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ESTRUCTURALISMO

A menudo se ha dicho que los primeros estudios del comportamiento se reducían a la forma de
estructura —por ejemplo, a tratar el comportamiento como algo que no es más que
«contracciones musculares»—. El rechazo a aceptar los sentimientos y estados de la mente como
causas y el permanente interés por la «objetividad» parecían respaldar esa idea. La formación de
hábitos era un principio estructuralista: adquirir un hábito era simplemente acostumbrarse a
comportarse de una manera dada. Se descuidaban las contingencias de refuerzo que generaban el
comportamiento lo mismo que las contingencias de supervivencia que producían un instinto.

También eran estructuralistas las teorías de la frecuencia acerca del aprendizaje. Simplemente
afirmaban que lo que había sucedido una vez sucedería de nuevo; que un organismo tendería a
hacer lo que con más frecuencia había hecho en el pasado. Como ya he dicho, el «behavioralismo»
se limitaba a la topografía del comportamiento político, y el estructuralismo en antropología a
menudo no va más allá de la posición de que las costumbres se siguen simplemente porque es
habitual seguirlas. La justicia de Grecia y Persia antiguas era simple y ágil porque se basaba
totalmente en la topografía del crimen: la persona que mataba a otra era culpable de asesinato sin
importar las circunstancias en que lo hubiera cometido. Más tarde anotaré la importancia del
hecho de que el apoyo de la posición estructuralista haya venido de la fenomenología lo mismo
que del existencialismo, con su descuido del pasado y del futuro en la búsqueda de los rasgos
esenciales del aquí y el ahora.

Si el conductismo no hubiera sustituido los sentimientos y estados mentales que rechazaba como
explicaciones, realmente se le hubiera podido tener por una clase de estructuralismo, pero
encontró sustitutos en el ambiente. A medida que aprendemos más sobre el papel de las
contingencias de refuerzo, tenemos mayor probabilidad de ir más allá de las propiedades
formales. Esto se puede ilustrar con el concepto de imitación. En una definición puramente
formalista, se puede decir que un organismo imita a otro cuando se comporta como lo hace el
otro, pero, como dijimos en el capítulo 3, deben considerarse las contingencias de refuerzo lo
mismo que las de supervivencia. Los dueños de restaurantes se comportan de maneras bastante
similares respecto de sus clientes, pero no se imitan unos a otros; se comportan de maneras
similares porque están expuestos a contingencias similares. El hombre que corre tras un ladrón no
lo está imitando aunque ambos estén corriendo.

El estructuralismo está implícito en la distinción que a menudo se hace entre aprendizaje y


ejecución. Esta distinción era útil en los primeros estudios de aprendizaje porque los cambios que
entonces se observaban en la ejecución eran bastante erráticos. Como se suponía que el
aprendizaje era un proceso ordenado, parecía haber una discrepancia, pero ésta se resolvía
suponiendo que el comportamiento manifestado por el organismo no revelaba muy
apropiadamente el aprendizaje. El término «ejecución» era claramente un término estructuralista;
se refería a lo que hace un organismo, sin tener en cuenta por qué lo hace. Con técnicas avanzadas
se ha encontrado una relación ordenada entre la ejecución y las contingencias, y se ha eliminado
la necesidad de acudir a un proceso interno de aprendizaje independiente o a la competencia.
Esa misma confusión aparece en la argumentación de que los condicionamientos operante y
respondiente representan un solo proceso, argumentación de la cual se dice que es opuesta al
punto de vista según el cual las dos clases de condicionamiento afectan diferentes sistemas de
comportamiento, siendo el condicionamiento respondiente apropiado al sistema nervioso
autónomo, y el condicionamiento operante a la musculatura esquelética. Es verdad que gran parte
de la actividad del sistema nervioso autónomo no tiene consecuencias naturales que fácilmente
hubieran llegado a formar parte de las contingencias operantes, pero tales consecuencias se
pueden preparar. (En el capítulo 11 informaremos de un intento de someter al sistema vascular
del brazo bajo el control operante, amplificando por medio de instrumentos una medida del
brazo.) La diferencia básica no está en los sistemas de topografía de la respuesta, sino en las
contingencias. Los arreglos ambientales que producen un reflejo condicionado son muy diferentes
de los que producen el comportamiento operante, sin que importen los respectivos sistemas. (El
hecho de que ambos procesos pueden darse en una situación dada, no significa que se trate del
mismo proceso. Sin duda, el niño que está adquiriendo comportamientos operantes también
adquiere reflejos condicionados, y el perro de Pavlov, aunque restringido por los aparatos
experimentales, recibía refuerzo operante de manera fortuita por la presentación ocasional del
alimento.) Debemos esperar para ver qué procesos de aprendizaje descubrirá eventualmente el
fisiólogo por medio de observación directa, más que por medio de inferencias; entretanto, las
contingencias permiten una distinción útil e importante.

El estructuralismo suele ir más allá de la simple descripción, y una de sus estrategias ha tenido una
historia muy larga. Cuando todavía no se comprendía plenamente el concepto de relación
funcional, las explicaciones de los fenómenos se buscaban en sus estructuras. La doctrina de las
formas de Platón era un esfuerzo para explicar los hechos con principios derivados de los mismos
hechos o de hechos similares. Se ha dicho que desde Platón hasta Kepler no se consideraba que
las matemáticas describieran el movimiento de los asiros, sino que lo explicaban. La búsqueda de
la explicación en la forma o en la estructura continúa. La psicología de la Gestalt trató de
comprender el concepto estructural de formación de hábitos con principios organizacionales. Las
propiedades matemáticas conservan su vieja fuerza explicativa; por ejemplo, se ha dicho que, para
el antropólogo, «las relaciones de parentesco no evolucionan tanto porque tienden a expresar
relaciones algebraicas».

Como anoté en el capítulo 1, el análisis puramente estructural se puede completar recurriendo al


tiempo como variable independiente. El crecimiento del embrión desde el huevo fertilizado hasta
el feto es un buen ejemplo de desarrollo, y se ha dicho que puede haber consecuencias similares
importantes en el desarrollo «de una destreza, de un arte, de un concepto en la mente».

Se dice que el comportamiento de una persona o una cultura pasa por varios estadios hasta
alcanzar la madurez. Se ha dicho que la psicopatología del adicto a las drogas se debe a la
«detención infantil del desarrollo psíquico». Como lo indican estos ejemplos, se dice que lo que se
desarrolla es algo que está en la mente, como cuando se trata de Piaget, o en la personalidad,
como señala Freud.
Pero si el niño ya no se comporta como lo hacía un año antes, no es

solamente porque haya crecido, sino porque ha tenido tiempo para

adquirir un repertorio mucho más amplio por medio de la

exposición a nuevas contingencias de reforzamiento, y

particularmente porque las contingencias que afectan a los niños de

diferentes edades son diferentes. El mundo del niño también «se

desarrolla».

En comparación con el análisis experimental del

comportamiento, la psicología evolutiva permanece en la posición

de la teoría evolucionista anterior a Darwin. Hacia los comienzos del

siglo XIX, se sabía que las especies habían experimentado cambios

graduales hacia formas más adaptativas. Se desarrollaban o

maduraban, y la mejor adaptación si ambiente sugería una especie

de propósito. La cuestión no era si ocurrían cambios evolutivos, sino

por qué ocurrían. Tanto Lamarck como Buffon apelaron al propósito

supuestamente manifestado por el individuo en la adaptación a su

ambiente —propósito de algún modo transmitido a la especie—. A

Darwin le correspondió descubrir la acción selectiva del ambiente,

como a nosotros nos corresponde suplementar el desarrollismo de la

ciencia del comportamiento con un análisis de la acción selectiva del ambiente.

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