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ESCUELA DE POSTGRADO
DESARROLLO
HUMANO
PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO
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JOSÉ ARANA MAYOR
MARÍA CHUNGA PURIZACA
MARÍA GARCÍA CHAPOÑAN
MARÍA DEL ROSARIO DÍAZ ACHA
NORMA ANGELICA PALMA VILLANUEVA
CHARITO SÁNCHEZ DULANTO
KETY GARCÍA CHAPOÑAN
MIRIAM MEZA CHÁVEZ
DEDICATORIA:
A los docentes, quienes revaloran su
vocación, día a día, y perseveran en la
formación integral de sus alumnos.
DESARROLLO HUMANO
OBJETIVO GENERAL
LOS AUTORES,
CAPÍTULO I
ETAPA PRENATAL
DEL DESARROLLO HUMANO
Durante el periodo más temprano del desarrollo prenatal, etapa que abarca desde
la concepción hasta el nacimiento, el huevo fertilizado se divide e inicia el
proceso que, en apenas 9 meses, lo transformará de un organismo unicelular en
un ser humano complejo. Las células en división forman una bola hueca que se
implanta en la pared del útero. Dos semanas después de la concepción, las células
comienzan a especializarse. Algunas formarán los órganos internos del niño,
otras se convertirán en músculos y huesos, otras más darán origen a la piel y al
sistema nervioso. El organismo en desarrollo ha dejado de ser una masa
indiferenciada de células y ahora recibe el nombre de embrión.
Ante todo, nacen equipados con varios reflejo útiles. Algunos de ellos, como los
que controlan la respiración, son indispensables para vivir fuera del útero. Otros
les permiten alimentare. El reflejo de búsqueda hace que volteen la cabeza
hacia el contacto del pezón con la mejilla y que busquen con la boca. El reflejo
de succión hace que chupen lo que entra en su boca, y el reflejo de deglución
les permite tragar leche y otros líquidos sin asfixiarse.
Otros reflejos cumplen funciones menos evidentes. El reflejo palmar de
prensión impulsa al recién nacido a asir vigorosamente el dedo de un adulto o
cualquier objeto que se le ponga en las manos. El reflejo de marcha le permite
dar lo que parecen ser sus primeros pasos, si se les mantiene erguidos con los
pies apenas tocando una superficie plana. Estos dos reflejos desaparecen al cabo
de dos o tres meses para reaparecer después como prensión voluntaria (hacia los
cinco meses de edad) o de marcha real (al final del primer año).
Casi todos los recién nacidos responden ante el rostro, la voz y el contacto físico
humano. Esta capacidad aumenta sus probabilidades de supervivencia. Después
de todo, dependen totalmente de quienes los cuidan; es, pues, esencial que sus
relaciones sociales comiencen bien. Desde el principio tienen un medio de
comunicar sus necesidades a quienes conviven con ellos: el llanto. Y muy
pronto, en un lapso de seis semanas, disponen de un método aún más adecuado
de comunicación que les permite agradecer a quienes se esfuerzan tanto por
mantenerlos contentos: saben sonreír.
A. EL TEMPERAMENTO
Estamos tentados a hablar de los recién nacidos como si todos fueran iguales,
pero muestran diferencias individuales de temperamento (Goldsmith y
Harman, 1994; Piontelli, 1989). Algunos lloran más que otros; algunos son
más activos. A oros les encanta ser acariciados; otros más se retuercen
cuando los toman en brazos. Hay quienes son muy sensibles a los estímulos
del entorno, mientras que otros permanecen tranquilos sin importar lo que
ven y oyen.
Cualquiera que sea la causa inicial del temperamento, suele permanecer muy
estable a través del tiempo. En un estudio donde se pedía a las madres
describir el temperamento de sus hijos, características como grado de
irritabilidad, flexibilidad y perseverancia mostraban una estabilidad de la
infancia a los ocho años de edad (Pedlow y otros, 1993). Otros estudios han
revelado que los niños exigentes o difíciles tienden a convertirse en “niños
problema” que son agresivos y tienen problemas en la escuela (Guérin, 1994;
Patterson y Bank, 1989; Persson-Blennow y MacNeil, 1988). Un estudio
longitudinal sobre lo niños tímidos conserva esta característica, junto con la
inhibición, en los años intermedios de la niñez, del mismo modo que el niño
desinhibido sigue siendo relativamente abierto y atrevido (Kagan y Snidman,
1991).
OTROS SENTIDOS: Aún antes que los bebés nazcan, sus oídos funcionan
bien. El feto en el útero escucha los sonidos cardiacos y se sobresalta ante un
sonido inesperado en el ambiente materno. Después del nacimiento, los bebés
muestran incluso señales de que recuerdan los sonidos que escucharon en el
vientre. En un estudio, un grupo de bebés modificaba la velocidad con que
succionaban un chupón con tal de escuchar la grabación del libro infantil El
gato en el sombrero, que sus madres habían leído en voz alta dos veces al día
durante las últimas seis semanas de embarazo. Los niños no hacían el mismo
esfuerzo por oír la grabación de otra historia a la que nunca habían estado
expuesto (DeCasper y Spence, 1986).
Los lactantes son particularmente sensibles a los sonidos del habla humana.
Un lactante de un mes distingue sonidos similares como “pa-pa-pa” y “ba-ba-
ba” (Eimas y Tartter, 1979). En algunos aspectos, los distinguen mejor que lo
niños mayores y los adultos. A medida que van creciendo, pierden la
habilidad para percibir la diferencia entro dos sonidos muy semejantes del
habla que no se diferencian en su lengua materna (Werker y Desjardins,
1995). Por ejemplo. Los lactantes japoneses pequeños perciben fácilmente la
diferencia entre “ra” y “la”, sonidos que no se distinguen en japonés. Sin
embargo, cuando tienen un año de edad, ya no logran diferenciarlos (Werker,
1989).
CAPÍTULO II
a. DESARROLLO FÍSICO:
En el primer año de vida, el niño promedio crece unos 25 centímetros y gana
siete kilogramos. A los cuatro meses su peso natal se ha duplicado y se
triplica en el primer cumpleaños. El crecimiento físico disminuye
considerablemente en el segundo año. Ya no habrá aumentos rápidos de
estatura y peso sino hasta comenzar la adolescencia.
b. DESARROLLO MOTOR:
El desarrollo motor se refiere a la adquisición de las habilidades relacionadas
con el movimiento: asir, gatear y caminar. Las edades promedio a las que se
adquieren estas habilidades reciben el nombre de normas del desarrollo.
Así, a los 9 meses el lactante promedio puede pararse sosteniéndose en algo.
Por lo regular, el niño comienza a gatear a los 10 meses y a caminar
aproximadamente al año. Pero algunos niños normales se desarrollan mucho
más rápido que el promedio y otros lo hacen con mayor lentitud. Un bebé con
un rezago de tres o cuatro meses puede ser bastante normal y uno que esté
adelantado ese mismo tiempo no necesariamente está destinado a ser un atleta
destacado. Hasta cierto punto, los padres pueden acelerar la adquisición de
las destrezas motoras si proporcionan a sus hijos mucho entrenamiento,
estímulo y práctica. Al parecer, las diferencias en estos factores explican en
gran medida las divergencias transculturales en la edad promedio en que los
niños alcanzan ciertos hitos del desarrollo motor (Hopkins y Westra, 1989 ,
1990).
Gran parte del desarrollo motor consiste en sustituir los reflejos por acciones
voluntarias (Clark, 1994). Así, los reflejos de presión y de marcha del recién
nacido se reemplazan con la presión y la ambulación en niños de mayor
edad. El desarrollo motor se realiza en forma proximodistal, es decir, del
punto más cercano (proximal) al punto más lejano del centro del cuerpo
(distal). Por ejemplo, en un principio el niño tiene mucho mayor control
sobre los movimientos de los movimientos de los dedos. Los recién nacidos
empiezan a golpear los objetos cercanos casi desde el primer mes de vida,
pero no pueden alcanzar un objeto con precisión antes de los cuatro meses
aproximadamente. Y tardan uno o dos meses más para asir bien los objetos
que alcanzan (von Hofsten y Fazel-Zandy, 1984). Al inicio toman las cosas
con toda la mano, pero al final del primer año pueden asir un objeto diminuto
con el pulgar y el índice.
c. DESARROLLO COGNOSCITIVO
En parte, el desarrollo cognoscitivo temprano consiste en cambios en la
forma de concebir el mundo. El teórico más influyente en esta área es el
psicólogo suizo Jean Piaget (1896-1980). La formación que recibió en
biología influyó mucho en sus ideas. Empezó a interesarse en el desarrollo
cognoscitivo mientras trabajaba como asistente de investigación en el
laboratorio de Alfred Binet y de Theodore Simon, creadores de la primera
prueba estandarizada de inteligencia para niños. Le intrigaba las razones con
que los niños de corta edad justificaban las respuestas incorrectas a ciertas
preguntas (Brainerd, 1996). Más tarde observó y estudió a otros niños,
incluidos sus tres hijos. Los veía jugar, resolver problemas y realizar las
actividades comunes; después les hacía preguntas y diseñaba pruebas para
averiguar lo que pensaban.
En esta edad, a los niños les resulta difícil distinguir entre la apariencia y la
realidad de las cosas (Flavell, 1986). Se dejan engañar fácilmente por las
apariencias y tienden a concentrarse en el aspecto más sobresaliente de una
exhibición o evento, olvidándose del resto. En un famoso experimento, Piaget
mostró a un grupo de niños preoperacionales dos vasos idénticos, llenos con
jugo hasta el mismo nivel. Les preguntó cuál vaso contenía más jugo y
contestaron (correctamente) que los dos tenían la misma cantidad. Después
Piaget vació el jugo de un vaso en otro más alto y estrecho. Una vez más
preguntó a los niños cuál vaso tenía más jugo. Observaron los dos, vieron que
el nivel del jugo en el vaso más alto y estrecho estaba mucho más arriba y
contestaron que éste contenía más. Según Piaget, en esta etapa los niños no
tienen en cuenta el pasado (Piaget no hizo más que vaciar todo el jugo de un
recipiente en otro) ni el futuro (si volviera a vaciar, los niveles de jugo serían
idénticos). Tampoco consideran simultáneamente la altura del contenedor ni
su ancho. Por tanto, no logran comprender cómo un aumento en una
dimensión (altura) puede compensarse con la reducción en otra dimensión (el
ancho).
La teoría de Piaget también provoca críticas por suponer que los lactantes
entienden muy poco del mundo; por ejemplo, la permanencia de los objetos
en él. Cuando se les permite indicar su comprensión de este principio sin que
tenga que buscar un objeto faltante, a menudo parecen saber muy bien que
los objetos continúan existiendo cuando otros objetos los ocultan
(Baillargeon, 1994). Muestran otros conocimiento muy complejos del mundo,
de los cuales carecían en opinión de Piaget, como una compresión
rudimentaria del número (Wynn, 1995). Por lo demás al parecer en edades
mayores los logros cognoscitivos trascendentales se alcanzan mucho antes de
lo que pensaba Piaget. (Gopnik, 1996).
d. DESARROLLO MORAL
Uno de los cambios más trascendentes del pensamiento que se operan durante
la niñez y la adolescencia es el desarrollo del razonamiento moral. Lawrence
Kohlberg (1979,1981) analizó este tipo de desarrollo contando a sus sujetos
historias sobre complejos problemas éticos. La más conocida de ellas es el
“dilema de Heinz”:
En Europa, una mujer estaba a punto de morir de cáncer. Un
medicamento podía salvarla, una forma de radio que un
farmacéutico del mismo pueblo había descubierto hacía poco. La
vendía en 2 000 dólares, o sea, 10 veces más de lo que le costó
producirla. Heinz, el marido de la enferma, acudió a todos sus
conocidos para pedirles un préstamo, pero apenas logró reunir la
mitad del precio. Le dijo al farmacéutico que su esposa estaba
muriéndose y le pidió que se la vendiera más barata o que le
permitiera pagarle después. Pero por respuesta obtuvo un rotundo
“No”. Heinz se desesperó y se introdujo en la farmacia para robar
el medicamento que necesitaba su esposa. (Kohlberg, 1969, p.379)
En los últimos años los investigadores del desarrollo moral tienden a ampliar
el interés de Kolhberg por los cambios del razonamiento moral. Desean
descubrir los factores que influyen en las decisiones morales de la vida diaria
y hasta qué punto se pone en práctica. En otras palabras, quieren entender no
sólo el pensamiento sino también la conducta moral (Power, 1994).
Incluso los bebés sordos que son hijos de padres sordos que se comunican
con el lenguaje de signos producen una forma de balbuceo (Pettito y
Marentette, 1991). Igual que los niños normales, los bebés sordos comienzan
a balbucear antes de los 10 meses de edad, pero lo hacen con las manos. Del
mismo modo que los niños normales repiten sonidos una y otra vez, los
sordos también ejecutan movimientos repetitivos con las manos semejantes al
lenguaje de signos.
Pero el ambiente no se limita proporcionar al niño palabras para que llene los
espacios en blanco de su mapa interno del lenguaje. Sin el estímulo social de
personas con quienes hablar, aprende lentamente las palabras y las reglas
gramaticales. Los lactantes criados en instituciones, sin adultos sonrientes
que recompensen sus esfuerzos, balbucean como el resto de los niños pero
tardan mucho más en comenzar a hablar que los que crecen en una familia
(Brown, 1958). La mayor atención que se brinda al primogénito explica quizá
por qué su desarrollo lingüístico tiende a ser más rápido que el de los
hermanos nacidos después (Jones y Adamson, 1987).
f. DESARROLLO SOCIAL
Desarrollo del Apego Las crías de muchas especies siguen a su madre por
todas partes a causa de la impronta: poco después de que nacen o salen del
cascaron, forman un vínculo muy fuerte con el primer objeto móvil que ven.
En la naturaleza, éste suele ser la madre, primera fuerte de afecto y
protección. Pero en los experimentos de laboratorio, algunas especies, como
los gansos, ha sido empolladas en incubadoras y se han improntado con
señuelos, juguetes mecánicos y hasta con seres humanos (Huffman y
DePaulo, 1977, Lorenz, 1935). Las crías siguen fiel mente a su “madre”
humana, sin que manifiesten el menor interés por las hembras adultas de su
especie.
Los niños recién nacidos no muestran importancia con el primer objeto móvil
que ven, sino que paulatinamente forman un apego, o vínculo emotivo, con
quienes los cuidan (sin importar el sexo de quien los atiende). Este apego se
basa en largas horas de interacción durante las cuales el pequeño y el
progenitor llegan a establecer una relación estreche. Las señales del apego se
manifiestan a los 6 meses de edad e incluso antes. El bebé responderá con
sonrisas y arrullos ante la presencia de su cuidador y con lloriqueos y miradas
compungidas cuando se marcha. Hacia los siete meses de edad, la conducta
de apego se intensifica más. El niño se estirará para que el cuidador lo tome
en brazos y se abrazará a él, sobre todo cuando esté cansado, atemorizado o
lastimado. Comenzará a temer a los extraños, algunas veces emitiendo gritos
fuertes incluso cuando un desconocido le hace un gesto amistoso. El niño se
inquietará mucho si el cuidador lo deja, así sea por unos minutos, en un lugar
extraño.
A los padres les sorprende esta nueva conducta de su hijo hasta entonces
impasible, pero es algo perfectamente normal. De hecho, la ansiedad ante la
separación de la madre indica que el niño ha adquirido el sentido de
“permanencia de la persona” junto con el de la permanencia del objeto. En
los niños de cinco meses, todavía se observa aquello de “fuera de la vista,
fuera de la mente”, pero en los de nueve meses el recuerdo de la madre
persiste y con fuerte gritos anuncia que quiere que regrese.
Los niños con un apego inseguro con su madre tienden menos a explorar un
ambiente desconocido, a pesar de que ella esté presente. Más aun, casi todos
los niños de corta edad llorarán y no querrán tranquilizarse cuando se les deja
en un lugar desconocido, pero los niños con apego inseguro suelen seguir
llorando aun después de que su madre retorna; enojados la alejan a
empujones o la ignoran por completo. En cambio, un niño de 12 meses con
apego seguro tenderá a correr hacia la madre que se acerca para recibir un
abrazo y palabras tranquilizadoras, comenzando de nuevo a jugar
alegremente (Ainsworth y otros, 1978).
Erik Erikson veía una señal saludable en la independencia durante esta edad.
Autonomía frente a vergüenza y duda es el nombre que le dio a esta etapa. Si
el pequeño no adquiere un sentido de la independencia y separación de otros
puede convertirse en una persona insegura. Puede comenzar a dudar de sus
capacidades para adaptarse al mundo. Si lo padres y otros adultos se burlan
de sus esfuerzos, quizá comience también a sentirse avergonzado. Por
fortuna, la mayoría de los niños y de los padres evitan estos resultados
negativos. Negocian su relación de modo que el niño logre un nivel razonable
de independencia, a la vez que respetan la observancia de las reglas y valores
sociales. De este modo se cumplen las necesidades de autonomía y
socialización.
Relaciones con otros niños A edad muy temprana, el niño comienza a mostrar
interés por otros niños, pero las habilidades sociales necesarias para jugar con
ellos se desarrollan en forma gradual (Pellegrini y Galda, 1994). Primero
juego solo, practicando el juego solitario. Después entre el año y medio y los
dos años, comienza a dedicarse al juego paralelo, es decir, juega al lado de
otro y hace las mismas cosas que él, pero sin que interactúen mucho. Hacia
los dos años de edad la imitación se convierte en juego: un niño arroja un
juguete contra la silla, el otro hace lo mismo y luego ambos se ponen a reír.
Más o menos a los dos años y medio, el niño comienza a utilizar el lenguaje
para comunicarse con sus compañeros de juego, y su juego cada vez es más
imaginativo. Entre los tres años y los tres años y medio realiza el juego
cooperativo, que consiste en actividades que requieren de imaginación del
grupo como “jugar a la casita”. (Eckerman, Davis y Didow, 1989).
Saber hacer amigos es una de las funciones que Erikson considera esenciales
para el niño cuya edad fluctúa entre siete y once años, es decir, que se
encuentra en la etapa de laboriosidad frente a inferioridad. A esta edad deben
dominar muchas habilidades de creciente dificultad, siendo una de tantas la
interacción social con sus compañeros. Otras se relacionan con el dominio de
las habilidades académicas y aprender a efectuar varias actividades que
necesitará cuando sea un adulto independiente. En la perspectiva de Erikson,
si el niño se estanca en sus esfuerzos por prepararse para vivir en el mundo de
los adultos, puede llegar a la conclusión de ser inadecuado o inferior y perder
la fe en su poder de convertirse algún día en una persona autosuficiente.
Aquellos cuya laboriosidad se recompensa adquieren un sentido de
competencia y de seguridad en sí mismos.
Adquisición de los Roles de Género: Hacia los tres años de edad, los niños y
las niñas desarrollan una identidad de género, es decir, una niña pequeña
sabe que es mujer y un niño pequeño que es un hombre. Sin embargo, en ese
momento los niños no saben muy bien lo que significa. Un niño de tres años
quizá crea que al crecer se convertirá en mamá o que, si se pone un vestido y
un moño en el cabello, se transformará en una niña. Entre los cuatro y cinco
años, casi todos saben que el sexo depende del tipo de genitales que uno
tenga (Bem, 1989). Han adquirido la constancia de género, es decir,
comprenden que el sexo no puede cambiarse.
ETAPA DE LA ADOLESCENCIA
La adolescencia es el periodo comprendido aproximadamente entre los 10 y 20 años de
edad, es decir cuando una persona pasa de la niñez a la edad adulta. En esta etapa
suceden no sólo los cambios físicos de un cuerpo en maduración, sino también muchos
cambios cognoscitivos y socioemocionales.
En las mujeres, el estirón del crecimiento suele ser el primer signo de que se
acerca la pubertad. Poco después, los senos empiezan a desarrollarse, más o
menos al mismo tiempo aparece un poco de vello púbico. La menarquía, primer
ciclo menstrual, ocurre cerca de un año más tarde, entre los 12 ½ y 13 años en la
joven estadounidense promedio (Powers, Hauser y Kilner, 1989). En la aparición
de la menarquía influyen la salud y la alimentación; las jóvenes de mayor peso
maduran antes que las más delgadas.
Sin importar las causas del embarazo entre las adolescentes, las consecuencias
pueden ser devastadoras. El futuro de una joven madre soltera está en riesgo,
sobre todo si no cuenta con el apoyo de sus padres o si vive en la pobreza. Tiene
menos probabilidades de graduarse de la enseñanza media, de mejorar su nivel
económico, de casarse y no divorciarse que una joven que pospone la
procreación. Además los hijos de adolescentes tienden a tener un bajo peso al
nacer, lo cual se acompaña de deficiencias del aprendizaje y de problemas
neurológicos (Furstenberg, Brooks-Gunn y Chase-Lansdale, 1989).
Por supuesto, los individuos difieren en la capacidad para enfrentar aun las
peores situaciones. Algunos jóvenes muestran una especial resistencia y
consiguen superar grandes obstáculos, en parte por una sólida fe en su capacidad
para mejorar las cosas (Werner, 1995). Así pues, la lucha que el crecer supone
para un adolescente se debe a una interacción entre los retos del desarrollo y los
factores que favorecen la resistencia (Compas, Hinden y Gerhardt, 1995).
Las relaciones con los compañeros cambian durante la adolescencia. Los grupos
de amigos al inicio de este periodo tienden a ser pequeños, de un solo sexo y de
tres a nueve miembros; se les llama pandillas. Especialmente entre las mujeres,
estas amistades van consolidándose y son un espacio de confidencialidad
creciente conforme los adolescentes adquieren las capacidades cognoscitivas que
les permiten conocerse mejor ellos mismos y a los demás (Holmbeck, 1994).
Más adelante, en la mitad de la adolescencia, las pandillas suelen terminarse y
son sustituidas por grupos con miembros de ambos sexos. Éstos a su vez son
reemplazados por grupos d pareja. En un principio los adolescentes suelen tener
breves relaciones heterosexuales dentro del grupo que satisfacen necesidades a
corto plazo, sin exigirles el compromiso de una relación estable (Sorensen,
1973). Estas relaciones no requieren amor y puede disolverse de la noche a la
mañana. Pero entre los 16 años y 19 años de edad la mayoría opta por noviazgos
más estables. Comienzan a adquirir competencia en este tipo de relaciones, pues
ya no están orientados al grupo y tienen más confianza en su madurez sexual.
Algunos incluso deciden casarse en esta etapa de la visa. Pero los matrimonios
prematuros muestran un alto índice de fracasos en comparación con los
matrimonios que se contraen de los 20 a 30 años y de los 30 a los 40 años
(Cavanaugh, 1990).
El punto más bajo de la relación entre padres e hijos suelen darse al iniciarse la
adolescencia, cuando empiezan a ocurrir los cambios físicos de la pubertad.
Entonces disminuye la relación afectuosa entre ellos y surgen conflictos. Durante
este periodo son muy importantes las relaciones cálidas y cariñosas con adultos
fuera de la familia, como las que se entablan en la escuela o en un centro
comunitario supervisado (Eccles y otros, 1993). Los conflictos con los padres
tienden a centrarse en cuestiones de poca importancia y rara vez son intensos
(Holmbeck, 1994). Sólo en un reducido número de familias la relación entre
padres e hijos se deteriora mucho durante la adolescencia (Paikoff y Brooks-
Gunn, 1991).