles pese a la fama de
las de Marly. Soy un bebé al que cambiaron mal los
pañales. En breve quiero por cuenta propia tomar un
baño. Marlene ya me ha enseñado lo suficiente Ahora
es mi turno. Por la ventana veo pasar las horas Mis
pensamientos son lentos y cada matiz de nubes equi-
vale a un párrafo: prefiero los cielos azules al gris que
acaba con mi alegría. ¡Nada como los cerros despe-
jados! ¿Estoy en otra ciudad o la imagino? Fantasías.
Tampoco el centro está tan lejos. Esta enfermedad
me ha envejecido Me aterra volver a contemplar mi
rostro: hace poco en el espejo vi una barba tosca
Mis labios estaban llenos de fuegos La fiebre segu-
ramente Todos dirían. Me aburre la cama No quiero
que mis extremidades sigan hinchadas. ¡Vamos: otra
vez afuera! A la cuenta de diez repasando mi fran-
cés Listo. Lentamente me ubico en el sofá He vuelto
a ponerme la bata. Son como las once del día Quité-
monos estos amarres. Contando los movimientos me
pongo en pie Sigo arrastrándome hacia el lavamanos:
¡Eso es! Quiero cepillarme los dientes. Mucha crema

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¿Profesor?

dental Que salga el agua. Cortezas de mal aliento


fluyen de mi boca El agua las arrastra y cientos de
veces escupo. Ahora deseo afeitarme. ¡Cómo quisiera
un peluquero! Paso a paso extiendo crema en mi cara
En seguida la cuchilla Muy bien Que el agua se lleve
las canas. Tengo que sentarme porque no resisto el
peso de mi cuerpo. Tanto tiempo en esta posición
me aterra. Pero quiero estar pulcro para el almuerzo
No puedo quedarme sentado. Las fuerzas se van ago-
tando A tientas me recupero. Otra vez vuelvo a luchar
contra el universo En pie de nuevo. Puerta abierta
Piyama afuera Descalzo. Que se gradúe el agua tibia
No tan caliente pues no soy tan gallina. Eso es: ahora
bajo la ducha ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!
Dulcemente me enjabono También le pongo champú
a mis crespos. Sí El agua es vida que purifica Me seco.
Parte a parte y miembro a miembro ¡Ah! Olvidé jua-
garme la verga No puedo quedarme así Entonces al
agua de nuevo. Toca quitarle las costras suavemente
para que no duela. Este jabón de verbena es mila-
groso Ya está: ¡Muchas gracias Señor de mis desvelos!

Sociología era un Departamento que vivía de


leyendas De un pasado mítico que ocultaba los com-
plejos de grandes señores y damas desposeídas. Eso
fue lo que encontré además de una fuente de dog-
matismo. El pensum de la carrera era como de los
sesenta: repleto de teorías clásicas e inamovibles De

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Fabián Sanabria

combinaciones tipo Bach con Mozart y Beethoven sin


incluir a un Mahler y mucho menos a Vivaldi Dejando
obviamente por fuera toda clase de música contempo-
ránea. Me explico: no sólo existían cursos obligato-
rios de Durkheim con Marx y Weber (estos últimos
diversificados en dos niveles) sino que los profesores
que los dictaban juraban que bajo su cadáver se habla-
ría de pensadores actuales o de seminarios temáticos:
sólo ellos eran los legítimos propietarios del conoci-
miento Los portadores de la antorcha. Simplemente
como ejemplo debo señalar que a Weber i y ii se lo
alternaban entre un señor misógino que ni siquiera
hablaba alemán pero se creía el médium del gran clá-
sico Y un prestidigitador que cuando preparaba sus
exposiciones los mamertos abandonaban el auditorio
extasiados. Ahora bien De Marx ni hablemos: los dos
niveles se los distribuían exclusivamente dos monji-
tas de la misma orden Las herederas del doctor que
nunca se doctoró: Mesa. En primer lugar Su brazo
derecho Clementina Tejeiros Que a su vez era mili-
tante del Opus y exigía que los alumnos le respon-
dieran cual catecúmenos los exámenes marcando con
una x la respuesta correcta… Y en segundo lugar Sor
Teresa de Mantilla Que tras hacer llorar cada semes-
tre a casi todos los primíparos contándoles que ella
alcanzaba orgasmos a las dos de la madrugada subra-
yando a Hegel… Ahora les tocaba seguir su ejemplo
con el barbudo porque si no aprendían las tesis-antí-
tesis y síntesis de El capital Jamás serían dignos de

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¿Profesor?

llamarse sociólogos. En cuanto a los demás colegas


me atrevo a calificarlos recordando la cuadrícula car-
tesiana de Lucila Gaviria El conservadurismo progre-
sista de Eduardo Pérez La placidez estoica de Estela
Jaramillo El conformismo revolucionario de Patricia
Rodríguez La genialidad rocambolesca de los esta-
dísticos Suárez y Reyes El voluntarismo pedagógico
de Manuel Campo La soberbia jesuítica de Enri-
que González La petardez irremediable de Julio Vale-
roso La erudición histórica de Natanael Cipagauta
El sofisticado empirismo de los profesores Uribe y
Laguado El urbanismo ponderado de Rocío Botero
La discreción inglesa de Matilde Restrepo y el fan-
tástico deconstructivismo de su hermano. La ventaja
era que cuando me nombraron director había cinco
plazas para concurso. Entonces me dediqué a cruzar
los dedos deseando que llegaran nuevos obreros dis-
puestos a pintar de otro color la casa. Así se instala-
ron en nuestra tienda el uniandino Iván Salazar El
psicólogo jactancioso de leer a Foucault en traduc-
ciones inglesas Javier Obregón El economista de la
Universidad de Padua Carlo Tognato Y dos perlas de
las que nunca sabré si alguna vez rompieron la ostra:
Mauricio Beltrán y Miguelito Sabanero. Con la vieja
y la nueva guardia —apoyado por Arturo Laguado—
logré renovar la carrera y al final de dos años por lo
menos se hablaba de autores modernos y el dogma se
iba debilitando… Los estudiantes empezaron a reco-
nocer que si querían hacer algo con sus estudios no

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Fabián Sanabria

podían cortarse del mundo ni dejar que las opinio-


nes sociales recayeran en faranduleros como Catrina
Gurizati o Jota Mario. De algún modo intuían que
valía la pena surfear en el ciberespacio.

Bien seco Nuevamente paso al cuarto y junto


al lavamanos tomo el desodorante. Esta vez soy yo
quien vuelve a untarlo. El sudor se ha ido Otra vez
estoy empiyamado Ya no tengo problemas regresando a
la cama. Empecemos a jugar en ella: masaje a la dere-
cha Luego a la izquierda Inmediatamente boca abajo.
¡Qué delicia: benditos los judíos! Ahora sí estoy listo
Prometo que no renegaré Qué venga el almuerzo.
¡Bienvenida señora bandeja! Sopa caliente —una
suerte de sancocho— arroz con verduras Pollo al
horno Papas al vapor y ensalada. De sobremesa jugo
de piña. ¡Delicioso! Con buen apetito me alimento.
¡Qué grato volver a comer! Hoy todo lo he hecho por
cuenta propia. Para estar más juicioso dejo a un lado
la charola Tomo el cable del oxígeno y cual alumno
obediente me lo pongo. Pronto será nuevamente hora
de visitas. ¿Quién vendrá esta vez? Despierto y ya me
faltan… ¿Dónde estarán escondidos mis alumnos?
¿Alguien les habrá avisado? Hacia las tres de la tarde
aparece Alejandro: usa los jeans entubados de siem-
pre Calza zapatillas deportivas y medias impecable-
mente blancas. Luce aquellas camisetas a las que para
mostrar su pecho afeitado les arranca sin piedad el

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¿Profesor?

cuello. Él bien sabe que lo quiero: alguna vez sin cen-


sura intimamos Fuimos como par de amantes fur-
tivos en La Habana Hicimos un trato: a orillas del
mar viviríamos lo que en Bogotá él jamás se permiti-
ría. Acordado y pactado. Una semana de inolvidable
amor tomando mojitos Cenando delicioso Yo foto-
grafiándolo mientras dormía desnudo En seguida
despertando al muy consentido Luego vistiéndo-
nos de blanco para perdernos aquí y allá cual par de
gomelos. ¡Qué recuerdos Cómo decírselos! Él nunca
los podrá negar pues Si alguna vez amor ha sentido
Aquello testifica en su contra. ¿Esta vez de qué con-
versamos? De las novias impresentables que abier-
tamente le reprocho Igual que su cobardía: hay otro
alumno que de Alejandro hace tiempos se ha enamo-
rado Haciéndose el pendejo Por supuesto… También
ha jurado serle fiel a su novia Aclaro. Con El Infan-
tino alguna vez apostamos a que estos dos serían la
pareja perfecta… ¡Qué desgracia: queriéndose como
lo saben Ni siquiera se tutean! Entonces le hablo de la
conciencia del cuerpo Le comento para avergonzarlo
que hoy por mi propia cuenta he orinado y cagado
Además de que me he pajeado. Supongo que el muy
pudoroso se aterra ¡Qué va! ¡De sobra sabe que no
puede censurarme! Que amor Cuerpo y muerte Esos
tres no son sino uno.

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Fabián Sanabria

Durante mi mandato como director de Socio-


logía Todos los viernes participé en un programa lla-
mado un-Análisis. Aunque siempre he detestado
madrugar Nunca le fallé a la emisora run-run A las
siete en punto de la mañana los últimos días hábiles de
cada semana. Aquellas grabaciones me enternecen: por
nuestros micrófonos pasó un sinnúmero de escritores
Pintores Críticos de arte Realizadores de cine Edito-
res Directores de revistas culturales… En compañía
del locutor Guillermo Parada cada ocho días provo-
cábamos a la audiencia. Recuerdo que con la venia de
mi antiguo amigo de Medellín Alberto Patiño —quien
también sería trasladado a la capital y ahora dirigía
unimedios— Durante un Viernes Santo nos inge-
niamos un sermón de «siete palabras paganas» que casi
nos cuesta el puesto. ¡Padre perdónalos porque no saben lo que
hacen! Exclamó Atanasio Moskus dirigiéndose a la gue-
rrilla. Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso fue
una disertación a cargo de un consejero de paz al que
la gente apodaba doctor ternura. Mujer He ahí a tu hijo…
Hijo He ahí a tu madre Recayó en la feminista Florence
Thomas quien habló sobre el aborto. Padre ¿Por qué me has
abandonado? Pronunció sin alivio Marquito Palacio. Tengo
sed le tocó al médico Patarrollo. Todo está consumado fue
la frase de Francisco Sanín —director del Instituto de
Estudios Políticos— Y Padre En tus manos encomiendo mi
espíritu Esa frase la reservé para mí que aquel día cometí
al aire el mayor de mis lapsus.

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¿Profesor?

Al cabo de un rato Alejandro se despide e ingresa


Edgarinos. A este último hace veintidós años que lo
conozco. Es con Carlos-Guillermo Zárrate mi otro
gran hermano. Fabianchito Me dice y Yo a él lo llamo
Edgarinos. ¿Por qué así? Muy sencillo: de estudiante
de Arquitectura él tenía el cabello más hermoso de
todos mis amigos del mundo… Mas un día me visitó
en París sin un pelo. ¿Qué le había pasado? Nada Sim-
plemente los perdió todos. Ante la sorpresa no supe
qué decirle Me acordé de Nosferatu representado por
Klaus Kinsky gimiendo… Ah Ah Ah… Hasta que
tras unos segundos recompuse su nombre y se quedó
Edgar-y-nos. Con él converso sobre los viejos tiem-
pos parisinos Recordamos la vez en que lo llevé a los
seminarios de Pietro Bourdeo y de La Madre Daniela
—así la bautizamos porque tenía voz de generala.
Constatamos que para nosotros aquellos tiempos ya
pasaron Que no volverá a haber maestros como esos
¡Con todo y sus egotismos! Ahora sólo quedan profes
que se dedican a enormes minucias Jamás creadores
ni intelectuales Mucho menos pensadores. Interrum-
piendo la charla le pido que me acompañe al baño a
orinar Él me ayuda a incorporar y a calzar Me lleva de
la mano y ayuda a trastear el tubo del suero —la escena
es de teatro— En este instante abrimos la puerta y
Edgarinos me colabora sacándome el pipí porque las
fuerzas no me dejan —eso a él no le da pena pero si
fuera Alejandro se moriría de miedo— Entonces un

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Fabián Sanabria

magnífico chorro cae del cielo y con esa lluvia dorada


riego de felicidad el mundo: Doux comme le Seigneur du
cèdre et des hysopes Je pisse vers les cieux bruns très haut et très
loin Avec l’assentiment des grands héliotropes.

¿Una vedette? ¿Un sociólogo con talento mediá-


tico? ¿Un profesor deseoso de exhibirse ante el
Espejo de Narciso? Tal vez en todas esas categorías
y en muchas más me convertí por aparecer frecuen-
temente en los medios. Me gané la rabia y envidia de
mis colegas que paulatinamente me lapidaban frente
a sus alumnos. Por supuesto simbólicamente pues en
mi cara siempre sonreían. Lo cierto es que me volví
consultor obligado de temas socioculturales y políti-
cos para numerosas cadenas de radio y televisión Así
como referencia innegable de varios diarios y sema-
narios Obviamente con sus más y sus menos. Reco-
nozco que buena parte de los insultos y felicitaciones
que en la vida me he ganado Se los debo a la puta
pantalla. No obstante como alguna vez dijo Pasolini:
Escandalizar es un derecho y ser escandalizado un placer…
Quien se niega esa gratificación es un moralista y yo no lo soy
Entonces asumo las consecuencias. En cierta ocasión
un amigo Director de un canal Me llamó para que en
mis ratos libres presentara un programa denominado
Generación@ sobre temas juveniles y dirigido exclu-
sivamente a pelaos. ¿Cómo me iba a negar a la sucu-
lenta oportunidad de contemplar casi todas las tardes

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¿Profesor?

en vivo y en directo a los mejores ejemplares de la


carne fresca bogotana? Ni modos. Asumí el reto y me
divertí muchísimo. ¿Me froté con algún entrevistado?
La verdad es que pese a que un presentador seduzca a
sus invitados El mayor goce se obtiene dilatando los
frotamientos. Evidentemente hay excepciones y ries-
gos que vale la pena correr Aunque se disfruta más
retardando la efervescencia.

De nuevo entre este sobre llamado lecho de


enfermo sigo conversando con Edgarinos. Hablamos
de la inutilidad de las ciencias sociales En especial
de la Sociología. ¿De qué sirve decir las constantes y
variables que sin más nos inventamos de la vida aso-
ciativa? ¡Pobre papa Pietro Bourdeo pontificando
que aquello era un deporte de combate! Al menos
Armand Augé lo supo a tiempo y se dedicó a escri-
bir novelas. La pura ficción sí ¡Bendita sea! Sólo en
ella creo. Para mí es más verdadera que la realidad:
por eso redacto esto. Mis colegas jamás lo entende-
rán y seguro me odiarán cuando vean sus reflejos.
Es lo que me ha quedado de ellos. ¿Acaso puedo fal-
sear el modo en que los contemplo? El mundo nos
comprende como un círculo encierra a un punto —
decía Pascal— Nosotros con nuestro pensamiento
podemos comprender aquello que nos comprende
Agregaba el Papa de la Sociología. Cierto. Pero eso
no anula lo que fuimos: acomplejados de señoríos

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Fabián Sanabria

Frustrados desposeídos o En el mejor de los casos


Rebeldes dominados.

El lastre de estudiar las religiones me permitió


convocar a los más connotados estudiosos del fenó-
meno a una Cátedra Manuel Ancízar en el Audito-
rio León de Greiff que congregaría a mil estudiantes
sobre el tema de Creer y Poder hoy. Veo el afiche de
semejante hito que más tarde se transformaría en
portada del bello libro dibujado por mi amigo Edga-
rinos: una nueva carta del Tarot donde aparecen dos
torres gemelas: una de ellas coronada de la estrella de
seis picos La otra de una cruz latina Más dos lobos
que aúllan a la luna. Evidentemente la alusión tiene
que ver con una cierta saturación de las religiones del
libro. Durante dieciséis sábados congregamos a cien-
tos de muchachos para mostrarles cómo se des-regu-
laban creer y poder en las sociedades contemporáneas.
Por pura diplomacia tuve que admitir en la coordi-
nación de la cátedra a la hermana Clementina Tejei-
ros De quien al final me separé irremediablemente
pues la muy astuta militante del Opus y profesora de
Marx pretendía llevarse todos los créditos… ¡Y eso
tampoco! De chévere la había admitido en el grupo
de investigaciones que dirigía —pese a que la monjita
no tenía publicación alguna sobre estudios sociales de
las religiones en la época— ¡Cuánto tuve que apren-
der de ese episodio! Con los días Clementina quería

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¿Profesor?

quedarse con la patente del grupo y todo… Entonces


ni corto ni perezoso pedí que disolviéramos ese con-
cubinato: que ella se quedara observando a rezande-
ros y yo me dedicaría a lo psicodélico. Fue así como
nació el hoy famoso Grupo de Estudios de las Subje-
tividades y Creencias Contemporáneas ( gescco) El
cual felizmente captaría al mayor número de machi-
tos postmodernos.

Tiempo ¡Tiempo! Como dicen en los partidos de


fútbol Se acabó la visita. Edgarinos se despide y esta
noche El Infantino no puede quedarse conmigo:
mañana tiene un parcial en la U con el mismo profe
que años atrás me agarré y tuve que pedirle segundo
calificador para cada uno de mis exámenes. Aspiro
a que Felipe en sus manos corra con mejor suerte
porque de lo contrario nuestra venganza será con-
tundente: como sea seduciremos a su hijo para que
se una a la Orden de los Legionarios del Altísimo…
Ver a Esteban El primogénito de Ignacio Calderón
¡marica! Sería el mejor castigo. No creo que tenga-
mos que acudir a esa medida extrema. Ya de cole-
gas somos bastante amigos y supongo que lo pasado
Pasado. Aquí tengo miedo de quedarme solo Tantas
veces me ha ocurrido y ahora volviendo a ser niño
Así es la vida. La noche ha caído y no recuerdo si
me trajeron cena Siento hambre y sed feroces Debo
nuevamente levantarme Ya sé Voy a morder con gran

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Fabián Sanabria

gusto las frutas y los quesos que me trajo Norita…


¡He ahí la solución! ¿Cómo no lo había pensado?

Mientras dirigía el Departamento de Sociología


habité un monasterio ubicado en la Calle del Sol Muy
cerca de la casa de mis padres en La Candelaria Gra-
cias a la ayuda del colega y amigo Jorge Bula —quien
desde la fundación del Instituto Colombiano para el
Estudio de las Religiones por parte de Ana-María
Urán me conocía. En un apartamento del conjunto
que tiempo atrás había servido de seminario menor y
durante la dictadura de Rojas-Pinilla fuera conocido
como centro de torturas Terminé instalándome con
algunos muebles en compañía de Mitzuko. Aquellos
meses fueron los más deliciosos para el felino: erraba
por los pasillos con el fin de treparse a los techos y
vagabundear con otros gatos del vecindario. A veces
se perdía y me angustiaba terriblemente aunque al
cabo de mis desvelos regresaba cascado después de
los agarrones que seguramente por culpa de alguna
gata había tenido y Tras varios días de encierro Se
reponía y otra vuelta. Así iba y venía Mitzú y yo era
feliz con él consintiéndolo. De pronto entró la tem-
porada de lluvias y el bendito animalito andaba calle-
jeando Supongo que perdió el rastro… Entonces
tuve que acudir a una indiecita del Putumayo para
que con pases mágicos lo reorientara —eso creo
que también lo escribí en otro lado. He ahí mi dicha

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¿Profesor?

conviviendo con un gato y laborando en la Pontificia


Universidad Nacional de Colombia. Al final de mi
mandato recibí una invitación para ser profesor de la
Cátedra de Estudios Colombianos Antonio Nariño
en la Universidad de la Sorbona. ¡Me alegró la noti-
cia! Me preparé con todas las de la ley Saqué la visa y
los permisos y alquilé un apartaestudio en el último
piso de un viejo edificio en el Boulevard Raspail en
París Desde donde contemplaría el universo. ¿Qué
me quedó de aquello? Un documental que en home-
naje al filósofo Jacques Derrida realicé en compa-
ñía de mis bellos doctorandos de allá Titulado Dar la
muerte —sobre el imperdonable perdón colombiano.
¡Ah! Y una cosa banal Claro: la cuenta corriente que
en un banco francés —gracias al magnífico sueldo
que por aquel semestre me pagaron— logré abrir y
todavía conservo.

La noche avanza e imágenes trasnochadas me


desvelan. Así suele ocurrir No puedo conciliar el
sueño. Ahora transpiro como un caballo Empiezo a
temblar Necesito más cobijas. Tirito cual Gauchito
recién bañado: eso jamás se lo he hecho. El Infantino
sí Ni corto ni perezoso. Una vez lo agarró por haberse
orinado y De una a la bañera Aunque chillara. ¡Pobre-
cito! El felino lloraba Pero de a poco se fue amol-
dando hasta que Felipe le puso champú y dulcemente
lo consolaba… En seguida tuvo que secarlo y ponerlo

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Fabián Sanabria

al sol para que todo se arreglara. Yo en cambio aquí


no tengo quien me arrulle ni mime Ahora la fiebre
aumenta Me duele la cabeza —cosa que rara vez
acontece— Siento que estalla Voy a tener que llamar
a la enfermera. Toco el timbre Me desespero Nadie
llega ¡Maldición! Marlene no está y de pronto apa-
rece una monja: me regaña por tanto escándalo Pre-
gunta qué pasa Me dice que debo tener paciencia
Que hoy apenas hay ocho auxiliares en toda la clínica
Que pronto vendrá alguien en mi auxilio. Al cabo de
quince minutos infernales aparece una señora igual
de regañona Me tira un calmante y a regañadien-
tes sirve agua apagando las luces Pero deja la puerta
abierta. ¡Malparida! Lo olvidaba: cada vez que están
enfurecidas las putas matronas dejan la puerta de par
en par Lo mismo que cuando tengo visitas. No tienen
la más mínima consideración El sentido de la privaci-
dad ni les importa. Me toca incorporarme Renegar de
nuevo y en voz alta maldecir a la estúpida que desde
el pasillo me escucha Se devuelve Le digo que no deje
la puerta abierta Yo la cierro Le digo que mañana me
voy a quejar con su superiora Me dice que ella es la
jefe Entonces no me queda otra que afirmar: —¡Mal-
dito cristianismo! Eso sí le duele a la condenada. Len-
tamente tomo el agua y el anhelado calmante Apago
las luces y al lecho judío regreso.

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¿Profesor?

De profesor invitado en la Ciudad Luz de Sole-


dades me reencontré con Atanasio Moskus. Asistí a
la entrega del doctorado Honoris Causa que con toda
pompa le diera el Instituto Parisino de Estudios Polí-
ticos. Recuerdo la frase inicial de su discurso: Si en
vez de recibir de parte de ustedes un título… ¿Qué pasaría si
más bien me enviaran a la cárcel? Era la época de viejos
y nuevos bananeos entre el Gobierno colombiano y
la guerrilla… Las frases de Atanasio no dejaban de
tener connotación política. Entonces me preguntaba:
—¿Será que este hombre es tan calculador y su inta-
chable humildad reviste una capa de soberbia? No
Eso no podía ser. El profesor Moskus era de lo más
comprometido con el país Aún recibiendo el máximo
galardón académico. En esas lo saludé y él me estre-
chó la mano Me dijo que en Bogotá nos encontrá-
ramos. Yo le obsequié mi último libro indicándole
que mi estadía concluía y tenía que regresar a Bogotá
de urgencias. ¡Muy cierto! Pese a que mamá durante
aquel tiempo había callado Me entraron unas terribles
palpitaciones de que la encontraría enferma.

Durante dos horas medio concilio el sueño. Un


ataque de tos me despierta Escupo reverendas flemas
Debe ser tan fuerte mi quejido que sin tocar el timbre
aparecen médico y enfermeras… En medio veo al her-
moso doctor samario cuya belleza me calma. Ordena
que me quiten la bata y con su fonendoscopio me

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Book - PROFESOR.indb 291 1/17/13 2:42 PM


Fabián Sanabria

examina Siento que me ahogo Inmediatamente pide


que traigan oxígeno. ¡Una mascarilla! Mientras tanto
las enfermeras corren a buscarlo Yo entre sus robus-
tos brazos me quedo. Al fin llegan con la pipeta Casi
ni respiro Justo a tiempo el aire retorna. ¡Cómo dia-
blos habré recaído! Lentamente vuelvo en mí Mañana
tendrán que revisar minuciosamente mis pulmones.

Un martes —a las dieciséis horas— aterricé en


el congestionado aeropuerto de Bogotá y cual relám-
pago me dirigí a la casa paterna. Dejé la maleta tirada
como pude pues ahora sabía que mamá estaba grave
Muy enferma. Durante toda mi estadía en Francia ella
no me pintó el más mínimo signo La menor palabra.
Simplemente acudió solita al médico Se hartó de los
jijuemil exámenes Siguió tomando pepas homeopáti-
cas. Papá tampoco decía gran cosa cada vez que lo
llamaba. Sólo cuidaban religiosamente a mi gato Mit-
zuko Y punto. ¡Qué barbaridad: sabían que aquel era
el hijo que jamás podría darles! Una vez la tuve al
frente Le tomé la tensión y el pulso Ella sin más ago-
nizaba… Inmediatamente traté de vestirla y llamar
una ambulancia Era inútil. En Colombia más vale
quedarse en casa que acudir de emergencia a una clí-
nica. Entonces no tuve más remedio que sostenerla
en mis brazos La noche caía y nadie acudiría en nues-
tro auxilio. Así transcurrieron incontables minutos A
lo mejor un par de horas. Lo cierto es que entrada

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¿Profesor?

la noche mamá suspiró en mis brazos… ¡Fallecía!


En un mismo gesto debí honrar y eliminar Fungir
de sacerdote y médico. Me tranquilicé Llamé a mis
mejores amigos A los de siempre: a Jaime González
A Carlos-Guillermo A Edgarinos A Leonor Agui-
lar y a Nico Morales. Ellos me ayudaron con todos
los preparativos: el papeleo que seguía La sala de
velación Los pormenores de las exequias en la igle-
sia de La Porciúncula. Indudablemente en el entierro
todos mis colegas me acompañaron Allí se perdo-
naron y olvidaron cualquier clase de diferencias De
algún modo el muchachito jefe era su hijo. La suerte
estaba echada. En medio del trauma me correspondió
ir a vivir con papá e instalarme en su cuarto y estar
pendiente de él en todo lo posible Aguantarme sus
chocheras sometiéndolo a la dieta prescrita Cuando
comprobé los absurdos consejos de las nutricionistas
Esa otra tortura: ¡qué carajos! A comer y a beber lo
que se le antojara. Contraté de tiempo completo a una
matrona para que de él se ocupara y sabiamente lo
consintiera. Muy recomendada llegó como caída del
cielo Edilma Liévano a casa. Ella sería mi brazo dere-
cho durante los seis meses de idas y venidas a control
donde los médicos mientras yo seguía dirigiendo el
condenado Departamento de Sociología: que esto y
aquello Que los desayunos dietéticos Que por hoy un
almuerzo con más proteína Que las cenas de verdu-
ras Que los ejercicios y las terapias Que los paseos al
parque y la media vuelta a la manzana Que a ver las

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Fabián Sanabria

telenovelas así don Juan se sobrepasara Hasta que las


fuerzas le flaquearon. Por más teatro que le improvi-
sáramos resultaba imposible ocultarle que le faltaba
su ser más querido: la mujer de su vida.

En toda clínica dan de alta por dos razones: por


curación o por próximo fallecimiento. Ese fue el caso
de papá cuando en compañía de Edilma y Edgari-
nos me tocó sacarlo tras un mes de estar interno en la
Shaio: cuando ya no pudieron sacarnos más plata…
Hasta luego. ¿Me van a demandar señores que con
total ramplonería atendieron al vicepresidente de la
República? ¡Adelante! Yo ratificaré lo que escribo:
esta es una ficción y ustedes quedarán para siempre
como unos hijueputas. Volviendo a mis cabales veo a
mi padre —que siempre fue un abuelo— agonizante
saliendo de la clínica La cual por pura coincidencia
es vecina de Caracol Televisión ¡Para que vean! Des-
pués de mil gestiones burocráticas en una ambulancia
por el mundo lo transporto Llegamos a nuestra casa
de La Candelaria y con la ayuda de Edgarinos en su
cama queda instalado. Muy pronto a sus pies dormi-
rán Igorino y Ambrosio Los dos gatos que lo amaban.
Desde el patio se siente revolotear a Mufasa El conejo
semental de la cofradía. Papá respira sereno ¡Cuánto
quisiera darle de comer! Dicen que lo mataría. Toca
que pase esa maldita soya que lo alimenta Muy pronto
cae la noche y decidimos que suene su música: Silva y

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¿Profesor?

Villalba entonando Arre torito bravo… El tiempo pere-


zoso transcurre y a las dos de la madrugada llega Her-
nando Salcedo Habla con don Juan Lo examina Le
da unas esencias florales Luego me llama temeroso
Presto acudo Tomo al abuelo en mis brazos Pido a
todos que salgan y con él hasta el amanecer me quedo.
Hacia las seis de la mañana mi padre me aprieta el
brazo Me sacudo Lo acaricio Sonrío y él suspira entre-
gándose a la hermana muerte sin miedo.

Seis meses después de fallecer mamá tuve que


asistir a otras exequias. Esta vez en la capilla de la
Universidad Nacional —nuevamente rodeado de mis
colegas. Una misa fofa en la que felizmente Mauricio
Nasi tocaba el órgano. Para compensar la rutina leí
un texto de Shakespeare: somos banquete de gusa-
nos. Antes de cargar el féretro rumbo al crematorio
recibí un abrazo inesperado: era de H El protago-
nista de mi primera novela. Luego abordé un vehí-
culo en compañía de mis amigos —esta vez presente
como nunca Lukas Jaramillo. En el Cementerio de
Chapinero mientras entregábamos el cuerpo de papá
En lugar de rito había una mujer gritando Que pase el
siguiente… Por irreverente me puse a insultarla y dos
profesores me calmaron. Nos informaron que ocho
días después nos entregarían las cenizas. Así ocu-
rrió cuando me descubrí íngrimo: estaba en una casa
enorme y apenas rodeado de un conejo y tres gatos.

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Fabián Sanabria

De pronto caí en cuenta de que hacía días no veía a


Igorino ni a Ambrosio. ¡Habían desaparecido! Sólo
sentí el chillido de Mufasa El conejo de papá que se
lo estaban comiendo los gusanos. Sin dudar lo tomé
en mis brazos e inmediatamente me dispuse a sacri-
ficarlo. En seguida supe que no tenía a nadie Salvo al
adorado Mitzuko. No obstante pronto sería Navidad
y quería viajar Cruzar nuevamente el Atlántico… A
un par de amigos encomendé mi felino.

Una nueva mañana despunta. ¡Aleluya! El Infan-


tino llega. Con un delicioso desayuno me entrega las
gafas de sol que necesitaba Y cual actor que concursa
en Cannes me las pongo y así disfrazado tomo jugo
de naranja Café con leche y pan con mermelada. Tam-
bién devoro el huevo frito que contiene otro plato. Él
se alegra Le pregunto por mi computador Me dice que
todavía no me lo trae para que no me distraiga Le digo
que es el colmo Que cuanto antes lo necesito. Era una
broma: de un maletín lo saca. —¿Y qué pasó con el
iPhone? Me dice que se dañó porque él no sabía el
código Que tendré que quedar incomunicado hasta
cuando salga de la clínica y alguien lo arregle. Vaya…
Ni modos. Sin aguantarme las ganas enciendo el Mac-
book tratando de buscar alguna red de Internet y nada.
¡Qué desgracia! En Nuestra Señora de la Magdalena
por puro ahorro le niegan el ciberespacio a los pacien-
tes. Tengo que conformarme con el mal de archivo.

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¿Profesor?

Desde que fallecieron mis padres empecé a pasar


navidades en compañía de Hélène y Michel Maffe-
soli. El invierno parisino me encantaba La ciudad se
vestía de colores Era todo un rito: con la mujer y las
hijas de Michel compartía espléndidos regalos Pero
antes un poco de religión resultaba necesaria. Salía-
mos a recorrer iglesias para captar fragmentos de las
fulgurantes misas de gallo: pasábamos por donde los
integristas Luego nos asomábamos donde los orto-
doxos y a veces descendíamos hasta Nôtre-Dame.
En seguida volvíamos a atravesar El Sena para reto-
mar el Boulevard Saint-Michel y ascender por la Rue
Saint-Jacques ¡Majestuoso! Concluíamos el recorrido
en Saint-Étienne du Mont cantando Adeste fideles y
otros villancicos. Ahora sí a la casa porque el des-
tape de obsequios no daba espera. Aplausos de feli-
citación y más abrazos. ¡A la mesa! De entrada caviar
y salmón Luego fois gras de la casa acompañado de
un vaso de soternes En seguida la dinde que llaman…
Varias botellas de champagne y de sauvignon se descor-
chaban. Florecida aparecía Madame la ensalada y no
sé cuántas clases de quesos Después los postres y
una copa de cognac o de calvados para continuar con el
hueco normando. Al amanecer me despedía de ellos
Llamaba un taxi y regresaba al hotel donde me alo-
jaba. Generalmente me reencontraba con amigos Los
días pasaban Me compraba otro abrigo de cachemira

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Fabián Sanabria

Aspiraba el frío de las mañanas Desayunaba en Saint-


Germain-des-Près así dijeras tú que quedaba en ban-
carrota… Entonces me acordaba de Mitzuko y sabía
que debía regresar porque Pablo y Esteban estaban
muy inquietos.

Tras desayunar me quejo de la comida de hos-


pital Al Infantino le pido que para el almuerzo me
traiga un plato de contrabando. ¡Un ajiaco: me muero
por uno verdadero! Él se rasca la cabeza ante seme-
jante pedido. Yo le digo que en Sopas de mamá y pos-
tres de la abuela puede conseguirlo. ¡Qué pereza! Le
recuerdo el que tomamos en Casa Vieja el día de mi
hospitalización Me asegura que en los alrededores
de la clínica ni de fundas se consigue uno parecido
Le suplico que haga el intento. Después le pregunto
cómo le ha ido con las cuentas Me dice que no ha gas-
tado gran cosa Le ordeno que saque bastante plata:
—Está bien ¡Perdóname! Haz como puedas que bien
sé cuánto me quieres.

Efectivamente mi felino arisco a Pablo y a


Esteban se les había escapado. Según ellos De vez
en cuando se asomaba. Obvio: sintió que un par de
extraños le invadieron el espacio. Pero ¿cómo iba
yo a saber si lo que hice fue pensar en el bienestar
de Mitzuko? Tan pronto aterricé y antes de que se

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¿Profesor?

armara la de Cristo es Dios Mis amigos decidieron


marcharse. Me juraron que sólo así el gato regresa-
ría Que él tenía un olfato de miedo. Les agradecí en
todo caso Me despedí de ellos Estaba muy cansado.
No obstante hacia las cuatro de la mañana me des-
pertó una pesadilla: Mitzú deambulaba por el barrio
Las Cruces y yo debía ir a su encuentro… A esa hora
helada me levanté y poniéndome el abrigo que traje de
París fui a buscarlo: ¡Chico Michico Michico! En vano lo
llamaba… Regresé a casa Volví a acostarme Traté de
conciliar el sueño. Hacia las seis de la mañana me des-
pertó un sartaral de moscas que zumbaban alrededor
de mi cuarto: el animalito apareció envenenado. Al
sentirme por ahí Vino a morir en pleno patio. Obvia-
mente amortajé su cuerpo Lo velé junto a un árbol
Llamé a algunos amigos para que me acompañaran
en ese funeral felino: Edgarinos Lukas y Constanza
Fletscher. Con ellos dije adiós a mi gato consentido.
Derramé todas las lágrimas que desde las exequias
de mis padres tenía acumuladas Y comencé un texto
que concluiría a orillas del mar en su memoria: «Entre
Beckett y Lacan: cesar de no escribirse» (Ficciones Socia-
les Contemporáneas).

Olvidé preguntarle a Felipe por Gaucho. ¿Cómo


estará mi gato? Me queda una terrible inquietud sobre
él. ¿Será que por esta maldita tuberculosis me lo
quitan? Que no es tuberculosis sino neumonía atípica.

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Fabián Sanabria

¡Eso! Pero ¿será que me separan del felino de mi ado-


ración? No lo creo. Tendré que hacerle esa consulta
al doctor Chaparro. Entre tanto me cubro íntegro
Vuelvo a hacer pereza e imagino que Gauchito está
conmigo: apenas se deja acariciar y besar los bigotes
A ese cachorro sólo le importa el sexo Frotarse en mis
brazos una y otra vez dejándome empapado. ¡Y no se
conforma con un sólo polvo! Quiere varios pues es
un animal tan arrecho como su amo. Precisamente
por eso lo quiero. Como alguna vez diría Samuel Bec-
kett: El amor es tan sólo frotamientos.

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XII

La emisora run-run me invitó a cubrir el Primer


Festival Internacional de Literatura realizado en Car-
tagena. Alquilé para ello un cuarto frente al Parque
Centenario. Desde allí veía montones de iguanas Ca-
sas destruidas que me transportaban a La Habana: a
esa magnífica ciudad corroída. Me imaginaba en un
hotel decadente repasando tardes delirantes y bebien-
do mojito Comenzando un nuevo año académico en
medio de apagones Devorando suculentas cenas tras
la locura frenética de montar en guagua Creía delirar
en medio de noches clandestinas aspirando el aire del
malecón podrido. De pronto sonaba el teléfono y era
Rocío Botero que quería pasarme al profesor Mos-
kus: —Fabián Buenas noches. Perdone que sea tan di-
recto… En el equipo de Visionarios quisiéramos que
usted formara parte de nuestra lista al Senado. ¿Le in-
teresa? Durante algunos segundos quedé estupefacto
Pero en seguida respondí: —Muchas gracias Atanasio.
Me honra su confianza. No esperaba ese reto en vís-
peras de mi cumpleaños. Mañana lo estaré celebran-
do en la isla de San Pedro de Majagua. ¿Qué puedo

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Fabián Sanabria

responderle? ¡Acepto! Desde ese instante se me al-


teró el sueño. Di mil vueltas en la cama y la mañana
siguiente me atrapó desvelado. Dicen que las mayo-
res decisiones sólo emplean unos segundos. Tras ha-
cer pereza tomé un baño prolongado Desayuné en la
Plaza de Santo Domingo y me dirigí hacia la sede del
festival literario. Como corresponsal de la radio uni-
versitaria mi trabajo consistía en seguir al ensayista
Fernando Savater adonde fuera. Registré su lánguida
conferencia La transmití en directo y partí con su co-
mitiva rumbo a un barrio marginado. Allí numerosos
fotógrafos disparaban sus cámaras Los espectadores
se sentían conmovidos: era apostólico ver al filóso-
fo de moda enseñar a leer y escribir a unos niños.
Horas después encontré su foto en los periódicos…
«Durante una semana se calló el bullicio en Cartagena
cediéndole el paso a la cultura» Titularon los diarios.
«La gente corriente se topó con Gabo Laura Restre-
po Daniel Samper Jorge Franco Óscar Collazos y cla-
ro está con Savater El intelectual preferido del señor
Presidente». Por supuesto nadie comentaba que tan
connotados escritores se habían comportado como
políticos.

Ahora no me dé la comunión Hermana. No soy


digno de que entres en mi casa… Le repito a la monja que
vuelve e insiste como si yo fuera tierra de misión o no
sé qué diablos. La verdad es que no voy a volver a caer

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¿Profesor?

en esa trampa. Bien sé que en breve viene el desayuno


y además por culpa del Cuerpo de Cristo de la otra
vez me está saliendo un herpes en el labio. He ahí lo
que uno gana con tanta promiscuidad Debería seguir
el consejo de Felipe y convertirme al budismo.

Tras haber aceptado lanzarme a la política cambié


de idilio. De momento negaba el cúmulo de implicacio-
nes: estaba despidiéndome temporalmente del magis-
terio Abandonaba algunos privilegios Desafiaba la ira
de mis colegas Me convertía en motivo de risa Sería
signo de vergüenza. Y todo por un absurdo. Renunciar
temporalmente a la Universidad era mi mayor sacrifi-
cio. Lógicamente me llamarían oportunista Mentiroso
Neoliberal Lagarto Vendido. Para muchos había trai-
cionado la causa. De acuerdo: rasgaba el telón de la Aca-
demia. Pero no me avergonzaba. Diez años atrás había
profesado y ahora lo abandonaba todo. Me atraían las
situaciones azarosas Ejercitarme en la ruleta rusa. Me
sentía aburrido del mismo teatro Quería alejarme de
las aulas de clase Podían llamarme desertor Apóstata.
Todo maestro aguarda una pensión y eso me aterraba.
Divagaba Alteraba mi rumbo. ¿Estaba listo o irrum-
pía ciego? De algún modo lamentaba profanar la voca-
ción Entregarme a las pasiones políticas. ¿Entonces
culpaba al absurdo? Abandoné irreverente el escenario.
¿Enmarcaría un nuevo idilio? Permuté el juego Reem-
placé las fichas Me candidaticé al Senado. ¿Cambiaría

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Fabián Sanabria

de identidad? Para nada. ¿Iría rumbo a peor? Ahora


figuraba en las listas de un partido y estaba dispuesto
a defender cuatro consignas: 1) Nacer dignamente. Es
decir Despenalización total del aborto. 2) Creer digna-
mente. Traduzco: convocatoria abierta a todas las reli-
giones jurídicamente reconocidas para formar maestros
capaces de enseñar ética A ver si en cuatro generacio-
nes legalizábamos a Colombia. 3) Amar dignamente. O
sea Pacto Civil de Solidaridad con posibilidad de adop-
ción de niños para las parejas del mismo sexo. Y 4)
Morir dignamente. Dicho de otro modo: propagación
de un debate cultural para adecuar estéticamente clíni-
cas y centros de salud a fin de aliviar a los pacientes ter-
minales y permitir que numerosos enfermos pudiesen
concluir su vida en condiciones humanas. Con seme-
jantes propuestas en un país tan godo ¿Nos elegirían?

Esculcando las gavetas del armario encuentro


una revista de farándula que llevo a la cama. Al final
de cientos de fotos encuentro mi horóscopo. Discre-
tamente lo leo: «Buena época para evaluar el rumbo
de su vida y darle apropiado valor a cada situación.
Debe revisar experiencias y abandonar actividades
que le permitan lograr lo que ansía. Si no renuncia
a algo No podrá alcanzar lo que quiere pues carga
un fardo que se opone a su progreso. Que el servicio
y la espiritualidad guíen sus acciones De lo contra-
rio se sentirá ajeno a sí mismo ingresando a estados

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¿Profesor?

de dependencia. Hay cadenas sutiles y circunstan-


cias insostenibles. La liberación es interior». Según
el Tarot del Caminante Semejante acertijo me depara
el destino. Por supuesto me avergüenza la expresión
«liberación interior» tanto como ingresar a «estados
de dependencia» O enfrentar «circunstancias insos-
tenibles». Siento ganas de cambiar de oficio Como
cuando integré espontáneamente la lista de los Visio-
narios sin el menor chance de ser elegido. ¿Qué demo-
nios me atrae? ¿Por qué sigo queriendo saltar al vacío
como si todas las razones del mundo no bastaran?

Durante mi primer día como candidato pro-


gramé la radio para que me despertara a las seis de
la mañana. Eso nunca ocurrió Me quedé retozando.
De golpe creí ver a Mitzuko enroscado: cada ama-
necer llegaba acezando Se arrunchaba a mis pies y
de allí era un crimen levantarlo. Mi gato primogé-
nito daba envidia No se preocupaba de nada. En él
se cumplía el proverbio evangélico que reza: A cada
día su propio afán. Le bastaba bostezar para obtener ali-
mento Aunque sus gestos significaran deseos con-
trarios: hambre Sed Pereza Cansancio Ganas de huir
De joder la vida. Entonces caí en la cuenta de que
mi felino era un espectro Me levanté y de un salto
alcancé el baño. Con afán me cepillé los dientes al
tiempo que traté de afeitarme. Por acelerado me corté
y un chorro de sangre manaba de mis labios. ¡Qué

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Fabián Sanabria

desgracia! ¿Cómo diablos iba a detenerlo? Tenía que


ducharme pues el tiempo apremiaba. Debí desayunar
lentamente porque la sangre no cesaba. Al rato salí
a buscar un taxi con un pañuelo en la boca… Feliz-
mente un conductor se detuvo. La Circunvalar fue
una excelente ruta para atravesar la ciudad y en diez
minutos alcanzar mi reunión absurda. La composi-
ción del lugar así lo indicaba: el tablero ambulante
Los marcadores de agua Numerosos cubículos Las
sillas de ong que mejor cuadraban en una empresa de
supernumerarios. Rodeando varias mesas —en rec-
tángulo— nos hallábamos los aspirantes. Los caba-
lleros —salvo yo— soportando la asfixia de llevar
corbata anaranjada. Las damas sometidas a la tortura
de calzar zapatos puntiagudos. La condenada reunión
era un desayuno de trabajo. En cada mesa había crois-
sants Jugos de naranja y cafés negros rigurosamente
servidos. Contagiándonos su entusiasmo otro aspi-
rante concluía: —Estamos aquí porque conforma-
mos un equipo único Nuestra meta es un millón de
votos. Vamos a desarrollar una excelente campaña
pedagógica A demostrarle al país que podemos cons-
truir una gran pirámide zanahoria. De ahora en ade-
lante cuanto hagamos suma: todos ponemos y todos
tomamos.

Una enfermera que entra a monitorear mi cuarto


lleva un walkman y pese a los audífonos que tiene

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¿Profesor?

puestos identifico la melodía: Bajo la penumbra de un


farol Se dormirán Todas las cosas que quedaron por decir Se
dormirán… Junto a las manillas de un reloj Esperarán Todas
las horas que quedaron por vivir Esperarán… Todas las pro-
mesas de mi amor se irán contigo Me olvidarás… Junto a la
estación no lloraré igual que un niño Porque te vas… Indiscu-
tiblemente pienso en la película Cría cuervos de Carlos
Saura y exclamo: —Eso es lo que hacen los alumnos
con uno: si no nos sacan los ojos ¡Se largan!

La lista de aspirantes al Senado por el Partido


Visionario estaba conformada por un grupo bastante
ecuménico: el economista Salomón Kalmanovich que
a todo el mundo conmovía llevando un atuendo de
desposeído El periodista Hernando López-Buendía
disfrazado de Quijote ambulante El historiador Juan-
Carlos Rosas rodando por Bogotá en bicicleta El abo-
gado Manuel Martínez que observaba cual inquisidor
mis transgresiones La doctora María-Teresa García
cuyos ojos se entristecían cuando el profesor Moskus
nos pedía dramatizar el catecismo ciudadano La
socióloga Carlina Daza con su actitud positiva hacia
las negritudes El profesor Germán Valero y su com-
promiso con los reinsertados El arquitecto Ricardo
Moctezuma cuya mirada se perdía en medio del trans-
porte público El suscrito iconoclasta de éste y otros
idilios El administrador Julio Flores contabilizando
minuciosamente los fondos de la campaña Y el galán

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de telenovelas Nicolás Monterroso con su inigualable


carisma farandulero. De los aspirantes a la Cámara de
Representantes sólo alcancé a retener la timidez de
José Fernando Serrano La lucidez de Paula Quiño-
nes y la gracia de tres antiguos alcaldes menores —
todos ellos doctores chapatines— que se vanagloriaban
de haber contribuido a «recuperar espacio público»
aplicando con todas las de la ley la infalible fórmula
del garrote y la zanahoria.

¡Tengo mucha hambre y me muero por un ajiaco!


Nuevamente le digo al Infantino que haciéndose el de
la vista gorda me lleva la cuerda.

Felizmente llegó la noche de nuestra presenta-


ción en sociedad Como dicen en la Costa. En calidad
de aspirantes al Congreso de la República nos congre-
gamos en la Plaza de Bolívar —frente al lamentable-
mente reconstruido Palacio de Justicia— a jugar con
espejos. La idea consistía en «tirar al blanco». Debía-
mos apuntarle a la frase santanderista: «las leyes os
darán libertad». Mientras tanto potentes reflecto-
res nos iluminarían Atanasio Moskus proclamaría
un par de frases del Génesis Numerosos periodistas
nos rodearían y a nuestras espaldas una carpa zana-
horia nos envolvería cuando un conjunto vallenato
entonara al ritmo de «La Piragua»: «El derecho a la

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¿Profesor?

vida es inviolable… No habrá pena de muerte». Al


día siguiente el lanzamiento de los Visionarios sería
registrado en la segunda página de El Tiempo. La tele-
visión comentaría nuestra osada aparición junto a los
chismes de las notas secretas y tanto colegas como
alumnos empezarían a deprimirse. Lo escrito estaba
hecho y ya no había marcha atrás. En adelante segui-
rían nuevos espectáculos Más impactos mediáticos
Otras entrevistas ligeras Una convención de copar-
tidarios para organizar toda la logística y sobre todo
un entrenamiento catequético porque con propuestas
como las mías de nacer Creer Amar y morir digna-
mente… Sin duda alguna perderíamos votos.

A un delicioso ajiaco sólo lo compensa la Blan-


quette de veau Mi plato francés preferido. Incluso siendo
humilde puedo consolarme con un pusandao o ahí está
Con una Bandeja vallecaucana. Pero con nada más A
menos que de sobremesa me traigan una lulada. Ahora
paso saliva y no sé si Felipe me toma en serio. Creo
que le da jartera tener que buscar el bendito ajiaco.
En esas ingresan dos amigos: Pablo y Juan a hacerme
visita. Me encuentran anonadado Les digo que siento
mucha pena Que sólo deseo un ajiaco… Ellos prome-
ten ir a buscarlo Entonces me pongo contento Se des-
piden y abandonan la escena.

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Fabián Sanabria

Un triángulo zanahoria en el cual debía leerse


con tinta negra la palabra art 11 (gracias a la conjun-
ción de otros triángulos más pequeños Resaltando el
segundo una suerte de vientre embarazado y soste-
niendo el tercero una especie de telescopio para des-
embocar en el número mágico de nuestro sino que a
su vez hacía referencia al artículo que consagraba el
derecho a la vida como inviolable Porque se suponía
que en Colombia no existe la pena de muerte) Tal era
el logotipo que paulatinamente se transformaba en
tetraedro hasta culminar en un casco llamado tricor-
nio que —sin calcular el oso cósmico— durante la
campaña identificaría a los Visionarios. Por supuesto
ese signo no lo entendía ni Chomsky y a pesar del
esfuerzo por hacerle ver semejante simpleza a Atana-
sio Moskus Él se obstinaba argumentando que cada
quien podía interpretar algo nuevo en nuestro estan-
darte: la vida como el don más sagrado. Obedien-
tes sus discípulos en adelante lo portaríamos Y en
solemne ceremonia en un sardinel cercano a corfe-
rias seríamos consagrados: a cada candidato el pro-
fesor Moskus le entregaría su tricornio Un espejo y
una zanahoria ¡He ahí nuestras armas! Con ellas se
suponía que conquistaríamos miles de votos. A mí
no me hacía tanta mella salir a la calle coronado con
el objeto que luego denominé «Casco de Mambrino»
Pero al doctor Kalmanovich y a Tita García tener
que ponerse ese bendito gorro Visiblemente los abru-
maba. Sin embargo la mitra había que llevarla y como

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¿Profesor?

el Karma es una cadena de causas y efectos Era dema-


siado tarde para reversar la empresa lanzada.

Al cabo de dos horas —cuando he devuelto el


almuerzo de la clínica— Pablo y Juan aparecen con
un simple caldo de pollo. Sin mirarlos les agradezco
y pido que se retiren. Ante El Infantino me desco-
yunto. Traduzco: retuerzo boca y manos de ira Quiero
lanzar la condenada sopa por la ventana: —¡Maldita
sea! ¿Cómo es que a un pobre enfermo el ser más
amado no lo complace? Felipe trata de calmarme Lo
único que se le ocurre decir es: —Tómatelo mi amor
y deja de joder que a todas luces ya estás recuperado.

Evidentemente la campaña política era un beren-


jenal. Se requerían comités de prensa Programáticos
Económicos Técnicos… Toda una logística que debía
funcionar suficientemente articulada. Pero esas cosas
costaban y nuestro mayor problema era la falta de
dinero. Además debíamos vigilar muy atentamente
los fondos provenientes de donantes para que no nos
fuera a entrar plata mal habida. Entonces alquilamos
una casa cercana a la Avenida de Chile como sede
Contratamos una agencia de comunicaciones para
que lograra el más efectivo contacto de los candidatos
con los medios Conformamos numerosos combos
con estudiantes voluntarios de la capital y del resto

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Fabián Sanabria

del país y En un abrir y cerrar de ojos Los Visionarios


surgíamos ante la opinión pública. En esos prepara-
tivos conocí a la doctora María-Isabel Peña Nuestra
directora de campaña. Era una mujer demasiado ace-
lerada que se jactaba de cargar con el peso de más
de cien investigaciones disciplinarias Desafortunada-
mente ganadas por no dejarse intimidar de los corrup-
tos y haber estado siempre dispuesta a luchar contra
todo tipo de atajos. Ante ella presentaría el capitán
de los aspirantes al Senado los fundamentos de nues-
tra agenda legislativa Los cuales serían los capítulos y
versículos del «sagrado catecismo» para evitar figura-
ciones individuales porque se suponía que éramos un
equipo que sin dudarlo dos veces debía actuar como
bancada. Nuestro partido no proponía nuevas leyes
sino reducir las existentes La verborrea legislativa que
cada cuatro años prometían los profesionales de la
política nos aterraba. Según Visionarios se requerían
pocas normas que fueran simplemente comprensi-
bles. Conscientes nos declarábamos del enorme des-
equilibrio entre poderes tras la inicua aprobación de
la reelección inmediata del mandarín de turno del
último Gobierno. Por tanto había que reestablecer
la armonía entre el Ejecutivo La Rama Legislativa
y la Judicial. Además considerábamos que las leyes
eran más fuertes si se nutrían de diferentes tradicio-
nes. En ese sentido abogábamos por el pluralismo
y la tolerancia Y exigíamos a quienes nos apoyaran
que fueran ciudadanos co-responsables Es decir que

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¿Profesor?

estuvieran dispuestos a ejercer control político sobre


sus representantes para que periódicamente les mos-
tráramos resultados respetando al máximo los proce-
dimientos legales. Con esos principios programamos
nuestra Misión Zanahoria. El siguiente martes —
habiendo inscrito oficialmente nuestras candidaturas
ante la Registraduría— los Visionarios nos presen-
taríamos en el aeropuerto de Bogotá convocando a
los medios Muy dispuestos a emprender una aven-
tura titulada: «Colombia legal por las buenas». Junto
a los counters de las aerolíneas nos ubicaríamos en dos
filas: aspirantes a la Cámara frente a futuros senado-
res llevando todos corbatas o bufandas zanahorias.
Los once soñadores representantes intercambiarían
equipajes con los once idealistas padres de la patria: al
interior debía haber broches zanahorios para pegar en
las solapas de miles de chaquetas y publicidad mini-
malista en forma de triángulo con el bendito logo que
contuviera los fundamentos de nuestra agenda legis-
lativa. La idea consistía en embarcarnos de a dos en
dos tras recibir el abrazo de nuestro maestro Rumbo
a once ciudades distintas Con el ánimo de repar-
tir en el centro cultural más representativo de cada
destino nuestras «armas» y conceder allí una rueda
de prensa a fin de «zanahorizar» a los colombianos.
Dicho de otro modo La misión buscaba proclamar la
importancia de des-narco-para-politizar en el menor

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Fabián Sanabria

tiempo posible al país Pues de lo contrario corría-


mos el riesgo de convertirlo en tierra de nadie para
siempre.

No sé a qué arcángel convocó El Infantino…


Lo cierto es que dos horas después de mi renegada
Aparece Esteban Giraldo con un verdadero ajiaco de
Sopas de mamá y postres de la abuela. ¿Para qué escribir
que lo devoro? Mi vida dependía de ello.

¡Veo esa jornada! Salimos en procesión de la casa


de Atanasio Disfrazados con barbas y pelucas cual
veintidós clones del pedagogo. Lo maravilloso era el
cántico que nos acompasaba: «El derecho a la vida
es inviolable El derecho a la vida es inviolable… No
habrá pena de muerte No habrá pena de muerte…»
Cuando a Tita García se le ocurrió agregar: «La vida
es sagrada La vida es sagrada…» Y nuestro himno
se convirtió en «patada de burro». Aquella era una
expresión costeña empleada para señalar que había-
mos conquistado algo Que el cierre de un aspecto
había sido perfecto Mejor dicho que lográbamos
amarrar el nudo y por donde íbamos deberían seguir
las cosas. Hasta que llegamos a la Registraduría:
allí suscribimos las actas protocolarias Firmamos y
recontrafirmamos decenas de folios. Los periodistas
nos tomaron numerosas fotografías Y felizmente las

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¿Profesor?

cámaras de televisión captaron el momento en que


acercándose el señor Registrador nos quitamos los
disfraces para que nadie se atreviera a decir que pro-
veníamos del Planeta de los simios. Una vez inscritos
buscamos sitio dónde acabar de consagrarnos. Encon-
tramos un parquecito cercano para prestar juramento
visionario. Como en una «danza de hombres y muje-
res pez» todo cobraba un aire solemne: reflejamos el
sol que entre chorros nos iluminaba. La idea era pro-
yectarlo mutuamente Aportar nuestra luz para que
los ciudadanos intuyeran semejante potencia. Enton-
ces a Atanasio se le ocurrió que jugáramos con rayos
láser… Debíamos preparar un sorpresivo performance
para el programa La Noche de Catrina Gurizati. Entre
tanto a cada quien le correspondía dramatizar —en
diez segundos— su propuesta legislativa. Partimos
así rumbo a la Plaza de Bolívar: coronados de tricor-
nio y dando vueltas en círculo para que cada quien
registrara su brevísimo show ante algún camarógrafo.

Una vez saciado me despido de Esteban. Minu-


tos después El Infantino regresa. No me habla Se
sienta en el sofá y mira al horizonte lejano… Tras
un silencio de desespero se voltea y me pregunta:
—¿Satisfecho?

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Fabián Sanabria

El economista Kalmanovich apareció con una


canasta de mercado Hernando López-Buendía se
armó de Quijote para proteger huérfanos y viudas
Juan-Carlos Rosas surgió acorazado de zanahorias
Manuel Martínez rompió dos piñatas ambientales
María-Teresa García caminaba rodeada de niños que
cantaban al unísono Pío Pío Pío… Carlina Daza des-
truyó una máscara racista Manuel Valero cabalgó un
caballito de madera Ricardo Moctezuma repartió a
diestra y siniestra chalecos para andar en bicicleta El
suscrito servidor entonó una plegaria eucarística Julio
Flores promovió el ahorro entre los pobres Y Nico-
lás Monterroso jugó con algunos lolitos y yayitas a la
«paternidad responsable». Ensayando y repitiendo
culminó el día. Al final de tanto trabajo debí encon-
trarme para cenar con amigos El tema implícito era
la locura en que andaba metido. ¡Felizmente termi-
namos hablando de la Universidad! De cómo los
académicos nos volvemos paranoicos De qué suce-
dería con la reforma de la próxima Rectoría De cuán
transgresor se podía ser mientras los otros nos reco-
nocieran jóvenes. Discutiendo entre vinos y quesos
repasamos las enormes minucias de nuestro pequeño
mundo redondeando con frases de consuelo. Sin
darnos cuenta concluimos la velada haciendo de la
necesidad virtud Contándonos anécdotas. Una vez en
casa me fue imposible conciliar el sueño. Desvelado
me acordé de una corbata que sin mayor pudor los
colegas de lista me habían regalado. Al anudarla quise

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¿Profesor?

deshilacharla Juré nunca usarla. Del mismo modo que


detestaba los trajes pavosos Aborrecía las flechas que
los hombres se cuelgan. Prefería mil veces los foulares
y las bufandas Esos trapos sensualmente protegían
mi garganta. Hasta el amanecer me empeciné cons-
truyendo un símbolo: resultándome obvio que nunca
sería senador —a menos que los dioses me castiga-
ran— colgué esa tira en la chimenea para jamás tener
que usarla.

Absuelto de mi soberbia Felipe me comenta que


todo es ilusión Aun el ajiaco que acaba de descoyun-
tarme. Le digo que cómo así Que a mí me ha devuelto
la vida. Él comienza a pasearse por el cuarto De un
lado a otro poniéndome nervioso… Yo le digo que
en qué piensa Me dice que en las estrellas. Al cabo de
otro silencio se acerca y cual confidente me increpa:
—¿Sabías que muchas de ellas aunque las estemos
viendo han desaparecido?

Señor Tú eres mi Dios Por ti madrugo —cantan


cada mañana los benedictinos. Levantarme tem-
prano siempre fue un sacrificio. Aunque amaba la
radio Cada vez que tenía un-análisis debía encender
tres despertadores al tiempo. Y a las siete en punto
tenía un invitado. Pese al trasnocho lo encontré en
el quinto piso del Uriel Gutiérrez acezando. Ambos

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Fabián Sanabria

con algún distintivo: el profesor Moskus luciendo una


elegante corbata zanahoria Yo con un foulard naranja
vistoso. La idea era hablarle a la audiencia de nuestro
proyecto político. Para ese programa habían escogido
como comentarista a un profesor tan contestatario
que obviamente nuestra propuesta le parecía irrespon-
sable: para él era el colmo que con cánticos y juegui-
tos pretendiéramos presentarle al país una agenda de
Gobierno. Además el cuento de educar al pueblo bos-
tezando le parecía pura demagogia: —¿Cómo quieren
ustedes que se acabe lo ilícito si en Colombia mucha
gente carece de lo mínimo? —Justamente a través de
la pedagogía: sólo siendo legales por las buenas sere-
mos más productivos y podremos redistribuir riqueza
(replicaba Atanasio). En ese espacio El fundador de
los Visionarios arremetió contra el populismo Desen-
mascaró hipócritas frases tales como «En mi gobierno
daremos un millón de casas sin cuota inicial». Para él
la única alternativa democrática radicaba en armoni-
zar ley Moral y cultura En tratar de zanjar el abismo
entre lo que se debe Lo que se dice y lo que se hace.
Por eso no se comprometía con promesas e incluso se
daba el lujo de anunciar la creación de nuevos impues-
tos. Allí desarrollamos una categoría complementaria
a la tan mentada justicia social La noción de equidad
cultural: la posibilidad de permitir a través de políti-
cas específicas que los ciudadanos pudieran acceder
a diferentes modos de sentir Pensar y actuar Inde-
pendientemente de sus condiciones socioeconómicas.

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¿Profesor?

—Porque siempre será más eficaz a largo plazo una


biblioteca en un barrio de invasión Que un comedor
comunitario (puntualizó Atanasio). Abandonando la
emisora acordamos reencontrarnos en los estudios
de rcn para grabar nuestra presentación de La Noche.
Entre tanto cumplí con ciertos trámites dispendiosos.
Como estaba de licencia me correspondía reportar esa
novedad ante la Caja de Previsión Social de La Nacho.
Entonces me dispuse a hacer fila durante media hora
Realicé la autoliquidación respectiva Le pregunté a
otros pacientes qué tal pintaba la Academia. Me enteré
de quiénes eran los «rectorables»: había dos damas
y tres caballeros aspirantes. Entre ellos un químico
judío con muchas posibilidades. Decidí pasar el resto
del día en el campus universitario: descubrí nuevos
grafitis en los cuales se me acusaba de neoliberal y
vendido A ciertos colegas que crucé los hallé bastante
disgustados Algunos alumnos me llamaron «senador»
y yo les respondí bendiciéndolos. La tarde pronto lle-
gaba Almorcé un emparedado espantoso Partí hacia el
otro confín del mundo y allí ¡Oh sorpresa! Saludando
a mis compañeros me fueron maquillando. Atanasio
Moskus apareció muy sonriente Nos puso a jugar con
rayos láser y al rato se encerró con Catrina Gurizati en
su estudio para que desde el Espejo de Narciso millo-
nes de colombianos reconocieran a Los Visionarios.

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Fabián Sanabria

El ajiaco me malacostumbró y ahora no quiero


comida de clínica. Eso le digo por teléfono a Pilar
para que me traiga una sobrebarriga. Dos horas des-
pués la corto y pruebo con un poco de arroz y ensa-
lada… ¿Qué ocurre? No sé Súbitamente se me está
yendo el apetito.

Mientras hacíamos campaña en Medellín El pro-


fesor Moskus concedía una rueda de prensa con el eco-
nomista Kalmanovich. Junto al Parque de los Deseos
nos encontramos para almorzar y aprobar un proyecto
de ley que titulamos: «no dejar caer a nadie». En reali-
dad a ese juego lo debimos bautizar «no tumbar a los
demás» Porque ningún voluntario se dejaba balancear
por dos desconocidos con los ojos vendados. La con-
fianza en nuestro país de tiempo atrás andaba desbara-
justada: en los grandes almacenes se vendían miles de
camisetas que proclamaban ¡Viva Colombia! Pero nin-
guna capaz de enaltecer a los colombianos. Así fun-
cionábamos: la paranoia iba siempre justificada. Cual
señoras tomando café en una terraza La mayoría de
compatriotas agarraba bolsos y maletines para evitar
cualquier despojo. ¡Qué le íbamos a hacer si estábamos
acostumbrados! Volver a creer en nuestro prójimo tal
vez implicaba recrearlo. Con todo Tras numerosos
intentos fallidos Algunos niños se dejaron balancear
y confiaron… Con ellos aprendimos que si dos ciuda-
danos sostenían a otro Nuestra Patria Boba podía ser

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¿Profesor?

distinta. En ese momento nos enteramos de la muerte


de dos policías secuestrados… Atanasio se conmo-
vió al punto que ordenó conseguir un par de jaulas
de circo hechas de alambres de púas para exhibir en
parques públicos y exigir un intercambio humanitario.
Esa imagen fue patéticamente captada por los medios.
Según cientos de televidentes Los Visionarios acabá-
bamos de enloquecernos. Ahora cantábamos enjaula-
dos: «¡Que los suelten Que los suelten… Que los…
Suelten… Suelten ya!». Evidentemente la gente sin
entender no sólo en voz baja preguntaba: —¿Qué dia-
blos hacen esos payasos? Ocultándose el sol reencon-
tramos a otros compañeros que andaban catequizando
en centros comerciales. Atanasio iba feliz explicando a
cuanto transeúnte se topaba el logo de su partido Kal-
manovich se hallaba visiblemente cansado Los perio-
distas una y otra vez nos asediaban. Desembocamos en
el Parque Lleras donde sin duda primaba el arribismo
Allí las cosas eran a otro precio. Desafortunadamente
estaba jugando el equipo verdoso que paralizaba a los
antioqueños. Entonces nuestro director de orquesta se
trepó a un poste y cual tigre furioso la gente lo vio
aullando Era la única forma de convocarnos: sus rugi-
dos lograron atraernos. Ahora el círculo de jóvenes
que nos rodeaba iba creciendo Jamás olvidaré un haz
de luz reflejado entre cientos de espejos.

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Fabián Sanabria

Golosinas de uvas y manzanas a las diez de la


noche me sosiegan Continuamente voy a buscarlas
fingiendo que paso al baño. La música también me
alegra: escucho nuevamente a Beethoven Esta vez
una Serenata para piano Coro y orquesta…

Imposible pasar por Medellín sin visitar a doña


Rosa La Hermosa: la matrona que desde mi pasantía
paisa preparaba los más exquisitos frisoles para mis
alumnos fantásticos. Su casa quedaba en las afueras
de Copacabana: un municipio prácticamente gober-
nado por la familia de Caliche Ochoa El difunto
capataz del pueblo. Cada vez que llegaba a su rancho
con mis amigos Tres mujeres amablemente nos salu-
daban: Rosa Socorro y Nena. Desde que fui profesor
en la Capital de la Montaña esas otras mamás también
me adoptaron. Inclusive tenían un cuarto reservado
para que hiciera la siesta. Lo más valioso era su vitali-
dad y Aunque incrédulo Sus oraciones. El espacio que
más me gustaba era la cocina: en ella me regocijé nue-
vamente haciéndoles visita. Todo andaba en orden y
relucía bello. Había un enorme fogón de leña donde
preparaban los alimentos Muy cerca estaba el come-
dor divinamente puesto. Después de disfrutar un ini-
gualable plato típico Mi mayor felicidad consistió en
tomar el sol junto a la terraza. Desde allí contemplé
el Cerro de la Cruz que según decían era milagroso.
Luego una de las damas me alcanzó un sabroso café

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¿Profesor?

negro Fumamos cigarrillos Charlamos y nos diver-


timos. Ese día era domingo de Dios y mañana sería
nuevamente rutina… Bien sabían ellas de la empresa
en que andaba metido. Habiendo alargado el rato no
tuve más remedio Les hablé del Partido Visionario.
Por supuesto que numerosas veces ellas habían visto
en televisión al doctor Moskus y —pese a sospechar
de sus gestos— me aseguraron que contaba con sus
votos. Serenamente les dije que no valía la pena Les
pedí que más bien rezaran por nosotros. Calculando
el avance del tiempo Las invité a observar un juego.
Para dar ejemplo pedí a los dos amigos que aquella
tarde me acompañaron quitarse los cordones de sus
zapatos. Entrelazados los amarré y confusos sonreí-
mos. La idea consistía en aprender a separarse Sin
romper los lazos ni hacerse daño. Empezaron pues los
dos pelaos a dar vueltas en círculo. Nada. Se hallaban
en seguida más atados. Durante casi media hora se
prolongó el espectáculo Tal era la paradoja de Ulises
desatado. Al punto de darse por vencidos Repenti-
namente descubrieron una pista: había que buscar el
nudo por donde estaban más amarrados. Efectiva-
mente por ahí iba la solución al problema. Por eso
Jacques Lacan obsequiaba cuerdas anudadas a sus
pacientes: para que paulatinamente se fueran soltando.
Armados de paciencia Pablo y Esteban resolvieron
el dilema Les pedí que nos enseñaran cómo Noso-
tros lo celebramos. Había llegado la hora de volver
a despedirnos Debía partir rumbo al aeropuerto de

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Fabián Sanabria

Rionegro. Entonces a las bellas damas les dije Hasta


luego. Uno de mis amigos tomó el volante para con-
ducirme a mi destino Empero llegamos atrasados. Me
atreví a darle a cada uno un beso en la mejilla Los
pasajeros ya habían abordado. Sin dudarlo me puse
el tricornio y ¡quién lo creyera! Ese sombrero era un
pasaporte diplomático. El representante de la aerolí-
nea me dijo: —Usted es de los visionarios ¿Cierto?
Tome Vaya Siga… Se comunicó por radioteléfono
para que todavía no cerraran la puerta del avión y en
fracción de minutos atravesé los controles de seguri-
dad Me quité la correa y me la puse Descendí por la
escalera y a la entrada de la aeronave una azafata gen-
tilmente me condujo hasta la silla. Deposité el male-
tín con el que siempre viajaba en el compartimiento
Tomé asiento Me abroché el cinturón de seguridad
Ahora descansaba. Coloqué el «Casco de Mambrino»
entre mis piernas Traté de ojear una revista La dejé
Me sentí relajado. Con anónimos pasajeros debí ele-
varme para aterrizar de nuevo Abracé aquella libertad
que me sosegaba ligero.

Una noche en vela. ¿Se me fue el sueño? ¿Que


hacer cuando eso ocurre? Tratar de frotarme… Ni
siquiera quiero Tampoco puedo.

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¿Profesor?

Con mi hermano Edgarinos realicé un recorrido


por el barrio Teusaquillo Donde en época electoral
alquilaban casas los candidatos a las corporaciones
públicas para adaptarlas como sedes de campaña.
Perdiendo el tiempo fotografiamos un sinnúmero
de vallas que anunciaban las consignas de la más idí-
lica «publicidad política pagada». Relucían los tonos
pastel y brillantes Seguramente por baratos. En todo
caso todos prometían: nuevas leyes y menos impues-
tos Mayor inversión Más prosperidad y desarrollo.
Cada cual subrayaba su consigna: Todo es posible O
cambiamos el país o lo cambian los terroristas Fuera
las ratas Péguele a la U El poder de las mayorías Por
el país que soñamos Todo un mundo de posibilida-
des Esta es su oportunidad Vote liberal Por el ahorro
de los pobres Cristianos comprometidos con la moral
Los buenos somos más Cruzada de la dignidad y la
vergüenza Seguridad ante todo Salud y educación
para los indigentes Cien por ciento con el Presidente
Puente sobre aguas turbulentas Ya vuelve la negra
Radicalismo social Por una patria nueva Colombia
pacificada por las buenas Por un país decente. Pese
al espectáculo y contaminación atmosférica Edga-
rinos y yo preferíamos el color zanahoria. Recorda-
mos al artista alemán Joseph Beuys quien durante
varios años sentó cátedra en la Academia de Düssel-
dorf sobre la «necesaria asociación entre arte y polí-
tica». Realizando numerosas instalaciones que hoy
pertenecen a la historia del campo artístico Un buen

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Fabián Sanabria

día lavó los pies cual Cristo a algunos de los asisten-


tes a sus exposiciones En otra ocasión lloró matando
una liebre ante miles de espectadores Después se hizo
transportar en un sarcófago hacia los Estados Unidos
porque quería conquistar el corazón de los america-
nos Y un buen día se inventó el bus de la «democra-
cia directa»: ese medio de transporte le faltaba a los
Visionarios. No obstante así lo hubiésemos puesto
en marcha En Colombia y el resto del mundo segui-
ría siendo folklórico. Había otra clase de populismo
todavía más demagógico: hacerle creer al pueblo que
votando decidía. Los principios de todo Gobierno
de algún modo allí estaban implícitos: era increíble
la facilidad con que una mayoría revocaba sus afec-
tos en pro de una minoría… ¡Semejante milagro sólo
se alcanzaba por medio de la opinión! Y claro: ese
axioma nos faltaba. La meta de nuestro primer día era
objetivamente inalcanzable: el millón de votos ahora
se traducía en alcanzar el umbral para que Kalmano-
vich pasara.

Tampoco tengo ganas de prender el computador


y buscar las reservas de ayudas didácticas y audiovi-
suales que allí tengo. ¡Qué desgracia!

Los inventores de la democracia —la menos


peor de todas las formas de Gobierno— solían debatir

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¿Profesor?

los asuntos de Estado a plena luz del día En la plaza


pública. Esa práctica se mantuvo durante siglos hasta
que al mundo lo invadió el Espejo de Narciso. En
adelante la antigua ágora se volvió irreversiblemente
virtual y en los países donde el proyecto de Nación
nunca cuajó La discusión política en estudios de tele-
visión se volvió tan natural como si la cosa pública
fuera simplemente un fin justificado por los medios.
Por supuesto Colombia no se quedó atrás en avan-
ces tecnológicos. Nuestros gobernantes se jactaron de
sus magníficas inversiones telemáticas. ¡Cosa curiosa!
El dictador combatido en sus sermones de La Por-
ciúncula por fray Severo Velásquez fue quien nos
trajo ese descubrimiento: un sin igual aparato para
soportarnos. ¿Qué sería de las familias del sagrado
corazón sin tan maravilloso invento? ¿De qué otra
forma mantendríamos la unidad familiar de San José
La Virgen y el Divino Niño? Sin la coronación del
altar familiar en forma de cruz La cama doble con
sus dos nocheros y al fondo el sacro televisor encen-
dido ¿Qué sería de nosotros? Desde hacía décadas el
fundamento mágico para permanecer «atados hasta
que la muerte nos separe» recayó en una pantalla.
Pues bien Durante la campaña visionaria a mí tam-
bién me tocó tratar temas de la cosa pública ante el
espejito divino. Evidentemente me correspondió en
el canal más joven de la capital En un programa lla-
mado «Versión Libre» —que de libre tan sólo tenía la
ausencia de comerciales. Al ingresar al estudio repetí

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Fabián Sanabria

mentalmente la Vulgata que me fuera enseñada por


Su Santidad Pietro Burdeo. Él hablaba constante-
mente de los «falsos debates de la televisión» como
«espectáculos de lucha libre» Donde el juego consiste
en que todo quede igual pues por razones de tiempo
casi nadie se confronta. Pero eso sí Los presentadores
harían gala de su ecuanimidad interrumpiendo para
«informar correctamente a la audiencia». Sin darme
cuenta ya me estaban maquillando… Mis contrincan-
tes no querían retoques Particularmente el personaje
más llamativo: Mimí-Giovanna Soto: una antigua
Miss Universo ahora recogida por el Partido Liberal
para dar pruebas fehacientes de su pluralismo. Cuando
la saludé me sorprendió su mascarilla: por lo menos
tenía ocho capas de polvo más una sobresaliente pes-
tañina. Al principio me pareció insolente Luego me
sentí frente a un monstruo Finalmente comprendí
que era tan ingenua como yo Salvo que ella creía en
su rol: en el deber de irse lanza en ristre contra el
Gobierno. Los temas del debate nos fueron comu-
nicados ante las cámaras: hablaríamos del secuestro
Del intercambio humanitario y del desplazamiento
forzado. Aunque creí no haber dicho imbecilidades
Me sentí patéticamente demagogo. El tercer contrin-
cante —que no merece ser identificado— subrayó
su uribismo para convencer a los televidentes. Las
expresiones «mano dura contra los violentos» y «cora-
zón grande para los pobres» fueron sus frases típicas.
La ex reina de belleza en cambio se declaró «dolida

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¿Profesor?

por su pueblo…». Lo extraño era que a cada instante


sonreía. Yo simplemente me limité a hacer ejercicios
pedagógicos A repetir algunos acápites del catecismo
visionario: Trabajaremos por pocas leyes comprensibles Por
el restablecimiento del equilibrio entre poderes Para comba-
tir el secuestro Por un intercambio humanitario de una buena
vez y para siempre Por productividad nacional con redistri-
bución en las regiones Por el control democrático de los ciuda-
danos Para nutrir las leyes de diversas tradiciones. Minutos
después quise ver la grabación del debate… Definiti-
vamente los gestos me habían traicionado Resultaba
clara mi propia ironía. Según algunos amigos Aquel
sería mi mayor fiasco mediático. Para mí en cambio
fue una de las mejores conquistas: logré burlarme de
mí mismo. En balance quedaba clara la imposibili-
dad de ser elegidos Excepto para el candidato uri-
bista: aquél sí era verdaderamente político Es decir
Un payaso correcto. La ex reina y yo éramos dema-
siado sinceros. A parte de esos retazos guardé una
noble despedida: saliendo del estudio abracé a Mimí-
Giovanna. En la calle Veintiséis con Avenida Sesenta
y ocho Ella fingía esperar a su chofer Prometió lle-
varme hasta la torre de Colpatria Yo acepté gustoso.
Los minutos pesadamente transcurrían… De pronto
sobrevino un aguacero e intempestivamente se le caía
el maquillaje. Cual par de huérfanos nos refugiamos
bajo un puente Le sugerí tomar un taxi. Ante la fata-
lidad ella asintió Entonces compartimos diez minu-
tos de silencio.

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Fabián Sanabria

¡Esta noche no cesará de llover: ahora mismo lo


presiento!

Un comercial de televisión era inevitable Los


demás partidos bombardeaban al público con cien-
tos de propagandas. Por supuesto eso se pagaba con
creces. Ante la angustia de tener que ceder Atanasio
esbozó un proyecto: pidió que nos montáramos como
gatos e hiciéramos equilibrio encima de algún tejado.
Nos convenció de lograr un excelente panorama en el
Edificio de Postgrados Rogelio Salmona. Las cáma-
ras captarían a dos grupos de visionarios caminando
de sur a norte hasta encontrarnos Al ritmo de una
música lenta de fondo. Se trataba de los primeros
compases del Réquiem de Mozart Justo antes de que
entraran las voces. Candidatos a cada corporación
pública Muy ligeros y serenos Pero con tono de voz
determinante marchando Y el capitán de cada equipo
diciendo: Señor narco… A lo cual en coro repetiría-
mos: Su vida es sagrada: no la cambie por dinero. Luego
daríamos un cuarto de vuelta y mirando al Oriente
las mismas voces iniciales: Señor guerrillero Señor para-
militar… Nosotros agregaríamos: Sus vidas son sagradas:
no las cambien por poder. Finalmente Atanasio aparecería
señalándonos: —Estos colombianos irán al Congreso
a defender la fuerza de los argumentos. Los acordes

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¿Profesor?

precedentes al Requiem aeternam donna eis domine con-


cluirían con las percusiones. Tras quince segundos
filmados en no sé cuántas horas Se suponía que el
comercial iría sellado con el logo del Partido Visio-
nario. No obstante por culpa del tiempo y otros sin-
sabores Nuestro video no salió según lo planeado.
Proclamamos esas frases Cierto Pero en una igle-
sia decorada con precarios vitrales. Tampoco hubo
música porque al momento de editarlo los maquinis-
tas no sabían cuáles eran los quince segundos. De
modo que la cosa quedó a secas pareciendo nosotros
unos desquiciados.

Gotas de granizo golpean los cristales… El cielo


llora otra vez desvelado.

¡Las encuestas Las encuestas… Acababa de salir


el último sondeo! —vociferaba Julito Sánchez a su
maniática audiencia: «sesenta por ciento de voto pre-
ferencial para los siete partidos del Presidente Veinte
por ciento para los liberales Diez por ciento para los
izquierdistas y el resto de la gente no sabe o no res-
ponde». La ficha técnica no mentía. La firmaba León
Franco tras llamar la noche anterior a mil personas de
todos los estratos y ciudades: esas eran sus preferen-
cias. Desafortunadamente la lista de los Visionarios
estaba integrada por unos perfectos desconocidos.

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Fabián Sanabria

¿Quién dijo que los ciudadanos preferían a unos pro-


fesores haciendo política? El arte de gobernar era
cosa seria y «Zapatero a tus zapatos» escribiría Platón
en su República. Dicho en otros términos Cada quien
a lo suyo porque de lo contrario todo se volvía caó-
tico. Oficialmente éramos un error estadístico. Pero
¿cómo había llegado el doctor Moskus dos veces a la
Alcaldía? La primera vez por su bajada de pantalo-
nes —explicaban algunos. La segunda simplemente
porque pactó con los cacaos: derrotar como fuera a
María-Emma pareció ser la consigna. En otras pala-
bras —y siguiendo semejante lógica— En esta oca-
sión se hallaba solo. No y no: eso resultaba increíble.
¿Entonces en política era utópico ser autónomo? La
pregunta me hacía pensar en el cine: hay un excelente
director con un magnífico guión que para realizarlo
debe buscar productores… Si éstos están de acuerdo
puede ser el comienzo de una obra maestra Mas ¿Qué
ocurriría si le imponen condiciones tales como la pre-
sencia indispensable de ciertos actores? El supuesto
director puede tener un proyecto Pero jamás una pelí-
cula. Lo mismo ocurre con galeristas y editores Los
patrones tan sólo hacen sugerencias: aconsejan lo que
mejor conviene. ¿Sabías que en todo contrato de edi-
ción al pobre autor sólo le toca el diez por ciento? Así
de simple es el negocio. Tales reflexiones me dejaban
atónito. Dicho en plata blanca: si Atanasio hubiese
pactado… Muy seguramente yo no sería candidato.
¿Y los otros? Allá ellos. Cada quien sabe si anda

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¿Profesor?

desclasificado o En vías de desclasificación Que es lo


mismo. ¿Qué me cabía esperar? Seguir empujando la
roca de Sísifo porque el tren andaba a marchas forza-
das y de momento resultaba torpe detenerlo.

Acaba de escampar y sin embargo el amanecer


da miedo… No por algo especial Sólo por el silencio.

En plena campaña electoral La Sala de Concier-


tos Luis-Ángel Arango debió cancelar la presenta-
ción del violonchelista italiano Paolo Pandolfo. Todo
porque al señor Presidente le había dado por aspi-
rar nuevamente a ocupar la primera magistratura.
Ninguna entidad estatal podía contratar con parti-
culares hasta tanto no hubiesen pasado las eleccio-
nes. No sólo las parlamentarias Sino las ejecutivas.
Es decir que los convenios se paralizaban durante
cuatro meses y Si ocurría «segunda vuelta» Todo el
semestre. Además a ningún funcionario público —
salvo a los representantes de los poderes Ejecutivo
y Legislativo— le estaba permitido realizar activida-
des políticas. Según una supuesta «Ley de Garantías»
Expedida por el Gobierno Nacional Se corría el riesgo
de quedar inhabilitado para ocupar un cargo de elec-
ción popular durante diez años. Entonces Atanasio
debía definir su situación pues en tres días se inscribi-
ría para competir por la Presidencia. Aparentemente

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Book - PROFESOR.indb 333 1/17/13 2:42 PM


Fabián Sanabria

no bastaba con la «licencia especial no-remunerada»


que nos permitía ser candidatos. En cuanto a mí ya
estaba inscrito y la figura jurídica que me cubría resul-
taba bastante ambigua. Tenía dos alternativas: renun-
ciar a mi loca candidatura desbarajustando la lista de
los Visionarios O abandonar la Academia. Tras con-
sultárselo al espíritu de mis gatos opté por seguir
invirtiendo en el absurdo.

La mejor conclusión del hombre absurdo con-


siste en imaginar a Sísifo dichoso.

Nunca he visto mayor ecumenismo: cuatrocien-


tos estudiantes mezclados con un montón de policías
en el Auditorio Diego-Luis Córdoba de la Universi-
dad del Atlántico —todos dispuestos a escuchar las
reflexiones del economista Kalmanovich sobre el
Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
Durante dos horas Salomón nos explicaría pros y con-
tras de un convenio inevitable: sencillamente resultaba
torpe ocultar nuestra condición de «patio trasero de
los americanos». Pese a los sectores castigados Podían
favorecernos las negociaciones. En balance resulta-
ban mayores las ganancias: comida más barata para
los colombianos Posibilidades de conquistar mejo-
res salarios Beneficios para la bisutería y las flores
Exención de aranceles a cambio de exclusividad para

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¿Profesor?

diversos sectores. Las desventajas nos obligarían a ser


más competitivos y teóricamente llegaba la hora de
apostar decididamente por la tecnología De lo contra-
rio perderíamos en patentes. Dos posiciones que sata-
nizaban o enaltecían al tlc resultaban igualmente
irresponsables: de un lado quienes pronosticaban el
Apocalipsis Al otro costado aquellos que proclama-
ban la Panacea. Los primeros denunciando privatiza-
ciones Los segundos prometiendo el paraíso. Empero
había un problema que hasta ese momento nadie
señalaba: ¿Qué ocurriría si el Senado gringo no aprobaba
el Tratado? En noviembre seguramente el Congreso
de ese país se recompondría: esta vez la mayoría de
curules correspondería a los demócratas… ¿Acaso su
fuerza electoral no era la de los sindicatos? Pactando
con Colombia ¿Bajo qué criterios equilibrar sueldos y
prestaciones? Lamentablemente el gobierno de turno
no tenía plan alternativo. Entonces a ocultar como
fuera esa posible catástrofe. Entre tanto los candi-
datos del Polo hablaban de un Referendo. En medio
del panel conocí a Jimmy Ballesteros… Se trataba de
un joven entusiasmado con la causa de los Visiona-
rios Quien promovía la «cultura zanahoria» entre los
barranquilleros. Su actitud positiva realmente des-
lumbraba Nos invitó a almorzar y en la camioneta de
su padre nos transportaba. Esta vez descubrí radiante
a Kalmanovich: durante la mañana visitó su antiguo
colegio americano Aquella era su tierra. A pesar del
tiempo que todo lo borra En las calles la gente lo

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Fabián Sanabria

reconocía Se sentía feliz usando guayabera. En esa


jornada cumplimos numerosos compromisos: fuimos
a la Universidad del Norte Respondimos preguntas
a unas cuantas emisoras Concedimos una rueda de
prensa en el periódico El Heraldo. Por fin la tarde caía.
Tomamos par de cervezas mitigando la sed abruma-
dora y en el último instante le pregunté qué resulta-
dos aguardaba… Me contestó que superar el umbral
holgados. Yo le dije que anhelaba un triunfo absoluto
O una derrota implacable.

In girum imus nocte et consumimur igni…

Cerrar una campaña electoral cuando no se es


político produce la misma sensación que oír el bal-
buceo en lengua extranjera de nuestros diplomáticos
encorbatados: simplemente da lástima. Temiendo una
contundente derrota viajé a Cartagena donde toda
esa locura había empezado. Mi propósito era escon-
derme durante el día de las elecciones En San Pedro
de Majagua. Si ya había contribuido a la causa ¿Por
qué no camuflarme en una isla? Nuevamente me
encontraba en el mismo cuarto frente al Parque Cen-
tenario. Pronto amanecería y en las calles turbulentas
no había ruido. Pese al título de La historia me absol-
verá Esta vez pensaba en el fracaso de la Revolución
Cubana Cuando mi reloj marcaba las siete. Una súbita

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¿Profesor?

pereza me obligó a cancelar el viaje a Majagua…


Llamé a la recepción de las Bóvedas del Santa Clara
y dije que estaba indispuesto Que por consiguiente
no me embarcaría. Entonces retocé un rato junto al
balcón Tomé un largo baño Me dispuse a desayunar
y a cambiar como fuera mi tiquete aéreo. El deber
me llamaba: tenía que regresar a Bogotá antes de las
dieciséis horas. Por culpa de mi padre nunca antes
había votado… Eso de «ejercer los derechos demo-
cráticos» me parecía tan superfluo como confesarse
para comulgar antes de misa. Llamando a la aerolínea
agoté preciosos momentos Marqué diversos números
en vano Salí a la calle Caminé rumbo al mar Vi dece-
nas de buses estacionados alrededor de las murallas.
En el centro la gente andaba aglomerada Me aparté
del bullicio. Observé centenares de personas sufra-
gando Luego se dirigían a los vehículos parqueados
Allí alguien les entregaba un sobre y en una planilla
marcaba una equis: otro más que sumaba. Pregunté
dónde podía encontrar una agencia de viajes abierta
Nadie lo sabía. En un pequeño restaurante pedí jugo
de naranja Café con leche Huevos revueltos Tajadas
de pan con mermelada. El tiempo inexorablemente
transcurría… No encontré otro remedio que regresar
por mi equipaje y partir hacia el aeropuerto. Pagué
el alojamiento solicitando al portero un taxi-expreso
Las calles estaban vacías. En medio de la angustia
un motociclista se ofreció a llevarme Vacilé unos ins-
tantes y con incredulidad me aferré a las espaldas del

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Fabián Sanabria

pelao. Llegué al Rafael Núñez acezando Me acerqué


al cubículo que anunciaba el próximo vuelo rumbo
a la capital a las dos en punto de la tarde Supliqué al
despachador que me incluyera. Extrañamente aceptó
Tal vez por falta de pasajeros. Me alegré temiendo e
ingresé a la sala de espera. Sin mayor contratiempo
abordé el vuelo Una vez más me sentí ligero. Hacia
las tres y quince el avión aterrizaba. Descendí apre-
surado buscando un transporte rumbo a Conferías.
A las cuatro menos diez encontré la mesa sobre la
cual un funcionario marcaría mis dedos En seguida
fui a casa y almorcé vespertino Encendí la radio y
comprendí la fatalidad La acepté sereno. Nuevamente
llamé otro taxi y atravesé la Circunvalar para llegar
a la sede del partido. Subiendo las escaleras percibí
un ambiente lúgubre Mis compañeros parecían de
duelo. Hernando López-Buendía me llamó «senador»
y yo le dije Colega. Di media vuelta y hallé a Atanasio
Moskus en silencio: tiernamente lo abracé sin alivio.

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XIII

Afuera desvanecimiento Adentro fatiga. In-


cierto reposo: la noche. Un fantasma presente: la
muerte. Olvido constante Recuerdo perenne. Simple-
mente adiós Otras despedidas. Todo gira. Ausencia
de voces Superficies. Mirar de frente aniquila. Impa-
ciencia. ¿Saltar? Degustar insomnios Ensoñar. No
hay camino Sólo un abismo. ¿Ansiedad? Tal vez nada.
Sudor Sin-sentido. Quizá ceguera Levedad. Vivir para
contar: egoísmo. Contar para seguir viviendo: sole-
dad. Del mismo modo pero otro: recrear. Anonimato
y ciudadanía: decir y hacer sin más. Nuevamente de-
sear. Ante todo calma. Huir… Cobardía Ruptura Ver-
güenza Debilidad… No más pretextos: perseverar.

Veinticuatro horas después de nuestra derrota


me atormentaba haber abandonado la Academia. En
un primer momento quería imprimir hojas de vida
y huir en busca de un nuevo empleo. Cierto amigo
me recordó que contaba con una «licencia especial» Y
en dos semanas debía reintegrarme. La idea de volver

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Fabián Sanabria

con el rabo entre las patas taladraba mi ego. Efectiva-


mente había fracasado y ahora debía —ante las son-
risas de mis colegas— reconocerlo. ¿A quién podría
contarle mis desvaríos? La única pista posible era
pedirles a mis contemporáneos que me perdonaran
por inmaduro. Pero ¿no resultaba ilógico vivir una
aventura simplemente para relatarla? Errar era la con-
secuencia lógica de mis extravíos. Consciente de no
querer oscilar entre un payaso que divierte y un tirano
que amenaza Explorar los laberintos del error para
que otros constataran sus propias fisuras Me parecía
un movimiento honesto. Mas ¿a qué profesor inse-
guro una escuela —por liberal que sea— lo contrata?
Si proclamando mis falencias la Universidad me rein-
tegraba… ¿Quién garantizaría el rigor de mi ejercicio?
Allí descubrí que a pesar de tantas imposturas Ense-
ñar nunca podía ser un oficio serio. Efectivamente
desde niño había sido para mí un juego. ¿Entonces de
qué servía instituirlo? Probablemente debía vivir una
muerte académica con el ánimo de hallar en la insatis-
facción de ese deceso la suprema satisfacción de una
pérdida. Tal vez quería conquistar lentamente una
suerte de quietud a punta de inquietud Una espera sin
esperanza para no esperar mal Un gozo entre la incer-
tidumbre de mis acciones superfluas Una conciencia
absurda de que todo pasa y nada queda: la imposi-
bilidad de andar desnudo pero atreviéndome a errar
desvestido. En esas recibí una llamada de la Secre-
taría Académica de la Facultad donde un colega me

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¿Profesor?

recordaba que contaba con quince días de «licencia


especial no remunerada» Antes de reintegrarme.

Quemando tiempo de convaleciente ojeo un


libro descuadernado en este cuarto de Nuestra Señora
de la Magdalena. Se trata de una suerte de álbum:
Retratos costeños. Parece el fruto de un delicado trabajo.
Un joven barranquillero se propuso retratar a sus pai-
sanos famosos. Veo a ciertos personajes de la vida
nacional nacidos en el Caribe colombiano. Cada uno
aparece fotografiado con los seres u objetos que juzga
esenciales: su familia Sus joyas Su espacio La música
Los libros En fin… Hay hasta jugadores de fútbol
medio empelotos. Y ¡cosa curiosa! Cada fotografía
está acompañada de frases La mayoría aludiendo a la
paz de Colombia. Sólo uno de los modelos se salva
de caer en la trampa de confesar su idilio. Entonces
me digo que en adelante no volveré a preguntar a
mis alumnos su mayor orgullo Fiasco o anhelo. Sim-
plemente les pediré que describan cómo Cuándo y
dónde se harían un retrato. Porque todo idilio es una
fotografía: la estampita de San Gabriel Arcángel Dos
novios felices Un ventanal inmenso y al fondo una
pradera con una pareja de niños jugando Los diplo-
mas que enmarcamos La imagen que sirve como
pantalla protectora de nuestro computador La noche
de los quince años Nuestra primera comunión Una
ceremonia de graduación El banquete de bodas La

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Fabián Sanabria

Cruz de Boyacá o la Legión de Honor El triunfo de


la socialdemocracia El juicio a los tiranos Miles de
fanáticos exclamando ¡Heil Hitler! Una multitud de
jóvenes congregada para un concierto de rock Las
apariciones de la Virgen El estallido de la bomba ató-
mica La caída de la Cortina de Hierro o de las Torres
Gemelas… Podría seguir describiendo instantáneas y
este libro nunca acabaría. Lo importante —me asegu-
raban en Pereira— era «tomarse una foto con Nuestra
Señora». ¡Cómo constato en este momento la triviali-
dad de mis creencias!

Antes de reintegrarme a la Universidad me


propuse huir Largarme. Pero ¿adónde? Se me ocu-
rrió partir rumbo a La Habana. Suponía que allí el
Gobierno era secular hasta los tuétanos. Además con-
sideraba interesante visitar esa isla estando El Coman-
dante vivo. Después correría el riesgo de convertirse
en otro Puerto Rico. Entonces dicho y hecho: arreglé
todo y Bueno Las cosas se dieron: reservé diez días
en un hotel que me pareció el más adecuado Frente
a la Plaza de José Martí Obviamente en pleno centro.
No voy a contar los intríngulis que llegando al último
bastión del comunismo todo el mundo conoce. Sim-
plemente anoto que viví como un pachá europeo:
Bienaventurados los turistas porque engañados divagan cre-
yendo pasearse por el reino de los cielos. Me levantaba tarde
Desayunaba delicioso Almorzaba exquisito Cenaba

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¿Profesor?

fabuloso Aspiraba cientos de habanos y me emborra-


chaba a punta de mojitos. Hice el Camino de Com-
postela: de arriba hacia abajo De un extremo a otro
bordeando incontables veces la Plaza de Armas. Opté
por la travesía turística: visité museos Fui al ballet
Retraté varios monumentos históricos Hasta que ese
paraíso artificial me fatigaba. Completaba una semana
y no había estrechado la mano de un solo cubano. Evi-
dentemente los veía por todas partes ofreciendo esto
y aquello Haciendo interminables filas para comprar
pan y leche Tocando saxo Estudiando y trabajando
Prostituyéndose y pidiendo limosna. Decidí pues
perderme entre ellos: a transportarme en guagua A
montar en camello A ver cine revolucionario A cam-
biar la imperialista moneda por pesos. Y ahí empezó
el suplicio: no todo lo que brillaba era oro Las cosas se
lograban a punta de sacrificios. En una frase: nada era
gratuito. Caminando en medio de las calles hermo-
samente corroídas contemplé una nube extraña: sin
sentido la seguí durante casi una hora… De pronto
descubrí el foco de la humareda: primero Debo decir
que ese vapor era una nube de moscas. Segundo Que
ese vapor provenía de una carnicería. Atravesando
una interminable fila ingresé al escenario Me sentí
en Nigeria Mis ojos no daban crédito: iluminado con
una lamparilla el sitio más vistoso ocultaba un per-
gamino. Enmarcado desastroso Producto quizás de
alguna guerra. Acercándome leí: «El colectivo del
barrio Treinta y seis lo felicita a usted por los logros

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Fabián Sanabria

alcanzados en la emulación socialista» Firmado:


Fidel Castro-Ruz… Sellado: la imagen legendaria de
Ernesto Guevara. Salí de aquel sitio cabizbajo —con
un nudo en la garganta. Ya era de noche y como pude
atrapé un taxi que me dejó a pocos pasos del Hotel
Nacional aspirando el aire del malecón podrido. En
pleno big-ben había un hervidero de jovencitos Todos
muy atractivos: —¿Estás buscando amigo? ¿No te
basta conmigo? (aquel era su estribillo). Con uno de
ellos conversé Era reservista de las Fuerzas Arma-
das Revolucionarias de Cuba. En adelante me llamó
«Primo». Me mostró dónde llevaba a sus enfervora-
dos: frente a un edificio derruido. Subí con él no sé
cuantos escalones y en el sexto piso alguien estiraba la
mano… El soldadito tocó una especie de campana Se
abrió una puerta y se asomó una señora con un niño
en los brazos que nos dijo Sigan. Sin pudor corrió
una cortina y nos dejó contemplando el mar desde un
balcón Desnudos. Par de días transcurrieron y ahora
iba a todas partes con Johaner Salvo a mi cuarto en
el Hotel Inglaterra: los cubanos no podían pasar del
lobby. En vísperas de mi retorno le pedí a aquella her-
mosura que me llevara a su casa Deseaba compartir
con los suyos Conocer a sus padres. Con mil excu-
sas trató de insinuar que era huérfano Alegaba que
todo quedaba muy lejos. No obstante ante mi obsti-
nación aceptó vacilando. Tomamos un taxi colectivo
Atravesamos no sé cuántos kilómetros Volvimos a
caminar Ahora sí me sentía perdido. Llegamos a una

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¿Profesor?

construcción en ladrillo Cruzamos cuatro patios Él


abrió un portón con sigilo Aquella era su morada: en
un espacio no mayor a veinte metros cuadrados vivían
cuatro personas A esas horas estaban durmiendo. Me
llevó a su espacio Corrió otra cortina Nos recostamos
en un colchón sin hacer ruido. A la mañana siguiente
conocí a su tía y a tres primos: ellos calzaban zapati-
llas Adidas Vestían ropa deportiva muy fina No estu-
dian Odiaban la escuela Desayunamos. Reconocí
mejor su hábitat: una cocina Un salón-comedor que
se transformaba en dormitorio Y una suerte de baño.
Semejantes seres me conmovían: quería también ser
cubano. Al despedirme Torpemente les di el resto
de mis divisas. Durante media hora busqué con mi
«primo» transporte Y nada. Tocaba marchar Todo era
en vano De pronto pasó un colectivo. Pacté encon-
trarme con Johaner hacia la media noche. Llegué al
hotel Me duché Almorcé Tomé una siesta eterna Se
ocultaba el sol Cayó la tarde y llovía. Tiempo después
me asomé discretamente al balcón: en la plaza estaba
mi amigo aguardando… Dejé escurrir las horas Soño-
liento me estiré Reposé No salí a la calle a cumplir cita
alguna. Hacia el amanecer preparé el equipaje Pedí la
cuenta y me olvidé del mundo. Súbitamente reaccioné:
en la calle me esperaba un taxi de retorno.

Norita Pilar y Gabriela vuelven a visitarme con


otro montón de golosinas. Les sonrío y agradezco por

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Fabián Sanabria

todo el cariño que me tienen Yo también las quiero.


Insisten en cómo lloraron y me consagraron a la San-
tísima Virgen Yo les digo que la vida es un milagro.
Entonces recuerdo a Ambrosio El gato de papá pere-
zoso. A él sólo le gustaba comer y dormir Bostezar
y arruncharse para seguir comiendo y bebiendo…
Nada más. Era gordo y hermoso Pintoso y de jeta
redonda como Mitzuko: daban ganas de darle picos
en los bigotes. Le gustaba el pan con mermelada y
¡cosa genial! Que el amo mordiera la tajada de un lado
y él del otro… Sí: ¡la vida es un milagro!

Volviendo de La Habana supe lo que signifi-


caba traicionar la ingenuidad para reconocer una
experiencia. Decidí reintegrarme a la Universidad y
preparar un curso novedoso que constituyera buena
parte de mi «carga académica». Durante un semes-
tre dicté un seminario en el marco de la Cátedra
Orlando Fals-Borda que con toda pasión titulé Socio-
logía de lo cotidiano: idilios. En total debían ser diez y
seis semanas de conferencias-debate para conversar
con cien machitos hermosos en el Salón Oval sobre la
siguiente temática: 1) Idilios religiosos: La transición
Wojtyla-Ratzinger La sustitución de las salas porno-
gráficas de Colombia por una iglesia pentecostalista
llamada Oración fuerte al Espíritu Santo La Nueva Era y
los espiritualismos orientales. 2) Idilios políticos: La
lucha contra el terrorismo La seguridad demográfica

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¿Profesor?

de un mandarín que sin más decidí apodar Topogigio


La Revolución Bolivariana y Bogotá sin indiferencia.
3) Idilios socioculturales: El sueño americano Rock
al Parque La Copa Mundial de Fútbol La isla de los
famosos y el Yayismo mágico. 4) Otros idilios: El tlc
con los Estados Unidos Los matrimonios homo-
sexuales El ecoturismo y las imposturas intelectuales.

Como bien sé —Querido lector— que eres


curioso… Debo anotar que tras ojear el libro de Retra-
tos costeños olvidé algo: el personaje caribeño que no
cayó en la trampa de confesar su idilio era un escritor
que por culpa de tu madre detestas: García-Márquez.
Con la frase «Samuel Lo importante es estar vivo»
Recibió al joven fotógrafo en calzoncillos.

Abraham Lerner —a quien también llamaré


«El Abuelo»— completaba año y medio a cargo de la
Rectoría. Durante su primer mandato había enrutado
aquello que jamás pudo Marquito Palacio: tratar de
reformar la casa. Propuso que las carreras fueran de
cuatro años Que los postgrados con creces se multi-
plicaran Que la inversión en investigación fuese todo
un ejemplo y Pese a los sermones escolásticos de la
decana de Humanidades en cada Consejo Académico
Logró que la oferta en Extensión aumentara. Además
se atrevió a nombrar una comisión para renovar el

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Fabián Sanabria

Estatuto Estudiantil y con la ayuda de cierta colabo-


radora infatigable impulsó una utópica Reingeniería
Administrativa. Al tiempo que yo dictaba mi semina-
rio idílico En compañía del profesor Jorge Bula nos
nombró asesores para la elaboración de un completo
Plan de Desarrollo. En ese momento sus vicerrectores
inmediatos querían manejar un nutrido presupuesto
Pedido que nunca fue aprobado y entonces renuncia-
ron. El abuelo Lerner tuvo que readecuar su equipo
de confianza porque además se acercaba el momento
de designar nuevos decanos… Fue en esa coyuntura
cuando decidí lanzarme con una campaña absurda al
decanato de Ciencias Humanas. Para mí era incon-
cebible que allí se perpetuara el mamertismo. Aclaro:
que se siguieran reproduciendo impúdicamente los
Gilbertos Rigobertos Egbertos y Robertos del Par-
tido Comunista que lo único que hacían era criticar y
joder la vida. Con un eslogan beckettiano que titulé
«fracasando mejor» Elaboré un plan detallado de
gobierno. Para ser nombrado decano tenía que some-
terme a una consulta entre profesores y estudiantes
En la cual algunos colegas y alumnos generosamente
me apoyaron. Por supuesto yo era un candidato mino-
ritario pues la izquierda culposa en aquel rincón de
la Universidad mandaba. De esa forma los debates y
publicación de hojas de vida Más planes de gobierno
En supuesta paz se presentaron… Cuando una tarde
cualquiera almorzando con Rita apareció por el ático
de mi casa una especie de tigrillo que como Pedro por

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¿Profesor?

su casa ingresaba. Yo solemnemente tras la muerte


de Mitzuko había jurado que jamás volvería a tener
otra mascota… Mas como nunca debes decir «De
esta agua no beberé» ¡Guápete! El felinillo bostezó y
le dimos un trozo de carne y un tazón de agua. Tras
devorar el alimento discretamente observé que el
gatico tenía su oreja izquierda ligeramente mordida.
Después supe que eso se debía al amor que por una
gata chocolatosa profesaba. Con las horas el nuevo
huésped se quedó profundo y ¿qué más le podía pedir
a la vida? Sin otro remedio lo adopté Bautizándolo
Gaucho con [au] que se lee [o] —como al principio de
este relato lo escribí— por puro afrancesamiento. Los
días pasaron y como la felicidad nunca es completa
el condenado nené era callejero… En una de esas
se perdió y eso sí que me trastabilló la rutina: pasé
una semana en vela hasta que al cabo regresó herido
mientras me moría de pena. Resulta que lo había atro-
pellado una moto. ¿Entonces qué hice? Pues llevarlo
de urgencias a la Nacional para que el mejor veterina-
rio de mi Alma Mater lo curara.

Esta vez vestidos de azul y de negro ingresan


Felipe y Edgarinos: —Qué rico tenerlos de nuevo
por aquí (alegremente los saludo). Ellos responden
acariciándome un brazo y la cabeza Toman asiento y
les digo que si desean tomen las frutas que quieran.
El Infantino agarra una mandarina: se ve deliciosa.

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Fabián Sanabria

Edgarinos prefiere decir: —No Gracias. En seguida


les cuento que no hago sino pensar en la Universidad
En el mundo de compromisos académicos suspen-
didos En que justamente por estos días debo asistir
a cuatro seminarios… —Por eso no quería traerte
el computador (irrumpe furioso El Infantino). —Sí
Pero toca avisarle a la gente ¿No crees? —¡La maldita
Universidad! Ese antro no tiene remedio. ¡Cómo dia-
blos va a funcionar si se la tomaron los manertos! —¿Y
cuáles son esos? —Pues los Jhon-Jairos Wílsones
Esnéideres y Jáideres del Movimiento Autónomo Nacio-
nal Estudiantil que se autoproclamaron voz de los edu-
candos. —Sí Felipe Pero eso de pretender que haya
universidades con ánimo de lucro es una canallada…
¿Autorizar a cualquier hijo de vecino para que se enri-
quezca «enseñando»? —¿Por qué no cambiamos de
tema? (interrumpe Edgarinos). —De acuerdo. ¿Pero
de qué hablamos?

Con Gaucho en casa convaleciente Una mañana


los Honorables Miembros del Consejo Superior Por
mayoría absoluta me designaron. Y ¿quién dijo mío?
Los mamertos armaron la de Cristo es Dios sin con-
templaciones: bloquearon los edificios de la Facultad
En cada pasillo formaron corrillos y pusieron mesas
y sillas patas arriba Embadurnaron auditorios y baños
de pegotes. Por todas partes pintaron ¡Fuera Sana-
bria! Hasta que a un ingenioso se le ocurrió sacar a la

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¿Profesor?

luz pública mi vida privada: proclamaron a los cuatro


vientos que yo era un maricón y que por ningún
motivo iría a gobernarlos. Montaron muñecos acar-
tonados de cuerpo entero con mi rostro Uno de ellos
muy bello en el que por cierto yo mamaba una gigan-
tesca verga cargando en mis hombros a un felino. Por
supuesto eso atrajo a los medios: querían saber qué
diablos estaba ocurriendo. Por aquellos días realicé
la mejor entrevista de mi vida: coincidencialmente
fue al escritor Fernando Vallejo. Tal vez gracias a eso
En medio de tanta trifulca la calma me acompañaba:
sin pena ni miedo atravesaba muy orondo el campus
universitario… Cuando una muchedumbre quiso lin-
charme y yo en respuesta le lanzaba besos. Alguna
cámara captó ese gesto y entonces el acontecimiento
se volvió mediático. Cadenas de radio y televisión me
apoyaron Diarios y semanarios se mostraron solida-
rios. En ese punto tardío mis colegas se inquietaron
y felizmente promovieron un manifiesto suscrito por
mil nombres contra la homofobia. Pese al apoyo inusi-
tado La consigna temeraria de los revoltosos consistía
en no dejarme posesionar y aquella noche rompieron
todos los vidrios de mi casa. Contra viento y marea
un viernes rendí juramento ante El Abuelo y Muy
cierto: yo era un decano maricón pero no por mis pre-
ferencias sexuales me habían designado. Aquel fin de
semana fue uno de los más intensos de mi vida: días
antes hallé un retozadero genial y en medio del venta-
rrón adelanté los trámites necesarios para adquirirlo.

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Fabián Sanabria

Era un apartamento ideal que había que remodelar


Ubicado en pleno centro de Bogotá y sin salón comu-
nal ni portería… Justo como lo deseaba: con un viejo
ascensor además de contar con terraza y bañera. Gra-
cias a los amigos de siempre recobré las fuerzas para
adecuarlo y allí mudarme y habitarlo con mi dulce
gauchería.

Quedamos en silencio. No se nos ocurre tema:


ni siquiera hablar de las estrellas o de nuestra per-
cepción viciada. Nada. Entonces retomo la cátedra.
Lamento insistir pero la Universidad es el único lugar
absolutamente otro que nos queda. La Academia es una
suerte de campo que refleja y contradice el horror que
nos rodea. Allí se enfrentan las crisis y las desviacio-
nes La gente se apropia diferencialmente los espacios.
En ella se yuxtaponen contextos Se recortan tiem-
pos y se supone que después de pasar por las aulas
Se es distinto. Tal vez sus errancias sean una ilusión
¿Pero si no nos agarramos del Alma Mater Entonces
al abismo?

Sin contar con un solo colaborador tomé pose-


sión como decano. Al lunes siguiente llegué madru-
gado a la oficina y comprobé que debía realizar
algunas adaptaciones. Lo primero fue apropiarme del
muñeco que algún muchacho enfervorado hizo de mí

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¿Profesor?

Lo subí al despacho y me fotografié con él para la


prensa. Inmediatamente concedí una entrevista que
el principal diario del país tituló «Mi vida privada
se queda en casa» Luego almorcé con un profesor al
que me habían recomendado como posible vicede-
cano. Nuestro encuentro fue agradable Sentí desde
el primer momento confianza. Era el profesor Sergio
Bolaño del Departamento de Lingüística. Pese a que
me confesó que formaba parte del equipo de otro de
los candidatos La simpatía se impuso sobre las dife-
rencias. —¿Cómo vamos a gobernar esto? Le pre-
gunté incrédulo. Entonces Sergio comenzó a hacer
bromas comparando los departamentos de la Facul-
tad con algunos barrios del Distrito: «… La Escuela
de Género se parece al Santafé: una manada de viejas
feas Peligrosas y pendencieras. El Departamento
de Sociología es como Ciudad Salitre: aunque trate-
mos de arreglarlo corre el riesgo de seguir inmundo.
Antropología pinta igual que La Candelaria: cuatro
manzanas turísticas repletas de humedad y mari-
huana. Historia es El Recuerdo: casas antiguas cayén-
dose y oliendo a moho. Geografía se asemeja al Polo:
una urbanización homogénea construida sobre pan-
tanos. Psicoanálisis guarda una estrecha afinidad con
el Parque de los Mártires: sus ilustres habitantes nunca
dejarán de quejarse. Trabajo Social arrastra el mismo
lastre que Santa Librada: la miseria es tan grande que
no tiene remedio. Lenguas Extranjeras se parece a San
Victorino: venden de todo contrabandeado en medio

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Fabián Sanabria

de la gritería. Literatura presenta la misma dejadez


que Las Nieves: sus escritores frustrados sólo pueden
tomar chocolate en La Florida. Lingüística ¡Se parece
tanto a Chapinero! Repleto de maricas culposos y de
vendedores ambulantes. Psicología jamás podrá ocul-
tar el Cedritos que lleva dentro: conjuntos encerrados
en pequeños espacios donde difícilmente caerán los
muros». El departamento restante era el de Filosofía:
definitivamente comparable a Usaquén: un mundo
aparte. Así fuimos entre comedia y tragedia —cons-
cientes de nuestro propio desvarío— armando una
lista de nombres Y al cabo de dos horas ya estaba listo
el Consejo de la nueva Facultad de Ciencias Huma-
nas: la clave fue priorizar un relevo generacional de
inmediato.

¡Demasiado idealismo! Interrumpe Felipe. La


Universidad Nacional en este momento debería con-
vertirse en un parque turístico para nostálgicos de
la Cortina de Hierro. ¡Con todos los edificios de la
antigua rda que tiene tan pegoteados! Incluso los
guardias rojos podrían ser vendedores de boletas y
los encapuchados fungir como guías… Además los
profes mamertos y los estuds manertos de esquina a esquina
seguirían proclamando: ¡Hasta la victoria Hasta siem-
pre! ¿Se imaginan la mano de japoneses que vendrían?
Ese sí sería un genuino negocio… Lo demás puro
despilfarradero.

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¿Profesor?

Secreto tiene que ver con secretaria y obvia-


mente no podía quedarme con la misma dama que
caritativamente me había dejado Sor Teresa. Tuve
que pedir que la trasladaran y llamar de inmediato a
Gabrielita —quien tiempo atrás fuera mi mano dere-
cha en la dirección de Sociología— A ver si volvía
a acompañarme. Paulatinamente observé que tam-
bién debía realizar dos cambios en el personal eje-
cutivo: de decanaturas anteriores había quedado una
monita retrechera que ¡Ni más faltaba! Siendo apenas
una contratista se había apropiado de los mejores
espacios del Edificio Rogelio Salmona. Por supuesto
tuve que despedirla y a su turno también al jefe de
la Unidad Administrativa. Con esos ajustes iniciales
pude emprender tranquilo mi primer viaje al extran-
jero. Acababa de recibir una invitación de Atanasio
Moskus para que lo acompañara a la Provincia de
Alagoas en Brasil Con el ánimo de realizar allí una
liturgia. Resulta que en esa población porteña durante
los últimos años habían asesinado a cientos de jóve-
nes lanzando sin misericordia sus cuerpos al mar…
Las familias de los pelaos no sabían qué hacer con esa
situación y el gobierno local le pidió su valiosa cola-
boración a la Corporación Visionarios por Colombia.
Nuestro trabajo de cooperación consistía en reali-
zar talleres para exorcizar la muerte y sacralizar la
vida. Sin postergar esos sacros oficios aterrizamos en

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Fabián Sanabria

Alagoas. Ataviados de blanco Atanasio y yo improvi-


samos en un coliseo una inolvidable ceremonia: divi-
diendo en cuadrículas el espacio para que en cada
rectángulo los familiares de los pelaos difuntos depo-
sitaran allí algunos objetos representativos de ellos
(sus zapatillas Manillas Balones o guitarras…) A fin
de recordarlos repetimos a modo de mantras la ple-
garia con la que en otro tiempo esparcí las cenizas de
mis viejos: Aún Di aún Sea dicho aún De algún modo aún
Hasta en modo alguno aún Dicho en modo alguno aún… Esas
frases de Beckett una extraña magia irradiaron. En
seguida entonamos cantos y varios muchachos pre-
sentaron a su turno una danza de capoeira. Con Ata-
nasio Moskus comprendí que si algo podían hacer las
mal llamadas Ciencias Humanas era enterrar muer-
tos. Al final quedamos exhaustos. Tras semejante rito
secular reflexionamos acerca de honrar y eliminar al
mismo tiempo. Por supuesto me acordé de mamá y
papá expirando en mis brazos Lloré de pensar que
la muerte de alguien es un hecho irreparable Que no
hay duelo posible sino sólo un ejercicio de separación:
dejar ir al otro porque él no nos pertenece… Que la
única resurrección es una grafía torpemente dibujada
entre líneas.

No sigamos hablando babosadas Amigos. Los


eventos pueden esperar De acuerdo. ¿Por qué no me
trae alguno de ustedes un poco de Coca-Cola Zero?

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¿Profesor?

¡Tengo demasiada sed y quisiera volver a probar ese


remedio! He ahí la prueba fehaciente para demos-
trarle al mundo que yo no soy mamerto: sólo creo en la
victoria del deseo.

Regresando de Brasil seguí realizando transfor-


maciones. Lo primero fue trasladar el decanato al mejor
edificio: a las terrazas del Rogelio Salmona que estaban
en manos de contratistas. Eso implicó adecuar espacios
Cambiar las luces de neón por bombillos esmerilados
Purificar el ambiente como dicen los benedictinos Y
sobre todo reemplazar la lápida barata que a la entrada
del edificio había puesto mi predecesora. Mandé hacer
un letrero digno: Facultad de Ciencias Humanas /
Decanato. Lo segundo fue adecuar una excelente sala
de profesores pues en aquel momento contaba con un
magnífico director de Bienestar para iniciar un pro-
ceso gradual de renovación de espacios Adecuación de
auditorios y salones De baños y cafeterías Así como un
cambio integral del mobiliario de viejos pupitres por
confortables sillas y excelentes mesas de trabajo para
desarrollar verdaderos seminarios. Mi espíritu refor-
mista no daba abasto: creé la Unidad de Comunicacio-
nes y Relaciones Interinstitucionales (ucri) para poner
a la Facultad en contacto con los medios y establecer
numerosos convenios de cooperación con el mundo
Fundé la Vicedecanatura de Investigación y Extensión
lanzando una arriesgada campaña editorial con un

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Fabián Sanabria

presupuesto récord de quinientos millones de pesos al


año. Aquello era sólo el comienzo: debíamos aprove-
char los mejores escenarios para inaugurar exposicio-
nes artísticas Realizar grandes eventos para mostrarle
al país de qué sirven las humanidades Y entre tanto
participar en los mil consejos y comisiones a las cuales
debía asistir como decano. Indiscutiblemente tocaba
ajustar la única facultad que faltaba a los cambios
estructurales de la Reforma Académica: que los pro-
gramas de todas las carreras y maestrías se acreditaran
Que nuevos doctorados se fundaran Que en las convo-
catorias no le metieran goles a la Universidad los mamer-
tos Que si había nombres dignos para candidatizar
como doctores Honoris Causa ¡Pues a defenderlos! De
esa forma logré que el Consejo Superior distinguiera
a dos indiscutibles artistas: a Doris Salcedo y al escri-
tor Fernando Vallejo. Especialmente para conquistar el
galardón del segundo Tuve que batirme contra viento y
marea: nada más ni menos que contra la godarria de los
decanos paisas. Pero al fin conseguí los votos mayo-
ritarios y mi mayor orgullo fue caminar al lado de un
gran amigo: de Aquel por cuya desazón escribo estos
delirios. Todo fue una ficción El anhelo de un sueño.
Él no sabía que el doctorado de la Pontificia Universi-
dad Nacional de Colombia era a título general cuando
le di la noticia de que era en Letras. Mi mayor felici-
dad fue escucharlo concluir al pronunciar su discurso
de recepción del pergamino: —Me quedan debiendo la

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¿Profesor?

otra mitad porque hace cuarenta años yo ingresé a una


Facultad que era de Filosofía y Letras.

Mis amigos se van y otra vez dormir no puedo.


¡Qué desgracia! No importa. Enciendo el computador
y me pongo a repasar archivos. Yo que creía haber sol-
tado uno ¡Falso! Lo vuelvo a abrir y al releerlo… Erra-
tas. ¡Maldita sea! Así es la escritura: toca dejarla quieta
y luego retomarla. Con el tiempo se entiende mejor
Hay que corregirla. Pintar y repintar una y otra vez
Pura labor totémica Tal cual este oficio. Durante toda
la noche retomo El tramoyero y hago ajustes Minucias
y bobadas que cobran sentido. El tipo de letra es todo
un lío: ¿Opto por la señora Garamond o mejor escojo
a doña Baskerville? Elijo a la primera así los párra-
fos se descuadren. ¡Qué vaina! ¿Y el cuerpo de cada
letra? Trece puntos porque catorce o doce resultan o
muy grandes o demasiado pequeños. Las horas avan-
zan y sin darme cuenta ya viene amaneciendo… Len-
tamente me incorporo y pongo en pie para tomar un
racimo de uvas. Como no puedo beber un sauvignon
estas verdes resultan exquisitas Bien jugosas. Vuelvo
al lecho de enfermo y sigo con la máquina encen-
dida. aea: Alter Ego Academicus: un proyecto trunco.
No Ese nombre no lo entiende ni Su Santidad Pietro
Bourdeo Tengo que rebautizarlo. Además esto que
me ha ocurrido no puede quedar en el limbo. Ya está:
¿Qué tal si en mi próxima ficción abordo la tentación

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Fabián Sanabria

de hacer el bien La pretensión de enseñar no sé qué


carajo a los demás El inútil oficio que practico? ¿Por
qué no llamarla Profesar y punto? No. No dice ese
verbo lo que quiero. ¿Entonces qué otro nombre Pro-
fesor? ¡Ecco! He ahí el título: Profesor con signos de
interrogación será el nombre de mi juego.

En trío dinámico me sentí muy feliz trabajando


con los decanos de Economía y de Derecho Planifi-
cando eventos y asumiendo posturas similares en los
consejos académicos. Parecíamos los tres mosquete-
ros. Así realizamos varios seminarios inter-facultades
Emprendimos numerosos proyectos. Particularmente
uno en el que quise dejar a mi sucesor comprome-
tido: construir un edificio de doctorados para nues-
tras facultades. Pero hubo un evento extraordinario:
ponernos de acuerdo para traer (por sugerencia de
Atanasio Moskus) al noruego Jon Elster del Ateneo
de Francia y hacer un evento internacional sobre las
emociones. ¡Cuántas canas nos sacó ese asunto! Que
los pasajes en clase de negocios Que el hotel y el
transporte Que los traductores y la logística Que los
invitados de honor y los asistentes Que los comenta-
ristas… En fin Todo el periplo. El nudo gordiano se
armó cuando invitando al distinguidísimo caballero a
almorzar De puros chéveres En un lujoso restaurante
de Bogotá… El bendito profesor experto en sensa-
ciones no esbozaba la menor sonrisa Ni siquiera un

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¿Profesor?

gesto de cortesía Simplemente se atrevió a preguntar-


nos al final del agasajo: —¿Cuál era el objetivo de este
encuentro? Por supuesto el seminario fue un éxito La
conferencia interesante Una excelente asistencia Mag-
níficos comentarios. No obstante a pesar de la diplo-
macia no me puedo contener: —Si ese señor era la
eminencia de las pasiones ¡Al diablo con el campo
académico!

Cuando acepto que mi próxima ficción Es decir


la presente Se llame ¿Profesor? Trato de dormir pero
a los diez minutos entra una monja con el diario El
Tiempo bajo el brazo. Ahora no viene con la comunión
sino a preguntarme si la he pasado bien o si de pronto
necesito algo. Le respondo que trabajé toda la noche
corrigiendo un manuscrito y ella dice que no me des-
gaste… Al cabo me recuerda que alguna vez dicté
en Medellín un ciclo de conferencias sobre religiones
comparadas al cual ella asistió quedándole una duda
que nunca se atrevió a plantear sobre la salvación de
los cristianos. Según afirma la Reverenda Madre Yo
dije en el mentado certamen que pretender redimir
a alguien era pura arrogancia porque nadie se salva
siquiera a sí mismo. Entonces le digo a la hermana
que probablemente enuncié aquella proposición con
brusquedad Pero que de todos modos me ratifico:
—¿De qué sirve salvarse si aquella actitud encierra
un escapismo?

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Fabián Sanabria

Durante mi mandato como el decano más joven


de las Ciencias Humanas también coordiné varias
cátedras: la Manuel Ancízar La Martha Traba La
Jorge-Eliécer Gaitán La Orlando Fals-Borda. Todas
ellas con invitados internacionales. Así mismo firmé
un gran acuerdo de cooperación con la embajada
de Francia. La idea consistió en traer a Colombia a
los mejores maestros que durante mi formación en
ese país había conocido. Y dicho y hecho. Gracias
a Jean-Michel Marlaud y sus consejeros realizamos
numerosos entrecruzamientos: con Michel Maffesoli
y más tarde con Daniela Ligera y luego con Gilles
Lipovetzky… Después un seminario en memoria de
la vida y obra de Claude Lévi-Strauss con la presen-
cia de Armand Augé para que discutiera a gusto con
Roque Páramo Otro encuentro sobre lenguas amazó-
nicas a fin de que Philipe Descola dejara plantado a
Jon Landaburo… Un gigantesco simposio sobre lite-
raturas marginales y escrituras caribeñas El taller de
un renombrado perfumero e incluso un magnífico
desfile de modas. Por culpa de esos foros tuve que
suspender los foulares y anudarme el trapo que más
detestaba para no desentonar en medio de los trajes
oscuros: no era tan mal lucir bellos nudos de corbata.
Igualmente publicamos varios libros en conjunto Rea-
lizamos un montón de simposios en diferentes regio-
nes: homenajes a las vidas y obras de reconocidos

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¿Profesor?

autores franceses (Sartre y Camus Ricoeur y Lévinas


Derrida y Barthes). Al cabo de los meses esos eventos
me valieron un título que sin saber de su existencia
apenas pude agradecer: el decadente gobierno de un
tal Sarkozy me nombró Caballero de la Orden de las
Palmas Académicas.

Por altavoz llaman a la monja con la que con-


verso. Ella se despide tras darme una bendición y
sobre mi cama deja el periódico que llevaba bajo el
brazo. Discretamente ojeo un titular que llama mi
atención: «Gran despedida al embajador de Fran-
cia». Busco al interior y me entero de que Jean-Michel
Marlaud se va de Colombia. Es una entrevista gra-
ciosa donde él cuenta que aún no ha podido pronun-
ciar bien la palabra paulatinamente… Su rostro
sonriente me alegra Pero al tomar conciencia de su
partida me entristezco.

«Erótica social» «Formas elementales de la post-


modernidad» «Ciberespacio y masturbación» «El
tiempo de las tribus»… Tales fueron los títulos de cuatro
atractivas conferencias dictadas por Michel Maffesoli
en Bogotá y Cartagena: en el Auditorio Camilo Torres
de la Universidad Nacional recién remodelado En la
Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis-Ángel Arango
En el Salón Oval del Rogelio Salmona y en el Teatro

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Fabián Sanabria

Pedro de Heredia de la Heroica. Acompañado de


Esteban Giraldo lo recogí un domingo en El Dorado
Lo condujimos al Tequendama donde gustosamente
se alojó y al rato cenamos una suculenta ensalada. Al
día siguiente paseamos por el barrio de La Candela-
ria Almorzamos comida vallecaucana en Fulanitos y
tras una siesta discreta nos dictó su primera confe-
rencia. Aquella noche los niños del gescco en mi
apartamento le prepararon una inolvidable velada: la
más exquisita comida de mar al rondó de vino blanco
y champagne. El martes nos vimos después del desa-
yuno para caminar por ahí comprando esmeraldas…
¡Cuál Museo del Oro ni qué ocho cuartos! Al medio
día debíamos encontrarnos con la distinguida subge-
rente cultural del Banco de la República que gentil-
mente nos había invitado al comedor del Jockey cuyo
buffet no era del otro mundo. Después del café tocaba
hablar de postmodernidad ante un auditorio colmado.
El miércoles pasamos la mayor parte del tiempo en la
radio universitaria En seguida le presenté al abuelo
Lerner Almorzamos un exquisito ajiaco en Casa Vieja
y en la noche sintió gran placer al dirigirse a un mag-
nífico grupo de estudiantes sobre el tema de Internet
y las semillas de Onán que caen al suelo y afortuna-
damente se desperdician. ¡Hasta que llegó el día de
viajar a Cartagena! Muy grato conversar con él sobre
André Gide y la idea de granos que no tienen por qué
dar frutos Descender en el Rafael Núñez y tras des-
cubrir las agradables suites de nuestro descanso salir a

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¿Profesor?

pasear por ahí en mangas de camisa… Perdernos en


medio del calor conversando con multitud de jóve-
nes anonadados Disfrutar de estos y aquellos placeres
mundanos cuando el hermano sol quería refrescarse.
Muchachos de Santa Marta Barranquilla y Valledupar
habían viajado sólo para escucharlo al día siguiente
conversar sobre el retorno de las tribus. Compartir
una semana con Michel me hizo pensar en la inutili-
dad de la Academia En cuán ilusos eran y seguirían
siendo mis colegas: tomándose su labor tan en serio
jamás estarán a la altura de lo cotidiano. Regresando a
casa medio ebrio le prometí a Gauchito acabar cuanto
antes mi mandato Dedicarme a jugar con él y a viajar
perdiendo el tiempo como el absurdo manda… A no
preocuparme de nada sino simplemente de coleccio-
nar bellas anécdotas.

En el maletín donde Felipe me trajo el compu-


tador estaba el iPhone. Constato lo que él me dijo: no
sirve. Intento una y otra vez con el código de arran-
que y nada: está bloqueado. Me aguanto las ganas de
llamar a un amigo para saber cuándo parte el emba-
jador Marlaud… ¿Será que saliendo de este encierro
tendré tiempo de despedirlo?

Quince días después de la visita de Michel me


tocó la misma maratón con la Reverendísima Madre

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Fabián Sanabria

Daniela Ligera —adicionándole un viaje a Medellín y


el problema de que ella sí se proclamaba seria. Gran
estudiosa del fenómeno religioso a escala planetaria
e infatigable legionaria que acababa de concluir su
mandato como presidenta de la prestigiosa Escuela de
Altos Estudios Sociales… Pero ¡Ay Señor mío! ¿Acaso
no había sido bajo su gobierno que se negoció con
Madame Pécresse —la ministra de la enseñanza supe-
rior de Sarkozy— el trasteo de la casa? Supuestamente
el edificio de la Maison des Sciences de l’Homme Ubicado
en el número 54 del Boulevard Raspail de mi eterna
Ciudad Luz de Soledades —justamente en los predios
donde un siglo atrás funcionara la Prisión militar de
Cherche Midi donde juzgaron al Capitán Dreyfus—
soltaba asbesto y semejante componente resultaba
cancerígeno… Entonces no había otro remedio que
trasladar a la escuelita por donde habían pasado Fou-
cault Barthes Lévi-Strauss Su Santidad Bourdeo y Jac-
ques Derrida para no mencionar sino a los genios…
«Lleva una escuelita en tu corazón» en adelante sería la
consigna. ¿Y eso adónde? Pues al suburbio de Aubervi-
lliers para que los cuentistas sociales habitaran donde
les correspondía: junto a los obreros. Pese a que la
doctora Ligera de tamaña negociación se jactaba Era
indiscutible que sus colegas como nunca la odiaban.
Por eso no admitía que se le mencionara el asunto. De
entrada planteaba que su mandato había sido todo un
éxito. Así las cosas Su visita a Colombia se planteaba
aburrida Hasta que azares del destino doblegaron la

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¿Profesor?

soberbia de nuestra Generala: un terrible dolor de


muelas. La humanidad de ella aquí no voy a retratarla.
Simplemente me permito felicitar al excelente servicio
odontológico de la Universidad Nacional que en par
de horas solucionó su quebranto. De todas las ense-
ñanzas y gran afecto que pese a su carácter le profesé
En esta ocasión sólo me quedaba un ejemplo: tratar de
no seguir sus pasos Definitivamente no ser como ella.

El calor de afuera produce envidia Así transcu-


rre el día. Al caer la tarde siento mucho frío Busco
desesperadamente el computador y cual adoles-
cente que teme que lo pillen Abro algunos archivos
secretos: es una colección de motivos de emergen-
cia Ayudas didácticas y audiovisuales Bien ilustradas
como suelo decirle a mis alumnos. Si te da curiosidad
Niño Tú también en Internet puedes hallarlas. Es una
página Web que especialmente te recomiendo: www.
spankingcentral.com (trata de magníficos escenarios
donde un maestro azota —con toda clase de instru-
mentos— sin piedad a sus discípulos). Lo cierto es
que tras dos semanas de intenso ayuno Basta con
abrir ese sitio al azar y en par de minutos me pajeo.

Concluyendo el semestre y presentándoles el


balance de las visitas oficiales de dos de los más pres-
tigiosos intelectuales franceses a los distinguidos

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Fabián Sanabria

miembros de mi querido Consejo de Facultad Con


toda solemnidad durante una tarde radiante proclamé
ante mis colegas: —Así como el libro del Eclesiastés
sostiene que «todo es vanidad de vanidades y atra-
par vientos»… En pocos años la renombrada Uni-
versidad de la Sorbona y el respetabilísimo Ateneo
de Francia sólo serán otra ruina que impúdicamente
retratarán los turistas.

Cae la tarde Oscurece y cual monje que practica


ejercicios espirituales Frugalmente ceno. Esta noche
estoy muy cansado y ahora sí tengo sueño… Soy un
pasajero que aborda un vuelo intercontinental y se
acomoda en su silla de negocios Voy muy dispuesto a
atravesar El Atlántico.

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XIV

Dos noticias tristes enlutaron mi Decanatura.


La una más personal La otra indiscutiblemente co-
lectiva: el deceso de María-Mercedes Araújo y el fa-
llecimiento de Orlando Fals-Borda. La primera de
ellas me sorprendió al final de un Consejo Académi-
co La segunda me despertó alguna madrugada. Cu-
riosamente tres días antes de irse María-Mercedes fui
a verla a su casa en el barrio de Santa Ana. Recuer-
do que tomamos onces y escuchamos muy felices la
Quinta sinfonía de Mahler. Evocamos a tantos y tantas
que de una u otra forma habían pasado por su biblio-
teca: intelectuales Religiosos Sindicalistas Profesores
Políticos Mujeres Líderes Artistas Obreros. Nos bur-
lamos del mandarín de turno del último Gobierno De
su supuesta seguridad demográfica dedicada durante
ocho años a cazar guerrilleros. Luego nos tomamos
media botella de whisky Alcanzamos a quedar ebrios.
Entonces me despedí de ella asegurándole que muy
pronto la invitaría a un sentido homenaje que la Uni-
versidad le rendiría al maestro Fals-Borda con moti-
vo de los Cincuenta años de la Sociología en nuestro

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Fabián Sanabria

medio. ¡Qué va! A menos de una semana la esbel-


ta dama Araújo se iba. Igual que mamá Ella se llevó
poco después a su mejor amigo. Fue un muchacho
muy fiel a él quien me llamó para contarme la noti-
cia: inmediatamente la Facultad dispuso del Auditorio
Virginia Gutiérrez que Orlando Fals prefería llamar
María Barilla. Allí sería velado el cuerpo de ese otro
abuelo: miles de amigos acudirían a darle el último
adiós Toda clase de personalidades concurrió a su se-
pelio. Obviamente no voy a repetir las notas que con
motivo de sus exequias por todas partes se publicaron
Tampoco las frases sentidas de sus más cercanos ami-
gos. Simplemente debo escribir que sus últimos pasos
coincidieron con una gran exposición que por aquella
época el colega Jaime Arocha logró realizar en el Mu-
seo Nacional de Colombia: Velorios y Santos vivos. De
esa forma El mayor homenaje que se le pudo rendir
al maestro Fals-Borda sería esa velada que afrodes-
cendientes Raizales y palenqueros —a ritmo de tam-
bores y tumbadoras— en plena sala de exposiciones
de aquel santuario de la cultura le hicieron. Después
de aquello sólo faltaba que con su nombre fuese bau-
tizado el edificio que gracias a los fondos de la Fun-
dación Ford cincuenta años atrás él había construido.

Despierto empapado en sudor: acabo de tener


una pesadilla. Estaba en otro hospital Nevaba o hacía
mucho frío. La edificación era de ladrillo cocido y

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¿Profesor?

me hallaba en medio de un bosque donde sobresalían


un par de chimeneas. ¿Nuevamente la Clínica Lleras?
No lo creo. Lo Cierto es que escapé del cuarto donde
me tenían recluido. En realidad me observaban…
Secretamente a través de vidrios y espejos me filma-
ban Retrataban cada movimiento. Parece que destruí
todo: mesas Sillas Jarrones Floreros. Inmediatamente
salí de allí corriendo Me topé con pasillos inmacula-
dos que conducían a un sinnúmero de pasadizos. Sin
saberlo estaba encerrado: había rejas por todos lados
Salas de experimentación Quirófanos. Lo que más me
aterró fue ver al hermoso doctor samario observando
en una cápsula las pantallas de varias cámaras de vigi-
lancia instaladas en mi habitación (en total ocho). Él
gozaba Se reía Acababa de quitarse la bata Se frotaba y
lanzaba trallazos de leche caliente que cayendo al piso
se fosilizaban. En ese punto recapacito para recons-
truir el cuadro siniestro. Ahora contemplo mi alrede-
dor en calma Me aterra el color blanco: las paredes de
esta pieza Las sábanas y almohadas La bata que llevo
puesta. ¡Siento horror ante tanta asepsia!

A un decano lo nombran para que sea maestro


de cultos Guardián de los sellos. Durante mi man-
dato el evento más insignificante tenía que celebrarse
minuciosamente. La improvisación en ese campo sen-
cillamente no podía ser admitida. Para mí los actos
más solemnes siempre fueron las graduaciones. Entre

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Fabián Sanabria

otras cosas porque quienes las disfrutaban eran los


padres de familia. No había derecho como les ocurría
a los Uniandinos: después de pagar a lo largo de sus
carreras una millonada… ¡Terminaban graduándolos
cual ganado en corferias! Entonces desde seleccio-
nar al pianista y coro que interpretaría los himnos
Pasando por quiénes serían los oradores Hasta el
grupo musical que debía amenizar el rato eran objeto
de mis preocupaciones. ¡Al diablo la chabacanería y
el espíritu mamerto! Podían gritar al final si se les daba
la gana Pero eso sí Los ritos de paso se respetaban.
Cuando llegaban los diplomas firmados por el rector
para que a mi turno hiciera lo mismo Me encerraba
en el despacho. No permitía que pasaran llamadas o
alguien me interrumpiera. ¿Acaso no se daban cuenta
de que en esos momentos yo era responsable de lo
sagrado? Para todo rito había que vestirse y compor-
tarse adecuadamente Mostrarle a los demás que no
somos islas sino pedazos de continente no se podía oficiar
de cualquier modo.

En una cadena de asepsia no pueden faltar


detergentes ni quitamanchas pasando la prueba de la
ventana. Como en los moteles Aquí cada mañana es
riguroso el aseo de los cuartos: irrumpe una mujer
olvidada con escoba y trapero limpiando cada rincón
para dejarlo reluciente. El horror es que no puede
concebir lo limpio sin impregnar todo de no sé qué

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¿Profesor?

perfume. ¡Cuánto lo aborrezco! Si supiera que pre-


fiero los ambientes aireados ¡Que me muero por aspi-
rar las flores de mis machos!

El mayor privilegio de un decano es —a mi


juicio— saberse rodear de colaboradores inteligen-
tes y honestos Sobre todo de seres bellos. Fue así
como tuve la fortuna de contar con hermosos asis-
tentes: muchachitos maravillosos y deliciosamente
vestidos que informalmente calzaban zapatillas y
medias deportivas. Andreus Rubiano —a quien reli-
giosamente le dicté cientos de párrafos— Alejandro
Lozano —con quien preparamos numerosas confe-
rencias y discursos— Christian Uribe —un futuro
sociólogo que me ayudó a elaborar el bendito Plan
de Desarrollo— y Felipe Borràs El Infantino dorado
al que por culpa del fervor dedico estos delirios. ¿Me
enamoré de un estudiante? Claro que sí… Y para
que se pudran los envidiosos Supimos conducir aquel
carruaje mientras sosteníamos una relación sin ánimo
de lucro.

Tengo fiebre. Lo grato de ello es que se puede


jugar con la memoria: me veo adolescente y vestido
de adulto dando instrucciones a los jugadores de un
equipo de fútbol. ¡Qué horror! ¿Será porque me atraen
sus cuerpos? Aterrado me pregunto ¿De dónde habrá

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Fabián Sanabria

surgido esta manía de repetir? Porque es lo que suelo


hacer en mis clases. No hay profesor que no tenga
algo de actor o de payaso Somos unos expertos en
adosar En calificar En reiterar. Y yo que a cada rato
reniego de la reproducción… ¡Por eso jamás traeré
hijos a este mundo!

El mayor desgaste de la Universidad pública con-


siste en tener que mendigar cada año el presupuesto.
Un día ocurría lo mismo de todas las veces: las cuen-
tas debido al aumento del Índice de Precios al Consu-
midor no cuadraban Y al rector le tocaba ocuparse de
semejante chicharrón. Primero ante los ministerios de
Educación y de Hacienda Luego llegando a acuerdos
con algunas de las bancadas del Congreso Después
sacando comunicados Finalmente convocando a la
opinión pública. Todo eso y más se había hecho Pero
para los mamertos no era suficiente. A todas luces sin
saber exigían cuentas claras. Una mañana agarraron
al profesor Lerner en el Departamento de Química
Le hicieron una encerrona. Como pudo El Abuelo se
les escapó Alcanzó a subirse al vehículo que lo trans-
portaba. Empero se vinieron en masa los revolto-
sos Y no sólo ellos: se les fueron uniendo en corrillo
decenas Cientos de adolescentes despistados. De esos
que se mueren por matar al padre simbólicamente
De aquellos que ante la autoridad Ni mierda. Enton-
ces comenzaron a bambolear la camioneta del rector

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¿Profesor?

Exigían que se bajara y fuera con ellos hasta el León


de Greiff Que le diera la cara a la asamblea salsamen-
taria. A cada minuto que transcurría la situación se
tornaba más tensa: el representante de los estudiantes
se trepó al techo de un edificio y desde allí vociferó
las arengas que quiso. A ese individuo se le pega-
ron los profes más revoltosos Los que siempre joden
porque nunca están contentos. Yo salía de mi despa-
cho cuando vi semejante carnaval y en el acto me di
cuenta de lo horrendo. Por supuesto que me acerqué
hasta el círculo inmediato Allí había guardaespal-
das y otros maestros tratando de proteger al Abuelo.
Al vehículo lo querían voltear varios pelaos excitadí-
simos De pronto empezaron a darle garrotazos al
motor Uno se subió encima del capote Nosotros tra-
tábamos de calmarlo Le decíamos que no fuera vio-
lento. Durante cuatro horas avanzamos apenas unos
metros La prensa llegó y la noticia corrió hasta oídos
de Topogigio: ahora todo era un enredo. Como pudi-
mos Cuatro decanos tratamos de calmar a la turba
De mostrarle que aquel no era el camino. Pero nada
Las exigencias persistían. Obviamente no eran realis-
tas. En medio de semejante muchedumbre resultaba
francamente torpe que el rector abriera siquiera una
ventana. Aparecieron numerosos indiecitos tratando
de mediar Ni siquiera al taita de ellos los violentos le
soltaron el trofeo. Finalmente se escuchó en la radio
la chiva de un secuestro Algunas voces decían que el
Tirano de la Nación llegaría al campus a caballo…

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Fabián Sanabria

Afortunadamente en un abrir y cerrar de ojos la


camioneta arrancó y a todos se nos pasó el susto.

Una enfermera me sorprende con el desayuno


Gustosamente se lo recibo y mecánicamente lo tomo:
primero El jugo medio congelado Después La arepa
frita y los huevos. Entonces echo azúcar en el café
y listo. Anhelo sin más remedio un caldo de costi-
lla Nuestro pot-au-feu al que le faltan los pepinillos.
Recuerdo que papá como buen santandereano pre-
paraba uno exquisito: con aquel caldo resucitaba
muertos.

El siguiente Consejo Académico fue patético:


representantes profesorales y estudiantiles exigían
que el abuelo Lerner se retractara de lo que la prensa
había titulado: «Secuestrado rector en campus uni-
versitario». Y no sólo de eso: que le pidiera perdón a
la honorable asamblea salsamentaria por no haberle
dado cuentas claras a tiempo Por supuestamente no
publicar cuánto le faltaba al presupuesto. Y sobre
todo que agradeciera encontrarse nuevamente sano
y salvo. Ante semejantes declaraciones los decanos
manifestamos nuestra indignación Rechazamos enfá-
ticamente lo dicho. Una vez pasado el bochorno de
aquellos cotudos con paperas Al colega Bula le dije:
—¿Qué carajos aquí hacemos?

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¿Profesor?

Con el último bocado de huevos tibios mancho


sin querer el primer ojal de mi piyama. Trato de lim-
piarlo con la uña y no lo consigo. Me siento como
cada vez que desesperado busco quitarle el precio a
un libro impreso en Colombia Toda una desgracia: las
malditas editoriales nacionales —por ahorrar— com-
pran el pegante más barato y toca rasparlo a punta de
navaja. Pues bien Así me hallo queriendo borrar esta
mancha de la camisola. Dejémosla así ¡Qué vaina!
¿Hace cuánto que la llevo puesta? No me acuerdo. Lo
cierto es que en un hospital no se puede ir vestido de
otro modo. Sin necesidad de uniforme penitenciario
He ahí la marca de la convalecencia.

Lo mismo de cada semana y en buena medida la


repetición de la repetidera. De algún modo la rutina
de ser decano empezaba a aburrirme. ¿Qué haría
cuando concluyera mi mandato? En modo alguno
volver a candidatizarme Prefería dedicarme a la tele-
visión. ¿Cuál sería mi programa? Me inventaría uno
para conversar cada ocho días en la sala de mi casa
Vestido de bata con mi gato frotador Exclusivamente
sobre imposturas e impostores. Lo llamaría El tramo-
yero. ¿Habría algún canal interesado? No podía ima-
ginarlo. El mejor negocio cuando fuera ex decano
consistiría en fundar una iglesia o universidad de

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Book - PROFESOR.indb 377 1/17/13 2:42 PM


Fabián Sanabria

garaje: así impartiría clases y sermones a través de mi


propio Espejo de Narciso. De lo contrario ¿Cómo
habían subsistido la libretista Uribe El pastor Gómez
Los esposos Castellanos o el predicador Silva? Seme-
jantes avivatos en esos menesteres daban ejemplo.
Por aquellos días el director de la Alianza Fran-
cesa me llamó para que sirviera como traductor de
una misión canadiense que ayudaba a las institucio-
nes colombianas a «cualificar la educación superior
que impartían». Me correspondió visitar con algunos
colegas del Consejo Nacional de Acreditación una
casaquinta llamada impao. El director de dicha orga-
nización se presentó no en calidad de rector sino de
propietario. Lo peor era que con jeta de cerdo El muy
bastardo se atrevió a subrayar su poderío: no sólo era
dueño de una sino que poseía cinco universidades.
Por supuesto que cada vez que tan distinguido señor
balbuceaba Mis frases comenzaban anteponiendo «Il
dit que…» A fin de no sonrojarme tanto. Cosa simi-
lar ocurría con las sectas donde todos los domingos
numerosos borregos entonaban «Gloria Aleluya» o
«Alabaré a mi Señor» ¡Bendito sea! Independiente-
mente del sentido que los pastores dieran a sus fieles
Esos hampones sacaban fructuosos dividendos: todo
gracias a la «ley del diezmo». Entonces ¿para qué
reelegirme? Si al vicedecano le daban ganas de que-
darse Yo me iría de sabático.

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¿Profesor?

¡Quiero afeitarme y tomar por mi propia cuenta


otro baño! ¿Tendré que transportarme con estos apa-
ratos a los que me tienen conectado? No con todos:
sólo con el suero pues una vez en la ducha me lo
arranco. ¡Que no me jodan! Ejecuto pues el plan con
total parsimonia Me incorporo y tomando fuerzas del
cosmos Inicio la santa procesión del Jueves Santo. Ya
está: me asomo al espejo y con tristeza descubro una
cara demacrada Estoy lleno de ojeras La barba crece
como se le da la gana Por rascarme furioso el pelo cae
a borbotones… ¡Necesito un peluquero que me rape!
Será lo primero que haga cuando salga de aquí… Si
nací de nuevo He ahí el signo.

Calmando la desazón invité a Fernando Vallejo


para que nos dictara una clase y estrenara su título de
doctor Honoris Causa. Él gustosamente aceptó Acudió
complacido a fin de compartirnos la primicia de su
Don de la vida. Los muchachos supieron gratamente
corresponderle: horas antes de su llegada teníamos
dos auditorios repletos. Saludé al maestro que vestía
chaqueta caqui y pantalón azul de dril con sus zapa-
ticos menudos Subimos a mi oficina a tomar té con
galletas mientras arreglaban el sonido. A los quince
minutos descendimos por una escalera de caracol al
escenario donde cientos de jóvenes conmovidos lo
aplaudían Él no necesitaba presentación y se mos-
traba reacio a leer apartes de su última novela Tocó

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Fabián Sanabria

picarle la lengua. Comencé a salpicar párrafos de aquí


y allá hasta que pidió que le pasáramos un ejemplar
de La Virgen de los sicarios. Entonces su voz se perdió
recordando el momento en que Alexis entra con su
alter ego a la cantina de Bombay Muy cerca a la Finca
Santa Anita… Allí había una rockola donde tras par
de guaros resonó: Un amor que se me fue Otro amor que
me olvidó Por el mundo yo voy penando… La voz de Pedro
Infante interpretaba con nostalgia el pasado perdido
de un Senderito de amor.

No puedo tomar mi baño porque entra una


enfermera que estupefacta pone el grito en el cielo:
—¿Y el potasio? Como no le respondo Histérica-
mente toca el timbre y llama al séquito de sus colegas.
En par de minutos llegan Me conducen al lecho y sin
musitar palabra lentamente me conectan. Su silencio
esta vez resulta más poderoso que cualquier orden. Sé
que de esa forma debo quedarme Me toca obedecer y
ni modo. Disimulando la situación les pregunto: —¿Y
Marlene? Una de ellas ruborizándose me responde:
—Se fue de vacaciones.

La última velada con Vallejo me alivió. ¡Cosa


magistral! Con todos los improperios que lanzaba
contra Colombia: nuestro desastre sin remedio. «La
patria es una mierda envuelta en papel celofán…»

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¿Profesor?

Proclamamos al unísono. Luego brindamos varias


veces al azar Al infortunio. Me despedí de él trasta-
billando con El Infantino. En aquel tiempo Felipe
era apenas un estudiante que me acompañaba. Lle-
gamos a casa con ganas de escuchar el brindis de La
Traviata Pusimos el disco de Domingo Pavarotti y
Carreras: Libiamo nè lieti calici Che la bellezza infiora E
la fuggevole ora S’inebri a voluttà… Libiamo nè dolci fremiti
Che suscita l’amore Poiché quell’occhio al cuore Onnipotente
va… Y entonces aquellas frases lograron lo que los
organismos de control del Estado jamás: mandar a la
mierda toda clase de censura que prohibiera enamo-
rarnos y entregarnos al Libiamo amor fra i calici Più caldi
baci avrà. Nuestra mayor sorpresa fue constatar que
al día siguiente tres políticos —uno de ellos colega
y amigo— se presentaban sonrientes ante la opi-
nión pública con el ánimo de recrear un partido cuyo
apodo inicial era el de «los tres tenores».

A la hora de mi reconexión Hernando Salcedo


ingresa todo sonriente: —Gracias por haber venido. Le
pregunto por los líquidos que me inyectan y los cables a
los que me tienen conectado… Le digo que el tal pota-
sio duele muchísimo Que si es estrictamente necesario.
Él responde que va a convocar una junta de médicos.
Su mentira es tan creíble que cual placebo me tran-
quiliza. En seguida conversamos de un seminario que
hoy me tiene dando vueltas y en la tarde supuestamente

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Fabián Sanabria

debo inaugurarlo: un gran homenaje al filósofo fran-


cés Jacques Derrida con invitados de todo el mundo.
Cómo no puedo acudir Le digo que le pida a Felipe mi
película Donner la mort Filmada hace algunos años en
París por mis estudiantes de La Sorbona. A mi juicio
el tema es completamente actual Además de un buen
saludo al maestro. Hernando asegura que la proyectará
Se compromete a ello… Débilmente se lo agradezco.

Los consejos de decanos siempre fueron asam-


bleas presididas por el rector En los cuales discu-
tíamos los asuntos de política académica. En torno
a una gran mesa redonda —como una suerte de
pequeño Congreso— los representantes de las diver-
sas facultades teníamos asiento. No era gratuito el
puesto que según su especie cada uno ocupaba. Sim-
plemente señalaré que el decano de Ciencias se sen-
taba en el sentido opuesto al de Derecho Que el de
Ingeniería casi siempre era secundado por mi amigo
de Economía Mientras el de Medicina prefería el
centro. Casualidades y pura espontaneidad Diríamos
en términos políticamente correctos. Pero no voy a
contar los chistes ni a referirme a los típicos comen-
tarios que en esas sesiones solemnes ocurrían. Sólo
diré que tras el lanzamiento de la campaña de los tres
tenores —de Lucho Garzón Kike Peñalosa y Atana-
sio Moskus para realizar una consulta entre ellos a
fin de elegir un candidato verde a la Presidencia de

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¿Profesor?

Colombia— Mis colegas decanos apostaron a que yo


no continuaría otro periodo. Según ellos pediría per-
miso para «acompañar» al profesor Moskus.

Pasan las horas y como caído del cielo aparece mi


colega y amigo Jorge Bula —feliz de verme restable-
cido. Discretamente me cuenta las últimas novedades
de la Universidad Comenta las salvajadas de algunos
miembros del Consejo Académico. Yo le digo que lo
que pudre a nuestra institución no son los lunares de
afuera sino lo que se lleva por dentro. Que hasta no
darse un verdadero relevo generacional la cosa no va
a cambiar Que seguirán los mismos con las mismas.
Bulita argumenta que hay una tremenda crisis de lide-
razgo Insinúa que cuando me recupere me lance a
la Rectoría. Yo le digo que soy muy transgresor Que
mejor vaya él primero porque al fin y al cabo es hijo de
políticos… Que con todo gusto lo secundo pues tal
vez después sí me gustaría lanzarme para celebrar con
todas las de la ley los ciento cincuenta años de nuestro
claustro. En esas llega una enfermera con el almuerzo
Jorge me ve comer con desgano Pide que me alimente
Yo le contesto que duele mucho el potasio Él mirando
perdido recomienda que coma plátano.

El rollo de volver con Moskus ni siquiera lo había


pensado: el cúmulo de coloquios que ampliamente

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Fabián Sanabria

desarrollaba con mis amigos de la embajada de Fran-


cia en varias ciudades de Colombia escasamente me
daba tiempo. No obstante confesé una gran simpatía
con la idea de que en nuestra Patria Boba surgiera otra
alternativa política Cosa que reflejaría en mis atuendos.
Sabiendo que abiertamente no podía proclamar que la
idea de los «tenores» me era grata Decidí que en adelante
al menos usaría trapos verdosos en el cuello. Deshila-
ché las pocas corbatas que de ese color tenía y empecé
a comprar otras siguiendo el mismo procedimiento: fue
así cómo aprendí a fabricar pañoletas espléndidas Feliz
de destruir las flechas de seda que odiaba.

Lloviendo y haciendo sol son las gracias del


Señor Decía mamá cada vez que aquello ocurría.
Esta tarde es así El bendito dorado se asoma. A mí
me gusta saber que está allí pese a los dos grados de
fiebre que regresan. Generalmente me he percatado
de que cuando cesan las gotas Si el robusto balón
sigue desnudo No sé por qué le cede la plaza a un
hermoso arco iris. Un inefable Tal vez… —he ahí
la mejor manera de llamarlo. Como quien quiere y
no quiere la cosa Simplemente la posibilidad de algo.
El aspecto más acertado de todos los movimientos
homosociales ha sido erguir ese símbolo como ban-
dera: nada más bello que un cielo de todos los colores.

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¿Profesor?

Un buen día confronté a mi brazo derecho de la


Decanatura: al profesor Sergio Bolaño. Le pregunté
si él quería lanzarse para el siguiente periodo Que
yo con gusto lo apoyaba. Él jesuíticamente vaciló…
Semejante signo fue inconfundible Me dejaba tran-
quilo. A partir de aquel momento empecé a hilar una
propuesta de investigación para adelantar durante
el año sabático que solicitaría. Se me ocurrió rea-
lizar en compañía del gescco —esa sigla ya fue
identificada— un gran proyecto llamado Vínculos vir-
tuales para explorar a fondo las redes sociales: Face-
book Twitter Google Wikipedia YouTube YouPorn
Lastfm… La idea a mis machitos les encantó Y como
complemento personal inscribí ante el Consejo de la
Facultad un tentativo trabajo de promoción para ser
profesor titular de la Pontificia Universidad Nacional
de Colombia: Alter Ego Academicus.

Toca hacer la siesta pero no quiero quedarme


solo. El Infantino tuvo que retornar a sus clases en la
Universidad No más permisos El matrimonio iguali-
tario en este país no ha sido aprobado. ¿Alguna vez
lo será? Ojalá que cuando publique esto. ¡Quién sabe!
Colombia es un país demasiado godo para superar
tanta hipocresía. Debería reconocerse cacorro y con-
tarse entre los más progresistas del mundo. Lo cierto
es que sólo la Corte Constitucional puede decidirlo
Jamás el paraco Congreso. Entre tanto me falta un

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Fabián Sanabria

machito que venga a mi lecho de enfermo y se empe-


lote sin pudor para dormir en bola conmigo. ¿Será —
querido lector— que tú te atreves?

Un domingo 26 de marzo —eso creo— Día de


elecciones legislativas y de consultas inter-partidistas
Hacia las cinco de la tarde recibí una llamada de uno
de los colaboradores del profesor Moskus: me invitaba
a celebrar en el norte de Bogotá el triunfo de la «Con-
sulta verde». Gracias a haberse ligado a una conce-
jal bastante derechosa —que ahora saltaba al Senado
proclamándose «defensora de los niños» pidiendo pri-
sión perpetua para violadores de menores— El recién
creado Partido Verde Colombiano ( pvc) —que de
ecológico sólo tenía un montón de girasoles estam-
pados— conquistó varias curules en el Congreso Y
la mejor noticia: el profesor Atanasio Moskus sería su
candidato a la Presidencia de la República.

El gentil doctor Chaparro interrumpe mi deseo.


Aparece muy sonriente diciendo: —Caballero Ya va
siendo hora de que lo demos de alta. ¿Cómo va esa
fiebre? Lentamente me examina y palpa Observa
con cuidado el herpes labial que me aqueja: lo con-
traje en la clínica y casi le digo que fue por culpa de
haber recibido una mañana el Cuerpo de Cristo. Me
abstengo. Él ordena que me cambien de antibiótico

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¿Profesor?

Menos potasio y más suero. Así mismo que en dos


horas me tomen una radiografía de tórax y otra de
garganta.

Vencido el día de inscripciones para un nuevo


periodo de decanos Yo no me inscribí Sergio Bolaño
lo hizo. A partir de aquel momento se multiplica-
ron los adioses Las despedidas. Me iba y de algún
modo no estaba seguro si regresaría. Necesitaba de
cambios fundamentales Que algo extremo ocurriera.
Así suelen ser las cosas: se dan o no y cuando que-
remos que un acontecimiento extraño ocurra Nada
pasa. Todo es lo mismo: las calles Los objetos Las
personas… Contemplar que las cosas siguen perfec-
tamente normales nos muestra lo provisionales que
somos. Justamente como el juego de profesor: des-
pués de un breve lapso nadie se acuerda de nosotros.

Tocaba. Entra el enfermero rapado que el primer


día de resurrección me ayudó a pasar bocado. Con
toda diligencia me ayuda a levantar y alcanza mis zapa-
tos y bata Le pido que me pase un foulard del armario
para usarlo como bufanda Luego me ayuda a sentar en
una silla de ruedas y cubriéndome la cara con el trapo
de seda me transporta. Veo un montón de pacientes
por todas partes Abordamos un ascensor especial Nos
detenemos en el primer piso En seguida atravesamos

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Fabián Sanabria

un jardín y ya está: ingresamos al cuarto oscuro para


que me tomen dos placas. La doctora encargada de
ese lugar me ayuda a ponerme en pie Pide que me
recueste frontalmente ante una lámina helada y Tras el
primer fogonazo Posa allí mi garganta: —Eso es todo
Muchas gracias Profesor. Ahora de vuelta.

De acuerdo: un fenómeno raro se elevaba sobre


la tarima Aparecía espontáneo en las pantallas.
¿Alguien podía calcularlo? Miles de jóvenes se fueron
contagiando Estampando su rostro en páginas bana-
les que con el lento transcurrir cotidiano cobrarían
vida. Un raro entusiasmo: quizá era posible cambiar
las costumbres políticas Legalizar a Colombia por las
buenas. Fue allí donde constaté el poder de las redes
sociales: otras voces y otros ámbitos Querer Creer
Vislumbrar… La gente no era tan alienada como
algunos colegas aseguraban: les parecía ridículo que
me dedicara a estudiar cosas tan poco serias como las
que ocurrían en Internet Ellos estaban comprometi-
dos con los grandes acontecimientos. Mas ¡quién lo
creyera! Cual viento rabioso una ola verde se venía
gestando…

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XV

Con bombos y platillos el doctor Chaparro me


comunica que mañana me dará de alta. ¡Aleluya! El
neumólogo ha visto los resultados de las últimas pla-
cas Dice que mi recuperación va viento en popa. ¡Fan-
tástico! Una excelente noticia. Al fin podré salir de
aquí y volver a ver a Gaucho. —A propósito doctor
Yo vivo con un felino… ¿Puedo seguir con él o tengo
que regalarlo? Felipe (mi novio) dice que suelta mu-
cho pelo y tal vez eso es nocivo… —Para nada. Usted
no es una embarazada y su enfermedad no tuvo que
ver con eso. Puede seguir con su gato.

Último estudio practicado al paciente hospitali-


zado en la habitación 506 de la Clínica Nueva de Nues-
tra Señora de la Magdalena: «spn 301: El desarrollo
y transparencia de las diferentes cavidades parana-
sales es de aspecto normal No se identifican engro-
samientos mucosos ni niveles hidroaéreos. Septum
nasal central con permeabilidad de antros conser-
vada. Las estructuras óseas visualizadas no muestran

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Fabián Sanabria

lesión de origen traumático Los tejidos blandos pare-


cen coherentes. tórax 2132: mínimos cambios de
aspecto residual sobre el hilo izquierdo. El resto de
los campos pulmonares se encuentra neumatizado en
forma satisfactoria. Cardiovascular con morfología y
dimensiones normales».

¡Qué políticos tan amigables Cuán compañeri-


tas! ¿Acaso semejante fraternidad la proyectaban los
otros? Tanto amor se debía a que apenas despegaban.
Además los tres habían pasado por el mismo cargo:
alcaldes mayores en tiempos complementarios. Cada
loco con su tema: el uno con el rollo de la cultura
ciudadana El otro ampliando andenes y llenando la
ciudad de bolardos para que los conductores no par-
quearan donde se les diera la gana Y el más socialista
adaptando a escala de la capital políticas que bene-
ficiaran al pueblo. Volvamos: el primero dejando a
un lado sus sacos cruzados y exhibiendo sus manías
de profesor educando a incultos El segundo todo
un gerente gobernando en camisa con fina corbata
y pantalones bota italiana El último ahogándose del
calor entre busos cuello de tortuga. ¡Tiempos aque-
llos! ¿Qué cosas digo? A la pequeña banda le faltaba
un cuarto rey mago: otro matemático de Medellín que
por pura arrogancia había hecho rancho aparte Pero
de momento andaba quebrado: desde el comienzo se
dedicó a recorrer dizque a toda Colombia… Conformó

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¿Profesor?

una lista independiente que el país entero desconocía


pese al nombre de un ex secuestrado… Tocaba lla-
marlo Atraerlo Sus deudas eran condonables y aque-
lla franquicia podía dar mejores dividendos.

Minutos después de la buena nueva Entran a mi


cuarto dos personajes vestidos de azul oscuro Pare-
cen diplomáticos: son el agregado de cooperación de
la embajada de Francia Adelino Braz y Hernando Sal-
cedo. Se acercan para contarme que el seminario en
honor a Jacques Derrida ha sido todo un éxito Que
algunos invitados preguntaron por mí tras ver la pelí-
cula Dar la muerte proyectada por Hernando Que
ahora lo importante es reposar pues tan pronto me
recupere nos aguardan más coloquios. Yo les digo
que me siento feliz aunque un poco nostálgico Que
siento especies de recuerdos alegres que me hacen
llorar cada mañana… Adelino dice que esa sensación
en portugués se llama saudade Que él debido a sus orí-
genes sí que sabe del asunto. Yo le pido que me des-
pida del embajador pues no puedo acudir a la cena
que en su honor le han organizado Él me dice que no
me preocupe Que lo que cuenta es mi salud porque
todos esperan que no vuelva a darles sustos.

De re-visionario Atanasio Moskus recorrió el


país de un extremo a otro: la prioridad fueron las

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Fabián Sanabria

capitales. Definitivamente el profesor no era muy


amigo del agro. Estuvo en Santa Marta Barranqui-
lla y Cartagena exhibiendo con gusto un traje claro.
También viajó por el Eje Cafetero y algo del Valle
del Cauca De pronto se deslizó hacia los santande-
res picándole el ojo al Pacífico: ahora lucía el color
de su partido. Cada vez que aterrizaba en una ciudad
predicaba el mismo evangelio Repetía idénticas con-
signas: «Vida y recursos públicos sagrados Con edu-
cación todo es posible No todo vale Seamos legales
por las buenas». ¿Acaso se enteraba de las estrategias
de sus contradictores? Hasta tres y cuatro veces al día
se adaptaban y cambiaban La política era puro camu-
flaje A todas las situaciones se amoldaban. Aparecían
con trajes distintos Incluso en el mismo escenario. Él
—como en tiempos del tricornio— reafirmaba sus
símbolos: el verde que te quiero verde operaría indis-
criminado La gente contenta lo seguía aplaudiendo.

Tras los embajadores veo de nuevo al Infan-


tino. Le pregunto que por qué está tan contento Que
qué novedades me trae. Felipe dice que al fin está
en paz consigo Que acaba de encontrarle refugio a
mi gato. Yo le digo que cómo así Que justamente he
conversado con mi neumólogo y el doctor Chaparro
dice que no hay problema Que mi enfermedad nada
tuvo que ver con el felino Que puedo seguir compar-
tiendo espacio con él y hasta consentirlo. Entonces

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¿Profesor?

ni modo. Lo que sí pacto con Felipe es que se haga


una limpieza absoluta del apartamento Que con Rita
y Edgarinos busquen una empresa profesional para
desinfectar y fumigar el retozadero. Así por lo menos
Durante unas cuantas semanas no habrá pelos de
Gaucho Pero que con él me quedo. Pese a ser una
bestia salvaje a la que sólo le interesan los frotamien-
tos Yo lo quiero.

Tocaba acudir a los «debates» de la televisión.


Allí aparecería la competencia: el candidato Pardo
y siempre tieso del Partido Liberal La matrona son-
riente con pinta de barbie Emí Sanín representando
a los conservadores El delfín de los Lleras que con
tono golpeao y acento capitalino exclamaba «Mejor es
posible» El ex senador Gustavo Perto de las Izquier-
das Unidas de Colombia Y el candidato que con
broche de oro se reclamaba heredero de la segu-
ridad demográfica: Juan-Manuel Santos-Rubino.
Ante ellos el profesor Moskus se presentaría como
un escolar vestido de café con leche Muy juicioso y
dispuesto a dejarlos discutir Él simplemente procla-
mando «Vida y recursos públicos sagrados Con edu-
cación todo es posible No todo vale Seamos legales
por las buenas». Por supuesto los quince minutos
de fama serían para los periodistas: los presentado-
res haciendo gala de equidad cortando intervencio-
nes en el momento adecuado Replicando con total

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Fabián Sanabria

imparcialidad Balanceando sabiamente preguntas y


respuestas Opinando a nombre del pueblo y pidiendo
aclaraciones por si algún televidente idiota no com-
prendía… Mejor dicho demostrando que la política
nunca antes ni jamás se podía ejercer sin los medios.

Decidida la suerte de Gaucho le pregunto al


Infantino que a todas éstas cómo va mi felino. Él dice
que lo más de juicioso Que no me haga muchas ilu-
siones porque a los gatos sólo les gustan los lugares y
para nada las personas… Yo entonces le replico que
no se preocupe Que espere y verá cuando vuelva a
aparecer y él de nuevo me huela Que poco a poco vol-
verá a adaptarse a mí y yo a él así a Felipe le den celos
Que en cuestión de dos días volverá a frotarse en mi
brazo izquierdo y a ronronear junto a mi cabecera.

Hacerse el idiota cuando se enfrentaba a varios


resultó buena estrategia. El termómetro de las encues-
tas empezaba a girar A aumentar A descender A esta-
bilizarse. ¿Alguien se atrevía a cuestionar el sacrosanto
estado de opinión? ¿Acaso no todo el mundo se ente-
raba de las fichas técnicas? Esto y aquello replicaban
las honorables firmas: nuestro trabajo es una simple
proyección Apenas tratamos de guiar al elector Los
colombianos requieren de orientaciones modernas.
Por supuesto las casas de estadísticas cual emisoras

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¿Profesor?

de la fm competían Obviamente los precisos resulta-


dos variaban dependiendo de alguna contingencia: de
quién había pagado tal o cual estudio De si se había
realizado en la calle o por teléfono De si la gente que
respondía estaba afiliada a las redes sociales o aca-
baba de ver el último debate. Entonces la campaña
de los verdes contrató a un asesor que desafortuna-
damente sólo duró dos días. Era un mexicano alto y
bello De tono de voz grave y para nada machista que
de buenas a primeras dijo: —Si el candidato favorito
quiere triunfar debe simplemente inflar las encuestas
Mostrarle a la opinión como principales competido-
res a los verdes. El tipo estaba loco. ¿Quién diablos lo
había llamado? Mejor devolverlo al df y entregarle la
logística dura a los peñalosistas.

Dejando la puerta de par en par Entra una


enfermera. Felipe se levanta y haciendo un gesto iró-
nico la cierra Ella viene a verificar mis signos A ver si
estoy bien conectado. Yo le pregunto que si el doctor
mañana me da de alta ¿por qué tantos cables? Que si
son estrictamente necesarios… Ella responde que sí
Que de lo contrario no me pueden soltar Que tengo
que salir con todas las de la ley y que no me queje
tanto pues sólo me restan veinticuatro horas.

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Fabián Sanabria

Del mismo modo que un termómetro señala


cuando un paciente delira Cosa idéntica ocurría con
las marcas de las encuestas. Las acciones en la bolsa
verde subían De numerosos jardines miles de gira-
soles se arrancaban… Pero faltaba un toque especial
Una especie de golpe de opinión —como decían los
especialistas. ¡La franquicia del paisa quebrado toda-
vía valía! ¿Por qué no llamarlo? ¿Cuánto costaría? Si
los jugadores de fútbol se negociaban entre clubes…
¿Por qué no apostarle a la gratuidad de castos ideales?
Durante un fin de semana se concretizó la alianza: el
matemático Fajardo no cobró nada Tal sería su gene-
rosidad que incluso los gastos de representación por
ser fórmula vicepresidencial de Atanasio su rica fami-
lia de constructores los aportaría. Fue el momento en
que se acuñó un nuevo estribillo a las consignas: «Yo
vine porque quise A mí no me pagaron».

La doña se va y ante Felipe vuelvo a renegar de


la obsesión de esta clínica por crucificar a los pacien-
tes. Este es el estado ideal para que vengan las aves de
rapiña… Me refiero a toda clase de confesores y rabi-
nos. ¡Por algo se visten de negro!

Ver al mono y al moreno A esos bellos mate-


máticos repartiendo lápices y cuadernos en lugar de
«armas»… ¡Cuánto fervor mostraban! Eran igualitos

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¿Profesor?

Idénticos Con los mismos ideales. Había que seguir


aquellas muestras de gratuidad Que en cada rincón
de Colombia todos los ciudadanos plasmaran el deseo
de escribir una nueva página de la historia. Entonces
las encuestas se dispararon y ¡santo milagro! Atana-
sio Moskus con su fórmula superó a todos Incluso
al favorito. A esos dos maestros en modo alguno les
interesaba el poder… Sólo querían compartir y com-
petir ¡Divino Niño! La pasión entera se encendió
Miles de muchachos se sintieron seducidos. ¿Alguien
lo dudaba? Más aún: toda clase de actores y cantan-
tes en pro de ellos manifestaron. Espontáneamente
los jóvenes copiaban el magnífico comercial donde
tamaños talentos aplaudían Celebraban y proclama-
ban que el ideario del pvc era el suyo. Sólo el ejemplo
educaba y había que seguirlo. Resultaba inminente
multiplicar el prodigio a través de todas las redes
sociales: cientos de miles de afiches Nuevas pancar-
tas y hasta hermosas caricaturas proyectando un haz
de luz ecológico al final del túnel.

De almuerzo —esta vez— me traen un delicioso


plato de lentejas. Felipe dice que se va a la cafetería
para devorar un sandwich pues a las tres tiene la última
clase de Estadística. Yo le digo que buen provecho
y vuelva al cuarto antes de partir para la U de modo
que podamos despedirnos. Él asiente y atraviesa la
puerta Se cruza con la monja que alguna vez asistió a

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Fabián Sanabria

mi seminario de religiones comparadas en Medellín


que anda obnubilada. Ella quiere entrar a saludarme
y Felipe con todo gusto le hace la venia… —¿Qué tal
hermana? Le pregunto. —Muy bien Profesor ¡Cómo
está hoy de robusto! —Dicen que mañana me dan de
alta ¡Ya era hora! —¡Qué bueno mijo! ¿Se da cuenta de
que los milagros existen? —Así es hermana. Como el
prodigioso muchachito que usted acaba de toparse en
la puerta. Si no fuera por él yo no estaría vivo. —¿Él
es su amigo? —Mi novio Hermana Mi prometido.
Tan pronto aprueben el matrimonio igualitario con
él pienso casarme. ¿Qué piensa usted de eso? —Pues
mire: aunque las superioras me regañen Lo único que
puedo decirle es que durante cuarenta años que llevo
en esta clínica Las parejas más amorosas que he visto
han sido de señores y muchachos.

Verde no podía confundirse con rosado y


aunque los girasoles iban embalados Nadie podía
cantar victoria. La campaña del profesor Moskus
era bastante artesanal si se comparaba con las otras.
Los demás contrincantes contaban con asesores de
imagen Mánagers y edecanes Obviamente sin mencio-
nar a los consejeros que en materia económica Socio-
cultural y defensiva descrestaban con cifras. ¿Los
matemáticos de quiénes se estaban rodeando? Apa-
rentemente de intelectuales muy destacados De exper-
tos en muchas áreas y para los del polo opuesto De

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¿Profesor?

brillantes tecnócratas. ¿Pero dónde estaban? ¿Por qué


no se veían? Muy buena pregunta. Una vez en el ojo
del huracán no se podía seguir jugando con espejos
Correspondía mostrar programas Establecer metas
Inclusive hacer promesas. Eso para nada le gustaba al
maestro. Todo lo contrario Prefería no asumir com-
promisos para después no defraudar al pueblo Pospo-
ner el Plan de Desarrollo para luego implementarlo.
Así se dieron debates por fuera de emisoras y cana-
les de televisión donde la gente empezó a criticarlo:
«No todo puede ser buena voluntad Las relaciones
internacionales están naufragando ¿Quién va a frenar
la inflación? El horror no se arregla por las buenas
Muy bonito su candidato pero me temo que no habla
claro». Recuerdo un encuentro que me puso los ner-
vios de punta: la Universidad Nacional organizó un
debate sobre Educación El tema de Atanasio. En un
salón costosísimo los demás candidatos nos dejaron
plantados Salvo el doctor Pardo. Al final de la jornada
apareció proveniente de no sé qué ciudad el profesor
Atanasio. ¿Y sabes con que nos salió? Con una pre-
gunta: —¿Qué es más grave: robar una hostia consa-
grada o una sin consagrar? —¿A qué venía ese rollo?
Supuestamente estaba obsesionado con explicarle a la
gente que había que pagar más impuestos. Esa era
otra perorata con la que andaba enredado. Según los
peñalosistas nadie lo podía detener: él hacía cuanto
se le metía en la cabeza. Felizmente del oso en aquel
debate lo salvó su fórmula vicepresidencial Fajardo:

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Fabián Sanabria

mirando al firmamento prometió vender algunas


acciones de Ecopetrol para solventar una ambiciosa
revolución educativa.

Durante media hora le cuento a la monja algunas


anécdotas de mis fervores insoportables. Ella sonríe y
a su vez me dice que lo importante es el amor Que no
hay que hacerle caso a los dogmas. Yo le replico que
afortunadamente a mí nunca me educaron con miedo
ni culpa Que los que más me atraen son mis alumnos.
Ella suelta una carcajada y en esas ingresa Felipe para
despedirse. Ahora sí puede darme un beso en la meji-
lla: desde ayer a mis visitas las dispensaron de bata y
tapabocas.

Los debates se volvieron de nervios. Atanasio


vacilaba Dudaba Titubeaba. ¿Qué le ocurría? ¿Acaso
estaba enfermo? Aquella pregunta explotó y los verdes
guardaron silencio: de buenas a primeras el profesor
Moskus confesó que padecía del mismo mal que Su
Santidad Wojtyla. Pero en absoluto grave pues todas
las noches antes de acostarse su mujer le daba una
pastilla. Semejante sinceridad asombró a la gente que
no se atrevía a opinar… Sus contrincantes no pudie-
ron usar esa declaración en su contra Al contrario:
muy condescendientes le desearon pronta recupera-
ción Que siguiera con todas sus fuerzas compitiendo.

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¿Profesor?

Pero ¡Ay Señor mío! El mandarín de turno comenzó


a decir que no dejaría su gobierno en manos de un
caballo enfermo… Y para rematar ¡Qué casualidad!
Su fórmula vicepresidencial El moreno Fajardo no
podía acompañarlo más: una mañana —por hacer
piruetas en una bicicleta— sufrió un accidente que lo
dejaría enyesado durante el resto de campaña.

De nuevo Norita consintiéndome: me trae más


uvas y peras. Pero llega con una noticia escabrosa:
revisando mis certificados de ingresos ¡Tengo que
declarar renta desde el año noventa y cinco! El pro-
blema es que por haber dejado de pagar cien mil pesos
Las multas hoy ascienden a diez millones. Empero
hay una esperanza Asegura ella: —El gobierno per-
dona el cincuenta por ciento si se cancela de contado.
Eso me tranquiliza. Le digo que hable con Felipe y
que él saque del banco lo que queda. Al fin de cuen-
tas como ya no hay que gastarse la plata en un funeral
¡Que se roben mis ahorros los políticos!

¿Quiénes preparaban los documentos del profe-


sor Moskus? Sus asesores Supongo. ¿Y quiénes eran?
Ya lo dije: prestigiosos intelectuales Brillantes tecnó-
cratas. Pero ¿por qué él no se refería a ellos? Vaya
usted a saber Aunque sí le puedo asegurar que el
representante Gil catalizaba todo: desde los informes

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Fabián Sanabria

de prensa pasando por la agenda y la publicidad Al


tiempo que cada una de sus apariciones en público.
Alfonso Gil era todo un asesor de absoluta confianza:
con teléfono directo hacia la senadora Jiménez y Kike
Peñalosa.

Cayendo la tarde enciendo la televisión Veo


un documental en Señal Colombia sobre la música
de Salvador de Bahía. Está bien narrado. Entrevis-
tan a un montón de negras Amas de casa que ahora
graban discos. Un buen día les dio por tocar en plena
calle Frente al mercado público. Sus instrumentos
eran utensilios de cocina. Hoy en día ya se han hecho
famosas: desde la nieta hasta la abuela todas cantan
y bailan. Regocijado de verlas pienso en la saudade de
Adelino… Con el bochorno que se esfuma levemente
me quedo dormido.

Tenía que acabarse la guachafita. La campaña de


la U no podía continuar como iba. Ya estaba bien de
promover al otro Había llegado la hora de demostrar
quién era Santos-Rubino. Los de ese bando contra-
taron pues a un ex amante del Presidente venezo-
lano Le pagaron una millonada. El objetivo era que
le pusiera picardía al asunto Nada de mala intención
Solamente humor negro. Por aquellos días el profe-
sor Moskus concedería una entrevista a cierto payaso

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¿Profesor?

de la televisión que se moría por ser embajador en


México… Aquel José-Gabriel al final de su show le
hizo dos preguntas: que si creía en Dios y que qué
pensaba del Presidente vecino. Atanasio respondió
que de lo primero no estaba seguro y que respecto al
segundo punto a decir verdad Lo admiraba… En un
abrir y cerrar de ojos la red explotó: por todas partes
aparecieron fotos de Atanasio bajándose los pantalo-
nes ante el bolivariano Chávez… Casándose con la
guerrilla en un circo. Y eso no fue todo. La imagen
del caballo enfermo sería muy explotada: aparecieron
los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Las trompetas del
Juicio Final y el destape de los Copones de la Ira La
serpiente emplumada y el reinado de Belcebú… En
una palabra El fin del mundo.

Despierto sin cena: constato que la trajeron y


tal cual la han recogido. Creyeron que estaba lleno.
La televisión sigue encendida. ¿Cómo pude permitir
eso? Una banda sonora me despierta. Es la música
de una película de David Lynch que reconozco: a
un abuelo le da por transportarse en una podadora
de un extremo a otro de los Estados Unidos. Por el
camino se encuentra con gente muy extraña Nadie
comprende su absurdo. De pronto la música que me
despierta retumba Las imágenes son sublimes. ¿Para
qué hace el anciano semejante recorrido? Para encon-
trarse con su hermano que en la otra punta está muy

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enfermo. Medio dormido sigo las secuencias: ha


sufrido pequeños accidentes Una nueva avería. Al
final llega a una cabaña perdida Se supone que allí
habita Travis y el viejo golpea… De pronto alguien se
asoma: una suerte de Lázaro abre la puerta (la misma
melodía empieza): —¿Atravesaste medio mundo en
esa cosa? —Para abrazar al hermano herido. Enton-
ces los hombres se reconcilian y el más débil levanta
sus ojos al cielo.

Contra viento y marea Atanasio seguía. Obvia-


mente la gente hacía comentarios: ¿Será que el doctor
Moskus sí puede con el país? ¿Colombia sí estará preparada
para eso? Una noche saliendo de la Universidad supe
que en un teatro cercano al barrio de La Soledad él
presentaba su política de género. La cosa me llamó la
atención Salí de mi despacho entusiasmado. Al llegar
había tal dispositivo de seguridad que simplemente
me quedé por fuera. Aguardé con una multitud de
gente en la puerta. Era extraño: muchos me recono-
cían Creían que yo era asesor de la campaña. Decidí
tomar algo mientras los líderes verdes salían Retocé
sin proponérmelo. Al cabo de dos horas un cerco
de policías se congregó Afloraron sonrientes y fan-
farrones Kike y Lucho… Minutos después apareció
Atanasio. La multitud quería abrazarlo Me pilló allí
Lo saludé Me hizo señas de que pasara al otro lado
Su mujer abrió la puerta del vehículo blindado que

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¿Profesor?

lo transportaba Me invitaron a dar una vuelta. Los


acompañé escoltado por una caravana hasta su casa.
¿Conversamos de algo? Sí: del miedo que podía causar
que muchos creyeran peligrosa a la ola. Me señalaron
que el movimiento verde era una auténtica revolución
de los colombianos Que valía la pena fortalecerla.
Llamadas al teléfono móvil de la futura pareja presi-
dencial entraban y salían Ya llegábamos Me invitaron
a pasar Les pregunté si estaban cansados Contestaron
que sí Los abracé Nos despedimos Les dije que no
dejaba de cruzar los dedos Que los quería.

Desvelado vuelvo a pensar en el absurdo: con-


cretamente en el mito de Sísifo. Supongo que sólo a
ese relato le guardo respeto. En seguida digo: Nada
más religioso que un viejo. Recuerdo a mi padre alcahueta
A todos los maestros que para mí son abuelos…
Fugazmente pasan ante mis ojos muchos rostros Sus
silencios Gestos de labios mordidos. Quedan cielos
azules repletos de estrellas… Bien sé que aunque no
están allí Milagrosamente las veo.

Pese al diluvio universal Un domingo —ocho


días antes de las elecciones presidenciales— El cierre
de la campaña del Partido Verde en la Plaza de Bolí-
var fue multitudinario. Artistas Cantantes y bailarines
amenizaron el rato. Numerosos globos por encima de

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Fabián Sanabria

centenares de paraguas se elevaron al cielo. Kike y


Lucho Más senadores y representantes del pvc allí
estaban. Las consignas de siempre retumbaron a grito
herido: «Vida y recursos públicos sagrados Con edu-
cación todo es posible No todo vale Es más grave
robar una hostia consagrada Seamos legales por las
buenas… Yo vine porque quise: a mí no me paga-
ron…». En medio del cerco de seguridad Hacia el final
de la tarde nos permitieron —a Felipe y a mí— acer-
carnos para abrazar al candidato: en aquel momento
poco importaba que Atanasio Moskus fuera elegido
Presidente… Simplemente valía el contacto con un
ser querido La alegría de ver al maestro de siempre
por fin Aproximándose a la cúspide.

Doy varias vueltas en esta cama ortopédica:


boca arriba Boca abajo A la derecha y a la izquierda
De nuevo. Así me baño en sudor y de repente quedo
fundido… Sueño que estoy dormido.

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XVI

¡Cómo no iba a perder celebrando esa misa ca-


rismática! Aquel fatídico treinta de mayo la gente es-
peraba ver a un jefe de Estado No a un evangelista
tarareando naderías: «Yo vine porque quise: a mí no
me pagaron…». ¿Acaso no era claro? En la sala ha-
bía un tablero gigante que lo subrayaba: los verdes
pasaban a segunda vuelta De acuerdo Pero raspando
y sin posibilidades de mejoría Salvo si Moskus cam-
biaba de libreto. ¿Se atrevería a tanto? Por sí solo se
enredaba Trastabillaba No hacía sino embarrarla Pa-
recía taimado Como si hubiera aspirado los giraso-
les de su partido No daba pie con bola. Esa era la
verdad y había que aceptarla Con toda la terquedad
que lo caracterizaba. Además nunca leyó los informes
que le prepararon: con cifras precisas proyectando
metas Estableciendo prioridades Clarificando objeti-
vos. El muy impávido jamás presentó su programa
de gobierno Juraba que con canturreos triunfaría: «La
vida es sagrada» ¡Cierto! Los recursos públicos había
que valorarlos ¡Obvio! ¿Pero idolatrarlos? Tampoco
se quitó el traje habano que en televisión aturdía…

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Fabián Sanabria

¡Pobre profe debatiendo! La oligarquía se burló de él


inflándolo en las encuestas Los medios le dieron cas-
quillo para que figurara. Creyéndose el cuento cum-
plió su cometido: idiota de los políticos.

Ha llegado el día de la liberación ¡Ya estoy de


vuelta! Ese es el pensamiento que me asedia: las ganas
de vagabundear que tengo. Sé que no va a ser tan
fácil Que debo guardar reposo. Poco importa. Lo que
cuenta es que hoy regreso a casa A mi sitio Al reto-
zadero. ¡Estoy tan ansioso de salir a la terraza! Allí
tomaré el sol cada mañana Regaré en compañía de
Gaucho la enredadera. Después prepararé el desayuno
y al laboro Al nuevo empleo que quiero: a garaba-
tear las frases de mi duelo. Tengo que reencontrarme
con mi gato y mil monigotes No sea que se rebelen.
Dormido creí que Monserrate se me venía encima Lo
único que pude hacer fue saltar con el felino. ¡Cuán-
tas catástrofes Qué tragedias! ¿Las calcularán todas
los iluminatti? De momento dejemos el esoterismo
Que las conspiraciones las trace El Infantino.

Aquel domingo Lo recuerdo: yo estaba allí con


Felipe. No entendía. ¿Era posible tanta babosada? «El
que no salte no es legal El que no cante no es leal Éste
es un parcial: aún falta el final». Minutos antes sus
seguidores parecían fascistas enardecidos. ¡Cuánta

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¿Profesor?

ceguera! Cientos de cámaras captaban y transmi-


tían el circo. ¿Lo ignoraban? Llovía a cántaros. A la
entrada escupiendo un pucho la bruja Jiménez mas-
cullaba: —Si el candidato hubiese sido Peñalosa…
Por ahí empezaron los errores: ¡ligarse con seme-
jante pitufa! Cálculo electorero para que arrastrara…
Ella jalonó a los otros: más de doscientos mil borre-
gos con el embuste de Cadena Perpetua para viola-
dores de niños. ¡Tremenda godarria representando a
los verdes! ¿En qué lugar del mundo los ecologistas
eran derechosos? Continuemos. Globitos a punto de
reventar y en pocos minutos tapete de pétalos caídos
Lucho en plena tarima casi de bruces ¡Un oso cós-
mico! Kike siguiéndoles la cuerda: eran unos per-
dedores. El Centro de Convenciones repleto de
adolescentes… ¿Tú juras que los amigos virtuales son
reales? Cobarde señalar a la maquinaria Inútil culpar
al trasteo de votos.

Lentamente me aseo No arrastro cable alguno


hacia la ducha Todos me los arranco. Primero defeco.
¡San Francisco Bendito! ¿Por qué no se te ocurrió en
tus Florecillas escribir: Bienaventurada seas Hermana
mierda? Nada más grato que evacuar Que orinar Que
cagar Que sentir que el cuerpo se vacía. Ahora sí gra-
duemos la ducha: un poco más caliente que fría Hoy
tengo ese privilegio. Felizmente aquí hay un butaco
para enjabonarme encorvado Para aplicarle champú

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Fabián Sanabria

a mis rizos. Que ruede entonces el agua y ¡Uf: qué


purificación Qué dulzura! Parsimoniosamente me
seco y a la cuenta de tres me levanto A arrastrar los
pies estoy presto. Muy bien: aplico a las axilas loción
de verbena y desodorante. En seguida vuelvo a afei-
tarme Religiosamente cepillo mis dientes. Un poco de
enjuague bucal para el buen aliento Ya está Tengo que
sentarme en bola otro rato. No: mejor voy por los cal-
zoncillos. Aplacemos la sentada y tomemos de una el
foulard y la camisa Luego el pantalón ¡Qué vaina! Creo
que perdí varios kilos y voy a tener que usar calzo-
narias Disimulémoslo. Con mucho cuidado me calzo
¡Curioso: hace como veinte días que no uso zapatos!
Ahora me pongo abrigo y sombrero Supongo que ya
estoy listo. Que alguien me traiga el desayuno.

Cierto francotirador de la televisión privada pul-


verizó a Atanasio. Se burló de él hasta que no pudo.
También ironizó el comunicado de la barbie Sanín:
parecía una ex secuestrada de eta. No había remedio
Todo estaba consumado. Por un pelo Santos-Rubino
hubiese sido de una el primer mandatario. ¿Qué cabía
esperar? Una derrota digna más tamaño endeuda-
miento: con el Espejo de Narciso Con las emisoras
nacionales Con la prensa. Esta vez imposible darse el
lujo de donar millones fruto de la reposición de votos:
aquellas eran excentricidades del pasado. Entre tanto
la frustración El descorazonamiento La ola verde

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¿Profesor?

se estaba retrayendo. Automáticamente en las redes


sociales bajaron los adeptos Las cifras eran tan claras
que en lo sucesivo sólo habría pataleos de ahogado
Hacer de la necesidad virtud: echarle la culpa al ex
amante de Chávez.

Lentamente mastico sabrosos trozos de arepa


con queso pasados en medio de lentos sorbos de cho-
colate. Acaba de llegar Felipe con una silla de ruedas…
Entre tanto Pilar de todos los Ángeles arregla el pape-
leo. A los diez minutos emocionada entra: —Profesor
¿Quiere saber cuánto costó todo? —Señora mía No
me lo diga: los gastos de hospitalización los cubre el
seguro. Ahora sí ¿Vamos? —De una. Afuera hay un
taxi aguardándome. Se abre la puerta de mi provisio-
nal aposento y aparecen los pasillos Algunos espe-
jos que reflejaban todo y al fondo las salas de recibo.
Llegamos al ascensor Lo abordamos Está repleto de
doctores y entre ellos hay un clérigo. Irónicamente
hago un comentario sobre los crucifijos empotrados
en los cuartos Digo que son muy feos Que cómo dia-
blos los pegaron a los muros Que por qué no quitarán
esos matachos… Llegamos. Todos me miran atóni-
tos Entonces me transformo en Benedicto xx y con
solemnidad desde mi improvisado papamóvil reparto
a los incrédulos bendiciones. Una vez en la calle dejo
mi vehículo blindado El Infantino cual guardia suizo
me hace una venia Levanto ambas patas y Al auto.

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Fabián Sanabria

Dos debates fatales con Santos-Rubino: el del


Canal Caracol y el de rcn. ¿Dónde estaban los otros
tenores? Apenas desde el público haciéndole barra:
—¿Cómo diablos nos equivocamos con éste? (mascu-
llaban). Entre tanto el inminente Presidente concluía
invitándolo a formar parte de la Unidad Nacional
de su Partido: le obsequiaba un libro dedicándoselo
frente a millones de espectadores: —Al profesor
Moskus con mis respetos Para que sepa que no sólo
con pedagogía se vence al terrorismo. Ante seme-
jante humillación le tocaba controlarse Tragarse los
sapos Ni modos. Y al día siguiente otra vez arrasado
mientras Catrina Gurizati sonreía de oreja a oreja: —
Profesor Moskus: ¿Se da cuenta por qué la gente dice
que votar por usted significa un salto al vacío? Para
gobernar hay que tener metas Saber gerenciar Mos-
trarle a los colombianos un Plan de Desarrollo.

Desde el auto amarillo que me transporta cons-


tato que las vías están hechas un asco: Bogotá parece
Kosovo. ¿A este mundo de mierda quise volver? Debí
quedarme hospitalizado. Pitos y gritos de vendedores
ambulantes manchan la cara de la bella capital y su
supuesta cultura ciudadana. En silencio compadezco
a mis gatos cada vez que por algún motivo he tenido
que transportarlos. Declaro que es un crimen sacarlos

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¿Profesor?

de sus palacios Así sea para llevarlos al veterinario. La


ruta que tomamos es alternativa. La Veintiséis está en
obras Luego toca dar vueltas y revueltas Agarrar a las
malas la calle Treinta y cuatro e ir subiendo rumbo
al San Bartolomé de La Merced hacia la Quinta. Una
vez giramos a la derecha Ya está: felizmente hacia
las diez de la mañana no hay trancón ni nudo gor-
diano… Como por entre un tubo parqueamos frente
a mi retozadero.

Nada qué hacer: Atanasio Moskus era o un bobo


O un loco que se negaba a hacer promesas. Lo cierto
era que de ese modo ni siquiera en Suiza podría ejercer
el arte del cálculo: la política. Teóricamente él lo sabía.
¿Pero en la práctica? Pese al cambio extremo al que en
los últimos meses se había sometido No podía ignorar
el estribillo que reza: «Ese gato no sirvió Ese gato no
sirvió…». ¿Qué hacer entonces? De algún modo intuía
que sus colaboradores más cercanos Especialmente las
fichas de Kike Peñalosa eran unos jesuitas: idénticos
a la madrastra que me preparara para recibir en otro
tiempo el sacramento del bautismo y años después
resultara designada como Secretaria de la Conferen-
cia Episcopal Colombiana… No cabía duda: la palabra
jesuita —especialmente en el terreno de la pedagogía—
había que traducirla correctamente: la misma expre-
sión de la hipocresía. Rechazó entonces todo consejo
y aunque buena parte de la campaña se hizo a su modo

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Fabián Sanabria

Esta vez él y sólo él decidirían. Se le ocurrió la bri-


llante idea de ir de casa en casa con los suyos… Cual
testigos de Jehová tratarían de conseguir más votos. A
esa operación patética la denominaría Toc-toc.

Aterrizo en casa vestido de abuelito: con el bastón


de papá Su abrigo y un sombrero. Felipe me ayuda a
caminar ¡Ahora sí que soy un catano! Abrimos reja y
puerta pues en mi bello edificio no hay conserje ni
parqueaderos Todo se hace autónomamente. Llama-
mos el ascensor Se enciende una luz opaca Corremos
la rejilla y ¡opa! Al último piso llegamos. El Infantino
abre otra puerta Yo sólo lo sigo arrastrando las patas
y en un sofá me tiendo. Parezco costeño recién lle-
gado a la capital: comento que la altura me afecta.
¡Cosa increíble! No puedo respirar Entonces tomo
aire y lo boto. Al instante aparece Gauchito Trato de
llamarlo y me mira cual extraño que se aplasta en su
sala Da media vuelta y sin decir Miao Se evade. Le
pido a Felipe que me lleve a la terraza… Me preocupa
que el gato se salga. ¡Qué va! Si ni siquiera me deter-
mina. Contemplando la ciudad veo que he perdido
varios kilos y que estoy muy pálido Pese al sol que
ilumina el Santuario de Monserrate Creo que estoy
en invierno Bostezo Tengo sed: —¡Vamos a almorzar
donde atienden las Madres Cabeza de Familia!

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¿Profesor?

Los colombianos no podían guardar del pro-


fesor Moskus la imagen de un político blando Era
inminente proyectarles un rostro duro La figura de
un jefe de Estado al que no le temblaran las manos.
Entonces el representante Gil y el comediante Mon-
terroso con toda su arrogancia consiguieron una silla
en un anticuario: parecía un trono fascista. La idea era
sentar allí al candidato verde a fin de que le dijera de
una buena vez por todas a sus compatriotas por qué
debía educarlos. Al principio ese mensaje a Atana-
sio le pareció excesivo Él simplemente quería contar
sus razones trotando. Le siguieron la cuerda y evi-
dentemente no funcionaba. Entonces no tuvo otra
opción que aplastarse cual musolinito en semejante
esperpento y ¡cosa increíble! Fluyeron las palabras.
Proclamó sin titubear que él era digno de suceder a
Topogigio.

Del brazo de mi lazarillo milagrosamente llego a


la Jiménez con Cuarta. Atravesamos la librería Lerner
Subimos un andén y luego descendemos al subterrá-
neo. Felipe quiere pollo estilo hindú Yo un crêpe de
espinacas y varios jugos de mandarina. Tras la lentitud
de las damas que allí atienden —recuerdo a las con-
denadas enfermeras— Alcanzan a llegar los platos
calientes. Con toda paciencia los probamos Hacer
ruidos con la boca es sabroso —eso no lo dije del
Papa Bourdeo… En el bolsillo de mi abrigo llevo un

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librillo Las pantuflas de Joyce —supuestamente escrito


por Beckett— Al Infantino se lo obsequio.

El mandarín de turno del último Gobierno —


sin tomar partido por nadie— recibió con honores
al candidato Santos-Rubino: le abrió las puertas de
su Casa de Nariño haciéndolo seguir ante cientos de
camarógrafos por la Plaza de Armas. ¿Cómo debe-
ría interpretarse ese gesto frente a todas las leyes de
garantías? La primera cosa que se le ocurrió a Atana-
sio Moskus fue presentarse ante las cámaras de tele-
visión para declarar que en adelante él haría campaña
por el favorito del primer mandatario. ¡Lástima que
no lo hizo! Aquel detalle hubiese permitido que Ata-
nasio pasara a la historia: el primer rector de la Pon-
tificia Universidad Nacional de Colombia que se bajó
los pantalones ante miles de estudiantes… El primer
alcalde de Bogotá que pese a la godarria de su Patria
Boba contrajo matrimonio en un circo… El primer
candidato presidencial del mundo que durante la
segunda vuelta electoral por la Presidencia de su país
terminó —indignado ante la inequidad— hacién-
dole campaña a su adversario. Desafortunadamente
el transgresor de tiempo atrás ya no era el mismo:
sus decididos arranques de pedagogo eran cosa del
pasado. Ahora la sociedad lo castigaba De algún
modo lo normalizaba Lo ponía en regla. Entonces
siguió de políticamente correcto y nuevamente con

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¿Profesor?

la ayuda de los peñalosistas consiguió que Topogigio lo


recibiera. ¿Y eso para qué? Pese a los silencios donde
trataba de exigir imparcialidad… Para jurar solemne-
mente que él también podía cuidar los huevitos de la
gallina.

De retorno a casa Felipe me deja instalado en mi


escritorio con el computador encendido y muy dis-
puesto a responder cientos de correos. Él sale a dar
una vuelta y juicioso me quedo reconociendo el espa-
cio Agradeciéndoles los votos por mi salud a nume-
rosos amigos. Gauchito anda por ahí y ni se atreve a
batirme la cola. Empiezo a ver quiénes han escrito y
dale que dale a todos les digo Aquí estoy de nuevo. A
los más cercanos les envío en pdf la última versión
de El tramoyero Cuando de sopetón veo que hay varias
cosas fuera de lugar… Entonces me levanto y cual
amo de casa que retorna de unas largas vacaciones me
pongo a ordenar un montón de chucherías.

El 21 de junio —solsticio de verano y día de la


segunda vuelta electoral en Colombia— debía viajar
a París a un coloquio que sobre la experiencia del
mal en la obra de Georges Bataille tendría lugar en
La Sorbona. Antes de decolar me enteré de la derrota
anunciada. Dormí como pude pensando en Atana-
sio Moskus En algunos rostros y cuerpos esbeltos

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Fabián Sanabria

vestidos de ecologistas. Aterricé amargado a la hora


señalada Recogí mi equipaje Tomé un taxi rumbo al
hotel del Boulevard Saint-Germain donde un cuarto
parisino me aguardaba. Tratando de reponerme al
otro lado del mar En medio de la huida repasé varias
veces el video que ya estaba en YouTube sobre el fra-
caso del Partido Verde Colombiano: —¿Y ahora qué?
—Ahora ni modo.

Tras alinear objetos y responder cientos de


correos —sentado de la mejor manera en el sofá de
Gaucho— leo la página de mi Epicrisis. Dice que en
la entrevista inicial me referí a varios episodios lla-
mados «gripas» Con síntomas de tos y disnea después
de haber pasado el último invierno en París sin reci-
bir tratamiento alguno por ello. A renglón seguido el
informe señala que hace dieciséis días presenté rino-
rrea purulenta Malestar general Hiporexia Cefalea
y dolor faríngeo por lo cual me presenté a consulta.
Como antecedentes importantes aparece que soy
fumador de tabaco Que mis relaciones sexuales suelen
ser protegidas Que mi padre murió por diabetes hace
cuatro años y mi madre tras un cáncer gástrico falle-
ció hace cuatro y medio. En cuanto al examen físico
de ingreso se prescribe que soy disneico en reposo
Que mi ta es de 110/70 Mis fc de 99 y las fr de 28.
Luego el informe aclara que en el examen inicial mis
mucosas parecían normales y en el cuello no había

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¿Profesor?

masas pero en el tórax se observaban crépitas finas


a los costados. Posteriormente en la Historia Clínica
aparece que el abdomen estaba blando y sin masas ni
enemas Que la primera radiografía de tórax mostraba
infiltrados de ocupación alveolar en vidrio esmeri-
lado de predominio periférico Que el Tac de tórax
corroboraba lo anterior de modo extenso en ambos
campos pulmonares con compromiso del intersticio
dando imagen en empedrado. En la frase siguiente
—omitiendo algunos datos que no entiendo— El
reporte se refiere a una severa Hipoxemia con alca-
losis respiratoria. En cuanto a la evolución y manejo
aparece un cuadro de evolución subaguada acrónico
por disnea progresiva con agudización de probable
compromiso infeccioso. En seguida se menciona
una sospecha de Neumocistocis indicando que se
realizó prueba de vih cuyo resultado fue negativo
pero empeoré rápidamente por lo cual me traslada-
ron a Cuidados Intensivos requiriendo durante varios
días soporte ventilatorio. En cuanto al tratamiento se
nombra que recibí Trimetroprim Ceftriaxone Clari-
tromicina y Oseltamivir al igual que esteroides enfa-
tizando que al cabo de dos semanas presenté mejoría
progresiva. Entonces me trasladaron a piso aunque
tuviera Candidiasis debido a los esteroides y un
Herpes labial que se manejó con Fluconazol y Aciclo-
vir. Finalmente el reporte dice que tras la hospitali-
zación muestro importante mejoría en los infiltrados
del tórax con saturación de oxígeno en un noventa

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Fabián Sanabria

y dos por ciento y por consiguiente me dan de alta


recomendándome Control por Neumología en un
mes con el siguiente diagnóstico: Neumonía severa
multilobar Falla respiratoria hipoxémica Candidiasis
oral y herpes simple.

Miento y el universo se clava en mis mentiras dementes


/ La inmensidad y yo denunciamos las falsedades de ambos /
La verdad muere y yo grito que ella miente. Esos versos de
Georges Bataille en Lo arcangélico como ecos de una
experiencia maléfica me perseguían. Pero ¿qué mal
evocaban? No se referían a la transgresión de cier-
tas normas morales sino a la angustia de una historia
que podía concluir mal… Al atrevimiento de sus-
traerme del trabajo ordinario para publicar un deseo
Para fallar. El bien según Bataille consistía en preten-
der poseer una verdad En negarme a la posibilidad
de errar. Divagando en medio de la Sala del Consejo
de la Sorbona Me veía como un niño desobediente
que corría el riesgo de ser castigado por sus infan-
tilismos. Huir de un fracaso para rendirle homenaje
a un pensador que sólo concebía lo poético como la
contemplación de aquello que nos arruina Indudable-
mente me interpelaba. La situación resultaba para-
dójica: ¿Me atrevería a renunciar a la profesión académica?
¿Cuál sería realmente mi idilio? Esas preguntas interpela-
ban el oficio de enseñar… Anunciaban que mi voca-
ción consistiría de nuevo en jugar.

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¿Profesor?

Al caer la noche El Infantino regresa. Me pre-


gunta qué hice el resto de la tarde Le digo que res-
ponder correos y alinear objetos Que también leí el
confuso texto de mi Epicrisis y que estoy muy triste
porque Gaucho no me reconoce. —¿Te das cuenta?
Yo te lo dije Pero como no me crees… En esas sale el
condenado gato de su escondite y yo lo llamo: —¡Gau-
chito Gauchito! Y él (como si nada hubiese ocurrido)
viene directo a mis brazos… ¡Desea frotarse! Felipe
no da crédito. Es obvio que la bestia esa A la que sólo
le interesa el onanismo Me quiere. Entonces decidi-
mos dejarlo mientras llamamos a un restaurante para
pedir dos sopas de tortilla Medio calentao y un par de
limonadas.

Desde que presenté en París la conferencia que


llamé «Lo arcangélico o la experiencia del mal en la obra
de Georges Bataille» empecé a sentir un terrible dolor en
el brazo izquierdo. No obstante el verano lo apaciguaba
todo: tomaba largos baños de vapor y alegremente me
enjuagaba de verbena. Me vestía ligero y salía entusias-
mado a recorrer las calles de la incandescente Ciudad
Luz de Soledades. Desayunaba en el Flore y almorzaba
por ahí deliciosas ensaladas. En seguida volvía a la Sala
de los gobelinos de la Sorbona Muy plácido entre los
expertos. Escuchaba atento las disertaciones que sobre

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Fabián Sanabria

el pensador maldito acertadamente algunos ponentes


hacían. Me encantaron las palabras con las que con-
cluyó el encuentro Michel Maffesoli: —Si los sociólo-
gos escribiéramos la décima parte de cuanto redactó
Bataille Aquello sí sería practicar un deporte de com-
bate. Al final del seminario me excusé de no asistir a
la cena de despedida Regresé al hotel exhausto Quería
recostarme un rato No podía. Inexplicablemente resur-
gía un tremendo malestar que me agobiaba.

Después de cenar se le ocurre una brillante idea


al Infantino: me pregunta si es posible indagar por la
música pop o las baladas románticas de los «años dora-
dos» desde la Antropología. Yo le contesto que claro
Que lo que pasa es que en esa disciplina también hay
una mano de conservadores que sólo viven pensando
en indígenas Afrodescendientes y desplazados Cuando
no en tiestos y piedras que por pura orfandad llaman
Patrimonio. Vislumbramos entonces un proyecto lla-
mado Tiempos para planchar con el ánimo de hacer una
investigación sobre las baladas románticas de los años
setenta. Le digo que me gustaría asignar de acuerdo a
la trayectoria amorosa de cada uno de los amigos del
gescco una canción distinta. Conversamos sobre la
importancia de lo kitsch para otros Fragmentos de un trayecto
amoroso… Entonces las palabras Nostalgia Compañía
Desazón Rebeldía Desengaño Celos Ausencia Deseo
Ilusión Riesgo Fidelidad Agotamiento Abandono

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¿Profesor?

Separación Culpa Incertidumbre Soledad comienzan a


ordenarse al compás de unas cuantas baladas: El tambo-
rilero Una muchacha y una guitarra Chiquitita Porque te vas…
¿Sin amantes quién nos puede consolar? Esta tarde vi llover…
¡Búscame! Amor de hombre Hoy corté una flor Dejaré mi tierra
por ti ¡Jamás! El amor acaba ¿Por qué me abandonaste? Prome-
timos no llorar ¡Culpable soy yo! Que canten los niños ¿Disper-
sos? Mi tristeza es mía y nada más.

El viaje al otro lado del mar una vez más con-


cluía. Se aproximaba el momento de empacar De reha-
cer la maleta. ¡En tantas ocasiones había ejecutado esa
tarea! Generalmente no dormía Me desvelaba. Curio-
samente no tenía sueño. Simplemente quería repasar
algunos instantes vividos: contemplar mis juegos de
infancia desde que ingresé a la escuela Observar a los
profesores del liceo A ciertos maestros de la carrera.
También anhelaba que pasaran por mi mente algunos
colegas. ¿Sería injusto con ellos? En modo alguno pues
en sus sombras sin duda me vería. Pese a la angustia
de regresar una extraña serenidad me invadió repen-
tina: un paso podía implicar otro Ciertos trazos jamás
se olvidarían. Empero Algo cambiaría… Estaba dis-
puesto a recrear maliciosamente mi vida.

Tras darle todas las vueltas del mundo a nues-


tros tiempos para planchar Felipe y Gauchito duermen

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Fabián Sanabria

mientras transitan por mi mente numerosas imá-


genes: los rostros de mis padres Ciertos gestos de
amigos Figuras extrañas de maestros Reproches de
algunos colegas Éstos y aquellos secretos. Trastoca-
dos los nombres y alterados los tiempos descubro la
inutilidad de abrumadores recuerdos: la mayoría de
ellos entrecortados… ¿Por qué ocurre eso? Repa-
sando cuarenta años de vida no hallo respuesta He
ahí el misterio: mi historia sólo está conformada de
fragmentos. ¿Vale la pena recrear un viejo juego?
¿Abrazar con humor aquello que no puede tomarse
en serio? Ejercer el oficio de profesor jamás será
para mí enseñar Tampoco mostrar en qué consiste lo
bueno. ¡Líbranos del bien! Como diría un autor valle-
nato… Ante lo cual agregaría: ¡Vade Retro a la tentación
de salvarnos!

Varias horas garabateando y escasamente lograba


unas cuantas escenas. ¿Acaso importaban? Mi experien-
cia del mal apenas comenzaba… Escribir sería un des-
doblamiento: entre más dijera «yo» Más me desdoblaría.
Tan pronto aterrizara daría otro paso: deseaba partir
Separarme de aquel que siempre había querido que-
darse… Para abrazarte a ti ¡Amado y odiado Alter Ego!

[Bogotá 20 de julio de 2010 — París 14 de julio


de 2011]

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