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5. CONVIVENCIA ENTRE CULTURAS.

5. 1.  EVOLUCIÓN CULTURAL: CONTINUIDAD Y CAMBIO


Las culturas no son estáticas, al contrario, sufren y han sufrido transformaciones en los
tres órdenes señalados: lo que se conoce, cómo se siente y cómo se debe actuar. Toda cultura
es también resultado de un proceso evolutivo, en el que hay elementos que permanecen, que
pasan de una generación a otra, mientras que otros se incorporan o desaparecen.
Siguiendo el esquema de la evolución biológica podemos entender que la transmisión
de la cultura se garantiza a través de la ENCULTURACIÓN O ENDOCULTURACIÓN, que es: «el proceso
de aprendizaje parcialmente consciente y parcialmente inconsciente a través del cual la
generación de más edad invita, induce y obliga a la generación más joven a adoptar los modos
de pensar y comportarse tradicionales.» (Harris, M., Introducción a la antropología general,
Alianza Universidad, Madrid, 1989).
Se puede afirmar que este proceso de enseñanza-aprendizaje que permite garantizar la
continuidad cultural se produce por inmersión. Un individuo nace en una cultura determinada
que será en la que se forme, se haga persona, adquiriendo, la lengua, los valores, las creencias,
los usos, etc. La enculturación es un aspecto de un proceso más amplio, el de la socialización.
Pero existen otros factores que son los responsables de los CAMBIOS CULTURALES.
1º En primer lugar, la transmisión nunca es completa, cada generación modifica en
cierta medida lo que recibe, entre otros motivos, porque probablemente los problemas a los
que ha de enfrentarse no son exactamente los mismos que los de la generación anterior.
2º En segundo lugar, existen contactos espontáneos entre culturas, que hacen que
unas adopten modos ajenos. A este fenómeno se le llama difusión. Puede ser espontánea, es
decir, voluntaria, o forzada como ha sido el caso del colonialismo europeo, que impuso
elementos de su cultura a pueblos que ya tenían una propia.
3º Las migraciones, a su vez, también son un elemento importante para explicar los
cambios culturales. No son un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad, han existido
desde siempre.
En todas las épocas ha habido sociedades en las que convivían varias culturas
diferentes. En la actualidad, cada vez nos alejamos más de la idea de que cada sociedad tiene
su cultura y nos encontramos con más frecuencia con sociedades pluriculturales, es decir,
grupos humanos en los que conviven varias. A este problema nos referiremos un poco más
adelante. Por lo tanto, los cambios culturales se deben siempre a la influencia de unas culturas
sobre otras y a las novedades que aporta cada nueva generación. Lo que distingue a unas
épocas de otras es la mayor o menor estabilidad cultural. Es decir, si se suceden los cambios y
las novedades con un ritmo rápido o lento. Cada sociedad, cada grupo humano ha creado una
cultura propia que ha cambiado al compás de la historia. La cultura es un producto histórico.
En la cultura convergen dos ejes, la SOCIEDAD, que es, podríamos decir su lugar, donde
se hace y se conserva, y el INDIVIDUO que es quien la recibe. PERO, ¿QUÉ APORTA LA CULTURA AL
INDIVIDUO?

5. 2.  Socialización e identidad personal


En definitiva, la cultura, mediante el aprendizaje, dotará a cada individuo de todo
aquello de lo que carece biológicamente y que será lo que le haga humano, lo que le
proporcione una identidad. La cultura da al individuo una «segunda naturaleza».
LA SOCIALIZACIÓN, proceso por el que el individuo adquiere los elementos propios de la
cultura en la que ha nacido y crece, no sólo es necesaria, sino que es imprescindible para la

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formación del individuo. Es un proceso que dura toda la vida.
Un niño necesita estímulos culturales (que le hablen, que le enseñen) y afecto tanto
como alimento y calor. La experiencia de los niños llamados «lobos», por haber crecido en los
bosques sin contacto humano, mostraron cómo la falta de estímulos puede producir
deficiencias en el desarrollo que pueden conducir, incluso, a una muerte temprana. Asimismo,
los estudios realizados por Spitz en orfanatos mostraron que aunque los niños recibían
cuidados físicos, la falta de afecto dificultaba su desarrollo y crecimiento. La dependencia, por
lo tanto, del niño respecto del adulto no se refiere sólo a lo material (cuidados, alimentos,
vestidos, etc.), sino también a lo cognoscitivo —necesita una lengua, unos valores morales, etc.
— y a lo afectivo —unos lazos que le hagan sentirse miembro de un grupo humano—. La
familia juega un papel decisivo en la socialización, en la enculturación del niño.
ETAPAS DE LA SOCIALIZACIÓN: Primaria y Secundaria.
Según los sociólogos, en la socialización se pueden distinguir dos etapas:
a) Primaria: Corresponde, más o menos, a los cinco primeros años de la vida del niño y
se desarrollo en un entorno muy cercano al niño constituido básicamente por su familia y los
más allegados. El cariño y la imitación de los roles de los adultos son clave para su aprendizaje.
b) Secundaria: Dura el resto de la vida de los adultos. Incluye nuevos aprendizajes y la
posibilidad de modificar lo aprendido anteriormente. Se produce cuando el individuo se va
incorporando a las distintas responsabilidades y contextos sociales ajenos a la familia: escuela,
trabajo, etc.
Este proceso, que no acaba nunca, se irá haciendo más complejo y contando con
elementos como la escuela, los iguales, es decir, los amigos, los medios de comunicación, etc.
De este modo, el individuo aprende una cultura y se convierte en un miembro de la sociedad.
En algunos casos, se produce una tercera etapa conocida como Resocialización: En
algunas ocasiones, un adulto debe incorporarse a una cultura distinta a la suya por lo que
modifica, olvida y sustituye parte o el conjunto de su modelo cultural previo.
AGENTES DE SOCIALIZACIÓN: Son las personas que hacen posible la socialización de un niño
o una persona: familia, profesores, amigos, compañeros de trabajo, medios de comunicación,
etc.
La cultura tiene un doble sentido: por un lado nos hace iguales en cuanto que nos
integramos en un grupo y compartimos por lo tanto un conjunto de referencias, pero también
mantenemos nuestra individualidad en cuanto nunca aceptamos todos los elementos. LA
IDENTIDAD COLECTIVA NO ANULA NUESTRA IDENTIDAD PERSONAL.

5.3.  Identidades multiculturales
Para entender al hombre hay que abordar el problema de la cultura, su definición y
papel en la vida de cualquier ser humano.
Hasta aquí se ha tratado la importancia de la cultura en el desarrollo de todo ser
humano, en tanto que es miembro de una sociedad en la que nace y se hace como persona, es
decir del proceso de enculturación. Pero no todos los individuos que conviven en un país, en
un Estado, se han formado en la misma cultura o, compartiéndola no lo hacen en el mismo
grado y esto hace que se presenten problemas de convivencia que pueden tener que ser
solucionados a veces incluso mediante leyes. Esto ha ocurrido siempre. En el pasado se han
producido guerras de religión -entre católicos y protestantes, entre cristianos y musulmanes,
musulmanes e hindúes… o se ha procedido a la persecución sistemática de quienes defendían
ideas distintas a las admitidas oficialmente por las autoridades, etc. Pero es quizá en la
actualidad cuando este problema el de la convivencia de varias culturas en una misma

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sociedad es visto como un problema que las que se consideran democráticas deben solucionar,
ya que debe permitir y garantizar que todos sus ciudadanos puedan vivir con libertad. Para
abordar este problema es necesario tener en cuenta dos puntos de vista. En primer lugar,
cómo afecta a un individuo que se ha formado en la cultura de su país de origen y luego se ha
trasladado a otro país, y, en segundo lugar qué debe hacer la sociedad de acogida, la que
recibe gentes de otros países con otras tradiciones.
Volvamos sobre el concepto de cultura, desde el punto de vista individual, cuando
hablamos de cultura estamos refiriéndonos a un elemento clave de la identidad personal, a
aquello que nos hace saber quiénes somos y que nos proporciona el sentimiento de
pertenencia a una sociedad determinada. En este sentido, en páginas anteriores ha aparecido
la idea de que la cultura sería una “segunda naturaleza”, al tratar la cuestión de la socialización
y la identidad personal. Sin embargo, habría que volver sobre esta idea para no caer en una
visión de la cultura como algo sustancial, inmutable. Desde el punto de vista individual
debemos tener presente que una cultura no es algo cerrado, dado, un conjunto de elementos
respecto a los cuales sólo vale el todo o la nada, sino que cada individuo puede y debe elegir,
decidir con qué elementos de los integrantes de la cultura en la que se socializa se siente
cómodo y qué importancia va a tener cada uno de ellos en su propia identidad. Así por
ejemplo, habrá quien considere que el elemento clave de su identidad sea su condición de
varón o de mujer, mientras otros elegirán su lengua, su religión, etc. No podemos olvidar que
cada rasgo de mi manera de estar en el mundo me acerca a gran número de personas, aquellas
con las que lo comparto y me separa al mismo tiempo del resto. Pero cada uno somos el
resultado de infinitos elementos, que proceden de nuestras experiencias personales y que se
conjugan de un modo irrepetible en cada persona. Amin Maalouf en su libro Identidades
asesinas reflexiona sobre la idea de la cultura como el elemento que define, en gran medida,
nuestra identidad. Su trayectoria personal que en un primer momento puede parecer
demasiado personal y poco común, pone de manifiesto que en todos los casos somos seres
irrepetibles que recibimos la cultura en la que nacemos de un modo personal.
“Vengo de una familia originaria del sur de Arabia que se estableció hace siglos en la
montaña libanesa y que se fue dispersando después, en sucesivas migraciones, por varios
rincones del planeta, desde Egipto hasta Brasil, desde Cuba hasta Australia. Tiene el orgullo de
haber sido siempre, a la vez, árabe y cristiana, probablemente desde le siglo II o III, es decir,
mucho antes de que apareciera el Islam y antes incluso de que Occidente se convirtiera al
cristianismo.
El hecho de ser cristiano y de tener por lengua materna el árabe, que es la lengua
sagrada del Islam, es una de las paradojas fundamentales que han forjado mi identidad. Hablar
el árabe teje unos lazos que me unen a todos los que la utilizan a diario en sus oraciones (...)
Por otra parte, mi pertenencia al cristianismo -da lo mismo que sea profundamente
religiosa o sólo sociológica- me une también de manera significativa a todos los cristianos que
hay en el mundo, unos dos mil millones. Muchas cosas me separan de cada cristiano, como de
cada árabe y de cada musulmán, pero al mismo tiempo tengo con todos ellos un parentesco
innegable, en el primer caso religioso e intelectual, en el segundo lingüístico y cultural.
Dicho esto, el hecho de ser a la vez árabe y cristiano es una condición muy específica,
muy minoritaria, y no siempre fácil de asumir; marca a la persona de una manera profunda y
duradera;(..)
Así al contemplar por separado esos dos elementos de mi identidad me siento
cercano, por la lengua o por la religión, a más de la mitad de la humanidad; y al tomarlos
juntos, simultáneamente, me veo enfrentado a mi especificidad.
Lo mismo podría decir de otras de mis pertenencias: el hecho de ser francés lo
comparto con unos setenta millones de personas; el de ser libanés, con entre ocho y diez

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millones si cuento la diáspora; pero el hecho de ser ambas cosas, francés y libanés, ¿con
cuántas lo comparto? Con unos miles como mucho (…)
Extrapolando un poco, diré que con cada ser humano tengo en común algunas
pertenencias, pero que no hay en el mundo nadie que las comparta todas, ni siquiera que
comparta muchas de ellas; de las decenas de criterios que se podría enumerar, bastaría con
unos cuantos para establecer con claridad mi identidad específica, que es distinta de la de
cualquier otra persona, incluso de la de mi propio hijo o de la de mi padre”
Maalouf, A.; Identidades asesinas
En este texto Amin Maalouf nos presenta algunos de los rasgos que han hecho de él
quien es, una persona única que comparte experiencias con muchos otros seres humanos. El
proceso de construcción de la propia identidad dura toda la vida, elegimos unos modelos u
otros, unas actitudes determinadas ante los conflictos, sustituimos unas referencias por otras,
modificando el peso que tienen en el conjunto de elemento con el que nos identificamos, etc.
Es una tarea siempre inacabada, del mismo modo que las culturas no son inmutables ni
eternas, sino que, como ya se ha visto, cambian constantemente, como la hace la sociedad que
la produce. No olvidemos que la cultura solo tiene sentido dentro de la dinámica que se
produce entre el individuo y la sociedad.
Pero, de acuerdo con Ch. Taylor, este proceso de formación de la identidad individual,
requiere, como uno de sus elementos más importantes, el «reconocimiento de los otros
significativos», es decir, que aquellos que te importan, porque les quieres, les admiras, etc. te
traten con respeto, te reconozcan dignidad, como una persona libre y autónoma, igual a ellos.
Este reconocimiento era más fácil de conseguir en la medida que el otro significativo
pertenecía a tu misma cultura, pero cuando esto no es así la cosa se complica, ya que cuando
conviven varias, a menudo una es respetada, por ser la dominante, y las otras son
minusvaloradas.

5.3. Actitudes en las sociedades multiculturales.


Las respuestas a este problema han variado a lo largo de la historia. La primera
reacción al entrar en contacto con otros pueblos y otras culturas suele ser la de juzgar todos
los elementos que la componen desde la propia, es decir, desde el modelo cultura del que se
dispone. A esta manera de entender y estudiar las otras culturas se le llama ETNOCENTRISMO,
puesto que todo gira en torno a la propia cultura. De acuerdo con M. Harris en su obra
Introducción a la Antropología general:
“El etnocentrismo es la creencia en que nuestras propias pautas de conducta son
siempre naturales, buenas, hermosas o importantes, y que los extraños, por el hecho de actuar
de manera diferente, viven según patrones salvajes, inhumanos, repugnantes o irracionales”
Podemos tomar un ejemplo clásico analizando cómo ha sido visto por los europeos el
hecho de que la vaca sea considerada como un animal sagrado por parte de la población hindú
de la India. Sin embargo, de acuerdo con los estudios del antropólogo Marvin Harris, este
respeto cumple una función muy importante dentro del sistema de subsistencia de la sociedad
india.
Al tomar conciencia de los sinsentidos que se producen cuando se quieren entender
las culturas sin tener en cuenta el papel que juega cada elemento en una sociedad, algunos
antropólogos defendieron la idea de que sólo se puede juzgar una cultura desde dentro. Cada
cultura forma un todo con sentido para las personas que la comparten, de modo que las
distintas costumbres, creencias, etc. tienen sentido desde ese modelo cultural pero no
probablemente desde otro. Si volvemos al sentido que hemos dado a la cultura como el modo
en que un pueblo organiza sus experiencias, aprecia y da sentido a su vida, etc., resulta difícil

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encontrar argumentos racionales para despreciar una cultura determinada. No somos quiénes
para juzgar cómo quieren vivir otros y considerar que nuestra elección es mejor que la suya.
Pero existe además otro argumento. Todas las culturas tienen la misma dignidad en la
medida en todas ellas constituyen un patrimonio humano que hay que preservar. Cuanto más
diversas sean, más riqueza suponen para la humanidad. En cierta manera, se establece un
paralelismo entre la herencia cultural y la genética. Ambas ofrecen distintos modelos y
opciones a los problemas humanos. La solución, pues, exige reconocer igual dignidad a todas
las culturas. Podríamos concluir que todas las culturas son, por lo tanto, igualmente
respetables. Este es el punto de vista es conocido como RELATIVISMO CULTURAL. Pero esta
postura puede llevarnos a considerar la diferencia cultural como un valor en sí mismo. Sin
embargo esto puede conducirnos a situaciones que no parecen admisibles.
La pregunta clave que subyace a todo el problema que plantea la cultura surge cuando
observamos lo que ocurre en el mundo y encontramos costumbres y modos de vida que nos
remueven en lo más profundo. ¿Realmente tienen todas las culturas la misma dignidad?
¿Podemos aceptar como una opción más de vida aquellas culturas que niegan los derechos
más elementales a las mujeres, la libertad para decidir quién ha de ser su marido o cómo
desea vivir su vida? No parece que, en nombre del respeto a las otras culturas, se puede
aceptar actividades o costumbres que van contra la dignidad de las personas. Deberemos
plantearnos que aunque las culturas en su conjunto puedan resultar válidas, en todas pueden
existir elementos no deseables, en el sentido de inmorales y otros que sí son deseables. Se
trataría de entonces no de culturas sino de determinados elementos, de modo que sólo
aquellos que no atentan contra la dignidad de las personas deben ser respetados y
preservados, incluso aunque no los compartamos necesariamente.
En otro sentido, la reacción que se produce en determinados grupos culturales que
refuerzan su identidad frente a lo que consideran la agresión de otros puede llevarnos también
a planteamientos que defienden la imposibilidad de la convivencia entre cultura y sobre todo
que justifican la discriminación al imponer el discurso de la diferencia por encima del de la
igualdad. En estos casos se suele aludir, por un lado, a una identidad que tiene una existencia
anterior e independiente de los individuos lo que hace que la cultura se viva como algo
cerrado y, sobre todo, excluyente, que sirve fundamentalmente para señalar quién pertenece
al grupo y quién no. Este sería el caso de algunos nacionalismos. Este discurso que pretende
justificar una nueva forma de discriminación basada en la cultura es conocido como
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FUNDAMENTALISMO CULTURAL O RACISMO CULTURAL La idea fundamental es que existen culturas
que no son asimilables por una sociedad democrática. De este modo se justifica la
discriminación de los extranjeros, es decir, la xenofobia aludiendo a la inferioridad no de su
raza, sino de su cultura y sobre todo, el derecho a preservar la cultura de la sociedad receptora
de la emigración. El discurso relativista ha sido utilizado para legitimar la discriminación ya que
se esgrime el derecho a la diferencia para mantener a las culturas minoritarias aisladas, sin
integrarlas bajo el pretexto de que no son asimilables a la cultura dominante, la cultura
nacional. Los extranjeros son vistos como elementos que atentan contra la identidad nacional
y puede llegarse, en nombre de la defensa de lo propio, a justificar su exclusión y separación
del resto de la sociedad en ghetos, a su expulsión o exterminio.
“Toda nación es como una nave ya anclada en la historia con unas características
determinadas-idioma, costumbres, religión, familia, tradición, escala de valores-
cuidadosamente preservados a través de los siglos y que confirman su personalidad única y
diferencia,”; y nos advierte del peligro de sufrir una “invasión foránea de indigentes…
individuos de evidente inferioridad cultural”, de padecer “ una invasión pacífica de genes

1
SOLANA RUIZ, J.L.; Identidad, racismo y antirracismo en GÓMEZ GARCÍA, P.; Las ilusiones de
la identidad. Valencia..

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extraños que no portan con ellos ni el amor ni la veneración al trabajo bien hecho o,
simplemente al trabajo”
Torcuato Luca de Tena, ABC 28 de diciembre de 1996. “La invasión tercermundista”,
cit. por Solana Ruiz.
A pesar de que el relativismo contribuyó a conseguir el respeto de unas culturas
respecto a otras y a acabar con el eurocentrismo, también es cierto que la propuesta inicial
que propugnaba la imposibilidad de juzgar una cultura diferente a la propia lo que nos
conducía a un callejón sin salida ante el argumento de que ciertos atentados contra los
derechos de las personas estaban enmarcados en tradiciones de gran arraigo social. Asimismo
algunos de sus conceptos son utilizados para legitimar un modo de xenofobia fundamentado
en la cultura que utiliza el derecho a la diferencia para excluir a los otros, a partir de un
concepto rígido de cultura
Parece pues, que no se puede utilizar la cultura como un arma arrojadiza para justificar
la discriminación y la injusticia, ni en un sentido ni en otro. Sólo desde una sociedad no
discriminatoria, igualitaria que respete la diferencia puede surgir una convivencia pacífica.
La consideración de los derechos humanos como un posible referente en tanto que
pueden servir como criterio para determinar qué es respetable y que no ha sido defendida por
numerosos autores que buscan el modo de retornar a un universalismo que no caiga en los
excesos del etnocentrismo y evite el fundamentalismo cultural. El UNIVERSALISMO O PLURALISMO
CULTURAL ve en los derechos humanos una propuesta de valores comunes a la
humanidad, y no sólo a un grupo cultural, en tanto que son universalizables, es decir,
propuestas de dignidad humana a la que aspiran todos los seres humanos sea cual sea
su cultura, origen, etc.
Esta nueva realidad multicultural hace que nuestras sociedades deban asumir un
nuevo reto, conseguir que gentes con diferentes modos de pensar, sentir y actuar convivan y
encuentren soluciones a sus problemas comunes. La defensa de la igualdad de las personas y
el respeto al otro son las bases de una nueva sociedad que, si bien todavía no es real sino sólo
un proyecto, debemos ir hacia ella, una sociedad intercultural, que no sea la suma de
diferentes grupos culturales sino que cree un nuevo modelo cultural y, por lo tanto, social.

VOCABULARIO:
MULTICULTURALISMO. Este término se usa para referirse a dos ideas:
a) Un fenómeno social que se ha dado a lo largo de toda la historia de la
humanidad que consiste en la convivencia de varias culturas diferentes en un
mismo espacio geográfico.
b) Un modelo de convivencia que no considera necesario tomar
medidas para fomentar la convivencia entre las diferentes culturas mediante la
integración de las minoritarias.
ASIMILACIONISMO es el modelo de convivencia que defiende la subordinación de
las minorías a la cultura hegemónica o dominante.
INTERCULTURALIDAD es el modelo de convivencia que defiende la necesidad de
tomar medidas, es decir, iniciativas políticas, para lograr el respeto a la
diferencia basado en el conocimiento de los otros, dentro de un marco común
basado en la libertad y la igualdad.

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