Está en la página 1de 9

AUTOPOIESIS, CULTURA Y SOCIEDAD

Humberto Mariotti *

El concepto de autopoiesis ha sobrepasado largamente el campo de la biología. Ha sido


usado en áreas tan diversas como sociología, psicoterapia, management, antropología,
cultura organizacional y muchas otras. Esta circunstancia lo transformó en un instrumento
útil e importante para la investigación de la realidad.

Hace algunos años, los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela
propusieron la cuestión siguiente: ¿en qué medida la fenomenología social humana puede
ser vista como fenomenología biológica? El propósito de este artículo es buscar una
respuesta para esta pregunta. Sin embargo, antes de abocarnos a esto, creo que es necesario
rever algunos principios fundamentales de los introducidos por estos dos autores.

Autopoiesis
Poiesis es un término griego que significa producción. Autopoiesis significa
autoproducción. Esta palabra apareció por primera vez en la literatura internacional en
1974, en un artículo publicado por Varela, Maturana y Uribe, en el cual los seres vivos son
vistos como sistemas vivientes que se producen a sí mismos de modo indefinido. Así,
puede decirse que un sistema autopoiético es, a la vez, el productor y el producto.

Desde el punto de vista de Maturana, el término expresa lo que él llamó el centro de la


dinámica constitutiva de los sistemas vivientes. Para vivir esa dinámica de forma autónoma,
los sistemas vivientes necesitan obtener recursos del entorno en el que viven. En otras
palabras, son simultáneamente sistemas autónomos y dependientes.

Así, esta condición es claramente una paradoja. Esta condición contradictoria no puede ser
adecuadamente comprendida por el pensamiento lineal, según el cual todo debe reducirse al
modelo binario si/no, si tal cosa/ tal otra. Cuando se trata con seres vivientes, cosas o
eventos el pensamiento lineal comienza por dividirlos. El proceso siguiente es el análisis de
las partes por separado. No se intenta observar las relaciones dinámicas que existen entre
ellas.

Esta paradoja autonomía-dependencia, que es un rasgo característico de los seres vivientes,


es mejor entendida cuando uno usa un estilo de pensamiento que compatibiliza sistemas
pensantes (que examinan las relaciones dinámicas entre partes) y pensamiento lineal. Este
modelo fue propuesto por el francés Edgar Morin, quien lo llamó pensamiento complejo.

Maturana y Varela propusieron una metáfora instructiva que vale la pena rescatar aquí.
Desde su punto de vista, los seres vivos son máquinas autoproductoras. Ninguna otra
máquina es capaz de hacer esto: su producción consiste siempre en algo que es diferente de
ellos mismos. Siendo que los sistemas autopoiéticos son simultáneamente productores y
productos, podría decirse que son sistemas circulares, es decir, funcionan en términos de
productividad circular.
Maturana sostiene que mientras no seamos capaces de entender el carácter sistémico de las
células vivas, no seremos capaces de entender adecuadamente los organismos vivos. Yo
agrego que este entendimiento sólo puede ser provisto por el pensamiento complejo. Aún
así, vivimos en una cultura profundamente modelada por el pensamiento lineal. Este hecho
condujo a importantes consecuencias, algunas de ellas graves, como veremos más adelante
en el texto.

Estructura, organización, y determinismo estructural


Como lo afirman Maturana y Varela, los seres vivientes son sistemas estructuralmente
determinados. Lo que nos ocurre en un momento particular depende de nuestra
estructuración en ese momento. Los autores llaman a esto determinismo estructural. La
estructura de un sistema dado es la forma en que sus componentes se interconectan sin
cambios en su organización. Veamos un ejemplo relacionado a un sistema no viviente, una
mesa. Puede modificarse cualquiera de sus partes, pero sigue siendo una mesa siempre que
estas partes permanezcan articuladas. Sin embargo, si las separamos y desconectamos, el
sistema ya no puede ser reconocido como una mesa, porque se perdió su organización.
Podríamos decir que el sistema se extinguió.

Del mismo modo, la estructura de un sistema viviente cambia todo el tiempo, lo que
demuestra que está adaptándose continuamente a los igualmente constantes cambios de
ambiente. Aún así, la pérdida de la organización resultaría en la muerte del sistema.

Entonces, la organización determina la identidad de un sistema, mientras que su estructura


determina cómo esas partes son articuladas físicamente. La organización identifica a un
sistema y corresponde a su configuración general. La estructura muestra la forma en que las
partes se interconectan. El momento en que un sistema pierde su organización corresponde
al límite de su tolerancia a cambios estructurales.

El hecho de que los seres vivos están sometidos al determinismo estructural no significa
que los mismos sean previsibles. En otras palabras, están determinados, pero esto no
significa que estén predeterminados. A decir verdad, considerando que su estructura cambia
constantemente (y en congruencia con las modificaciones aleatorias del entorno) es
inadecuado hablar de predeterminación. Hablaremos mejor de circularidad. Para evitar
cualquier duda al respecto, tendremos en mente este detalle: lo que ocurre a un sistema en
un momento dado depende de su estructura en ese momento específico.

El mundo en que vivimos es el mundo que construimos con nuestras percepciones, y es


nuestra estructura la que nos habilita para tener esas percepciones. Así que nuestro mundo
es el mundo sobre el que poseemos conocimiento. Si la realidad que percibimos depende de
nuestra estructura, que es individual, hay tantas realidades como personas perceptoras. Esto
explica por qué el, así llamado, conocimiento objetivo es imposible: el observador no es
ajeno al fenómeno que observa. Considerando que estamos determinados por la manera en
que se interconectan las partes de las que estamos hechos (por nuestra estructura) el entorno
sólo puede disparar en nuestros organismos las alteraciones que están determinadas en el
mismo.
Un gato sólo puede percibir el mundo e interactuar con él mediante su estructura felina, no
mediante una configuración que no posee, como la humana, por ejemplo. En el mismo
sentido, nosotros no podemos percibir el mundo de la manera en que lo hacen los gatos.

Así, carecemos de argumentos adecuados para afirmar la realidad de esta objetividad de la


que solíamos estar tan orgullosos. Desde el punto de vista de Maturana, cuando alguien
dice que es objetivo significa que ese alguien tiene acceso a un punto de vista privilegiado y
que, de alguna manera, ese privilegio le permite ejercer una autoridad que toma por
asegurada la obediencia de quienes no son objetivos. Esta es una de las bases del llamado
razonamiento lógico.

Nuestro condicionamiento nos conduce a ver al mundo como un objeto, por lo que nos
pensamos separados de él. Y llegamos más lejos: a través del ego, nos vemos como
observadores separados del resto de nuestra psique. Para operar tan objetiva proposición, es
necesario establecer una frontera entre el ego y el mundo, del mismo modo en que lo
hicimos entre el ego y el resto de nuestra totalidad. Así como estamos divididos, lo mismo
ocurrirá con nuestro conocimiento, que también resultará separado y limitado.

Este es el resultado final de nuestra alegada objetividad: una mirada del mundo
fragmentada y restringida. Es desde esta posición que pensamos sobre nosotros mismos
como autorizados a juzgar a todos aquellos que no acuerdan con nosotros y los condenamos
como personas no objetivas o intuitivas. Es decir, partiendo de un punto de vista
fragmentado y restringido, pensamos que es posible llegar a la verdad y mostrarla a
nuestros pares. Una verdad que imaginamos que es la misma para todos.

Paridad estructural
Según Maturana y Varela, los sistemas vivientes y el entorno cambian de forma
congruente. En su comparación, el pie siempre está adaptándose al zapato y viceversa. Esta
es una buena manera de decir que el ambiente dispara cambios en un sistema y que el
sistema responde disparando cambios en el entorno y así sucesivamente, de manera
circular.

Cuando un sistema influye a otro, éste influye en respuesta sobre el primero, es decir,
desarrolla un comportamiento compensatorio. Entonces, el primer organismo procede a
actuar nuevamente sobre el segundo, que responde una vez más, y así sucesivamente,
siempre que ambos sistemas se mantengan en esta condición de paridad.

Ya sabemos que los sistemas vivientes están determinados por sus estructuras. Sin
embargo, es importante tener en mente que, cuando un sistema se encuentra en modo de
paridad estructural con otro, en cierto momento de esta relación la conducta de uno de ellos
es una fuente constante de estímulos de respuestas compensatorias para el otro.

Por lo tanto, estos son eventos transaccionales y recurrentes. Cuando un sistema influye a
otro, el influido sostiene un cambio estructural, una deformación. Al responder, el sistema
influido devuelve al influyente una interpretación de cómo fue percibida esa influencia. De
esta forma, se establece un diálogo. En otras palabras, se establece un contexto consensual,
a través del cual interactúan los organismos en paridad estructural. Esta interacción es un
dominio lingüístico.

Para expresarlo de otra forma, en este ambiente transaccional, la conducta de cada


organismo corresponde a la descripción del comportamiento de su socio. Cada uno le dice
al otro cómo fue percibido su mensaje. Esto explica por qué no existe competición entre
sistemas naturales. Lo que hay es cooperación. Sin embargo, cuando la cultura se encuentra
con la naturaleza, como ocurre con los seres humanos, las cosas cambian.

Repito que no hay competición, en sentido predatorio, entre los seres vivientes no humanos.
Cuando el hombre se refiere a algunos animales como predadores, están
antropomorfologizándolos, es decir, proyectando en ellos una condición particularmente
humana. Como no compiten entre sí, los seres vivos no humanos no dictan a otros normas
de conducta. Si las condiciones naturales permanecen inalterables, no existen órdenes
autoritarias ni obediencia incondicional entre ellos. Los seres vivientes son autónomos. Su
conducta está determinada según su propia estructura, esto es, según la forma en que
interpretan influencias provenientes del entorno. No son sistemas subsidiarios, es decir, no
son incondicionalmente obedientes a las determinaciones externas.

En el caso de las sociedades humanas, en las que las condiciones prevalecientes no son
aquellas provistas por la naturaleza, esto es exactamente lo que el marketing y otras formas
de condicionamiento masivo intentan (y en muchos casos logran) hacer con poblaciones
enteras. Así, es posible llegar a la producción masiva de personas subsidiarias, siempre que
los estímulos condicionantes estén ampliamente difundidos y sean constantes.

Esto es lo que el psicoanalista Félix Guattari llama producción de la subjetividad. Con este
concepto, introduce la idea de una subjetividad modelada industrial y masivamente por el
capitalismo. Esto es el resultado de la operación de sistemas condicionantes enormes, por
medio de los cuales el capitalismo (hoy en su triunfante fase neoliberal) construye y
mantiene su inmenso mercado de poder. En otras palabras, todos esos esfuerzos se dirigen a
la consolidación y continuación de la operatividad de la violencia en contra de la más
básica característica de los sistemas vivientes: autopoiesis.

La noción de que los sistemas vivos están estructuralmente determinados es de suma


importancia para varias áreas de la actividad humana. En psicoterapia, por ejemplo,
transferencia y contratransferencia pueden entenderse como manifestaciones de esta
paridad estructural, en que los cambios sostenidos por el cliente son determinados sólo por
su estructura. No pueden, entonces, ser considerados como consecuentes o producidos, de
ningún modo, por el terapeuta.

Como consecuencia, es importante tener en cuenta que el dominio consensual que resulta
de la paridad de sistemas autopoiéticos es, definitivamente, un contexto lingüístico, aunque
no en el mero sentido de transmisión de información.

Extensión sociocultural
Maturana y Varela señalaron que la Teoría de la Evolución de Darwin trascendió la simple
diversidad de los seres vivos y su origen y se extendió a muchas áreas como, por ejemplo,
la cultura. Como sabemos, esta proposición teórica enfatiza las dimensiones de las especies,
aptitud y selección natural. Estas nociones son hoy la base del darwinismo social, que es el
uso de las ideas de Charles Darwin para justificar la competencia predatoria entre los
hombres. En este sentido, es una interpretación fundamentalista.

Del mismo modo, la idea de trascendencia fue usada para justificar la exclusión social y
fenómenos relacionados a ella, como la explotación política y económica. Teniendo esto en
cuenta, los individuos tendrían poco valor o sentido en comparación con las especies.
Como consecuencia, se supone que la gente debe dar todo (un todo que incluye sus vidas)
para beneficio de la perpetuación de la especie, pero lo opuesto no es siempre cierto.

Al hablar sobre estas cuestiones, Maturana y Varela retoman los siguientes argumentos,
ampliamente aplicados a nuestras sociedades:
1. la evolución es la evolución de la especie humana
2. según la ley de selección natural, sobrevivirá el más apto
3. la competición conduce a la evolución, y esto se aplica también a los seres humanos
4. aquellos que no sobrevivieron no fueron capaces de contribuir a la historia de la especie
humana

Resumiendo, los individuos debería dejar a los fenómenos naturales evolucionar y


permanecer en una especie de actitud pasiva, todo en nombre de la especie.

Sin embargo, los mismos autores declaran que estos argumentos no debieran prevalecer
cuando uno necesita justifica la subordinación del individuo a la especie, debido a que la
fenomenología biológica ocurre en el individuo, no en la especie. En otras palabras, estos
argumentos no debieran prevalecer porque la fenomenología biológica pertenece a las
partes, no al todo. Teniendo en cuenta que la forma de ser de un individuo dado es
determinada por su estructura (que es autopoiética) no debieran existir individuos
descartables, sea con relación a la especia, a la sociedad, a la humanidad, y cualquier otra
instancia, de la importancia o trascendencia que sean.

Ordenaciones, sociedades y individuos


En la naturaleza, como lo afirman Maturana y Varela, hay una tendencia a la constitución
de sistemas autopoiéticos de creciente complejidad. Esto ocurre mediante el acoplamiento
de unidades autopoiéticas simples para construir organizaciones más complejas, en las
cuales el principio de jerarquía en el sistema está dentro de otro que es superior a él, y así
sucesivamente. Esto ocurre en organismos multicelulares y, según Maturana,
probablemente también en la célula misma.

La cuestión es saber si esta circunstancia sería aplicable a sociedades humanas. Si así fuera,
podrían ser vistas como sistemas autopoiéticos de primer orden. En esta línea de
pensamiento, la autopoiésis de la gente estaría subordinada a la de las sociedades en que
vive. Así, sería éticamente justificable el sacrificio de individuos en nombre de la sociedad.
Como dicen Maturana y Varela, en estas circunstancias sería muy difícil para los seres
humanos actuar en la dinámica autopoiética de las sociedades a las que pertenecen.
Ciertamente, acuerdo con esto y pienso, además, que es posible reforzarlo con algunas otras
consideraciones. Para poder desarrollarlas, permaneceré en el dominio de la biología.
Sabemos que un sistema autopoiético se autoproduce usando recursos del entorno. Para
continuar con este proceso, un organismo humano, por ejemplo, descarta sus células
muertas. Éstas son continuamente reemplazadas por otras nuevas y así, el proceso continúa,
mientras que el organismo vive, es decir, mientras es autopoiético. Aún así, mientras lo
está, ninguna unidad autopoiética descarta ningún componente vivo. No existen partes
prescindibles en un sistema natural.

Como resultado, manteniendo siempre la atención en un contexto biológico, una sociedad


podría ser considerada autopoiética mientras que satisfaga la autopoiesis de cada individuo
que la constituye. Así, una sociedad que descarta individuos jóvenes y productivos (por
medio de estrategias como la producción de subjetividad, guerras, genocidios, exclusión
social y otras formas de violencia) es un sistema masoquista y patológico.

Si los hombres sólo fueran seres naturales, su autopoiesis sólo operaría en un modo natural.
El hecho de que los hombres son también seres culturales los conduce a operar su
autopoiesis de una manera diferente, no sólo diferente sino también patológica, porque es
autoagresiva. La cultura condiciona a los individuos que replican de la misma forma,
condicionando a la cultura, en una circularidad que no puede ser entendida por el
pensamiento lineal.

¿Por qué esto es así? Sabemos que no hay en la naturaleza fenómenos provocados por una
única causa, y este caso no es la excepción. Aún así, uno podría afirmar que la causa
principal de esta disfunción es el modelo mental prevaleciente de nuestra cultura, el
pensamiento lineal. Estamos profundamente condicionados por este modelo, que estimula
el inmediatismo y asigna un alto valor a la guerra y la competición. Esta es la razón
principal por la cual nuestras sociedades sistemas vivos patológicos.

Es importante repetir que lo que hace a nuestras sociedades comportarse de este modo no es
la dimensión cultural en sí misma, sino la clase de cultura en la que vivimos, que enfatiza la
creencia de que la competencia predatoria es un estilo de vida bueno, saludable y
éticamente justificable. Su manifestación más práctica es la competitividad, la compulsión
no sólo de ganar sino también de eliminar a nuestros oponentes, la compulsión de liderar
hasta las últimas consecuencias de la agresividad, implacabilidad y de la necesidad de
excluir.

Todos nosotros somos influidos, en algún grado, por la unidimensionalidad del


pensamiento lineal, que nos conduce a pensar que el lado más placentero de una victoria es
derrotar a alguien. Este es el juego de suma cero: una interacción en la cual, para que la
victoria de uno sea satisfactoria, la derrota del oponente es una condición indispensable. En
un clima como este, la gente, las cosas y los eventos no pueden ser complementarios: algo
necesariamente debe ser sacado y descartado para que esa otro pueda ocupar su lugar. Esta
situación puede incluso ser inevitable en algunos contextos específicos, pero ciertamente no
posee la amplitud que imaginamos.

En cualquier caso, la idea del otro como oponente invariable, como enemigo que para
eliminar, es uno de los rasgos constitutivos de la competitividad de nuestra cultura. A través
del mismo, especialmente en el ámbito de los negocios y de las empresas, vivimos nuestra
paranoia diaria. Es una visión del mundo que excluye la posibilidad de que el otro puede
ser momentáneamente derrotado por la competencia propia, pero preservarse tan bien como
para ser capaz de aprender en el futuro cómo ganar, es decir, de aprender cómo ser
competente.

El ideal de la competencia, sin embargo, es ganar de tal forma que el ganador podría ser el
primero y el único siempre, como si pudiéramos existir sin nuestros pares humanos y, peor
aún, como si cualquiera pudiera ser el primero y el único sin ser, a la vez, el último en
serlo.

Digamos algo en otro sentido. Algunos párrafos atrás, escribí que no hay competitividad en
la naturaleza. Lo que existe es competencia. Como nota Maturana, cuando dos animales se
encuentran ante la misma pieza de comida y sólo uno come, esto ocurre porque en ese
momento específico alguno de ellos fue el más competente para lograrlo. Pero esto no
significa que el animal que fue incapaz de comer está condenado a ser, a partir de ese
momento, impedido de comer hasta que muera. Esto no ocurre en la naturaleza.

Sin embargo, cuando las circunstancias involucran la competitividad en la cultura humana,


el individuo que logra comer no se satisface con esto, sino que necesita asegurarse de que el
que fue incapaz de hacerlo debe dejar de ser una amenaza. En otras palabras, los hombres
competitivos usualmente no se sienten seguros de su competitividad, por lo que necesita
deshacerse de quien pudiera ponerlos en peligro. Pero, aún así (permítasenos insistir en este
punto) esto no puede atribuirse a la dimensión cultural en sí misma: tiene un rol importante
en una cultura como la nuestra, que ignora cómo tratar con el cambio aleatorio e incesante.
Y, como sabemos, estas condiciones constituyen la esencia misma de la vida. En otras
palabras, no sabemos cómo tratar con la autopoiesis, por lo que sentimos la necesidad de
agredirla y negar su realidad.

Obviamente, estas consideraciones no invalidan el concepto de autopoiesis. Al contrario,


permanece validad por la demostración de su eficacia en diagnosticar, una vez más, la
condición autogresiva de nosotros, los seres humanos, condición que extendimos a nuestras
sociedades. Recordemos ahora la cuestión planteada por Maturana y Varela: ¿en qué
medida la fenomenología social humana puede ser vista como fenomenología biológica?
Las reflexiones precedentes ya han respondido: puede ser vista así, pero es una condición
patológica.

Valores y depreciaciones
Agreguemos algunas reflexiones más. Martín Heidegger, entre otros, sostiene que los
individuos tienen la tendencia a alienarse a sí mismos hacia las cosas del mundo. Esto les
hace olvidar el Ser. Esta alienación nos conduce a valorar las cosas de manera obsesiva y
depreciarnos a nosotros mismos y, por extensión, a negar la humanidad de nuestros pares.
En otras palabras, la gente ve a los demás como productos intercambiables. Este es un
rasgo social muy reconocido.
En esa misma dirección, nuestra necesidad de trascendencia también está depreciada.
Consideremos la búsqueda de valores espirituales que podrían guiar y justificar la
existencia humana. En sociedades como la nuestra, en la que la gente es vista como meros
objetos, tales valores tienden a ser excesivamente idealizados y esto incrementa aún más la
distancia entre ellos y la gente común. Como resultado, haremos cualquier cosa posible
para preservar tales valores, incluyendo un creciente descontento por la falta de
trascendencia de nuestros pares y ellos responderán de la misma forma.

El psicólogo Emilio Romero tiene una frase muy ilustrativa al respecto: no es fácil amar a
simples, limitados, contradictorios, oscilatorios mortales de carne y hueso como nosotros.
Es más fácil admirar ídolos distantes, probablemente protectores en su majestad
inalcanzable.

Como lo muestra la historia, esta actitud produjo resultados lamentables. Todos saben sobre
sociedades en las que la marcada inclinación hacia la espiritualidad produjo y todavía
produce legiones de excluidos sociales. Por otra parte, sabemos que la tendencia obsesiva
hacia lo material produjo y todavía produce las mismas legiones de indigentes. Parece que
el exceso de pensamiento no lineal es nocivo para la autopoiesis (o sea, para la vida) como
el exceso de linealidad (es decir, de racionalidad).

Más aún, apareció un nuevo fenómeno que se consolida rápidamente. Me refiero a la


sobreidealización del dinero. Como sabemos, el capital fue visto desde hace tiempo como
la base de nuestra cultura. Sin embargo, en los últimos años fue muy fácil idealizarlo aún
más. Esto se debe al ascenso del dinero volátil, representado por las cifras intangibles que
circulan electrónicamente a través de los mercados mundiales. Esta trascendentalización
mejorada del dinero ha estado añadiendo, ahora en forma vertiginosa, más combustible a la
hoguera en que los excluidos sociales son quemados impiadosamente. Esta descartabilidad
de gente, la manifestación básica de la patología de nuestra cultura, crece rápidamente con
el correr de los años. Así, una sociedad verdaderamente autopoiética no puede coexistir con
la competencia predatoria que es la marca sobresaliente de nuestra cultura.

Resumiendo, estas reflexiones nos llevan a las siguientes conclusiones:

a) Tal como la proponen los autores, la autopoiesis es realmente que resuelve y define
claramente el problema de la fenomenología biológica.
b) Según este punto de vista, la fenomenología social puede verse como biológica, ya que
la sociedad está compuesta por seres vivos. Como consecuencia, la idea de autopoiesis
aplicada como instrumento de análisis social confirma la conclusión ya establecida por
otros métodos de investigación: que nuestras sociedades son sistemas patológicos y
masoquistas
c) Una parte mensurable de esta patología puede explicarse por el hecho de que la mente de
nuestra cultura está modelada por el pensamiento lineal, que sostiene que las causas
preceden inmediatamente a los efectos o están muy cerca de ellos, y piensa que estas
relaciones ocurren siempre en el mismo contexto de tiempo y espacio
d) Este modelo mental es, obviamente, necesario para el entendimiento y la práctica de
circunstancias mecánicas de la vida (producción material, ingestión, procesamiento,
excresión e intercambio de productos tangibles) pero es insatisfactoria para comprender y
tratar con los eventos de la vida que involucran sentimientos y emociones
e) Como resultado, el pensamiento lineal sólo es adecuado como base para el mercado
económico convencional, que desestima o simplemente descarta las dimensiones no
mecánicas de la existencia humana. Como consecuencia, esta economía sigue creando
escenarios en que el ser humano integral (el ser humano complejo) es siempre dividido,
usado y finalmente excluido
f) Por lo tanto, estamos hablando sobre las consecuencias de una sobresimplificación de la
condición humana que pretende que es posible resolver problemas sistémicos mediante un
modelo mental lineal y unidimensional
g) Como resultado, sociedades crecientemente mórbidas fueron construidas, que insisten en
no respetar la autopoiesis de sus componentes. Vivimos en comunidades que se describen a
sí mismas como en búsqueda de una buena calidad de vida. Sin embargo, observadas con
una mirada más rigurosa, puede verse que esta calidad es accesible sólo para una minoría.
Más aún, los costos de esta calidad son peligrosa y crecientemente altos, puesto que siguen
generando una temible serie de productos paralelos, que comienzan con la exclusión social
y finalizan con la muerte.

Referencias
BOHM, David. Thought as a system. London: Routledge, 1994.
BOHM, David. On dialogue. London: Routledge, 1998.
GUATTARI, Félix. Chaosmose; un nouvel paradigme esthétique. Paris: College
International d'Études Transdisciplinaires, 1991.
GUATTARI, Félix, ROLNIK, Suely. Cartografias do desejo. Petrópolis: Vozes, 1996.
HEIDEGGER, Martin. Being and time. New York: Harper & Row, 1962.
MATURANA, Humberto. El sentido de lo humano. Santiago: Dolmen Ediciones, 1993.
MATURANA, Humberto. Emoções e linguagem na educação e na política. Belo
Horizonte: Editora UFMG, 1998.
MATURANA, Humberto, VARELA, Francisco J. Autopoiesis and cognition; the
organization of the living. Boston: Reidel, 1980.
MORIN, Edgar. Introduction à la pensée complexe. Paris: EST Éditeurs, 1990.
MORIN, Edgar. La complexité humaine. Paris: Flammarion, 1994.
ROMERO, Emílio. O inquilino do imaginário; formas de alienação e psicopatologia. São
Paulo: Lemos, 1997.
RUIZ, Alfredo. "Humberto Maturana e a psicoterapia". Thot (São Paulo) 70: 61-69, 1999.
VARELA, Francisco J. Sobre a competência ética. Lisboa: edições 70, s.d.
VARELA, Francisco J., THOMPSON, Evan, ROSCH, Eleanor. The embodied mind;
cognitive science and human experience. Cambridge, Massachusetts: The MIT Press, 1997.
VARELA, Francisco, MATURANA, Humberto, URIBE, R. "Autopoiesis: the organization
of living systems, its characterization and a model". Biosystems 5:187-196, 1974.

© Humberto Mariotti 1999

* HUMBERTO MARIOTTI es profesor de Business School São Paulo, en San Pablo,


Brasil.
E.mail: homariot@uol.com.br

También podría gustarte