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Martha RODRÍGUEZ.
Un historiador piensa la historia en los 60. ¿Cómo superar la
vieja antinomia revisionismo-liberalismo?
Fernando Devoto y Nora pagano (Editores). La historiografía
académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay.
1º edición, Biblos, Buenos Aires, 2004, p. 25-38.
Roberto Etchepareborda
Introducción
¿Qué camino debía tomar el capitalismo argentino después de Perón? ¿Qué camino
debía tomarla sociedad argentina luego de 1955 para superar enfrentamientos y
antagonismos y lograr la integración plena de sus miembros? La necesidad de dar
respuesta a estas preguntas surgió como una cuestión insoslayable apenas se
instaló el gobierno provisional en septiembre de 1955. Se reanudó entonces lo
que Juan José Llach ha llamado el “gran debate” sobre el desarrollo nacional y la
evolución de la historia argentina, comenzado en los años 30 y clausurado, al
menos como discusión en la arena pública, desde 1946.(1)
Los planteos para responder a estas cuestiones durante la década y media
siguiente estuvieron signados por la diversidad de interpretaciones y
consecuentemente de posibles soluciones. Sin embargo, bajo esas diferencias es
posible encontrar algunos elementos comunes entre ese vasto conjunto. En
general, todos planteaban una conexión estrecha entre el pasado y el presente
para dar cuenta del sentido político y económico de la evolución nacional.
Asimismo, en la base de casi todas estas interpretaciones es posible reconocer
algunas ideas rápidamente vinculables con las tesis del desarrollo y el
desarrollismo; podría decirse que estas ideas se habían convertido en un clima de
época del mundo intelectual argentino (y latinoamericano).(2)
A diferencia de lo que había ocurrido tan sólo cinco décadas antes, cuando los
historiadores prestaron su concurso a la construcción de un pasado para la Nación
Argentina y pusieron sus esfuerzos al servicio de la creación de una conciencia
histórica colectiva montada en torno de una “historia oficial”, en los 60 no serán
los historiadores, en tanto corporación de profesionales, los que liderarán las
interpretaciones sobre el pasado nacional a las que se lanza el efervescente
mundo intelectual argentino. Ya no serán sus instituciones las productoras
excluyentes de estos discursos.
Con todo, esta afirmación puede ser matizada rápidamente con sólo nombrar a
historiadores como José Luis Romero, Tulio Halperín Donghi, Haydée Gorostegui
de Torres, por no citar a los más jóvenes como Darío Canton, Silvia Sigal y
Ezequiel Gallo, quienes en sus investigaciones intentaron dar cuenta del proceso
de desarrollo de la Argentina moderna (nótese en el último concepto la difusión
de este tópico motorizado por la teoría del desarrollo), usando el arsenal
conceptual y las herramientas de las teorías en ese momento en boga, aunque en
algunos casos esta utilización fuera bastante crítica.
Sin embargo, en la década que va desde mediados de los 50 a mediados de los 60,
este conjunto de historiadores todavía luchaba por encontrar su lugar bajo el sol.
Aun con el anclaje institucional que les brindaban en la Universidad de Buenos
Aires el Instituto de Historia Social y el Instituto de Sociología de la Facultad de
Filosofía y Letras, eran todavía un grupo reducido. Reducido sobre todo en el
interior de la corporación de historiadores, porque las instituciones y los
historiadores consagrados seguían con el modelo de historia erudita, “trabajando
sobre el recitativo de la coyuntura desde una óptica ético-política”,(3)
aproximación sin duda poco adecuada para dar respuesta a los nuevos
requerimientos de la sociedad.
A esto se debe añadir, para bosquejar con un poco más de nitidez la historiografía
del momento, la producción de los grupos revisionistas vinculados con el
nacionalismo y los esfuerzos iniciados por la izquierda en su amplio espectro
para buscar claves de interpretación del pasado argentino inmediato y de su
propio movimiento. Estas empresas tomaron habitualmente la forma de ensayos
históricos polémicos, ideológicamente orientados. La conocida antinomia
liberalismo/revisionismo (aunque cada uno de los conceptos pueda encerrar
acepciones diferentes según el interlocutor) fue sin duda el reflejo historiográfico
de esta batalla intelectual y fundamentalmente político-ideológica.
Esta eclosión del interés por aspectos de la historia argentina y por la forma como
su estudio y sus profesionales podían contribuir con la sociedad(5) también atrajo
a varios historiadores de difícil encasillamiento en los grupos e instituciones
mencionados. Pero sin duda, de modo más fragmentario, individual y menos
vinculado a una empresa colectiva, también intentaron presentar a la historia
como una disciplina indispensable para analizar el proceso histórico y las
perspectivas futuras de la Argentina, y procuraron tomar distancia tanto de las
imágenes construidas por la historia liberal como por la revisionista.
En este trabajo nos proponemos presentarlas reflexiones que sobre estos tópicos
elaboró Roberto Etchepareborda durante esa intelectualmente efervescente
década y media que va entre 1956 y 1973. Es durante este período cuando este
autor elabora y publica la mayor parte de sus artículos teóricos e historiográficos
y sus obras más reconocidas. Esos años son también los de mayor compromiso y
actividad política no sólo con un partido sino con un gobierno y con un proyecto
de país. A partir de los primeros años de la década del 70, su actividad pública se
concentra casi con exclusividad en el ámbito diplomático y en organismos
internacionales. Una primera aproximación parece indicar que su obra histórica
también sufre algunos desplazamientos.
Esta labor política nunca fue un obstáculo para sus actividades académicas, como
lo demuestra la gran cantidad de cargos ejecutivos, docentes, directivos y
honorarios que desempeñó en instituciones relacionadas de una u otra manera
con la historia. Fue miembro de la Academia Nacional de la Historia, miembro
correspondiente de la Real Academia Nacional de la Historia de España, director
del Archivo General de la Nación en los períodos 1955-1957 y 1958-1961, y
miembro de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos
entre 1959 y 1965.
¿Es que sirve para algo la historia o no es un oficio de escritores oscuros, los
eruditos, tan cuidadosos de la cita y de la fecha precisa?, ¿o un bello género en
manos del prosista elegante más preocupado por la hermosura de la frase que por
la veracidad de los hechos?(7)
...está en el extremo de esa línea, aunque esto no supone que esté en el punto
más elevado, y no tiene más lazo de unión con el tiempo que el que lo liga a su
pasado; no sabe nada más de la vida sino de la que transcurrió y frente a él no
tiene otra cosa que lo desconocido: lo que ha de venir.(9)
Pero la historia tiene, según este autor, también una segunda utilidad, no menor:
la historia como experiencia. Y aunque
...es inútil buscar en la Historia normas infalibles para dirigirla conducta humana,
como tampoco lecciones morales; no es menos cierto que ella reduce al mínimo
las posibilidades de error y da una base firme para nuevas experiencias, pues
proporciona un conocimiento sobre situaciones que pueden repetirse, si no
exactamente, por lo menos con bastante parecido.(10)
¿Cuál era entonces para Etchepareborda la función que está llamada a cumplir la
historia? Ni un supremo tribunal para juzgar hombres y actos, ni un laboratorio
generador de leyes sociales; le reserva a la historia una función mucho más
elevada y útil, la de recogerlas experiencias y transmitirlas a las generaciones
subsiguientes, evitando a la humanidad el eterno transitar por el camino de
hacerse su propia civilización y cultura, “ya que si el mundo ha alcanzado un alto
grado de civilización ha sido mediante adelantos acumulados sobre los ya
conocidos”.(11)
Por este motivo la historia es esencialmente pragmática, y para esto debe ser
objetiva y completarlo primero porque sise quiere sacar provecho de experiencias
pasadas, “es preciso conocerlos hechos tal cual sucedieron”; lo segundo,
...porque siendo la historia el recuento de los hechos tal como ocurrieron, debe
conservar el orden y las relaciones que tuvieron entre sí, debe hacerse una
descripción fiel hasta donde esto sea posible conservando lo que se ha llamado
la “unidad del momento histórico”.(12)
Esta distancia del objeto al plantearlos problemas, ese situarse ante el pasado
“sin compromisos conscientemente contraídos”, no debe llevar al historiador a
eludirlos resultados de sus investigaciones. Por el contrario, obligan al historiador
a adoptar una actitud activa frente a su realidad, pues
Un historiador que en tal sentido ignora sus propios resultados, que no se rija por
ellos a la hora de fijar posición ante cuestiones de índole política, social o
ideológica, traiciona su obra, la desvirtúa trocándola en mero ejercicio
intelectual, demuestra que ha permanecido inmune a la verdad de su propio
trabajo y echa la duda sobre su capacidad personal para comprenderlos
problemas que estudia.(16)
Es que la historia es y debe ser usada, según esta concepción, como un saber
revolucionario que, lejos de garantizarla permanencia de determinadas
configuraciones sociales e ideológicas, ilumine lo efímero de ellas. Porque “el
solo hecho de que el estudio histórico haga aparecerlas formas sociales, políticas,
económicas o de cualquier género como estadios, implica un contenido
revolucionario al autorizar el enfoque y análisis de las formas actuales con igual
criterio. Destruye Es falsas teorías acerca de la perdurabilidad de las estructuras
y demuestra que estas últimas están necesariamente abocadas a cambios”.(19) El
estudio de la historia demuestra entonces que, tal como creían los desarrollistas,
el cambio es no sólo deseable sino también ineluctable.
El mapa del revisionismo trazado por Etchepareborda se completa con los aportes
de otra vertiente de este movimiento vinculada a la izquierda nacional. Su
principal exponente, Jorge Abelardo Ramos, tiene para él la virtud de introducir
una nueva interpretación que rechaza por igual a la construida por la tradición
liberal y a la levantada por el revisionismo rosista, tomando distancia al mismo
tiempo de la historiografía marxista más clásica y más cercana a la escuela
liberal de Rodolfo Puiggrós. Aun cuando la obra no se condiga con la proclama,
es destacable que plantee la necesidad de diferenciar el estudio de Rosas como
objeto de análisis, lo que exige una aproximación objetiva del rosismo en tanto
movimiento ideológico con implicaciones políticas actuales.
Sin embargo, aquí el aspecto negativo, esta acción se vio parcializada por la
pasión militante de buena parte de estos revisionistas. Por su extracción
nacionalista el revisionismo debió sintetizar el pasado nacional, superando el
esquema liberal y completando una visión integral. En cambio, ahondó la fractura
abierta en el examen del pasado y alentó las diferencias que separan a unos y
otros al no reconocer los logros de los adversarios. Se produjo así una de las más
graves dificultades para el progreso de la ciencia histórica, pues se parcializó la
unidad del conocimiento histórico y se abrieron abismos irreconciliables entre los
diversos períodos históricos, y se perdió así la comprensión de su continuidad. Se
iluminaron los enfrentamientos entre los sectores, ignorando la superación de las
contradicciones que es la síntesis integradora del pasado.
Sin embargo, comparte con ellos la voluntad y la necesidad de dejar atrás los
conflictos y los problemas que han dividido a la sociedad de modo casi
irreconciliable. Éste es un proyecto para su presente, pero que se extiende hacia
el pasado en una visión superadora de la historia escrita hasta ese momento,
donde los conflictos aparecen matizados y las oposiciones diluidas en
desencuentros que hallaron o deben hallar su solución en el devenir histórico.
Como buena parte de los desarrollistas y como muchas otras corrientes del
pensamiento social y político de los siglos XIX y XX, Etchepareborda, para
legitimar esta aproximación al pasado, reclamó los diplomas de la ciencia
concentrados, como se ha señalado, en una correcta heurística.
...de allí arranca una verdadera conciencia nacional [...] Pura y simplemente será
en sí la auténtica fisonomía histórica de un pueblo. Le revelará su realidad y le
ayudará a tomar conciencia de ella. La conciencia nacional dejará de ser una
entelequia para convertirse en una fuerza actuante.(31)
NOTAS
1. Para una descripción más extensa y detallada de este proceso puede
consultarse C. Altamirano, La era de las masas, Buenos Aires, Ariel, 2001.
2. ¿Qué compartían todas las tesis y recomendaciones asociadas a la economía
del desarrollo, más allá del objetivo de la industrialización como base de una
economía nacional menos vulnerable a las vicisitudes del mercado
internacional y como eje de una sociedad plenamente moderna? No sólo el
argumento de que la Argentina debía abandonar el rango de país
especializado en la producción de bienes primarios que ocupaba en la
división internacional del trabajo, sino también el de que ese cambio no
sobrevendría por evolución económica espontánea. La edificación de una
estructura industrial integrada, así como el crecimiento económico en
general, debían ser deliberadamente promovidos: los países de la periferia
no saldrían del atraso si confiaban en repetir, con retardo, la secuencia
histórica de las naciones adelantadas. Y el agente por excelencia de ese
impulso era el Estado. Véase C. Altamirano, ob. cit.
3. M. E. Spinelli, “La renovación historiográfica en la Argentina y el análisis de
la política del siglo XX. 1955-1966”, en F. Devoto (comp.), La historiografía
argentina en el siglo XX, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1994, t. II, p. 34.
4. En la Universidad de Buenos Aires, la carrera de Sociología se crea en 1967 y
la de licenciatura en Economía, en 1968.
5. En el número presentación de la Revista de Historia, en 1957, su director
Enrique Barba hacía referencia a este renovado interés por el pasado
nacional de la siguiente manera: “Cuando parecían perimidas las causas que
revitalizan un denso y severo conocimiento histórico, avidez emocional por
acercarse, investigación profunda del mismo y un público fuertemente
atraído por él; cuando una prédica deformadora y pertinaz parecía haber
clausurado los canales que conducían a ese pretérito esclarecedor de
nuestros destinos, todos los estratos del pensamiento nacional, en un
movimiento sin precedentes y que lo honra, sintieron la necesidad vital de
sumergirse en el pasado para bucearlos orígenes de sus quebrantos”,
“Palabras preliminares”, Revista de Historia, Nº 1, Buenos Aires, 1957.
6. Véase el prólogo de su obra Rosas. Controvertida historiografía, Buenos
Aires, Pleamar, 1972.
7. R. Etchepareborda, “¿Para qué sirve la historia? Superando el liberalismo y el
revisionismo de nuestra historiografía”, Revista de Administración Militar y
Logística, Nº 339, Buenos Aires, 1966, pp. 109-110.
8. Ibidem.
9. Idem, p. 110.
10. Idem, p. 111.
11. R. Etchepareborda, “Perspectivas de la historia. Nota 1”, La Nueva
Provincia, Bahía Blanca, 1970.
12. R. Etchepareborda, “¿Para qué sirve...?”, p. 112.
13. R. Etchepareborda, Rosas. Controvertida historiografía, pp. 8-9.
14. R. Etchepareborda, “¿Para qué sirve...”, p. 115.
15. R. Etchepareborda, “¿Para qué sirve...”, p. 116.
16. Ibidem.
17. Idem, p. 117.
18. R. Etchepareborda, “Función social del historiador. Nota 2”, La Nueva
Provincia, Bahía Blanca, 1970.
19. R. Etchepareborda, “¿Para qué sirve...?”, p. 116.
20. R. Etchepareborda, “Perspectivas de la historia. Nota 1”.
21. R. Etchepareborda, “Las controversias historiográficas. Nota 4”, La Nueva
Provincia, Bahía Blanca, 1970.
22. R. Etchepareborda, “Historia y libertad de pensamiento. Última nota”, La
Nueva Provincia, Bahía Blanca, 1970.
23. R. Etchepareborda, “Las controversias historiográficas. Nota 4”, La Nueva
Provincia, Bahía Blanca, 1970.
24. Las obras de estos autores citadas por Etchepareborda son respectivamente
Historia de Rosas y su época; La época de Rosas; la reivindicación que hace
David Peña de Facundo Quiroga en sus conferencias de 1898 (iniciando la
revisión de los caudillos que según el autor culminaría con ensayos como Los
caudillos de Félix Luna); Estudio sobre las guerras civiles, y Rosas y su
tiempo.
25. R. Etchepareborda, “El revisionismo histórico”, Revista de Administración
Militar y Logística, Nº 424, Buenos Aires, 1973, p. 202.
26. Ibídem.
27. R. Etchepareborda, “Perspectivas. Historia y libertad de pensamiento.
Última Nota”, La Nueva Provincia, Bahía Blanca, 1970.
28. R. Etchepareborda, “El revisionismo...”, p. 209.
29. R. Etchepareborda, “Las controversias historiográficas. Nota IV”.
30. R. Etchepareborda, “El revisionismo...”, p. 216-217.
31. Ibídem.
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