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Novenario Difuntos
Novenario Difuntos
Es por esto que, teniendo presente la costumbre del novenario por los
difun- tos, el Departamento de Liturgia, del Secretariado Permanente del
Episco- pado Colombiano, presenta el siguiente esquema1 para la
celebración comunitaria de la fe en los momentos concretos de la partida
de un ser que- rido y que puede ser dirigido por los fieles laicos.
Saludo
La gracia del Señor Jesucristo, quien con su presencia salvadora nos llena de con-
suelo y de paz, esté siempre con todos nosotros.
Monición
El que dirige la celebración hace la siguiente monición
Hermanos y hermanas:
Si creemos que Jesucristo murió y resucitó,
confiemos también que Dios nuestro
Padre,
por su Hijo, tomó consigo a nuestro (a) hermano (a) N., quien duerme en
Cristo. Este duelo nos recuerda que no podemos vivir en las tinieblas del
pecado,
ya que la muerte nos puede sorprender de improviso.
Nuestra vida, tiene que ser conforme con lo que somos: hijos de la
Luz; velemos, pues, y vivamos según las exigencias de nuestro
bautismo.
Unámonos ahora en oración e invoquemos la misericordia de
Dios para con nuestro(a) hermano(a) N.
Oración en silencio
Lectura de la Palabra de Dios
El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5,1-12ª
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
San Juan Pablo II supo bien de cerca convivir con la enfermedad, especialmente
en la parte final de su vida. Aunque su juventud no fue nada fácil, ya que perdió a
sus dos hermanos y a sus padres, en un periodo relativamente corto de tiempo,
además del periodo de guerra que le tocó vivir en su país. De esta profunda
experiencia el Santo Padre nos dijo:
“Vivir para el Señor significa también reconocer que el sufrimiento, aun siendo
en sí mismo un mal y una prueba, puede siempre llegar a ser fuente de bien.
Llega a serlo si se vive con amor y por amor, participando, por don gratuito de
Dios y por libre decisión personal, en el sufrimiento mismo de Cristo crucificado.
De este modo, quien vive su sufrimiento en el Señor se configura más
plenamente a Él y se asocia más íntimamente a su obra redentora en favor de la
Iglesia y de la humani- dad” (Encíclica ‘Evangelium Vitae’, 25 de marzo de 1995,
núm. 67).
Oremos ahora juntamente a Dios nuestro Padre con la plegaria que nos enseñó
nuestro hermano, Jesucristo. Digamos con fe: Padre nuestro...
Dios, Padre omnipotente, que con la Cruz de tu Hijo nos has fortalecido y con su
Resurrección has marcado nuestra vida; concede a tu siervo (a) N., que libre de la
muerte, sea agregado (a) a la asamblea de tus elegidos. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Segundo
Canto inicial
Coro
Saludo
EI Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales en Cristo, nos dé su paz y consuelo.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
El que dirige la celebración hace la siguiente monición
Hermanos y hermanas:
El cristiano vive como peregrino en la tierra, esperando que su muerte será el
paso a una nueva vida, donde libre de pecado, glorifique sin fin al Padre por
Cristo. Por eso la muerte no es un término, sino un tránsito, un día
resplandeciente, iluminado con los fulgores de la resurrección.
Unámonos en la oración para pedir por nuestro (a) hermano (a)
N. Oración en silencio
En cierta ocasión dijo Jesús: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque si
ocultaste estas cosas a los sabios y los entendidos, las revelaste a los pequeños.
Si, Padre, porque así tuviste a bien disponerlo.
Todo me lo entregó mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a
mí todos los que están rendidos y agobiados, que yo los aliviare. Carguen sobre
ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón y
así encon- trarán alivio. Porque mi yugo es llevadero y mi carga liviana.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta
Salmo 25 (24) 6. 7bc. 17.18.20. 21 (R.1.6.3a)
“Vosotros que vivís bajo la prueba, que os enfrentáis con el problema de la limita-
ción, del dolor y de la soledad interior frente a él, no dejéis de dar un sentido a
esa situación. En la cruz de Cristo, en la unión redentora con El, en el aparente
fracaso del Hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad,
en el valor de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta. Mirad hacia Él,
hacia la Iglesia y el mundo y elevad vuestro dolor, completando con El, hoy,
el misterio salvador de su cruz” (6 de noviembre de 1982).
Padre de las luces, acoge benigno a tu hijo (a) N., y a nosotros concédenos
encontrar la luz en medio de las tinieblas, y la fe en la duda y en los peligros; y
ya que nos con- suelas en todas nuestras tribulaciones, concédenos poder
consolar a los atribulados con el consuelo que de ti recibimos. Por Jesucristo
nuestro Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Tercero
Canto inicial
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, que nos reúne en una
gran familia, y nos da paz en el Espíritu, estén con nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Al reunirnos en esta tarde (noche) para orar por nuestro (a) hermano (a) N., recorde-
mos una vez más que Dios es amor y vida, y también nuestro único consuelo. Por
eso con espíritu de fe encontramos ahora esperanza, y este acontecimiento triste
se ilumina y adquiere otra perspectiva: así como Cristo resucitó, también nuestro
(a) hermano (a) resucitará y nosotros nos encontraremos un día en la casa del
Padre, en compañía de María y todos los santos. Unámonos con oración y
pidamos por nuestro
(a)hermano (a) N., por sus familiares y amigos.
Oración en silencio
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
Oremos a Dios, nuestro Padre, quien nos tiene reservada una morada en su casa
y digámosle:
- Por la piadosa muerte de San José, padre nutricio de tu Hijo, dígnate admitir
a tu siervo (a) N., en la compañía de todos los bienaventurados.
Como hijos adoptivos que somos, unamos nuestra voz a la de Cristo, para hablar
con nuestro Padre, siguiendo el modo de orar que Jesús nos enseñó: Padre
nuestro...
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Cuarto
Canto inicial
Al Rey adoremos, para quien todo vive
Saludo
El Espíritu de verdad, que resucitó a Cristo de entre los muertos y nos hace
exclamar que Dios es Padre, nos consuele y permanezca siempre con todos
nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Nuestro(a) hermano(a) N. fue hecho(a) hijo (a) adoptivo la) de Dios en el bautismo y
terminada su peregrinación terrena se durmió en la paz de Cristo. Hoy nos
reunimos para orar por él (ella) y también por nosotros, afligidos por su separación,
pero segu- ros de que un día también saldremos al encuentro de Cristo y nos
reuniremos con nuestro (a) hermano (a) en la asamblea de los santos. Nos
reconforta saber que en el cielo tenemos un Padre bueno, atento a darnos las
gracias que necesitamos en cada momento de la vida, especialmente en estas
circunstancias de dolor familiar. Por eso, oremos por nuestro(a) hermano (a) N.,
por todos los aquí presentes y en especial por sus familiares.
Oración en silencio
Estas son las últimas instrucciones de Jesús a sus discípulos: «Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en su trono
glorioso. Todas las naciones se reunirán en su presencia, y él separará a unos de
otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras, y pone las ovejas a su derecha
y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que tenga a su derecha:
‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que está preparado
para ustedes desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y me dieron de
comer; tuve sed, y me dieron de beber; estuve fuera de mi patria, y me alojaron;
des- nudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso, y vinieron a verme’.
Entonces los justos le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te
dimos de comer; con sed, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos fuera de tu
patria, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o
preso, y fuimos a verte?’ Y el Rey les responderá: Yo les aseguro que cada vez
que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’.
«Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego
eterno preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y no me
dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estuve fuera de mi patria, y
no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron’.
Y también ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed,
fuera de tu patria o desnudo, o enfermo o preso, y no te servi- mos?’ Y él les
responderá: ‘Yo les aseguro que cada vez que dejaron de hacerlo con el más
pequeño, dejaron de hacerlo conmigo’. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos
a la vida eterna.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
Al comienzo del Pontificado de San Juan Pablo II, en su homilía nos dijo:
R. Te rogamos, óyenos
Jesucristo con su Misterio Pascual nos ha hecho hijos adoptivos de Dios; por eso
podemos acudir con plena confianza a nuestro Padre, con la oración de sus hijos.
Digamos con gran fe: Padre nuestro...
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Quinto
Canto inicial
Quien cree en ti, Señor, / no morirá para siempre.
Saludo
La gracia y la paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor, quien por
noso- tros murió para darnos nueva vida, estén con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Como humanos lloramos y sentimos la muerte de nuestro (a) hermano (a) N.,
pero como cristianos nos alegramos porque él (ella) ya llegó felizmente a la vida
eterna. Por eso, Cristo, el Señor, nos dijo que nuestro corazón no debe
inquietarse, pues en la casa del Padre hay muchas mansiones y Él fue a
prepararnos un lugar en el país de la dicha sin fin. Iluminados, pues, por la fe y
fortalecidos por la esperanza, unámo- nos en la plegaria y oremos por nuestro(a)
hermano (a) N.; pidamos también por nosotros para que la fe nos ilumine el
misterio de la muerte y nos fortalezca en la marcha hacia la mansión definitiva.
Oración en silencio
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús
exclamó con voz potente:
«Elohí, Elohí, lemá sabactani.»
Lo que quiere decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
abandonaste?» Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
«Este está llamando a Elías,»
Uno corrió a empapar una esponja en vino ácido, y poniéndola en la punta de una
caña, quería darle de beber diciendo: «Esperemos a ver si viene Elías a bajarlo.»
Pero Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Y al verlo expirar así, el centurión, que estaba frente a él, exclamó:
«¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!»
Y pasado el sábado, María Magdalena, María, madre de Santiago, y Salomé
compra- ron perfumes para ir a ungir el cuerpo de Jesús.
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salió el sol, fueron al
sepulcro. Y conversaban entre ellas:
«¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
Pero al mirar, observaron que la piedra estaba corrida; era una piedra muy
grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con
una túnica blanca. Ellas se extrañaron, pero él les dijo: «No se extrañen. Buscan a
Jesús de Naza- ret, el crucificado. Resucitó, no está aquí. Miren el lugar donde lo
habían puesto. Pero vayan a decir a sus discípulos y en particular a Pedro que se
adelantará a ellos para reunirlos en Galilea. Allá lo verán, como se lo había
anunciado.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
“Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio
pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una
primera fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en
efecto, Él muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta ‘debilidad’ se
cumple su ‘elevación’, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa
que las debi- lidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetrados
por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo” (11 de
febrero del año 1984, núm. 23).
- Señor Jesucristo, concede a nuestro (a) hermano (a) N., una morada eterna
en el cielo.
- Condúcelo (a) a las fuentes tranquilas del paraíso, hazlo (a) recostar en las
verdes praderas de tu Reino.
- A nosotros, quienes peregrinamos por las oscuras cañadas de este mundo,
guíanos por el sendero justo.
Con la confianza que nos da la fe, unamos nuestros corazones para orar a Dios,
nuestro Padre, diciendo: Padre nuestro…
Dios y Padre nuestro, en quien los mortales viven, y para quien nuestros cuerpos
al morir no perecen, sino que se transforman; te suplicamos que como lo hiciste
con tu amigo el patriarca Abrahán, recibas a tu siervo (a) N. para que lo (la) resucites
el
último día del gran juicio, y los pecados que cometió en este mundo pasajero, por
tu piedad los purifiques con tu perdón. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Sexto
Canto inicial
Juntos como hermanos miembros de una
Iglesia, vamos caminando al encuentro del
Señor.
Saludo
La gracia del Señor Jesucristo, quien nos ha dado vida con abundancia y ha
triunfado sobre la muerte, esté con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
El que dirige la celebración hace la siguiente monición
Hermanos y hermanas:
En medio de nuestro dolor, tenemos una esperanza cierta: nuestra resurrección
glo- riosa. Pero para merecerla debemos morir en amistad con Dios. Sabemos
que en el Reino de Dios disfrutaremos de eterno gozo, como nos enseña san
Pablo, puesto que Cristo resucitó de entre los muertos, como primicias de los que
durmieron; El transfigurará nuestro cuerpo frágil en un cuerpo glorioso como el
suyo.
En esta oración, con la gracia de Dios, avivemos nuestra fe y esperanza en
nuestra futura resurrección.
Oremos, pues, con fe y pidamos también por nuestro(a) hermano(a) N., por sus
familiares, sus amigos y por todos los que estamos aquí reunidos.
Oración en silencio
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
“Para que el milenio que está ya a las puertas pueda ser testigo de un nuevo
auge del espíritu humano, favorecido por una auténtica cultura de la libertad, la
humani- dad debe aprender a vencer el miedo. Debemos aprender a no tener
miedo, recu- perando un espíritu de esperanza y confianza. La esperanza no es un
vano opti- mismo, dictado por la confianza ingenua de que el futuro es
necesariamente mejor que el pasado. Esperanza y confianza son la premisa de
una actuación res- ponsable y tienen su apoyo en el íntimo santuario de la
conciencia, donde el hombre está solo con Dios, y por eso mismo intuye que ¡no
está solo entre los enig- mas de la existencia, porque está acompañado por el
amor del Creador!” (5 de octu- bre de 1995).
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Septimo
Canto inicial
Pueblo de reyes, asamblea santa,
Pueblo sacerdotal, Pueblo de Dios,
bendice a tu Señor.
Saludo
Hermanos y hermanas:
En esta reunión familiar levantemos nuestro corazón a Dios para pedirle que dé cl
descanso eterno a nuestro(a) hermano (a), N. y lo (la) lleve a su Casa, lugar de la Luz
y de la Paz eterna. Y lo hacemos con fe profunda, porque sabemos que Él nos
ama tanto, que nos dio a su propio Hijo, como Redentor de todos los hombres.
Oración en silencio
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta
Salmo 103(102)8+10.13-14.15-16.17-18 (R. 8a o 37, 39a)
El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia;
no nos trata como merecen nuestros
pecados, ni nos paga según nuestras culpas.
R.
R. Padre, escúchanos
- Padre justo, haz que nuestro(a) hermano (a) N., quien pasó de este mundo a
tu reino, se llene de gozo en la asamblea de los santos.
- Alégralo (a) con el gozo de tu presencia.
- Sálvalo (a) por tu misericordia.
- Tu bondad lo (a) acompañe eternamente.
- Ya nosotros, concédenos tu consuelo y tu paz.
Con la confianza que tienen los hijos con su padre, acudamos a Dios nuestro
Padre con la oración que Cristo nos enseñó: Padre nuestro...
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Octavo
Canto inicial
Un mandamiento nuevo / nos da el Señor:
que nos amemos todos / como nos ama Dios.
Saludo
La gracia, la paz y el consuelo de parte de Cristo, que es, que era y que ha de
venir, permanezcan siempre con todos nosotros
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
El cristiano que muere en gracia, en la amistad de Dios, pasa a poseer la
esperanza que abrigó durante su vida: gozar de la felicidad eterna. Esto lo espera
firmemente porque recuerda las palabras de Cristo: «Yo soy la resurrección y la vida;
quien cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá
jamás». Esa ansia de llegar a estar con Dios, que llevamos en nosotros desde
nuestro bautismo, sólo la colmaremos cuando veamos a Dios cara a cara. Pero
para que esto se realice es necesario que nuestra existencia sea una preparación
para este encuentro perso- nal y definitivo con Cristo. La muerte de nuestro(a)
hermano(a) nos recuerda esta perspectiva y nos invita a la conversión.
Oración en silencio
Enseñando Jesús a sus discípulos, les decía: «Estén preparados y con las lámparas
encendidas, como haciendo guardia de noche. Pórtense como quienes aguardan a
que su amo vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor, al llegar, encuentre esperando despiertos!
Les ase- guro que entonces será él quien se prepare, y los haga sentar a la mesa
y se ponga a servirles. ¡Felices si los encuentra así el señor, aunque llegue a
medianoche o antes del alba! Tengan esto presente: si el dueño de la casa
supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no lo dejaría meterse en su casa.
Ustedes también estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el
Hijo del hombre.
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
Pidamos a Dios nuestro Señor por nuestro (a) hermano (a) N. para que lo (la) acoja
en su misericordia y le dé el lugar de la Luz y de la Paz. Digamos (o cantemos):
Confiemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, con la oración que Cristo nos
enseñó: Padre nuestro...
Dios, Padre celestial, que elevaste a la dignidad de cristiano (a) a nuestro (a) hermano
(a) N., y lo (la) hiciste miembro de tu familia, te pedimos lo (la) agregues ahora a
tu Iglesia gloriosa, donde la comunidad de tus fieles, goza de ti en el cielo. Por
Jesucris- to nuestro Señor.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día Noveno
Canto inicial
Eres mi pastor, ¡oh Señor! / nada me faltará, si me llevas tú.
Saludo
La gracia, la misericordia y la paz que proceden de Dios y de Cristo Jesús, Señor
nues- tro, estén con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición
Hermanos y hermanas:
Nos encontramos frente a una de las realidades más duras de la existencia
humana: la muerte. Nuestro hermano(a) N., fue llamado(a) por el Padre a darle el
premio pro- metido a sus siervos fieles. Los vínculos de afecto humano que nos
unían a él(ella) se
han estrechado aún más en Cristo, quien vive glorioso y espera a sus hermanos,
los hombres que creen en Él.
Oración en silencio
Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, crucificaron a Jesús con los malhe-
chores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y uno de los malhechores
crucificados lo insultó diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a
nosotros.»
Pero el otro lo reprendió diciéndole: «Sufriendo la misma pena que él ¿no tienes
temor de Dios? Nosotros la sufrimos justamente, porque recibimos el castigo
mere- cido, pero él no ha hecho nada malo.»
Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
Él le respondió: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
San Juan Pablo II en la audiencia general del 11 de noviembre de 1998 dijo a los presentes:
Roguemos al Padre bueno por nuestro (a) hermano (a) N., quien en su vida mortal
creyó y esperó en la bondad de Dios, diciendo (o cantando):
R. Te rogamos, óyenos
Dios, Padre de todos los hombres, escucha las plegarias que te hacemos por nuestro
(a) hermano(a) N., ábrele las puertas de la vida, y a nosotros concédenos
reunirnos un día en la Casa paterna de tu gloria. Por Cristo, nuestro Guía y
camino hacia ti, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén
Todos se signan
En el nombre del Padre...