El surgimiento de las ciudades ha sido uno de los fenómenos sociales más importantes de la historia. Su desarrollo no sólo ha transformado la manera en que se organiza la gente, las economías y el poder, sino que ha cambiado también la manera en que entendemos la realidad, su estudio se ha vuelto en muchos sentidos la puerta de entrada para entender la vida moderna. Pero el problema de las ciudades es tan grande que la sola pregunta de cómo empezar a hablar ya es difícil de responder. Según lo que pude interpretar, es que se presentan una serie de interpretaciones sobre Buenos Aires. El análisis en parte se basa en la observación de ciertos fenómenos sociales y en parte en la interpretación de textos y obras artísticas que otros hicieron de Bs As. El texto de Sarlo es una mezcla de registro de escenas de la ciudad, de lecturas de textos sobre ésta ciudad y de interpretaciones de algunos momentos de la vida urbana. A diferencia de lo que es una crónica, no se busca extender una narrativa particular sobre la ciudad, cada relato o cada experiencia es en realidad el punto de partida de una interpretación en forma de pequeño ensayo. Lejos de hacer una descripción con pretensiones de objetividad, Sarlo dice en todo momento su propio papel como observadora subjetiva. Lo que se observa es que estos fenómenos se dan como respuestas a situaciones políticas, a la confluencia de procesos históricos globales y a tensiones sociales complejas. La idea sería, pensar la ciudad como un sistema de signos que se presentan voluntaria o involuntariamente ante quien la camina, un texto en donde se ven las huellas que han dejado los procesos históricos que se han superpuesto a lo largo del tiempo. Por otra parte, lo que noto, es que ella se preocupa por entender el fenómeno de la ciudad a partir de proyectos triunfantes de la cultura dominante, pero también de lo que ha sido dejado de lado, de esos desechos del proyecto moderno. La lectura del texto de Sarlo consiste en una colección de pequeños fragmentos y no en un estudio estructurado de la ciudad. Estos fragmentos, que en su mayoría parten de una escena observada o de una lectura, se suceden unos a otros sin que necesariamente se marque una continuidad o concluyan en un argumento central. Habla tabién de como los centros comerciales se construyen como lo que debería ser la ciudad perfecta, con galerías seguras, pasadizos ordenados y recorridos iluminados. El centro comercial está diseñado para ser un espacio aséptico donde todos pueden habitar, temporalmente, lejos de los peligros y la suciedad de la ciudad que lo rodea. Para esto el centro comercial niega el espacio, su arquitectura está diseñada para ignorar y aislarse de la ciudad que lo rodea. Además, lo que reflexiona sobre éstos, es que los centros comerciales están hechos para negar el tiempo, constantemente se limpian, reparan y renuevan para producir la sensación de que cualquier forma de decadencia o envejecimiento ha desaparecido, nos hace pensarlo como una negación de la historia y de la sociedad. En todo caso, el centro comercial les ofrece a todos la posibilidad de entrar en una ciudad artificial perfeccionada. Pero, aunque aparentemente es lugar sin problemas, la libertad que ofrece el centro comercial está regulada por la capacidad de consumo. Mientras unos pueden participar del sueño que ofrece de la compra de mercancías, otros deben conformarse con consumir imaginariamente: ver sin poder comprar. Lo único que pide a cambio el centro comercial es aceptar su formato y sus reglas internas, unas reglas regidas por un sistema de mercado que pasa por encima de la historia y del resto de la ciudad. Mientras el centro comercial aparece como una manifestación de una ciudad ordenada a partir del mercado, Sarlo propone como contraste otra forma de ciudad-mercancía: las ventas ambulantes. Si el centro comercial encarna el mito de la perfección y la eterna juventud, la venta ambulante se rige por lo defectuoso y lo inútil. Los vendedores ambulantes intervienen la ciudad ofreciendo un tipo de mercancías regidas por lo descompuesto, por lo falsamente artesanal, por lo carente de verdadera función. En la inutilidad y en el desperfecto de la venta ambulante, Sarlo ve una estética que se opone a la razón instrumental que opera sobre la cultura moderna dominante; por eso su presencia es la manifestación de cierta forma de diversidad. Sin embargo, Sarlo no idealiza a los vendedores: su oposición a la estética del sistema no es producto de la rebeldía, sino de una carencia; ellos sólo acceden a los residuos que deja la dinámica del mercado, dinámica de la que son marginados. Cuando la mecánica mercantil global opera sobre la venta ambulante, lo hace reproduciendo la pobreza. En los siguientes dos capítulos, el libro de Sarlo se centra en la ciudad de los pobres y de los inmigrantes, una ciudad donde las dinámicas sociales hacen presente el fracaso de los proyectos sociales utópicos de progreso, y a la vez del debilitamiento de lazos sociales. A diferencia de lo que ocurría con las zonas marginales de Buenos Aires de hace cuarenta años, que construían sus propias redes de solidaridad, esta nueva ciudad de “villas-miseria” tiende a crear espacios aislados. Si antes la pobreza contaba con redes de apoyo alternativas, con instituciones propias, con cierta fuerza política y con la posibilidad de un futuro, la gente de las villas de ahora está recluida en su casa por el temor a la violencia y por problemas que desbordan toda ayuda institucional. Mientras tanto, en este mundo desarticulado, las personas acuden a la televisión o a los juegos de video para participar en un mundo de imágenes que les da identidad y una sensación imaginaria de pertenecer a una comunidad global. Además de los pobres de las “villas-miseria”, Sarlo ve a los nuevos inmigrantes coreanos y bolivianos como parte de unos grupos que también han sido dejados del proyecto central de ciudad y de nación. En una entrevista que dio para la revista Página/12 acerca de este libro, Sarlo resume la situación: “Las nuevas migraciones, la de los países limítrofes, no entran en ningún diseño de política nacional. Simplemente los gobiernos las consideran inevitables. A veces toman medidas reaccionarias para limitarlas o expulsarlas en algunos momentos y en otros las dejan estar. Pero es claro que no forman parte de ningún proyecto de inclusión”. Lo que observa Sarlo en su libro es que los inmigrantes han construido un espacio nuevo, que a veces excluye y a veces se comunica con el resto de Buenos Aires y, por otro lado, reproduce pero también transforma la cultura de donde venían. Así, los inmigrantes viven en un conjunto de identidades intermitentes y ambiguas. En todo caso, esa nueva identidad de los inmigrantes no es parte una cultura popular idealizada o romántica, sino que está atravesada por lo que la industria cultural les ofrece en reemplazo de lo que han perdido. Son formas de construcción urbana que se dan en medio de la discriminación y están marcadas por ésta. En los últimos dos capítulos, Sarlo deja de describir directamente fenómenos de Buenos Aires para ocuparse de textos que dan perspectivas sobre esta ciudad, desde las guías turísticas hasta el trabajo de los artistas contemporáneos. En este punto aparece uno de los asuntos que implícitamente han estado presentes en sus ensayos desde hace algún tiempo. Escritores como Jorge Luis Borges o Roberto Arlt fueron fundamentales para la creación de los significados y las imágenes que se tenían de Buenos Aires (y de la sociedad argentina en general); pero los nuevos escritores, artistas e intelectuales ya no tienen la fuerza para construir sentidos colectivos. Sus obras, aun cuando intentan comprender la ciudad de un modo diferente e intervenir la manera como la gente la ve, terminan siendo absorbidas o ignoradas. Así, si los fenómenos que analiza en los primeros capítulos participan directamente de la construcción de las imágenes que se tienen de Buenos Aires, los nuevos artistas e intelectuales parecen hablarle solo a la autora, no a los habitantes de la ciudad. La industria de la cultura y los medios masivos de comunicación han reemplazado a los escritores y a los artistas. Aunque esto parece más democrático, pues los nuevos medios crean sentidos que comparten desde los más marginados hasta las élites, lo que en realidad ocurre es que la lógica del mercado impone un sistema donde la libertad se regula por la capacidad de consumo, y las jerarquías y desigualdades se profundizan. La consecuencia del consumo de imágenes de ciudad creadas por las industrias culturales es la creación de espacios irreales de identidad y de libertad que dependen de la dominación y la reproducen. El último fenómeno que estudia Sarlo es la “ciber-ciudad” de Internet, una ciudad que, aún con más fuerza que el centro comercial, se presenta como un espacio en el que han desaparecido los territorios, las leyes y las identidades de la ciudad real. Pero lo que ve Sarlo es que el mundo virtual construye sus valores y significados a partir de los materiales que le da la ciudad real, con sus prejuicios y sus lógicas de poder. La ciudad real, finaliza Sarlo, “todavía fija los ritmos de las ciudades imaginadas y define los estilos incluso de aquellos que imaginan una independencia original. En ella, todavía, están arraigados los ricos y los pobres”. No vale la pena leer La ciudad vista como una teoría de lo que son todas las ciudades contemporáneas, ni convertir sus observaciones en generalizaciones aplicables a cualquier otra ciudad. Sus reflexiones sobre los inmigrantes bolivianos o sobre el arte en Buenos Aires no son necesariamente una regla general, ni pretenden serlo. Pero el tipo de “lectura” que propone Sarlo puede ser tenido en cuenta para cuestionar ciertas visiones ingenuas o triunfalistas de la ciudad contemporánea y de sus supuestas maravillas tecnológicas. Ese cuestionamiento sí puede hacernos reflexionar sobre lo que pasa en nuestras propias ciudades. Sarlo hace manifiesto que las experiencias que la gente tiene de la ciudad están permeadas por las imágenes y las interpretaciones que el mercado produce. A pesar de compartir estas imágenes, esas experiencias son cada vez más aisladas unas de otras. La ciudad que Sarlo ve en su libro es una urbe fragmentada cuyas partes parecen no poder comunicarse entre sí. La ciudad imaginada (multicultural, diversa, infinita en sus posibilidades, eterna y libre) oculta el hecho fundamental que resulta de los procesos de mercado que la sustentan: la miseria.