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Ahora, volvamos al cuento. Mientras las mujeres trabajan con el cuerpo del
ahogado, ellas pronto se dan cuenta de que él es el hombre más grande, de
apariencia más fuerte, más viril y más hermoso que habían visto en toda su vida, o
que podían imaginar. Llegan a la conclusión de que es un hombre llamado
Esteban y, cuando los hombres vuelven con la noticia de que nadie de los pueblos
vecinos lo puede reclamar como suyo, las mujeres lloran de alegría al inferir que
ahora él "les pertenece".
Los hombres no entienden por qué tanto escándalo hasta que las mujeres les
muestran el rostro del ahogado. En ese momento, ellos también quedan
anonadados al ver su belleza, masculinidad y tamaño. En tanto admiran al
ahogado, creen que, en vida, él debe de haberse sentido avergonzado de su
tamaño e incómodo a raíz de eso.
Juntos, los habitantes del pueblo preparan un funeral espléndido para el ahogado.
Cuando finalmente dejan caer su cuerpo por el acantilado y lo devuelven a las olas
que lo trajeron, todos saben que sus vidas han cambiado para siempre. Saben
que van a edificar sus casas más fuertes y grandes para que puedan ser bastante
grandes para un hombre como Esteban. Van a pintar sus paredes de colores más
vivos y van a plantar flores para que algún día, cuando los barcos pasen por su
pueblo, lo vean tan brillante, hermoso y fragante que digan, "ese es el pueblo de
Esteban".