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TEXTOS SOBRE EL LENGUAJE – SAN AGUSTÍN

COMPLEMENTO DEL DE MAGISTRO

DIALECTICA
Pero las palabras son signos de cosas precisamente cuando de ellas reciben valor, mientras
que aquellas de las que se discute aquí son signos de palabras. En efecto, dado que no
podemos hablar de palabras sino con palabras, y dado que cuando hablamos no hablamos
sino de ciertas cosas, se presenta a la mente que las palabras son signos de palabras tales
que no dejan de ser cosas. Pues cuando la palabra sale de la boca, si sale a causa de sí
misma, es decir, si se pregunta o se discute algo acerca de la palabra misma, es ciertamente
una cosa sujeta a discusión y a cuestionamiento. Pero esa misma cosa se llama palabra. Mas
todo lo que acerca de la palabra percibe no el oído, sino la mente y queda incluido en la
misma mente se denomina «decible»; en cambio, cuando la palabra sale no por razón de sí
misma sino para significar alguna otra cosa, de denomina «dicción». Pero la cosa misma, que
ya no es palabra, ni concepto mental de una palabra, sea que tenga palabra con la que
pueda ya ser significada, sea que carezca de ella, no se la denomina sino cosa, pero ya con
nombre propio. Reténganse y distínganse, por tanto, estas cuatro cosas: palabra, decible,
dicción, cosa. Lo que he denominado «palabra» es una palabra y significa la palabra. Lo que
he denominado «decible» es una palabra y, sin embargo, no significa una palabra sino lo que
se entiende en la palabra y está contenido en la mente. Lo que he denominado «dicción» es
una palabra, pero una palabra tal que por ella se significan simultáneamente aquellas dos
realidades, esto es, la palabra misma y lo que se realiza en la mente por medio de la
palabra. Lo que he denominado «cosa» es una palabra que significa todo lo que queda,
aparte de los tres términos mencionados.

DIALECTICA, 5

DE DOCTRINA CHRISTIANA

LIBRO II
CAPÍTULO I

QUÉ ES Y DE CUÁNTAS MANERAS ES EL SIGNO

1. Al escribir el libro anterior sobre las cosas, procuré prevenir que no se atendiese en ellas
sino lo que son, prescindiendo de que, además, puedan significar alguna otra cosa distinta
de ellas. Ahora, al tratar de los signos, advierto que nadie atienda a lo que en sí son, sino
únicamente a que son signos, es decir, a lo que simbolizan. El signo es toda cosa que,
además de la fisonomía que en sí tiene y presenta a nuestros sentidos, hace que nos venga
al pensamiento otra cosa distinta. Así, cuando vemos una huella, pensamos que pasó un
animal que la imprimió; al ver el humo, conocemos que debajo hay fuego; al oír la voz de un
animal, nos damos cuenta de la afección de su ánimo; cuando suena la corneta, saben los
soldados si deben avanzar o retirarse o hacer otro movimiento que exige la batalla.

2. Los signos, unos son naturales, y otros instituidos por los hombres. Los naturales son
aquellos que, sin elección ni deseo alguno, hacen que se conozca mediante ellos otra cosa
fuera de lo que en sí son. El humo es señal de fuego, sin que él quiera significarlo; nosotros,
con la observación y la experiencia de las cosas comprobadas, reconocemos que en tal lugar
hay fuego, aunque allí únicamente aparezca el humo. A este género de signos pertenece la
huella impresa del animal que pasa; lo mismo que el rostro airado o triste demuestra la
afección del alma, aunque no quisiera significarlo el que se halla airado o triste; como
también cualquier otro movimiento del alma que, saliendo fuera, se manifiesta en la cara,
aunque no hagamos nosotros para que se manifieste. No es mi idea tratar ahora de este
género de signos; como pertenecen a la división que hemos hecho, ni pude en absoluto
pasarlos por alto, pero es suficiente lo que hasta aquí se dijo de ellos.
CAPÍTULO V

LA DIVERSIDAD DE LENGUAS

6. De aquí provino que también la divina escritura, la cual socorre tantas enfermedades de
las humanas voluntades, habiendo sido escrita en una sola lengua en la cual oportunamente
hubiera podido extenderse por la redondez de la tierra, se conociera para salud de las
naciones divulgada por todas partes debido a las diversas lenguas de los intérpretes. Los que
la leen no apetecen encontrar en ella más que el pensamiento y voluntad de los que la
escribieron, y de este modo llegar a conocer la voluntad de Dios, según la cual creemos que
hablaron aquellos hombres.

CAPÍTULO X

ACONTECE NO ENTENDER LA ESCRITURA POR USAR SIGNOS DESCONOCIDOS O AMBIGUOS

15. Por dos causas no se entiende lo que está escrito: Por la ambigüedad o por el
desconocimiento de los signos que velan el sentido. Los signos son o propios o metafóricos.
Se llaman propios cuando se emplean a fin de denotar las cosas para que fueron instituidos;
por ejemplo, decimos «bovem», buey, y entendemos el animal que todos los hombres
conocedores con nosotros de la lengua latina designan con este nombre. Los signos son
metafóricos o trasladados cuando las mismas cosas que denominamos con sus propios
nombres se toman para significar alguna otra cosa; como si decimos bovem, buey, y por
estas dos sílabas entendemos el animal que suele llamarse con este nombre; pero además,
por aquel animal entendemos al predicador del Evangelio, conforme lo dio a entender la
Escritura según la interpretación del Apóstol que dice: No pongas bozal al buey que trilla11.

CAPÍTULO XV

SE RECOMIENDA LA VERSIÓN LATINA «ITÁLICA» Y LA GRIEGA DE LOS SETENTA

22. Entre todas las traducciones, la «Ítala» ha de preferirse a las demás, porque es la más
precisa en las palabras y más clara en las sentencias. Para corregir cualquiera versión latina
se ha de recurrir a las griegas, entre las cuales, por lo que toca al Antiguo Testamento, goza
de mayor autoridad la versión de los Setenta, de los cuales es ya tradición de las Iglesias
más sabias, que tradujeron con tan singular asistencia del Espíritu Santo, que de tantos
hombres aparece solamente un decir. Porque si, como se cuenta y lo refieren hombres no
indignos de crédito, que cada uno se hallaba separado de otro en celdas distintas cuando
hacían la versión y nada se encontró en la traducción de cada uno que no se hallase con el
mismo orden y palabras en las de los otros, ¿quién se atreverá a comparar, no digo a
preferir, alguna otra versión, a esta de tal autoridad? Y si únicamente se entendieron para
que dé común consentimiento fuese una la voz de todos, ni aun así conviene, ni está bien
que algún otro cualquiera, por mucha pericia que tenga, aspire a corregir la conformidad de
hombres tan sabios y provectos. Por lo tanto, aunque en los ejemplares hebreos se
encuentre algo distinto a lo que escribieron éstos, juzgo que debe cederse a la divina
ordenación ejecutada por medio de ellos, para que los libros que el pueblo judío no quería
dar a conocer, por religión o por envidia a las demás naciones, se entregasen con tanta
antelación, por el ministerio del rey Tolomeo, a los gentiles que habían de creer en el Señor.
Por lo tanto, pudo suceder que ellos tradujesen del modo que juzgó el Espíritu Santo
convenía a los gentiles, el cual los movió e hizo por todos ellos una sola boca. Sin embargo,
como anteriormente dije, tampoco será inútil, para aclarar muchas veces el sentido, la
confrontación de aquellos traductores que firmemente se pegaron a la letra. Si fuese
necesario, los códices latinos del Antiguo Testamento, como dije en un principio, deben
corregirse por la autoridad de los griegos y, sobre todo, por la de aquellos que siendo setenta
se afirma tradujeron por una sola boca. Por lo que se refiere a los libros del Nuevo
Testamento, si hay algo dudoso en las diferentes versiones de los latinos, no hay duda que
deben ceder a los griegos y, sobre todo, a los que se hallan en las Iglesias más doctas y
cuidadosas.

CAPÍTULO XXV

EN LAS INSTITUCIONES HUMANAS NO SUPERSTICIOSAS, UNAS SON SUPERFLUAS, OTRAS ÚTILES Y NECESARIAS

38. Cortadas y arrancadas del alma cristiana estas supersticiones, veamos ya las restantes
instituciones humanas no supersticiosas, es decir, las no fundadas en pactos con los
demonios, sino con los hombres. Todas las que tienen algún valor entre los hombres porque
convinieron entre ellos que le tengan, son instituciones humanas, de las cuales parte son
superfluas y de puro lujo, parte útiles y necesarias. Si todos aquellos ademanes que hacen al
saltar los cómicos tuvieran significación por naturaleza y no por institución y convención
humana, no hubiera sido necesario que, en los primeros tiempos, al saltar el pantomimo,
explicara el pregonero a los habitantes de Cartago qué quería dar a entender el bailarín; lo
cual recuerdan todavía no pocos ancianos, de cuyos labios solemos nosotros escucharlo. Y es
tanto más digno de crédito cuanto que, aún ahora, si entrare en un teatro un ignorante en
tales bufonadas, a no ser que alguno le vaya explicando el significado de aquellos
movimientos, en vano atendería en cuerpo y alma. Por eso todas desean que haya alguna
semejanza entre el signo y lo significado, para que los mismos signos, en cuanto se pueda,
sean semejantes a las cosas que señalan. Pero como puede ser de muchos modos una cosa
semejante a otra, tales signos no tienen valor entre los hombres, si no se viene a un
acuerdo.

CAPÍTULO XXVI

QUÉ INSTITUCIONES HUMANAS SE HAN DE EVITAR Y CUÁLES SEGUIR

Porque algunas están bosquejadas en las cosas naturales y son semejantes a ellas de
cualquier modo que hayan sido instituidas por los hombres. Las que pertenecen a la sociedad
con los demonios, como se dijo, deben en absoluto ser repudiadas y detestadas; y las que
los hombres usan entre sí, deben aceptarse en cuanto no son superfluas y de puro lujo,
sobre todo las formas de las letras, sin las cuales no podríamos leer; y también la diversidad
de lenguas en cuanto sea suficiente a cada uno, sobre lo que ya hemos hablado
anteriormente. A esta clase pertenecen las «notas» (signos taquigráficos) por las que se
llamaron notarios a los que las aprendieron. Todos estos signos son útiles y no es cosa ilícita
saberlos, ni nos enredan en superstición, ni relajan con el lujo, a condición de que no nos
ocupen de tal modo que lleguen a ser impedimentos para dedicarnos a otras cosas de más
importancia a las que deben servir para conseguirlas.

CAPÍTULO XXVII

ALGUNAS CIENCIAS NO INSTITUIDAS POR LOS HOMBRES AYUDAN A LA INTELIGENCIA DE LAS ESCRITURAS

41. Aquellas otras cosas que los hombres conocieron y publicaron sin inventarlas ellos, sino
que acaecieron en los tiempos pasados o fueron instituidas por Dios, donde quiera que se
aprendan, no deben considerarse como instituciones de los hombres. De ellas, unas
pertenecen a los sentidos corporales, otras al entendimiento. Las que se perciben por el
sentido corporal, o las creemos por haber sido narradas, o las percibimos como demostradas,
o las presentamos como experimentadas.

CAPÍTULO XXVIII

EN CUÁNTO AYUDA LA HISTORIA

42. Todo cuanto nos refiere la que se llama historia sobre lo sucedido en los tiempos
pasados, nos ayuda en gran manera para entender los Libros santos, aunque se aprenda
fuera de la Iglesia, en la instrucción escolar de la puericia. Pues por las olimpíadas y nombres
de los cónsules, no pocas veces averiguamos muchas cosas; así la ignorancia del consulado
en que nació el Señor y en que murió, llevó a muchos al error, juzgando que el Señor
padeció a los cuarenta y seis años de edad, por haber dicho los judíos que esos años
tardaron en edificar el templo, el cual era imagen del cuerpo del Señor. Ahora bien, sabemos
por la autoridad del Evangelio que se bautizó alrededor de los treinta años42; pero cuántos
años vivió en el mundo después de este hecho, aunque pueda colegirse por el mismo texto
de la relación de sus acciones, sin embargo, para que no aparezca niebla alguna que
obscurezca la verdad, por la historia profana comparada con el Evangelio, se conoce más
clara y ciertamente. Entonces se verá que no se dice en vano que el templo fue edificado en
cuarenta y seis años, pues no pudiendo referirse este número a la edad de Jesucristo, se
refiere a otra enseñanza más oculta del cuerpo humano, del que no se desdeñó vestirse por
nosotros el Hijo Unigénito de Dios, por quien todas las cosas fueron hechas.

43. Ya que hablo de la utilidad de la historia, dejando a un lado la de los griegos, ¡cuán
grave cuestión resolvió nuestro Ambrosio a los calumniadores del Evangelio que leían y
admiraban a Platón, los cuales se atrevieron a decir que todas las sentencias de nuestro
Señor Jesucristo, que se veían obligados a propagar y admirar, las aprendió de los libros de
Platón, dando por razón que no puede negarse que Platón existió mucho antes de la venida
humana del Señor! ¿Acaso el mencionado obispo, considerada la historia profana y viendo
que Platón fue en tiempo de Jeremías a Egipto, donde se hallaba por aquel entonces el
profeta, no demostró que es mucho más probable que más bien Platón bebió en nuestra
doctrina mediante Jeremías, de modo que así bien pudo enseñar y escribir las cosas que se
alaban con razón en sus escritos? Anterior a los libros del pueblo hebreo, en quien
resplandeció el culto de un solo Dios y de quien según la carne descendió nuestro Señor, no
fue ni aun Pitágoras, de cuyos sucesores aseguran los gentiles que Platón aprendió la
teología. Por tanto, examinados los tiempos, resulta mucho más creíble que Platón y
Pitágoras más bien tomaron de nuestros libros todo lo bueno y verdadero que dijeron ellos,
que no nuestro Señor Jesucristo de los de Platón, lo que sería una locura creerlo.

44. Aun cuando en la narración histórica se cuentan también las instituciones humanas


pasadas, no por esto se ha de contar la misma historia entre las instituciones humanas,
porque las cosas que ya pasaron y no pueden menos de haberse cumplido, deben colocarse
en el orden de los tiempos, de los cuales Dios es el creador y administrador. Una cosa es la
narración de las cosas sucedidas y otra enseñar las por hacer. La historia narra fiel y
útilmente los hechos; los libros de los agoreros y todos los de tal jaez intentan enseñar, con
la arrogancia de un instructor y no con la fidelidad de un testigo, las cosas que han de
suceder o han de observarse,

DE TRINITATE

LIBRO XV

CAPÍTULO X

VISIÓN ENIGMÁTICA Y ESPECULAR DEL VERBO ETERNO DE DIOS EN LA PALABRA INTERIOR

17. Hablemos ya de las cosas conocidas en las que pensamos, con existencia en nuestro
conocimiento, aunque no pensemos en ellas, ora pertenezcan a la ciencia contemplativa,
denominada propiamente sabiduría; ora a la acción, que en sentido propio dije llamarse
ciencia. Una y otra son patrimonio del alma, única imagen de Dios. Cuando se trata en
particular de la inferior, no debe nombrarse imagen de Dios, aunque se descubran ciertas
semejanzas de la Trinidad, según en el libro XIII probamos.

Hablamos ahora de la ciencia del hombre en toda su extensión, ciencia por la que conocemos
todo lo que conocemos; cosas verdaderas, sin duda, pues de otra suerte no las
conoceríamos. Nadie conoce el error sino cuando descubre su falsedad; si ésta conoce,
conoce ya la verdad, pues es verdad que son falsas. Hablamos, por consiguiente, de las
cosas conocidas en las que pensamos, cosas que nos son conocidas aun cuando no
pensemos en ellas. Mas si queremos mencionarlas, sólo pensando es posible, porque,
aunque las palabras no resuenen fuera, el que piensa habla siempre en su corazón.

Leemos en el libro de la Sabiduría: Dijeron en su interior pensando torcidamente30. Declara


qué sea hablar en su interior, cuando añade pensando. Parecido es lo que se lee en el
Evangelio, cuando algunos escribas, al oír al Señor decir al paralítico: Confía, hijo, tus
pecados te son perdonados; dijeron dentro de sí: Éste blasfema. ¿Qué significa dentro de sí,
sino pensaron? Y prosigue el texto: Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Para qué
pensáis el mal en vuestros corazones?31 Así se expresa San Mateo. San Lucas narra este
mismo episodio de la siguiente manera: Entonces los escribas y fariseos principiaron a
pensar diciendo: ¿Quién es este que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados
sino sólo Ellos? Jesús, conociendo sus pensamientos, les respondió y dijo: ¿Qué pensáis en
vuestros corazones?32 El dijeron pensando de la Sabiduría es el pensaron diciendo del
Evangelio. En ambos, "dentro de sí" y "en su corazón" es sinónimo de palabra pensada.
Dijeron dentro de sí y les fue respondido: ¿Por qué pensáis? Y de aquel ricachón a quien dio
su heredad opimos frutos dice el mismo Señor: Pensaba dentro de sí, diciendo...33

18. Ciertos pensamientos son, pues, palabras del corazón, donde nos muestra el Señor la
existencia de una boca cuando dice: No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino que
ensucia al hombre lo que sale de la boca. Enlaza en una sentencia las dos bocas del hombre,
la del cuerpo y la del corazón. Lo que aquellos hombres creían que manchaba al hombre,
entraba por la boca del cuerpo; lo que el Señor afirma que ensucia al hombre, sale de la
boca del corazón. Así lo interpreta el mismo que lo afirmó. Poco después, sobre esta misma
sentencia, dijo a sus discípulos: ¿Aún vosotros estáis sin entendimiento? ¿No sabéis que lo
que por la boca entra va al vientre y acaba en la letrina? En este pasaje habla,
evidentemente, de la boca del cuerpo. Pero en las palabras siguientes hace referencia a la
boca del corazón. Dice: Lo que sale de la boca, del corazón procede, y eso hace impuro al
hombre. Del corazón proceden los malos pensamientos...34 ¿Hay exposición más diáfana que
ésta? Con todo, no porque llamemos a los pensamientos palabras del corazón se excluye
sean visiones engendradas por la visión del conocimiento cuando son verdaderas.
Al exterior, cuando éstas tienen lugar por intermedio del cuerpo, una cosa es la palabra y
otra la visión; más, cuando pensamos en nuestro interior, ambas son una misma cosa. Dos
conceptos distantes entre sí son la visión y la audición, cuanto a los sentidos del cuerpo;
pero en el alma no es una cosa el ver y otra el oír. En consecuencia, la palabra exterior se
oye, no se ve; por el contrario, las palabras interiores, llamadas pensamientos, según nos
dice el santo Evangelio, el Señor las ve, no las oye. Dijeron entre sí: Éste blasfema. Luego
añade: Viendo Jesús sus pensamientos. Vio lo que dijeron. Vio en su pensamiento los
pensamientos que sólo ellos creían ver.

19. Todo el que pueda conocer la palabra antes de ser pronunciada, e incluso antes de poder
el pensamiento formarse una imagen del sonido -palabra que no pertenece a ningún idioma
conocido entre las naciones, como nuestro latín-; cualquiera que pueda, repito, comprender
esto, podrá ver en este espejo y en enigma alguna semejanza de aquel Verbo de quien está
escrito: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios35.

Es, pues, necesario, cuando decimos verdad, esto es, cuando decimos lo que sabemos, que
nuestro verbo nazca de la ciencia atesorada en nuestra memoria y sea en absoluto idéntico a
la naturaleza de la ciencia de la cual nace. Informado el pensamiento por la realidad
conocida, es verbo lo -que decirnos en nuestro corazón, verbo que no es griego, ni latino, ni
pertenece a idioma alguno; pero siendo preciso hacerlo llegar a conocimiento de aquellos con
quienes hablamos, se emplea un signo que lo exprese. Con frecuencia es un sonido, alguna
vez una seña; aquel habla al oído, ésta a la vista; y estos signos materiales son medios que
sirven para dar a conocer a los sentidos del cuerpo nuestro verbo mental. Expresarse por
señas, ¿qué otra cosa es sino un habla visible? Hay de este aserto claro testimonio en las
santas Escrituras, pues se lee en el Evangelio según San Juan: En verdad, en verdad os digo
que uno de vosotros me ha de entregar. Se miraban unos o otros los discípulos, dudando
quién podría ser. Uno de ellos el que Jesús amaba, estaba recostado sobre el pecho de
Jesús. Simón Pedro le hizo señas y le dice: ¿De quién habla?36 He aquí cómo Pedro habla por
señas, no atreviéndose a hacerlo de palabra. Mas estos signos corporales hieren los oídos o
la retina de los presentes con quienes hablamos; para comunicarnos con los ausentes se
inventó la escritura; pero las letras signo son de las voces, mientras las palabras son, en
nuestro lenguaje, signos del pensamiento.

CAPÍTULO XI

TENUE SEMEJANZA DEL VERBO INCREADO EN LA PALABRA INTERIOR DEL ALMA. DIFERENCIA ABISMAL ENTRE EL
VERBO Y LA CIENCIA DEL HOMBRE Y EL VERBO Y LA CIENCIA DE DIOS

20. La palabra que fuera resuena, signo es de la palabra que dentro esplende, a la que
conviene mejor el nombre de verbo; pues la palabra que los labios pronuncian, voz es del
verbo, y se denomina verbo por razón de su origen. Así, nuestro verbo se hace en cierto
modo voz del cuerpo al convertirse en palabra para poder manifestarse a los sentidos del
hombre, como el Verbo de Dios se hizo carne tomando nuestra vestidura para poder
manifestarse a los sentidos de los mortales.

Y así como nuestro verbo se hace voz sin mudarse en palabra, así el Verbo de Dios se hizo
carne sin convertirse en carne. Al asumir lo sensible sin ser por él absorbido, nuestro verbo
se hace voz y el Verbo se hizo carne.

Por esto, todo el que anhele encontrar una semejanza, mezclada con múltiples
desemejanzas, del Verbo de Dios, no preste atención a la palabra que resuena en los oídos
cuando la pronuncian los labios o en silencio se piensa. Las palabras de todos los idiomas
sonoros se pueden pensar en silencio, y el alma puede modular un poema sin que se muevan
los labios: el número y cantidad de las sílabas y la melodía de los cantares, aunque sean algo
material que el oído del cuerpo percibe, se muestran presentes a la mirada del pensamiento
de los que rumian en silencio estos recuerdos sirviéndose de ciertas imágenes incorpóreas.

Mas pasemos de largo sobre todas estas cosas para llegar al verbo humano, donde es dable
contemplar como en imagen descolorida y en enigma el Verbo de Dios; pero no el que se
comunicó a este o aquel vidente, del cual se ha dicho: Crecía y se multiplicaba el verbo de
Dios37; del cual se ha dicho: La fe por el oído, y el oído por el verbo de Cristo38; del cual se ha
dicho: Cuando oísteis el verbo de Dios que os predicamos, lo acogisteis no como palabra de
hombre, sino, y lo es en verdad, como verbo de Dios39. Y a este tenor muchos otros
testimonios do las Escrituras sobre el verbo de Dios, que por medio de sonidos
pertenecientes a múltiples y variados idiomas se difunde en los corazones y labios humanos.
Se denomina verbo de Dios, porque la doctrina que enseña es divina, no humana. Pero ahora
pretendemos ver en esta imagen una imperfecta semejanza del Verbo de Dios, del cual se
dijo: El Verbo era Dios; del cual se dijo: Todas las cosas han sido creadas por Él; del cual se
dijo: El Verbo se hizo carne40; del cual se dijo: El Verbo de Dios es fuente de sabiduría en las
alturas41.

Es, pues, necesario llegar al verbo humano, al verbo del animal racional, al verbo imagen de
Dios -no nacida de Él, sino hecho a su imagen-, que no es sonido prolaticio ni imaginable
como sonido, el cual es menester pertenezca a un idioma cualquiera, sino que es anterior a
todos los signos que le representan y es engendrado por la ciencia, que permanece en el
ánimo, cuando esta ciencia, tal cual es, se expresa en una palabra interior.

Muy parecida a la visión de la ciencia es la visión del pensamiento. Porque, cuando se


expresa por medio de un sonido o mediante un signo corpóreo, no se representa ya como es,
sino tal como se la ve o se la oye por los sentidos del cuerpo. Cuando lo que está en la
noticia se encuentra en el verbo, entonces es verbo verdadero y verdad, cual puede el
hombre desear; pues lo que está en la verdad se encuentra en el verbo, y lo que en ella no
existe, en él no se encuentra; aquí es donde se reconoce aquel: Sí, sí; No, no42. Y así, el
parecido de la imagen creada se aproxima, cuanto es posible, a la semejanza de la imagen
nacida, por la cual el Dios Hijo es proclamado substancialmente semejante en todo al Padre.

Y es de notar en este enigma otra semejanza con el Verbo de Dios; y es que, así como del
Verbo fue dicho: Todo ha sido creado por Él, donde se declara que Dios hizo cuanto existe
por medio de su Hijo unigénito, así tampoco hay obra humana que primero no se hable en el
corazón, según está escrito: El principio de toda obra es el verbo43. También aquí es principio
de bien obrar cuando el verbo es verdadero. Y es verbo verdadero cuando procede de la
ciencia del bien obrar, cumpliéndose allí el Sí, sí; No, no; si la ciencia que es norma de vida
pronuncia sí, que este sí exista en el verbo que regula la acción; y no, si es no; de otra
suerte dicho verbo sería mentira, no verdad, y, por consiguiente, pecado, no obra buena.

Hay aún otra semejanza entre nuestro verbo y el Verbo de Dios; puede nuestro verbo existir
sin que se traduzca en obras, pero no es posible la acción si no precede el verbo; el Verbo de
Dios pudo también existir sin que existiese criatura alguna, mas ninguna criatura puede
existir si no es por aquel que hizo todas las cosas.

En consecuencia, ni Dios Padre, ni el Espíritu Santo, ni la Trinidad, sino sólo el Hijo, el Verbo
de Dios, se humanó; aunque en la obra de la encarnación intervino la Trinidad, para que,
siguiendo e imitando su ejemplo nuestro verbo, vivamos rectamente; es decir, para que no
haya mentira en la contemplación o en la acción de nuestro verbo. Mas esta perfección de la
imagen pertenece al futuro. Para conseguirla nos adoctrina el buen Maestro por medio de la
fe cristiana y de las enseñanzas de la religión, para que a cara descubierta, sin el vello de la
Ley, penumbra de realidades futuras, contemplemos la gloria de Dios, mirándola como en un
espejo, y entonces seremos transformados en la imagen misma, de claridad en claridad,
como por el Espíritu del Señor44, según la explicación que de estas palabras hemos dado.

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