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CASO SEBASTIÁN

A continuación, se presenta la descripción de un caso caracterizado por la múltiple ocurrencia


de ataques de pánico,
Sebastián es un varón de 35 años, casado y sin hijos. En su familia no se encuentran
antecedentes de trastorno mental alguno. Es un investigador en química orgánica de mucho
prestigio. En los últimos meses ha iniciado un proyecto de investigación del que es director
y en el que tiene que supervisar a los demás investigadores, además de diseñar los
experimentos más importantes.
Sebastián acude a la consulta del psicólogo debido a que en los 3 meses previos no
cesa de tener lo que él denomina como “mareos”: episodios súbitos en los que experimenta
mareo, sensación de que se va a caer al suelo, taquicardia y dolor en la cabeza (“como si
tuviera una losa encima”). Al preguntársele por cuándo le ocurrió esto por primera vez,
menciona que fue durante una conferencia en un congreso importante en el que, después de
pasar un día en la playa, al inicio de la conferencia empezó a sentirse mareado, con un fuerte
dolor de cabeza y con taquicardias. Este episodio ocurrió dos años antes de la consulta.
Acudió al médico, pero sólo le dijeron que podía haber sido por haber tomado demasiado sol
ese día.
A partir de entonces, el paciente comenzó a estar atento al tipo de sensaciones
corporales que tenía durante los congresos para poder prever y controlar posibles “mareos”.
Sin embargo, en posteriores ocasiones, se fue repitiendo el episodio durante otros congresos
de manera cada vez más frecuente. Consecuentemente, además de estar atento a las
sensaciones corporales, empezó a tomar tranquilizantes durante los días de los congresos.
Al cabo del año (un año antes de iniciar la terapia), empezó a sufrir esos episodios en
otros lugares (caminando por la calle, estando en la barra de un bar, etc.). Durante los últimos
3 meses, los episodios se han reproducido en numerosas ocasiones. De hecho, manifiesta
tener episodios graves y leves. Los leves son continuados y consisten en padecer la sensación
de mareo durante gran parte del día. Durante los episodios graves, que le ocurren unas 2 o 3
veces al día, siente el mareo, pero además éste va acompañado de taquicardia y del dolor de
cabeza intenso. En la actualidad, estos episodios pueden ocurrirle casi en cualquier contexto.
Cuando el paciente tiene que caminar por la calle, procura ir apoyándose en las
paredes para evitar que le den los mareos o para evitar caerse al suelo en caso de tenerlos. En
caso de no poder ir apoyándose por las paredes, trata de ir sujeto a otras personas de confianza
(por ejemplo: su esposa) o, en caso de no tener esos recursos, coge el carro o pide un taxi
para recorrer distancias cortas. Cuando se encuentra en un bar, trata de estar sentado o
cercano a una silla. Por otro lado, en el trabajo trata de no discutir con sus subordinados,
aunque fuera necesario, debido a que durante discusiones anteriores ha sufrido algunos
mareos. Aunque no discute con sus subordinados, sí piensa repetidamente acerca de por qué
se comportan de esa manera, lo que le genera un estudio de agitación y posterior cansancio.
Durante la primera sesión de intervención, el terapeuta explora la frecuencia con la que
Sebastián se implica en pensamientos negativo repetitivo acerca de la posibilidad de tener un
“mareo”. En este caso, parece cobrar especial importancia la frecuencia con la que Sebastián
monitoriza sus sensaciones corporales buscando indicadores de posible “mareo” o de
normalidad.
Terapeuta (T): ¿Tienes la sensación de que a raíz del primer “mareo” que experimentaste,
tras el día de playa, comenzaste a estar más pendiente de tus sensaciones físicas?
Sebastián (S): No lo había pensado, pero sí, desde que me ocurrió hace dos años comencé a
estar más pendiente de mis sensaciones corporales.
T: ¿Qué porcentaje del tiempo dirías que prestabas atención a tus sensaciones corporales
antes de tener el primer “mareo”?
S: Siempre he prestado algo de atención porque soy una persona muy nerviosa, pero
probablemente mucho menos que ahora. Diría que un 5% del tiempo, incluso menos.
T: OK, eso no parece demasiado tiempo. Sin embargo, ¿qué ocurrió después del primer
“mareo”? ¿Qué porcentaje del tiempo comenzaste a inspeccionar tus sensaciones corporales?
S: Después del primer susto, no tanto, diría que un 15%.
T: Pero posteriormente volviste a tener otro “mareo”, ¿qué pasó entonces con tu atención a
las sensaciones?
S: Sí, después del segundo mareo comencé a estar más pendiente. Quizás un 25%.
T: Una vez que comenzaste a inspeccionarte un 25% del tiempo, ¿cuánto tardaste en tener
otro “mareo”?
S: No mucho, la verdad, un par de semanas después.
T: ¿Qué ocurrió entonces con la atención a tus sensaciones? ¿Subió o bajó?
S: Subió, quizás a un 40%.
T: ¿Y que ocurrió con los “mareos”? ¿Se fueron haciendo más frecuentes?
S: Sí, cada vez más.
T: Y cuantos más “mareos”, ¿qué pasaba con la inspección de tus sensaciones corporales?
S: Cada vez mayor. Hasta que comencé a estar pendiente de si tengo “mareo” o no casi todo
el día.
T: Y, por lo que parece, cada vez comenzaste a sentirte más mareado.
S: Sí…
A través del diálogo socrático, Sebastián parece estar cayendo en la cuenta de que con el
incremento de monitorización y preocupación sobre las sensaciones corporales y los
“mareos”, éstos se han hecho cada vez más frecuentes.
1. Diseñe una metáfora experiencial con el objetivo de que Sebastián termine de
experimentar que el pensamiento negativo repetitivo sobre las sensaciones corporales
es la raíz del problema que está generando mayor probabilidad de “mareo” y una vida
más restringida en cuanto a sus valores. A continuación, diseñe un diálogo en el que
introduciría la metáfora experiencial diseñada.

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