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Antología de grandes reportajes

colombianos
SAMPER. Pizano, Daniel “Antología de grandes reportajes colombianos”
JUAN PINZÓN: UN GOLFISTA QUE SALIÓ DEL HOYO por José Clopatofsky*

De estatura mediana, hombros anchos, pelo tupido y un color de piel que indica que ha
pasado sus malos y buenos días al sol, Juan Pinzón acomodó las puntillas de sus zapatos en la
arena del bunker.
Giró bruscamente los pies buscando apoyo. Apuntó hacia la bandera, pensó el golpe, llevó los
brazos atrás, cortó una bocanada de arena y la bola cayó a pocos centímetros del hoyo.
Arregló cuidadosamente sus huellas en la trampa de arena y cuando regresó al prado,
sacudió con firmeza la mugre de sus zapatos.
Aunque Juan Pinzón, el mejor golfista profesional de Colombia en este momento, ha vivido ya
38 años, cuando ve la arena caer de sus elegantes zapatos, no puede evitar recordar que sus
primeros 14 los pasó descalzo, rodando a pie limpio por los caminos del destino.
Y no parecía un itinerario agradable. Su padre arrancó en el Tolima, en zonas hirviendo,
donde sus trece hermanos se cocinaron la espalda a la par con él. La madre cosía en casa cuando
llegaron a Ibagué y hasta llegó a desempeñar el cargo de telegrafista, cuando el mundo hablaba el
idioma morse, suma de unos abstractos puntos y rayas que cruzaban los aires.
Al llegar a Bogotá, siguiendo el derrotero "del viejo" que venía a prestar sus servicios de
mecánico en la Compañía General Automotriz, la vida de Juan Pinzón no mejoró.
La familia echó raíces en las goteras de Funza, un pueblo pequeño y alegre que cada día
está más cerca del mordisco capitalino. Allí Pinzón quedó abandonado a la suerte que mu chos niños
colombianos han conocido: el mundo de la calle.
Pidió limosna, fue miembro activo de una gallada de gamines, levantaba pájaros a piedra y
conoció todos los vicios y defectos que genera el libre albedrío. Rebelde y decidido, se clavó por
mucho tiempo en este mundo que aunque duro le era propio, en el cual escampaba los rejazos de su
padre que educaba "de una manera distinta a la de hoy", y en los días de frío intenso cuando estaba
lejos de las calles conocidas, se acordaba de los castigos que soportó amarrado a un árbol bajo el
inclemente sol del Tolima.
"Nunca tuve una ilusión. Nunca conocí un guía y me tocó ser mi propio maestro. No me
avergüenzo de mis tiempos de gamín. Aprendí la vida en toda su crueldad y eso me ha servido para
gozarla ahora que la paso mejor".
No hay resentimiento ni amargura en sus palabras. Brotan con la misma honradez que tuvo el
presidente de Colombia en las Naciones Unidas, cuando no le tembló la voz para decir "que le había
visto de cerca la cara al hambre".

Pinzón fue íntimo amigo del hambre y de la pobreza. Convivió con ella muchos años hasta
que su talento para jugar golf le cambió su idioma y sus amistades.

"A pura cauchera"


Mientras se agacha y mide cuidadosamente el último golpe de un hoyo, Juan Pinzón recuerda
aquella frondosa arboleda que hay detrás de Funza. Se llama el Club San Andrés, y los muchachos
de la región siempre buscaban que los dejaran entrar para echarse a la espalda la talega de los
golfistas. Como hoy, decenas de jóvenes vivían de la propina y sabían que su futuro podría ser
brillante si aprendían a jugar bien, si se educaban al lado de los educados para que les otorgaran el
título de profesionales y vivir así de un oficio respetable.
Juan cruzó la cerca primitiva de púas y cauchera en mano comenzó a perseguir los pájaros,
con la misma puntería con la que hace viajar su bola de golf. En ese club era presidente quien había
empleado a su padre en la Automotriz, pero no lo impulsaba nada diferente a tratar de hacer algo
distinto, sin palancas ni influencias.
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Un buen día, aún descalzo, le dieron los palos y la talega de un simpático bogotano, Juan
Manuel Pardo Umaña, quien de inmediato se dio cuenta de que Juan Pinzón no era un caddie de
primera categoría, ¡sino de primera vez...!
Allí comenzó a olvidarse de la gallada. Poco a poco, los centavos le dieron zapatos y un orden
de vida. Dejó a los compañeros que se iniciaban en la marihuana y otros vicios, y vislumbró otro
horizonte en cuya persecución se empeñó.

Golfista
Los caddies no ganan sueldo fijo. Deben estar a las seis de la mañana de todos los días,
menos los lunes, alineados en el cuarto de tacos y en estricto orden les van asignando los se ñores y
señoras que llegan a jugar. La cola puede demorar tres días. Entre tanto, con alambres, varillas, o a
veces un palo desechado y una bola rescatada del fondo de un lago, todos los muchachos juegan
golf en la trastienda y así aprenden el swing, y poco a poco, se vuelven golfistas.
Los lunes, algunos clubes les prestan los campos y entonces comienzan a medirse con el
futuro.
Para Juan Pinzón, eso fue rápido. A los 17 años ya era campeón nacional de caddies, con lo
cual se había ganado un fabuloso premio: 500 pesos.

Las victorias siguieron llegando. En DC-3 y DC-4, muerto del susto fue hasta Pereira para
ganar nuevamente el Nacional, y jugó en varias otras plazas del país. Ya entonces, tenía el pelo
menos trabado, la sonrisa más amplia y usaba dos pares de zapatos: unos para jugar y otros para
vivir...
En 1969, el nombre de Juan Pinzón apareció en torneos en Panamá y desde esas épocas se
enganchó con Coca-Cola, que lo ha patrocinado constantemente. "El señor Kirby y José María
Rodríguez me han dado algo insustituible: un patrocinio casi vitalicio".
Sin embargo, para Pinzón se amontonan más los recuerdos de los primeros años: "Me iban a
mandar a las granjas del padre Luna pero me escapé a última hora (para fortuna del golf); en el
cuartel no me recibieron por no tener aún la edad..."

Aprender a leer
Cuando jugó su primer torneo en 1962, no sabía aún leer ni escribir. Recuerda haber
apuntado en su tarjeta un tres al revés, pero se le olvidó el nombre de una señora que jugaba golf y
le dio sus primeras clases. A comienzos de 1963, comenzó a entender lo que decían los avisos de
los almacenes, cuando ya era campeón nacional. Por ello, encontró muchas trabas para ser
profesional. Los que le debían dar el cartón sabían que jugaba bien, pero que era un muchacho
salido de la nada. Sin embargo, pudo más el tesón de Pinzón y un buen día se graduó, iniciando una
carrera de recuperación que a pesar de los naturales altibajos, lo ha llevado más lejos de lo que
creía.

Con los presidentes


Mientras estuvo como caddie en el Country Club les cargó palos a varios presidentes. Vio que
el doctor Alberto Lleras jugaba bien, pero no puede olvidar que cuando le daba clases a Alvaro
Gómez, siempre tenía que corregirle la tendencia derechista de sus golpes. Belisario juega, pero no
es destacable, y el doctor López es malgeniado. Sin embargo, López le dio inconscientemente una
buena mano. En alguna ocasión viajó al exterior por mucho tiempo y dejó en un rincón del cuarto de
tacos su talega McGregor. Por meses y meses, Pinzón pasaba por allí y se quedaba mirando la
madera número uno, que a pesar de tener 30 años estaba reluciente. Hasta que un día, sin más
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rodeos, la pasó a su propio saco y completó su equipo. Por fortuna el doctor López trajo palos
nuevos a su regreso y la falta solamente ahora se conoce. "Y no quisiera acordarme de salir con el
doctor Alberto Lleras, porque él tenía un carro eléctrico que le había regalado Eisenhower. El
presidente iba feliz en su aparato y nosotros lo seguíamos a galope limpio..."

Un escudo a crédito
Juan Pinzón se ha ganado muchas cosas desde esos años. Torneos abiertos, dinero, mujer,
hijos, amigos, fama, posición, cultura y hasta una chequera bien respaldada que le sirvió para dejar
ante la Federación de Golf un depósito de garantía para que le dieran un escudo de Colombia que
iría a lucir en su uniforme en la pasada Copa del Mundo (llegó catorce en compañía de Arévalo).
"Amo a mi patria y siento la piel de gallina cuando veo la bandera de mi país en sitios como
Indonesia. Por eso no me importa que el uniforme tuviera que devolverlo al regreso, por que nos
dieron los vestidos de Colombia en calidad de préstamo..."
Mientras hacemos dieciocho hoyos de juego en el Carmel en compañía de Miguel Sala, Juan
Pinzón dice que espera llegar al título que nunca ha podido lograr: el Abierto de Colombia.
Curiosamente, a pesar de tener cientos de victorias, le falta la principal. Para ello, entrena ocho
horas diarias, primero en los potreros de El Salitre y luego en su casa, donde practica el putt.

"Dios es sólo salud"


"Sigo trabajando con constancia y disciplina. Ésa es mi fórmula. Hay que conseguir dinero y
sólo se logra trabajando. Mi Dios nos da salud, porque hasta ahora, y eso que dormí muchos años a
la intemperie, nunca he visto bajar del cielo un billete...
"El golf me ha dado todo. La casa para mamá, la mía, mi carro, un negocio de ferretería,
ingresos, viajes, mundo, educación y, sobre todo, me enseñó a respetar. Tengo una fe enorme,
aunque sea una fe a mi estilo. No le hago daño a nadie, gozo con los triunfos de los otros, así digan
que los míos son 'chepas'. Cuando puedo hacer el bien lo hago con interés. Siempre que abro una
puerta la sostengo hasta que llega el siguiente".
Y, además, es consciente de sus logros. "Reparto mis premios con los caddies, a quienes les
doy el 10 por ciento, porque no puedo olvidar de donde salí, y tampoco podría dejar de darles
ejemplo para que progresen. No tengo muchos amigos, pero entre los que frecuento, aún está
Guillermo, un amigo de la gallada de Funza que también salió adelante. El también pudo llegar a
jugar golf y gozó con sus mejoras. A veces, nos encerramos en mi casa, oímos bambucos y música
de esta tierra y nos acordarnos de esos tiempos amargos y solitarios..."

Salió del hoyo


Poca gente conoce a Juan Pinzón, a no ser que sea del mundo del golf. Pero es un deportista tan
valioso como cualquier otro que sale a diario en la prensa. Se ha destacado en el exterior tanto como
otros más publicitados y en el país enseña a diario su oficio y juega cuanto torneo se le presenta
para arrancar su sueldo a los esquivos hoyos del golf.
Con un dedo forrado en esparadrapo, frases en las que aún atropella la gramática, un espíritu
admirable, una risa que premia ese duro pasado y una decisión irrevocable de seguir adelante
haciendo todo bien, Juan Pinzón saca la bola del hoyo dieciocho y quien haya hablado con él no
puede olvidar que éste es un golfista que salió del hoyo... a punta de esfuerzo.
Ese hoyo que no olvida cuando duerme en hoteles de cinco estrellas que, poco a poco,
apagan el recuerdo de las estrellas puras que veía cuando soñaba al aire libre...

* José Clopatofsky Londoño nació en Bogotá en 1947. Fue campeón de automovilismo y llegó al
periodismo en 1968 a través de una columna sobre carreras de automóviles. Fue editor deportivo de
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El Tiempo y director-fundador de la revista "Motor" y el diario Hoy. Autor de los libros Vivido a las
carreras (1982), Maturana (1990) —una larga entrevista con el técnico de la Selección Colombia
presentada en primera persona, uno de los libros de deportes más vendidos de todos los tiempos en
Colombia— y Maturana, talla mundial (1994), una extensión del trabajo anterior.
El reportaje sobre Juan Pinzón, un "recluta" del golf que se convirtió en maris cal, constituye una
buena suma de elementos narrativos y ambientales. Publicado en El Tiempo en enero de 1984,
recoge y presenta con habilidad recuerdos, opiniones, información para lectores corrientes sobre un
deporte especializado, proyectos y brochazos de atmósfera. Al final, cumple el cometido de mostrar
el perfil humano de un deportista de origen humilde que triunfa en un deporte de élite.

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