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Cuando Carles Puigdemont, como presidente en ejercicio, emitía vídeos en
momentos cruciales del procés independentista, sus mensajes desde el Palau de la
Generalitat contaban con un entorno privilegiado, con una arquitectura gótica que
proyectaba bien el peso de la institución y su permanencia a lo largo de siglos. A
ello le sumaba otro mensaje: puertas abiertas, entreabiertas o cerradas que tras de
sí daban pie a interpretaciones varias —algunas espontáneas, otras inducidas
sutilmente en off por su equipo— que en las redes sociales y en los medios de
comunicación acababan de completar aquello que el jefe del Ejecutivo catalán
había pronunciado con palabras. Dorothea Tanning, que tenía algunos cuadros
inquietantes con niñas como metidas en un sueño —o en una pesadilla—, además
jugaba con las puertas, que consideraba que eran un elemento muy simbólico. Pues
bien, toda esa lírica se había acabado en la comunicación de Puigdemont. El
contexto quizás ya no estaba para simbolismos, o quizás pasaba que la sobredosis
de gestualidad simbólica había sido identificada finalmente como una de las
causas que habían llevado al choque de octubre de 2017 y a la suspensión de la
autonomía.
Puigdemont, sentado en su despacho de La Casa de la República, en
Waterloo, en una zona abuhardillada de la estancia, tenía tras de sí una pared
blanca y a su derecha básicamente se podía ver un trozo de pequeña estantería y
unos libros apilados junto a una banderita catalana sobre una mesita. Sin más. Y
entonces empezaba su alocución aludiendo a cómo el Govern catalán, dos semanas
antes, había propuesto el confinamiento total y había tomado «medidas
contundentes». Puigdemont apuntaba que él, como la mayoría de ciudadanos,
había seguido estrictamente las recomendaciones que había ido difundiendo el
Ejecutivo catalán. Decía estar «en contacto permanente» con el Govern, «para
ayudar y para darle apoyo en esta tarea colosal y en condiciones muy duras que
está asumiendo».
Sobre el momento, destacaba el temor por la salud y por el trabajo, junto al
miedo por la pérdida de libertades. A la vez, defendía «medidas draconianas» para
combatir el virus. Y la prisa, en este contexto, había mutado en cuanto a su
motivación. Ahora el mensaje del líder independentista buscaba reforzar las
demandas de Torra al gobierno español para actuar con celeridad y con mayor
contundencia, blandiendo la opinión de los expertos. También lo hizo Puigdemont