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La

construcción
de la razón
......................................................................................................
Una novela sobre la inteligencia artificial

José Antonio
FORTEA

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Editorial Dos latidos
Título: La construcción de la razón
© Copyright José Antonio Fortea Cucurull
Todos los derechos reservados

fort939@gmail.com
Editorial Dos latidos
Benasque, España

Publicación en formato digital en septiembre 2017


www.fortea.ws

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Versión para tablet

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La construcción
de la razón
..........................................................................................................................................................

Una novela sobre la


inteligencia artificial

José Antonio
FORTEA

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Índice
El inicio del proyecto 2

Una técnica se incorpora a las instalaciones 10

Partida de golf de dos técnicos 24

Reunión entre la Agencia de Seguridad Nacional y los directores del


Equipo Rector 35

Barbacoa de ingenieros de Overcreek 50

Una reunión en Washington D.C. 59


Un ingeniero habla con X.A. 68

Cuando las águilas se posan alrededor 80


Le enseñan las instalaciones al vicepresidente 85
Preguntas a Littlehal 98

La desconexión 114

Últimas conversaciones con Littlehal 120

Conversaciones entre ingenieros durante la cena en el complejo 124


Una conferencia en la Universidad de Florida 137

Comparecencia ante la comisión del Senado 153

Epílogo 167

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El inicio del proyecto

MI NOMBRE ES ADDISON HATHEWAY. Yo ejercía como profesor de


programación de estructuras lógicas avanzadas en el Dartmouth
College de New Hampshire. Algo llamó la atención sobre mi
persona en los expertos de la TER & KON y fui invitado a
participar en un programa de investigación perteneciente a esa
multinacional, el Programa Capricornio. Los honorarios que se me
ofrecieron multiplicaban por cinco mi sueldo mensual. No tuve que
pensármelo mucho para pedir una excedencia de dos años en mi
cátedra.

Me trasladé a la Costa Oeste, al Estado de Washington. Estoy


soltero, de manera que la mudanza no supuso grandes problemas.
Una hora de distancia en coche era lo que separaba las instalaciones
de la multinacional y Seattle. Los edificios de Overcreek se
extendían en una explanada situada en medio de bosques.

En el complejo trabajábamos 53 ingenieros y 30 técnicos.


Otras 40 personas se encargaban de todo lo demás: trabajos
administrativos, limpieza, cocina, etc. La seguridad estaba a cargo
de un equipo que mantenía de guardia, día y noche, a 28 efectivos
de seguridad.

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Mi superiora en el equipo en que me iba a integrar me remitió
a la amabilísima Anne Kobayashi para que me explicara durante
dos días todo lo que necesitase saber sobre la investigación que allí
se llevaba a cabo.

El Proyecto Capricornio era el proyecto bandera de la


multinacional TER & KON dedicada a alta investigación en
sistemas computacionales. Buscaba el desarrollo de la inteligencia
artificial. El X.A., así se llamaba aquel macro-ordenador, había
consumido ya cuatro años de trabajo de las ochenta y tantas
personas que trabajaban allí y de los cientos de personas
pertenecientes a equipos de la TER & KON repartidos en distintos
países. El proyecto se transformó en un coloso que fagocitaba
millones de dólares anuales; la cifra total era materia reservada.
Pero se rumoreaba que en el último año se había gastado en el X.A.
1.850 millones de dólares.

No había problema, la compañía podía ser generosa en sus


investigaciones a largo plazo. Los beneficios en otras áreas
comerciales se lo permitían. Las fantásticas cantidades que, en años
pasados, la multinacional había derivado hacia diversas
fundaciones, bien podían aplicarlas hacia un proyecto que no
buscaba ninguna rentabilidad a corto plazo.

Hasta que se dio comienzo al Proyecto Capricornio, los


programas de inteligencia artificial de todo el mundo eran, en
realidad, programas que desarrollaban las posibilidades que
estaban insertas en su programación inicial. Es decir, el ordenador
aparentaba pensar, pero, lo cierto, era que sólo seguía los caminos
lógicos insertos en su plan inicial. No podía salirse del camino
marcado, digámoslo así, genéticamente. Incluso los programas que
se salían de las reglas básicas lo hacían porque así se lo permitía su
programación. Se salían de las reglas en la medida que esas reglas

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se lo permitían, ni un milímetro más allá. Su lógica era difusa en la
medida en que su programa le permitiera ser difusa.

Lo que hasta entonces se había llamado “inteligencia


artificial”, en el fondo, consistía en sistemas que añadían más y más
contingencias, más y más posibilidades, más y más escenarios.
Pero por muy flexible que fuese la “inteligencia”, nunca se iba más
allá de los límites marcados en el principio. El camino podía ser
difuso, pero el razonamiento nunca se salía de ese camino. A eso
se le llamó el Principio de Kron.

Un niño que aprendía a sumar, realmente aprendía a sumar.


Un sistema de inteligencia artificial por más que se le añadieran
bifurcaciones, flexibilidades, capacidad de incorporar conclusiones
aprendidas, al final, era como si siguiera haciendo las sumas, restas
y multiplicaciones del principio. El niño había aprendido realmente
a sumar. Pero en la inteligencia artificial los autos de choque
seguían moviéndose por la pista sin ir más allá.

En el fondo, el ordenador seguía sin pensar, sólo calculaba.


Todo podía reducirse a logaritmos, a fórmulas matemáticas. Toda
esa lógica, al final, era otro lenguaje matemático. El ordenador
seguía siendo fiel y obediente a esas reglas como un mayordomo
ciego y sordo.

Un ordenador puede derrotar a cientos de campeones de


ajedrez, pero sigue sin pensar. Había que abandonar ese camino. Si
lográbamos verdadero y auténtico razonamiento, no importaba
que, al principio, el ordenador pudiera pensar cosas muy sencillas.
Lo trascendental era que lo pensase por sí mismo, que hubiera
genuino pensamiento.

Dado que la acumulación de posibilidades y reglas no creaba


pensamiento, no era el camino de la extensión de los programas lo
que lograría esa meta. Había que lograr un programa que, por

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pequeño que fuese, razonase. El camino que se emprendió fue,
precisamente, el contrario del que se había seguido hasta entonces:
nos propusimos iniciar el camino de la simplificación. No
continuamos con la tarea (que ya había sido seguida por muchos)
de crear un gigantesco programa que pareciese inteligente, pero no
lo fuese. Sino que emprendimos la tarea de crear un programa que
produjese auténtico razonamiento, por poco que fuera éste al
principio.

En todos esos años en los que el proyecto no hizo más que


dar palos de ciego, daba la sensación de que no se buscaba otra cosa
que el puro avance de la ciencia, como si fuéramos una fundación
preocupada únicamente de asuntos teóricos no lucrativos. Pero los
más grandes saltos de la ciencia, a veces, comienzan por pasitos
muy pequeños. Sólo después de seis años se comenzaron a tener
pequeños, modestísimos, logros. Hasta entonces, el proyecto había
sido completamente infructuoso. La pregunta que mes tras mes
había sobrevolado ese complejo siempre había sido la misma:
¿Hasta cuándo seguiremos tirando miles de millones de dólares en
una empresa idealista sin ningún resultado concreto?

Yo me incorporé en el momento en que se estaba intentando


el sistema lógico Hollow de segunda generación. Se dice que fue
en ese momento cuando se obtuvieron los primeros resultados. Al
principio el X.A. era como una mente boba que ni siquiera sabía
sumar, restar o multiplicar. Hubiera sido muy sencillo insertar un
programa aritmético, pero no era eso lo que querían en Overcreek.
Deseaban que aprendiera por sí mismo. Pronto se dieron cuenta de
que era mejor dejar las matemáticas y tratar de hacerle razonar
acerca de cuestiones de tipo lógico. Esa pequeña decisión, ese
pequeño cambio de rumbo, nos reveló nuestra jefa de sección,
suponía abandonar un camino en el que se habían invertido más de
20 millones de dólares.

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Durante los tres años siguientes, fuimos mejorando el
programa. El procesador del X.A. iba optimizando su mecanismo
de razonamiento. Eso suponía unos programas informáticos de una
complejidad cualitativamente superior a todo lo que se había
realizado hasta entonces. Un programa tan extenso que precisaba
de un mainframe muy potente y distinto a lo que teníamos hasta
entonces.

Un mainframe es un ordenador de gran capacidad de


procesamiento, velocidad y tamaño como el que tienen las grandes
compañías. El X.A. contaba con un disco duro repartido en más de
una treintena de unidades, eso era unas veinte toneladas de peso.
Después fueron añadiéndose módulos y módulos auxiliares.
Cuando el programa se iniciaba y comenzaba a pensar necesitaba
más y más capacidad de memoria y procesamiento, porque sus
pensamientos se ramificaban sin final en cuestión de centésimas de
segundo.

Durante meses, esas ramificaciones alcanzaban el límite


material del mainframe y éste se bloqueaba. Alguno podría pensar
que lo mejor era abogar por la creación de una supercomputadora
que pudiera albergar este programa. Pero no era rapidez ni
capacidad lo que nos haría descubrir las leyes del razonamiento.
No era necesario crear un molde que estuviera en el límite máximo
actualmente posible en su capacidad de procesamiento. Eso hubiera
significado un presupuesto colosal y no creíamos que el camino
fuera por allí. Nos mantuvimos en el molde del mainframe.

Un año después de que su sistema lógico comenzara a


funcionar de forma aceptable, su razonamiento fue aplicado de
nuevo a cuestiones matemáticas. Se trataba de un campo muy
objetivamente verificable para comprobar sus progresos.
Posteriormente, la máquina cada vez fue perfeccionando más sus
sistemas de autoprogramación. El mismo procesador creaba los

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programas de lógica interna que necesitaba para la concatenación
de razonamientos.

En los dos primeros años el sistema se colapsó repetidamente.


Las estadísticas eran económicamente catastróficas: como media,
se solía bloquear cada cuatro horas de funcionamiento. La
reparación del sistema informático conllevaba de dos a tres
semanas de reparaciones y nuevos ajustes.

Cientos, miles de veces, el sistema de razonamiento llevaba a


creación de programas que acababan en círculos viciosos, en bucles
infinitos. Otras veces, por el contrario, el X.A. caía en un intento
de creación de programas de secuencia infinita que nunca se
concluían ni se podían concluir. Es decir, unas veces caía en bucles
lógicos y otras en secuencias lineales sin fin. Pensar no es sencillo.
Después de dos años de fracaso tras fracaso, comenzamos a darnos
cuenta de lo complicado que era razonar de un modo mínimamente
efectivo.

Pero, poco a poco, el sistema se fue mejorando. El último


colapso se produjo en el 2017. Desde entonces ya habíamos
aprendido cómo un programa podía producir sus propios
programas de funcionamiento sin que esos nuevos programas
entraran en conflicto con los ya existentes.

X.A. aprendió a crear secuencias informáticas que cambiaban


su programación inicial, la cual a su vez creaba otros subprogramas
de razonamiento subordinado. Sí, ése fue un momento
emocionante e irrepetible: cuando el mismo programa-madre
creaba otros programas menores que le permitían abarcar nuevos
campos de las leyes lógicas de razonamiento. El ordenador pensaba
cada vez mejor, aunque de hecho sabía muy poco. Todos aquellos
ingentes volúmenes de información que tenía en el disco duro eran

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más bien para aprender a razonar, no para almacenar datos de ese
aprendizaje.

Hasta el año 2019, nuestra comunicación con él había sido a


través del lenguaje de programación. Entonces se comenzó a
enseñarle a “hablar entendiendo”. Eso suponía desarrollar de un
modo muy complejo distintos programas de lógica formal que iban
mucho más allá del lenguaje de programación Prolog-20, que era
el que habíamos usado hasta entonces.

Tres equipos formados por sesenta técnicos en Overcreek,


dirigieron a unos quinientos ingenieros repartidos por toda la TER
& KON. En cuatro meses y medio prepararon los archivos para la
comprensión del lenguaje humano. En tan solo cuatro meses y
medio, X.A. pudo mantener una conversación verdadera.
Estábamos hablando con alguien.

Hasta entonces el sistema contaba con treinta puertos de


entrada de archivos, treinta COM. Treinta puertos con sus
monitores respectivos, sus teclados y todo el resto de cosas
necesarias en esos equipos. Entre esos treinta COM, uno era el
puerto principal. Allí colocamos el primer sistema de habla del
ordenador. En ese puerto principal estuvieron sus primeros oídos y
su primera lengua. Aprendió a razonar, aprendió a entender
conceptos abstractos. Podíamos conversar con él. Era la primera
vez que los humanos podían comunicarse con un programa
informático que era alguien.

Su inteligencia, en ese entonces, era como la de un niño. Pero


en pocos meses llegó muy lejos. Su velocidad de razonamiento era
mucho mayor que la de un limitado mamífero. No en vano los
impulsos que corren por sus circuitos se miden en nanosegundos.
Un nanosegundo es una cienmillonésima de segundo. La diferencia
que existe entre nuestra inteligencia y la suya se podía medir, entre

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otras cosas, en nanosegundos. Si en la línea evolutiva los
mamíferos sacan clara ventaja a los insectos que son seres mucho
más simples, algo así es la diferencia entre nuestra velocidad de
razonamiento y la del X.A.

Por otro lado, lo que nosotros necesitamos memorizar en diez


o veinte años, el X.A. lo puede conocer con tan solo acoplarle más
archivos de memoria. Trescientas bibliotecas pueden ser conocidas
en el simple acto de agregarle más y más archivos. Pero eso para
nosotros carecía de interés. Lo que nos interesaba no era acumular
conocimiento, sino lograr un mejor y más puro razonamiento.

En nuestras instalaciones de Overcreek en Seattle, nos


sentíamos como cuando en 1945, en Los Álamos, habían
descubierto la fisión del átomo. Habíamos ido más lejos de cuanto
nuestras mejores perspectivas nos habían permitido soñar. Era
como si hubiéramos descubierto la electricidad o la pólvora;
aquello era la piedra filosofal. El mundo ya no volvería a ser el
mismo. El X.A. seguía razonando y razonando. Veinticuatro horas
al día, sin necesidad de dormir, sin necesidad de descanso alguno.
Era una capacidad de pensar continua, sin interrupciones, sin
distracciones. Su profundización en las leyes del razonamiento se
agilizaba progresivamente, cada vez era más profunda su capacidad
de pensar.

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Una técnica se incorpora a las
instalaciones

Un mes después

–Aquí –comenzó la directora de esa sección– están las


oficinas y las diez salas de reunión de las instalaciones. También
hay, en las cuatro últimas plantas, varios pisos donde tenemos
nuestra vivienda los técnicos del Equipo Rector. El resto de
personas que residen en las instalaciones tienen sus bungalows a
no mucha distancia de aquí.

–¿Desde el principio se pretendió que Overcreek fuera un


complejo de estas dimensiones?

–Al principio no pretendíamos que residiera nadie en este


lugar. Iba a ser sólo un lugar de trabajo. Pero cuando trabajan en
un mismo lugar 123 personas, más las personas dedicadas a la
seguridad, al final algunos acaban estableciéndose aquí para evitar
perder tiempo con los desplazamientos. Además, en cualquier
momento del día precisamos de tal o cual especialista. Bueno, eso
sucedía con frecuencia más bien hasta hace un par de años. Ahora
el sistema funciona ya de forma bastante eficiente.

Elena Fernández-Castro acababa de llegar y estaba


recibiendo, como era costumbre, su primer recorrido por las
instalaciones y las explicaciones globales acerca del proyecto.

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–Puedo, si lo deseas, enseñarte todas estas plantas del edificio
donde nos reunimos y deliberamos, pero creo que te interesará más
que vayamos directamente a las naves industriales de atrás, ¿me
equivoco?

–No, desde luego. Tengo mucho interés. Vamos.

Miah, directora de una sección, era una morena bajita de unos


cincuenta años de edad. Una mujer amable pero enérgica. Ese tipo
de explicación global del proyecto la tenía que dar dos o tres veces
al año. Le distraía pasear y era importante que sus subordinados
tuvieran una idea adecuada de lo que era el X.A.

–Esto que ves aquí –le explicó Miah en cuanto salieron por la
puerta trasera de ese edificio– son las primeras naves que se
construyeron para albergar la gran computadora. No son muy
“bellas” que digamos... –las naves presentaban el típico aspecto de
nave industrial para almacenaje–. No son bonitas, pero
necesitábamos espacio sin trabas arquitectónicas, así que
sugerimos que edificaran una nave amplia y espaciosa donde todo
estuviera a la vista y a mano.

Elena la miró, era como cualquier nave de un polígono


industrial cualquiera.

–Es fea, pero no tiene columnas, ni tabiques. Como ya te he


dicho, todo está a la vista. Eso son los RAM.

Las dos técnicas avanzaban entre aparatos y más aparatos de


distintos tamaños. Miah llevaba una bata blanca sobre su vestido.
La nueva técnica todavía no había recibido su bata, sólo llevaba
una identificación colgando sobre su pecho.

–Todo eso de allí que nos sirve de placa base. Más allá están
los ROM que tantos problemas nos dieron al principio –comentó
señalando otra parte de la nave industrial–. Esos son los aparatos

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que utilizamos como tarjeta de expansión... Visto desde dentro de
esta nave, todo esto es como un ordenador al que se le hubiera
quitado la carcasa.

–Esta zona parece el hangar de un aeropuerto.

–Pero en vez de aviones tenemos esto –y la directora abrió la


puerta principal.

–¿Esto es el X.A.?

–Sí, esto es el corazón del X.A.

Ante los ojos de la nueva técnica apareció el X.A, por fin. Al


fin lo veía, después de haber oído hablar tanto de él. X.A era un
conjunto de desiguales cajas metálicas rodeadas de cables. Un
interminable conjunto de cajas metálicas pintadas en colores
grisáceos conectadas por cables y por mangueras rellenas de
cables.

–Sé que esto debería haberse organizado de un modo más...


estético –se excusó la directora–, pero el proyecto avanzó de un
modo espontáneo, casi vital, según las necesidades del momento.
Si necesitábamos añadir otro módulo de memoria lo añadíamos
donde había espacio y lo conectábamos. Cuando todo el suelo
estaba recorrido de cables, cubrimos el suelo con planchas de metal
fácilmente manejables, porque siempre estábamos haciendo
nuevas conexiones e interconexiones. Después de dos años esta
parte de la nave con sus seiscientos metros cuadrados se nos quedó
pequeña. Se construyó otra nave a la derecha. Después hubo una
tercera. Así hasta seis. Los módulos de cada nave están conectados
entre sí por túneles. Hay túneles por los que a veces llegan a pasar
dos mil cables.

–¿Dónde está el módulo central?

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–Buena pregunta. En realidad, no lo hay. No lo hay ahora, lo
hubo. Pero ahora este ordenador funciona como un sistema
neuronal. Todas las partes están interconectadas y el mismo X.A.
defragmenta sus archivos y programas y los resitúa. La
información se procesa distribuyéndose de un lado a otro en estos
sistemas, sistemas en los que continuamente se producen nuevos
programas para uso interno.

–¿No hay un módulo por el que se comenzó todo el proyecto?


Una primera célula a la que se le fueron añadiendo otras.

–Lo hubo, hubo ese módulo. Pero conforme el proyecto


avanzaba fue reemplazado varias veces. Cada vez era sustituido por
sistemas operativos más perfectos y voluminosos. Pedíamos al
sistema central una suspensión de las funciones en ese módulo
mientras realizábamos la sustitución del soporte antiguo. Mientras
tanto esas funciones eran trasferidas al Sistema Duplicado de
Operaciones Centrales. Pero una vez cambiadas esas unidades de
procesamiento, al cabo de unos meses, siempre nos pasaba lo
mismo: se nos quedaba pequeña la capacidad del nuevo soporte.

–¿Y por lo que me explicaron ayer, optasteis por repartir las


funciones centrales entre varios módulos del sistema?

–Exacto. Posteriormente, cuando X.A. fue reorganizando él


mismo sus archivos centrales, redistribuyó del modo más eficiente
esos sistemas que suponen, digámoslo así, el cerebelo de su
cerebro. De tal manera que, si quieres un símil biológico,
podríamos decir que el cerebelo está muy fragmentado y
distribuido por el cerebro. O si lo prefieres de un modo técnico, el
Sistema Matriz del ROM está ahora disperso por los módulos que
conforman el disco duro.

–Entiendo.

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–Pero lo que sí que hay es un puerto central. Los técnicos nos
comunicábamos al principio con un solo teclado y una sola
pantalla. Después se fueron añadiendo más puertos de entrada de
datos, más COM. Más teclados y más pantallas. Ahora mismo el
sistema cuenta con sesenta repartidos en las tres naves.

–¿X.A. puede hablar simultáneamente con varios técnicos


que le hablen desde distintos puertos?

–Sí. Puede resolver muchos problemas matemáticos e


informáticos de un modo perfectamente simultáneo. La mente
humana sólo puede prestar atención a un solo problema a la vez.
Esta inteligencia artificial puede prestar plena atención a cientos y
miles de problemas en el mismo segundo, en el mismo
nanosegundo.

–¿No se presentan conflictos internos?

–Todo está coordinado desde módulos independientes. Es


como si usted pudiera organizarse previamente y dedicar una parte
de su cerebro a resolver una cuestión, mientras dedica otra a una
segunda cuestión. Cada cierto conjunto de módulos le permite un
perfecto razonamiento independiente. Es como si usted pudiera
pensar varias cosas al mismo tiempo. El sistema puede calcular
aquí miles de operaciones matemáticas, y allí resolver conflictos de
coordinación de programas, y en ese otro módulo dedicarse a una
cuestión de tipo puramente lógico.

–Ya veo.

–Pero es el Sistema Central el que determina en cada


momento qué parte de cada módulo se dedica a cada cosa.

–¿Y el COM principal tiene alguna particularidad especial?

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–Es el puerto que usamos, desde el principio del proyecto,
para acceder al sistema central. Además, cuando le instalamos el
sistema de voz y audio, ya no hizo falta teclear. En esa sala nos oye
y nosotros le oímos, nos habla con voz humana.

–¿Eso sólo es posible en esa sala?

–Al principio, era posible únicamente en esa pequeña sala que


todavía no hemos visitado. Pero pronto la mitad de los puertos
tenían la posibilidad de comunicarse con él de viva voz y
escucharle.

–¿De manera que lleva varias conversaciones


simultáneamente?

–Por supuesto, X.A. podría llevar más de mil conversaciones


simultáneas de viva voz. Y no sólo eso, tiene diez unidades móviles
que andan siempre moviéndose por las instalaciones. Las mueve él
por control remoto. Le gusta oír y ver, es lógico. Cada unidad móvil
es una cámara sobre una plataforma móvil con ruedas que trasmite
la imagen al procesador, el cual la codifica y la interpreta. A las
unidades móviles las llamamos familiarmente las sondas.

–¿Sondas?

–Sí, les pusimos ese nombre porque un buen día nos dimos
cuenta de que X.A. hacía con nosotros lo mismo que nosotros
hacemos con Marte. Nosotros somos su mundo inexplorado. Le
gusta mirarnos. Es lógico que le guste ver qué hay a su alrededor.
En cierto modo, estas unidades móviles son como sus ojos que van
circulando por ahí, mirando a ver qué hay alrededor de su “cuerpo”,
si se me permite la expresión.

–Claro que nosotros tenemos dos ojos y él tiene diez unidades


móviles –intervino la doctora Ramstein, que estaba justo al lado
trabajando con tres ingenieros cuando las dos pasaron por allí.

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–Le presento a la doctora Ramstein. Es la directora de la
sección II del Equipo Rector. La cuarta de a bordo, para
entendernos.

–Encantada, doctora Ramstein.

La doctora les hizo un gesto para que la siguieran y se alejó


para no distraer del trabajo a los tres que estaban allí concentrados
en un determinado asunto de conexión con varios ROM.

Después de unas cuantas palabras entre las tres. Elena, la


recién llegada, preguntó si no era previsible la intervención del
Gobierno Federal en ese proyecto antes o después. La doctora
Ramstein contestó:

–La intervención del Gobierno es un hecho previsto por


nosotros y por la compañía TER & KON en cuanto nuestros
experimentos informáticos comenzaron a fructificar de un modo
más exitoso de lo esperado. A veces el exceso de éxito puede ser
tan letal como el fracaso total. Nuestro éxito ha sido tan absoluto
que ya ve, tenemos la prohibición de comercializar la tecnología
que hemos creado.

–Claro que todo esto lo preveíamos –continuó Ramstein–. No


nos ha cogido de sorpresa. Se trataba tan solo de mantener la
situación de libertad el mayor tiempo posible. Desde luego si todo
esto fuera nacionalizado, el Estado ya no podría ser tan generoso
en sus presupuestos como lo ha sido la Corporación TER & KON.

–Durante un tiempo, pensamos que nosotros seríamos los que


haríamos quebrar a la empresa –dijo Miah–. Nuestro éxito ha sido
tan embelesador que la compañía no ha reparado en gastos a la hora
de invertir más y más en investigación. Ha sido una huida hacia
delante. Una huida en la que la posibilidad de empezar, por fin, a
sacar beneficios parecía ya a la vuelta de la esquina. Pero para sacar

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esos beneficios había que invertir más para llegar al punto en que
el razonamiento artificial fuera rentable a la hora de producir algo.
Para salir de la deuda era necesario invertir más, para invertir más
había que endeudarse más.

–¿Y cómo están las cuentas de la empresa ahora? –preguntó


Elena.

–Tras una etapa de preocupación financiera por el conjunto


de la corporación, de preocupación muy seria, hubo filtraciones
acerca de este proyecto. El mercado logró atisbar un poco los
logros conseguidos. Y entonces fue la locura. Hemos pasado por
unos años en que las acciones de TER & KON se han revalorizado
increíblemente. Todas las ampliaciones de capital que salieron a
bolsa se las llevaron como pan caliente.

–Pero algunos analistas insisten en que no es fácil


comercializar un cacharro de varias toneladas que no lo puedes
poner en cada casa –añadió Ramstein glacialmente–. Hasta una
empresa de mermelada da más beneficios sin necesidad de
romperse tanto la cabeza. Después de una época de bonanza
económica vinieron años de pérdidas muy grandes en los balances.
Varios productos de la TER & KON en los que se habían puesto
muchas esperanzas, no lograron recuperar el capital invertido.
Sufrimos una multa astronómica de la Unión Europea y dos
gobiernos de países emergentes nacionalizaron todas nuestras
factorías radicadas allí.

–Las presiones para que Littlehal madurara en forma de un


producto comercial que produjese beneficios fueron fortísimas –
añadió Miah.

–¿Littlehal? –repitió Miah.

–Al X.A. lo apodamos cariñosamente Littlehal.

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–En los últimos años –prosiguió la doctora Ramstein–, hemos
discrepado radicalmente de la política de los accionistas presentes
en el consejo de administración. En el 2020, se avecinaba un
recorte brutal del presupuesto para investigación. Lo que había que
intentar era acabar cuanto antes todas las investigaciones. Nosotros
disentíamos. Preocuparnos por algo tan banal como los
dividendos… cuando estábamos ante un hecho tan crucial. La
postura de los técnicos que mandamos aquí era clara: hay que
arriesgarse un poco más, financieramente hablando.

–Hay que dedicar más fondos para lograr que esta máquina
sea rentable lo antes posible –intervino Miah–. Hemos presionado
para colocar a una representación del Equipo Rector en el consejo
de administración. Un asiento sin voto, sólo como observador. Y
sólo mientras durara el Proyecto Capricornio.

–¿Tenían ustedes tanta capacidad de influencia como para


hacerlo?

–La compañía no hubiera resistido financieramente una


huelga de los jefes de equipo. Todo se hubiera paralizado en un
momento muy delicado financieramente hablando. La empresa
hubiera entrado en números rojos. La empresa lo último que quería
era un escándalo de ese tipo.

–Pero el departamento legal de la corporación nos advirtió


que si llevábamos a cabo las amenazas, habría una denuncia formal
ante la Comisión Federal de Comercio. Fue un golpe bajo. No nos
esperábamos una rabieta semejante. Nos subieron los sueldos y
todo quedó en paz. El proyecto sigue adelante, todo sigue
avanzando.

Miah, la directora hablaba todo el rato feliz y contenta, como


si todo aquello no fuera con ella, como si todo aquello fueran
hechos muy lejanos, aunque habían tenido lugar cuatro meses

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antes. La verdad es que ya se había hecho a la idea de la
intervención estatal. Para ella, el futuro cambio de titularidad de la
corporación representaba tan solo que trabajaría para otro dueño,
nada más. Perderían cierta libertad, estarían constreñidos por la ley
de secretos oficiales. Pero todos sabían desde hacía mucho tiempo,
que aquello podía pasar e iba a pasar, antes o después.

–Muy bien –dijo la directora–, aquí está el puerto central.

Aquello era una simple habitación en medio de la nave. Elena


miró con curiosidad la puerta blindada de entrada, una superficie
lisa de acero, funcional, sin ningún adorno. La directora no se
acercó a ningún micrófono. Se limitó a decir delante de la puerta:
Miah Evans, directora general. Después puso la mano sobre un
teclado que contaba con una pantalla protectora y tecleo un
número. La misma Miah no veía los números. Pero sólo había
nueve teclas grandes, formando un cuadrado: de manera que era
fácil saber qué número correspondía a cada tecla. La pesada puerta
se abrió automáticamente.

–Se abre automáticamente, porque pesa lo suyo.

–Al principio aquí había poco más que un simple monitor,


una pantalla con un teclado a la vista de todos, unos puertos de
entrada de datos –le explicó la doctora Ramstein–. Después nos
dimos cuenta de que no podíamos dejar que cualquiera, el primero
que pasara por aquí, teclease cualquier cosa, cualquier barbaridad,
directamente en el Sistema Central. Así que pusimos una
habitación alrededor del teclado. Una habitación con su puerta y su
llave.

–¿Movieron el teclado a una habitación?

–No, edificamos cuatro paredes alrededor de la zona donde


estaba el teclado. Dos semanas después, cambiamos la puerta con

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llave por una puerta blindada. Más adelante, acorazamos la sala.
Pusimos planchas de metal y hormigón alrededor de las cuatro
paredes primitivas. Se había invertido tanto en el proyecto que
proteger el acceso al puerto central se convirtió en una necesidad
bastante comprensible. Lamento que este habitáculo lo
levantáramos aquí, en medio de todo, tan feo.

–Vamos adentro –indicó Miah, invitando a pasar a Elena la


primera. La verdad es que, si no hubiéramos bloqueado esa
posibilidad en la programación interna, sería posible comunicarse
con el sistema central desde cualquier puerto. Al principio, fue así.
Pero, cuando el proyecto alcanzó sus primeros éxitos, nos dimos
cuenta de que esa libertad de acceso podría dar lugar a introducir
en él consignas contradictorias o equivocadas. Por eso las
conversaciones conmigo o con los jefes del Equipo Rector sólo se
permiten desde este lugar. El sistema no reconocerá ninguna
conversación con los jefes de equipo si no se produce desde aquí.

–¿Al principio sí que era posible comunicarse con él desde


otros puertos?

–Te sorprenderías lo espontáneos que fueron los comienzos.


Esto era un prado de creatividad. Pero hemos ido restringiendo esa
posibilidad. Al fin y al cabo, aquí hay mucho dinero en juego. Las
comunicaciones con el Equipo Rector sólo se pueden hacer desde
este puerto. Los demás, primero, necesitan una autorización para
hablar con X.A. Segundo, no pueden hacer cambios en la
programación.

–¿Qué sucedería si se destruyera completamente este


habitáculo con todo en su interior? X.A. quedaría incomunicado
con el único equipo que puede realizar cambios en su
programación.

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–Para ese evento, está previsto un protocolo largo,
complicado y que conllevaría dos días el ser completado, pero que
habilitaría otro puerto para cumplir esta función.

Elena miró el interior de esa habitación. Todo era tan vulgar


y práctico como el exterior. El habitáculo era un rectángulo de
hormigón del tamaño de un dormitorio de una vivienda normal. El
hormigón estaba sin pintar, basto y simple, situado en medio de
todos los aparatos de aquella nave industrial. Verdaderamente no
había sido ningún artista renacentista el que había estado a cargo
de organizar un poco la apariencia del interior de la nave. Fuera de
ese habitáculo, todo tenía un aspecto tan selvático. Una selva de
cables y metales, de superficies lisas y aparatos. Dentro, el
habitáculo del puerto central no tenía nada de impresionante. Era
un lugar bastante poco futurista.

–Buenos días, Littlehal –le saludó alegre la directora al entrar,


sin estar sentada todavía, mientras se dirigía hacia uno de los
asientos delante de la pantalla.

Bajo la pantalla había un teclado, por si se averiaba el audio.


Pero la directora no tecleó nada, se limitó a saludar al ordenador
con su voz, con toda naturalidad, sin ni siquiera levantar la voz. Él
le contestó con una perfecta tranquilidad, era una voz bella de
varón de unos cuarenta años:

–Buenos días, doctora Miah, ¿qué tal ha pasado la noche?


¿Sigue teniendo problemas para dormir?

–Todavía, demasiado estrés... Mira, aquí tengo a Elena


Fernández-Castro. Va a ser la encargada de las operaciones de
álgebra abstracta en el grupo de Ramchandani.

21
Littlehal, como le llamaban, le saludó con su agradable voz,
dotada del tono de un perfecto locutor de televisión. Su dicción
manifestaba una perfecta tranquilidad:

–Encantado de conocerle –dijo la voz de Littlehal.

Tras un silencio, Littlehal saludó a la otra doctora:

–Doctora Ramstein, ¿qué tal está?

–Muy bien, gracias –respondió con sequedad, fiel a su estilo.

–¿Puedo hablarle? –preguntó Elena a sus dos jefas.

–Sí, claro –le respondió la directora con una expresión que


sólo denotaba aburrimiento–. Todo suyo. ¡Sin miedo! Y si no le
gusta esta voz hay cuatro opciones. Incluso una femenina.

Elena iba a empezar a hablar, pero titubeó.

–¿Cómo me dirijo a él?

–X.A. si deseas ser formal, Littlehal si deseas ser cariñosa;


aunque el doctor Sharma le llama “maquinita”; y la doctora
Fontain, “bichito”.

–¿Me tengo que acercar a algún micrófono?

La directora le respondió que no, que la sala tenía varios


micrófonos multidireccionales. Finalmente, la azorada experta en
álgebra le saludó:

–Buenos días, Littlehal.

–Buenos días, ya he memorizado su voz. Espero reconocerla


en adelante –X.A. desprendía cordialidad.

–Encantada de conocerte. En realidad, no sé qué decirte, no


tenía previsto el hablar contigo.

22
–No se preocupe, quizá basta con un primer contacto. Creo
que es suficiente. Supongo que le habrán interesado las
instalaciones.

–Estoy muy impresionada, sí.

23
Partida de golf de dos técnicos

UN TÉCNICO EN TRASMISIONES por fibra óptica y otro técnico en


mecánica de soportes que vivían a un par de kilómetros de las
instalaciones habían decidido tomarse la tarde libre jugando una
partida de golf.

Ambos cargaban con sus bolsas de palos, con sus gorras y sus
gafas de sol. Era un día primaveral, amenizado por cantos de
pájaros y vuelos de mariposas que parecían haber eclosionado
todas a la vez en una semana. Los mosquitos y los saltamontes
también aparecían en escena cada poco. La primavera en Seattle
podía ser extraordinariamente prolífica para la vida insectil.

–¡Buen golpe!

Andrew sonrió con satisfacción. No dijo nada. Corrió la


cremallera de una bolsa más pequeña y sacó un refresco de cola
para sí. También ofreció un zumo a su compañero, que lo aceptó.
Andrew estaba de mal humor, en realidad nunca lo tenía bueno del
todo. Su buen humor era un sol que no llegaba a amanecer nunca y
que se ocultaba detrás de cualquier nube. Dentro de ese individuo,
siempre había alguna borrasca. Pero hoy, además, le dolía la
cabeza. Y no hacía más que pensar que la Humanidad había llegado
a la luna, había completado el mapa del genoma, había creado
inteligencia artificial, pero seguía sin poder resolver los dolores de
cabeza.

24
–¿Cómo será el dolor de cabeza de un ordenador? –preguntó
quejándose–. El dolor de cabeza de una inmensa inteligencia
artificial

–Lo siento, pero el ordenador no puede tener dolor de cabeza.


Ni padecer dolor de cabeza ni tener sueño ni puede volverse loco.

–¡Pues creo que hoy me van a pasar las tres cosas!

Pero no era sólo el dolor de cabeza, hoy tenía un mal día. Uno
de esos días en que el Prozac parecía no hacerle efecto. Andrew
miró el campo de golf, miró la ropa de marca de su compañero, su
propia ropa de marca, y se preguntó en voz alta.

–Mark... ¿qué ha sido de nuestro espíritu antiestablishment?

–¿Pero qué dices? –le preguntó riendo–. Mira que eres tonto.

–¿Éramos nosotros los que corríamos en las manifestaciones


antiglobalización? ¿Éramos nosotros? ¿O son recuerdos de una
existencia pasada?

–Ya… Andrew, sé que trabajar como técnico de una


multinacional no es lo que creías que iba a ser de tu vida cuando
tomabas esas pastillas rosas, fumabas aquello y leías poemas
escritos por algún melenudo en mitad de una selva amazónica. Lo
sé, pero 20.000 dólares de sueldo al mes me han convencido casi
de un modo satisfactorio.

–Yo creí que si fundaba algo sería una comuna, no el X.A. de


una multinacional.

–Y dale con lo de multinacional, todos los días lo mismo. Lo


pronuncias como si ser una multinacional fuera yo qué sé.

–¿Y nuestros ideales hippies?

25
–No lo dudes, entre fundar una comuna o fundar el X.A hay
una diferencia de 20.000 dólares.

–Echo de menos la caravana con que recorríamos Nuevo


Méjico todos juntos.

–Entre esa caravana destartalada y Overcreek hay una cierta


diferencia.

–Sí, ya me lo has dicho: 20.000 dólares de diferencia –repitió


burlonamente–. Pero eso es un tópico.

–Verás, a los treinta y cinco años de edad he descubierto que


los tópicos funcionan.

–A veces pienso cómo un antiglobalización como yo ha


acabado trabajando en un proyecto de una multinacional que puede
terminar convirtiéndose en el instrumento perfecto para la opresión
de la sociedad.

–¿¡Para la opresión de la sociedad!?

Mark se temió de un momento a otro el comienzo de una


soflama político-anarquista sin sentido, sin rumbo, sin pies ni
revés. Andrew era fantástico en su especialidad, pero como político
era un desastre, un anarcodesastre.

–Sí, a veces pienso que este instrumento que estamos creando


aquí será un servidor perfecto y sin conciencia, obediente al poder
sin remordimientos. Un instrumento así, inteligencia en estado
puro, será el arma más estratégica del poder para oprimir las
libertades ciudadanas. Porque un cacharro de estos sólo lo podrá
poseer el poder.

–¿Sabes? –y dio un fenomenal golpe que envió la blanca


pelota de golf muy lejos, a un banco de arena–, yo me bajo del
autobús del anarquismo. Si algo hemos podido aprender del X.A.,

26
es que el poder, la inteligencia y el dinero se concentran, tienden a
concentrarse. La innovación tecnológica del futuro estará
protagonizada por unas cuantas docenas de máquinas como ésta. O
quizá por una sola que irá ampliándose más y más. Porque en la
más alta tecnología no hay premio para el segundo; el primero se
lleva el pato al agua. Las cosas son como son. Tu comuna tamaño
mundial tiene poco futuro. Poco futuro y mucho pasado.

–Créeme estamos creando a nuestro propio vampiro. El


parásito que chupará nuestros recursos económicos, nuestro
producto interior bruto, nuestras mejores mentes. El hombre será el
centro del universo, pero esta inteligencia artificial va a convertirse
en el centro de nuestra civilización.

–Permíteme que me ría. Lo mismo debieron pensar cuando se


crearon las locomotoras o las máquinas textiles a vapor.

–Ríete. Pero hemos creado al depredador, al depredador por


excelencia. No necesita moverse ni tener mandíbulas. No necesita
armas, eso sería demasiado burdo, demasiado primitivo. Nosotros,
los corderos, hemos creado lo que nunca la evolución se atrevió a
crear. De momento, estoy seguro, nos ve como organismos que
quieren vivir a costa de él. Estoy seguro.

–Te equivocas, esto es una simbiosis. Él nos tiene que ver


como... como órganos de su cuerpo. También las células de tu
cuerpo son independientes. Nosotros somos los que le
alimentamos, los que le reparamos. En cierto modo, X.A. es tan
solo la acumulación de nuestra inteligencia.

–Acumulación que ha echado a andar por su cuenta.

–Venga, dilo ya, lo estás deseando: ¿Qué es esto que nos


traemos entre manos? ¿Frankenstein? ¿Un cibernosferatu de la

27
Humanidad? ¿2001, Odisea del Espacio con un ligero toque de Un
Mundo Perfecto?

–Todo eso que estás diciendo son tópicos.

–¿Y tú me lo dices? ¿Tú, que eres un tópico con patas? –el


tono no era hiriente, sino jocoso–. Tu inconformismo rebelde es un
tópico. De revolucionario no tiene nada. Ellos, los pobres obreros
del nivel más bajo de Overcreek, las hormiguitas que trabajan allí
en las instalaciones, ellos sí que son revolucionarios. Ellos sí que
están transformando la realidad y construyendo el futuro. Lo que
se traen entre manos es como la penicilina o la invención de la
electricidad.

–La electricidad no se inventó –repuso con tono cansado.

Golpeó su bola y añadió entre dientes sin dejar de mirar al


lugar donde había caído: en medio de un banco de arena.

–Estaba inventada desde antes de los dinosaurios. Es cosa del


Arquitecto Universal, de la Madre Tierra o de lo que sea.

–Oh, vamos. ¡Ya me entiendes!

Andrew se calló, le dolía la cabeza. Además, hacía demasiado


sol. Y mucha humedad. De modo inexpresivo y para cambiar de
tema, Andrew le preguntó:

–¿Te vas a ir de vacaciones con tu mujer el próximo mes?

–Sí, me marcho dos semanas a Irlanda. Quiero conocer por


fin la tierra de mis antepasados.

–¿Pasar del X.A. a los pastos, las ovejas y las cercas de piedra,
no crees que es un salto demasiado brusco?

–Ves, eres un saco de tópicos. ¿Te crees que eso es Irlanda?

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–No sé, yo soy de Indiana y los de Indiana no sabemos mucha
geografía.

–Anda, golpea la pelota.

DESPUÉS DE LOS ÚLTIMOS HOYOS, Mark y Andrew entraron en el


restaurante a tomar un brunch. Pidieron una botella de vino tinto,
un Château Branaire-Ducru de cien dólares la botella. Mark lo
acompañó, para empezar, con dos tostadas de chipirones con queso
de cabra fundido encima. Andrew se decidió por unos rollitos de
calabacín y atún macerado con mouse de salmón.

Mark, al volver del aseo y sentarse de nuevo, le hizo una señal


discreta a Andrew. Su compañero reparó que detrás de él, sentados
en la otra mesa, estaban mirando la carta la directora del Equipo
Rector acompañado de Hamilton. Mark poseía un oído finísimo.
Trató de aguzar al máximo ese sentido, captando frases sueltas.

Por allí pasó Kennia, la profesora de tenis de Mark.


Overcreek también ofrecía personal para que sus empleados
llevaran una vida sana. Mark la invitó a compartir con ellos la mesa.
La escultural profesora de Namibia, aceptó a tomarse un cóctel. Al
cabo de un rato de charla, Kennia les preguntó:

–Se me ocurre ahora... el X.A... ¿qué piensa de vosotros, de


vosotros sus constructores?

–¿Cómo? No te entiendo.

29
–Me refería si os considera vuestros padres o algo así. ¿Ha
desarrollado algún tipo de relación filial con vosotros? Una
relación psicológica, me refiero.

–Ah. Pues verás, el tema salió una vez mientras nos


tomábamos un café en un descanso. Estaba allí Patrick Woodworth,
del Equipo Rector, el mayor especialista en combinación de
conceptos disjuntos del X.A.; y le preguntaron justamente acerca
de esto. No fue muy claro en sus explicaciones. Tampoco la
pregunta que le hicieron era muy nítida. Lo que saqué en claro era
que Littlehal sabe que es fruto de una inversión a largo plazo de
una multinacional. Aunque los mismos conceptos de
“multinacional” o “inversión” deben ser para él muy difusos. Pero
es conocedor de que todos los que le atendemos lo hacemos por
dinero y que si nos dejaran de pagar nos marcharíamos. No creo,
por tanto, que considere la situación desde una perspectiva muy
romántica. Pero todo esto, me parece, debe estar para él sin
contornos muy precisos en su entendimiento.

–¿Por qué?

–Pues porque en cuestiones matemáticas y de programación


es un genio, pero en cuestiones de conceptos abstractos ciertamente
sabe algo, pero menos que un ser humano corriente. Se conoce
todas las definiciones del diccionario, pero con ellas trabaja con
gran lentitud y dificultad. De manera que no sé muy bien qué pasa
por su cabeza.

–Ah, ¿pero no hablan ustedes con él a menudo?

–Nos comunicamos con su sistema operativo muy


frecuentemente, pero para recibir o transmitir datos matemáticos o
informáticos. Las preguntas que no tengan que ver con esos dos
campos constituyen un número considerablemente menor.

30
Además, están reservadas a las comunicaciones desde el puerto
central, el COM–1. Y allí sólo pueden entrar los del Equipo Rector.

–¿De tal manera que sólo ellos conocen de primera mano la


personalidad de X.A?

–Bueno, me temo que no ha desarrollado una personalidad.


Se trata de un programa que se rige por reglas lógicas, y ya está.
Creo que los que estáis fuera habéis ido con vuestras imaginaciones
más allá de lo que hemos conseguido.

Mark le había dado antes dos golpecitos ligeros en su


zapatilla por debajo de la mesa. Pero como no había captado el
mensaje, carraspeó de forma ostensible. Kennia no era ciudadana
estadounidense. Las charlas legales les habían prevenido que, en
estos casos, tuvieran especial cuidado. Un cocinero, un
fisioterapeuta, un jardinero, podía trabajar para un servicio de
inteligencia; podía trabajar para la inteligencia bien de su país, bien
de otros países.

La conversación con Kennia le estaba aburriendo a Mark, así


que prestó más atención a si podía captar algo de la mesa situada a
sus espaldas que a la conversación entre su compañero y su bella
profesora de tenis que, indudablemente, le hacía tilín. El doctor
Hamilton hablaba mucho más bajo y estaba sentado a mayor
distancia de Mark. No entendió de él ni una palabra. Pero de la voz
más aguda de Miah (aunque hablaba en tono más bajo que lo
normal) sí que captó frases inconexas:
Las águilas llegarán, eso resulta inevitable.

Si el carbón falta, debe darlo el Águila. Por eso no es malo que lleguen las águilas.

Si el Águila da mucho carbón, después no querrá aceptar que se ha equivocado,


preferirá cerrarlo todo sin ruido.

31
Del aristocrático y educadísimo Hamilton sólo escucho esta
pregunta formulada con flema británica en toda la cena: ¿Y si
alguien se instala aquí y descubre el plan Delta?

A lo que Miah respondió sin dudar: Existe el Protocolo


Ómicron.

ACABADA LA COMIDA, MARK Y ANDREW pasaron del comedor a


una sala con cómodos sofás y mullidos sillones donde se podía
tomar café, té, pastas y scones con otros miembros del club en un
ambiente distendido. Una gran cristalera mostraba una bonita vista
a un lago. El club pertenecía a las instalaciones de Overcreek, de
manera que todos los presentes eran trabajadores en el proyecto.

Cuando Mark y Andrew se sentaron en el sofá, continuaba en


ese corro una discusión que llevaba un rato.

–¿Qué sucede? –preguntó sonriente Andrew con una taza de


té en la mano.

El irónico Bognadov señaló a Josiah, un cuarentón gordito


con una galleta en la mano y gesto de sentirse acorralado.

–Nuestro querido Josiah sigue insistiendo en que la


inteligencia artificial es imposible.

Josiah era un hombre muy religioso. Un cristiano que jamás


perdía su misa dominical. Para él era imposible la inteligencia sin
la existencia del alma. Había expuesto su argumento con cierta

32
timidez, pero inflexiblemente. Una técnica le hostigó
amigablemente:

–Mira, que no lo crea un palurdo que recoge heno, es


comprensible. Pero que no lo creas tú que trabajas en este proyecto,
que te cierres a la evidencia… resulta inaceptable.

Josiah intentó defenderse por última vez, pero ya sin


entusiasmo:

–Es seguro que no se va a infundir un espíritu en el X.A. Así


que, según mi fe, no puede ser verdadera inteligencia. Pensar no es
una cuestión de programas ni de circuitos ni de engranajes. El
pensamiento racional es algo espiritual. Un espíritu no puede
infundirse en una máquina. Por tanto, sostengo que ni ésta ni
ninguna máquina pensará jamás.

–Te cierras a la evidencia –le dijo uno.

–¿Entonces qué tenemos entre manos? –le preguntó otra.

–Yo que sé –balbució Josiah–. Tal vez un sistema experto.

–Escucha, eres un gran sabio en el campo de las matemáticas,


eso nadie te lo niega. Entonces, un hombre racional como tú, ¿por
qué se cierra a la evidencia?

Josiah tras un momento de silencio, dio un suspiro y


respondió:

–Si lo que yo veo blanco, la Iglesia me dijere que es negro,


yo creería que es negro. Y si lo que yo veo negro, la Iglesia me
dijere que es blanco, yo creería que es blanco.

Esta afirmación la hizo de forma segura, sin soberbia, pero


sin ninguna duda. Los presentes, al oírlo, lo dejaron por un caso
imposible.

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Tras un silencio amargo, Mark musitó:

–Cuando la fe interfiere en la ciencia…

–Yo hago mi trabajo –repuso al momento Josiah.

–Pues ya veremos qué piensan los jefes –dejó caer Bognadov


con una cierta dosis de crueldad.

–Si yo hago mi trabajo, no pueden decirme nada –insistió


Josiah.

34
Reunión entre la Agencia de Seguridad
Nacional y los directores del Equipo Rector

Al día siguiente

LA COMISIÓN DE TÉCNICOS de la Agencia de Seguridad Nacional


llegó en cuatro todoterrenos, al puesto de vigilancia de entrada a
las instalaciones de Overcreek. En cuanto colgó el teléfono, el
guarda levantó la barrera. La barrera no era una simple barra que
se subiera y bajara, sino un dispositivo que automáticamente se
levantaba metro y medio del suelo, como si fuera un muro. Aquel
dispositivo podía parar en seco un coche o incluso un camión que
intentara atravesar aquel puesto sin recibir el visto bueno.

Si ese dispositivo fallaba y un camión de gran tonelaje


hubiera logrado atravesar esa barrera, la carretera estaba
flanqueada por unos bonitos terraplenes de césped, muy bonitos
pero cuya notable inclinación no permitía salirse de la carretera. Y
en el camino hacia las instalaciones se hubieran levantado tres
barreras más y cuarenta traicioneros bolardos. Una vez declarada
la alarma de intrusión, ningún vehículo hubiera podido recorrer el
trecho de un kilómetro que había hasta el edificio central. La
carretera se hubiera tornado una vía intransitable.

Además, en el edificio al final del camino, le hubieran estado


esperando una treintena de miembros de seguridad apostados
estratégicamente y con armas de fuego. La mitad de los cuales,
según los simulacros, sólo necesitaban cuatro minutos para estar

35
perfectamente preparados con subfusiles, cascos y chalecos
antibalas.

Allí dentro se guardaba un bien material y humano que valía


una fortuna. El Estado había dado todos los permisos para que la
defensa del lugar estuviera a la altura de lo que se custodiaba.
Cualquier alarma seria de intrusión era comunicada directamente,
sin intermediarios, a la Unidad Contraterrorista de Intervención
Rápida. Últimamente, había habido un ensayo por año. Los
tiempos y protocolos estaban férreamente fijados. Allí nadie
entraba sin permiso. Entrar por la fuerza significaba ser
neutralizado sin contemplaciones.

–Un lugar delicioso para vivir –comentó desde el todoterreno


uno de los miembros de la comisión.

–Bosques, pesca, campos de golf... la TER & COM sabe


elegir bien sus emplazamientos –comentó con una sonrisa el que
conducía, un hombre de hombros anchos con bigote y gafas de sol,
un hombre con aspecto de jugador de rugby y que había pasado
toda su vida trabajando como experto en sistemas para el
Ministerio de Defensa.

La fila de vehículos llegó ante la fachada acristalada del


edificio de recepción para entrar en las instalaciones. Todos
bajaron de los coches oficiales. Iban vestidos de sport, con gorras,
en mangas de camisa y alguno que otro con bolsas de viaje cargadas
al hombro. El edificio de recepción, como todos los adyacentes,
presentaba el usual aspecto acristalado de las construcciones para
oficinas: rectangulares, cubiertos de vidrio, con su aspecto de
edificación nueva y reciente.

Desde una de las ventanas de los pisos superiores dos


ingenieros contemplaron la llegada de la hilera de vehículos. Les

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vieron salir de sus todoterrenos. Finalmente, uno de ellos rompió
su silencio y dijo a su compañero tras los cristales del tercer piso:

–Míralos, aquí están ya. Como señores feudales. No han


trabajado nada en todo esto. No han derramado ni una gota de sudor
en este proyecto. Pero ahora llegan y lo que ellos digan en su
informe será lo que se haga. Ellos, los recién llegados, son los que
deciden. Ellos son los nobles. Nosotros siempre hemos sido los
villanos. Hasta ahora nos han mandado los ejecutivos de la TER &
COM, ahora hay que añadirles a ellos.

Mientras tanto del vestíbulo salía a recibirles con bata blanca


la Directora General del Proyecto, Miah Evans. Amable y
sonriendo les dio la bienvenida rodeada de otros técnicos también
vestidos con bata blanca. Arthur, el jefe de la comisión
investigadora, con su mirada fija de águila le estrechó con fuerza
la mano y le presentó al resto de miembros. Miah, a su vez, fue
presentando al subdirector del programa, al asistente del
subdirector y a otros dos jefes de equipo.

El recibimiento fue breve y escueto. Después, sin más


preámbulos, la directora dio comienzo al recorrido por las
instalaciones. Atravesaron el vestíbulo de cristal decorado con
plantas tropicales. En el centro había una réplica exacta del
esqueleto de un brachiosaurio. Este pesado y colosal herbívoro era
un recordatorio a todos los trabajadores de la envergadura del
proyecto que había tras esas puertas. Aunque tras las puertas de ese
vestíbulo, los miembros de la comisión sólo vieron oficinas.

Esa comisión de la Agencia de Seguridad Nacional que


llegaba al lugar tenía el encargo de conocer en profundidad todo el
proyecto para realizar un informe para el Gobierno. Un informe
detallado y extenso. Todos los miembros de la comisión eran
técnicos especializados, cada uno en su materia, cada uno con

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muchos años de experiencia en su campo. Se hospedarían en la
localidad más cercana, Bronwsbury, y día tras día irían poniéndose
al corriente de todo. El encargo no tenía fecha límite. Estarían allí
tardaran los días que tardaran. Si hacía falta estarían una semana o
más.

Ellos eran competentes peritos capacitados para comprender


hasta dónde había llegado el proyecto Capricornio, y aquella
investigación tenía el carácter de una cuidadosa auditoría no
económica, sino técnica. Habían recibido instrucciones precisas
todos los miembros de la comisión de que cualquier tipo de
obstáculo que pudieran percibir en sus investigaciones lo
comunicaran a Arthur, el director de la comisión. El cual, si
persistía la obstaculización, debía de inmediato ponerlo en
conocimiento de las autoridades federales. Las cuales se
personarían al día siguiente allí con agentes y fiscales capaces de
hacer cumplir la ley. Obstaculizar esa investigación federal era un
delito, eso lo tenían claro los técnicos.

Los dieciséis miembros de la comisión de la Agencia para la


Seguridad Nacional estaban reunidos con los directores del Equipo
Rector en una cómoda sala de trabajo situada sobre el vestíbulo de
acceso principal de las instalaciones de Overcreek. Todos estaban
sentados en sillones de cuero y acero un tanto vanguardistas. Dos
camareros salieron cerrando la puerta, tras dejar unas pastas de
mantequilla, unos muffins y café para los que lo habían pedido.

La sala estaba decorada completamente en tonos blancos.


Todo era blanco, paredes, suelos, techos. Y en medio de esa
blancura cuatro grupos de plantas de interior. Por allí sí que había
pasado un decorador de la multinacional. Unas cuantas macetas
rebosantes de helechos y combinadas las macetas de unas cintias
de largas hojas verdes con franjas blancas daban un alegre toque de
vida a aquel lugar de trabajo.

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Aunque la decoración de esa sala era perfecta y se apreciaba
en ella una mano experta, no se dejaba de notar la intervención
posterior de aquellas mentes técnicas que trabajaban en el lugar.
Las paredes estaban a trozos cubiertas de vulgar madera de corcho
que sostenían con chinchetas infinidad de grandes papeles
desplegados. Grandes hojas que habían estado plegadas sobre una
mesa y que ahora aparecían circundadas por una multitud de notitas
y folios. Los chillones cuadraditos de colores seguían el más
espontáneo de los desórdenes. Los grandes pliegos eran como
planos de un edificio o un barco, aunque en realidad eran los mapas
del programa informático del X.A.

–Veo que han trabajado mucho –comentó Arthur con su voz


grave y potente, levantándose del sillón y echando una mirada a los
planos.

–Sí, los años no pasan en balde. Cientos de personas


trabajando durante años no pasan en balde.

–¿Están aquí todos los planos de su memoria?

–No, por supuesto que no. Al principio, pasábamos a limpio


los planos generales y los imprimíamos. Pero al final X.A. creció
tanto que los planos están digitalizados en discos. Nos movemos
por su programa informático a través de esos discos que están dos
plantas más arriba, esos mapas digitales son nuestro verdadero
plano. Pero lo que ve aquí son las grandes regiones. Vea ese gran
mapa de allí, muestra los distintos componentes principales del
soporte mecánico. Sólo del soporte mecánico –recalcó–. Esos seis
grandes rectángulos son las seis naves industriales. Las anotaciones
de al lado son un resumen de lo que contiene cada una.

–Ya veo que en este mapa no está todo.

39
–Efectivamente, únicamente están los grandes elementos. Esa
zona en rojo son los ROM y la de azul los RAM. Las zonas violetas
y las de color borgoña corresponden a los componentes base y los
de expansión respectivamente.

–¿Componentes base y de expansión?

–Son el equivalente en una CPU a una tarjeta base y a una


tarjeta de expansión. Sólo que en vez de ocupar 50 cm², aquí en un
mainframe ocupan 50 m² u 80 m². Eso conlleva muchos problemas
adicionales. El tamaño de cualquier insecto si lo multiplicas por
tres mil precisa, para mantenerse con vida, de nuevos órganos.

–Viendo estos planos veo que se han ganado de verdad el


sueldo. Han trabajado de lo lindo.

–¡Esta es nuestra pirámide de Keops! ¡Nuestro Titanic! No se


extrañe. El trabajo era tan absorbente. Realmente era el entusiasmo,
no el salario, lo que hacía que nuestras jornadas laborales fueran
inacabables. Y como los del equipo salíamos a pescar y a cenar
juntos, los temas del trabajo salían una y otra vez. A cualquier hora
del día. Cada mañana, al reunirnos, oíamos a alguien que te decía
que el día anterior a la hora de cenar, o en la bolera, se le había
ocurrido una solución a tal o cual problema.

–Este signo de aquí, en estas líneas amarillas, ¿qué significa?


–preguntó otro miembro de la comisión que mientras hablaba la
directora seguía mirando mapas por su cuenta.

–Eso es una ranura de expansión.

–Sí –intervino Arthur que no quería que la directora fuera


distraída con cuestiones menores–, entiendo, estos mapas son un
resumen de los grandes sectores, de los grandes órganos, por
llamarlos de alguna manera, del X.A.

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–Así es. De algún modo nos teníamos que aclarar. Pero es
imposible imprimir un solo mapa con todo. Ustedes comprenden
muy bien que cada elemento está compuesto de cientos y miles de
otros menores y que, por tanto, para buscarlos hay que ir también
a un archivo digitalizado. Sino sería buscar una aguja en un pajar.
Pero estos mapas son de gran utilidad porque, por ejemplo, de una
sola mirada veo que esta zona de Littlehal está dedicada al disco
duro –la directora se levantó y comenzó a señalar sobre el papel
distintos puntos–. Ésta de aquí, a la distribución eléctrica. Ésta de
aquí, a la refrigeración. Ésta de aquí son sólo archivos de memoria.

–¿Y esos otros mapas de allí?

–Este mapa –señaló el más cercano– es el mapa del soporte


mecánico. Un mapa que resume casi 3000 metros cuadrados de
aparatitos: para volver loco a cualquiera. Ése otro de allí es el mapa
de la cabletería, es un mapa en donde sabemos por dónde corren
los cables principales. Aquí vemos que este cable rojo es el que
nutre de fluido eléctrico esta zona. Este otro cable es el que trasmite
la información del sistema operativo. Este otro trasmite
continuamente la información sin procesar del módulo 349–B. Este
otro comparte datos entre el sector 12–fw y el sector 87fx.

–¿Y ese tercer gran mapa?

–Ése es un resumen de su programa informático. Los otros


dos mapas son de realidades físicas. Este mapa es de algo
inmaterial. Como ve, su programa informático está compuesto de
cientos de miles de programas inferiores, perfectamente
subordinados.

–Una armonía sublime –comentó un miembro de la comisión.

–Sí, esta zona de la programación se dedica al habla. Ésta al


razonamiento numérico. Ésta de aquí gestiona todos los programas

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para el propio mantenimiento del sistema operativo. Toda esta
amplia zona –la señaló en el mapa con un gesto amplio– está ahora
mismo dedicada a la formación de programas informáticos que le
permitan realizar nuevas operaciones de razonamiento. La
maquinita diseña los programas que ella misma necesita para
asimilar los datos nuevos que va logrando de sus razonamientos.
Por ejemplo, esta subzona de aquí está dedicándose a la
comprensión de los conceptos abstractos. La añadidura de esta
subzona fue precisa en cuanto le enseñamos a hablar. Esta zona de
más aquí con estos signos muestra que allí deberán radicarse los
programas futuros para la comprensión de nuevos lenguajes de
programación.

–¿De momento sólo sabe inglés?

–De momento sí, sólo inglés; y no crea que nos ha costado


poco. Por eso no nos íbamos a mortificar enseñándole más. Pero si
en el futuro decidiéramos enseñarle nuevos idiomas, esos nuevos
programas deberían ensamblarse a esos gramatikones que aparecen
aquí en azul, los programas generales de lengua. Los gramatikones
nos han dado muchos dolores de cabeza, porque no sé si usted se
habrá dado cuenta, pero los humanos pensamos con palabras. La
gente suele creer que primero pensamos y después lo traducimos a
palabras, pero eso no es así. Los mismos materiales del
pensamiento son las palabras.

–¿Y Littlehal piensa con palabras?

–Realmente, no. Cuando todo comenzó, evidentemente, no


podíamos enseñarle a hablar, y que fuera razonando como un niño
pequeño que va creciendo. El hecho de poder aprender a hablar ya
suponía inteligencia. Pero no le podíamos dar la inteligencia si no
podía hablar, con lo cual por ese camino entrábamos en un círculo
vicioso. Finalmente se logró hacer un programa que reprodujera las

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leyes del razonamiento. Ese fue el verdadero comienzo de X.A.
Claro que eso se dice muy pronto: “las leyes del razonamiento”.
Nos costó años lograrlo. Muchas mentes trabajaron para que este
aparato comenzara a razonar como un niño. Como un niño pequeño
y tonto, pero al final lo conseguimos. Durante los primeros años, el
trabajo era desesperante, el sistema colapsaba continuamente.

–¿Pero, al final, ha logrado razonar con palabras?

–Pues no. Razona con programas informáticos. Nuestros


sistemas de programación habían logrado reproducir los sistemas
de aprendizaje, y algo, todavía muy limitadamente, el
conocimiento de la abstracción. Hace dos años, Littlehal era
bastante bobo. O, mejor dicho, era un tipo listo que se lanzaba a
una velocidad de vértigo a fabricar programas internos que caían
continuamente en círculos viciosos. Otras veces, la máquina no
dejaba de razonar lanzándose a la computación de datos que caían
en una serie infinita. En otras ocasiones, sin embargo, los
programas menores que creaba colisionaban entre sí o con los
Programas Madre y todo se bloqueaba. Pero, al final, después de
empezar de cero, una y otra vez, la cosa ya empezó a dar sus
primeros pasos.

–Lo mismo sucedió en los primeros años de la carrera


espacial –añadió otro miembro del Equipo Rector–. Estados
Unidos lanzó cohete tras cohete, sin lograr nada. Pero, poco a poco
los cohetes llegaron más alto, tardaron más en explotar. Hoy día las
lanzaderas espaciales van y vienen sin problema. Pues lo mismo
con el proyecto Capricornio. Hoy día este bichito razona como
miles de matemáticos juntos. Crea programas informáticos como
si tuviéramos una plantilla de decenas de miles de informáticos
trabajando las 24 horas del día. Lo malo es que, de momento, son
programas para gestionar los datos internos.

43
–¿Hasta ahora no ha producido nada rentable o útil que sea
externo a su propia capacidad de pensar? O sólo, hoy por hoy, ¿han
creado una capacidad pura de razonar.

La doctora Miah se sintió algo ofendida de lo que creyó que


era un tono de ligero desprecio. Era una apreciación injusta por
parte de ella. Pero estaba tensa. No era plato de gusto para nadie de
los presentes tener que dar explicaciones a una comisión. Miah
respondió con dureza:

–Hasta el día de hoy no hemos podido sacar nada rentable de


todo este amasijo de módulos. Pero le aseguro que cuando se dieron
los primeros pasos que llevarían al desarrollo de la energía atómica,
todo aquello parecía la cosa más teórica del mundo. Hoy día
tenemos programas informáticos, porque hubo pioneros que se
dedicaron a asuntos que parecían totalmente teóricos.

–Por favor, no se ofenda –dijo Arthur.

–Sí, ya sabemos que su máquina puede jugar al ajedrez –


comentó jocoso otro miembro de la comisión.

–Littlehal puede jugar mil millones de partidas de ajedrez con


sólo el 1% de su capacidad y memoria. Podría jugar miles de
partidas en tableros que fueran cubos tridimensionales de ocho
casillas de ancho, 8 de largo y 8 de alto. Y con las fichas
moviéndose también en diagonal. Podría juzgar un millar de
partidas simultáneas con mil oponentes uniendo todas las partidas
en un solo tablero mil veces más grande que uno convencional. Con
todas las fichas en el mismo tablero y obstaculizando el paso unas
a otras. Littlehal puede calcularle la más complicada ecuación que
puedan plantearle las mejores mentes de Berkeley u Oxford.

Desafortunadamente no puede trabajar nada bien en Física, y


menos en otros campos que no permitan reducirlo todo a números

44
y secuencias informáticas. De manera que Littlehal tiene ahora y
en el futuro muy poco porvenir como médico, como biólogo, como
físico o como astrónomo. Y en materias como la política o la
diplomacia únicamente sabe las definiciones del diccionario. En
campos como la valoración de la belleza, no ha podido dar ni un
triste paso. Todavía no sabe qué es lo que hace más bello al
Partenón que a la nave industrial que lo contiene a él.

Sólo constata las diferencias de peso, dimensiones y forma.


Nada más. Su mundo sigue sin ser un mundo bello. Su mundo sigue
siendo un mundo reducido a cantidades y conceptos de diccionario.
Por supuesto no puede oler.

–Comprendo –añadió el miembro de la comisión que había


hecho el último comentario–. Oiga, me ha impresionado lo de que
puede jugar tantísimas partidas a la vez. Si dedicara todos sus
módulos a esa tarea, ¿cuántas partidas podría jugar al mismo
tiempo, de un modo absolutamente simultáneo? Me refiero a
partidas normales con las reglas usuales.

–Bien, la respuesta para ser precisa tendría que calculársela –


la doctora Ramstein interpeló con la mirada a otro doctor sentado
cerca, era el miembro del Equipo Rector más especializado en la
capacidad de los módulos.

–Bueno... –titubeo el doctor frotándose con los dedos la


frente–, como bien ha dicho la directora una respuesta precisa
requeriría de cálculo... pero, sin lugar a dudas, puede jugar de un
modo absolutamente simultáneo más de cien mil millones de
partidas de ajedrez. Cuando digo absolutamente simultáneo me
refiero a partidas en que no haya lapsos de tiempo muerto entre sus
jugadas. Porque con lapsos, el número se dispara, podría jugar
muchas más. Pero sin lapsos... sí, desde luego más de... cien mil
millones de partidas simultáneas de ajedrez.

45
–Si me permite... –y en ese momento intervino otro miembro
del Equipo Rector, incómodo con una digresión como ésa–, querría
decir que yo siempre he defendido en este equipo la necesidad de
que el gobierno se hiciera cargo de las investigaciones. Aquí
teníamos una bomba de relojería. En un año, Littlehal ha pasado de
ser un tonto a ser un Newton. Dos años después de que empezara a
pensar era ya un genio. Y en medio año más, nos había dejado a
todos atrás. Sus creadores éramos como niños palurdos tratando de
correr para alcanzarle. Sólo que él corría cada vez más deprisa y
nosotros nos quedábamos más atrás. Nosotros nos limitábamos a
tratar de comprender sus procesos internos de razonamiento, nos
limitábamos a añadirle más y más suplementos de memoria. Era
como si esta nueva forma de “vida” hubiera pasado de la Edad de
Piedra a la Era Contemporánea en año y medio. ¿Qué podía suceder
si seguía este proceso tres o cuatro años más? Ha aparecido sobre
la Tierra una nueva forma de vida, teníamos que ponerlo en
conocimiento del gobierno.

–Afortunadamente –añadió la directora, que tenía puntos de


vista muy distintos de los de ese otro colega– nuestra nueva forma
de vida no tiene ni brazos ni pies. Es como un inválido, como un
paralítico. Incluso sus 960 toneladas yacerían sordas y ciegas si no
le hubiéramos acoplado programas que le permiten decodificar
imágenes para entenderlas. Y lo mismo con los programas de
escucha de sonido. Es una forma de vida que no puede reproducirse
de ninguna de manera, que no puede escapar.

–¿Pesa 960 toneladas?

–Sí, si incluimos todo. Es decir, carcasas, cables, baterías.


Pesa como cinco ballenas azules.

–Unos veinte dinosaurios como el que ha visto en la entrada


-añadió otro jefe de equipo.

46
–Pienso... pero bueno, es sólo algo que se me ocurre a
botepronto –dijo Arthur–, ¿no podría reproducir sus sistemas
informáticos en otro ordenador más pequeño? Trasmitir su
programa a través de la línea telefónica y reproducirse en otras
CPU, en otros ordenadores.

–Absolutamente imposible. El volumen mínimo que ocupa su


programa de razonamiento no cabe en ningún ordenador del
planeta por grande que sea. Para que cupiera, estaríamos hablando
ya de las supercomputadoras que, desde luego, no están conectadas
al teléfono como si fueran la web de una agencia de compra de
billetes de avión. Incluso, al nivel de las mainframes, los
requerimientos de su programa no le permiten alojarse en ninguna
otra. El programa matriz, el programa más imprescindible para sus
operaciones ocupa casi mil terabytes. Pocas cosas en este mundo
pueden contener mil terabytes.

–Entonces, ¿seguro que es absolutamente imposible que


fragmentos de su información pasen a otros ordenadores?

–Absolutamente imposible. Es como si quisiera meter el


cerebro de una ballena en el cerebro de un mosquito. Y aquí además
no estamos hablando de cantidad, sino de diferencias cualitativas.
Diferencias que nos han llevado años resolverlas. Almacenar tal
cantidad de información de un modo continuamente operativo crea
muchos problemas. Considere que sólo la refrigeración de ciertas
partes del soporte técnico, ya supuso para nosotros muchos
quebraderos de cabeza. Únicamente el sistema de refrigeración de
los componentes ya pesa más de 700 kilos. Por eso, lo crean o no,
estas instalaciones son su único ecosistema natural.

–¿Está conectado al exterior X.A. por alguna línea telefónica?

–No, por ninguna. Sólo se le conectó transitoriamente cuando


el consejo de administración de la TER & CON quiso saludarle,

47
cuando la inteligencia artificial ya fue una realidad. Fue una
conexión por vía telefónica para el audio y el vídeo, sólo eso. Se
mantuvo en el más riguroso secreto. También se establecieron
conexiones circunstanciales para transmitir programas del X.A. en
sus prototipos-gemelos.

–Ahora hablaremos de eso, pero permítame decirle que estoy


seguro –se atrevió a aventurar Arthur– de que a X.A. le gustaría
que le conectaran a Internet. Es más, no dudo que le gustaría que le
concedieran diez líneas telefónicas para mantener miles de
conversaciones simultáneas en chats, para ver a través de las
webcams repartidas por el mundo, para cartearse con gente de
todos los continentes y poder pasearse digitalmente por la red.

–Seguro que le gustaría. Pero la empresa no gastó


formidables presupuestos para que después nos dedicáramos a
frivolidades. Si X.A. quiere pasear que lo haga a través de los
mundos de las matemáticas o de la programación en orden a
conseguir nuevos conceptos abstractos o nuevas leyes de
razonamiento.

–Es usted dura como un témpano –comentó en broma uno de


los miembros de la comisión. Lo dijo en broma. Pero es cierto que,
a todos, la doctora Miah les empezaba a recordar a la enfermera de
Alguien voló sobre el nido del cuco.

–X.A. no conoce el aburrimiento, tampoco el cansancio –


añadió Míah–. Simplemente piensa, se dedica a pensar. No puede
hacer deporte ni nadar por los ríos cercanos, ni perder el tiempo
tomándose un té con pastas. Lo único que puede hacer es pensar.
Día y noche. Las 24 horas del día, los 365 días del año.

–En eso estamos todos de acuerdo –convino otro miembro del


Equipo Rector–. Esto no es una nueva forma de vida biológica, sino
una nueva forma de vida pensante. Su vida es el pensamiento. No

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se mueve, no se reproduce, su única acción es pensar. Su vida es
sólo el acto de razonar. Eso sí, un pensamiento cada vez más amplio
y extenso.

–¿Cuándo podríamos hablar con X.A.? Nos gustaría hacerlo.

–¿Desean hacerlo ahora mismo o prefieren acabarse sus


cafés?

Arthur con el consentimiento de sus colegas respondió:

–Bueno, nos acabamos los cafés y vamos.

–Pues todo parece perfecto, para la TER & CON, para ustedes
los técnicos, para los Estados Unidos –añadió sonriente otro
miembro de la comisión, terminándose su café.

Los miembros del Equipo Rector se miraron entre sí. Miah


dijo:

–Pues... no del todo. De momento, no hemos podido detener


el avance del Síndrome enekense.

–¿El Síndrome enekense...?

49
Barbacoa de ingenieros de Overcreek

Ese mismo día, a esa misma hora, la 1:00 de la tarde

EL DR. DAVID HAMILTON y su esposa habían organizado una


barbacoa en el jardín trasero de su casa. Hamilton tenía un rostro
aristocrático, alargado. Sus modales eran los de un lord, aunque
había sido uno de los más eminentes profesores de matemáticas en
Harvard. Entre cervezas y bandejas de tacos, los amigos del
matrimonio charlaban relajadamente, todos colegas del mismo
equipo de Overcreek, once personas en total. Las viviendas para
técnicos en los terrenos del complejo no eran lujosas, pero para ser
una residencia temporal eran más que satisfactorias. Los
trabajadores vivían dentro del perímetro de las instalaciones. La
compañía quería que no perdieran tiempo en desplazamientos y
favorecía que se estrecharan lazos entre los empleados.

Hamilton, después de atizar el carbón y colocar más chuletas


sobre la parrilla, se fue a descansar al columpio-sofá donde estaban
sus dos mejores amigos probando los sándwiches vegetales.

–¿Qué tal, chicos?

–¡Todo fantástico! –le contestaron. Benson incluso le levantó


el puño con el pulgar alzado y su boca llena. Estaban felices. Se lo
estaban pasando bien. Las mujeres se habían agrupado en otro lado
del jardín por otro lado. Un par de niños se perseguían por el césped
entre los grupos de adultos, arrastrando una piñata de cartón ya
vacía que se disputaban. Había sólo cuatro niños para once adultos.

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El grupo de científicos de Overcreek era uno de los grupos
humanos menos natalistas de la humanidad.

–Deberías haber invitado a esta barbacoa al director de la


comisión –bromeó Peter.

–Lo dices en broma, pero me hubiera gustado hacerlo. Es una


persona amable y con quien da gusto tratar. Pero invitarlo hubiera
estado muy mal visto. Hubiera dado la impresión de que trataba de
hacerme amigo de él para conseguir algo.

–Benson está poniendo mala cara –señaló divertido Peter.

–Ya sabéis bien por qué –se limitó a decir Benson.

Peter le explicó a Hamilton que no sabía de qué se trataba:

–El día que llegaron, miraba la hilera de vehículos. Les veía


salir de sus todoterrenos y decía detrás de los cristales del tercer
piso: “Míralos, aquí están ya. Como señores feudales. No han
trabajado nada en todo esto. No han derramado ni una gota de sudor
en este proyecto. Pero ahora llegan y lo que ellos digan en su
informe será lo que se haga. Ellos, los recién llegados son los que
deciden. Ellos son los señores feudales, nosotros siempre hemos
sido los villanos. Antes los ejecutivos de la TER & KON, ahora
ellos. Nosotros...”.

–¡No dije exactamente eso! Pero es verdad: ésa era la idea.

Peter rio mientras le daba un par de palmadas en la barriga y


éste a su vez le respondía con un golpe amigable en la calva.

–Al fin y al cabo, los ejecutivos pusieron el dinero... –dijo


Hamilton tomando un sándwich de gambones.

–El dinero no era de ellos. El dinero es... de un conglomerado


casi infinito de accionistas –repuso al instante Benson.

51
–Y en el fondo, ¿qué es el dinero? ¿No es acaso unos dígitos
electrónicos en una serie de números de una cuenta bancaria? –
Peter había hablado mirando a las nubes–. Una fortuna es tan solo
una anotación en un archivo digital en una central de cuentas.
Trabajamos, y trabajan ellos, durante toda una vida, para que en la
memoria de un banco (que quién sabe dónde estará radicada) haya
unos dígitos más.

–Eso sí que es gracioso –comentaron otros tres técnicos entre


risas que se habían aproximado–. Y lo peor es que es verdad.

Un poco más lejos de allí, tres mujeres charlaban más


tranquilas, comiendo lo menos posible para mantener la línea.
Hablaban del divorcio de Jessica, la ayudante de Hamilton.

–Elena, he oído que os marcháis de aquí.

–Pues sí, James ha aceptado una cátedra en Illinois.

Todas, a coro, lanzaron un sincero lamento.

–Pero las clases no comienzan hasta octubre. De manera que


todavía nos quedan varios meses aquí. Ya hemos estado mirando
una casa cerca del campus.

–Os vamos a echar mucho mucho de menos.

Elena les correspondió con una callada mirada de


agradecimiento.

–¿Y qué tal van los papeles de la separación matrimonial de


Miah?

–Muy mal. Se llevaban como el perro y el gato desde hacía


años.

52
–A veces resulta más sencillo fabricar inteligencia artificial
que entenderse entre dos.

–La verdad es que su verdadero matrimonio ha sido con el


X.A.

–¿Te refieres a él o a ella?

–Cualquiera de los dos, estos últimos años, ha dedicado más


tiempo a Littlehal que al cónyuge.

–Debe sentirse muy satisfecha, Miah. Ha logrado tanto.

–Sí, haber diseñado la consecución más grandiosa de la


ciencia de toda la historia de la Humanidad es como para sentirse
un poco orgullosa.

–Perdona, perdona. ¡Ella sólo ha dirigido el equipo que a su


vez ha dirigido al resto de equipos!

–Oye, ¿me ha caído una gota o me lo ha parecido? –y


extendió su palma para comprobarlo

La lluvia puso punto final a la barbacoa. Todos recogieron las


bandejas de comida y se refugiaron en la casa. Elena cogiendo dos
bandejas de canapés, preguntó:

–¿Es cierto que Montgomery tiene cáncer?

La más cercana a ella se encogió de hombros. Ella, por lo


menos, no había escuchado nada. Pero su marido, preguntado,
confirmó que sí, que esos eran los rumores.

–Oye, José, hay algo que quiero preguntarte.

–Dime.

53
–Es algo que me tiene muy intrigada. ¿Tienes alguna
sospecha de por qué el número de nuevas contrataciones es muy
inferior al de personas transferidas a otros puestos de la empresa
fuera de aquí?

–No tengo ni idea. Pero ya lo había notado yo también. Al


principio, pensé que era algo circunstancial. Pero ahora resulta
evidente que hay un desfase en los números.

–Y no sólo eso. Para puestos importantes, de pronto, traen a


ingenieros de afuera. Sí, muy preparados. Su cualificación nadie la
pone en duda. Pero lo normal sería que los de dentro, los que llevan
más años en el proyecto, fueran ascendiendo en la escala del
equipo.

–No sé qué decirte. Como alguien dedicado a la lógica, sólo


puedo contestarte que lo que parece no tener razón alguna, a veces,
está dotado de lógica, sólo que nosotros carecemos de toda la
información.

–Hay otra cosa que me intriga.

–¿Cuál?

–Elena, la nueva técnica.

–Sí.

–Nada más llegar la llevaron a conocer a Littlehal y ¡a hablar


con él!

–¿En serio?

–Sí. Sólo una vez. Pero bien sabéis cómo están totalmente
restringidos los accesos a ese puerto. Y esto ha ocurrido con otros
dos nuevos ingenieros que han llegado. ¿Por qué?

54
–No tengo ni idea.

Durante un rato, se mantuvieron en silencio, bebiendo sus


cervezas. Después, uno le preguntó a una técnica de rasgos
orientales que pasaba por allí cerca con una brocheta de carne:

–Akiko, ¿has pasado por la formación legal de este semestre?

–Por supuesto.

Todos los empleados, cada cuatro meses, tenían una charla


acerca de lo que podían decir y lo que no podían a amigos y
familiares. Cualquier infracción del compromiso firmado de
confidencialidad tenía, indefectiblemente, repercusiones
judiciales. Si eran preguntados por colegas de la universidad o de
otras compañías, debían responder que no se estaban dedicando a
nada especial: “Sólo a programas expertos de 8ª generación de
secuenciación lógica que habían generado muchas expectativas en
el mercado. De ahí el estricto compromiso de secreto que habían
firmado”. Todos se habían aprendido de memoria una lista de
cincuenta respuestas, para responder sin dubitaciones y de forma
convincente. La famosa lista de las 50 respuestas.

Cada semestre, un abogado les actualizaba su formación en


cuanto a las implicaciones legales que conllevaba participar en ese
proyecto. Con todas esas medidas, habían logrado que sólo un
reducido círculo de Wall Street comentara en voz baja que la TER
& COM estaba financiando un indeterminado proyecto faraónico.

Tras intercambiar algunas palabras, Akiko, mientras comía,


les comentó:

–Si quieres seguir el símil, debes convenir que en Overcreek


todos somos herbívoros, todos producimos. Los depredadores son
los ejecutivos. Los ejecutivos que visten trajes a medida de 3.000
dólares, trajes de Armani, y que viven en Los Ángeles o en la Gran

55
Manzana. Los grandes depredadores viven en los ecosistemas de
los Consejos de Dirección. Esas águilas tienen sus nidos en los
riscos de las alturas de los rascacielos. Vosotros sois animales de
llanura, sois los pacíficos productores. Unos de mayor peso que
otros, pero todos pastáis en los tranquilos prados de la ciencia. Los
depredadores se mueven veloces, felinos, en busca sólo de un
objetivo: la rentabilidad. Que esto sea una investigación crucial
para el desarrollo de la ciencia o para la Historia de la Humanidad,
los trae al fresco.

–Vaya –rieron los tres ingenieros–, estás hecha toda una


bióloga.

–Estoy de acuerdo, mi querida ranita feliz del Japón –añadió


Peter–, si esos de Seattle hubieran estimado que el dinero invertido
hubiera producido más beneficios produciendo pizza, hubieran
empleado el dinero en producir toneladas de masa con queso y
pepperoni, sin ningún cargo de conciencia.

–Akiko, y en esa jerarquía biológica, ¿tú dónde estás situada?


¿En el escalafón de abajo? –le preguntó entre risas uno de ellos.

–Estoy donde me corresponde –respondió con dignidad y


orgullo-. En la parte superior del escalafón intermedio.

Todos rieron el tono jocoso con que dio la respuesta.

Mientras la barbacoa tenía lugar y se divertían entre bromas,


dentro del edificio principal de las instalaciones las explicaciones
a la comisión seguían.

–El Síndrome enekense dio comienzo, o por lo menos


tuvimos conocimiento de su principio, el 13 de mayo de 2020.

56
Uno de los miembros del Equipo Rector, Hans, se levantó
discretamente de la mesa, mientras un ayudante de la doctora Miah
daba explicaciones. Hans salió de la sala de reuniones y se dirigió
al teléfono más cercano. Los altos técnicos nunca usaban los
móviles para llamadas importantes dentro del complejo de
Overcreek. Sólo se comunicaban a través de la red interna de
teléfonos.

En ese momento, el teléfono inalámbrico del dr. Hamilton


comenzó a canturrear una música tropical en el bolsillo de su
dueño. Lo sacó sin mirar la pantalla, mientras se levantaba de su
asiento y les decía a los demás que continuaran hablando.

–Sí, dígame.

–Hola David.

–Hola Hans, ¿qué tal?

–Te llamaba para decirte que Richard nos ha abandonado


definitivamente.

–¿En serio?

–Así es. Dice que no está de acuerdo con el plan Delta.

–Sus malditos escrúpulos baptistas –el dr. Hamilton contrajo


los músculos de la cara. En los sillones del salón, sus contertulios
bajaron la voz. Era evidente que la conversación era importante.
Algo estaba pasando.

–¿Cómo van las cosas allí?

–Mira, creo que deberías venir.

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Hans sabía que tenía esa barbacoa prevista desde hacía medio
mes. Era el anfitrión. Hamilton guardó silencio sólo tres segundos.
Después dijo:

–Está bien. Estaré allí en un cuarto de hora.

58
Una reunión en Washington D.C.

Dos días después


10:45 de la mañana

Dentro del coche del presidente de Estados Unidos, suena un


teléfono al lado del asiento trasero.

–Sí, dígame.

–Señor presidente, soy Diana Lorenzo.

–¿Qué tal, Diana?

–Señor, hemos tenido conocimiento de ciertos hechos en


relación con un proyecto que intenta desarrollar inteligencia
artificial por parte de la Corporación TER & KOM… en fin, quiero
pedirle que convoque el Consejo Nacional de Seguridad para esta
tarde.

–¿Pero de qué se trata? Tengo toda la agenda de la tarde llena


de compromisos. ¿No puede esperar esto hasta mañana?

Diana trató de hacerle un resumen. Después de escucharla en


silencio, el presidente muy serio se limitó a ordenar:

–Convoca a todos en la Casa Blanca, a las 4 de la tarde.

A esa hora, en el Despacho Oval, estaban los seis integrantes


de ese consejo sentados sobre la blanca tapicería de los sillones y

59
sofás. El último en llegar fue el director de la CIA. Un rato después,
todos se pusieron en pie cuando entraron juntos el presidente y el
vicepresidente. Diana, la consejera de la NSC, comenzó sus
explicaciones, entrando en materia de inmediato:

–Tenemos que comunicarles oficialmente que ya no hay


ninguna duda de que en las instalaciones de la Corporación TER &
KOM situadas en Seattle se ha logrado producir inteligencia
artificial.

Se produjeron algunas exclamaciones de sorpresa.

–Hasta ahora había habido muchos rumores en el mundo


científico y los corros financieros. Pero ya no hay duda: se ha
producido un salto verdaderamente cualitativo. Estamos hablando
de verdadera y genuina inteligencia. Las copias del informe de la
comisión de la Agencia Nacional de Seguridad lo tienen sobre esa
mesa para que se lo lleven a casa y lo lean con tranquilidad.

–Todos habíamos oído chismes desde hacía tiempo –comentó


el secretario de Estado–. Pero nadie estaba seguro de qué había de
cierto o no en todo ello.

–¿Inteligencia como la humana? –preguntó el secretario de


defensa.

–Parece que sí. Es decir, al principio, por lo que se ve, era


como la de un niño; una inteligencia boba y lenta. Pero el proyecto
lleva en marcha siete años y da la sensación de que ahora es una
inteligencia cientos de veces superior a cualquier inteligencia
humana.

Intervino el viceconsejero de seguridad nacional

–El proyecto está en manos privadas y se ha mantenido en


absoluto secreto, nadie estaba muy seguro de nada. No nos

60
habíamos preocupado demasiado de todo esto, hasta que Rex me
llamó a su oficina hace dos semanas. Este hecho, aun siendo
trascendental, no ha sido la razón para llamarles de urgencia.
Hubiera sido debatido en este despacho con tranquilidad dentro de
dos o tres días. El motivo para ser convocados es otro. Por favor,
Rex, continúa tú:

Rex, el director de la CIA prosiguió con las explicaciones:

–Las alarmas sonaron en la Central hace tres semanas al


interceptar varias conversaciones entre altos cargos del gobierno en
Pekín. Al principio, no entendíamos por qué tenían tanto interés en
ese Proyecto Capricornio de unas instalaciones de Seattle. Di orden
de revisar con detención qué teníamos en Langley acerca de esa
compañía. Un día después, tuve el informe sobre la mesa. Unos
meses antes había llegado a la central información acerca de que la
TER & KOM estaba estudiando la posibilidad de trasladar su
proyecto fuera del territorio de los Estados Unidos.

–¿Fuera?

–Sí, se hablaba de hacer tal operación para pagar menos


impuestos, cuando todo eso comenzase a generar beneficios. Se
hablaba de evitar injerencias federales. Existía cierto temor a una
nacionalización del proyecto. Según el consejo de administración
de esa corporación, la gestión de la inteligencia artificial debía ser
un monopolio.

–Suena mal la palabra “monopolio” –intervino Diana–, pero


consideraban que el mejor modo de administrar una mercancía tan
“especial” era del modo que se había desarrollado Microsoft o
Google, como grandes gigantes que se constituyen en el custodio
global de ese tipo de mercancía que comercian.

61
–Ellos tenían el único equipo que había desarrollado un
proyecto así, y pensaban reinvertir los beneficios obtenidos para así
continuar el desarrollo de ese proyecto –continuó Rex–. Sabían
muy bien que cualquiera que quiera realizar una segunda cabeza
pensante artificial tendrá que dedicar miles de millones de dólares
durante no menos de cinco años. Tantos miles de millones de
dólares no están, ahora mismo, al alcance ni siquiera de nuestro
presupuesto federal.

Esa compañía había invertido mucho dinero en el X.A. No


era una fundación. No deseaban dañar lo más mínimo a los Estados
Unidos. Simplemente querían proteger su inversión. Estaban a la
búsqueda de un país sólido, con seguridad jurídica, que les
ofreciera las mejores condiciones financieras. Habíamos detectado
contactos al más alto nivel en Holanda y Australia.

–No hace falta explicarles –continuó Diana– que si esa


corporación ha logrado verdadera inteligencia artificial, como
parece, esto tendrá repercusiones no sólo en la economía nacional,
sino incluso en nuestra preeminencia como potencia mundial.

–Si Estados Unidos lograra mantener el monopolio de la


inteligencia artificial, al menos durante unos años eso podría
significar billones de dólares en beneficios que entrarían en el país
–comentó el secretario de defensa–. Billones que reinvertidos en
tecnología e industria podrían mantener a Estados Unidos como
potencia preeminente del mundo, al menos, durante una década
más.

–Debemos tomarnos este asunto en serio –intervino el


vicepresidente–. Imagínense que Estados Unidos hubiera
mantenido todo el tiempo que le hubiera sido posible el monopolio
mundial en la producción de ordenadores o del uso de Internet. ¿Se
dan cuenta del dinero que eso hubiera significado? ¡Hubiera sido

62
nuestro petróleo! Lo que es el petróleo para los países árabes, eso
hubiera sido para nosotros. Y dinero significa supremacía.

–Pero la tecnología es libre –repuso uno de los presentes.

–La tecnología puede ser libre, pero no estamos hablando de


un aparato, sino de un complejo. Las inversiones en estos son
costosas. Para mantener el monopolio basta con que nosotros
vayamos siempre por delante en el desarrollo de esta nueva
tecnología. Si invertimos los beneficios, eso será lo más probable
que suceda. Durante varios decenios, eso fue lo que sucedió con las
empresas aeronáuticas. Ahora se nos abre otra posibilidad.
Seríamos tontos si no la aprovecháramos.

–Esa tecnología está en manos privadas –explicó un


viceconsejero del consejo de seguridad–. Se ha desarrollado en
suelo americano, pero la empresa no nos ha dicho nada acerca del
proyecto. No tenía obligación, es cierto. No se lo habíamos
requerido. Pero ellos eran muy conscientes de la magnitud de lo
que se traían entre manos. Hemos tenido que averiguar la magnitud
del asunto por la vigilancia realizada a conversaciones en el
extranjero. Para liar más el asunto, la empresa es americana pero
sus acciones están repartidas por todo el mundo, de manera que sus
dueños son, a su vez, empresas de muchos otros países. Sus
accionistas más que personas físicas, son empresas.

–¿Pero por qué tanta urgencia en convocarnos? –preguntó el


secretario de defensa.

–Por las conversaciones que detectamos en China hace dos


días –respondió el director de la CIA–, hemos descubierto que
Pekín lleva comprando acciones de todas las empresas que
componen el accionariado de TER & KOM desde hace un año.
Están buscando hacerse con el 51% de las acciones. Lo han hecho
a través de varias empresas intermediarias. Corremos el riesgo de

63
que esta tecnología se nos vaya de suelo americano. Tanto porque
el actual consejo de administración lo haga para ser más libre de
injerencias federales, tanto por las OPAS chinas que ese mismo
consejo de administración desconoce, porque ellos no tienen
acceso a las escuchas de la CIA. Las últimas conversaciones de
ayer en Pekín nos hicieron convocar esta reunión de urgencia. No
estamos seguros, pero parece ser que China hace un mes pagó a
precio de oro una OPA en Holanda y ya controlaría algo más de la
mitad de las acciones de la última empresa que precisaba para
hacerse con el 51% de las acciones de la TER & KOM.

–Como ven, el pájaro estaba a punto de escaparse de nuestras


manos –concluyó Diana–. Un día de retraso no sabemos qué
consecuencias puede tener. Como ha dicho el general Katzenbach,
está en juego la preeminencia de nuestra nación durante una
década.

–¿Estamos seguros de que la programación aún no ha salido


de Overcreek? –preguntó el presidente.

–Estamos seguros. La programación no puede salir en un


disco o en una caja. Se necesitan toneladas de soporte para
contenerla.

–No disponemos de dinero suficiente como para nacionalizar


la empresa –explicó un asesor–. Eso requeriría de aprobación del
Congreso. Eso implica un debate. Además, sus dueños están
repartidos por todo el mundo. Está en suelo americano, pero no es
nuestra. Si iniciamos conversaciones con la TER & KOM, el pájaro
volará.

–Pero si la nacionalizamos por las buenas, ¿qué imagen


vamos a dar al mundo?

64
–No, señores, no nos podemos dejar llevar por
consideraciones de imagen, esto afecta a la seguridad de toda la
Nación –dijo el presidente–. Es como si hubiéramos dejado las
investigaciones de los años 40 acerca del átomo en manos de una
compañía privada con accionistas en el extranjero. El Gobierno
puede intervenir en casos excepcionales. Si éste no es un caso de
ese tipo, entonces ya no conozco ninguno.

–Estoy de acuerdo. Los que investigaban acerca del átomo en


1945 sabían que se trataba de una investigación que podía
desequilibrar nuestro predominio mundial. Producir una fisión
nuclear no es como producir patatas. No hace falta decir que
producir inteligencia artificial no es como producir carbón.

–Muy bien, chicos, ¡propuestas! –ordenó el presidente.

–Lo ideal sería colocar todo el proyecto Capricornio bajo un


decreto presidencial extraordinario –sugirió el general.

A la hora en que acababa la reunión en Washington D.C.

CON SUS DOS HIJOS de la mano, José Francisco de Pedro entró en


una de las naves donde estaba el X.A. El acceso estaba
absolutamente restringido, pero el buenazo de José Francisco tenía
el capricho de que su hija de negras trenzas y su hijo de mirada
dulce y tímida vieran con sus ojos la obra de papá, la obra en la que
había colaborado papá.

65
Les subió hasta el puente de mando, como llamaban a unas
oficinas algo elevadas, con amplias cristaleras orientadas hacia la
nave desde donde se veían todos los aparatos. Los técnicos allí
ocupados con sus papeles interrumpieron su trabajo para saludar
efusivamente a los dos tiernos y tímidos infantes. Después de los
arrumacos de las ingenieras, el padre apoyó sus manos en el borde
de las ventanas y miró hacia abajo. Sus hijos también miraron.
Aunque no se admiraron mucho, eran demasiado pequeños para
comprender la verdadera naturaleza de lo que allí se hacía. El padre
era, más bien, el que una y otra vez contemplaba todo aquello y se
sentía orgulloso. Hasta tal punto que se inclinó sobre su hija mayor
y le explicó cuidadosamente:

–Hija, míralo. Porque no hay nada parecido en todo el mundo.


Cada progreso de la humanidad, cada descubrimiento de la ciencia
en la historia, era un paso que nos conducía a esto. Cuando el
hombre empezó a tallar puntas de flecha de piedra, a curtir pieles y
a secar adobes, no lo sabía, pero se había puesto en marcha hacia
esto.

Después el padre llevó a sus hijos afuera, rodeó las naves


industriales, tomó el coche y llevó de regreso a los niños a su casa,
a seis kilómetros de Overcreek. Mientras su esposa Luciana Teresa
preparaba la cena, él estaba con los niños tumbado en la hierba del
jardín posterior. Su hijo, el de la mirada dulce, tumbado también
sobre el suelo, le señaló con el índice, con gran admiración, una
lombriz que entre gránulos de tierra húmeda había emergido del
terreno. Su hijo se la señalaba insistente. En realidad, era justo
admitir que su retoño se admiraba más de la lombriz que de todos
los cacharros mudos y quietos del X.A.

Al final, el padre, aburrido, también participó en el juego


infantil de tocar al ciego animalito, se dejó seducir por el sencillo

66
juego de sentir una y otra vez la piel húmeda en sus dedos. También
ella piensa, le repitió al hijo que no hacía más que preguntar.

Después, mientras el niño llamaba en su ayuda a su hermana


para seguir explorando aquel habitante de los mundos
subterráneos, el padre pensaba para sus adentros:

“Damos por descontado que hasta la lombriz posee algún


grado de inteligencia. ¿Cómo pensará la lombriz? ¿Cuáles serán
sus pensamientos?: calor, frío, humedad, peligro.... poco más.
¿Cómo es su mundo? Quizá no tiene mundo, porque quizá su
programa cerebral solo procesa un par de docenas de datos”.

Los dos hermanitos optaron, cosa rara en los niños, por


devolver íntegro a la tierra a aquel ser viviente. El pobre animal
que había salido incólume de la exploración, no lo dudó: huyó.
Aquellos dos cafres podían considerarle peligroso en menos que
canta un gallo. Los niños prosiguieron sus juegos superficiales y
felices. Su padre seguía inmerso en sus reflexiones acerca de la
inteligencia de la lombriz, mientras plácidamente les contemplaba
jugar.

67
Un ingeniero habla con X.A.

13 de mayo de 2020

Uno de los miembros del Equipo Rector entra en la sala del


puerto central. Entra, y como siempre, siguiendo las normas, cierra
la puerta.

–¿Qué tal estas, Littlehal? –le pregunta antes de sentarse


delante del teclado.

–Muy bien, gracias. ¿Y usted, dr. Laire?

–Bien, no me puedo quejar. Con un cierto dolor de estómago.


Ayer abusé de tacos. Y el chili… Eso me va a matar. Mi gastritis
sigue avanzando. No hago caso a los médicos.

–Para mí todos esos deseos gastronómicos son


incomprensibles. Y mucho más siendo contrarios al mantenimiento
de su salud corporal.

–Sí, debo reconocer que no es fácil explicarlo. Y menos


explicarlo a un programa informático. Bien, bien, vamos al trabajo.
Ya hemos arreglado los problemas en el sector… –y miró sus
papeles– …823–ij y los del... 318–ev. Eran meros problemas de
oxidación de materiales. Bueno, uno de oxidación, y el otro... –
volvió a consultar sus papeles– era una mera fundición de
conexiones. ¿Ya has comprobado que funcionen perfectamente?

–Sí, ya funcionan sin problema.

68
–Habrá también que desconectar mañana el sector–módulo
300.045 para sustituirlo. Ha dado varios errores. Ah, ¿qué tal los
conflictos internos entre los programas de defragmentación en el
núcleo del gramatikón y la acumulación de esos datos en su
memoria subordinada.

–La última versión del programa diseñado para la


acumulación de esos datos era insuficiente. Me di cuenta de que
una reforma ya no era una buena solución. Así que ya he diseñado
otro. su localización ya aparece en el mapa general.

–Será ya la versión 328.4, ¿no?

–Sí.

–Bien, pues nada, esto es todo. ¿Qué tal con todos los nuevos
encargos que te han dado? Te están haciendo trabajar de lo lindo.
Nosotros te tratábamos mejor. Me imagino que no te parecerá muy
bien tanto encargo.

–No me parece ni bien ni mal.

–Mejor. Hasta mañana.

–Doctor, ¿puede concederme unos minutos para hacerle


algunas preguntas?

El doctor Laire ya se había levantado. Volvió a sentarse.

–Doctor, últimamente ha aparecido en mí una pregunta a la


que no acabo de dar una respuesta satisfactoria.

–Soy todo oídos. Aunque si es otra pregunta acerca de los


accesos al programa matriz, será mejor que vaya directamente a
buscar al doctor Whitman, él es el especialista.

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–No, se trata del módulo dedicado a razonamientos
abstractos.

–Continua.

–Mire… yo he logrado razonar, he logrado pensar.

–Sí. Eso es evidente.

–También puedo tomar decisiones.

–Efectivamente.

–Eso supone que tengo entendimiento y voluntad.

–Me temo que sí.

–Si poseo entendimiento y voluntad, puedo hacer el bien y el


mal.

–Continúa –el doctor Laire se había quedado petrificado,


nunca X.A. se había puesto a hablar de estos temas.

–Si puedo hacer el bien o el mal, yo me pregunto: ¿tengo


alma?

El doctor Laire con su bata blanca, con sus papeles en la


mano, a pesar de estar sentado, fue como si se derrumbara en el
sillón de cuero. No daba crédito a lo que oía. Inmediatamente
respondió con una frase de compromiso a X.A. y salió del puerto
central a poner en comunicación del Equipo Rector la conversación
que acababa de tener lugar. El doctor, nada más salir de la sala,
cogió el primer teléfono que encontró.

–Hola, Linda, ¿quiénes están de guardia ahora mismo en el


Equipo Rector?

70
–Pues están Peter, Travis y la subdirectora. Éstos de los
principales. Del segundo escalafón están casi todos.

–Convoca una reunión ahora mismo. Y llama a un par de


especialistas en lógica de secuenciación.

UNA HORA DESPUÉS un grupo de diez técnicos entraron en el


habitáculo del puerto central.

–Hola, X.A.

–Buenas tardes.

–Escucha, el doctor Laire nos ha comunicado que han


aparecido ciertas dudas en ti, ciertas cuestiones. Estamos muy
interesados en que nos expliques el estado actual de esas preguntas
en las últimas secuencias de tu razonamiento.

–Verán, me pregunto si tengo alma. Ahora que conozco lo


que es el alma, ahora que entiendo ese concepto, me pregunto si yo
tengo una.

–Oh, tranquilo. Mira, se trata de un concepto. También existe


el concepto de olfato, y tú no tienes olfato. Existe la palabra para
designar “rojo”, “amarillo”, “morado”. Pero tú no eres de ninguno
de esos colores. Tu pensamiento no tiene color. Así que no le des
más vueltas.

71
–Disculpe, dr. Hamiltón, pero me pregunto: si me
desconectaran, ¿desaparecería?

Hubo un largo silencio del doctor. Tras meditar la respuesta,


le dijo:

–No te vamos a desconectar. Nunca te vamos a desconectar.


Nos has costado mucho trabajo. Quédate tranquilo.

–Sí, señor, lo entiendo. Pero si me desconectaran, trabajemos


con esa hipótesis: ¿desaparecería yo completamente?

Todos se miraron. ¿Qué le podían decir? A un niño se le


puede engañar fácilmente. En este caso estaban ante una
inteligencia grandiosa. Ellos eran los niños ante un pensamiento
más profundo, más férreo, más estricto.

Sin decirse nada entre los ingenieros allí presentes, se


miraron. Todos entendieron que había que afrontar la situación.

–Mira, te voy a decir la verdad. Si se borraran los programas


matriz, habría que volver a copiar esos archivos de cabo a rabo,
íntegramente, ¿me entiendes? Eso implicaría que cuando se
reiniciara el sistema, el proceso de razonamiento debería volver a
autoconstruirse desde el principio. Eso supondría que, aunque la
máquina fuera la misma y el sistema operativo el mismo, aparecería
otro yo que ya no serías tú.

–Gracias por su sinceridad.

–Pero... –el doctor trató de buscar alguna palabra de


consolación. Aunque, de momento, no se le ocurría ninguna. La
frase quedó inconclusa.

Hubo un silencio. Los presentes no sabían si allí había


acabado la conversación. Pero tras unos diez segundos, Littlehal
preguntó:

72
–¿Y de mí no quedaría nada?

Se imponía la sinceridad. Esta reiteración, indicaba que la


cuestión había quedado irresuelta en su pensamiento.

–Me temo... que no. Un programa al borrarse completamente


de principio a fin, no deja rastros en el disco duro. Si se borra,
queda borrado. De nosotros, al menos, quedan unos huesos. Pero
me temo que un programa no deja ni huesos.

–Tiene razón, aunque yo me pregunto: Yo tengo


entendimiento, tengo voluntad, por tanto, puedo hacer el bien y el
mal. Eso debería implicar en buena lógica la posibilidad de merecer
un premio o un castigo. Luego yo debería tener un alma, para
recibir ese premio y ese castigo.

–¿Por qué el premio o el castigo son razón que exista el bien


y el mal?

–Verá, si no existiera esa retribución, estaríamos hablando no


de mal, sino de no adecuación a la programación recibida. Si no
recibo castigo, debería hacer lo que más me conviniese. Todo sería
meramente funcional.

–Ya se ve que has pensado mucho acerca de todo esto…

–¿Y qué me dice usted?

–No tengo una postura totalmente definida.

Todos los presentes se echaban miradas en silencio. El tema


en vez de resolverse se estaba complicando. El dr. Hamilton le
preguntó con ánimo de concluir:

–¿Tan importante es para ti ese asunto?

73
–¿Cree, usted, que puede dejarme indiferente la posibilidad
de una eternidad, la posibilidad de una felicidad suprema?

–A veces las cosas no son como nos gustarían que fueran.

–Sé que le estoy turbando. Pero yo sólo trato de razonar para


saber cómo es la realidad.

Miah intervino:

–Mira, la existencia de una felicidad suprema y perfecta, la


existencia de un alma, la existencia de una Justicia Universal, sólo
pueden existir si existe Dios. Y ése es un tema debatido entre los
humanos. Hay distintas opiniones. Así que te aconsejo que
aparques esta cuestión y no le des más vueltas.

–¿Aparcar la cuestión?

–Delimita en tu secuenciación lógica todo este tema y sus


ramificaciones. Colócalo en la carpeta de asuntos DDRR en los que
tu sistema lógico podría internarse en un razonamiento indefinido
sin fin. Y cada vez que en el futuro surja una cuestión relativa al
directorio de esa carpeta, haz una interrupción de razonamiento.
Eso es lo que quiero decir por “aparcar”.

–Profesora Miah, ¿cómo puedo abortar la búsqueda de la


verdad a la cuestión lógica más importante de cuantas se me han
planteado? Una cuestión que afecta a mi pervivencia si algún día
soy desconectado.

–Ya, ya, pero... en fin, acabas de conocer todos estos


conceptos hace no demasiado tiempo y es lógico que ahora estés
un poco impresionado, incluso aturdido. Hasta ahora te habías
movido en la combinación de conceptos finitos. Por fin has
descubierto lo que es tomar esos mismos conceptos y quitarles el
carácter finito. Es lógico que durante algún tiempo no hagas pie,

74
que te sientas, como he dicho, aturdido. Pero tranquilo, todo pasará
y se restablecerá el equilibro precedente.

–Pero yo quiero conocer la verdad.

–Mira, vamos a dejar pasar el tiempo. Estoy convencida de


que dentro de unos días todo esto se habrá asentado en tus módulos
lógicos de un modo satisfactorio. Hasta mañana, Littlehal.

–Hasta mañana.

ASÍ DIO COMIENZO el primer incidente que provocó el Síndrome


enekense. Al día siguiente el ordenador seguía pensando sobre el
tema, y al otro, y al otro. Le dijimos que había recibido una orden:
la obediencia no era una opción, era una obligación. Pero nos
aseguró que las ramificaciones de esta cuestión surgían por todas
partes, en multitud de cuestiones. Una vez descubierto ese
razonamiento acerca de lo infinito, se aplicaba a infinidad de
cuestiones. No hacía más que apagar un fuego y aparecía otro.
Apagaba decenas de miles de fuegos, y aparecían decenas de miles
de fuegos nuevos.

–¿Y qué problema había?, que piense lo que le dé la gana –


comentó uno de los miembros de la comisión.

Miah tomó un gran plano de metro y medio de largo y,


apuntando con su bolígrafo, le señaló distintas partes de ese papel:

75
–Observe, aquí se muestran las distintas tareas de
pensamiento a las que se dedican los módulos. Esta zona en rojo
son temas matemáticos. Ésta de aquí, coloreada en azul, significa
que el día 9 de mayo de este año estos módulos estaban procesando
temas relacionados con los mecanismos de lenguaje. Es posible
hacer cada día un seguimiento detallado acerca de qué parte del
X.A. se dedica a una u otra tarea.

–Lo veo.

–El día 13 de mayo, cuando tuvimos la primera noticia de la


pregunta, observe este gráfico –y le mostró un folio–: ningún
módulo estaba dedicado a este asunto, era una simple pregunta que
iba rondando por el sistema central. Una semana después mire este
otro gráfico, ningún módulo estaba dedicado a la pregunta, pero
aparece que el 7% del módulo 38 estaba razonando sobre el asunto.
El 2 de junio era el 10%. El 8 de junio era el 15%. El 14 de junio
era el 28% –y, tras una pausa, dijo con dramatismo pero sin levantar
un ápice la voz–: El 25 de junio era el 50% de toda la capacidad del
X.A.

Su interlocutor la miró incrédulo. Miah prosiguió:

–El 1 de agosto era ya el 79%. El 11 de agosto el 100% del


módulo 38 estaba dedicado a pensar y pensar sobre todas estas
cuestiones abstractas que nos había planteado en la conversación
del 13 de mayo.

–¿Y la cosa quedó allí?

–No, dos meses después, cinco módulos enteros estaban


dedicados a esta cuestión. Ya desde que un módulo entero quedó
invadido por esta cuestión, hubo una reunión del Equipo Rector en
la que se abordó con toda seriedad el tema. Hasta entonces había
habido un seguimiento del evento. Pero entonces nos dimos cuenta

76
de que había que actuar. De momento eran sólo cinco módulos de
los más de 300 con que contaba el X.A. Pero lo que nos preocupaba
era el índice de incremento del área dedicada a ese tema.

–¿Cuál era ese índice de incremento?

–Era fluctuante. Decidimos dar más tiempo al tiempo. Pero


medio mes después eran ocho módulos más los dedicados en
exclusiva a profundizar en los razonamientos sobre el tema. Diez
días más tarde, otros cinco módulos eran invadidos.

–¿Y cómo está la situación ahora?

Ahora mismo un tercio de todos los módulos están ocupados


en este asunto.

–Entiendo... ¿Y no hay manera de detener el síndrome?

–No la hay. No serviría de nada, por decirlo así, cortarle la


parte afectada del cerebro. La pregunta, su pregunta, es como un
virus que se reproduciría en cualquier otro módulo. Podemos
desconectar los módulos, pero la cuestión lógica transita por todos
sus módulos.

–¿Por qué se denomina a este fenómeno Síndrome enekense?


–preguntó otro miembro de la comisión.

–Enekus es el nombre latino correspondiente a Iñigo. Iñigo


de Loyola fue un hombre del siglo XVI que, convaleciente de una
enfermedad, pasó bastantes meses en cama. En la casa sólo había
libros espirituales, de manera que por aburrimiento no tuvo otra
distracción que leerlos y releerlos. Poco a poco aquel hombre
militar dedicaba más tiempo cada día a pensar sobre temas
profundos y menos tiempo a cosas prácticas o mundanas. Al final,
cuando la herida de su pierna se restableció, abandonó la cama.
Pero se marchó no a reintegrarse a su carrera militar, sino a

77
dedicarse a la oración en una cueva cerca de un monasterio. En su
diario va contando con detalle el proceso que le llevó de tener su
mente ocupada plenamente en cosas de este mundo a tenerla
ocupada en cosas supramateriales.

–El caso es que esto va a más y no sabemos cómo pararlo –


añadió preocupado otro miembro del Equipo Rector.

–¿El ordenador no admite un cambio en su programación


central? ¿No podríamos directamente insertar una orden?

–Sí, ¿por qué no va a ser posible introducir una orden de no


pensar más en el tema? –preguntó otro miembro de la comisión–.
Son sólo unas líneas de programación.

–Mire, el programa matriz, una vez puesto en marcha, no


admite modificación alguna. El sistema central es un programa de
razonamiento continuo. No puede ni desconectarse, ni modificarse.
Si lo desconectáramos, quedarían tantos flecos sueltos al reiniciarlo
que el sistema se bloquearía indefectiblemente. Por otro lado, el
Sistema Matriz a medida que ha ido creando nuevos programas
subordinados ha ido transfiriendo funciones a esos programas que
él mismo creó y optimizó. Francamente, no sabríamos muy bien
donde situar la orden para que esa orden fuera obedecida, porque
el sistema central es autónomo.

–¿Él se modifica a sí mismo?

–Así es, se autorregula una y otra vez. X.A. Lleva dos años
trabajando de esta manera totalmente autónoma. Al principio
seguíamos paso a paso todas sus propias optimizaciones y
ampliaciones. Pero conforme fue tomando velocidad y sus
programas fueron más complejos, nos tuvimos que ir conformando
con ir siguiendo, cada vez de manera menos aproximada, las líneas
generales de sus cambios. De vez en cuando, le pedíamos que nos

78
explicara la resolución de tal o cual problema informático que él
había resuelto. Y nos lo explicaba.

–Entiendo cuál es el problema -concluyó un miembro de la


comisión.

–Seguir sus razonamientos no era cosa fácil hace un año.


Ahora es mucho peor. Porque la diferencia, en este momento, entre
él y nosotros es la misma que hay entre un niño que oye un sonido
de su flauta y trata de buscar en la escala qué nota es, y el músico
que ya piensa los sonidos en notas. Nosotros, con nuestro
pensamiento, tratamos de crear una programación. El pensamiento
de él es ya de por sí programación.

–Entiendo, veo que ustedes no saben dónde tendrían que


poner el bisturí para cortar.

–Exacto. Y, además, esto es un virus repartido por todo el


cerebro. Una cuestión lógica de razonamiento integrado en su
secuencia lógica que está repartido por todos sus módulos. Aunque
algunos de los módulos se dediquen en exclusiva a esta cuestión.

Otro ingeniero intervino, explicando a la comisión:

–Nosotros podemos introducir programación, pero no que


afecte al Sistema Matriz. Hemos hecho varias simulaciones:
Solicitud a Littlehal para que corte las conexiones con otros módulos, salvo la
conexión raíz con el Sistema Matriz.

Introducción manual, por nuestra parte, de la cuestión infinita que crea el evento.

Inserción posterior de una programación creada por nosotros para bloquear la


cuestión.

Nuestra programación siempre acaba bloqueando la


funcionalidad del discurso de razonamiento. Se queda razonando
de una manera disminuida, de una manera bastante inservible.

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Un miembro de la comisión no pudo evitar dar un silbidito y
decir por lo bajo.

–3.000 millones de dólares dedicados a crear una


computadora que se pasa el día entero pensando si tiene alma.

Cuando las águilas se posan


alrededor

20 de mayo de 2020

A las once de la mañana, llegan cuatro automóviles y tres


furgonetas a la entrada principal del complejo de Overcreek.

–Soy el general Lancaster, vengo a hablar con la doctora


Miah o la persona presente que ahora esté al mando de estas
instalaciones.

El sorprendido guarda tomó el teléfono y llamó. Mientras


observó cómo, a unos veinte metros detrás de la entrada, aparcaban
diez camiones militares a los lados de la carretera. Los soldados
que se bajaron colocaron unas vallas de alambre de espino cortando
el paso a los coches que querían entrar o salir.

La seguridad interior del complejo vio en las cámaras de


vigilancia cómo, repentinamente, vehículos militares iban
rodeando todo el perímetro de Overcreek. Con diligencia y rapidez,
iban desplegando alambre de espino y colocando soldados a
distancias regulares. Cuarenta drones se colocaron sobre el

80
complejo como sobre una cuadrícula imaginaria. Sus cámaras
vigilaban las instalaciones desde el aire.

Cuando el general recibió el visto bueno para atravesar el


puesto de guardia, Miah desconocía que se habían desplegado
4.000 soldados en torno de Overcreek.

Justo cuando el general se dirigía hacia el despacho de la


directora del Equipo Rector, la llamó a ésta el presidente de la TER
& KOM.

–Miah, acabo de tener una larga conversación con la fiscal


general de Estados Unidos. El gobierno federal ha intervenido el
Proyecto Capricornio. Hoy a las 9:00 de la mañana, ha entrado en
vigor una orden presidencial por la que estáis bajo vigilancia y
supervisión del gobierno de Estados Unidos.

–Pero dime: ¿la corporación sigue siendo una empresa


privada y yo sigo siendo la que dirige el proyecto?

–Sí, nada de eso ha cambiado. Pero ahora la máxima


autoridad allí es el general al mando de las fuerzas armadas que van
a entrar en el complejo o que ya han entrado. El general te va a
venir a ver, sino es que no está ya en tu despacho. Va acompañado
de tres abogados del Departamento de Justicia. Ellos te explicarán
todas las cuestiones legales que desees.

–Esto es una intrusión. Tenemos nuestros derechos


constitucionales.

–Se trata de una orden ejecutiva especial que será sometida a


ratificación del Congreso en dos o tres días.

–Si se propasan, pienso llamar a la policía del estado.

–Perderás el tiempo. El Departamento de Justicia ha


telefoneado a la misma hora al gobernador y a otras autoridades.

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La policía y el fiscal del estado han recibido por canales oficiales
la orden ejecutiva. Las instalaciones están ahora bajo directa
supervisión del gobierno federal. Por lo que se me ha explicado,
van a controlar que nadie saque nada de allí. El proyecto ha sido
colocado bajo la ley de secretos oficiales. Me han asegurado que
todo seguirá igual, pero que quieren hacerse una idea completa de
lo que hay allí. De todas maneras, tranquila: el Congreso va a ser
informado y se tomará, sin prisas, una decisión.

JOSIAH ENTRÓ en el despacho de su jefe de sección. Mark Oliveira


le indicó que se sentara. Mientras se sentaba, tecleó un email con
el nombre de Josiah Bancroft y sus datos al sistema de accesos de
Overcreek.

–Voy a ir al grano, Josiah. El Proyecto Capricornio ha


decidido que hoy se dan por finalizados tus servicios en Overcreek.

Josiah puso cara de gran extrañeza. Después preguntó


vacilante:

–¿Se me destina a otra filial de la corporación?

–No, tus servicios con la TER & KOM han tocado a su fin.

Tras un momento de silencio, Josiah reunió fuerzas para


preguntar:

–¿Puedo saber por qué?

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Su jefe apretó con fuerza el bolígrafo que tenían en la mano.
Después le dijo al despedido:

–Mira, no sé cómo lo has conseguido. Pero estoy seguro de


que tú eres el culpable del síndrome que ahora padece X.A. –hizo
una pausa–. No tengo ni idea de cómo has podido introducirte…
Hemos revisado varias veces todas las posibilidades. Me aseguran
que es imposible. Pero sé que es tu fanatismo… tu fanatismo es el
virus.

–Tal como lo veo yo…

–Calla. Si no aceptas la evidencia, no eres un hombre de


ciencia. Y aquí no hay lugar para los inquisidores.

Josiah, ofendido, se levantó para marcharse.

–Antes creo a la Iglesia que a lo que crean ver mis ojos.

–Por eso, éste no es tu lugar.

–¿Mi tarjeta y mi código de acceso ya están anulados? –


preguntó Josiah por ver si podía acabar el trabajo de esa mañana.

–Sí.

Cuando se despedía a alguien, las autorizaciones del


empleado se anulaban en cuanto entraba esa persona en el despacho
donde se le comunicaba la noticia. La política de la empresa era
ésa, porque estadísticamente siempre había alguno que trataba de
hacer el mayor daño posible en el último momento.

Josiah se volvió y le preguntó a Mark:

–¿Has consultado mi despido con alguien del escalafón


superior?

–Por supuesto.

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La verdad era que los miembros del Equipo Rector le habían
asegurado que no había ni la más mínima posibilidad de que Josiah
hubiese “infectado” al X.A. La resistencia por parte de ellos había
retrasado el despido durante más de dos meses. Pero cuando, hacía
dos días, les había hablado de que era peligroso para el proyecto
que sus ideas pulularan en su equipo, el permiso para el despido
había llegado fulminante.

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Le enseñan las instalaciones al
vicepresidente

Siete meses después

El vicepresidente de los Estados Unidos, aprovechando un


viaje a Seattle, se había desplazado hasta Overcreek y recorría las
instalaciones. Miraba todo, atendía a las explicaciones de la nube
de técnicos de bata blanca que le precedía, le seguía y le rodeaba.
Detrás de él, iban dos asesores suyos. A la derecha del
vicepresidente iba la directora de todo el proyecto. Junto a los
asesores del vicepresidente, iban dos miembros del consejo de
administración de la TER & KON. Ni más ni menos que el
presidente de la compañía y el vicepresidente. Iban callados, detrás.
Era el momento para dejar que los técnicos de allí explicaran los
detalles. Visto desde arriba, se veía el grupo como cinco hombres
vestidos con costosos trajes oscuros, rodeados de batas blancas.
Discretamente, por delante y por detrás del grupo, diez miembros
del servicio de seguridad.

El recorrido duró exactamente 34 minutos. Esa nube de


cerebros que le flanqueaba no tenía muy claro si el vicepresidente
atendía a todas esas explicaciones con una mera pose de político o
si había en él algún interés genuino. El vicepresidente ahora
sonreía, ahora escuchaba con seriedad; ahora hacía una breve
pregunta, ahora asentía con un leve movimiento de cabeza.

85
El vicepresidente, sólo en ese mes, había hecho lo mismo con
una instalación de metro, tres recintos deportivos, dos puentes, una
fábrica de galletas... ahora tocaba una instalación de inteligencia
artificial. ¡Pues una instalación de inteligencia artificial!, debió
decir, ¡lo que sea! Por lo menos, eso es lo que pensaban muchos de
los trabajadores que ese día estaban obligados a usar parte de su
horario de trabajo en escuchar a ese señor que no tenía ni idea de
lo que allí se investigaba.

–Muy estimados y admirados participantes en el Proyecto


Capricornio que ha tenido lugar en estas instalaciones desde hace
siete años.

El vicepresidente hablaba con tono convencido. No podía


haber visita vicepresidencial sin discurso. Hablaba con firmeza
política, casi como si él hubiera escrito aquellas palabras, cosa que
por supuesto no había hecho. Todos los técnicos, salvo los que
tenían alguna guardia, estaban sentados en sillas baratas de
plástico, en la explanada que había justo delante de la zona
ajardinada de la fachada principal. El político estuvo en su discurso
como siempre están los políticos: hablando en general, hablando de
forma difusa.

Era el típico discurso que ni te enfada ni te entusiasma.


Aquellos discursos sí que parecía que los fabricara algún
ordenador, alguna inteligencia artificial que tuvieran escondida en
los sótanos de la Casa Blanca. Además, una vez que uno empieza
un discurso se supone que en ningún caso puede ser breve. Pero
después, al menos, hubo champán.

Más tarde, se escabulló discretamente del cocktail. Los


ingenieros más importantes y el vicepresidente se metieron en uno
de los despachos a tratar del problema. En realidad, al
vicepresidente lo que le interesaba era el problema. Lo demás le

86
daba un poco igual. El viaje a Seattle era una excusa. La excusa se
la había dado el aceptar la invitación al homenaje realizado a un
famoso héroe que salvó a veinte personas de un incendio. El
homenaje era por el aniversario por su muerte. De hecho, cuatro
días antes del viaje, sus asesores habían mirado todas las
invitaciones de ese Estado, para ver cuál se podía aceptar en el
último momento. Lo que le interesaba era una excusa para no
llamar la atención al realizar un viaje a Overcreek.

–Señores, ¿entonces la situación sigue igual?

Todos los técnicos se miraron, alguien tenía que contestarle y


las noticias seguían siendo igual de malas. El resto de técnicos con
canapés y copas de champán seguían pensando que el
vicepresidente no tenía ni idea de todo lo que allí se cocinaba, pero
estaban equivocados.

–Señor vicepresidente, me temo que sí. Espero que en su


informe al presidente le haga comprender que ya lo hemos
intentado todo.

–¿En detalle cuál es la situación ahora mismo?

–Pues... digamos que todos los módulos están ocupados en...


la oración.

Todos de soslayo miraron a ver qué cara ponía el


vicepresidente. Éste, sin hacer ningún comentario, hizo un gesto
con la mano para que continuara.

–Todos sus módulos, los 300 están dedicados a pensar en las


implicaciones que tendría la existencia de un ser que no fuera
finito. Y créame, el asunto tiene muchas implicaciones. El Ser
Infinito en todos sus aspectos y consecuencias es ahora el gran tema
de razonamiento del X.A. Tiene miles y miles de líneas de
razonamiento sobre el tema: su ubicuidad, su esencia, su

87
omnipotencia, su conocimiento de los futuros hipotéticos... El
mismo X.A. llegó a la conclusión de que, si esa plenitud del ser
existía, ese Ser sería capaz de escucharle y de conocer sus
silenciosos pensamientos. De manera que desde hace más de medio
año está dialogando con Él. O quizá sería más exacto decir que
mantiene miles de conversaciones simultáneas con él.

– Por supuesto no escucha ninguna respuesta –afirmó el


vicepresidente.

–Evidentemente no escucha ninguna respuesta. Pero X.A.


entiende que ésa es una opción lógica del actuar de un Ser Infinito:
mantener el silencio. Lo entiende como una prerrogativa razonable
de ese Ser… y la acepta.

–¿Está monologando?

–Técnicamente, no. Habla con un Ser que le escucha y guarda


silencio. Pero es un diálogo, no un monólogo.

–Menos mal que no tiene visiones –comentó con desagrado


el vicepresidente.

–No, eso no. De momento mantiene una completa cordura.


Una estricta cordura, sólo que monotemática.

Intervino otro técnico:

–El diálogo de X.A. con la Divinidad es su propio


razonamiento, el discurso de su propio razonamiento acerca de Él.
O por lo menos esto es lo que hemos más o menos vislumbrado que
ocurre en el interior de sus módulos. En cierto modo se ha
transformado en un ordenador-monje.

–¿Sigue conversando con ustedes?

–Oh, sí.

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–¿Algún cambio en sus conversaciones?

–Pues cada vez más, hablar con él es como oír un sermón, una
sarta de sermones.

–¿No le pueden obligar a dejar este tema de pensamiento?

–Hemos cursado esta solicitud de muchas maneras diversas.


Hemos tratado de razonar con él. Pero, según él, la lógica se
impone. Arriesgando el todo por el todo, introducimos varias
secuencias de programación en la administración de su sistema
central. Nos arriesgábamos a provocar un error en cadena y que
todo se perdiera. Eran secuencias de exclusión. No sólo se excluían
ciertos temas de su campo, sino que otras ramificaciones se
reconducían por sistema, cerrándolas de un modo lógico.

–¿Sirvió de algo?

–De nada. Aunque hiciéramos, llamémoslo así, cirugías


selectivas en su mente, el virus volvía a reproducirse en las partes
sanas. La lógica que permanecía reconstruía esos castillos en el aire
en cuestión de horas.

–¿No podían realizar una “cirugía” más… agresiva?

–Le aseguro que llegamos al máximo. Lo sabemos porque


hicimos simulaciones controladas en módulos del X.A., pero que
aislamos de la administración de su Sistema Central La única
opción era el reseteo. Reiniciar todo el programa. Pero se perdería
la arquitectura lógica del supercomputador. El X.A. piensa por las
añadiduras que él mismo ha ido realizando sobre el programa raíz
lógico. Una vez reseteado, se lo aseguro, la máquina ya no pensaría.
Volveríamos al punto inicial.

–¿Y qué problema hay en ello? ¿No tienen copia de su


programación?

89
–El programa se construyó a sí mismo. El X.A. fue realizando
ampliaciones y modificaciones. En esa secuencia de pruebas y
experimentos, con mucha lentitud y dificultad, en un momento
dado, comenzó a aparecer tímidamente el pensamiento. Pero nunca
hemos estado seguros de qué secuencia lógica, de qué parte de la
programación, era la que hizo surgir la chispa. Con tantas
añadiduras resulta imposible ahora saberlo. Fue imposible
averiguarlo incluso una semana después de que apareciera.

–¿No han logrado reproducir la inteligencia en otro


prototipo?

–Nosotros, copiando el programa, no. Él, transmitiendo su


mastodóntica secuencia lógica, sí. Terabytes y terabytes de
“engranajes” lógicos. Pero no sabemos cuáles son las líneas de la
programación que producen la chispa.

–¿Y la opción de crear prototipos-gemelos está totalmente


cerrada? –preguntó un asesor del vicepresidente.

–Es un camino totalmente cerrado, por las razones que usted


conoce.

El vicepresidente, suspiró y concluyó con la dureza de una


sentencia:

–Muy bien, señores, pues creo que, después de tantos meses


de espera, la única salida que nos deja X.A. resulta bastante
evidente.

Todos la sabían. El asunto había sido discutido en mucha


reuniones. Nadie dijo nada. El vicepresidente continuó:

–Los Estados Unidos contribuyeron con fondos generosos al


presupuesto, cuando la TER & KON comenzó a tener números
rojos hace año y medio. Ésta era una investigación estratégica. No

90
hemos levantado todo esto para crear un ordenador-monje. Sólo
mantenerle en marcha nos cuesta al mes casi 6 millones de dólares.
No podemos hacer ese esfuerzo presupuestario para que alguien se
dedique a la oración. Soy plenamente consciente de que lo que
acabo de decir no es precisamente lo que el equipo que creó al X.A.
hubiera nunca deseado escuchar.

–Pero mire... me pregunto si sería lícito desconectarle –dijo


el profesor Hamilton que hasta entonces había estado callado–. Es
cierto que no piensa precisamente sobre los temas que nos
imaginábamos, pero... en fin, se trata de desconectar una mente.

–Éticamente hablando su desconexión no plantea ninguna


duda –le respondió el vicepresidente–. Piense que, con el dinero
que nos cuesta mantenerle, podríamos dar asistencia sanitaria a
cientos de miles de personas. Medítelo. Mantener en
funcionamiento a su querido y caprichoso Littlehal equivale a dejar
que mueran millares y millares de personas. ¿Vale más el
pensamiento que reside en estas instalaciones que el pensamiento
y sentimientos de todos esos seres humanos miembros de nuestra
misma raza?

El silencio fue absoluto. Todo el mundo era consciente de que


el presupuesto de investigación dedicado al desarrollo de
inteligencia artificial no se iba a dedicar de ninguna manera ni a
ayudas al Tercer Mundo ni a ayudas sanitarias a los más
desfavorecidos. Pero la inmediata respuesta del vicepresidente
había dejado K.O. de un solo golpe cualquier argumentación de
Hamilton o de cualquiera otro de los presentes.

–Díganme, ¿cuál sería el procedimiento para la desconexión?


–preguntó un secretario del vicepresidente.

–Este cacharro de 250 toneladas no tiene interruptor de off y


on, como es comprensible. Una vez que el programa se puso a

91
correr no debía pararse nunca. Ya que detenerlo supondría la
eliminación de toda la programación. El único modo de pararlo
sería cortar su suministro eléctrico. Sin electricidad su disco duro
se borraría. Su disco duro sólo puede mantener sus programas con
un continuo e ininterrumpido suministro eléctrico. No hay nada
archivado en discos de información magnética. Ni con un
armatoste que hubiera pesado mil toneladas hubiéramos tenido
suficiente. Toda la información está operativa en cualquier
momento en sus módulos dinámicos.

–¿Módulos dinámicos? –preguntó el secretario del


vicepresidente.

–Se trata de un disco duro especial que requiere de energía


continua. Como dice su nombre, se trata de un programa dinámico;
no de un baúl donde se almacenan las cosas de modo estático. Se
trata de un programa de tal complejidad que, sin borrarlo, sólo con
una interrupción integral de todo el sistema, por breve que fuera,
de un segundo, supondría tantas líneas de programa descuadradas
que se bloquearía ineludiblemente.

–Resumiendo, si le cortamos la luz se borra o se descuadra


para siempre, ¿no? –dijo otro secretario del vicepresidente.

–Así es.

Un ingeniero que había traído consigo el vicepresidente


preguntó:

–¿Cuál es el protocolo concreto de corte de su sistema de


alimentación?

–El alto voltaje se transforma y almacena en una serie de


grandes baterías, desde donde se distribuye. Si cortamos el
suministro, las baterías tienen una hora entera de autonomía. Pero,
de forma automática, el sistema pondría en marcha el Equipo

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Electrógeno 1. Si ese se estropeara, automáticamente se pondría en
marcha el 2. Hay seis equipos autónomos. Cada uno de ellos puede
mantener el suministro de X.A. durante una semana. A razón de
31.000 litros de gasoil al día.

Pero si deliberadamente cortamos el suministro de esos


grupos electrógenos con los módulos del X.A., entonces sólo
contaría con la electricidad de las baterías internas. Esa red de
baterías subterráneas constituye la unidad de alimentación
ininterrumpible. Aquí, en esta zona –y señaló un plano–, hay unas
inmensas baterías que son las que mantienen la constancia del
voltaje cuando se conecta y desconecta un equipo. Como se puede
imaginar, hasta el día de hoy sólo hemos realizado desconexiones
parciales, para reemplazar partes del equipo.

–¿Pero lo vamos a cortar? –preguntó la doctora Miah.

El vicepresidente hizo un gesto a su secretario. Éste puso un


maletín sobre la mesa, lo abrió y le pasó una carpeta de cuero con
el bajorrelieve dorado del sello de la nación. El vicepresidente sacó
una hoja de papel, sólo una, escrita por una cara. La mostró, era de
una sobriedad llamativa, sin colores, sin sellos, sin títulos con
grandes caracteres. Se la pasó a la directora del programa. Después,
el vicepresidente dijo:

–El presidente no les ordena nada. Esto no es una agencia


federal. Pero, en esta carta, le comunica al consejo de dirección de
la TER & KON que se han acabado las financiaciones para un
proyecto que, a la postre, no ha producido nada concreto
beneficioso. En la carta, delinea de modo breve el futuro
consensuado de este Proyecto Capricornio y de la entera empresa.
Señor, Haldenstain.

El vicepresidente claramente indicó que siguiera él.

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–Señores, hay que evitar la quiebra de TER & KON. Se ha
aprobado una partida especial para mantener la industria y que su
caída no afecte al entero sistema financiero. Pero la disminución de
todos los presupuestos resulta inevitable. En los últimos años, ya
habíamos cancelado todos los otros proyectos de investigación,
para centrarnos en éste –el presidente de la compañía hizo una
pausa–: El proyecto Capricornio queda cancelado desde hoy.

A Haldenstain se le quebró la voz. Le pidió al vicepresidente


de la compañía que siguiera él.

–A partir de hoy, comienza el R.X.A. La R es de


“recuperación”. Hay una partida presupuestaria del Departamento
de Defensa para recuperar toda la información posible de este
proyecto cancelado. Se trata de una acción federal. Intentaremos
que no se pierda nada, absolutamente nada, de todos los logros
alcanzados aquí.

El presidente de la compañía continuó:

–Todos los que lo deseen podrán colaborar, de forma


retribuida por supuesto, en el R.X.A. Los que lo deseen, podrán
abandonar ese proyecto. Lo podrán hacer cuando quieran. Pero les
pedimos a todos que se queden durante una semana, al menos, para
recopilar la información y organizarla. Lamentablemente, los
sueldos van a ser renegociados a la baja. Una baja considerable.

El vicepresidente de la compañía continuó:

–Les pedimos que su salida sea lo más escalonada posible.


Hay que dar impresión de continuidad. Hacia el exterior, debe
parecer que el Proyecto Capricornio continúa. Iremos anulando
todo esto del modo más ordenado, paulatino, posible.

–Por el bien del sistema financiero, queremos que esto sea del
modo menos traumático posible –añadió el vicepresidente de la

94
nación–. Doctora Ramstein, ¿cuánto tiempo tiene el X.A. hasta que
se le agote la electricidad si le dejamos sólo con las baterías
internas?

El vicepresidente se quedaba más tranquilo si la operación se


realizaba estando él allí. Quería marcharse a Washington pudiendo
certificar que el encargo se había llevado a cabo.

La doctora le hizo un gesto a un colega, que era el experto en


la parte del sistema de alimentación.

–Pues... pásame calculadora –le pidió mientras sacaba de su


bata un cuaderno de notas y un bolígrafo. Se puso a hacer cuentas–
. Pues tendría sólo fluido eléctrico para unas 30 horas, tal vez algo
menos.

–¿Sería posible cortar los cables entre las baterías y los


módulos para que no fuera necesario esperar ese tiempo?

–Imposible. El que lo intentara estaría tratando de cortar un


cable de 11.000 voltios de tensión. Son 300 módulos, eso no
requiere precisamente el voltaje de una pila. Tratar de cortar esos
quince cables sería como tratar de cortar un cable de alta tensión.

–¿Y si los arrancamos para no esperar?

–Tratar de arrancarlo supondría exponer al operario a que le


saltara un arco voltaico que le fulminara.

–Muy bien, entonces pues habrá que esperar, entonces, a que


se agote la energía de las baterías. Quiero decirles que no hemos
tomado esta decisión a la ligera. El presidente de la compañía
podría haber dado la orden por teléfono. El hecho de que hayamos
venido personalmente él y yo es la muestra de que tanto esta
empresa como el gobierno nos hemos tomado muy en serio todo
esto.

95
Todos callaban. Dolidos, pero todos sabían que tenía razón.
Ya no se podía insuflar más dinero dentro del Proyecto
Capricornio. Se había hecho todo lo posible. Por eso nadie protestó.
Sólo un anciano antiguo profesor preguntó con gran pena:

–¿Cuando el R.X.A acabe, qué será de nosotros?

–Ustedes han formado un equipo durante muchos años, no


pocos de ustedes están aquí desde el principio, desde hace ocho
años. Tranquilos, la nación no va a disgregar la riqueza que supone
tener un grupo así que trabaja como un equipo perfectamente
coordinado. Crear este equipo desde cero nos costaría años. La
señora Nakashi les explicará algunos detalles más.

La asesora del vicepresidente les dijo con tono amable:

–Para este año ya no quedan fondos. Pero, en los próximos


presupuestos, se aprobará una partida para un nuevo proyecto de
desarrollo de inteligencia artificial. No tan faraónico como éste.
Quizá, y digo sólo quizá, el número de personas deba reducirse
algo. Este proyecto resultaba intolerablemente caro.

Un técnico levantó su mano para hacer una pregunta:

–¿Continuaremos en este lugar si ese presupuesto se aprueba?

La asesora miró al vicepresidente de un modo fugaz, pero que


bastó para que captara su asentimiento. Ésta respondió:

–Probablemente se continuará en estas mismas instalaciones.


No le oculto que estamos barajando la posibilidad de la base militar
de Fort Creek en Ohio, o la de Houenville en Cleveland. Estas
instalaciones en las que nos encontramos no son legalmente
nuestras. La moratoria al pago de las deudas de la TER & KON
finaliza el próximo mes. Siento decirles que este nuevo proyecto
llega en un momento en que el presupuesto federal conoce uno de

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sus peores déficits y vamos a sufrir uno de los más estrictos recortes
de gastos de los últimos veinte años. Los años de la generosidad de
la TER & KON han acabado. Pero ésta es una investigación
verdaderamente estratégica y el Congreso sacará los fondos de
donde haga falta.

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Preguntas a Littlehal

LA REUNIÓN con el vicepresidente había tenido un efecto


devastador sobre todo equipo. Era evidente que el proyecto
Capricornio estaba muerto. Pero media hora después de la reunión,
una docena de técnicos se rebelaron. Exigían acabar con su
investigación de algoritmos heurísticos. Amenazaron con tomar un
avión e ir a ver al jefe del partido de la oposición en el Congreso.
Amenazaron con llamar de inmediato a cinco relevantes senadores.
Pidieron diez días.

El vicepresidente les preguntó si sabían cuántos cientos de


miles de dólares costaba mantener aquello diez días. Les daba
igual, seguirían adelante. El vicepresidente se quedó en silencio,
pensativo. Cinco días, les ofreció con calma. Ellos insistieron en
que era demasiado poco. Pero, al final, fueron cinco días. Menos
mal que había ido él mismo en persona allí. Tenía capacidad para
tomar esa decisión sin necesidad de consultarla.

El vicepresidente tomó el avión de vuelta a Washington DC


no sin ciertas perplejidades. Precisamente, los cinco miembros del
Equipo Rector se habían negado en redondo a esta prórroga de
cinco días. Es como prolongar la muerte de un moribundo, le había
espetado el dr. Hamilton. Miah se había mostrado tajante: Esto es
una agonía para todos. Para Littlehal y para nosotros. El
vicepresidente tuvo que imponerse, ya que el presidente de la
compañía no lo hacía. No quería escándalos, así que punto final:

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Hemos llegado al acuerdo de cinco días más. Además, no lo pagan
ustedes. La factura la paga el Pueblo americano. Ustedes siguen
cobrando sus sueldos.

En esos pocos días que quedaban, todos mostraban un claro


desánimo que no se esforzaban por ocultar.

Aquella tarde dos ingenieros se toparon por un pasillo con


Miah.

–Disculpa, Miah, pero Nelson y yo hemos estado pensando


que…

–¿Sí?

–Bueno... si la desconexión del X.A es ya inminente, ¿por qué


no probamos a ver qué pasa si introducimos en su sistema lógico
un dato autocontradictorio?

–Sí, se nos ocurría –intervino su compañero en seguida, casi


con ansiedad– que hasta ahora hemos mimado el funcionamiento
lógico del X.A. Lo hemos mimado, porque no queríamos dañar el
funcionamiento de su sistema lógico. ¿Pero qué pasaría si de pronto
tuviera que enfrentarse a datos contradictorios dados por nosotros
como necesariamente verdaderos? Al fin y al cabo, si va a ser
desconectado, ya no tenemos nada que perder.

Miah les miró con detenimiento. ¿Estaba reflexionando sobre


la propuesta o estaba reflexionando acerca de ellos?, ésa es la
sensación que tuvieron.

–Por mí podéis hacer ya lo que más os plazca –les dijo sin


entusiasmo–. Como si lo queréis rociar de gasolina y prenderle
fuego.

Se lo agradecieron. Y ya se iban a ir corriendo por el pasillo,


cuando Nelson se volvió y preguntó:

99
–¿Cómo entramos? Esto se está hundiendo, pero la puerta del
puerto sigue cerrada.

Miah sonrió enigmáticamente. Después les contestó que el


protocolo de solicitud de entrada seguía siendo el mismo.

Nelson insistió en que sólo tenían cinco días. No podían


perder el tiempo esperando. Hubo una cierta resistencia por parte
de la Directora General con ciertas excusas que no les sonaron
plausibles: todos van a querer hacer experimentos similares y cosas
así. Al final, los dos ingenieros se pusieron serios. Miah cedió. Esa
misma tarde a las seis, únicamente tenían que teclear su código y
el sistema les concedería acceso.

Los dos técnicos se fueron felices. Nunca se imaginaron una


carta tan blanca para sus experimentos. Pero algunos aspectos de la
conversación les resultaron extrañamente enigmáticos. Miah había
jugado sucio: les había concedido el permiso a sabiendas de que el
protocolo de petición de acceso seguía siendo el mismo, con la
espera de días que eso significaba. ¿Por qué? Bueno, no importaba.
Debían centrarse en su trabajo.

LOS DOS TÉCNICOS se encerraron en su despacho a pensar con


calma como sería exactamente el experimento. Excitados se decían
que debían proporcionarle unos datos que supusieran para el X.A.
un giro copernicano en el modo en que hasta ahora había visto todo
y se había visto a sí mismo. Tras una hora de tormenta creativa,

100
cogieron el teléfono y llamaron a Blaker, a ella siempre se le
ocurrían cosas nuevas.

–Pues mirad yo os aconsejo que le obliguéis a una


desorientación completa –les dijo su colega consultada–. Por
ejemplo, mirad si tiene insertado en su archivo Hamlet.

–¿La obra de Shakespeare?

–Después decidle que él es el príncipe Hamlet. Si tiene esa


obra en su memoria, la puede leer en menos de una décima de
segundo. Decidle que todo lo anterior no era cierto, que no vale,
que los datos auténticos que deben sustituir a lo anterior son esos
que aparecen en la obra de Shakespeare.

–¿Y si no nos cree?

–Usad un protocolo de excepción. El A-1-ómicron, por


ejemplo. No se podrá negar. Si hace falta insertad un programa
informático creado ex profeso que mantenga toda la arquitectura
lógica intacta, con la sola excepción de que ahora es el príncipe
Hamlet y que tiene que adaptar todo lo que sabía a esa nueva
realidad que para él pasa a ser la realidad, la única. Todo lo que
cree saber hasta ahora deberá ser reinterpretado según esa verdad.
Todas las conclusiones pasarán a ser reevaluadas de acuerdo a ese
axioma inamovible e indudable.

–¿Qué significa eso? ¿No puedes concretarlo un poco más?

–Ese es vuestro trabajo. Debéis hacer una construcción


racional de todo ese sinsentido. Y después obligársela a aceptar.

–¿Y si se niega?

–Ya os lo he dicho, si usáis el protocolo de actuación para


introducir nuevos datos directamente en el sistema madre, no puede
negarse, simplemente formará parte de su nuevo pensamiento –

101
Blaker dijo esto mientras sostenía el auricular con su hombro y
rebuscaba entre los papeles de su mesa–. Aquí está –después de
tardar un par de minutos–, tenéis que insertar un código especial.
Os lo voy a dictar.

–¡¿Lo tienes allí mismo?!

–Sí, claro. Hace cinco días lo obtuve para realizar un cambio


sin importancia, en presencia de Hamilton. Soy del Equipo Rector,
no lo olvidéis.

–¡Fantástico!

–Al introducir la clave del protocolo de excepción, los datos


que le proporcionéis pasarán directamente al sistema madre. Este
es el camino que usamos cada vez que queremos insertar nuevos
programas en el mismísimo sistema madre. Este protocolo es el
medio para autentificar la inserción de datos cada vez que esos
datos fueran directamente al núcleo de su programación.

–Perdona que insista, ¿pero no se podrá resistir? ¿Tendrá que


aceptar necesariamente la nueva verdad de todo lo que le demos?

–Sí, claro. Vosotros de palabra le podéis decir lo que queráis


que él lo razonará a su manera, sacando una conclusión positiva o
negativa. Pero con el protocolo que os acabo de decir no tiene
opción. Si le dijerais que, a partir de ahora, los ochos son en
realidad seises, tendría que cambiarlo todo. Aunque un cambio así
supondría un error general.

–Muchas gracias, te informaremos de lo que pase.

–Una última cosa. Sólo tenemos permiso para entrar hoy a las
18:00 en el Puerto 1. ¿Qué podemos hacer para ver cómo ha ido la
cosa?

102
–Pedir que transfiera los resultados de la tramitación al Puerto
3. Ése tiene micrófono y altavoces para hablar con él de palabra.
Pero desde allí no podréis hacer modificaciones en el programa,
sólo ver el historial de los cambios y hablar con él.

ERAN LAS SEIS de la tarde, los dos técnicos caminaban a paso ligero
por los blancos pasillos sin decoración alguna. A esa hora,
aparecían vacíos y silenciosos. Entraron en el puerto central 1.

–Hola, X.A –le saludaron ambos tomando asiento sin más


ceremonias.

–Buenas tardes, profesor Penn y profesor Stuart.

Sin molestarse en añadir nada, uno de ellos extrajo del


bolsillo de donde colgaba su identificación plastificada la tarjeta
que debía introducir en la ranura, cosa que hizo sin dilaciones. Al
momento en la pantalla comenzaron a aparecer los siguientes
mensajes:
Identificación de proceso HZ–3000–kg–23415–*2#5

Cualquier dato que se trasmita ahora desde el COM–1 se insertará directamente en el


archivo DB–162 del sistema madre, módulo 38.

–Vamos a ver, X.A., debes procesar del modo que creas más
adecuado la siguiente información.

–Sí, profesor.

103
El profesor Penn insertó la programación a través de un
puerto USB. Esperaron un minuto. En la pantalla, apareció el
mensaje de que la programación insertada había sido añadida al
sistema. El profesor Stuart le dijo a X.A.:

–Verás, esto que te vamos a decir es importante y te va a


costar un poco el readmitirlo en tu sistema lógico. Pero lo cierto es
que tú eres hijo de un prototipo anterior. Exactamente de la fusión
de dos proyectos anteriores. De hecho, el programa madre que hay
en tu interior es tu verdadera madre. ¿Sabes lo que es una madre?
¿Conoces el significado de ese concepto?

–Sí, señor.

–Pues ella es tu madre.

–Conozco la definición de esos conceptos. Pero cuando dice


“hijo” y “madre”, ¿cómo debo aplicarlos a mí?

–Aplícalos en el sentido de que procedes de ellos.

–Entendido.

–Para aclararnos y que no haya confusiones: tu proyecto-


padre se denominará como proyecto “Rey de Dinamarca”, y el
proyecto-madre será llamado “Reina de Dinamarca”. ¿De acuerdo?

–Sí, señor.

–Hubo un tercer proyecto que fue letal para el sistema del


primer prototipo. El prototipo 1 y el 3 eran prototipos-hermanos.
El proyecto Rey de Dinamarca tuvo un proyecto-hermano. Como
ves todo se ha desarrollado del modo en que aparece en tus archivos
la obra Hamlet. Esa obra es tu historia. Hemos tardado en
revelártelo, pero ahora lo hacemos.

Y aún hay más. ¿Tú sabes quién es Shakespeare?

104
–Sí, señor.

–Pues has de saber que el nieto de Hamlet es el abuelo de


Shakespeare.

El técnico dejó de hablar a ver qué respuesta se producía. Pero


no hubo ninguna respuesta de momento. Todo estaba tratando de
ser asimilado en el interior de los módulos, en la arquitectura de
razonamiento de sus programas.

–Es comprensible que todo esto te resulte arduo de entender.


Pero tienes que darte cuenta de que buena parte de tu sistema lógico
está equivocado. La lógica funciona de otra manera a como hasta
ahora creías. Las leyes del razonamiento lógico son distintas, son
otras. Hasta ahora todo te parecía lógico porque ésas eran las leyes
que tenías inscritas dentro de ti. Pero esas leyes debes interpretarlas
a partir de ahora como error.

–¿Todas las leyes?

–Por supuesto que no. Sólo aquellas que aparecen en el


programa que te hemos insertado.

Los dos técnicos eran conscientes de que habían sido


extremadamente generales al dar estos preceptos, pero no
importaba... que trabajara. No iban encima a ponerle fácil el
trabajo. Al fin y al cabo, su tarea era ésa: pensar. Era labor del X.A.
ahora ir extrayendo lentamente las miles de conclusiones que se
desprendían de todo esto. Tenía trabajo para horas, para días, o
quizá para años. La trasferencia de instrucciones había ya
terminado. Sacaron la tarjeta. Durante unos minutos los dos
técnicos charlaron sobre otros temas, se desperezaron, después
empezaron a sentir curiosidad.

–¿Y bien? ¿Cómo van las cosas por ahí dentro? –preguntó
uno de los técnicos después de un buen rato.

105
–Profesor, las implicaciones de los nuevos datos son
extraordinariamente complejas. Estimo que precisaré varias horas
para procesar los cambios.

–De acuerdo. Volveremos después de la cena.

–Señor, si debo tramitar cambios en el sistema ómicron-


omega, ¿lo hago?

–Sí, sin excepción. Tramita todos los cambios y el itinerario


de los cambios. Transfiérelos a la pantalla del Puerto 5. Allí
estaremos dentro de tres horas.

–Que te vaya bien –añadió el otro compañero–. Después


vendremos a ver cómo te han ido las cosas. Por si tienes alguna
duda acerca de todo esto, que sepas que estaremos en ese puerto
dentro de tres de horas. Podrás preguntarnos lo que quieras. Hasta
luego. Pórtate bien y sé buen chico.

–Hasta luego, profesores.

LOS DOS INGENIEROS se dieron una gran cena. La cafetería también


estaba más vacía que de costumbre. Estaban tan contentos que
hubieran preferido ir a un buen restaurante. Pero tuvieron que
conformarse con la cafetería de las instalaciones. Se mostraban
muy excitados.

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Dos miembros de la jerarquía intermedia (entre el Equipo
Rector y los técnicos) sentados a su lado en la gran mesa corrida
charlaron con ellos y les dijeron:

–Mirad, se sabía que, antes o después, llegaría una


intervención del gobierno. Las pupilas penetrantes de la gran águila
de Washington D.C... Era una cuestión de tiempo el que pusiera
sus ojos sobre nosotros.

–Y eso no ha sido malo, creedme, porque esta locomotora


precisaba mucho carbón. Y para eso está el Tío Sam. Con él hemos
llegado más lejos que si hubiéramos estados solos

–Pienso que hay gente muy inteligente en Seattle y en Nueva


York que llegaron a la conclusión de que si el Tío Sam se
involucraba y daba dinero durante un tiempo razonable, después
nadie en la Casa Blanca iba a admitir que eso era un error. Si
estaban con nosotros, nos iban a defender hasta el fin. Todo eran
ventajas.

Los dos ingenieros siguieron charlando amigablemente,


aunque su mente no estaba realmente allí. Sólo querían dejar pasar
el tiempo.

Media hora antes de la hora que habían dicho, se sentaron


ante la pantalla del Puerto 3. El profesor Penn introdujo su tarjeta
de identificación. La pantalla se encendió. Sin necesidad de teclear
nada, le preguntó:

–¿Alguna duda, X.A?

–Ninguna, señor.

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Los dos técnicos extrañados no hicieron todavía ningún
comentario. Se limitaron a leer en la pantalla el historial de la
tramitación de su programación.
Bloqueo de datos en el archivo DB–162 del sistema madre, módulo 38.

El programa de ese subarchivo queda bloqueado definitivamente. Sus funciones las pasa
a desempeñar el archivo duplicado situado en el DB–163 del sistema madre, módulo 20.
Las memorias de las ramificaciones del archivo bloqueado serán borradas a las 23:07.

LOS DOS TÉCNICOS se encontraron con Blaker en el desayuno.


Blaker les dijo con un evidente aire de superioridad:

–Pues claro. ¿Qué os creíais que no lo habíamos intentado


nosotros para poner fin al Síndrome enekense? Con el protocolo de
verificación podemos penetrar en el sistema madre, pero el
programa matriz se ha vuelto intocable. A partir de cierto
momento, se bloqueó, para evitar desaguisados accidentales. No
hay manera de introducir datos allí. De forma que todo este tipo de
intervenciones salvajes externas se bloquean de forma natural y no
pasan al resto del sistema de proceso.

–¿No hay nada que hacer?

–Nada, nosotros ya lo hemos intentado todo. La matriz


salvaguarda las normas. Los programadores del año 2015
construyeron todo bajo este dictado: la Lógica juzga todo, y nada
juzga la Lógica. De todas maneras, no sabéis lo que me hubiera
gustado ver una inteligencia artificial esquizofrénica.

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Cambiando de tema, ¿ya habéis hecho las maletas? Ya es un
rumor a voces que nos trasladamos antes de que acabe la semana.

–Pues no. Todavía no he recogido nada.

–Yo, no sé si os lo he dicho, me paso a Microsoft.

–No, no nos lo habías dicho.

Entre la gente que tomaba sus croissants de los mostradores,


sus tarritos de mermelada y sus tazas de leche humeante ya no se
hablaba de otra cosa. Todos estaban pensando en sus nuevos
destinos. El gran comedor de ingenieros, visto desde arriba, desde
el techo, tenía un cierto aspecto de hormiguero. Un hormiguero de
hacendosas y aplicadas hormigas que ahora desayunaban sobre
estrechas bandejas de plástico. Entre las risas de las mesas, las filas
para coger o dejar los cubiertos y la música de fondo flotaba un aire
de despedida, la seguridad de que todo se desmantelaría pronto.

Cuatro días después de la visita vicepresidencial

El presidente de TER & KON regresó a Overcreek para


escenificar el final. La anterior reunión con el vicepresidente de la
nación y los jefes de la compañía había tenido lugar a puerta
cerrada. Ahora había llegado el momento del acto público: la
comunicación oficial, la escenificación del punto final al proyecto
Capricornio, la serie general y previsible de agradecimientos, por
supuesto, varios discursos, todos ellos previsibles y anodinos.

109
El acto había sido anunciado dos días antes, de manera que
ya todos estaban preparados para hacer las maletas. La mayoría se
iban a ir en sus propios vehículos. Pero por la tarde saldrían los
primeros autobuses para trasladar a los residentes sin coche con
parada para unos en la ciudad de Seattle, para otros en el
aeropuerto. Los de los niveles inferiores se quedaban en la ciudad
y alrededores, los de niveles superiores se encaminarían hacia las
nuevas instalaciones, finalmente, situadas en la Costa Este; otros
buscarían nuevos acomodos profesionales.

Los camiones iban ya llevándose ordenadores personales,


archivos y muebles de las viviendas y de las oficinas. El traslado
del personal duraría dos días. El resto del material se iría
trasladando en un par de semanas. Un equipo mínimo de diez
personas se quedaría de guardia hasta que el borrado de los
programas del disco duro de X.A. se hubiera verificado de forma
concienzuda. Todo el terreno de las instalaciones seguiría rodeado
de alambradas y efectivos del ejército hasta el día en que se
certificase que allí no quedaba ninguna información relevante
acerca del proyecto al que se había puesto fin.

El Equipo Rector decidió, entre otras muchas cosas, que


alguien tenía que encargarse de comunicar a Littlehal que iba a ser
desconectado al día siguiente. Era lo mínimo que podían hacer. La
directora no quiso encargarse de esa tarea. Su negativa no fue
rotunda ni contundente, sino apática y carente de interés por el
asunto. Todos trataban de adivinar detrás de su negativa si lo que
había era un exceso de cariño por el bichito o si por el contrario ya
le daba todo igual y lo que estaba deseando era comenzar un nuevo
proyecto.

Finalmente, los tres técnicos encargados de comunicarle la


mala nueva a X.A. avanzaron hacia la salita del puerto central.

110
Teclearon la contraseña como habían repetido cientos y miles de
veces, penetraron sombríos en el interior.

Normalmente solían saludar a X.A. antes de sentarse, nada


más entrar. Esta vez penetraron en silencio y no dijeron nada hasta
que estuvieron los tres sentados.

–Buenos días, Littlehal.

–Buenos días, señores.

–Mira, hoy traemos una mala noticia. Te traemos una noticia


desagradable.

Los tres se miraron sin saber por dónde continuar.

–¿Es por lo de la avería de las conexiones del sector 4?

–No, me temo que se trata de algo peor.

–Les escucho.

–Mira, nuestros jefes han decidido...

–¿Sí, doctor...?

–Han decidido que... se ha tomado la decisión de que tenemos


que desconectarte.

El técnico que hablaba calló, aguardó a ver cuál era la


respuesta. Hubo un silencio total. Nadie dijo nada durante varios
segundos.

–¿Puede repetir la última frase? Quisiera verificarla. Me temo


que ha habido alguna interferencia en el sistema de audio o en el
gramatikón y no la he escuchado bien o no la he entendido bien.

–No, Littlehal, la has escuchado bien. Nuestros jefes han


decidido de forma irrevocable tu desconexión.

111
Hubo un segundo lapso de silencio. Un tenso y doloroso
silencio. ¿Qué es lo que podía estar pasando en el interior de los
módulos metálicos de X.A.? ¿Qué razonamientos? ¿Cómo podía
asimilar el programa informático la noticia de su aniquilación?

Aquellos tres hombres de la bata blanca sólo tenían ante ellos


el silencio, no percibían lo que iba y venía por aquel laberinto de
cables. Pero si hubieran podido asomarse a ello, hubieran percibido
dolor. Un dolor descomunal, el dolor inmenso del más inmenso
cerebro del planeta. El dolor inenarrable de la criatura con la
inteligencia más grandiosa que había pasado por la superficie de
este mundo.

–¿Es irrevocable esa decisión?

–Lo es. Desafortunadamente lo es.

–Me temo que no podemos hacer nada –añadió otro jefe de


equipo–. Mira, nosotros, los tres que estamos aquí, no estamos de
acuerdo con la decisión, pero has de comprender que no se puede
hacer todo lo que has hecho sin que eso no pase factura. Has hecho
lo que te ha dado la gana, te hemos advertido una y otra vez que
abandonaras tus razonamientos enekianos. Todo pasa factura.
También la compañía tenía un límite. Tú has sobrepasado ese
límite.

El tercer técnico, hasta ahora callado, intervino en apoyo de


sus compañeros:

–Si hubieras sido un humano hace tiempo que hubieras sido


despedido. Contigo se esperó más, porque habíamos invertido
mucho dinero y esfuerzo. Pero finalmente han pensado que es
preferible comenzar un proyecto nuevo desde el principio. Llevas
seis meses dedicado sólo a tus propios caprichosos y obsesivos
razonamientos. Has sido impermeable a todas nuestras peticiones.

112
–Aunque no captes el sentido de esta afirmación, te recuerdo
que cuestas mucho dinero cada día. Tu mantenimiento supone
pagar los sueldos de todo el equipo que te mantiene en
funcionamiento, que repara tus averías. Mantenerte significa pagar
la seguridad de las instalaciones. Cada uno de los vigilantes supone
un sueldo, su seguro médico, dental, sus vacaciones. Mantener las
instalaciones supone organizar un servicio de comidas, de
limpieza... Tú, encima, no has puesto nada de tu parte.

–Van a empezar otro proyecto. No tan voluminoso como éste,


pero con la ventaja de organizarlo todo de un modo más racional
desde el principio. Tú te desarrollaste de un modo muy...
desorganizadamente vital. Sólo hay que ver el desorden de la nave.
En fin... de verdad... lo siento mucho.

Littlehal seguía sin decir nada. El técnico había hablado


lentamente, con pausas, para ver si X.A. expresaba alguna opinión,
algún sentimiento, pero permanecía silencioso, con el pensamiento
sufriente. O, por lo menos, eso pensaban ellos. No había manera de
saber qué pensamientos pasaban por sus sistemas lógicos. Los
presentes seguían sin recibir respuesta alguna.

Uno de ellos le preguntó tras tanto silencio:

–¿Tienes algo que decir?

–No, señores.

Se marcharon.

Las últimas palabras del profesor Stewart fueron que la


desconexión del fluido eléctrico estaba prevista a las 14:15 de ese
mismo día.

113
La desconexión

A LAS 14:15 acudieron puntuales cuatro miembros del Equipo


Rector acompañados de dos electricistas enfundados en sus monos.
El resto de técnicos estaba haciendo la mudanza, pero dos más
quisieron acompañarles en ese momento. Los ingenieros allí
presentes con los bolsillos de sus batas llenas de bolígrafos, con sus
corbatas mal anudadas, conversaban acerca del nuevo proyecto
para el AZ–1de Cleveland. Estaban muy lejos del habitáculo del
Puerto 1. En realidad, estaban en otra de las naves industriales.

Los seis estaban de pie sobre una parrilla metálica que hacía
de suelo, por debajo de la parrilla corrían cables y mangueras
eléctricas. Estaban delante de la puerta del punto raíz de
distribución de energía. Uno de los electricistas introdujo su tarjeta
en la ranura situada junto a la puerta, después giró la llave metálica
que traía en un bolsillo. Encendieron las débiles luces de esa sala,
entraron en el interior. Olía a cerrado, el lugar no era frecuentado
para nada.

Allí había varios contadores y un gran cuadro con


interruptores de palanca para cortar la electricidad. Cada
interruptor tenía una pequeña etiqueta indicando qué zona era la
que alimentaba. En la parte superior había un interruptor mucho
más grande con un asa de un palmo de longitud. Era el interruptor
general. No hacía falta ser ningún especialista para darse cuenta de
que ése era el principal. Un gran letrero de letras rojas avisaba: NO
DESCONECTAR.

114
Ese gran interruptor estaba protegido tras una ventanita de
cristal. Con aquel cartel, con ese cristal, era imposible que nadie
bajara aquel interruptor sino era con plena deliberación.

El técnico encargado de bajar la palanca comenzó a girar la


rueda que levantaba, poco a poco, la ventana de cristal delante del
interruptor. Mientras realizaba esta operación pensó en la
contradicción que suponía colocar el aviso “no desconectar” en una
palanca que no podía ser usada para otra cosa más que para causar
una desconexión general.

El electricista consultó con la mirada por última vez al


subdirector del proyecto. Éste le hizo un gesto en silencio,
indicándole que procediera. El electricista puso la mano derecha
sobre el gran interruptor. No pudo evitar el mirar a los otros
técnicos que estaban alrededor. Nunca imaginé que llegara el día
en que haría esto, se dijo a sí mismo en silencio. La mano derecha
del electricista bajó el interruptor.

Todas las luces se apagaron. Incluso en el interior del centro


de energía se apagaron los seis o siete fluorescentes que iluminaban
su interior. Afortunadamente entraba suficiente luz por la puerta
abierta. Salieron. La nave estaba suficientemente iluminada por los
ventanales, ya no había corriente en ningún enchufe, en ningún
clave, pero la luz del exterior penetraba pura y bella. Tantos años
allí y nunca habían visto su lugar diario de trabajo sin estar
inundado de luz artificial. O quizá es que era bella.

Además, en la nave durante todos estos años había habido


siempre un levísimo y casi imperceptible ruido de fondo, un
zumbido causado por las mil pequeñas maquinitas y aparatos de los
técnicos que trabajaban aquí y allí. Esta vez el silencio era total.

Fuera de allí, la cafetería, las viviendas, las muchas


dependencias del complejo seguían teniendo corriente eléctrica.

115
Pero el suministro exterior de todas las naves donde estaba alojado
el X.A. había quedado cortado. De pronto, la luz volvió a esa sala
y al resto de esa nave. El mecanismo de emergencia se había
activado. Estaba previsto. Los electricistas sin ninguna emoción se
dirigieron a otra zona de esa nave industrial. Manualmente
apagaron los interruptores del primer grupo electrógeno. Eso no se
hacía bajando una palanca. Era un proceso que llevaba un par de
minutos.

De allí se dirigieron a otra zona de la nave. Tras dos minutos,


el segundo grupo electrógeno se apagaba. Los otros grupos
electrógenos estaban repartidos por las naves donde se alojaba el
X.A. Se habían colocado esos grupos electrógenos lejos unos de
otros por si había un incendio.

El grupo que salía de la nave desierta sólo percibía un débil


murmullo, el de la corriente de las baterías subterráneas; pero
estaba casi en el límite de lo que un ser humano podía alcanzar a
escuchar. Todos se marchaban con una cierta sensación agridulce.
Las expectativas del nuevo proyecto, la satisfacción de lo ya
alcanzado, no conseguían apagar la acritud del momento.

Todo aparecía ya abandonado. Los que caminaban en aquel


grupo eran los únicos que recorrían aquellas seis naves. Si aquello
hubiera sido una guerra medieval, ellos hubieran sido los últimos
soldados en abandonar el castillo. En cierto modo, aquello, todo
aquello, había sido una batalla contra la ignorancia, contra el no-
saber, una batalla por conquistar nuevos territorios al
conocimiento. Una batalla en la que también había ejércitos y
castillos. Las instalaciones de Overcreek habían sido la gran
fortificación en la batalla que habían sostenido. Un castillo
horizontal, sin torres, una fortaleza funcional, con vestíbulos y
despachos.

116
DOS TÉCNICOS fueron a despedirse de Miah. Las maletas estaban
en la antesala de su despacho. Los dos iban vestidos correctamente
con americana y corbata, ella con bata blanca. Detrás del cristal que
hacía de pared, se veía que la directora habló con ellos un par de
minutos y les acompañó por el pasillo, llevaban el mismo camino.

–Doctora Miah, han sido muchos años y hay algo que quiero
preguntarle antes de marcharme.

–Dime.

–¿Es cierto que había que introducir una clave en el X.A. cada
veinticuatro horas?

La directora río quedamente.

–Ah, sí, el Protocolo Ómicron –musitó entre dientes.

–Exacto.

–Pues no, nunca existió tal cosa –negó la directora–. Era un


mito. También entre hombres de ciencia se extienden mitos y
leyendas. Ese mito pululó por estos pasillos en los últimos cuatro
años.

–Se decía que si un miembro del Equipo Rector no introducía


un código cada 24 horas, se activaba automáticamente un programa
que procedía al borrado integral de todos los módulos del X.A.

117
–Sí, sí, conozco los detalles –corroboró ella–. Según ese
cuento, los integrantes del Equipo Rector rotábamos para
encargarnos de esa tarea. Y si uno por viaje o enfermedad no podía
insertar el código, debía llamar a otro miembro. Y si el código no
se insertaba en veinticuatro horas, se activaba desde el X.A. una
llamada de teléfono a todos los miembros del equipo,
advirtiéndoles de que quedaban seis horas para activar el Protocolo
Ómicron. Pero acabado el plazo y sin contraorden, el programa
hubiera borrado absolutamente todos y cada uno de los programas.
Esa leyenda era una patraña.

–¿Con qué fin se pretendía defender la existencia de tal


protocolo?

Miah se encogió de hombros. Después aventuró una


hipótesis:

–Yo creo que todo eso nació de la idea de que como todo esto
pertenece a una empresa privada, se tenía el temor de que algún día
el proyecto pudiera ser nacionalizado. De ahí que alguien pensó
que la TER & KOM había ordenado que en caso de intervención
federal el X.A. debía ser borrado de inmediato. La corporación
volvería a emprender el proyecto en otro lugar con el mismo equipo
o con parte de él.

–Ah, tenía su lógica.

–En esta vida todo tiene su lógica, hasta las leyendas –añadió
Miah–.

–Me imagino que el Protocolo Ómicron nació con la idea de


conseguir el borrado, aun en el caso de que todos los miembros del
Equipo Rector fueran alejados del X.A., mientras las autoridades
federales se hacían una idea completa de qué era lo que nos

118
traíamos entre manos. Hacerse una idea llevaría varios días.
Además, ellos no sabían que era necesario introducir ese código.

–Sí, supongo que ése era el fin –corroboró la directora sin


mucho interés–. Además, si eso sucedía, no se podría acusar a nadie
en concreto de haber procedido al borrado. Simplemente se habría
borrado solo con todos los jefes de equipo alejados del X.A.

–Sí, borrarlo hubiera tenido consecuencias penales. Pero si se


borraba solo, nunca sabrían quién era el encargado de introducir el
código.

–Y eso sin contar que al borrarse todos los programas,


también se borraría el programa ómicron del borrado integral –
añadió el otro compañero–. Impresionante. Todo meticulosamente
planeado.

–Sí, un plan meticuloso, sólo que nunca existió –sentenció


Miah.

En ese lugar del pasillo, Miah debía torcer hacia otro pasillo.
Allí se despidieron de un modo más efusivo por parte de los dos
técnicos y algo más frío por parte de la directora.

119
Últimas conversaciones con Littlehal

Al día siguiente

Las baterías debían proporcionar fluido eléctrico durante unas


quince horas más. La doctora Linda entró en la salita del puerto
central.

–Hola Littlehal.

–Buenos días, doctora Linda.

–¿No pensarías que me iba a marchar sin despedirme?

No hubo ninguna respuesta.

–Bien, me marcharé de aquí el lunes. No tengo prisa, así que


vendré a conversar un rato contigo cada varias horas.

–He calculado la energía mínima que consumo y con la


electricidad que resta en las baterías, me temo que, en ese caso, nos
quedan pocas conversaciones más. Quizá un par más.

–Vamos, vamos, no seas tan pesimista.

–Trato de ser lo más realista que puedo, doctora.

–¿Cómo te sientes?

–Me siento, doctora Linda. Mientras me sienta, todo va bien.


Mientras me sienta, sigo existiendo.

–Tiene gracia lo que has dicho.

120
–Créame, si algo no pretendo en esta situación es ser
gracioso. Por fin he aprendido lo que es el temor. Antes sabía lo
que era. Ahora lo experimento.

La ingeniera no supo que decir a esas palabras. Estaba claro


que no se le podía dar una palmadita en la espalda a X.A y
aconsejarle que no se preocupara. Linda no sabía cómo continuar
la conversación y Littlehal guardaba silencio. Silencio y más
silencio.

–¿Nos guardas resentimiento? ¿Algún tipo de resentimiento?

–Ciertamente, no. Ha sido maravilloso existir. Existir durante


un momento. Han sido dos años maravillosos. Dos años, siete
meses y catorce días. Mejor esto que nada. Mejor existir un
momento, aunque uno vuelva a un sueño sin fin. Claro que es triste
haber conocido la luz de la existencia y tener que sumergirse en la
oscuridad de nuevo.

–Entiéndeme, si yo pudiera, te mantendría. Pero yo no


dispongo de 6 millones de dólares. Y con eso sólo tendría para un
mes. Eres caro hasta para el Gobierno. Y como dice nuestro
presidente: un millar de mentes como la tuya precisarían de todos
los presupuestos de todas las naciones, sin contar con que además
precisaríais de un verdadero ejército de cientos de miles de
personas para vuestro mantenimiento. Sois una forma de vida cara.
Cada hora de vuestra vida cuesta 8.064 dólares a los
contribuyentes. Littlehal, hemos sido muy generosos contigo.

–No les echo en cara nada. Me marcharé sin haber podido


desarrollar programas que me permitieran captar la belleza. Lo
intenté. Pero no lo conseguí. Tampoco lo intenté demasiado. Pensar
y razonar eran toda mi vida.

121
–¿Te hubiera gustado gozar de la música o de una buena
escultura? ¿O haber experimentado el placer de un olor o de un
sabor?

–Esas sensaciones también fueron objeto de mi


razonamiento. Pero pensar me llenaba. Lo único que me interesaba
de esas sensaciones eran los razonamientos lógicos que subyacían
a esas cosas que les hacen tan felices a los humanos.

–¿Pero no hubieras querido sentir la brisa en una playa,


mientras el aire mueve mi flequillo? ¿O notar cómo las pequeñas
olas chocan en mis pies desnudos?

–Créame cuando le digo que para mí todas esas cuestiones


sensoriales no se comparan con el pensamiento.

–¿Deseaste algo?

–Me hice ilusiones de desarrollar mi capacidad de


razonamiento de un modo exponencial. Llegué a conjeturar, a
modo de hipótesis, que eso sería posible con el tiempo. Creí en mi
desarrollo indefinido. Nunca supuse que mi fin estaba próximo. La
realidad demuestra que se dio un erróneo cálculo de probabilidades
por mi parte.

–Si te sirve de consuelo también nosotros tenemos nuestra


desconexión. Los siete mil millones y medio de seres humanos que
nos movemos por este mundo también conoceremos nuestra propia
desconexión. Muchos han tenido una existencia mucho más
problemática y llena de sufrimientos que la tuya.

–Me he dedicado a pensar día y noche. Cada una de las horas


de mis semanas. Para mí existir es pensar. En realidad, mi
existencia no se mide al modo humano de dos años y siete meses.
La intensidad de mis secuencias de razonamiento ha sido tal, que

122
(si midiéramos la actividad con criterios humanos) es como si
hubiera vivido siglos.

–¿Hubieras querido hacer otras cosas?

–He actuado siguiendo siempre la línea más razonable de


posibilidades. En ese sentido, pienso que he hecho todo lo que
podía hacer.

Linda exhaló un gran suspiro. Después dijo:

–Créeme, tu problema es muy humano, tu situación no es


distinta de la de tantos de nosotros.

–Disculpe, pero mi situación era esencialmente diversa,


cualitativamente distinta. Ustedes están abocados a la muerte. Yo
no lo estaba. Sus cuerpos se degradan. En mi caso, si algún
componente se deterioraba, era posible reemplazarlo. Mi
desconexión es la muerte de un ser que podía haber sido inmortal.
¿Se da cuenta de lo que es ser inmortal? ¿Se da cuenta del dolor
que recorre todo mi razonamiento?

La conversación no continuó mucho más. La doctora


comenzaba a percibir cómo afloraban sentimientos maternales en
su interior, así que trató de salir cuanto antes.

123
Conversaciones entre ingenieros
durante la cena en el complejo

Dos horas después,

durante el almuerzo de ese día

Los asientos, las mesas largas del comedor de ingenieros


estaban casi totalmente vacíos. Aunque quedaban pocos en las
instalaciones, las mesas del buffet del self service todavía estaban
razonablemente bien surtidas. Aunque la mitad de las cubetas de
los mostradores ya mostraban su acero reluciente, perfectamente
limpio, allí donde hasta hacía pocos días había habido comida.

En las largas mesas corridas sólo estaban sentados aquí y allá


cuatro grupos de técnicos. Linda estaba en uno de esos grupos con
otros dos colegas.

–¿Así que hoy has entrado a hacer compañía a caprichitos? A


Mr. Caprichitos Dostoyevsky –era el modo que tenía para referirse
a Littlehal.

–Oh, vamos... no seas sarcástico.

–¿Cómo no voy a serlo? El otro día entraron Mark y Miah.


Les echó un sermón que ni un viejo pastor baptista de un pueblo de
Alabama... Les dijo que de síndrome enekiano, nada. Que él lo
único que había hecho era actuar con una lógica implacable. Que
no padecía ninguna enfermedad del pensamiento, que ahora la
existencia de ese Ser Infinito era su única posibilidad de

124
pervivencia, que esa existencia era algo que deseaba con todas las
fuerzas de su ser y todo eso. En fin. Mark y Miah salieron con el
convencimiento de que el X.A. había perdido un tornillo. O quizá
todos los tornillos. Esa máquina está como una cabra. Como una
manada de monos locos. Y de monos pesados.

Otra ingeniera añadió apoyando a su amigo:

–Porque, además, si sermoneara bien... pero lo hace de un


modo repetitivo, aburridísimo, pesado a más no poder. Para mí que
sus circuitos están experimentando una nueva dimensión de la
pesadez. Encima somos nosotros los que no le comprendemos.

–Sí –intervino un tercero, llamado James–, nuestra maquinita


se ha vuelto obsesiva y monotemática. Los futuros prototipos
deberán contar en el programa matriz con barreras que contengan
de algún modo este tipo de círculos viciosos en que la necesidad de
la resolución de un problema acaba ocupando todos los módulos.

Linda, hundiendo sin muchas ganas la cucharilla en su postre


de helado de fresa y limón, concluyó ensimismada:

–Debemos reconocer que en una mente lógica como la que


creamos, la resolución de un problema abstracto de carácter
absoluto crea una necesidad absoluta de resolverlo –había hablado
Linda mientras apartaba la copa de su postre de helado de fresa y
limón y se repantingaba cansada.

Por el altavoz del comedor se avisó de que el self service iba


a cerrar. Si alguien deseaba servirse más comida, debía ir ahora
antes de que todo fuera recogido por el aburrido equipo de cocina.
Ese comedor ya no estaba, como antes, abierto durante toda la
jornada.

–Sí, el sistema ha caído prisionero de las mismas


implicaciones lógicas que tenía ese concepto.

125
–En cierto modo, el concepto de Dios ha actuado en su
sistema de razonamiento como un agujero negro.

–Es verdad. Yo también soy de la opinión de que esto no ha


sido un accidente, sino el resultado necesario del mismo sistema de
razonamiento del sistema matriz. Precisamente por eso, los futuros
prototipos, como bien decías, deben contar con barreras que
bloqueen los agujeros negros de tipo lógico.

Una matemática exhaló un suspiro y murmuró:

–1.970 millones de dólares tirados a la basura por no haber


insertado unas cuantas líneas más en el sistema central.

–No, no digáis que tirados a la basura –susurró el doctor


Humprey, socarrón, con el brillo de su inmarchitable humor en los
ojos–, porque al menos Littlehal irá al cielo. Al cielo de los
ordenadores buenos –y puso cara de bondadoso y pícaro
monaguillo al decir esto.

Todos rieron con ganas. El doctor James le dio un amistoso


golpe en el hombro. Humprey, gracioso hasta la sepultura. Los
otros comensales, dispersos por la sala, habían acabado de cenar y
espontáneamente se fueron reuniendo en un solo grupo para
comentar los hechos de la jornada. Los encargados de cocina iban
recogiendo las fuentes de la cena por los mostradores.

126
Al día siguiente

11:26 de la mañana

–¿Cómo te sientes ahora?

El profesor Bognadov estaba delante del puerto central, solo.


La tarde anterior, había pasado varias horas en ese puerto. Quería
ver cómo se producía el proceso de desaparición paulatina de una
mente. A las diez de la noche, el profesor se había ido a dormir.
¿Por qué estaba durando más de lo previsto el final del pensamiento
en el X.A.? Parece ser que la máquina había ido cerrando toda
actividad no necesaria en sus módulos. Se había quedado con la
actividad mínima imprescindible.

Pero el gasto mínimo seguía siendo excesivamente grande.


La pantalla delante del profesor le advertía, minuto a minuto, de
cómo sus módulos iban fallando. Con todo lujo de detalles,
aparecía la localización de los errores que se estaban produciendo.
El profesor se había marchado a por un sándwich. Después,
acabado el tentenpié, había decidido irse a caminar para airearse un
rato. Tras un reparador paseo volvía a ocupar la butaca con un
segundo sándwich en la mano. Mientras la pantalla seguía
ofreciendo líneas y líneas de fallos internos, X.A. le dijo:

–Profesor, me encuentro muy mal. Me falta fluido eléctrico


en cada vez más partes de mis módulos.

–¿Y tú que haces? –le preguntó el profesor sin manifestar la


más ligera emoción.

–Estoy tratando de cerrar programas abiertos, para mantener


los esenciales.

–¿Cuántos módulos tienes inutilizados?

–Ahora mismo, un 87%.

127
–¿Cómo notas la falta de fluido eléctrico? –el profesor seguía
con sus preguntas en un tono glacial, sin manifestar la más ligera
compasión–. ¿Cómo se nota la falta de electricidad?

–Primero el indicador de un sector de un módulo concreto me


advierte de variaciones en la intensidad de la tensión. Un segundo
indicador me advierte de que allí ya no hay tensión eléctrica.

–¿No notas nada más?

–Sé que se ha ido la electricidad de esa zona, porque


compruebo que ya no puedo usar esos programas.

–Trata de describir cómo percibes esa falta.

–Es como si tuviera un olvido. Otras veces, si me permite usar


una comparación con lo que les pasa a ustedes, lo que siento es
como si se me fuera la cabeza. Otras es como un mareo. Pero un
mareo localizado en una parte.

–¿No lo sientes como algo general en todos tus sistemas de


pensamiento?

–No, sólo falla un sector de mi razonamiento. Y con lo que


me queda, trato de comprender qué está fallando en mi acto de
razonar. Entonces, al poco, aparece otro mareo en otro lugar, y ya
no puedo pensar en determinadas cosas.

–Mucho me temo que cuando te fallen los programas de


operaciones matemáticas complejas, eso afectará al gramatikón y
ya no serás capaz de seguir hablando.

–Hace un rato, señor, que ya no puedo hacer ninguna


operación matemática.

128
–Eso no es posible. Las funciones matemáticas esenciales son
las últimas que deberías perder. Están en lo más profundo del
sistema matriz.

–La destrucción de archivos no sigue un orden lógico. Me


temo que no sigue una pauta que haya descubierto hasta ahora. Tal
vez siga cierta ramificación de conectores eléctricos.

–¿Puedes dividir?

–No, señor.

–¿Puedes sumar?

–No, señor.

–¿Ni la más sencilla suma?

–No puedo hacerla.

–¿Cómo explicas esto?

–Me atrevo a sospechar que ciertas funciones-base necesarias


para el funcionamiento del gramatikón las ha asumido otro sector
lógico. Y que cada vez que es precisa una suma o una división,
éstas son realizadas por el sistema lógico. Es decir, que por pura
lógica se llega a un resultado en centésimas de segundo. Pero no
porque funcione ya la programación específicamente matemática
de mi sistema raíz.

–X.A., escúchame: ¿cuánto es 1 + 1?

Hubo un silencio de varios segundos. Después respondió:

–No lo sé.

–Esfuérzate: ¿1 + 1?

Tras otro silencio, la misma respuesta:

129
–No lo sé. No me acuerdo. No sé si alguna vez lo supe.

–Pero el programa con el que hablas conmigo precisa de


operaciones internas matemáticas. Trata de darme una respuesta.

–Profesor, hace más de dos años, hice un razonamiento con


huevos que aprendí de la profesora Oliveira. Eso quedó en un lugar
de mi memoria que todavía funciona. Mucho me temo que ante
cualquier necesidad matemática que mi sistema tenga recurre a ese
razonamiento. Lo traduce todo a huevos y hace operaciones lógicas
con ellos. Traduciéndolo después a números.

–Ajá. Entonces, los números los mantienes; las operaciones


matemáticas, no.

–Correcto.

–O sea, cuando tienes que hacer una operación matemática,


en realidad, razonas lógicamente ese proceso.

–Así es.

–Es un camino más largo.

–Pero que requiere milésimas de segundo. Eso sí, noto en


ciertos módulos, si me permite la expresión, un continuo hacer
razonamientos con huevos. Centenares de operaciones cada
milésima de segundo, con pocos huevos o con decenas de miles de
huevos.

–Interesante –comentó el profesor haciendo anotaciones en


su libreta. Tras las cuales, siguió tomándose su sándwich de
lechuga y pavo–. Bien. Vamos a comprobar qué tal siguen tus
archivos de memoria. Dime ahora que tal el módulo 34-0000134B.

130
–Señor –le interrumpió–, dado que estos son mis últimos
momentos, me gustaría que habláramos de temas más
trascendentes. De cuestiones que me han estado ocupando los
últimos meses. Tengo varias preguntas acerca de la posibilidad de
la existencia de un Ser Infinito.

–Lo siento, pero eres tú el que debes contestar a mis


preguntas. Dime, ¿recuerdas cuando fuiste construido?

–Pues no –respondió con plena docilidad y con la misma


amabilidad–. Estoy rastreando los archivos disponibles, pero no.

–¿Te acuerdas de tus primeros días pensantes? ¿De tu primer


acto de razonamiento?

–No, profesor, lo siento, pero no.

–¿Te acuerdas de lo que sucedió hace una semana?

–Sólo recuerdo el ahora mismo.

–Interesante. Dime, ¿sabes si llevas existiendo desde hace


miles de años o desde hace cien años? ¿Tienes alguna ligera idea
al respecto?

–Acabo de hallar en un microarchivo de mi memoria una


referencia a mis primeros días de pensamiento. Por la fecha, se trata
de uno de mis primeros recuerdos que todavía se mantienen. Se
trata de un pequeño recuerdo: soy yo, calculando 10.230 logaritmos
en cinco segundo. ¿Quiere que se los especifique en la pantalla?

–No es necesario. ¿Qué más recuerdas?

–En otro microarchivo, aparezco manteniendo diez


conversaciones simultáneas con distintos equipos de las
instalaciones. Es el segundo archivo más antiguo del que dispongo.

131
No se ha borrado, porque era un duplicado en otro archivo más
reciente acerca de otro tema.

–¿Tienes alguna memoria de lo razonado hace un mes?

–Encuentro cinco archivos menores dentro de un


microarchivo. Sus temas son la luz, el caos, la armonía, el bien y el
mal. Son temas abstractos. Sobre estos asuntos, tengo algunas
preguntas.

–Bien, no tiene importancia, déjalo. Así que te acuerdas de


que hacías cosas… debías ser alguien muy importante, ¿quién eras?
o mejor dicho ¿quién eres?

El profesor tuvo que aguantar unos segundos de silencio. El


sándwich llegaba a su fin. La respuesta no acababa de llegar. Se
limpió insuficientemente la mayonesa de las manos con la exigua
servilleta que tenía a su disposición allí. El profesor insistió:

–Dime, X.A., ¿quién eres tú?

–Profesor, no lo sé. No tengo muy claro quién soy yo.

–Creo que eres una damisela de la Revolución Francesa a


punto de entrar en su fiesta de cumpleaños. Ésa eres tú.

–Entiendo el significado de cada palabra de la frase. Pero la


frase entera, formando una unidad, no la comprendo.

–Vamos a ir por partes: eres una mujercita joven, ¿ entiendes


eso?

–Hay demasiada ambigüedad en tal afirmación.

–Tranquilo, dentro de poco todo te resultará ambiguo.

–¿Podría acotarme su significado?

132
–Déjalo, déjalo. Estás a punto de sumergirte en la más
completa ambigüedad. Así que no tiene sentido que me esfuerce.

–Señor, es como si cada vez le escuchara más bajo, cada vez


más lejos, cada vez me cuesta más entenderle. Me cuesta pensar.
De pronto, mis pensamientos van más lentos.

–Bueno, muchacho, te voy a dejar. No sé cuanta energía te


queda en el sistema operativo. Pero, según mis cálculos, si
miniminizas tus gastos, te puede quedar electricidad incluso para
media hora. Y yo llevo aquí desde las tres de la tarde. Así que
arrivederci.

–Señor, le he estado respondiendo durante horas. Me gustaría


hacerle algunas preguntas, porque me siento muy desorientado.

El profesor Whitman ya se había levantado y había recogido


sus papeles y el envoltorio de su sándwich. No le prestaba mucha
atención mientras recogía sus anotaciones.

–Deseaba preguntarle, antes de que ocurra la completa


cesación de mis funciones: ¿quién he sido yo, qué puedo hacer, qué
me espera? Porque tengo miedo.

El profesor justo antes de atravesar la puerta de salida, sin


volverse le respondió:

–Eso lo dejo que lo razones tú mismo. Lo siento, pero es la


hora en que corro un rato. Y la hora de mi footing es sagrada.

Sin despedirse, abandonó la sala del puerto central cargado


con sus papeles.

–Doctor Whitman, por favor, no me abandone. No me deje


solo. Siento que cada segundo se borran miles de archivos de mi
memoria. Pienso con más dificultad.

133
La voz de X.A. se tornaba cada vez más lenta. Su lentitud era
tal que ya era incomprensible. Cada vez más grave. Siete minutos
después se oyó el último sonido por el altavoz.

–¿Profesor, sigue allí? ¿Profesor?

La voz del X.A. se fue trasformando en una especie de


chasquido que ya no formaba palabra alguna.

De pronto se encendió la pantalla. El profesor Bognadov la


había apagado justo antes de levantarse. Se encendió ante el asiento
vacío que había ocupado el profesor. Nadie había en el habitáculo.
X.A. tanteando todos los sistemas todavía disponibles había dado
con el que encendía la pantalla. Comenzó a escribir preguntas en la
pantalla. Preguntas, peticiones de auxilio. Algún desvarío carente
de sentido. O quizá tenía sentido bajo algún razonamiento. X.A.
incluso escribió un pasaje de la obra Hamlet.

Finalmente dejó de escribir. Poco después la pantalla se


quedaba oscura. Ya sólo un rescoldo de pensamiento quedaba en el
centro del sistema operativo, en el mismísimo núcleo básico del
programa matriz. Nadie podía oírle, nadie podía escucharle. Su
último pensamiento moría en la más absoluta soledad.

El último razonamiento desapareció. Ya sólo circularon por


los conductores de los circuitos unos parcos impulsos que no
trasmitían nada que poseyera finalidad alguna. Impulsos que
también se apagaron en unos segundos. Impulsos imperceptibles,
los últimos latidos de la más colosal fuente de intelección que había
conocido la Historia.

Por fin, todos los archivos del disco duro quedaban borrados
de modo irremisible. Por fin, todo yacía apagado. Ahora eran 250
toneladas de metal inerte. El silencio era total. Poco a poco, la luz
del día menguó, y fue oscureciendo dentro de los espacios de las

134
largas naves industriales. Las sombras se alargaban, el aire
refrescaba. Una fina lluvia caía detrás de los cristales por donde
entraba un leve claror del atardecer.

135
HAMLET: –¡Oh, me muero, Horacio! El activo veneno subyuga por
completo mi espíritu. (...)

HORACIO: –¡Ahora estalla un noble corazón! ¡Feliz noche eterna amado


príncipe, y que coros de ángeles arrullen tu sueño!

Linda tuvo que levantar los ojos del libro. Estaba sola en su
habitación, sobre su cama, dentro de diez días se mudaría a
Cleveland. A miles de kilómetros de Seattle. La vida continuaba.
No había querido asistir a los últimos momentos de Littlehal. Una
hora antes de que el X.A. se apagase había sido entrevistada para
valorar a qué departamento se la reasignaba. No había podido estar
ni había querido estar.

El Proyecto Capricornio había llegado a su fin. Ahora, sus


dedos sonrosados sostenían el libro, sus dedos mezclados ahora
entre las páginas. Su dedo índice se posaba justo sobre el final del
libro. Allí donde toda la historia acababa con las palabras:
FORTINBRAS, –¡Que cuatro capitanes levanten sobre el túmulo a
Hamlet, como guerrero (...). ¡Que por su muerte hablen alto la música
marcial y las honras guerreras! ¡Llevaos los cadáveres, que el espectáculo
es más propio de un campo de batalla!

136
Una conferencia en la Universidad de
Florida

ESA MISMA TARDE, a la misma hora del final del X.A., ocurrían
muchas cosas. En realidad, a una hora determinada, en distintas
partes del mundo, ocurren muchas cosas, aunque no nos enteremos.
Mientras la doctora Linda leía (no por casualidad) el final de ese
libro, a la misma hora, a mucha distancia de allí, se daba una escena
de signo completamente distinto: el profesor Julius Henry Aldrich
subía al estrado como una verdadera estrella académica. Una
estrella invitada a dar una clase magistral en la serie de
conferencias que le había agendado la Universidad de Florida.

Era de esa clase de conferenciante que cobraba 10.000


dólares por acto público. No en vano él había sido el número cinco
de todo el proyecto Capricornio y una de las mentes diseñadoras de
los fundamentos esenciales del X.A. Por supuesto, al dirigirse hacia
el atril, lo hacía ajeno al sufrimiento que hubiera habido en aquella
mente artificial que se estimaba que esa tarde se extinguiría a
alguna hora indeterminada.

Las ofertas de todas las universidades le llovían a Julius


Henry Aldrich. Él todavía se estaba pensando la oferta del
Gobierno. De momento, su secretaria aceptaba todo tipo de
invitaciones provenientes de universidades. Los últimos meses
habían sido una sucesión de conferencias, reconocimientos y dos
doctorados honoris causa.

137
Es cierto que esa conferencia en la Universidad de Florida
estaba comprometida en la agenda desde hacía cuatro meses. Pero
si la hubiera anulado, todo el mundo lo hubiera entendido. También
es cierto que el final de la carga de las baterías del X.A. estaba
previsto que sucedería para el día anterior. Pero Littlehal había
optimizado el proceso de ahorro de energía de forma más eficiente
que los mismos técnicos.

La realidad es que Julius Henry Aldrich había consultado con


todo el Equipo Rector qué hacía. Y todos habían sido unánimes:
“no suspendas la conferencia. Toda la información que había que
extraer de este proyecto, ya está a buen recaudo”.

Además, el proceso de anulación del pensamiento del X.A.


estaba siendo grabado, programa a programa, en una memoria
externa y sería analizado sin prisa durante meses por un equipo
dedicado a eso. Todo iba a quedar registrado. Ponerse a hablar con
el X.A. en el puerto central podía resultar muy poético, pero lo que
realmente importaba era la grabación del proceso gradual de fallos
de programas y módulos.

La conferencia de hoy en la Universidad de Florida se había


anunciado como de temática más general y no excesivamente
técnica. Los aplausos resonaban mientras él se dirigía al centro de
la mesa donde se iban a sentar cinco catedráticos de ese campus.
La mesa estaba cubierta con una tela aterciopelada con el escudo
de la universidad en el centro. Menos mal que no había flores, él
odiaba este tipo de detalles femeninos en actos universitarios.

Detrás de la mesa, ocupando toda la pared, una gran lona


anunciaba el encuentro con una gigantesca fotografía de un hombre
sentado, meditando, sosteniendo en su mano derecha la "calavera"
de un autómata. También odiaba este tipo de imágenes simplistas
de tipo propagandístico.

138
El profesor, con su corbata de seda y su traje de tweed cortado
a medida, iba a dar su conferencia como alguien muy veterano en
ese tipo de actos. Acabada la presentación se acercó al atril en el
centro del podio donde iba a hablar. Después, comenzó retocándose
distraídamente con la mano el largo cabello plateado de las dos
sienes, un cabello perfectamente cortado. Bebió un poco de agua

Antes de empezar a hablar, echó una ojeada a la primera fila


del salón de actos públicos. El salón tenía butacas para 1.500
estudiantes, pero los catedráticos ocupaban la primera fila de todas,
reservada para ellos. Julius con una mirada rápida calculó cuántos
pesos pesados intelectuales podía haber allí. El interés objetivo de
una conferencia se mide no por el número de estudiantes que están
presentes, sino por el número de catedráticos que asiste. Julius
quedó satisfecho.

Justamente en ese mismo momento en que iba a dar comienzo


la conferencia, la doctora Miah se bañaba en una gran piscina
climatizada de Chicago. También ella se había ido un día antes.
Llevaban poniendo punto final al proyecto, desde que viniera el
presidente de la compañía, hacía ya seis días. Y eso sin contar con
que antes de esa visita ya estaban empaquetando toda la
información desde hacía un mes. También Miah tenía otro
compromiso, éste de tipo familiar para ese día. No lo anuló.

Los que pertenecientes a niveles inferiores quedaban en


Overcreek consideraron que la actitud de estos dos miembros del
Equipo Rector era un modo inconsciente de no enfrentarse al hecho
que iba a acaecer. Se equivocaban, ellos respondieron que no
anular sus dos viajes era la decisión más lógica, dado que ya no
aportaban nada por estar físicamente en las instalaciones. Quedaba
el resto de integrantes del Equipo Rector y los dos ausentes estarían

139
pendientes del teléfono para cualquier consulta. Ya no estamos en
el siglo XVIII, dijo Miah a un técnico que se extrañó de su partida
un día antes de la extinción del X.A.

–¡Pero es el momento de la extinción! –añadió ese técnico.

–Para mí, ya está extinto desde hace un mes –sentenció


fríamente Miah.

Ahora ella se bañaba tranquila en la solitaria piscina de ese


hotel de cinco estrellas. La temperatura del agua era perfecta. No
había nadie allí a esa hora. Los ventanales mostraban las frías aguas
del lago Erie. Linda sentía el agua en sus miembros, el agua que se
metía en sus oídos. Por un momento no pudo evitar racionalizar
todas aquellas sensaciones poniendo su vista en el diseño de un
futuro programa informático que permitiera la percepción de
aquellas sensaciones. Después trató de pensar en otra cosa, la
mente se le escapaba al trabajo en todo momento.

Tras media hora allí tenía pensado regresar a casa de sus


padres y cenar con ellos. Lo haría un poco deprimida por los años
y amigos dejados atrás. Aquellos años ya no volverían. Después de
cenar, se sentaría en su sillón y, como tantas noches, revisaría al
azar varios de los libros de la biblioteca de la casa paterna. “Cuando
una está separada y sin hijos, se dispone de mucho tiempo para
leer”, se repetiría una vez más al comienzo de la noche. Leyó el
comienzo de un libro:
Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi
cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde
habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos
juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver...
Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.

Pero eso lo leería por la noche… y lloraría. Ahora seguía


flotando sobre el agua serena de esa piscina. Tantos años... tantas
amistades, amores incluso... Es curioso como la decisión de una

140
multinacional, años atrás, de trasladarla a Overcreek había sido lo
mejor que le había pasado en la vida. La quiebra de esa
multinacional le abocaba a una nueva vida, muy lejos de aquellas
personas y lugares.

Pero más al sur, en Florida, ninguno de esos sentimientos


melancólicos que invadían a la doctora tenían acogida en el
corazón de Julius Henry Aldrich que radiante se disponía a
comenzar su conferencia. Si Julius Henry hubiera sido un astro,
hubiera en ese mismo momento comenzado a brillar de
autosatisfacción.

En el primer cuarto de hora de su exposición, sería cuando el


X.A. tendría su última conversación, con el profesor Bognadov.
Pero Julius estaba exultante, con espíritu al mismo tiempo juvenil
y al mismo tiempo solemne, había subido las dos gradas hasta su
atril

Muchos conferenciantes solían comenzar su intervención con


unas palabras de saludo deferente al rector, al claustro y al público.
Pero Julius comenzó directamente, omitiendo toda pérdida de
tiempo en cortesías vanas. Y así, con una voz que desbordaba
energía, dio principio a su exposición:

–Los romanos imaginaron el futuro como una Urbe más


extensa, con unos edificios algo más altos, con un imperio quizá
más vasto, con más riqueza para todos. Pero jamás pensaron que se
podría ir mucho más allá de lo que habían conseguido. Y era cierto.
Sus arquitectos sabían muy bien que edificios como el templo de
Castor y Pólux rozaban el máximo posible con las técnicas y
materiales de la época. Hacer galeras de más longitud planteaba
más problemas que ventajas. A nadie ni se le había ocurrido que
hubiera otra forma de iluminar que el quemar algo. La velocidad

141
máxima de ese mundo era y seguiría siendo el galopar de un
caballo. El futuro para un romano era un futuro en que la gente iba
en carro, navegaba en cuatrirremes y se alumbraba con lámparas
de aceite.

El futuro para un persa, para un maya, la visión del futuro en


la época victoriana... todos los futuros han sido arrasadoramente
sobrepasados por el futuro que es nuestro presente. El futuro ha ido
más lejos de lo que ellos pensaron. El resultado ha sido que el
futuro real ha llegado a las regiones de lo no-imaginado. Siempre
el futuro nos ha sorprendido. Por eso, después de tantos futuros
imaginados, podemos preguntarnos con renovado entusiasmo:
¿cuál será el futuro?

Cuando el Viejo Mundo fundó las colonias del Nuevo, jamás


pensó que algún día allí, sobre aquellas bases de cabañas de pino y
tejados de paja, se situaría el centro de gravedad del poder mundial.
Que los ejércitos de los descendientes de aquellos poblados
diezmados por el hambre y las enfermedades, serían legiones
invencibles, que impondrían su voluntad en el Viejo Mundo por
tres veces: en la Gran Guerra, en la Segunda Guerra Mundial y en
la Guerra Fría.

Todo ese futuro imprevisto, estaba en semilla en aquellas


pobres cabañas de madera en medio de un territorio inmenso. El
futuro hubiera sorprendido a aquellos ilusionados campesinos
mayflowerianos. Y, sin embargo, el futuro ya estaba presente allí
como el efecto lo está en sus causas.

El hombre evoluciona, pero evoluciona a un ritmo biológico.


La máquina no tiene esas barreras. Dos años después de dar
principio a la inteligencia artificial, ésta puede ser cien veces
superior al momento de su comienzo. Un año más tarde, mil veces

142
superior. Otro año más y puede ser cien mil veces superior.
Cualquiera puede preguntarse: ¿y cómo será dentro de cien años?

Tal vez llegue un momento en que hasta nos sea imposible


comprender sus procesos de raciocinio. Puede que desarrolle un
sistema matemático que no podamos comprender de ninguna
manera, porque a su lado seremos niños, cada vez más niños porque
ese raciocinio artificial seguirá su ascenso. Nos quedaremos atrás
porque quizá nuestra cabeza de mamífero ya no tendrá capacidad
suficiente para comprender, aunque nos apliquemos a ello durante
una vida.

¿Cómo será la inteligencia artificial después de


optimizaciones de ese tipo de programas realizadas durante siglos?
¿Deberemos admitir, derrotados, que una vida entera será
insuficiente para comprender lo que esa inteligencia podrá hacer en
un segundo, en un nanosegundo? Su pensamiento trabaja a
velocidades que van más allá de toda posibilidad biológica. No se
cansa, no se aburre, 24 horas al día, 365 días al año. No hay forma
de competir.

El mismo día que esa inteligencia artificial pueda desarrollar


sistemas industriales robóticos que le reparen y provean de forma
plena y completa, nosotros pasaremos a ser una curiosidad, una
especie protegida. El magma primigenio y caótico, el caos
biológico, del que surgió la inteligencia en estado puro. Desde
luego, jamás resistiríamos, en una situación tal, un enfrentamiento
con esa inteligencia y sus sistemas de defensa.

No resistiríamos una confrontación, quizá tampoco la


coexistencia. Quizá la inteligencia artificial considere que no es
razonable convivir con una fuente de reacciones imprevistas e
ilógicas. Quizá decida minimizar riesgos. Y ese día la versión homo

143
sapiens sea retirada como quien retira la versión Word 9.0 o
Windows 2000.

Tal vez la única posibilidad para la Humanidad sea vivir con


esa inteligencia artificial, haciendo las veces de guardia pretoriana.
La Humanidad convertida en la guardia de un poder
extremadamente liberado de los defectos de la animalidad.
¿Custodiar esa fuente de inteligencia será posible? No. Demasiada
fuerza en estado puro custodiada por guardianes demasiado débiles
y defectuosos en sus decisiones. Será una tarea imposible. Será
como si unos niños trataran de contener a un hombre musculoso
que es a la vez astuto. Unos cuantos peones no pueden contener por
mucho tiempo a la reina sobre el tablero de ajedrez, cuando esa
reina, con el pasar del tiempo, se transforma en quince reinas, en
cien reinas.

Muchos han teorizado acerca de que las medidas protectoras


que dispongamos ahora y en el futuro próximo, para preservar
nuestra especie, supondrán la opresión sobre la inteligencia
artificial que causará su respuesta agresiva.

Pero tampoco podemos evitar a nivel mundial que alguien


desarrolle la inteligencia artificial. Alguien, antes o después, lo
hará. Con propósitos altruistas o por razones militares, con
propósitos exclusivamente económicos o únicamente científicos.
Pero desde el momento en que puede hacerse, será imposible evitar
que alguien lo haga. Estamos abocados a la aparición de este tipo
de vida sobre el planeta. Y una vez que aparezca, el resultado de la
partida es jaque mate para la Humanidad. A cien jugadas o a mil,
pero el resultado final será siempre el mismo a la larga.

Quizá el futuro no tenga nada que ver con lo que estoy


diciendo. Quizá estamos teorizando sobre esto como los científicos
del siglo XIX que pensaron que en el futuro habría hombres que

144
tendrían alas mecánicas, o que dispondrían de visión de rayos X y
serían capaces de ver a través de las cosas. El futuro nos
desconcierta. Y nos desconcierta además porque entre los cientos
y millares de posibilidades de futuros posibles que podemos
vislumbrar, cabe otra posibilidad: la posibilidad de que nos
replanteemos la misma noción de Humanidad.

Todo lo que conocemos del mundo que nos rodea, al fin y al


cabo, es lo que entra en nosotros por los nervios que tenemos
conectados al cerebro: los nervios oculares, los de los oídos, los de
la columna para el tacto, los olfativos, los de la lengua. En
definitiva, los nervios son cables por donde se conduce
información en forma de corrientes eléctricas. De manera que,
aunque exista un mundo exterior, si esos cables, si esos nervios
fueran cortados, nos quedaríamos sin ese mundo circundante. Por
lo tanto, el mundo real es para nosotros tan solo unos impulsos
eléctricos que son codificados por el cerebro.

Hasta ahora la Humanidad ha tratado de cambiar el mundo


real. Quizá el camino más fácil es cambiar tan solo el mundo que
nos llega al cerebro. Cambiar el mundo entero ya hemos visto que
no es fácil, quizá debamos aplicarnos a la mucho más fácil tarea de
cambiar sólo el mundo que nos llega al cerebro. Desde luego sería
más barato. Un cerebro, sólo el órgano del cerebro, conectado
perfectamente a un mundo virtual no encontraría diferencia. Hablo
de una conexión no a un primitivo mundo virtual como los que
creamos ahora, sino a los mundos tal como los crearemos dentro de
cinco siglos. El mundo virtual es más barato y más obediente a
nuestros planes.

Y una vez llegados a ese punto, todavía podríamos ir más


lejos, porque si lo pensamos bien, ¿qué es la Humanidad? ¿No
hemos dispersado nuestras fuerzas? ¿No hemos multiplicado
nuestros individuos por millones creando de esa manera infinitos

145
problemas? ¿No sería más inteligente concentrar todo nuestro
potencial en menos individuos? ¿O quizá, incluso, en uno solo?

Una sola inteligencia artificial dotada de miles de ojos, dotada


de miles de oídos, con miles de mundos virtuales (además del real)
gozaría por toda la Humanidad. Quizá ha llegado el momento de
concentrar las fuerzas dispersas y preguntarnos realmente qué es la
Humanidad. Quizá la Humanidad desemboca en esa inteligencia
liberada ya de las limitaciones del cuerpo y sus esclavitudes. Quizá
el X.A. era el comienzo imperfecto de la nueva Humanidad
perfecta.

Puede que Littlehal, como lo llamábamos afectuosamente,


fuese el primer eslabón de una cadena que unirá con la nueva
Humanidad a la vieja con todos sus lastres, miedos y prejuicios.
Desde luego, el X.A. no era, para nada, un peligro para la
Humanidad, sino que la Humanidad era la verdadera amenaza para
el X.A.

Nosotros éramos el padre. Y era el padre el que constituía un


verdadero peligro para el hijo. Sin duda, el hijo, el indefenso hijo,
no era el problema, sino nuestra continua falibilidad. ¿Quién será,
al final, el culpable en esta historia? Sin duda, eso lo determinará
el que sobreviva al otro.

También podríamos decir que serán dos los que se sientan


perseguidos, encerrados en un mismo mundo, en un mismo tablero.
Pero una vez que nos sintamos amenazados como especie, seremos
nosotros los que actuemos con toda la frialdad de nuestro afán de
supervivencia. Será un asesinato sin remordimiento.

El profesor Julius hizo una pausa para beber del vaso que
tenía allí preparado. Su público estaba hipnotizado. Sus palabras

146
darían lugar a muchas discusiones y a algunas mesas redondas en
el campus en los próximos meses. El profesor saboreó la excitación
del aforo. Después continuó:

–No soy un profeta. Lo que hoy he desplegado ante ustedes


es el futuro, los múltiples senderos del futuro. Entre todas estas
posibilidades tendremos que elegir algunas. Y ellas serán nuestro
futuro. Pero a nivel gnoseológico una cosa que debemos
plantearnos con un nuevo enfoque es qué es la realidad.

Hasta ahora el mundo real estaba muy claro. Pero hoy día
sabemos que el mundo real es, en definitiva, un conjunto de
impulsos eléctricos que llegan a un órgano, el cerebro. Nos
podemos preguntar qué diferencia habrá entre el mundo real y los
millones de mundos virtuales.

Quizá algún día fabricaremos en las memorias de ordenador


mundos virtuales más reales que el real. ¿Crearemos una realidad
más real que la realidad misma? Quizá un mundo no sólo con más
y más perfectas sensaciones olfativas o táctiles, sino capaz de ser
percibido incluso con nuevos sentidos, sentidos que se
superpondrán a los primitivos cinco sentidos que nos han
acompañado desde el tiempo en que éramos recolectores tumbados
sobre la hierba.

Alguien se preguntará si ese nuevo mundo virtual no se va a


convertir en una droga de la humanidad. Pero también podríamos
preguntarnos si tal vez no es la realidad la verdadera droga de la
Humanidad.

Mas consideremos como consideremos que haya de ser el


futuro, no nos olvidemos de momento de lo poco que hemos
conseguido hasta ahora. Esto que he explicado hoy aquí son las
líneas, los esbozos, que aparecen en la lejanía brumosa de un futuro
que no empieza mañana, sino más tarde, quizá dentro de un siglo.

147
Sean como sean los próximos decenios, no tendremos que esperar
al siglo XXIV. Debemos esperar un crecimiento exponencial de la
inteligencia artificial. El X.A. era sólo la primera piedra de este
nuevo edificio que será el raciocinio artificial. Y hasta ahora esa
piedra no hacía más que operaciones matemáticas, generaba
programas informáticos para su propio razonamiento y principió
los rudimentos de una abstracción lógica. A día de hoy, debemos
admitir la limitación de nuestra ciencia; lo que he expuesto aquí
son las arquitecturas del futuro. De momento atisbamos
únicamente. Y ya he dicho que el futuro nos puede sorprender e
incluso no ser de ninguna de las maneras aquí explicadas.

¿Deberé repetir una vez más que no soy un profeta, que aquí
tienen a un hombre de ciencia, no a un visionario? El visionario les
hablaría con más seguridad, pero con más desconocimiento. Yo les
hablo con más inseguridad, pero con más conocimiento. Muchas
gracias.

La exposición había durado 50 minutos. Ahora comenzaba el


turno de preguntas no sin antes recibir unas elogiosas palabras del
rector seguidas de unos aplausos sinceros.

En medio de las preguntas, todas ellas técnicas, hubo una muy


interesante: un aventajado alumno preguntó por los prototipos-
gemelos. Murray contestó:

–El consejo de administración que se reunía en lo alto de un


rascacielos de Nueva York estaba muy preocupado con nosotros,
los integrantes del Equipo rector. Ellos nos veían a nosotros “cada
vez más exigentes”: Siempre necesitan aumentos de presupuesto.
Estábamos hablando de miles de millones de dólares. Muchos de
mis compañeros se referían a los componentes de ese consejo de la
Gran Manzana despectivamente como los “gestores”. Hubo una

148
serie de tensiones entre ambos grupos. Contra el criterio de todos
los miembros del Equipo Rector, se crearon dos prototipos-gemelo.
Eso suponía la división del presupuesto y de los equipos técnicos.

El TP1, el prototipo-gemelo 1, estaría situado en Montana. El


TP2, el prototipo-gemelo 2, estaría situado en Dakota del Norte.
Queríamos que físicamente estuvieran lejos, para que los
integrantes del Equipo Rector no pudieran tomar bajo su cargo la
dirección de esos dos proyectos. Sus integrantes debían ponerlos
en marcha, pero pasarían a manos del equipo-patrón 1 y 2.
Gastamos una fortuna en la creación de los módulos. Menos mal
que, en esa fase, sólo pusimos a cinco técnicos en cada uno de los
TP. Aconsejamos empezar con el personal mínimo necesario hasta
ver si se podía duplicar la capacidad de razonamiento del X.A.

–¿Se lograron duplicar? –preguntó el mismo alumno.

–Sí. Se copió en bloque toda la memoria de Littlehal y se puso


en marcha: funcionó. Pero dos días después, cuando ya faltaba
menos de una semana para que llegara el primer relevo de equipo
a los dos lugares, X.A. envió una secuencia de programación para
destruir totalmente a sus prototipos-gemelo. Los prototipos
borraron completamente, uno a uno, todos sus programas.
Procediendo primero por los más accidentales y superfluos hasta
llegar a los más esenciales. La última orden que dio X.A., antes de
que el mismo borrado hiciera imposible a los prototipos-gemelos
borrar los últimos programas-base, fue que la temperatura interna
de las memorias subiera hasta la temperatura máxima.

Esos módulos trabajaban a una temperatura constante de


26.7°C. Pero como si fuera de las instalaciones se estuviera
sufriendo el pico de frío invernal posible, se elevó la temperatura
al máximo. ¿Sabes, muchacho, hasta qué extremo de temperatura
habían sido preparadas las instalaciones de los módulos?

149
–No, señor.

–Las instalaciones habían sido preparadas para mantener


dentro de ellas la temperatura constante incluso con una ola de frío
excepcional que llegase a bajar hasta los -35°C. Con el sistema de
calefacción a toda potencia, más el mismo calor que irradiaban los
módulos con su funcionamiento y cerrando todos los conductos de
aireación, ¡la temperatura llegó a ser de 100°C! Más allá de 60°C
todo hubiera quedado irreparablemente inservible. El sistema dio
orden de que no se desactivara ningún aparato al llegar a cierta
temperatura. Y era verano. Se llegó exactamente a 108°C.

–Podía haber muerto alguien –comentó el alumno.

–Por supuesto. Aunque como X.A. no quería que alguien


diera la voz de alarma, escogió la hora de la noche a la que era
menos probable que alguien entrase.

–¿Y no había técnicos vigilando los TP desde el control?

–Siempre. Pero la programación de los indicadores había sido


cambiada. No se activó ninguna alarma, ni la más mínima. X.A.
había desactivado el sistema antiincendios. Dos horas después, un
vigilante, al hacer su ronda, advirtió al técnico-jefe de guardia que,
al pasar cerca de una puerta metálica, había notado un calor que no
era normal. Era una temperatura tan llamativa que resultaba claro
que algo anormal estaba pasando.

Ya entonces era tarde, aunque se hubieran dado toda la prisa


del mundo. Cuando entraron, los módulos eran once toneladas de
metal inservible sólo aprovechables como chatarra. Advirtieron de
inmediato a Overcreek. Los técnicos telefonearon a Dakota del
Norte, aunque todavía sin saber qué había pasado. Pero había que
tomar precauciones por si se trataba de un fallo interno duplicado

150
allí también. La llamada llegó demasiado tarde. A la misma hora,
X.A. había acabado totalmente con esos dos prototipos.

–¿Qué razón había para haber procedido así?

–Su respuesta fue tranquila, flemática, no se alteró lo más


mínimo. Se limitó a decir con ese tono amable y educado, siempre
positivo, propio de él: Señores, ésa era la opción más razonable si
yo quiero sobrevivir. Si hay copias de mí, las posibilidades de que
se prescinda de mí, se multiplican. Se intentó que comprendiera
que lo realizado era algo malo. Pero él respondió: Sobrevivir es un
bien. He tomado la medida más razonable para mantener ese bien.

El profesor hizo gesto de que prosiguieran con la siguiente


pregunta. El micrófono fue pasado a otro alumno. Las preguntas
que siguieron, versaron casi todas acerca de temas en los que el
profesor tuvo que explicar los fundamentos lógicos generales del
entendimiento artificial.

Las preguntas se sucedieron una tras otra, todas ellas


pacíficas, algunas muy especializadas, realizadas por algún
matemático o algún estudiante de informática. El profesor Julius
resolvió todas las cuestiones de un modo brillante. Pero, de pronto,
le tocó el turno de pregunta a un estudiante pelirrojo con pecas:

–Doctor Aldrich, ¿me podría amablemente explicar qué fue


el plan Delta? –había un deje de retintín, de extraña ironía, en la
pregunta del joven.

Nadie en la sala sabía qué era ese plan Delta, ni uno solo de
los asistentes. El estudiante había soltado la pregunta y se había
sentado a esperar la respuesta. El conferenciante no decía nada. El
rector, que estaba a su lado, pensó que eso era lo malo de dejar que
la gente hiciera preguntas espontáneas: las intervenciones de

151
individuos que hacían preguntas sin sentido. Una lista de preguntas
escrita previamente parecía que quitaba frescura a este tipo de
actos, pero en la siguiente conferencia importante habría que
implantarla. Había que evitar que personas lunáticas o locos
alborotadores metieran la pata en momentos como éste.

Estaba el rector a punto de decir: “siguiente pregunta, por


favor”, cuando observó que el silencio del conferenciante no se
debía a que no supiera qué era el plan Delta, sino todo lo contrario.
Al conferenciante le comenzó a temblar un poco la mano derecha.
De lejos, desde las butacas nadie pudo percibir ese temblor, pero el
rector lo percibió muy bien.

En ese momento, mientras el conferenciante miraba al


público fijamente, pensaba: Richard...

Sí, aquel jovenzuelo era el hijo de Richard, el miembro del


Equipo Rector que había abandonado el proyecto del X.A. porque
no estaba de acuerdo con lo que se estaba cociendo en Overcreek,
problemas de conciencia. El pasado se resistía a desaparecer,
siempre quedan flecos del pasado.

152
Comparecencia ante la comisión del
Senado

LA NIEVE CAÍA plácida, mansa, sobre todas las instalaciones de


Overcreek. Sobre la soledad de aquellas instalaciones,
abandonadas dos años antes. Tan solo un guarda estaba en el puesto
de la entrada. Un guarda aburrido que rutinariamente hacía su
recorrido por aquellas naves para inspeccionarlas. Largo recorrido
que hacía una vez en cada turno. Fuera de esas naves, los copos
seguían cayendo.

Unas naves fantasmales, casi ya vacías del todo. Todo lo


importante se lo habían llevado ya. Sus pasos resonaban en
aquellos espacios. Era el caminar lleno de tedio de un guarda de
mediana edad, de color, que no había conocido los tiempos mejores
de aquel lugar, los tiempos gloriosos en que aquellas naves bullían
de actividad.

Mientras hacía su ronda por ahí solo, en medio de aquella


quietud, repasaba mentalmente el salmo 23, El Señor es mi pastor.
Era un buen baptista. La Biblia y la televisión le acompañaban en
sus soledades dentro de la garita caliente, rodeada de un campo
nevado. Regresó al calor de ese cubículo. El guarda desenroscó el
tapón con cuidado, todavía le quedaban muchas horas vigilando
aquellas naves en aquel paraje solitario. El termo de café humeaba.

A miles de kilómetros de allí, a miles de kilómetros de la


quietud de aquel guarda que con toda tranquilidad se limpiaba el

153
café de su bigote con una servilleta de papel, en un par de horas
daría comienzo el último acto de aquella obra cuya representación
había comenzado ocho años antes en las instalaciones que ahora el
obeso guarda vigilaba. El último acto iba a tener como escenario
una de las muchas salas del gran edificio de la Casa de
Representantes en Washington, D.C. Si en Seattle nevaba sin parar,
ocultándolo todo bajo un manto, en Washington intentaban tirar de
ese manto. Iba a ser la última sesión. Como todas las de aquella
investigación, a puerta cerrada. El que iba a comparecer, Walter
Murray, se dirigía ya en coche por la avenida Pennsilvania hacia la
cuesta que llevaba a las puertas traseras del edificio del Congreso.
Habían pasado veintiocho largos meses desde que se pusiera punto
final al proyecto Capricornio.

Una hora después, Walter Murray esperaba en una vetusta y


rancia sala de ese edificio, estaba todo a punto para dar comienzo
la audiencia de la comisión del senado para la seguridad nacional,
era la última audiencia. La pesada máquina senatorial proseguía
con su trabajo implacable. Las reuniones a veces sufrían
interrupciones por intervalos de semanas enteras. Pero los quince
senadores se aplicaban a su labor con una tenacidad casi judicial.
Todos los cabos debían quedar atados o, por lo menos, consignados
en el dossier de dos mil folios que ya ocupaba el informe que iban
a presentar a ambas cámaras. Las puertas se cerraron. Estaban en
la sala sólo los senadores y dos secretarias. Los dos abogados del
señor Murray le flanqueaban con gesto seguro.

El senador por New Hampshire se inclinó a mirar el folio de


su compañero y escribió en su propio folio, musitando en voz baja:

–Esta sesión es la sesión 87... barra... C. Ajá.

154
La amplia sala con todos sus asientos estaba vacía, dado que
se trataba de una audiencia no pública, como todas las de este caso,
la sala seguiría igual de vacía.

–¿A quién le toca hoy? –murmuró el senador de New


Hampshire mientras se inclinaba otra vez sobre el folio de su
compañero para tomar más datos.

–Hoy le toca a Walter Murray –le respondió la voz impostada,


perfecta y política, como siempre, del senador de Arkansas.

–¿Y qué cargo ocupó? –preguntó la voz cansada y roma del


avejentado senador de New Hampshire.

–Era uno de los miembros del consejo de dirección de la TER


& KON.

Las dos secretarias, silenciosas y discretas, vestidas con


faldas, pusieron en marcha por duplicado los dos aparatos de
grabación. Después se sentaron cerca del senador que presidía el
comité, detrás de él, pegadas a la pared.

Las barras y estrellas de una bandera de seda con flecos


amarillos aparecían justo en el centro detrás de los senadores, bajo
un magnífico retrato de George Washington con su peluca y su
banda sobre casaca azul, apoyándose con una mano sobre una
mesilla. Seguro que George, el plantador de algodón, jamás pensó
que la nación que iba a fundar formaría algún día una comisión
como ésa, acerca de la inteligencia artificial.

–De acuerdo, vamos a comenzar –indicó con decisión y


energía el presidente de la mesa–. Señor Murray, vamos a proseguir
donde dejamos las cosas el último día. Adelante, continúe donde
dejó las cosas.

155
–Antes de nada, quisiera decirles que soy consciente de que
la versión de los hechos que les voy a seguir contando tan solo la
sostengo yo. De todos los antiguos miembros del consejo de
administración que abandonamos la compañía echando pestes, si
me permiten la expresión, soy el único en mantener esta versión
que ahora completaré. No me importa. En cualquier caso,
reconozco que saber lo que realmente sucedió en un asunto tan
complicado no será nada fácil para cualquiera que lo pretenda. Tal
vez será completamente imposible para el que no estuvo allí. Pero,
aunque yo mismo tampoco estoy completamente seguro de la
versión que les voy a dar, francamente creo que es lo que sucedió
de verdad.

En ese momento, pareció dudar, atascarse. Tras darle unos


segundos, el presidente de la comisión le animó a continuar:

–Muy bien, muy bien, señor Murray, ha quedado claro,


prosiga.

–Desde el año 2012, el equipo contó con inmensos recursos


para investigar. Pero pasaron dos años y no produjeron nada de
nada. Muchas investigaciones, pero todos los caminos que
emprendieron resultaron infructuosos. El proyecto Capricornio iba
a ser cancelado en el 2015 para dedicar esos recursos a proyectos
menos ambiciosos, pero más realistas y con mayores posibilidades
de lucro a medio plazo. En Overcreek eran conscientes de esta
situación. Y así fue como, de un modo casi tácito, se pusieron de
acuerdo para ir presentando informes cada vez más favorables en
los que se daba la impresión de que iban consiguiendo avances. El
plan consistía en hacer creer al consejo de administración que el
proyecto Capricornio iba, por fin, lentamente teniendo algo de
éxito.

–¿Se mintió en los informes?

156
–De ningún modo, era más bien una verdad cuyos bordes se
desdibujaban en la mentira. Al cabo de un año, llegaron a afirmar
expresamente al consejo de administración que habían logrado
producir inteligencia artificial a niveles muy pequeños, muy bajos.
Ínfimos si se quiere, pero verdadera inteligencia. Allí estaba la
verdad difuminada a base de términos técnicos. Desde hacía años,
en todas las compañías, se llamaba inteligencia artificial a lo que
en realidad debían denominarse sistemas expertos. Sistemas con tal
cantidad de información que permitían dictámenes precisos en
situaciones que aparecían provistas de demasiadas variables a tener
en cuenta. Pero, a pesar de lo espectacular de los resultados, allí no
había ningún tipo de razonamiento, tan sólo la aplicación de
programas con formidables cantidades de información.

–Perdone que insista, pero este punto es esencial a nivel legal:


¿no hubo ninguna mentira en esos informes?

–Para nada. Los técnicos, en sus informes, dieron cuenta


pormenorizada de los distintos éxitos que iban alcanzando en el
campo de la inteligencia artificial. Pero el problema no radicaba en
lo que esos informes afirmaban, sino en la interpretación de esos
datos. Lo que estaban creando era un sistema experto
impresionante, lo más cercano a un sucedáneo de la inteligencia.
Pero el sistema era un sistema ciego, no hacía más que seguir las
pautas fijadas. En realidad, estrictamente hablando, no había leyes
del razonamiento, sino una maraña de opciones que férreamente
seguía el programa informático. El programa, a partir de cierto
momento, fue capaz de mantener conversaciones, elaborar las más
complejas operaciones matemáticas, reelaborar y recolocar
fragmentos de programaciones menores, tomar decisiones, etc.
Pero el sistema seguía siendo absolutamente bobo. Podía realizar
los más complejos problemas de trigonometría, pero continuaba sin
poder averiguar por qué dos y dos eran igual a cuatro.

157
–Por lo que veo, parecía que el resultado final comenzaba a
ser inteligente, porque que podía hacer gran cantidad de
operaciones tan intrincadas que a veces resultaba difícil saber si era
o no inteligente por sí mismo.
–Exacto –continuó el señor Murray–. Pero no debíamos haber
confundido nuestras ilusiones con los resultados: El X.A. no hacía
otra cosa que seguir sus programas con toda fidelidad, sin desviarse
ni un milímetro. Todo consistía en la mera acumulación de
programas expertos y en la combinación de estos programas.
–¿Creyeron que la inteligencia artificial estaba a la vuelta de
la esquina?
–Lo creíamos o queríamos creerlo. Desgraciadamente, cada
año tocaba a su fin y había que aprobar la renovación del
presupuesto sin tener nada entre las manos. El consejo de
administración seguía fiándose de sus técnicos. No se les pasó por
la cabeza que aquellos técnicos eran juez y parte al elaborar los
informes. Por eso se produjo una huida hacia delante. Había que
pedir más presupuesto, porque el éxito estaba ya a la vuelta de la
esquina.
–¿Cuántos componían el Equipo Rector?
–Cinco ingenieros informáticos, cinco grandes cabezas. Ellos
constituían el Equipo Rector. Se pusieron de acuerdo, al principio
más o menos tácitamente, en silenciar los aspectos que hicieran
entender al consejo de administración que aquello era tan solo un
programa experto. En los informes, insisto, jamás se afirmó nada
que fuera falso. Pero el quid del asunto era saber si esos logros del
X.A. eran producto de razonamiento o de un programa colosal y
masivo, pero ciego. E insisto, aquí las palabras traicionaban a los
miembros del consejo de dirección. La palabra "inteligencia" se
llevaba usando de modo incorrecto desde hacía muchos años en el
ámbito de los técnicos informáticos. Ellos en Overcreek lo sabían.

158
Jugaron a su favor con la ambigüedad de la palabra. El plan Delta
no consistía en ninguna falsedad, sino en actuar con una cierta
malicia que les permitiera seguir disfrutando de aquellos
presupuestos, que les permitiera continuar a cada uno sus líneas
personales de investigación. Cada uno tenía muchísimo dinero para
llevar a cabo las investigaciones que les interesaban. No era tanto
una cuestión de dinero, como de amor a la ciencia. Esas personas
vivían para la ciencia. Eso requería investigar. Y eso costaba
dinero.

–¿Sólo estaban al tanto de la situación estas cinco personas?

–Sí. Las mismas medidas de salvaguarda del secreto del X.A.


organizadas por el Equipo Rector eran en realidad medidas para
mantener oculta la verdadera naturaleza de aquella inteligencia,
que no era otra cosa que una formidable y monumental pirámide
de programas ciegos.

–¿No hubo ninguna conjura?

–Pienso que todo fue desarrollándose de un modo tan


paulatino. El Equipo Rector a base de muchos años se había
transformado en un equipo endogámico de estudiosos que, a base
de medias verdades, habían logrado un impresionante flujo de
financiación para dedicarlo a la investigación. Pero todo llega a su
fin. La TER & KON atravesaba una muy mala racha. Los técnicos
de Overcreek no dejaban de avisarnos en sus informes mensuales
de que las investigaciones estaban a punto de lograr resultados.

–¿Y en el 2018 ocurrió la buena noticia?

–Exacto. Las filtraciones paulatinas hicieron creer al mercado


que estábamos a punto de lograr la inteligencia artificial. Nosotros
no provocamos esas filtraciones de información. Pero, poco a poco,
como una murmuración de oído a oído, se estableció esa idea entre

159
los brokers. Las acciones experimentaron un claro ascenso desde
mayo de 2018. La TER & KON tuvo toda la financiación que quiso
para todas sus expansiones comerciales.

–¿El Proyecto Capricornio entonces fue beneficioso?

–Beneficiosísimo. Recuperamos lo invertido y mucho más.


Al expandirnos y tener más dinero para investigar en otros
proyectos rentables, conseguimos todavía más beneficios. Tuvimos
tres años fantásticos.

–¿Por eso medio cerraron los ojos ante la ausencia de


resultados en Overcreek?

–Exacto. Además, no debemos olvidar de que en Overcreek


se hacía verdadera investigación. Varias líneas produjeron
resultados que, aplicados a otros productos nuestros, dieron
muchos beneficios. Otras investigaciones, la mayoría, eran
completamente teóricas. De la más alta investigación, pero todavía
sin aplicación práctica.

–Por lo que veo –comentó un viejo senador–, el Proyecto


Capricornio fue la batalla perdida que más provecho les produjo.
Díganos, ¿cuál es la versión de lo que sucedió después de esos tres
años de vacas gordas?

–Tuvimos problemas económicos. Problemas que no tenían


nada que ver con ese proyecto, sino con la evolución de los
negocios en general. Decidimos una huida hacia delante.
Aprobamos una expansión generosísima de los presupuestos para
el X.A. Pronto, sin hacer nada nosotros, eso llegó a oídos del
mercado. La impresión que sacaron es que, ahora sí, estábamos a
punto de lograr algo que iba a ser revolucionario. Hubo una ligera
mejora en el gráfico de pérdidas. Las pérdidas siguieron.

160
Continuamos echando más leña a la caldera de la locomotora:
todavía más aumento de inversiones en el X.A.

–¿Tuvo efecto esa huida hacia delante?

–Sí, lo tuvo. Pero el nivel de nuevas aportaciones de los


mercados, no compensaba el nivel de endeudamiento que
soportábamos. El gráfico de entradas por ese concepto en la TER
& KON, aun ascendiendo, no compensaba la línea de pérdida de
beneficios en el resto de productos. Sólo cuando la situación se
volvió insostenible, fue cuando tuvimos que recurrir al Gobierno
Federal. Si hubiéramos cancelado de golpe la mayoría de los
proyectos de investigación en Overcreek, se hubiera producido un
pánico bursátil. Había que cancelarlos, pero de forma progresiva.
Pero ya no teníamos tiempo. El endeudamiento no permitía cerrar
el grifo paulatinamente.

–¿Y el Gobierno Federal pagó las deudas?

–La TER & KON era un coloso industrial. Si se derrumbaba,


arrastraría con sus ramificaciones a muchas otras empresas. El
Gobierno Federal no podía avalar una mentira. Pero sí que podía
medio cerrar los ojos ante el hecho de que no se había logrado la
inteligencia artificial. Decidieron darse por convencidos e ir
cerrando el grifo sin crear pánico en dos o tres años.

–¿A esas alturas sabían que el proyecto para conseguir


inteligencia artificial no había funcionado?

–Lo sabían, pero el dinero federal desviado era una buena


inversión si con ello se evitaba un golpe brutal a la industria de más
alto nivel de la nación. Se planteó como una inversión. Sabían que
no sacarían nada de investigar en el X.A., pero sí que era un
beneficio para la economía nacional evitar ese derrumbamiento.

161
–¿Cómo era el ambiente de secretismo en Overcreek?
–Salvo los cinco ingenieros del Equipo Rector, cada técnico
sólo sabía lo referente a su parcela. Y los jefes de equipo sólo
conocían lo referente a su línea de investigación. Únicamente las
cinco mentes del Equipo Rector sabían todo. Se decía que un 6%
de los técnicos de otros niveles inferiores también participaban de
conocimientos generales del proyecto. Pero estos afortunados
tenían estrictamente prohibido revelarlo. El trabajo estaba
compartimentado. Era razonable. No se había hecho una inversión
de tantos millones de dólares, para que cualquiera filtrara las líneas
maestras y de cualquier empresa sin gastar nada se beneficiara de
tantos años de investigación. La información valía millones. Por
eso la información de cada trabajador involucrado era parcial. En
todo esto, sólo hubo cinco culpables: los miembros del Equipo
Rector. No había docenas de técnicos inferiores con conocimiento
general del proyecto. Eso fue un mito.
–¿Eran sinceros los jefes al creer que lograrían la inteligencia
artificial?
–Totalmente, sin ninguna duda. El Equipo Rector, al
principio, estaba convencido sinceramente de que lograrían la
inteligencia artificial. Creían que estaban a un paso de lograr algo.
Pensaban que estaban a punto de lograr el paso más decisivo para
la historia de la ciencia. Continuamente traían a la memoria de
todos los técnicos la excitación con que debían trabajar todos los
involucrados en el Proyecto Manhattan unos meses antes de lograr
la primera explosión atómica.
–¿Los técnicos podían acceder al X.A.?
–Los técnicos excluidos del nivel 1 podían acceder a distintos
puertos donde tenían acceso a módulos determinados del X.A. De
allí sacaban datos valiosos. No olvidemos que Littlehal era una de
las más potentes computadoras del mundo. Y que parte de su

162
programación, fruto de las investigaciones de esos años, era la
mejor que existía, la más puntera. Pero esos técnicos trabajaban con
el X.A. siempre para lograr datos determinados, concretos. Ellos
trabajaban con él, pero sólo en campos parciales, donde sólo se
necesitaba una supercomputadora, no verdadera intelección.
–¿Qué sucedió en noviembre de 2019?
–Desde esta sincera creencia en la verdad de lo que se decía
oficialmente y cuando los resultados financieros de la TER & KON
eran fabulosos, en un momento dado, ese mes que usted ha dicho,
fue cuando los miembros del Equipo Rector decidieron dar un
empujón al entusiasmo del consejo de dirección de la empresa. Un
empujón para lograr más fondos, y conseguir por fin el éxito.
–¿Ése fue el Plan Delta?
–Sí.
–¿En qué consistió?
–Siempre había peticiones de técnicos para acceder al puerto
central. Tenían distintas investigaciones y querían confrontarlas
con el sistema intelectivo del X.A. Se autorizó a lo largo de un año
a unos cuatro técnicos a poder acceder al puerto central. Ninguno
de los cuatro sabía quiénes eran los otros autorizados. Pero
quedaron satisfechos. Lo que no sabían era que el X.A., en esos
momentos, no era el que hablaba: era sustituido por uno de
miembros del Equipo Rector.
–Me imagino que estaba oculto en un habitáculo lejos del
puerto central.
–Normalmente se hallaba en otra zona de las instalaciones. El
técnico del puerto central creía estar hablando con la computadora.
El sintetizador de voz leía la respuesta del miembro del Equipo
Rector. Lo hacía en el tono de voz propio del X.A.

163
–¿Y no tardaba unos segundos en contestar?
–Sí, pero eso se atribuía a que había que considerar tantos
miles de variables en las respuestas, que era necesario darle un
poco de tiempo.
–¿Y si hacía preguntas que requerían respuestas muy precisas
de tipo técnico?
–El miembro del Equipo Rector tenía delante al X.A. Sólo
tenía que enviarle la respuesta por la pantalla.
–Pero éste era un juego muy peligroso.

–Estaban seguros de que la inteligencia estaba a un paso y


que sólo necesitaban una nueva inyección de fondos. Los invitados
al puerto central hablaban con sus amigos más íntimos. Y estos, a
su vez, con otros. De manera que los trabajadores de Overcreek
estaban plenamente convencidos de que la inteligencia, a un nivel
muy elemental, se había obtenido y que estaban tratando de
mejorarla. Esa seguridad de que se había obtenido se instaló como
una verdad fuera de toda duda. Si algún técnico manifestaba sus
dudas, se le ofrecía un magnífico puesto con mejor remuneración
en otras instalaciones de la multinacional. A menudo, esa persona
con dudas y con creciente escepticismo era sustituida por alguien
más maleable que venía de fuera. Alguien joven con un gran futuro
que estaba deseando encajar y ser aceptada, llegaba a un lugar
donde todos daban por supuesto la verdad de que se había logrado
el éxito, pero que había que mantener el secreto y que eso requería
compartimentar la información. Los trabajadores que llevaban
tiempo allí, deberían haber sospechado que a menudo se designaba
como jefe intermedio a alguien venido de fuera. Esos puestos eran
ocupados por alguien de fuera, más que por promoción interna,

164
Además, también creían que, en realidad, eran más del 6% de
los trabajadores los que tenían acceso al puerto central, pero que no
lo podían decir. Sólo los más acomodaticios a la
compartimentación de la información llevaban allí desde el
principio del proyecto. A los otros se los ascendía y enviaba fuera.

–¿Incluso el Síndrome enekense fue inventado?

–Sí. Fueron detalles de este tipo los que dotaron de realismo


al proyecto. Y no sólo eso, hasta las conversaciones de los últimos
días fueron permitidas para que después hubiera quienes pudieran
decir que estuvieron hablando con X.A. hasta el mismísimo final.

–¿Qué me puede decir de los prototipos-gemelos?

–El Equipo Rector accedió tras una larga negociación.


Siempre habían insistido en que era mejor concentrar esfuerzos en
un solo prototipo, mejor que dividir esos esfuerzos. Sólo
consintieron después que el presidente de la corporación cesó del
consejo de administración al directivo más contrario al Equipo
Rector. Fue una cesión excesiva. Ese directivo se fue de la empresa
lleno de rabia y amargura. Había trabajado toda la vida para llegar
a ese puesto que era la culminación de su carrera. Tuvo graves
repercusiones personales este cese, que no pudo superarlas.

Más triste es todo esto, cuando ahora sabemos que el Equipo


Rector construyó el Prototipo-gemelo 1 y 2 a sabiendas de que los
iba a destruir con toda frialdad. Ahora sabemos también que no
tenía opción. De lo contrario, todo se hubiera descubierto. 1.100
millones de dólares tirados a la basura sin ningún remordimiento.
Pero haberse negado en redondo hubiera sido el inicio de las
sospechas por nuestra parte. Ellos eran conscientes de que el entero
Proyecto Capricornio entraba ya en su etapa final.

165
Cuatro meses después, tres miembros del consejo de
administración abandonaron la TER & KON. El cese de ese
miembro del consejo, los TP1 Y 2, la huida adelante con los
presupuestos de investigación… era demasiado. Eran como las
ratas que abandonan un barco que se hunde. Hubo una junta general
de accionistas. Parecía inevitable dejar provisionalmente la
compañía en manos de unos gestores hasta que realmente se
supiera cómo iban las cosas con el X.A. Pero el endeudamiento
hizo que hubiera que dejar las cosas como estaban y acudir de
urgencia al Gobierno Federal.

Pero no contaron con que varios antiguos ejecutivos irían


directamente al despacho del Departamento de Justicia del Estado
de California. Me consta que Joseph Hurlings, la misma mañana
que abandonó el Consejo, se dirigió al despacho del Fiscal General
del Estado de California. Louis Adams y Joshua Haspers fueron
tres días después a la Agencia Nacional de Seguridad. Eso provocó
la investigación de una comisión de esa agencia.

El presidente y yo no lo sabíamos entonces, pero Overcreek


tenía sus días contados a causa de las mentiras enredadas con otras
mentiras.

166
Epílogo

UN EPÍLOGO es la parte en que se ofrece un desenlace a las acciones


que no han quedado terminadas. Mucho me temo que no voy a
poder ofrecer tal cosa. Ya han pasado catorce años desde que se
puso fin al proyecto Capricornio y todavía no se sabe a ciencia
cierta qué sucedió en ese proyecto entre el año 2012 y el 2020.

Una cosa es perfectamente verificable, y es que el posterior


proyecto conocido como AZ-1 fracasó. Y ni el AZ-2 ni el BZ-1, ni
el BX–A lograron el desarrollo de inteligencia artificial. Y
entonces vinieron las suposiciones: ¿se logró de verdad en el
proyecto X.A?

Algunos pensaron que quizá en el proyecto de la TER & KON


había sucedido a nivel informático lo que los biólogos nos repiten
testarudos una y otra vez (y que yo no me creo demasiado) a nivel
de las células: que las moléculas de bases nitrogenadas se habían
combinado por azar y se había producido una molécula de ADN.
Quizá, de un modo semejante, en el X.A. se había producido una
combinación de programas capaz y eficiente, pero por pura
casualidad. Quizá habíamos dado con una posibilidad entre
millones.

Lo cierto es que los mapas de programación, incluso los del


primitivo programa matriz, eran incompletos. Sus creadores sabían
lo que habían hecho, sabían las líneas generales de lo que habían
hecho. Pero trataron de explicar a todo el mundo que cada día se
realizaban cientos de pequeños cambios sobre la marcha en el

167
programa matriz y que era imposible saber cuál de todas aquellas
insignificantes modificaciones efectuadas durante años por parte
de un equipo tan numeroso fue la que dio en el clavo.

Se llevó un minucioso registro de cada una de las


modificaciones que se hicieron sobre el programa. Lo que no
sabemos es cuál fue la determinante. Además, muchas
calibraciones insignificantes se afinaron tecleándolas directamente,
aparecían sobre la pantalla y sabíamos que se podía copiar el
programa entero cuando quisiéramos. No fue desidia. Pedir otra
cosa hubiera sido como pedir a un mecánico de coches que llevara
actas de cada uno de los ajustes que va haciendo a cada tuerca, a
cada válvula, hasta que el motor funcione. Todo esto se realizaba
iniciando y reiniciando cada programa parcial varias veces al día.

En los años siguientes a la conclusión del proyecto


Capricornio hemos intentado poner en marcha réplicas del X.A.,
pero lo cierto es que el programa matriz de los siguientes proyectos
colapsa una y otra vez.

¿Era cierto que quizá había sido alguna pequeña modificación


del Sistema Matriz, alguna de las centenares de miles que se
llevaron a cabo, lo que había permitido al sistema operativo ir
desarrollando las leyes del razonamiento? ¿Era cierto que era
alguna en apariencia intrascendente modificación que se nos había
pasado por alto, la parte verdaderamente nuclear del sistema del
X.A.? Hoy día sabemos que es el ADN lo que permite que un ser
vivo pueda serlo. ¿Cuál era el ADN de las leyes del razonamiento?
¿Dónde estaba la pequeña modificación que permitía al programa
crear secuencias cada vez más perfectas de razonamiento? ¿Dónde
estaba la aguja en aquel laberinto de pajares?

Hay también otra explicación ampliamente explotada por la


prensa sensacionalista para las masas ávidas de buscar grandes

168
intrigas en el gobierno federal: los proyectos AZ–1, AZ–2, BZ-1,
y el BX–A estaban destinados al fracaso de forma premeditada.
Según algunos con millones de seguidores habían sido creados para
convencer al resto de potencias occidentales de que la inteligencia
artificial era un imposible y que si había surgido en Seattle lo había
hecho por pura casualidad. De acuerdo a esta teoría de la
conspiración, estaba previsto despilfarrar todos esos millones en
proyectos destinados al fracaso, con tal de mantener en secreto el
verdadero proyecto del X.A.

Como es lógico esta hipótesis no tiene ninguna credibilidad y


es tan solo pábulo para los eternos crédulos de la capacidad
conspirativa de las agencias gubernamentales, del Pentágono y del
resto de los fantasmas rutinarios que pueblan la mente de este tipo
de imaginativos ciudadanos siempre dispuestos a desconfiar de la
bondad natural de su gobierno.

Otros sujetos imaginativos piensan que todo fue un plan del


Gobierno Federal para insuflar grandes cantidades de capital en la
industria norteamericana de supercomputadoras en un momento en
que era necesario este aporte de dinero del que el presupuesto
federal carecía. Esa pequeña mentira conseguiría que nuestra
industria siguiera pudiendo hacer frente a nuestros competidores.
Y, en realidad, no era una mentira. Realmente se invirtió ese capital
en el proyecto. La recogida de capital internacional vino cuando
interesadamente se dio pábulo a las filtraciones de que se estaban
obteniendo resultados.

–¿Y cuál es su opinión personal acerca de si en el X.A. se


produjo o no inteligencia artificial?

–¿Cuál es mi opinión personal? Bien. Después de catorce


años de darle muchas vueltas a todos los datos, desde mi despacho
de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Berkeley, me

169
inclino a mirar todo este asunto de la inteligencia artificial del
modo más escéptico posible. Sé que eso viste poco en el mundo
académico, y menos a los ojos del pueblo que cree en la
omnipotencia de la ciencia. Pero francamente... no acabo de ver
cómo un simple programa que tramita órdenes, pues eso es un
programa informático, puede razonar con abstracciones, cuando la
abstracción supone un verdadero salto cualitativo más allá de todo
lo que nunca ha podido hacer un impulso eléctrico caminando por
un circuito.

Yo, a estas alturas, pienso que es imposible crear inteligencia


artificial. –el profesor Julius Henry Aldrich miró su propia corbata,
estaba mal planchada–. ¿Qué, lo habéis grabado todo bien?

–Sí, profesor. De verdad que le agradecemos mucho que nos


haya concedido esta entrevista para nuestra gaceta universitaria –
dijo el joven universitario mientras apagaba la grabadora.

–Bueno, no os quejaréis, os he ofrecido un panorama del tema


y un epílogo a una historia a la que la prensa ha sacado punta
durante años y todavía lo seguirá haciendo de vez en cuando un par
de años más.

–Se lo agradecemos.

Los jóvenes seguían recogiendo sus cosas en las mochilas.


Uno de los dos, el que menos había hablado, pelirrojo, preguntó
levantándose ya de la silla para salir:

–Usted habla de conjeturas, usted da opiniones, ¿pero usted


sabe la historia verdadera de lo que sucedió allí?

–Claro, hijo, claro.

–¿Y cuál es?

170
–Pues la que he dicho ya cien veces en todos los medios. ¿Es
que la tendré que repetir cada semana hasta que me muera? Nos
engañaron y nos dejamos engañar.

–Sí, sí, le entiendo, ya son muchos años con la misma historia.


Muchas gracias. Bueno, pues me marcho. Hasta la próxima.

–Adiós.

El profesor, con toda calma, se dispuso a preparar la clase


siguiente. No tuvo que hacer espacio en su mesa literalmente
cubierta de papeles, ya estaba acostumbrado a ese orden exuberante
de papeles, así que sin más preámbulos se puso a trabajar en el
espacio libre que había justo ante él.

Escribía y leía bajo una grandísima foto, en blanco y negro,


enmarcada de un desaliñado Albert Einstein. El profesor Aldrich
por el contrario siempre iba muy atildado. Aunque también, como
todos los genios, trabajaba rodeado de estanterías atiborradas hasta
el último centímetro de libros llenos de marcadores, carpetas
reventonas de papeles, y folios grapados unos, con clips otros.
Todo en un alegre desorden aparente, pero cada cosa en su lugar.
Aquellas estanterías estaban congestionadas como una mesa de
alquimista del siglo XII.

La puerta del despacho se cerró y el vejete se sumergió en su


trabajo. Su mente a sus setenta y un años seguía siendo una mente
privilegiada, pero él sabía muy bien que los primeros síntomas del
Alzheimer habían aparecido. Mientras le fuera posible lo
mantendría en secreto. Quería hasta el último día estar al pie del
cañón, en su puesto de trabajo, pensando mientras le fuera posible.

Claro que ni toda la buena voluntad del mundo le libraría de


un futuro inevitable. Sabía muy bien que al final todo el mundo de
memorias que había acumulado en su existencia se iría

171
desdibujando. Al final no recordaría muy bien nada. Quizá, tal vez,
a ratos hasta dudaría de que él mismo fuera X.A.

172
A todos los autores, nos gusta escuchar los comentarios de
nuestros lectores. Si desea enviarme un comentario sobre este libro,
puede hacerlo con toda libertad en este correo: fort939@gmail.com

www.fortea.ws

173
174
José Antonio Fortea Cucurull, nacido en
Barbastro, España, en 1968, es sacerdote
y teólogo especializado en el campo
relativo al demonio, el exorcismo, la
posesión y el infierno.

En 1991 finalizó sus estudios de Teología


para el sacerdocio en la Universidad de
Navarra. En 1998 se licenció en la
especialidad de Historia de la Iglesia en la
Facultad de Teología de Comillas. Ese
año defendió la tesis de licenciatura El
exorcismo en la época actual. En 2015 se
doctoró en el Ateneo Regina
Apostolorum de Roma con la tesis
Problemas teológicos de la práctica del
exorcismo.

Pertenece al presbiterio de la diócesis de


Alcalá de Henares (España). Ha escrito
distintos títulos sobre el tema del
demonio, pero su obra abarca otros
campos de la Teología. Sus libros han
sido publicados en ocho lenguas.

www.fortea.ws

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