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Documento 10
Documento 10
No fueron minutos sino horas, días, meses en esa espera con su constante cruzar y descruzar de
piernas, su arrastrar de zapatos hacia el baño y un dejarse caer sobre sillas desvencijadas. Ignacio
dormitaba, se le caía de vez en cuando la cabeza. A mi derecha se había instalado alguien que
emitía agresivos suspiros mientras pasaba las páginas de una revista llena de historias
deprimentes que sirven para levantar el ánimo; sentía bostezos, la continua música del minutero,
y por fin un ansioso ponerse de pie y acercarse a la secretaria para pedir explicaciones por la
demora del médico. Doris sacaba la nariz de sus papeles para recordarnos a todos con aprendida
frialdad que había que hacerse el tiempo para consultar a ese oculista, porque este oculista solo
atiende cegueras graves, es decir, decía Doris, imitando el tono del doctor y carraspeando como la
portavoz del espanto que ella era, a este especialista solo le importan los casos extremos, los ojos
in extremis, los que requieren de una extraordinaria agudeza; a Lekz, siguió Doris tragándose una
galleta que masticaba con la boca abierta, al doctor Lekz le interesa detenerse en cada ojo, buscar
en las retinas la presencia sibilina de otros males del cuerpo, el sida, por ejemplo, la sífilis, la
tuberculosis, y seguía enumerando mientras se escarmenaba la melena con un dedo, la diabetes
mal cuidada, la presión alta, incluso el lupus. Porque la retina, continuaba su retintín perverso, la
retina era nuestra hoja de vida, el espejo de nuestros infortunados actos, una superficie
perfectamente pulida que vamos dedicándonos a estropear a lo largo de nuestras existencias. Por
todo el estropicio que nos habíamos causado ahora tendríamos que esperar nuestro turno,
esperar sin chistar o simplemente largarnos. El oculista no se iba a apurar por ninguno de
nosotros, repitió. No hacía excepciones porque todo lo que veía ya era excepcional. Y no era
meramente un discurso de Doris. Yo había ido constatando lo que ella decía durante incalculables
horas de espera en esa sala y luego dentro de la consulta. Nunca noté que Lekz apurara una sílaba
o