Está en la página 1de 4

BARRIGA DE CERVECERO

—He tenido uno de los sueños más hermosos de mi vida, jamás habría querido
despertar. Te lo contaré un día de estos, pero antes debo decirte que, bajo el cielo, solo
tú me recuerdas lo bonito de vivir, que de las pocas razones que ha encontrado mi
mente, tú eres la más valiosa —le escribió en un mensaje a Karol en la mañana, apenas
despertado.
Sentado sobre una roca fumababa un cigarrito, —soy un ser amorfo que camina con su
perra y sueña con el infierno, pero anoche soñé con ella, lo más bonito del algún cielo,
más perfecta que una noche de estrellas —escribía en su magullado celular—. Su perra
corría por la orilla del río con la pelota que un minuto antes le había lanzado para que la
recogiera, llegó jadeando y se la entregó en la mano. Justo ahí una imagen pasó por su
cabeza, como un ligero destello, era un montón de arena y rocas a la orilla de un río
extraño; se quedó pensativo, pero no le encontró sentido. Asumió que era algún vago
recuerdo de alguno de sus muchos sueños. Le dio una croqueta a la perra y le lanzó
nuevamente la pelota para terminar de escribir y entonces escuchó un ligero ruido que
se mezclaba con el caudaloso río, antes de poderse girar miró con el rabillo del ojo y
entonces pudo comprender la imagen que segundos antes se le atravesó.
—Ya vengo —dijo levantando la voz para que lo escucharan que salía de casa—. Con los
zapatos gastados, una camisilla blanca y una bermuda negra, pocos metros más allá
inició el calentamiento y cincuenta metros más allá empezó a trotar. Su perra al fin se
contentaba, no le gustaba caminar sino correr y eso hicieron. Por más de un kilómetro,
por más de una hora corrieron a lo largo de la vía nacional; los carros lo saludaban, los
ciclistas lo miraban de reojo, uno que otro le sonreía, una que otra se le quedaba viendo
esos pectorales de macho, esa barba de leñador, esa barriga de cervecero que se había
propuesto bajar como promesa de año nuevo y hasta ahora solo seguía en aumento
porque una trotada cada domingo no es suficiente, o quizá solo miraban a la enorme
perra de blanco y negro color en la que el sol se reflejaba como un espejo, y su sonrisa
que demostraba que animal más feliz no había.
Luego haber recorrido varios kilómetros entraron a una cancha de fútbol ubicada a lado
de la vía cerca del siguiente poblado. Allí descansaron un poco y se refrescaron, pero no
tardó más que un par de minutos en reponerse el animal y exigió algo de juego. El chico
no se hizo rogar y empezó a arrojarle la pelota con toda la fuerza. A la quinta vez no
apuntó bien y se fue directo hacia el canal que hace poco menos de tres meses había
carcomido algunos metros de la cancha, producto de una creciente muy peligrosa.
Habían más de tres metros de alto.
Bajaron por un resbaloso camino, y estando abajo el paisaje era hermoso, rocas por
doquier, el agua clara, los árboles al otro lado, casas en la lejanía, era perfecto.
Caminaron buscando la pelota, una vez la halló, la perra no quiso jugar más, pues se
había empeñado en atrapar a un ave que se le burlaba en cada intento, le bastaba con
elevarse y aterrizar metros más allá.
El chico, se sentó en una roca, sacó un cigarro y prendió esa bendita hierba mezclada
con tabaco y otras mierdas, luego la inspiración llegó y se dispuso a escribir cuando su
perra vino a saludarlo y a seguir corriendo para el otro lado. Al rato llegó, pidió
croquetas, recibió una y se fue detrás de la pelota. En ese momento Emmanuel oyó un
rugido que no tenía que ver con el río y con el rabillo del ojo alcanzó a ver y en una
milésima de segundo alcanzó a comprender la imagen antes vista en su mente, pero era
tarde ya. Una roca le reventó ojo derecho, y otra de mayor tamaño hizo lo mismo con su
cabeza. El resto de grava y arena cayó de golpe, cubriendo el lugar.
La perra llegó con la pelota, pero su amo ya no estaba, soltó la bola y miró hacia los
lados, notó que había un nuevo camino y trepó por este. Anduvo corriendo de un lado a
otro buscando a su dueño, pero en vista de que no lo halló regresó a casa por el mismo
camino antes tomado, ya lo conocía de sobrado.
Llegó a casa y aruñando la puerta para que abrieran, entró; la hermana de Emmanuel
hizo como si nada, total, más de una vez el animal había llegado adelante y el dueño
luego de un rato, atrás. La puerta se cerró y luego de otra hora llegó otro familiar, y al
cabo de dos, otro, y así para ir completando la lista, pero entrada la noche, la pregunta
se hizo presente.
—¿Y Emmanuel? —Inquirió su madre.
—¿No está abajo? —respondió una hermana.
—No, abajo solo está la perra —dijo el sobrino.
—La perra llegó sola —alcanzó a decir la otra hermana llegando a la cocina y con el
celular llamando— le estoy marcando, pero está apagado —añadió.
El ambiente se tornó vagamente preocupante. Pasadas otras tres horas, la madre se
empezó a preocupar de verdad. Llegada la media noche, una hermana empezó a pensar
mal. Al otro día, la otra hermana sintió un malestar. No era propio de él no avisar que no
iba a llegar. Y entonces las peores ideas salieron a flote. Corrieron la policía a dar el
parte.
La policía como siempre, no siendo efectiva y poniendo de primero una norma que no
existe, nada hizo hasta pasadas cuarenta y ocho horas, porque veinticuatro les
parecieron poquitas y el chico bien podía estar con alguna chica teniendo buen sexo sin
querer ser interrumpido, o eso fue lo que intentaron dar a entender a la familia. Esta
última, sin embargo, no esperó tanto y preguntó a familiares y conocidos, pero nadie
daba razón, y nadie jamás la dio.
Un año más tarde, se despertó de un sueño fugaz, la madre, pero no recordó mucho,
solo un río cualquiera. Dos años más tarde momentos antes de morir de tristeza por el
hijo que nunca llegó, logró comprender el sueño, pero era tarde también para ella, no
alcanzó a transmitir el mensaje, pues a medida que se le hacía más clara la imagen, sus
ojos iban perdiendo luz.
Un día luego de muchos otros, al fin se dio el proyecto para arreglar la cancha y
empezaron a trabajar. El maquinista de la retroexcavadora se vio alertado por un obrero
pidiéndole que se detenga.
Minutos más tarde estaba la brigada de la policía, un par de criminalistas, y más tarde
aún, la familia fue notificada del hallazgo de unos huesos con unas ropas enteras
prácticamente.
Se les hizo confirmar si era, en efecto, el hermano perdido, a lo cual fue evidente el
llanto y sobre todo el llanto de la perra que aún vivía y que al ver a sus dueñas llorar por
aquél que fue su amo, compañero y amigo, aulló como si no hubiese mañana.
Pero eso no fue todo, curiosamente encontraron el celular en buen estado, cuando lo
repararon, lo prendieron, y la información ahí estaba, fotos, videos, grabaciones.
Un día su sobrinito estaba revisándolo y en las notas encontró un escrito que decía:

«Frente a frente estamos solos,


porque estando juntos los demás no existen;
quizás nos saluden,
pero solo importamos nosotros.

Bajo el cielo,
solo tú me recuerdas lo bonito de vivir,
que de las pocas razones que ha encontrado mi mente,
tú eres la más valiosa, la que más importa.
Ojalá no estuvieras tan lejos para poder darte por el culo más seguido, joder, sí, qué
rico, qué rico…»

También podría gustarte