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“El trabajo es todo esfuerzo humano para crear un producto. El concepto de trabajo, es una
variable de la población económicamente activa, entendida como la proporción de la población
en capacidad física y psíquica de producir” (Miranda, 2009). Desde una visión antropológica del
trabajo, el hombre desempeña, frente a la naturaleza, un papel fundamental, pone en movimiento
su inteligencia y sus fuerzas con el fin de asimilar materias para darles una forma útil para su vida.
En otro orden, Ignacio Miranda, en su libro Economía Solidaria, señala que, al hablar de
producción, refiere a un proceso por el cual los medios de satisfacción de las necesidades se
elevan al más alto nivel de utilidad posible, mediante la armónica coordinación del trabajo y el
capital, cuyo eje central es la empresa. Esto indica, que al momento de referirse al concepto
producción, es necesario partir del término empresa, que en palabras de Miranda, (2009),
responde a la “entidad coordinadora del proceso productivo de los bienes y servicios que
satisfacen las necesidades”.
El concepto distribución se define como el proceso mediante el cual los bienes pasan de la
posesión del productor a la del consumidor, mediante el mercado, que es a su vez el instrumento
de distribución integrado por quienes ofrecen, demandan y donde se establece el precio de los
bienes.
En el libro Economía Solidaria se desarrolla en concepto de bien, como “todo instrumento capaz
de satisfacer una necesidad. Los bienes, por su forma, pueden ser tangibles o intangibles; por su
naturaleza, libres o económicos; por su destino, de consumo o de producción; por su duración,
efímeros, intermedios, duraderos”.
Es un error muy grave, y de consecuencias nefastas para los sectores más pobres de la sociedad,
el establecer un total distanciamiento entre ética y economías. Los que propugnan que la
economía, y toda clase de negocios, no están sometidos a ningún principio moral, no pretenden
más que legitimar el robo, la explotación la injusticia. La actividad económica debe ejercerse
siguiendo sus propias leyes pero siempre iluminadas y regidas por un orden moral superior. La
práctica económica, debe estar regida siempre por el principio de centralidad de la persona. El ser
humano como fundamento y protagonista de la realidad material.
La Iglesia señala que, una de las tareas fundamentales de los agentes de la economía
internacional, es la consecución de un desarrollo integral y solidario para la humanidad, es decir,
promover a todos los hombres y a todo el hombre un desarrollo integral, según el Pontificio
Consejo Justicia y Paz, (2005). Esto implica una economía que procure una distribución equitativa
de los recursos. Miranda, (2009), Afirma que el desarrollo debe constituir “la participación de todos
los miembros de la sociedad en todas sus riquezas económicas, sociales, culturales, espirituales,
según el esfuerzo personal: el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico”.
Los problemas sociales constituyen cada vez más, una dimensión más global. Esto implica la
necesidad de promover y actuar en consecuencia de la solidaridad, procurar un desarrollo más
humano y solidario, que descarte la desigualdad, egoísmo, marginación, explotación. Un modelo
de desarrollo, que procure elevar a todos los pueblos a un nivel de vida más digno, hacer crecer
efectivamente a la persona en su totalidad.
En palabras del Magisterio de la Iglesia en (Pontificio Consejo Justicia y Paz, 2005), “los derechos
de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la naturaleza de la persona
humana y en su dignidad trascendente. El magisterio social de la Iglesia ha considerado oportuno
enunciar algunos de ellos, indicando la conveniencia de su reconocimiento en los ordenamientos
jurídicos: el derecho a una justa remuneración, el derecho al descanso, el derecho a ambientes
de trabajo y a procesos productivos que comporten perjuicio a la salud física de los trabajadores y
no dañen su integridad moral; el derecho a que sea salvaguardada la propia personalidad en el
lugar de trabajo...; el derecho a subsidios adecuados e indispensables para la subsistencia de los
trabajadores desocupados y de sus familias; el derecho a la pensión, así como a la seguridad
social para la vejez, la enfermedad y en caso de accidentes relacionados con la prestación laboral;
el derecho a previsiones sociales vinculados a la maternidad; el derecho a reunirse y asociarse.”
Con frecuencia se evidencia en las sociedades que estos derechos son quebrantados; el
trabajador, se ve obligado a padecer situaciones deprimentes, en materia laboral y estilos de vida,
lo que conlleva a una ofensa de la dignidad de la persona, daño a la salud física y mental,
marginación, pobreza extrema, entre otros fenómenos que retraen el desarrollo humano.
Se entiende la empresa, como la entidad que coordina el proceso de producción de los bienes y
servicios que satisfacen las necesidades, o el proceso de transformación en que interviene:
trabajo, capital, material, tecnología e información, Así lo describe Ignacio Miranda en su libro
Economía Solidaria, donde además señala que se puede hablar de empresa como un concepto
genérico aplicable a toda actividad creador de bienes o servicios.
Por otra parte, la organización existe cuando dos o más personas se juntan para trabajar en pos
de un objetivo común. El objetivo o meta puede ser con fines lucrativos o sin fines lucrativos.
Una empresa puede ser creada por una o más personas, mientras que la organización se crea por
más de una persona.
El derecho a la propiedad privada, está subordinado al principio de la DSI del destino universal de
los bienes, y no debe constituir motivo de impedimento al trabajo y al desarrollo de otros. La
propiedad que se adquiere, sobre todo mediante el trabajo, debe servir al trabajo; esto vale de
modo particular para la propiedad de los medios de producción; pero el principio concierne también
a los bienes propios del mundo financiero, técnico, intelectual y personal. (Pontificio Consejo
Justicia y Paz, 2005).
El Magisterio de la Iglesia señala que la propiedad privada y pública, así como los diversos
mecanismos del sistema económico, deben estar predispuestos para garantizar una economía al
servicio del hombre, de manera que contribuyan a poner en práctica el principio del destino
universal de los bienes.
6.9 Enajenación de la propiedad
“La Iglesia siempre reconoció el derecho de propiedad, como un derecho que el Creador otorgó al
hombre, aunque su uso debe ser hecho de tal modo que sirva a todo el género humano…Una
primera consecuencia de esta naturaleza está en la obligación de practicar la «caridad cristiana»
hacia los que menos tienen y además emplear los «grandes capitales» para generar fuentes de
trabajo.” (Juan XXIII, 1963)
Juan XXIII en esta encíclica, hace énfasis en el sentido social de los bienes, y se define por el
respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones
venideras. El uso adecuado de la propiedad privada debe llevar a la sociedad hacia la paz y no
engendrar condiciones precarias, generadoras de luchas y celos
En otro orden, Juan XXIII, al referirse a Paulo VI, afirma que “la propiedad privada para nadie
constituye un derecho incondicional y absoluto. Nadie puede reservarse para uso exclusivo suyo
lo que de la propia necesidad le sobra, en tanto que a los demás falta lo necesario.”
Cuando no se reconoce la propiedad privada, incluso de los bienes de producción, como lo enseña
la historia, son oprimidas las expresiones fundamentales de la libertad, y por eso se deduce que
en la propiedad privada se encuentra «garantía y estímulo» para los derechos individuales.
Ante el concepto de propiedad privada que expone la Iglesia, queda claramente establecido que
la propiedad puede ser transferida, o sea, enajenada, mediante acuerdos.
Este concepto, encuentra razón de ser en el principio del destino universal de los bienes, enraizado
en la propuesta social de la Iglesia. No es más que entender al ejercicio económico, inspirado en
valores morales, que implica una clara consecución de los modos de usos, límites y destino de los
recursos que ha puesto Dios en las manos del hombre.
“Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la práctica de la
justicia y con la compañía de la caridad” (Pontificio Consejo Justicia y Paz, 2005). Esto conduce
a la afirmación de que todo hombre posee el derecho natural de gozar del bienestar necesario
para su pleno desarrollo, un desarrollo integral, pero sin olvidar nunca, el primer principio de ese
derecho, el cual se ha de dar bajo el uso común de los bienes, como tanto acentúa el Magisterio
de la Iglesia.
Se puede describir la economía solidaria como una forma de producción, consumo, y distribución
de bienes y servicios; un tipo de economía que se centra en el ser humano. Promueve la
cooperación y la autogestión, y tiene como finalidad el desarrollo ampliado de la vida. Concibe el
trabajo como un medio de liberación humana, en el marco de un proceso de democratización
económica, creando una alternativa viable a la dimensión generalmente alienante y asalariada del
desarrollo del trabajo capitalista, según describe Gazaga, (2007)
En otro orden, según Ignacio Miranda, autor del libro Economía Solidaria, para comprender este
modelo económico, es necesario adentrarse en sus valores esenciales, los recursos naturales y
el trabajo, además, los conceptos económicos que encarna, sus agentes y sus ramas.
La economía solidaria, no es más que una plataforma para el desarrollo integral del hombre, pues,
ella se ocupa, no solamente de la parte económica, sino, de los distintos aspectos que impactan
a las personas, tales como: la educación, alimentación, convivencia, higiene, seguridad, etc. Es
una economía que reivindica al hombre por encima de los recursos, y propone un ejercicio y uso
integral de los modelos de producción, a favor de todo el género humano. Lucha contra los
modelos de explotación, marginación, que alienan y anulan al hombre de la sociedad.
Este modelo económico presenta una propuesta práctica, para su accionar y concreción, esta
propuesta la constituye el cooperativismo.
6.12 El Cooperativismo
El cooperativismo, es un esquema que permite que las personas que integran la cooperativa lo
hagan de manera voluntaria, sin ser obligados a entrar o a pertenecer en la misma; además, todos
los miembros son co-propietarios de la empresa y la administran en forma democrática.
Al organizarse en cooperativas, los integrantes buscan obtener beneficios para todos en común, y
no solamente para unos cuantos.
A partir de 1963, podría decirse que surgieron dos corrientes ideológicas, diferentes al
cooperativismo desvinculado a la Iglesia: una corriente gubernamental y una Social cristiana. Cada
una con una marcada ideología, pero bajo los principios originarios del sistema cooperativista.