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Hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, que, sin embargo, por diferentes
razones de su lógica en la forma de gastar dinero, se vio forzado a trabajar para ganarse el
pan. Su trabajo era arduo y dispendioso, extenuante, tanto que el sueño lo rindió debajo
de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:
A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y pasando por los más
terribles y también hermosos lugares con sus condiciones, finalmente
Llegó a Isfaján, donde, por el cansancio atroz y sorprendido por la noche, se tendió a
dormir en el patio de una mezquita. Se le veía dormir plácido mientras una pandilla de
ladrones atravesaba la mezquita y se metía en la casa; a causa del escándalo de los
despertados por el ruido de los ladrones, el capitán de aquel distrito acudió con sus
hombres y naturalmente, al verlos, los bandoleros huyeron por la azotea. De inmediato El
capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo (el durmiente)
y lo llevaron a la cárcel.
Seguidamente y después de tomar las monedas el hombre regresó a la patria; así como lo
escuchó del capitán fue a su higuera y al cavar debajo desenterró el tesoro. Es así como
Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó.