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Mujeres asesinas

La mariposita: optimismo “a la mexicana”

Se suele decir –entre la gente de cierta cultura- que Argentina es la Europa americana. Parece algo pretensioso, sin embargo, más allá
de la pose y la pedantería, la referencia al viejo continente alude a la idea de Europa como “cuna y cumbre” de la civilización
occidental: nuestra civilización, nuestra cultura. La aclaración se debe al hecho de que, al parecer, hoy existe cierto desprecio por lo
argentino dentro del mundillo patriota-literario nacional. Hay quienes se justifican acusando de “malinchistas” a los que piensan
diferente –la cosa más absurda del mundo, desde luego. Jorge Luis Borges la figura más importante en la historia de la literatura
moderna –y según otros de toda la literatura- es casi ignorado en nuestro país: en el mejor de los casos se le conoce por “José Luis
Borgues” –nombre más familiar (esa combinación de Jorge-Luis como que no va, ¿verdad?), más mexicano, más “fácil”.

Pero hay un campo del arte donde si se les venera a los argentinos: la actuación. Pero va a ver usted qué actuación . Y es que hay que
ver el trato que les dan en las televisoras nacionales. Pero cómo no va a ser, si la Europa americana es –junto a Estados Unidos- la
cuna del mejor teatro escrito y representado en toda América. Aunque es posible que el celo del público mexicano por sus actores no
tenga nada que ver con la actuación. Vendría al caso una breve reseña acerca de la cultura teatral y televisiva argentina pero al público
de “Mujeres asesinas” seguramente no le interesa para nada el teatro ni la actuación ni la cultura; además, muy probablemente este
público también ignore que dicha serie es originalmente argentina: cada capítulo es una copia o variación de los de la televisión
albiceleste –en términos “futbolísticos” para entrar más en el calorcito nacional y no aburrir al lector. Sí, en serio, Mujeres asesinas
no es invento del genio local. Pero aquí viene la paradoja: Mujeres asesinas no es una “serie”, es una “telenovela”. ¿Cuál es la
diferencia? Pues la diferencia entre “serie” y “telenovela” que, según los afectos a la televisión, son distintas “especies”. 1 Todo parece
indicar que, mientras la telenovela es toda lágrimas y romance, la serie –la moderna “serie” mexicana- es algo así como quiero-ser-
película-de-acción-estadounidense.

Mujeres asesinas es –originalmente- un programa de corte realista: cada capítulo está enmarcado en la crudeza de la vida real; podría
decirse que son pequeñas tragedias griegas. El ambiente atroz que lleva al asesinato es la nota común de la serie, por ello no resulta
extraño que gran parte de la misma se ambiente en los barrios bajos y los arrabales de la argentina actual. Por algún motivo la ficción
ha dado en representar a la muerte con el color verde y seguramente a ello debe el matiz verde predominante en la fotografía de la
serie original. A mi juicio es éste sutil elemento que el que le da ese toque ficticio que se ha perdido del todo en la versión mexicana:
el público quiere ver ficción, la vida real no es fuente de recreación televisiva salvo las escenas de intimidad –de ahí el éxito de la
pornografía “ligera” de las telenovelas y los talk shows. Uno ve la versión original y se obtiene la sensación de estar hojeando un
comic para adultos: predomina la obscuridad –física y psicológicamente- y la miseria. Los personajes son prostitutas, proxenetas,
“curanderos”, sirvientas, carniceras, meseras, campesinos analfabetas, maleantes: gente marginal, ignorante, escoria social pura. En
la versión de la televisión mexicana los personajes son muchachitas con ganas de ser actrices, saludables, cómodas –transpiran
solvencia económica y banalidad total- a quienes les gusta estar siempre bien maquilladas, bien peinadas, bien vestidas y hablar voz
fingida que quieren lucir como prostitutas, proxenetas, “curanderos”, sirvientas, carniceras, meseras, campesinos analfabetas,
maleantes, etc.

Ver la versión mexicana –conociendo ya la original- es para arrancarse el cabello: digamos que el personaje principal es una
campesina de algún arrabal perdido, hundida en la más vil pobreza, sometida a los peores maltratos y abusos sexuales, etc… pues esta
Lupe “Nadie” tiene que ser protagonizada por alguna de las actrices de moda: esta campesina tiene más facha de niña rica caprichosa,
rebosante de salud y aires de diva y de “que gueva” que de campesina hambrienta. Es más un maniquí, pero un maniquí actuaría
mejor. Si la campesina original no lleva ni gota de maquillaje –naturalmente-, la campesina mexicana tiene que llevar al menos
doscientos gramos de cualquier cantidad de sustancias y colores sobre el fino rostro, el pelo recién planchado y peinado y encerado; la
ropa impecable, el acento de “chica fresa” tratando de imitar el acento de mala-actriz-tratando-de-imitar-a-campesina-indígena.

El caso es que Mujeres asesinas al pasar a nuestro país se ha convertido en telenovela. ¿Por qué? Como decía Pitágoras: el universo
está hecho de números; quien aún tenga en cuenta los rudimentos de la trigonometría recordará cómo la naturaleza de los números
muta conforme éstos se mueven de una función a otra dentro de una operación: pues parece que cuando una serie se mueve la
república argentina a la mexicana termina transformada en telenovela. Lo mismito pero en telenovela. Claro. Si en un capítulo original
la fotografía luce intencionalmente verde y predominan las sombras, en la versión mexicana tiene que abundar la iluminación
telenovelesca: de un cuartucho paupérrimo con la pintura verdosa descarapelada y el foco pendiendo de un cable torcido hacen una
habitación perfectamente i-lu-mi-na-da: en vez del foco colocan una bonita lámpara de neón, las paredes bien pintadas de rosa y, al
fondo, el cuadrito de la guadalupana. ¿Por qué lo hacen? Parece que sólo hay de dos sopas:

1
No confundir con especias o condimentos.
a) Complejo de inferioridad: identifican su miseria mental con el ambiente sórdido que impone la ambientación de la versión
argentina y tienen que sacar la máscara, la falsa fachada, la sonrisa hipócrita. Como el ladrón rehabilitado que en cuanto
escucha “me han robado” grita “a mí que me revisen”.
b) Un malentendido: confunden la original intención de crudeza con descuido o falta de buen gusto o –de plano- falta de ingenio
por parte de los realizadores originales. Y como para el “ingenio” México es…

Incluso hay una tercera: el espíritu “chingón” del mexicano. Quizás piensan: “la original está regacha, vamos a mejorarla. Esto está
muy oscuro. Esta muchacha parece desnutrida. ¡Ay, no, esa música da miedo! Vamos a ponerle algo de Di Blassio o de Yani”. No
dudo que hasta derramen lágrimas con tales ataques de creatividad.

Finalmente una televisora que lleva toda su vida haciendo telenovelas tiene que hacer telenovelas. ¿Qué otra cosa podría hacer? Es la
fuerza de la costumbre.

Y al final la mariposita. Qué detallazo, ¿no? No podía faltar la eterna devoción-felación a la cursilería, emblema y firma de la cultura
nacional.

Millares de mujeres (copias idénticas de la mexicana promedio) se estremecen, poseídas por la melodía cursi –algo entre el canto
gregoriano y el canto de las sirenas- que sirve de fondo al momento cumbre del episodio –la “asesina” le está moliendo los sesos al
marido con una bolsa llena de piedras porque éste le dio una cachetada. De pronto –cuando la música está en su clímax- aparece una
mariposa morada que revolotea con aire celestial junto a la asesina que sostiene la piedra homicida en una mano: sangre chorrea de la
piedra a la alfombra y un viento salido de quién-sabe-dónde le sacude la melena: una súper heroína de película de acción, toda una
femme fatale y, al mismo tiempo, una amazona. Una Mujer asesina. La melodía se corta abruptamente -¡Oh, tiempos modernos!-
durante el traslape entre los créditos finales y el comienzo del noticiero; la pantalla se divide en dos: a la izquierda, la asesina; del otro
lado se ven las imágenes de la noticia y se oye la voz de Joaquín López Dóriga. Pero la mujer se ha quedado con la “celestial”
melodía en la mente: la escucha y ante sus ojos revolotea la mariposita. Suelta una lágrima sintiéndose dichosa de haber visto ese gran
programa. Quita el noticiero y se entrega al ensueño mexicano: si alguna de sus hijitas llegara a ser actriz de telenovela. Suspira. La
mariposita se posa sobre su hombro y esa noche sueña con el asesinato como algo estremecedoramente bello sin haber leído nunca a
De Quincey: he ahí una muestra del milagro mexicano. “Realismo mágico” dirían los charlatanes, los ingeniosos, los “creativos”. Y ya
es mucho milagro que, en vez del balón de fútbol, sólo sea la mariposita.

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