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Desde esta perspectiva, las tendencias contemporáneas a la formación del imperio no

representarían un fenómeno fundamentalmente nuevo, sino simplemente un perfeccionamiento


del antiguo imperialismo. Con todo, sin subestimar estas líneas ciertas e importantes de
continuidad, creemos que conviene hacer notar que lo que solía ser un conflicto o una
competencia entre varias potencias imperialistas ha sido reemplazado en muchos sentidos
importantes por la idea de un único poder que ultradetermina a todas las potencias, las estructura
de una manera unitaria y las trata según una noción común del derecho que es decididamente
poscolonial o postimperialista. Éste es el verdadero punto de partida de nuestro estudio del
imperio: una nueva noción del derecho o, más bien, una nueva inscripción de la autoridad y un
nuevo diseño de la producción de normas e instrumentos legales de coerción que garantizan los
contratos y resuelven los conflictos.

Éste es el verdadero punto de partida de nuestro estudio del imperio: una nueva noción del
derecho o, más bien, una nueva inscripción de la autoridad y un nuevo diseño de la producción de
normas e instrumentos legales de coerción que garantizan los contratos y resuelven los conflictos.

El concepto de imperio se presenta como un concierto global bajo la dirección de un único


conductor, un poder unitario que mantiene la paz social y produce sus verdades éticas. Y para que
ese poder único alcance tales fines, se le concede la fuerza indispensable a los efectos de librar —
cuando sea necesario— «guerras justas», en las fronteras, contra los bárbaros y, en el interior,
contra los rebeldes. Desde el comienzo, entonces, el imperio pone en movimiento una dinámica
ético-política que reside en el corazón mismo de su concepto jurídico.

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