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Primer mito: Los maltratadores son enfermos mentales, hombres

traumatizados, alcohólicos o que pierden la cabeza por los celos.

Lo cierto es que vivimos en una cultura cómplice de la violencia de género que


culpa a las víctimas, bien sea de permanecer en la relación o bien de exagerar o
mentir cuando hablan de ello o denuncian. Cuando no se trivializa el maltrato, se
acusa a las mujeres de aguantar lo inaguantable. La violencia de género no es un
fenómeno aislado y patológico sino que los maltratadores son “hijos sanos del
patriarcado”. Lo único que tienen en común todos los maltratadores es que son
machistas que no consideran a sus parejas como iguales.

Los medios de comunicación solo visibilizan los asesinatos y producen una


impresión de excepcionalidad. Se transmite la idea de que la violencia de género
es una conducta “de unos pocos” que es repudiada por la mayoría de los
hombres. La violencia de género es presentada como algo que no tiene que ver
con la generalidad de los hombres ni con la cultura de la desigualdad.

2-Por tanto la violencia de género no es algo que le pase a “unas cuantas


desgraciadas”, sino que es un problema estructural, una amenaza colectiva y un
asunto de salud pública. Cuando pensamos “a mí no puede pasarme”, estamos
considerando que las mujeres que la sufren son menos inteligentes que nosotras
mismas, más ignorantes, ingenuas o que les ocurre por sus malas elecciones.
Individualizamos entonces el problema, haciendo caer la responsabilidad sobre los
hombros de quien la sufre, como si fuese consecuencia sus fallos personales, en
lugar de valorar el asunto en su dimensión estructural teniendo en cuenta el perfil
amplísimo de las mujeres afectadas (todas podemos ser víctimas de violencia de
género) y los modos en que la sociedad estimula la violencia masculina y
coacciona a las mujeres a permanecer en las relaciones.´

Tercer mito: La violencia de género no afecta a las vidas de las mujeres que
no la sufren.

La violencia de género tiene además importantes consecuencias en la educación y


la psique de todas las mujeres. No se trata de un problema personal entre agresor
y víctima, sino que constituye violencia estructural contra la clase sexual de las
mujeres,

Una mujer “sola” está en peligro, ese es el mensaje de la violencia”. Como ha


señalado Amorós, en una sociedad patriarcal la mujer que no pertenece a ningún
hombre en particular, pertenece potencialmente a todos. Sin embargo, los datos
de la violencia machista muestran que la mujer “privada” tampoco carece peligros.

Cuarto mito: Si ella no abandona la relación es porque en realidad le gusta


como la trata. Yo estoy soltero y me siento genial.
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Suele sostenerse que si las mujeres no abandonamos las relaciones violentas es
porque nos gusta que nos maltraten, porque somos un poco masoquistas, porque
nos excitan los hombres malos.

Esta perspectiva convierte en un problema individual un asunto colectivo. Si el


problema es de personalidad individual ¿por qué las víctimas son las mujeres?,
¿hay un defecto natural en las mujeres? La pieza que falta para comprender la
violencia de género es el papel del miedo, de la amenaza que nos conduce a
cumplir las normas patriarcales. Y no solo está el miedo a la violencia, expuesto
en el punto anterior, sino que también está el miedo a fracasar como mujer, miedo
“a quedarse sola”, a no casarnos o tener hijos, a no encontrar el amor. El miedo a
que ningún hombre nos quiera es realmente aterrador y nos conduce a satisfacer
unos moldes de comportamiento.

Por tanto no solo tenemos miedo a los hombres, sino sobretodo tenemos miedo a
quedarnos sin uno. Este miedo está alimentado por las comedias románticas, la
música, la novela, los juegos y juguetes de las niñas. La cultura alimenta la idea
del amor romántico: el sentido de la vida consiste en encontrar un hombre que nos
ame, proteja y que dará sentido a nuestra vida. Podemos alcanzar mucha felicidad
con otros proyectos vitales, pero la sociedad nos hace sentir que no estaremos
completas hasta encontrar a nuestra media naranja.

Quinto mito: El feminismo presenta una imagen victimista de las mujeres y


demoniza a los hombres. Las mujeres no son esos seres débiles y sin poder
que se empeña en presentar el feminismo.

Desde ideologías negacionistas de la violencia de género, se argumenta que el


feminismo es llorica y victimista, que presenta una falsa imagen de las mujeres
como seres débiles y sin poder. Desde este negacionismo las mujeres tienen una
fuerza portentosa que emana de su capacidad natural de sacrificio: la madre
coraje, la mamá leona.

Sexto mito: Ella sabrá qué beneficio obtiene de ese matrimonio ¿quién soy
yo para meterme en lo que pasa en su casa y en lo que ella elige?

Séptimo mito: Un hombre tiene que saber poner a las mujeres en su sitio.

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9 mitos sobre la violencia de género

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29/03/2019

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AUTORA

Tasia Aránguez Sánchez

Resposable de Estudios Jurídicos de la Asociación de Afectadas por la


Endometriosis (Adaec) y profesora del Departamento de Filosofía del Derecho de
la Universidad de Granada

La lectura del estimulante libro “Neoliberalismo sexual” de Ana de Miguel ha


inspirado esta enumeración de algunos de los mitos más extendidos sobre la
violencia de género.

Primer mito: Los maltratadores son enfermos mentales, hombres


traumatizados, alcohólicos o que pierden la cabeza por los celos.

Es muy habitual la idea de que los hombres que maltratan son enfermos mentales.
Se piensa que sufrieron maltrato infantil, que casi siempre son alcohólicos, o que
los malos tratos ocurren debido a arrebatos provocados por celos. También se
habla de la violencia de género como si fuese algo del pasado o prácticas
extranjeras o primitivas. En suma, como señala Ana de Miguel, “los casos se
interpretan como extravíos individuales, patológicos o excepcionales que carecen
de significado colectivo”. Los medios de comunicación solo visibilizan los
asesinatos y producen una impresión de excepcionalidad. Se transmite la idea de
que la violencia de género es una conducta “de unos pocos” que es repudiada por
la mayoría de los hombres. La violencia de género es presentada como algo que
no tiene que ver con la generalidad de los hombres ni con la cultura de la
desigualdad.

Pero lo cierto es que vivimos en una cultura cómplice de la violencia de género


que culpa a las víctimas, bien sea de permanecer en la relación o bien de
exagerar o mentir cuando hablan de ello o denuncian. Cuando no se trivializa el

3
maltrato, se acusa a las mujeres de aguantar lo inaguantable. La violencia de
género no es un fenómeno aislado y patológico sino que los maltratadores son
“hijos sanos del patriarcado”. Lo único que tienen en común todos los
maltratadores es que son machistas que no consideran a sus parejas como
iguales. De Miguel señala que si tú consideras a una persona como tu igual, por
muchas peleas y desamores que vivas, no tendrás el impulso de agredirla. Es el
desprecio el que produce la violencia, y ese desprecio se alimenta de ideas
machistas, sean o no conscientes.

Segundo mito: No me puede pasar a mí, la violencia de género le ocurre solo


a algunas desdichadas, las víctimas.

Laura Luño expone que “la violencia de género es la violación de los derechos
humanos más extendida en el mundo. Cada año, entre millón y medio y tres
millones de mujeres y niñas pierden de vida como consecuencia de la misma.
Naciones Unidas estima que siete de cada diez mujeres sufrirá golpes,
violaciones, abusos o mutilaciones a lo largo de su experiencia biográfica. Y, entre
aquellas con edades entre los 15 y los 44 años, la violencia de género causa más
muertes  y discapacidades que el cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico y los
conflictos armados juntos”.

Por tanto la violencia de género no es algo que le pase a “unas cuantas


desgraciadas”, sino que es un problema estructural, una amenaza colectiva y un
asunto de salud pública. Cuando pensamos “a mí no puede pasarme”, estamos
considerando que las mujeres que la sufren son menos inteligentes que nosotras
mismas, más ignorantes, ingenuas o que les ocurre por sus malas elecciones.
Individualizamos entonces el problema, haciendo caer la responsabilidad sobre los
hombros de quien la sufre, como si fuese consecuencia sus fallos personales, en
lugar de valorar el asunto en su dimensión estructural teniendo en cuenta el perfil
amplísimo de las mujeres afectadas (todas podemos ser víctimas de violencia de
género) y los modos en que la sociedad estimula la violencia masculina y
coacciona a las mujeres a permanecer en las relaciones.

Tercer mito: La violencia de género no afecta a las vidas de las mujeres que
no la sufren.

Kate Millett señala que las mujeres vemos el uso de la fuerza como algo inusual.
En el día a día, hacemos lo que se supone que tenemos que hacer (poner
lavadoras, cocinar, cuidar a las criaturas…) asumimos la doble jornada, la brecha
salarial y las relaciones de pareja sin reciprocidad. ¿Por qué asumimos tanta
desigualdad?, ¿qué nos ocurre cuando desafiamos las normas patriarcales? El
sistema de socialización del patriarcado es tan perfecto, que actuamos cómo se
espera de nosotras pero pensamos que eso sale de nosotras mismas, de nuestra
forma de ser o de nuestras preferencias. Apenas es necesario el respaldo de la
fuerza para hacernos cumplir.

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Pero no nos engañemos, la violencia de género es imprescindible para que el
sistema funcione. Cuando las mujeres no responden a las expectativas, puede
sorprendernos lo cercano que se encuentra el uso de la fuerza, que hasta
entonces era invisible, pero aparece presto a actuar cuando se trata de restablecer
nuestro comportamiento genérico. Lejos de ser un suceso, la violencia constituye
un elemento de intimidación constante. Un elemento de peso para la permanencia
suele ser un temor, más o menos explícito, a represalias en caso de separación.

La violencia de género tiene además importantes consecuencias en la educación y


la psique de todas las mujeres. No se trata de un problema personal entre agresor
y víctima, sino que constituye violencia estructural contra la clase sexual de las
mujeres, por eso las feministas la denominamos “terrorismo machista”. La
amenaza doblega la voluntad de las mujeres y corta nuestros deseos de
autonomía.

La violencia contra las mujeres tiene importantes consecuencias en nuestra


socialización. Como expone De Miguel: “la socialización de la niña implica
inocularle una cierta dosis de miedo en el cuerpo. Miedo a los hombres como
personas que a través del engaño o la violencia pueden abusar de ellas”. Nos
dicen “cuidado con los hombres, no andes sola por la calle”. Y limitamos
considerablemente nuestra autonomía en el espacio público. Procuramos no salir
de noche ni caminar por lugares solitarios, no volver tarde del trabajo, no abrir la
puerta a desconocidos, no entrar con un hombre en el ascensor, si vivimos solas
no escribir el nombre en el buzón. También hay miedo a los hombres como
depredadores sexuales. A las chicas también pueden robarles la cartera o darles
una paliza, pero el miedo que genera la auto-restricción en las mujeres no es de
este tipo. Es un miedo confuso a ser atacadas por un hombre o un grupo de
hombres con intenciones sexuales.

Explica De Miguel: “pero además es posible que una mujer realice tranquilamente
todas esas actividades siempre que esté acompañada de un hombre. Una mujer
“sola” está en peligro, ese es el mensaje de la violencia”. Como ha señalado
Amorós, en una sociedad patriarcal la mujer que no pertenece a ningún hombre en
particular, pertenece potencialmente a todos. Sin embargo, los datos de la
violencia machista muestran que la mujer “privada” tampoco carece peligros. Las
mujeres tenemos más posibilidades de ser asesinadas por nuestra pareja que por
cualquier otra persona, y la mitad de las violaciones tienen lugar por parte de
personas del entorno de la victima.

Cuarto mito: Si ella no abandona la relación es porque en realidad le gusta


como la trata. Yo estoy soltero y me siento genial.

Suele sostenerse que si las mujeres no abandonamos las relaciones violentas es


porque nos gusta que nos maltraten, porque somos un poco masoquistas, porque
nos excitan los hombres malos. Este es un reproche habitual de los hombres auto-
percibidos como “buenos”: que las mujeres siempre elegimos a los canallas que
nos tratan mal. También se nos reprocha la dependencia amorosa, como si la
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violencia de género ocurriese en mujeres con poca personalidad que son
incapaces de construir un proyecto vital propio e independiente. La personalidad
débil, de algún modo, explicaría y justificaría lo ocurrido.

Esta perspectiva convierte en un problema individual un asunto colectivo. Si el


problema es de personalidad individual ¿por qué las víctimas son las mujeres?,
¿hay un defecto natural en las mujeres? La pieza que falta para comprender la
violencia de género es el papel del miedo, de la amenaza que nos conduce a
cumplir las normas patriarcales. Y no solo está el miedo a la violencia, expuesto
en el punto anterior, sino que también está el miedo a fracasar como mujer, miedo
“a quedarse sola”, a no casarnos o tener hijos, a no encontrar el amor. El miedo a
que ningún hombre nos quiera es realmente aterrador y nos conduce a satisfacer
unos moldes de comportamiento. Por ejemplo, el contagio del VPH y del VIH en
mujeres se produce casi siempre en relaciones heterosexuales en las que la mujer
no tiene poder para exigir el uso del preservativo porque él parece “sentir menos
gusto”. Por otra parte las mujeres casi nunca alcanzan el orgasmo en las
relaciones coitales, de modo que la sexualidad hegemónica para las mujeres es
proyectiva: gozan a través del placer de él, al sentirse queridas y deseadas, más
que por el placer de su clítoris casi siempre ignorado.

Por tanto no solo tenemos miedo a los hombres, sino sobretodo tenemos miedo a
quedarnos sin uno. Este miedo está alimentado por las comedias románticas, la
música, la novela, los juegos y juguetes de las niñas. La cultura alimenta la idea
del amor romántico: el sentido de la vida consiste en encontrar un hombre que nos
ame, proteja y que dará sentido a nuestra vida. Podemos alcanzar mucha felicidad
con otros proyectos vitales, pero la sociedad nos hace sentir que no estaremos
completas hasta encontrar a nuestra media naranja.

Las mujeres tememos que los hombres no se comprometan, que nos abandonen.
Tras vivir experiencias de violencia, aparece el miedo a que los hombres se
enfaden, a molestarles, a sus golpes, a que hagan daño a los hijos comunes, a
que nos humillen y nos insulten. Pero incluso cuando muchas mujeres desarrollan
miedo a los hombres debido a experiencias, es difícil que este miedo logre superar
el miedo a quedarse sola. Cuando estás soltera más allá de la veintena, no solo
sientes que te estás apartando de tus sueños románticos infantiles, sino que
además la sociedad te sanciona con habladurías, preguntas impertinentes e
incluso con actitudes compasivas. Si no tenemos hijos además se nos recuerda
constantemente el peligro de que “se nos pase el arroz”.

Ana de Miguel señala con sarcasmo la falta de asimetría de esta idea del arroz:
“como si engendrar bebés a partir de los cincuenta fuera deporte nacional de los
hombres”. Un hombre soltero no es percibido como un desgraciado y un
fracasado; de hecho a ellos se les alienta a tener una vida promiscua y sentar la
cabeza cerca de los cuarenta. A ellos se les dice que no se dejen pescar. Los
hombres tienen que realizarse antes de “sentar cabeza”: primero los estudios, el
trabajo, los amigos. Luego ya llegará el compromiso, idealmente al lado de una
chica joven (la belleza femenina es joven, según los cánones patriarcales) que
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pueda darle varios hijos si él lo desea. Las diferencias de estatus profesional, de
madurez y de simetría, derivadas de la edad, no son un problema para los
hombres: el papel de él en la vida es liderarse a sí mismo, liderar su familia y
liderar la sociedad (si no se logra liderar la sociedad, siempre queda el reino
privado de la familia). Hay que procurar no apresurarse al compromiso, y por eso
hay que tener cuidado con las mujeres: detrás de cada alegre, sexy y lúbrica
joven, hay una madre gruñona escondida que puede “cortarte las alas” y
convertirle en un hombre gris con una vida desprovista de aventuras y con una
sexualidad monótona.

Quinto mito: El feminismo presenta una imagen victimista de las mujeres y


demoniza a los hombres. Las mujeres no son esos seres débiles y sin poder
que se empeña en presentar el feminismo.

Desde ideologías negacionistas de la violencia de género, se argumenta que el


feminismo es llorica y victimista, que presenta una falsa imagen de las mujeres
como seres débiles y sin poder. Desde este negacionismo las mujeres tienen una
fuerza portentosa que emana de su capacidad natural de sacrificio: la madre
coraje, la mamá leona. Se trata de heroínas capaces de hacer cualquier cosa por
los suyos. Sin embargo, como señala De Miguel, “la imagen de la mujer como un
ser poderoso choca brutalmente con la evidencia de tantas mujeres que no
pueden poner límites a los hombres como el de la corresponsabilidad en las tareas
domésticas”. Desde luego eso de sacar a toda la familia adelante soportando con
una sonrisa la falta de reconocimiento y vejaciones, no parece precisamente
“poder”.

Resulta indignante que las reivindicaciones de las mujeres se describan como


“discurso victimista” y “eterna queja femenina” (pero qué pesadas son estas
mujeres). En primer lugar, la acusación de “victimizarse” es inapropiada cuando
existe una opresión ante la que es preciso desarrollar una estrategia de
resistencia. Las mujeres que se quejan no “se victimizan”, sino que protestan
porque son maltratadas por hombres. Es decir, no es que las mujeres seamos
lloronas ni quejicas, sino que nos quejamos y sufrimos cuando se nos daña, como
es lógico. Y las mujeres que alzan la voz contra la violencia de género que sufren,
no están mostrando pasividad sino fuerza.

Es curioso que se culpe a las mujeres de ser muy quejicas, cuando somos
nosotras las que sufrimos la doble jornada y la brecha salarial, las que tenemos la
sensación de ir corriendo a todos lados y de no llegar bien a nada, las que nos
sentimos desbordadas y sin autoestima ante unos hombres educados en la falta
de intimidad relacional, en la distancia emocional y en la imposición del silencio
para evitar la crítica, la autocrítica y la negociación que, como explica Ana de
Miguel, son las claves de una relación igualitaria. Es la educación en la
masculinidad la que legitima las falsas promesas y el victimismo del “me han
hecho así”.

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Sexto mito: Ella sabrá qué beneficio obtiene de ese matrimonio ¿quién soy
yo para meterme en lo que pasa en su casa y en lo que ella elige?

Existe la idea de que las mujeres “eligen” permanecer en la violencia de género


para obtener algún tipo de beneficio. Desde esta perspectiva, la vida es muy dura
y difícil, de modo que muchas consideran que les compensa aguantar veinte años
de malos tratos, porque disfrutan del nivel de vida del marido. Se nos explica que
las mujeres viven más cómodas así que limpiando casas. Si una mujer y un
hombre conviven, algún motivo tendrán (ya habrá visto cada cual el beneficio que
obtiene). El matrimonio es como un contrato en el que cada parte satisface su
interés. En todos los códigos penales españoles hasta el de 1983 se consideraba
un atenuante el matrimonio en los malos tratos de los hombres hacia las mujeres.

En esta línea de pensamiento, si la mujer se separa, que no se le vaya a ocurrir


intentar “sacar nada”, que ya ha vivido durante mucho tiempo la vida regalada.
Estas ideas parten de la consideración de la mujer como parásito aprovechado
que está en permanente deuda con su esposo. Desde este prisma se legitima que,
si se divorcian, el hombre se desentienda de sus obligaciones con su
descendencia (y ya ni hablar de compensar a la mujer por el trabajo invisible cuya
misma existencia suele ser infravalorada y negada, ¡qué mujer tan vaga e inútil!).
La tesis machista concluye que si la mujer “elige” permanecer en la relación, qué
apechugue con lo que le ha tocado, y si “elige” irse, que se busque la vida con sus
hijos o hijas. Estas ideas legitiman la utilización de la violencia de género de tipo
económico e ignoran la feminización del paro y la precariedad, la invisibilidad del
trabajo doméstico y la existencia de la doble jornada. Si hay una clase sexual que
“parasita” en términos estadísticos el trabajo de la otra, esa clase no es la de las
mujeres.

Séptimo mito: Un hombre tiene que saber poner a las mujeres en su sitio.

Octavo mito: Los hombres somos como niños grandes, traviesos pero
noblotes; pero ellas son muy retorcidas. En realidad las más malas somos
las mujeres.

Noveno mito: la violencia de género ocurre porque los hombres tienen


miedo al feminismo.

https://tribunafeminista.elplural.com/2019/03/9-mitos-sobre-la-violencia-de-genero/

RECURSOS

1-TE DOY MIS OJOS (PELICULA)


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Aun cuando el tema principal es el maltrato a la mujer por parte del marido,
también se puede observar el maltrato intrafamiliar: entre Antonio y su hermano y
también, la manera como la madre de Pilar ignora el problema de ésta y la
presiona para que se reconcilie con él, esta actitud se convierte en maltrato ..

2-Como primera toma de contacto de los alumnos con la violencia de género, una
opción es REPRODUCIR EN CLASE ESCENAS DE SERIES O PELÍCULAS que
sean conocidas por todos ellos, para que así lo perciban como algo familiar o
cercano. Un ejemplo es la serie española que se emitió hace años en televisión,
‘Física o Química’, con la que se van a sentir muy identificados debido a que gira
en torno a una clase de instituto. En ella se ven reflejados numerosos conflictos de
este tipo que, acompañados de teoría e incluso debate en el aula, pueden ser muy
instructivos para aproximarse a la comprensión de la problemática.

3*Se propone en consecuencia que la escuela eduque en valores y en actitudes


de respeto a la intimidad e integridad de las personas, y que promueva
asimismo una sexualidad responsable

4-Desarrollar campañas de sensibilización y prevención en la problemática; y un


trabajo sostenido para seguir avanzando en un cambio de modelos
educativos y culturales, que apunten a construir una sociedad justa y equitativa,
erradicando la violencia de género

5-*Pedir a las y los estudiantes que acerquen letras de canciones que hagan
alusión a situaciones vividas en la pareja. Organizados en grupos, les proponemos
que las lean y las analicen teniendo en cuenta las siguientes preguntas: ¿qué
cualidades y qué roles se promueven para cada
género?, ¿qué mandatos y dichos de las canciones les parecen que muestran
restricciones a la libertad de cada uno de los miembros de la pareja? ¿Qué
expresiones o menciones de actitudes y conductas favorecen relaciones
igualitarias y respetuosas? Para finalizar, entre todos/as se
realiza una lista de cuáles pueden ser actitudes y conductas que en una pareja
expresen maltrato y violencia contra las mujeres y otra con aquellas que
promueven relaciones respetuosas e igualitarias en la pareja.

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6- • Pensar y comentar en grupos algunas conductas que puedan ocurrir en una
pareja de a y que constituyan una forma de violencia hacia las mujeres.Con este
insumo, les pedimos que construyan una definición de violencia que incorpore las
distintas maneras en que se presenta. Luego, con los aportes de
los distintos grupos se elabora una definición común de violencia hacia las
mujeres, que incluya los distintos tipos de violencia en que se puede presentar.

7-*Para visibilizar y desnaturalizar algunos tipos de violencia contra las mujeres,


es necesario poner en discusión algunos prejuicios y falsas creencias. Para ello
les proponemos que reunidos/as en grupos lean y analicen algunas falsas
creencias que se suelen usar para enmascarar distintos tipos de violencia contra
las mujeres, por ejemplo: “algo habrá hecho ella para provocarlo”, “el flaco está
reenganchado, por eso se pone tan celoso, la quiere demasiado”, “para mí que
algo le falla a una mujer que acepta que la maltraten, yo nunca estaría con alguien
que me puso una mano encima”,. Luego, los grupos buscan argumentos que
permitan revertir esas justificaciones de comportamientos violentos. Por último, a
partir de esas argumentaciones les proponemos que armen frases que propicien
relaciones respetuosas de los derechos, democráticas, solidarias, donde se
puedan expresar los sentimientos sin temor a represalias, donde haya escucha de
las necesidades y deseos de la otra persona, etc.

https://www.mendoza.edu.ar/wp-content/uploads/2016/10/Cartilla_noviolencia.pdf

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https://www.igualdadycalidadcba.gov.ar/SIPEC-CBA/publicaciones/2017/Jornada-
EenI/Cuadernillo-educar-en-igualdad.pdf

PARA NIVEL INCIAIL

Se propone indagar los rasgos y los roles que nuestra sociedad considera
femeninos y masculinos para describir la estructura jerárquica que los organiza,
subordinado todo aquello que
se considera propio de las mujeres bajo de aquello que se considera propio de los
hombres. En esta línea de sentido, se propone el análisis crítico de las
representaciones dominantes de la masculinidad y la feminidad y se exploran
otras masculinidades y feminidades que favorezcan procesos más equitativos y
saludable

INTRODUCCIÓN

Hoy, abordar la educación sexual en las instituciones educativas es un desafío,


pues el nuevo paradigma propone hacerlo
con una mirada integral, lo cual implica que la docencia deba revisar las
regulaciones sexogenéricas que impactan en las subjetividades, incluyendo las
propias.

Es por ello que consideramos que es sumamente importante recuperar las


miradas de los docentes y alumnos en relación a la sexualidad, a los núcleos
duros que radican y dan origen a algunos mitos, prejuicios y tabúes que circulan
en el imaginario
institucional para luego reflexionar sobre la importancia de pensar la práctica en
clave de género y derechos

Además planificar y facilitar situaciones de enseñanza relacionadas a los ejes ESI


son necesarios, pues
promoverán capacidades para identificar situaciones potencialmente riesgosas
para la integridad física y/o psíquica y permitirá acercarlos al conocimiento de los
derechos y la demanda de igualdad de oportunidades sin discriminación del
sexo al que pertenecen

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INTRODUCCIÓN
Hoy, abordar la educación sexual en las instituciones educativas
es un desafío, pues el nuevo paradigma propone hacerlo
con una mirada integral, lo cual implica que la docencia deba
revisar las regulaciones sexogenéricas que impactan en las
subjetividades, incluyendo las propias.
Es por ello que consideramos que es sumamente importante
recuperar las miradas de los docentes y alumnos en relación a la
sexualidad, a los núcleos duros que radican y dan origen a
algunos mitos, prejuicios y tabúes que circulan en el imaginario
institucional para luego reflexionar sobre la importancia de pensar
la práctica en clave de género y derechos
Además planificar y facilitar situaciones de enseñanza
relacionadas a los ejes ESI son necesarios, pues
promoverán capacidades para identificar situaciones
potencialmente riesgosas para la integridad física y/o psíquica y
permitirá acercarlos al conocimiento de los derechos y la
demanda de igualdad de oportunidades sin discriminación del
sexo al que pertenecencomenzar a discutir y reflexionar acerca
de los espacios, discursos, roles, objetos,literatura y textos
escolares que refuerzan el silenciamiento o la mirada
negativa de la sexualidad.
la necesidad de producir cambios institucionales para que
la educación sexual tenga la formación y el compromiso de todos
los actores de la comunidad educativa y un lugar legítimo en la
escuela

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Y FINALIZANDO Asimismo, entendemos que hablar de
sexualidad con el alumnado es un tema complejo, rodeado
de temores y tabúes y que debe ser considerado como un
proceso en el cual cada actor institucional debe ir construyendo
un espacio propio para hacerlo.
comenzar a discutir y reflexionar acerca de los espacios,
discursos, roles, objetos,literatura y textos escolares que
refuerzan el silenciamiento o la mirada negativa de la sexualidad.

la necesidad de producir cambios institucionales para que


la educación sexual tenga la formación y el compromiso de todos
los actores de la comunidad educativa y un lugar legítimo en la
escuela
http://conferencias.unc.edu.ar/index.php/gyc/4gys/paper/viewFile/4242/1522

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