Está en la página 1de 6

RESEÑA a MALA FARMA

Introducción:

No es exagerado concluir que Mala Farma trata la relación entre ética e


investigación científica, desde una concepción según la cual ni la ciencia ni la
tecnología son indiferentes al bien y al mal. Desde la idea central de este libro, que
dice que “las empresas proporcionan una información sesgada de sus medicamentos”,
se distorsionan y exageran los resultados de los ensayos clínicos, “eliminando, aquellos
aspectos que no les favorecen”. A estas distorsiones se une el que las agencias
reguladoras de los gobiernos oculten información de vital importancia y que médicos y
asociaciones de pacientes aparentemente independientes estén financiados por la
industria. Para Ben Goldacre, académico de Oxford, psiquiatra y periodista, la
medicina está en quiebra, y lo que intenta demostrar en Mala Farma es que “en la
industria farmacéutica global… reina la corrupción y la avaricia”.

El valor económico se impone sobre el resto de valores, inclusive el epistémico y el


ético; a Goldacre no le va a temblar el pulso a la hora de presentar al lector la manera
en que la industria farmacéutica interviene el proceso científico a favor de los
beneficios económicos. Pero no lo hace en abstracto, y sí desde las intenciones de los
agentes que actúan en el sistema técnico complejo de la medicina. La filosofía, y la de
la ciencia en particular, agradece la repercusión del esclarecimiento que Mala Farma
pueda tener entre médicos, dado que son engañados, pacientes, ya que son
perjudicados, pero también entre la industria, periodistas, académicos y el público en
general, puesto que es difícil excluirse del proceso de medicalización que vivimos. En
un alegato a la transparencia, pues esta “parece ir cambiando las conductas” se ha
dedicado Goldacre en los últimos años a denunciar los abusos de la industria
farmacéutica y proponer regulaciones más rigurosas, a través de organizaciones o
campañas como Alltrials para reformar la evidencia médica.

Mala Farma es un ataque a la industria farmacéutica; aunque las empresas


farmacéuticas han salvado vidas, eso no les da carta blanca para ocultar datos, que por
su parte, pueden matar vidas. Además, la industria ha resultado también en un
proceso de medicalización, por el cual se amplían las categorías diagnósticas, se
inventan diagnósticos.

El sistema técnico farmacéutico

Las farmacéuticas consiguen que no se publiquen todos los resultados, sobre todo
los negativos, de los ensayos clínicos de los medicamentos que se ponen a la venta.
Goldacre muestra cómo esto es posible, y cómo tiene consecuencias indeseables. En
este proceso, desde la industria hasta el paciente, hay individuos involucrados cuyos
intereses abocan al conflicto. Desde la consideración de este edificio complejo de la
medicina como un sistema técnico se puede basar el juicio sobre la inmoralidad de la
compañía farmacéutica y de los científicos que se prestan para hacer los experimentos
en que violan principios morales dentro del conflicto de intereses. Aquí, la dificultad
radica en determinar cuáles son tales principios morales.

Se pueden nombrar los componentes de un sistema técnico, tal como lo expresa


León Olivé en El bien y el mal y la razón, aplicados a Mala Farma. Se tiene que hay
agentes intencionales, como un investigador de una compañía farmacéutica; un fin,
como ganar dinero con una pastilla cuyos ensayos clínicos están desvirtuados; objetos
que los agentes usan con propósitos determinados, como una molécula que será
sintetizada para convertirse en una pastilla; y finalmente, un objeto concreto que es
transformado, como la molécula ya hecha medicamento comercial.

En esta estela, podemos juzgar como inmoral la decisión de la compañía


farmacéutica de poner a prueba en seres humanos una droga cuyos efectos se
desconocen, sin advertir a los sujetos con quienes se experimentará de los riesgos que
corren; también, se puede juzgar moralmente las acciones de los científicos porque
utilizan personas como medios. Estos ejemplos de algunos agentes intencionales que
desfilan por Mala Farma permiten que el sistema técnico de la medicina pueda ser
condenable o loable, según los fines que se pretendan y los resultados obtenidos.
Como Goldacre muestra que el fin generalizado de los agentes farmacéuticos es ganar
dinero a toda costa, y los resultados de las acciones de la industria farmacéutica
pueden, en un sentido kantiano, tratar a las personas como objetos o medios, y no
como fines, por ello, el sistema técnico farmacéutico es condenable moralmente.

Esto acarrea un problema cuando vivimos en sociedades pluralistas, donde el


conflicto de intereses es constante y es difícil ponerse de acuerdo sobre lo que sea el
bien y el mal. Pero los hechos que expone Goldcrare desvela que la ciencia y la
tecnología, al menos para él e imagino que para la mayoría de los lectores, no son
éticamente neutrales. Algo que a la ciencia le debe sonar extraño, pues sus supuestos
tienden a ser neutrales.

“El proceso de medicalización amplía los límites diagnósticos para ganar mercado y
vender la idea de que un problema social complejo o personal es una enfermedad
molecular, para así vender sus propias moléculas en forma de pastilla que curan esa
enfermedad” (350, Mala Farma)

Goldcrare advierte que “Quizás estemos incurriendo en un coste cultural al


medicalizar la vida cotidiana y fomentar modelos reduccionistas, moleculares y
mecánicos de la identidad… nos arriesgamos a hacer que individuos perfectamente
normales se sientan ineptos.”

Este individuo ha sido descrito por el psicólogo Umberto Galimberti, al preguntarse


lo que significa el continuo recurso a los términos “ansia social” para decir que uno es
tímido, “fobia social”, para decir que uno es muy reservado…”i, alguien que se ha visto,
desde Hipócrates, simplemente como “raro”. En los años setenta, la palabra
“síndrome” no aparecía ni en los periódicos ni en las clases de los tribunales. En 1985
ya aparecía en noventa artículos, y en 2003 en ocho mil artículos de revistas y
periódicos. Para Galimberti, este cambio lingüístico, esta invasión de la psicopatología
en la vida cotidiana, crea en todos nosotros un sentimiento de vulnerabilidad, y por
tanto, una necesidad de protección, de cura. El “trauma” no es más la justa y
fisiológica reacción emotiva a un evento doloroso o desconcertante, sino el generador
de la necesidad de asistencia terapéutica a la vida, homologando la experiencia
humana como patología en el modo de sentir de los individuos.
Décadas antes, ya Ivan Ilich en Némesis Médica (1975), advertía bajo las categorías
clínicas, sociales y culturales de la yatrogénesis, que “Una vez organizada una sociedad
de tal modo que la medicina puede transformar a las personas en pacientes porque
son nonatos, recién nacidos, menopáusicos o se hallan en alguna otra “edad de
riesgo”, la población pierde inevitablemente parte de su autonomía que pasa a manos
de sus curanderos”. Según Ilich, la supervisión médica a lo largo de toda la vida
convierte la existencia en una serie de periodos de riesgo que se ponen bajo las
órdenes médicas.

Conclusión

La enfermedad iatrogénica clínica comprende todos los estados clínicos en los


cuales los remedios, los médicos o los hospitales son los agentes patógenos o
“enfermantes”. Bien vio Ilich que el impacto de la medicina es una de las epidemias de
más rápida expansión de nuestro tiempo. Lejos del consejo hipocrático Primus non
nocere, “Los medicamentos son la tercera causa de muerte tras el infarto y el cáncer,
según estudios hechos en EEUU. Cada año mueren cien mil personas por errores de
medicación, y cien mil por efectos adversos.” ii David Teira ha llamado a este proceso
que se da con el sistema técnico farmacéutico de “tráfico de enfermedades”, que en
un sentido amplio significa “Una supuesta estrategia comercial de la industria
farmacéutica para manipular la definición de una enfermedad y así promocionar las
ventas de sus productos”.iii

Goldacre no tiene ningún interés en derrocar las empresas farmacéuticas; más


bien, lo que persigue es que se comporten de una forma moral. Esto es como desear
un capitalismo verde. ¿Salvamos el planeta o el capital? De hecho, creo que no es
casualidad que Goldacre no haya escrito ni una sola vez la palabra “capitalismo” en
Mala Farma. Una vez condenada la avaricia de los que se envuelven con la industria
farmacéutica, se pretende que regulando los ensayos clínicos, no solo los pacientes y
médicos no sean perjudicados y engañados, respectivamente, sino que las empresas
sigan ganando dinero y que continúen vendiendo productos que sí son lo que dicen
que son, y que si no curan, al menos no maten. Así, se podrán descartar los falsos
remedios y hacer honor a la ciencia.

Ilich hablaba de desmedicalización, a donde no llega Goldacre. El gremio médico


insiste sobre su propia idoneidad para curar a la misma medicina, lo cual, para Ilich, es
una ilusión. “El poder profesional es el resultado de la delegación política de la
autoridad autónoma a las ocupaciones de la salud…. Dicho poder no puede ser ahora
revocado por aquellos que lo concedieron, solo puede deslegitimizarlo el acuerdo
popular sobre su malignidad”. Sirva, al menos, Mala Farma para informar tal acuerdo.
Si se desea cambiar o mejorar este estado de cosas, o sea, detener la actual epidemia
iatrogénica, es el lego, y no el médico, quien tiene la perspectiva potencial y el poder
efectivo de hacerlo. Goldacre prefiere hacerlo desde dentro, a pesar de que clama
constantemente que, al final, todo sigue igual.
i
Galimberti, Umberto. I miti del nostro tempo. Milano. Serie Bianca Feltrinelli, 2009. P. 137
ii
https://www.elmundo.es/papel/historias/2016/06/06/57553abde5fdea8d528b4577.html?
fbclid=IwAR1anBFiJEv6OAeLW6FqP0SINKOdKkPOBNjLNctNoIQ3gBmj9zdfKO2tQTE
iii
“Los fundamentos normativos de los ensayos clínicos”, en Seminario de epistemología de las ciencias de la salud,
México 2017

También podría gustarte